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Ciudadanías universales, agendas globales. La Era digital se expande

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Ciudadanías universales, horizontalidad cooperante, inclusión y creatividades digitales, migraciones y agendas transnacionales, horizonte global, prosumidores transmediáticos, redes identitarias fluctuantes, son algunos de las nociones que pueblan el presente.

Toda época, todo cambio de Era, asienta sus reales sobre los conceptos que es capaz de proponer e instalar. Ése es el horizonte sobre el que florecen las nuevas percepciones de lo real y lo importante.

Se trata, fundamentalmente, de la instauración de nuevos puntos de mira desde los cuales se erigen una renovada forma de entender la realidad.

Por ello, nadie que no sea capaz de comprender el mundo que habita, será capaz de actuar certeramente en él. Mucho menos de transformarlo.

La transformación genuina de la realidad implica, en primer término, ser capaz de desplazar las nociones del mundo anterior e instaurar los conceptos que atañen a lo que emerge.

La emergencia de los movimientos sociales de nueva época, da cuenta de la necesidad no sólo de comprender su magnitud, sino de asimilar su constitución, modos de proceder, agendas, lógicas discursivas como parte de un horizonte de amplia y radical transformación respecto a las nociones que poblaron el mundo anterior.

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Ilustración: BBVA.

Múltiples estudios académicos señalan, sin reparo, el uso del Internet como un elemento pivote clave en la construcción de uno de los conceptos centrales de las nuevas realidades: la ciudadanía universal.

Signada por lo digital, el reclamo de derechos y la capacidad para conformar bloques sociales heterogéneos y de muy rápida acción y expansión, ha tenido en el Internet algo más que un medio de comunicación como lo fueron los que marcaron el pasado.

En la organización, pero también en el reconocimiento intergeneracional, transestratificado y multiespacial, Internet ha servido como medio de comunicación y de organización, sí, pero también como eje articulador de identidades que más allá de los parámetros de reconocimiento tradicional e inmediato.

 Todo migra, se mueve, fluctúa con enorme rapidez y en oleadas que suelen tomar desprevenidos a quienes proviniendo del mundo anterior, presenta severas dificultades de adaptación a estas nuevas condiciones en las que el cambio y la inestabilidad es el signo dominante.

“Los flujos más frecuentes y multidireccionales de personas, ideas, imágenes y símbolos culturales, inherentes del desenvolvimiento de las tecnologías de la comunicación”, han tenido, en este contexto, una influencia determinante en la reconfiguración real y simbólica de nuevas comunidades transnacionales, señalan Denise Cogo y Lara Nasi, investigadoras de la sociedad global.

Comunidades que desde cada realidad local o nacional encuentran un reclamo común: la inclusión, el reconocimiento, su reconocimiento, y el de su agenda, como parte actuante de las sociedades complejas del presente.

 La noción de una ciudadanía universal-digital, que va más allá de países, lenguas, credos personales y referentes de discursos pasados, se abre paso en un mundo abierto e interconectado.

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Imagen: Reporte Digital.

Lo que une a estos grandes contingentes sociales, heterogéneos y abiertos, del presente, no es, sin embargo, el uso en común de los canales de comunicación a los que tienen acceso.

Unidos por causas, que son capaces de poner en la agenda de lo urgente, estos grandes contingentes transforman los escenarios políticos tradicionales, exhibiendo la falta capacidad para encarar sus demandas, pero sobre todo, para entender su conformación y modo de proceder.

Frente a este horizonte, no es de extrañar, pues, que las respuestas políticas tradicionales, encarnadas en actores políticos igualmente tradicionales, es decir, anclados en los conceptos del mundo anterior, no logran articular respuestas satisfactorias.

Para decirlo en otras palabras, los movimientos sociales, heterogéneos, fluctuantes, horizontales, transculturales y transgeneracionales, implican un reordenamiento radical en el orden de las percepciones.

¿Qué es más importante –sólo por poner un ejemplo–, un monumento histórico y su preservación impoluta, o la rabia vaciada de un grupo social especialmente violentado como las mujeres, y que en una manifestación deciden pintarlo?

Dos mundos, el anterior y el presente, entran en colisión de modo inevitable al tratar de resolver el dilema. Se trata de un reordenamiento de las percepciones; y con ello, de una verdadera reconstrucción de noción de realidad.

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Ilustración: Medium.

Las respuesta políticas tradicionales, en este contexto, resultan insuficientes, dada su incapacidad para considerar la manera en que el presente ha disparado inéditos procesos subjetivación e identificación.

Mal y de malas se mueven los representantes del mundo anterior en esta trama en la que aluden a conspiraciones, internas o desde el extranjero, apelando a conceptos por completo desplazados como el de la homogeneidad.

Lo que hoy presenciamos es, más bien, una muy compleja trama en la que las formas de pensamiento, es decir, de identificación de partes de la ciudadanía, rebasan los viejos marcos conceptuales y discursivos.

El mundo y las generaciones que son hoy protagonistas en él, no esperaron, como se ve, a que el pasado comprendiera la nueva realidad para cambiar. Lo diferente se nombra diferente porque lo es.

Se percibe, piensa, asume y actúa de modo diferente. Nombrarlo de modo diferente no es un capricho. Es un reconocimiento. Hay movilizaciones que se tornan emblemáticas de ello. Este 8 y 9 de marzo, estamos frente a una de ella. Enhorabuena.

El mundo cambió.


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Teléfonos móviles, la guerra digital por cables y cargadores

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A principios de enero de 2007, la historia de la telefonía móvil, y muchas otras cosas más, cambiaron para siempre con la aparición del primer iPhone.

A 13 años de distancia, hoy, Apple trata de resistir lo que parece irremediable. La imposición de un cargador y un tipo de cable estándar para todos los celulares, sin importar la marca y funciones.

La transformación que ocurrió después de aquel 9 de enero, fue tan determinante que incluso cuesta trabajo pensar que han pasado menos de tres lustros desde entonces.

Ciertamente, como bien reza la locución latina ex nihilo nihil fit; esto es, “nada surge de la nada”. El revolucionario teléfono de Jobs, tampoco.

Entre las muchas cosas que antecedieron al exitoso iPhone, incluyendo desde luego, la propia expansión de la telefonía celular misma, debe contarse, sin duda, el modo en que Blackberry abrió la mente de los consumidores en relación con un teléfono “inteligente”.

La historia cultural, lo hemos ya señalado en esta misma serie de colaboraciones, se construye en el punto donde convergen tres vectores: objetos, prácticas o usos, e ideas. No necesariamente en ese orden, pero sí interrelacionados de modo indisoluble los tres.

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Ilustración: Science Photo.

Cuando Jobs presentó el primer iPhone en el Moscone Center, de San Francisco, vestido de manera cuidadosamente sencilla, no dudó en poner el acento sobre el aparato mismo. Dijo entonces: “Hoy presentamos un producto revolucionario”.

Jobs atinó en su frase, pero se quedó cortó. No era un producto lo que estaba presentando, sino la representación física, o sea, un objeto, que cambiaría la práctica social, el modo de usar los celulares, y, con ello, la idea de lo que estos eran y/o representaban.

Sin saberlo, ni imaginar el impacto, el 9 de enero de 2007, en San Francisco, aquel ejecutivo cool, vestido de jeans y playera simple negra, abría la puerta a un nuevo paradigma, una revolución cultural.

El primer iPhone era, en efecto, un objeto distinto. En su diseño, concepción y funciones. Ofrecía, por decirlo de algún modo, una síntesis entre la experiencia táctil que Blackberry abrió, pero ahora sobre la pantalla, con la evolución de los ya por entonces muy popular iPod.

El parentesco con un aparato (el iPod) cuyo cometido era distinto (y distante) de la comunicación telefónica, tal y como se concebía hasta ese momento, fue, sin duda, el elemento que disparó una práctica, un horizonte de uso diferente.

Finalmente, las maneras que planteaba su uso, se entrelazaron con el mundo de las ideas, o lo que es lo mismo, con el valor inmaterial que las personas estuvieron dispuestas a darle a ese objeto; tanto por el precio que han aceptado pagar por él, como por lo que imaginan que representa socialmente.

Sólo así se entiende que buena parte del éxito del modelo de negocio de Apple haya sido, durante estos casi 15 años, el alto precio de sus aparatos, aunado a la no compatibilidad de sus accesorios con ninguna otra marca.

La exclusividad de su sistema operativo, probado ya antes en su línea de computadoras y laptops, termina por remarcar esta oferta simbólica de exclusividad, por una parte, y de inclusión, por la otra, a una suerte de modo de vida Mac.

En un mundo de identidades fragmentarias, contradictorias y volátiles, o líquidas, para usar el término acuñado por Bauman, un objeto material, estable, táctil, en su sentido más amplio, en la bolsa, como repositorio de una identidad estable, no parece poca cosa.

Hace poco, en mi clase en la Universidad, al tratar el tema de los cables y cargadores exclusivos a precios exorbitantes, espetó: “Cuando compras Mac, sabes en lo que te estás metiendo”, dijo una estudiante con la seguridad de quien acepta un trato que algo importante le da, aunque en el fondo sepa que el acuerdo es abusivo.

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Ilustración: New York Times.

Mi estudiante olvidó, sin embargo, un elemento: el papel del Estado. Quizá porque el país donde ella vive, la debilidad creciente de las instituciones del Estado es tal, que efectivamente la ciudadanía se siente a la deriva.

La Unión Europea, cuyo trabajo por limitar el campo de acción de las grandes corporaciones y enmarcar sus prácticas comerciales sobre el carril de sociedades donde hay leyes y derechos vigentes, ha entrado de lleno en el tema de los cables y cargadores de Mac.

Se trata de facilitar la vida a los usuarios, en efecto, pero a la vez, de evitar prácticas abusivas y monopólicas.

La compañía, cuyo nada desdeñable 41% de facturación son los cables y cargadores, se opone, asida al argumento de la innovación.

Adicionalmente, la medida busca paliar las más de 51 mil toneladas de basura cibernética que produce, solamente en Europa, y que en buena parte son cables y cargadores desechados por roturas o porque han quedado obsoletos.

El interés empresarial no puede estar por encima ni del interés de los usuarios, ni mucho menos de los derechos que como ciudadanos tienen.

Tal es la lección de un espacio del mundo, Europa, en el que el Estado comprende que su capacidad de regulación es su fortaleza.

Y viceversa.


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Es momento de cambiar paradigmas

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El mundo y México están ya inmersos en el siglo XXI, en estos últimos años los avances que se han logrado en tecnologías son, por decir lo menos, impresionantes. Estoy seguro que seguirán avanzando de manera exponencial en todos los ámbitos, y los que creo que más impactarán a la población son los que vendrán en comunicaciones, sistemas financieros, salud y educación.

Lamentablemente si recorremos el país es fácil darse cuenta de que la dispersión geográfica de la población es terrible, basta pasear por los Estados de México, Oaxaca o Veracruz, por citar algunos, para darnos cuenta de la cantidad de pueblitos alejados y carentes de los servicios más elementales.

En mi opinión, la decisión de qué rumbo seguir para solucionar este terrible problema, cada vez se está volviendo más binaria; o les llevamos los servicios, o de plano mejor invertimos en reconcentrarlos en nuevas ciudades.

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Imagen: El Ceo.

El costo de llevar servicios bancarios, escuelas de buena calidad o clínicas medianamente buenas, me parece que resulta carísimo y poco eficiente, ya que es imposible lograr economías de escala.

Obviamente la gente que vive en estas poblaciones se encuentran muy arraigadas a sus tierras con todo y que por más que luchen, lo único que logran es sobrevivir en condiciones muy precarias, esto también puede explicar por qué muchos de ellos emigran a Estados Unidos buscando mejores condiciones de vida, aunque creo que es posible hacerles buenas ofertas, claro, de manera muy cuidadosa.

Llevar buenos trabajos, hospitales, servicios bancarios o escuelas de buen nivel a poblaciones tan pequeñas, creo que, en realidad, a la larga va a salir muy caro y los resultados serán magros.

Diseñar ciudades medianas y reubicar a toda esta gente en estos lugares, con el paso del tiempo sería una muy buena inversión; además, habría que darles a estas ciudades vocaciones especializadas y preparar a la gente para esto, por ejemplo, ciudades enfocadas a ser centros de geriatría especializada, o algunas especializadas en productos agrícolas de alto valor agregado, o fabricación de productos novedosos, estimulándolos fiscalmente y, por supuesto, estoy seguro que a usted, estimado lector, se le ocurrirán muchas otras ideas.

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Ilustración: Víctor Solís.

En general, la inversión que se haga en llevar servicios a las poblaciones tan dispersas y poco comunicadas, creo que logrará resultados insuficientes.

Deberíamos empezar ipso facto a hacer el esfuerzo para que toda esa gente que realmente se halla fuera de los grandes cambios, se integre a este futuro que nos ofrece, con todo y los contratiempos que estamos viviendo, cada vez más una mejor vida gracias a las nuevas tecnologías.

Démosle perspectiva a las cosas, ¿de verdad creen que dentro de 20 o 30 años serán viables estas pequeñas poblaciones aisladas? ¿Es ético dejar que estas personas se extingan poco a poca de forma inhumanas?

Lamentablemente nos encontramos atrapados en discusiones y soluciones coyunturales y de corto plazo. Si comenzamos a plantear acciones con visión de mediano y largo plazo, puede ayudarnos a romper estos círculos viciosos que nos tienen atorados. Es buen momento de cambiar nuestros paradigmas.


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Microsoft digitaliza México

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Anuncia Microsoft inversión en México para digitalizar al país

La promesa de López Obrador fue lograr la conectividad de todo el país y llevar Internet hasta los poblados más inhóspitos. Ahora, a más de un año de gobierno, la empresa Microsoft apuesta por la digitalización de México anunciando una inversión de 1 mil 100 millones de dólares en un plan a cinco años.

Dando un espaldarazo al gobierno de Andrés Manuel López Obrador, el gigante de la tecnología anunció los avances del plan ‘Innovar por México’, centrado en acelerar la transformación digital del país a partir de la democratización del acceso a la tecnología.

En participación virtual durante la conferencia matutina del presidente López Obrador, el director general de Microsoft, Satya Nadella, anunció la nueva inversión millonaria enfocada en expandir el acceso a la tecnología digital.

“Me entusiasma anunciar que durante los próximos cinco años se invertirán en México 1,100 millones de dólares, enfocados en expandir el acceso a la tecnología digital para personas y organizaciones en todo el país “, explicó en un video Satya Nadella.

Como parte de la inversión, Nadella agregó que se creará en México una nueva región de centros de datos “para brindar servicios integrales, inteligentes, seguros y confiables a través de la nube y ayudar a todas las organizaciones a promover su transformación digital “.

Acompañando al presidente, el presidente de Microsoft para Latinoamérica, César Cernuda, indicó que el plan ‘Innovar por México’ incluye la construcción de tres laboratorios con tecnologías de última generación para ofrecer servicios y tecnologías a través de la cultura digital.

Estos laboratorios impulsarán un “sólido programa educativo” orientado a los jóvenes universitarios, puntualizó Cernuda.

“Con esto, los docentes y estudiantes de nivel superior de cualquier carrera fortalecerán sus conocimientos y reforzarán las habilidades requeridas por la sociedad y el mercado laboral actual y futuro”, abundó.

Por su parte, López Obrador agradeció la confianza de Microsoft y destacó la relación de su gobierno con la empresa.

“Hemos tenido con Microsoft una relación; en los últimos tiempos nos visitó el director general y se convino hacer un acuerdo, una alianza para trabajar de manera conjunta y avanzar en lo tecnológico. Esta empresa va a invertir más -porque ya lo está haciendo- en desarrollo de tecnología en beneficio de desarrollo de México”, destacó.

La empresa tecnológica anunció planes para establecer una nueva región de centros de datos de la nube en México con el objetivo de brindar sus servicios de nube inteligente y confiable para apoyar a entidades públicas, empresas y a la sociedad en general.

Naturaleza, innovación, error y negocio: Big Data, la mutación del deporte

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Nunca antes en la historia humana se dispuso de tal cantidad de datos. La huella de los números. La capacidad para procesarlos. El mundo, todo, y en todo, dibujado en trazos que unen unos puntos con otros, establecen marcas, estadísticas, probabilidades. Big Data.

Si la naturaleza humana es errar, se trata de controlar o, al menos, disminuir el riesgo de que ello ocurra en el momento menos oportuno.

La estadística no es una ciencia nueva, eso se sabe. El registro, acumulación, resguardo y relación de unos datos con otros es tan milenaria como la invención de la escritura misma.

De lo pequeño sacar lo máximo. Algo así podría definirse esta disciplina capaz de obtener conclusiones sin necesidad de registrar todos los casos y aun menos de que las cosas sucedan.

En ampliar el resultado obtenido de lo observado y llevado a números y constantes, radica la seducción de esta capacidad para recopilar, procesar, analizar e interpretar lo que de otro modo sólo serían números y más números.

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Imagen: Pinterest.

Datos particulares, pues, capaces de desplegarse como fenómenos colectivos en una cuantía suficiente como para establecer conclusiones que, al menos, aparezcan como lógicas; probables, o altamente probables, en el lenguaje de quien opera estadísticamente.

Si por naturaleza asumimos la manera de relacionarse con dos elementos, metáforas, de la propia vida humana: el tiempo y el error, hasta hace poco, al menos, la naturaleza de los deportes era consustancial a ellos mismos.

Así, más allá de la tradicional diferencia entre deportes de conjunto e individuales, la tradición deportiva establecía respecto al tiempo su primera diferencia realmente sustancial.

Deportes sin tiempo límite, el beisbol o el tenis, por ejemplo. Frente a deportes cuyo desarrollo asemeja, en sí mismo, el cronómetro de la vida que corre contra la propia vida. Deportes de tiempo límite. El box, el futbol, tanto soccer como americano, el basquetbol, entre otros.

El tiempo está ahí, se acepta en ambos casos, mas podemos actuar (vivir) a nuestras anchas, se dice en unos deportes; el tiempo es el verdadero enemigo por vencer, el rival es un pretexto, se dice en cambio en los que un conjunto puede no ser capaz de resistir un fatídico último minuto.

En cuanto a la relación con los datos y las estadísticas, también asoman diferencias. De suerte tal que la capacidad, obsesión, genio, ciencia o quiera llamársele a eso que une a los norteamericanos con la recopilación de datos, ha estado presente de manera rotunda en los deportes que eligieron como encarnación de su identidad.

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Imagen: Spindox.

Sin ser norteamericano, por supuesto, pero sí una leyenda en la narración del beisbol, el “Mago” Septién hizo legendarias aquellas libretas, plagadas de datos, que lo acompañaban en toda transmisión.

La intromisión de los registros en números de asistencias, pases certeros, en cambio, a pesar de que de unos años acá se ha vuelto habitual en las transmisiones del todo el mundo, no deja de asomar como una extrañeza cuando no una absoluta inutilidad.

La relación entre tecnología y deporte no es nueva, eso es evidente.

El cambio en los materiales de las pelotas o implementos con los que se juega, aparejado a la variedad de aparatos y cacharros para entrenar, se suman a la cada vez más certera intervención de lo tecnológico en el tema de la medicina del deporte.

 A la mitad del camino entre práctica atlética, espectáculo de masas y negocio audiovisual, los deportes más populares del planeta, particularmente el futbol, son escenario y laboratorio de la omnipresencia tecnológica.

Zapatos, vestimentas, alimentación, por una parte, y repeticiones, sonidos para alertar si un balón entró en la portería, aparatos de intercomunicación, forman parte de un repertorio de recursos tecnológicos que se amplía.

Más allá de lo que suceda en cada cancha, sin embargo, el mayor impacto provendrá, sin duda, de lo que la Big Data traiga consigo. 

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Imagen: Pinterest.

Si en algún momento la figura de los visores hizo a algunos de ellos agentes de jugadores legendarios, el desarrollo de tecnologías logrará, como tituló recientemente la Revista Retina, que forma parte del periódico El País, que los algoritmos se lesionen menos y anoten más.

Formar o contratar jugadores o competidores a ciegas, de acuerdo con ello, quedará reservada para los nostálgicos o los no pocos que hacen negocios personales a costa de ilusiones ajenas.

La tecnología, dice Retina, promete cambiar el deporte para siempre: ciencia de datos, telemetría y biometría, inteligencia artificial, realidad virtual y aumentada para llegar más lejos, más alto, más fuerte (y mucho más inteligente) que nunca.

En esto, empero, como en cualquier otro ámbito, la cuantía de los datos no es el fundamental, por supuesto, sino qué se hace con ellos, de qué manera se insertan en este caso en la naturaleza de cada deporte.

Es decir, como ellos mismos son testigos de la relación indisoluble entre lo humano y el tiempo, y como los datos mismos dan forma a nuevas formas en que el error, igual que la materia, no desaparece sino que se transforma.

En el tiempo y errar, somos datos, sí; pero también más.


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Disrupción digital, ruptura e innovación para asumir el presente

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Transformación digital a la luz de la innovación disruptiva. Empresas tradicionales que han desaparecido, empleos que nadie imaginaba apenas hace unos años, formas del valor inimaginables, una década atrás, bienes y servicios, empresas que surgen y se multiplican casi de la nada.

En 1997, un profesor de la Escuela de Negocios de Harvard, publicaba un libro sin saber que detrás de esta publicación vendría su fama y el asentamiento de un concepto: innovación disruptiva.

Fallecido hace algunos días a los 67 de años, víctima del cáncer, Clayton Christensen deja tras de sí la “Teoría de la innovación disruptiva”, con la que se erigió como un referente indispensable para algunas de las figuras más exitosas de la transformación digital.

Años atrás, Christensen publicó: El dilema del innovador: cuando las nuevas tecnologías hacen caer a una empresa, libro que con el tiempo cimentaría sus teorías económicas sobre el papel de un tipo particular de la innovación: aquella que disloca lo anteriormente conocido.

Clayton Christensen
Clayton Christensen, académico de Harvard, padre de la innovación disruptiva.

A casi 25 años de la publicación de su libro insignia, las ideas de Christensen se han visto materializadas por la aparición y asentamiento de modelos de negocios como Netflix, Uber, Airbnb, Amazon o incluso Apple.

La clave, en todos los casos, es la aparición de bienes o servicios inimaginables para el ciclo anterior; la ruptura, tal como indica la raíz etimológica de disrupción, del sentido de continuidad, ampliación o perfeccionamiento de lo que un mercado es capaz de ofrecer a los consumidores.

Estrechamente vinculadas a la aparición y expansión de las tecnologías cibernéticas, las ideas de Christensen ponen la mirada sobre la capacidad de un modelo para construir una noción de valor diferente a lo establecido.

En esta dirección, forma parte ya del imaginario social de todo el mundo, por ejemplo, la historias sobre cómo los creadores de Netflix acercaron en un primer momento su propuesta al entonces propietario de Blockbuster y recibieron burlas y desprecio. 

Del mismo modo que en el origen de Airbnb estuvo la idea de sus fundadores para crear una empresa capaz de gestionar el espacio de sobra en las casas de particulares.

Hoy, Blockbuster ha desaparecido del planeta, y Netflix se prepara para competir con la plataforma tardía de Disney; mientras que en el caso de Airbnb, la empresa de hospedaje supera el valor de la cadena Marriot, sin poseer un solo cuarto de hotel.

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Imagen: Informa Yucatán.

Y si bien Christensen no deja de insistir en que la aceptación de estos modelos disruptivos es basarse en tecnologías que ofrecen productos más sencillos, más baratos y, en general, más cómodos para el consumidor; está claro que hay algo más que la valoración material en este éxito.

Ese algo más entra en el terreno de la historia de las mentalidades. Es decir, la manera cómo cada época construye el sentido de valor de la interrelación entre objetos, ideas y prácticas sociales.

No se equivoca, pues, Nathan Blecharczyk, cofundador de Airbnb, cuando hace algunos años aseguraba al diario El País, que “el éxito de la empresa se sustenta en la confianza”.

Un mundo como éste, el nuestro, así es, en el que las personas, particularmente los jóvenes, desconfían profundamente de las instituciones públicas más relevantes, pero son capaces de llegar a dormir a un sofá-cama de un desconocido en París, Nueva York o Nueva Delhi.

El éxito del concepto de innovación disruptiva que tanta fama le atrajo a Christensen, es imposible de explicar, por lo tanto, sin tomar en cuenta las transformaciones de comportamientos y valoración de los protagonistas de una época con relación a otra.

La confianza en las interacciones cibernéticas, la relación casi personal con las plataformas, se encuentran profundamente vinculadas con el proceso de desgaste de las formas establecidas y de los referentes conocidos que determinan de quién y de qué se puede fiar una persona.

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Imagen: Sobre Blogs.

En tal medida, si para el siglo XX la continuidad significó un valor per se, está más que claro que para este siglo, el que vivimos, las formas de la ruptura, atinó Christensen, han de predominar sobre la persistencia.

Christensen se centró, ciertamente, en la economía y, en particular, en la innovación como la capacidad para conferir valor a un bien o servicio de un modo que nadie lo había visto antes.

Las ideas del “padre de la innovación disruptiva” no deberían pasar por alto, empero, al mundo de las relaciones sociales o aun de las instituciones políticas.

Así, no debería extrañar que una de las explicaciones que se encuentran detrás de los vuelcos que muchas naciones han sufrido, se refiere a la dificultad de los actores políticos para comprender el rol de la disrupción, como fractura de los sistemas democráticos.

Si a la continuidad se le confirió durante todo el siglo XX un lugar prominente, hoy el reto resulta mayúsculo, pues queda claro, tanto a nivel de las organizaciones como de los sistemas democráticos, que habrá de sobrevivir una nueva disrupción.

¿Hacia dónde? Ésa es la cuestión; especialmente en el ámbito de las democracias. De todas las democracias; pero en particular de las más débiles e imperfectas.

De éstas, especialmente.


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Innovación y gestión del conocimiento, los costos de la inacción

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Vivimos la Revolución del conocimiento. Tal es el signo de nuestro tiempo. El resorte fundamental para construir condiciones en las que la aplicación de ese conocimiento se convierta en el insumo básico de sociedades basadas en la innovación.

El llamado de la época actual ha dejado de radicar en el acceso a la información, por la información misma.

Hoy, la dinámica mundial pone en primer plano el desafío que supone crear condiciones para que esta información se torne en pensamiento crítico, con capacidad para resolver problemas y creatividad hacia la innovación.

La base de su capacidad innovadora descansa por ello en una sociedad capaz de crear, retener, impulsar y utilizar con valor social las competencias complejas que formen en sus propios ciudadanos.

Transitar de la información al conocimiento, sin embargo, no es un movimiento natural al que los cuerpos sociales tiendan, sino más bien resultado de una noción de gestión del conocimiento como política de Estado.

Si el conocimiento no se constituye en el motor de este desplazamiento, de poco habrá servido dotar a los ciudadanos de formas cada vez más amplias y rápidas de acceder a la información.

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Ilustración: Conditio Humana.

Ya en el lejano 1973, el sociólogo norteamericano Daniel Bell, al publicar El advenimiento de la sociedad post-industrial, habría de utilizar el concepto “sociedad de la información”.

Más tarde, en los años noventa, como se sabe, Manuel Castells, el sociólogo español, dejó marcado aquel tiempo que se abría por el título de su libro ya clásico: La era de la información: economía, sociedad y cultura, publicado en 1996.

Así fuera desde la mirada de un mundo pre-expansión de las computadoras y sin imaginar Internet siquiera, Bell atina en colocar al conocimiento como el engrane central del mundo que viene. Noción que luego va a ser corroborada por Castells.

La clave, dirá el español, está en propiciar e identificar las posibilidades de generar círculos de retroalimentación que, de manera acumulativa, establezcan una relación de mutuo estímulo entre la innovación y sus usos.

El tiempo tecnológico que nos ha tocado vivir cuenta como una de sus señales de identidad más clara el modo en que los usuarios se apropian de la tecnología y la redefinen.

En esa medida, y aquí radica quizá su poder mayor, estas tecnologías, dice Castells, “no son sólo herramientas que aplicas, sino procesos que desarrollar”.

De ahí que sea esencial incentivar el protagonismo que las sociedades puedan tener, antes que en aplicar las herramientas, en diseñar y desarrollar nuevos procesos de inclusión y transformación social.

Se trata de comprender, entonces, a la mente humana, y su capacidad innovadora, ya no únicamente como parte del sistema de producción, sino como un componente productivo e innovador directo.

caja de pandora
Ilustración: Alexander Lavin.

En palabras de Castells, estamos frente a una era en la que “por primera vez en la historia, la mente humana es una fuerza productiva directa, no sólo un elemento decisivo del sistema de producción”.

El paso, pues, entre información y conocimiento habrá de centrarse en las posibilidades reales que los individuos tengan para contar con competencias superiores.

Acceder al conocimiento, para compartirlo dentro de una organización o entorno social, se volverá tan trascendente, de este modo, como la competencia para valorarlo y asimilarlo.

Se trata, ya se ve, no solamente de que la ciudadanía cuente con información, sino que ésta pueda devenir en conocimiento.

Es decir, en la capacidad-posibilidad de generar procesos de comprensión compleja que transformen los sistemas y produzcan innovaciones con pertinencia y valor social.

Información sin espacios y condiciones para el desarrollo y aplicación del conocimiento, imposibilita multiplicar su acceso, ser compartida y usada por grupos sociales cada vez más amplios.

Ciertamente, ha sido en este contexto el mundo de las organizaciones productivas donde se ha asentado durante los últimos años la noción de “Gestión de conocimiento”.

Se ha entendido por ella el control de los procesos que aseguran que una empresa sea capaz de aprovechar el desarrollo y la aplicación del conocimiento en sus procesos productivos.

innovacion e ia
Imagen: MuyPymes.

La definición, empero, no inhabilita la oportunidad de asirse a ella para ampliarla hacia los ámbitos que determinan la manera en que las sociedades se organizan.

Del mismo modo que una deficiente gestión del conocimiento desemboca en que los procesos de una organización productiva se vuelvan anacrónicos, disloquen o, de plano, colapsen, de tal hipótesis la sociedades mismas no son ajenas.

La innovación es un proceso continuo, de eso no hay duda. Como tampoco de que se trata de un estadio que se propicia y al que se accede.

Una sociedad llega a ser innovadora, no es innovadora per se. Y ese llegar a ser está marcado por su éxito en estimular la formación en competencias complejas.

Que el Estado se desentienda de la gestión del conocimiento es grave y será cada vez más costoso con el tiempo.

¿Que el conocimiento puede expandirse? Sí, sin duda. Que el desconocimiento también, sí, trágica y raudamente.  

Porque el desconocimiento no es sólo el contrario del conocimiento; es el signo de la ineptitud para resolver, de la incomprensión respecto del mundo y de la impericia frente a la vida.

Nada menos.

Cuando la tecnología nos alcance y nos rebase

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OCDE alerta sobre falta de capacitación tecnológica en los mexicanos.

Los avances tecnológicos han creado un mercado digitalizado al que miles de empresas en todo el mundo se han tenido que ir adecuando, impactándose sus procesos productivos y por consecuencia el sector laboral.

Los países que más se han visto afectados por este avance tecnológico son los que están en vías de desarrollo, en donde las fuerzas laborales no cuentan con las habilidades necesarias para hacer frente a la evolución digital que impacta los procesos de producción con nuevas innovaciones tecnológicas como la Inteligencia Artificial y el Internet de las Cosas.

Un estudio reciente realizado por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) señaló que en México, el 50 por ciento de la fuerza laboral no se encuentra preparada para enfrentar el cambio tecnológico y la digitalización de sus trabajos.

En su análisis “Educación Superior en México: resultados y relevancia para el mercado laboral”, la OCDE señala que esta realidad apunta a que en los próximos años, el 15 por ciento de los empleados podrían ser desplazado por la tecnología, mientras que un 33 por ciento sufrirá trastornos muy importantes en sus centros de trabajo al estar subcalificados o sobrecaificados.

Los pronósticos de la OCDE para el mercado laboral el México en 2020 apuntan a un incremento en la complejidad de las vacantes de empleo, por lo que hizo un llamado a las instituciones universitarias, empresas y gobierno para trabajar en conjunto y mejorar la preparación de los trabajadores del futuro.

“Si la economía mexicana no aumenta la inversión en I+D (investigación, desarrollo e innovación), no ofrece incentivos y elimina los obstáculos para el crecimiento de las empresas, y no se enfoca en las industrias de tecnología avanzada, y en actividades de mayor valor agregado, seguirá siendo un proveedor de bienes intermedios y ensamblador del sector manufacturero de Estados Unidos”, señaló el organismo.

Ante ello, el mercado laboral en México no será capaz de emplear a los egresados de las universidades, por lo tanto, podrían enfrentar inactividad, desempleo, informalidad, sobre calificación y salarios muy bajos, reiteró el análisis.

Sí el nivel educativo se mantiene, no ayudará a impulsar la movilidad socioeconómica de los universitarios, mientras la inversión pública o privada que sea atraída no será rentable para las personas o la sociedad, advirtió.

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