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Coronavirus: ¿Y la pandemia social?

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COVID-19. ¿Pandemia? ¿Histeria? ¿Hay lugar a controversia? Sí…

He respondido al nuevo coronavirus como muchos de ustedes. A ratos con escepticismo. A ratos con miedo. Siempre con frustración. ¿Qué debo pensar? No puedo quedarme callado porque me dedico a investigar controversias, y mis lectores me exigen que abunde sobre ésta. Entonces, despejo mi escritorio y reviso las notas que recibo de amigos y familiares, más volcados sobre las noticias (yo estoy terminando un libro). Y encuentro un hilo digno de jalar. El meollo, he concluido, es decidir cuál de las dos epidemias es la más peligrosa.

Porque hay dos. Una es la epidemia médica: un patógeno brinca por contagio de cuerpo en cuerpo—por ejemplo, al toser—. La otra es la epidemia social, donde una idea brinca por imitación, ‘tosida’ de las bocas, y en conferencias de prensa, y en artículos, y en redes, y se ‘viraliza’, como decimos. En principio, a la epidemia médica la ataja una cuarentena efectiva. Con la epidemia social no hay cuarentena que valga; el único remedio es la razón—la razón vertida sobre el fenómeno mismo del contagio de ideas—.

Razonemos, pues.

El genio decimonónico Gabriel Tarde, pionero de la ciencia social, nos propuso estudiar Las Leyes de la Imitación (1895), título del libro que lo hiciera famoso. Para Tarde—quien fuera, en Francia, director del Instituto de Estadística del Ministerio de Justicia—el comportamiento de una sociedad expresaba la distribución estadística, siempre en evolución, de sus ideas; había, por ende, que investigar las leyes de aquel milagroso contagio—esa “fotografía interespiritual”—que replicaba una idea de mente en mente: el aprendizaje social.

A diferencia de su gran contrincante, Emilio Durkheim, hoy honrado como ‘padre de la sociología’, Gabriel Tarde no hizo escuela. Habría que esperar hasta los 1970 para que surgiera, desde la biología, la idea—esencialmente Tardeana—de tomar la maquinaria matemática de la teoría de juegos evolutiva, creada para estudiar la evolución de genes, y aplicarla al estudio de los ‘memes’, término técnico que nos refiere, en esta literatura, no solamente a las tonterías que compartimos por WhatsApp, sino a todas las ideas, normas, creencias (y un largo etcétera) que a diario transmitimos por ‘contagio social’. Esta nueva ciencia estudia 1) las interacciones selectivas entre genes y memes que fueron formando, en la evolución humana, una psique adaptada para el aprendizaje social; y 2) la forma como dicha psicología tercia la distribución de los ‘memes’ en procesos de escala histórica y política. La llaman ‘teoría de herencia dual’ o ‘coevolución genes-cultura.’.

Ha sido muy influyente en este campo el trabajo de Robert Boyd y Peter Richerson, autores de Culture and the Evolutionary Process (1985). Ellos y sus alumnos han trabajado mucho sobre ‘sesgos de contexto’ que nos predisponen a adquirir memes sin fijarnos tanto en su contenido sino más bien en su fuente (sesgo de prestigio) o en su representación mayoritaria (sesgo conformista). Pero interesan también diversos ‘sesgos de contenido’ que hunden nuestra atención en lo que un meme ‘dice’.

El sesgo de prestigio es adaptativo porque se activa cuando parece que alguien sabe más. Entonces surge un mercado. Queriendo ser como ellos, los aprendices ‘clientes’—la demanda—pagan (lambiscones) con favores, regalos, apoyo, etc., por acceso a los modelos con información experta—la oferta—. Reciben mayores utilidades lambisconas los más expertos, y en ese diferencial surgen las ‘jerarquías de prestigio’.

El sesgo conformista también es adaptativo, porque, suponiendo que se abandona lo que resulta contraproducente, entonces cuanta más gente haga X, mayor la probabilidad de que aporte un beneficio.

Por supuesto que mis lectores ya están multiplicando en sus mentes las excepciones, tan abundantes que comienzan a dudar de su carácter ‘excepcional’. Pero es bueno recordar que nuestra psicología evolucionó en sociedades muy pequeñas de cazadores y recolectores, grupos íntimos donde todo mundo se conoce y se ve a diario. Ahí, sin muchas ambigüedades o asimetrías de información, el éxito relativo de una persona—índice de la calidad de su conocimiento y habilidades—no puede fanfarronearse. Y una mayoría equivocada se deshace rápido con el aprendizaje individual de los brevemente acarreados. Tenemos estos sesgos, pues, no porque acierten siempre y en todo lugar, sino porque aciertan lo suficiente en las sociedades pequeñas que por cientos de miles de años fueron las nuestras.

El sesgo conformista actúa en contra de cualquier idea nueva porque dicha idea, por definición, será minoritaria. Pero si la difunde una persona (o institución) con suficiente prestigio, podrá sin embargo crecer su representación hasta borrar cualquier conflicto con el sesgo conformista, mismo que de ahí en adelante la sostendrá en alta ‘frecuencia,’ como decimos.

Estos fueron los temas de mi doctorado en antropología evolutiva y sociocultural bajo supervisión de Robert Boyd en UCLA. En 2001 (ya llovió…) publiqué mi trabajo de tesis: una investigación del impacto del sesgo conformista sobre los ‘juegos de coordinación’ y sobre la organización étnica, responsable de moldear una psicología que (desgraciadamente) encuentra apetecibles a las ideas racistas. En el mismo año, publiqué con el antropólogo de Harvard, Joe Henrich (en aquel entonces también alumno de Robert Boyd en UCLA), una investigación paralela que hicimos para explicar la evolución del sesgo de prestigio y el mercado que produce.

Joe Henrich investigador social
Joe Henrich.

Lo que vengo de hacer en el último párrafo es establecer mis credenciales. Debe hacerse con cuidado, porque, como explicamos Henrich y yo, la gente se ofende fácil si uno presume demasiado, actitud ‘eriza’ pero adaptativa, porque la arrogancia de un modelo indica lo caro que será acercársele—es decir, que exigirá demasiado en pagos de lambisconería por acceso a su persona, y por ende a su información—. Eso hará más redituable ‘hacerle la barba’ a otro modelo quizá menos experto pero también menos ‘mamila’. Un monopolista local (un genio) sí puede pavonearse a sus anchas (los clientes no tienen alternativa), pero en un mercado competitivo el modelo muy arrogante se quedará sin clientes. Es mejor, por tanto, que los elogios vengan de un tercero, e idealmente de una fuente con autoridad institucional. Por ejemplo, de la Human Behavior and Evolution Society, que premió mi teoría sobre la psicología del racismo, o de Psychology Today, que ha declarado mi teoría del prestigio “un clásico”. (¿Vieron lo que hice?) El efecto de esto, si funciona, es alzar la percepción de mi competencia experta a ojos del lector, causando que se incline favorablemente hacia lo que diga. Así funciona el sesgo de prestigio.

Claro que es menos potente cuando uno explica, en el mismo aliento, la operación del sesgo. Pero mi propósito es justamente ése: no que mis lectores adopten como artículo de fe las afirmaciones que siguen, sino que observen, bien en guardia, sus propios sesgos psicológicos, responsables de las epidemias sociales. Los quiero razonando—libres—. Porque yo, como otros, puedo equivocarme, y serán ustedes (y nadie más) los responsables de alojar cualquier idea en sus cabezas.

Se habla, en la literatura psicológica, de negativity dominance (‘dominancia de la negatividad’). Este sesgo de contenido, bien documentado, privilegia las malas noticias:el ‘sesgo de alarma’.

¿A qué se debe? Imagina a tu tatara, tatara, … abuelo, cazador, en la sabana africana, abriéndose camino en el pasto. Qué advertencia, emitida de un colega de caza, sería la más urgente: ¿que a un lado está una posible presa, o un posible león? Los costos de no hacer caso son más altos con malas noticias que con buenas. En el mundo íntimo de cazadores y recolectores los mentirosos alarmistas pronto quedan expuestos y sufren los costos sociales correspondientes, por lo cual no hacen demasiado daño. Luego entonces, ahí conviene, cuando escuchas una alarma, reenviarla rápido, y proteger a toda tu comunidad. No es un sesgo racional; es adaptativo. (Ojo, que esos dos no siempre son lo mismo). Pero en el mundo actual, aquel sesgo otrora adaptativo a veces nos traiciona. Pues este mundo es anónimo, con división radical de trabajo y de conocimiento; confirmar la veracidad de una información es aquí, para un simple mortal, mucho más difícil (a menudo, imposible). La mentira florece. El alarmismo entonces hace estragos, porque, queriendo protegernos unos a otros, comunicamos cualquier sobresalto.

covid y pandemia social
Imagen: Mallorca Diario.

Lo hemos visto en WhatsApp, donde a diario la gente comparte alarmas. En el grupo de mi familia extendida me di a la tarea, como experimento, de investigar cualquier ‘reenvío’ en esta categoría. La estadística es asombrosa: en dos años que estuve haciendo esto, hubo uno o dos mensajes verdaderos, y quizá dos o tres confirmaciones parciales (mensajes que exageraban, sin ser completamente falsos). El resto—y estamos hablando de cientos de mensajes—eran todos falsos. El efecto fue que mis familiares se convencieron y al final dejaron de enviar mensajes de alarma, con un periodo de transición donde una súplica avergonzada me pedía que los investigara yo antes de ser enviados más ampliamente. Pero este cambio conductual tomó dos años: un testimonio elocuente de la potencia del sesgo (y todavía, de cuando en cuando, mis parientes recaen, porque ‘no vaya a ser…’).

Los mensajes falsos de alarma pueden tener costos altísimos, desde el costo de ansiedad para gente que se imagina peligros peores y más abundantes de los que realmente existen, hasta los costos enormes de las decisiones económicas y políticas con consecuencias de largo plazo que pueden vulnerar a millones de personas.

En los últimos años he venido estudiando el tema de la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto, ambos consecuencia de una mentira viral que resultó en pandemia social. Esa mentira afirmaba que ‘los judíos’ eran una gran conspiración, que en secreto controlaba ya todas las instituciones mundiales, y que nos iban a destruir. Diversos líderes fascistas en Europa prometieron que sólo un gobierno fuerte y centralizado alrededor de un líder omnipotente podría protegernos de ‘los judíos’. No importó que, llegada la hora de la verdad, ninguna de esas instituciones supuestamente controladas por los judíos los defendiese, ni que dichas instituciones se unieran, por el contrario, en su mayoría, a la gran matanza, directa o indirectamente. No importó: nadie ha aprendido nada, como si no fuera nuestra asunto aprenderlo. Pero sí es nuestro asunto. Porque los antisemitas fueron un gran costo para todos nosotros. Si bien murieron entre 5 y 6 millones de judíos, también murieron más de 54 millones de no judíos, y cientos de millones de no judíos más perdieron todas sus libertades. Los victimarios de todos, judíos y no judíos, fueron los mismos antisemitas.

Pero no aprendemos porque se combinan aquí dos poderosos sesgos de contenido. Uno es genético: el sesgo de alarma. Y el otro es cultural: es el viejo prejuicio de que ‘los judíos’ son poderosa y misteriosamente malos, anclado en el cargo antiguo de haber matado a Dios—primer ‘libelo de sangre’ y centro pesado de la cultura cristiana—. Es nuestra superstición central. Por eso es tan difícil aprender. Por eso, como si no hubiéramos pagado un precio altísimo, en carne propia, la última vez que las ‘viralizamos,’ seguimos ‘reenviando’ las mentiras que causaron la Segunda Guerra Mundial. No es imposible que esto nos vuelva a costar—a todos—otro colapso de Occidente.

Como bien dijo Ludwig von Mises, otro genio de la ciencia social,

“Todo lo que sucede en el mundo social … es consecuencia de las ideas. Lo bueno y lo malo. Es menester luchar contra las malas ideas”.

pandemia social
Imagen: Marketing Directo.

Ahora bien, en este momento estamos, sin duda, en una pandemia social. Pues a través de conferencias de prensa, artículos, conversaciones, y redes, ya se alojaron en las mentes de (casi) todos, en todo el mundo, los siguientes memes:

1) Hay un nuevo coronavirus causando enfermedad tipo ‘influenza’.
2) Es muy contagioso.
3) Su letalidad es mucho más alta de lo normal.
4) Los Estados deben expandir a toda velocidad sus poderes de emergencia.
5) Los ciudadanos debemos obedecer y tolerar restricciones a nuestros derechos y libertades.

¿Tiene sentido? ¿O somos víctimas de una mentira alarmista?

Hay que hacerse la pregunta. Porque en 2009, en México, ya tuvimos una alarma parecida que paralizó al país y costó muchos millones: la ‘influenza porcina’ (H1N1). Se anunció ‘pandemia’ y en otros países, también, se tomaron medidas de emergencia, aunque menos costosas que las nuestras. Mientras duró la ‘emergencia’ circulaban cifras escalofriantes. Pero al asentarse el polvo, quedó claro que “la influenza porcina H1N1 no es peor que la influenza estacional”.  ¿Por qué entonces se tomaron estas medidas? Porque fueron promovidas desde la Organización Mundial de la Salud (OMS).

Se combinaron los sesgos de alarma y prestigio. Porque ‘pandemia’ da escalofríos. Y nada más pronunciar ‘Organización Mundial de la Salud’ produce pasmo. ¿Quién es uno para retar a la Organización Mundial de la Salud? Entonces, cuando dicha organización, con su autoridad y prestigio institucionales, declara una pandemia, los tomadores de decisiones, aunque quieran ser más cautelosos, quedan en una posición muy incómoda. Porque el experto en salud, se supone, es la OMS.

Pero si no estaba pasando nada, ¿por qué gritó la OMS ‘¡pandemia!’? La Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa, a principios de 2010, exigió una investigación, acusando, en la misma resolución, que,

“… para promover sus medicinas y vacunas patentadas contra la influenza, las compañías farmacéuticas influenciaron a los científicos y a los funcionarios responsables de la salud pública para que alarmaran a los gobiernos en todo el mundo y los hicieran destinar recursos preciados de salud a estrategias de vacuna ineficientes, y sin necesidad alguna expusieron a millones de personas sanas a un número desconocido de efectos secundarios de vacunas insuficientemente probadas”.

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Imagen: Infobae.

El reporte del Dr. Ulrich Keil, del Instituto de Epidemiología de la Universidad de Münster, y director del Centro de Colaboración de la propia OMS en la misma ciudad, emitió un reporte devastador (almacenado en el sitio web de la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa) sobre cómo la OMS había manejado “la supuesta pandemia de la influenza porcina”.

Esta historia no es la demostración de que la OMS nos esté diciendo mentiras hoy con su alarma sobre el COVID-19, que ya ha paralizado al mundo entero, y que costará una cifra inimaginable. Pero sí es la justificación para encender el escepticismo.

En todo caso, no inspira confianza que, hace unos días, Our World in Data, una publicación basada en la Universidad de Oxford, haya anunciado que en sus proyecciones sobre la pandemia ya no usará los datos de la Organización Mundial de la Salud porque están plagados de errores. Ni tampoco que, John P. Ioannidis, héroe mío y principal auditor de la calidad de los procesos científicos a nivel mundial, acuse que “la actual enfermedad de coronavirus, COVID-19, ha sido llamada la pandemia del siglo, pero quizá también sea el fiasco empírico del siglo”.

Ioannidis nos presenta con la siguiente pregunta:

“Se han adoptado medidas draconianas en muchos países. Si la pandemia se disipa—ya sea por sí sola o gracias a estas medidas—el distanciamiento social extremo de corto plazo y la cuarentena pueden aguantarse. Sin embargo, ¿por cuánto tiempo deben continuarse estas medidas si la pandemia se extiende sin freno por el mundo? ¿Cómo pueden saber los decisores si hacen más daño que bien?”

Según Ioannidis, “Los datos recolectados a la fecha sobre cuánta gente está infectada y cómo está evolucionando la epidemia son completamente desconfiables”.

social Ioannidis
Ioannidis.

Recordaré a mis lectores que nunca fuimos testigos de un esfuerzo oficial por comunicarnos una decisión razonada para responder al COVID-19. Es decir, nunca nos dijeron, en ningún país, “Miren, calculamos los costos de estas 3 distintas estrategias. Y como pueden ver en esta gráfica, cuyos supuestos están disponibles en el website X para la consulta del público, la menos costosa es detener todo—frenar en seco la economía mundial—”. Nadie lo justificó así. Sólo dijeron esto: “Hay gente que va a morir; ‘luego entonces,’ hay que parar todo”.

Me podrán decir: ‘Pero es que el COVID-19 mata a mucha gente’. Vamos a decir que sí. Aun así, y limitándonos nada más a las decesos, como si nada más eso importara, la pregunta que toca es ésta: ¿Y ustedes creen que frenar la economía mundial en seco no está matando, también, a muchísima gente? Con la cuarentena están aumentando el estrés y la ansiedad, y por lo tanto los suicidios (que ya venían subiendo). La pobreza impuesta aumentará la desesperanza, y con ello el reclutamiento a los grupos criminales, y por ende el homicidio. Otros morirán porque, sin empleo, ya no podrán comer bien ni comprar sus medicinas. Muchos caerán en el alcoholismo, que conduce a la muerte por diversas vías. Etc. Suponiendo que detener la economía mundial asesine más gente que el COVID-19, ¿aun así habría que hacerlo?

¡Para nada!, opinaron expertos de varios sectores, reunidos para Evento 201, simulación de pandemia realizada en el Johns Hopkins Center for Health Security en colaboración con el World Economic Forum y la Fundación Bill y Melinda Gates. En este ejercicio, sostenido, en asombrosa coincidencia, en octubre de 2019, a tan solo un mes de que iniciara nuestra presente pandemia, figuró como protagonista un coronavirus imaginario, aparecido primero en Sudamérica, con características de contagio y letalidad muy parecidas a las que se afirma tiene nuestro presente virus.

En la segunda sesión de la simulación, intitulada “Discusión Sobre Comercio y Viajes”, una presentadora abrió resumiendo los estragos de la cuarentena ficticia y concluyó:

“Estas disrupciones comienzan a tener consecuencias económicas profundas para la región sudamericana y pronto tendrán efectos en cascada globales. Estamos anticipando que pronto veremos disrupciones al comercio y al viaje quizá mucho mayores … [y según un economista,] una recesión global severa … mucho desempleo e inflación descontrolada, creando las condiciones para la inestabilidad nacional y cambios en el panorama político global”.

La pregunta para discutir era:

“¿Cómo deben los líderes nacionales, las empresas, y las organizaciones internacionales ponderar el riesgo de un empeoramiento en la enfermedad que traería un movimiento ininterrumpido de gente alrededor del mundo, contra los riesgos de consecuencias económicas profundas de las prohibiciones de viaje y comercio”.

pandemia social

El primero en comentar dijo que había que andarse con cuidado “para asegurar que no estemos causando una crisis humanitaria” con las restricciones, porque “eso puede producir más pánico, y en consecuencia todavía más difusión de la enfermedad”. El segundo observó que, en el caso de SARS, se habían implementado medidas para tener cuidado pero que había continuado el comercio y los viajes con Hong Kong, y eso había funcionado, y había que hacerlo también ahora mientras se pudiera. El moderador le contestó que, en este caso imaginario particular, “podemos estar seguros de que si continúan el comercio y los viajes continuará el contagio, pero la pregunta para nosotros es: ¿Quizá eso valga la pena, de cualquier manera? [O sea que] la gente se va a contagiar, pero hay que mantener los viajes y el comercio en el mundo a pesar de eso. Ésa es la pregunta”. El siguiente, un militar, dijo que el análisis debe hacerse sobre la pregunta: “¿Qué beneficio tienen estas intervenciones? ¿O tienen siquiera un beneficio?” Luego habló uno que dijo: “Creo que debemos evitar pensar sobre esto como una decisión binaria de si debe haber comercio y viajes o no”, porque puede haber medidas para proteger a la gente que viaja (sin impedirles los viajes). También se preguntó cómo podía protegerse a la gente clave que mantiene funcionando la infraestructura del comercio, en vez de parar el comercio. Le siguió una mujer que estuvo de acuerdo y que añadió que si se ponen demasiadas restricciones, la gente buscará cómo darles la vuelta, y ocultará información de sus enfermedades. Después habló un fulano que insistió en identificar todas las áreas cuya producción es crítica de asegurar para que el sistema económico funcione. Fue seguido de una mujer que abundó sobre los peligros para las economías que dependen del turismo. Los siguientes dos afirmaron también la importancia de mantener un nivel básico de producción y comercio para evitar un colapso del sistema. Etc. (Continuaron así un rato más).

Es obvio, por lo que vengo de resumir, que en este grupo de expertos nadie estaba urgido de detener todo. Por el contrario, había mucha preocupación de que esa ‘cura’ pudiera ser peor, y quizá mucho peor, que la enfermedad. Y estaban considerando un coronavirus imaginario, repito, con transmisibilidad y letalidad muy similares al nuestro. Pero no veo ninguna evidencia de que los gobernantes del planeta hayan calculado los costos de hacer una cosa contra la otra. Puedo ver que algunos resisten la idea de las restricciones y cuarentenas, cierto, pero son, en su expresión, tan frívolos como quienes recomiendan detenerlo todo. Nadie presenta un análisis de costos y beneficios. En dicho vacío de razón, lo que queda es el miedo, y el sesgo de alarma no es, aquí, muy buen consejero.

Tampoco el sesgo de prestigio. Si nos pasmamos simplemente ante las autoridades constituidas, y suponemos que, por sus exaltados cargos, saben lo que hacen, en vez de exigir que analicen costos y beneficios antes de torcer entero el sistema, quizá vayamos todos como leminos al precipicio—y muy seguros, gracias al sesgo conformista, de ver que tenemos tanta compañía—.

Nos espera, creo yo, un mundo muy distinto. ¿O qué? ¿Acaso no se han fijado que el mayor beneficiario de esta crisis, en todo el mundo, es el poder del gobierno?


Francisco Gil-White es catedrático del ITAM y autor del libro El Eugenismo: El Movimiento que Parió al Nazismo Alemán (de venta en Amazon).


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Ocupados, mejor que preocupados

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En el inicio de la parte más compleja de la pandemia, el uso eficiente del tiempo se hace una urgencia. Aprovechar las circunstancias para ponerle un límite a la ansiedad que provoca la incertidumbre, será uno de los retos que tendremos que enfrentar para salir de la mejor manera de esta crisis sanitaria.

No puedo insistir lo suficiente en lo importante que es quedarnos en casa y evitar contagiarnos y contagiar a otros en las siguientes dos o tres semanas; las autoridades han sido muy claras en lo que representan estas medidas de contingencia, pero debemos reiterar que de estar en resguardo depende qué tan rápido nos recuperaremos en lo social y en lo económico del COVID-19.

Ocuparnos entonces se vuelve fundamental, pero tampoco puede volverse una obsesión. Son circunstancias únicas y por eso debemos ir día a día aprendiendo cómo sacarles mejore provecho, en lo personal, lo familiar y en cada una de las actividades que podamos hacer desde casa, si es que es nuestro caso.

Aunque salir a la calle tampoco regresa la tranquilidad a nadie, al contrario, el miedo es otro virus que se contagia con rapidez y para quien no puede estar en casa por razones de sobrevivencia, estar afuera estresa igual o más que permanecer en casa.

pandemia social
Ilustración: Jasu Hu.

De ahí que el simple acto de hablar con la familia, con los amigos, con compañeros de trabajo o vecinos vía remota, sea poderoso y ayude a reducir discusiones, malos entendidos y hasta episodios de violencia que no podemos permitir o justificar.

Hace muy poco éramos una sociedad, en especial en las grandes ciudades, solidaria en momentos de catástrofe, que son distintos a los que vivimos hoy, pero desconectada y mal organizada para los problemas cotidianos.

Tuvo que aparecer un virus invisible para recordarnos que la solidaridad, entre otros rasgos humanos, comienza desde nuestra propia familia y de ahí se extiende a cada persona con la que entramos en contacto, que sus preocupaciones, metas y anhelos son muy parecidos o idénticos a los nuestros y que, juntos, es más sencillo alcanzarlos. No es optimismo de tanto confinamiento, se los aseguro, es una realidad humana que, cuando la hemos entendido, han ocurrido los episodios más notables de nuestra historia.

¿Será éste, el de la pandemia, uno de esos momentos más destacados de nuestro paso por el planeta? Espero que sí y haré lo que me corresponde para contribuir, desde fortalecer el tejido social de mi familia, amigos y colaboradores, hasta aportar a cualquier acción que ayude a alguien con necesidad.

Porque ahora que estamos separados nos hemos dado cuenta que estamos conectados de múltiples formas que le dan sustento a la economía, al medio ambiente, a la educación, la salud –sobre todo– y a cualquier actividad que hayamos desarrollado para integrar la sociedad que éramos.

salud mental en cuarentena.
Ilustración: Lisk Feng.

Si queremos que los problemas de inseguridad, desempleo, falta de oportunidades, entre otros, no regresen a ser nuestras principales preocupaciones, entonces aprovechemos la contingencia para reconectarnos, comprendernos, tolerarnos –que no es aguantar–, hablar, tratarnos con respeto, apoyarnos, sentirnos y escucharnos.

Y si no tenemos a nadie cerca o nos sentimos solos, marquemos de inmediato el 5511-8575-55, que es la Línea gratuita de Confianza e Impulso Ciudadano, para entrar en contacto con un especialista en cuidados emocionales y psicológicos.

En estas semanas, miles de personas nos han contactado para saber qué hacer con su día, manejar la incertidumbre, el miedo, el estrés y recibir atención profesional en caso de que la ansiedad los haya sobrepasado en tiempos que, sin duda, son únicos.

También por Twitter con el hastag #HayAyuda, que conecta de inmediato el teléfono celular con la Línea de Confianza y por WhatsApp al 552-323-0303.

Todas las crisis pueden sacar lo mejor y lo peor de nosotros dependiendo el momento, pero no hay duda que una crisis, bien aprovechada, puede transformar sociedades, naciones y, a veces, al mundo. Quedarnos en casa es un paso sencillo, pero poderoso, para comenzar a ser mejores, sin embargo, vienen los retos más complicados para volvernos una sociedad realmente igualitaria, sólida en todos los sentidos y que comparte en las buenas y en las malas. Preocuparse es normal y está bien, ocuparse es lo que hará la diferencia.


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Una crisis eterna y el fantasma de la Gran Depresión

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México atraviesa por una situación extremadamente complicada debido a la presencia de diversos factores internos y externos, que han significado una caída abrupta de la actividad económica. Es difícil hacer una evaluación precisa del impacto conjunto de este entorno sobre la economía mexicana, pero se puede anticipar una caída importante del PIB. En este sentido, vale la pena echar una mirada a las peores crisis que se han vivido en nuestro país para tener una idea del terreno en el que estamos incursionando.  

Hacia finales de la década de los veinte y principios de los treinta, la actividad económica mundial se desplomó como resultado de la crisis surgida en Estados Unidos, y que más adelante se conocería como la “Gran Depresión”. La caída del mercado bursátil en 1929 impactó al sistema bancario estadounidense, que ante una fuerte corrida de recursos, colapsó por problemas de liquidez. En los siguientes tres años que siguieron al famoso “jueves negro” el 24 de octubre de 1929, cuando la bolsa de Nueva York cayó 13.47%, las condiciones de la actividad económica mundial se deterioraron de manera significativa.

Al finalizar 1932, el comercio internacional se contrajo 66%, la producción mundial cayó 40 y se registró una deflación de 50%. En Estados Unidos, epicentro de la recesión, quebraron alrededor de 110,000 empresas en el periodo 1929-1932 y cerca de 14 millones de personas perdieron su empleo –30% de la población activa– y 30 millones en los países industrializados.

México no se pudo abstraer de esta tendencia de depresión a nivel mundial. En 1929 el PIB cayó 3.6%, en 1930 disminuyó 6.6% y después de un crecimiento de 3.5% en 1931, la economía mexicana se desmoronó 14.9% en 1932, la peor recesión económica registrada en nuestro país.

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Fotografía: Emaze.

A finales de la década de los setenta se presentó un periodo de expansión impulsado por el crecimiento de los países industrializados y el aumento de los precios del petróleo. En los ochenta, México entró en una etapa de aletargamiento; en el periodo 82-89 el crecimiento promedio del PIB fue de sólo 0.5%, por lo que a este lapso se le conoce como “la década perdida”. No fue hasta el periodo 90-94 cuando la economía mexicana recobra la senda del crecimiento, gracias a una serie de cambios estructurales de gran calado que se reflejaron, no sólo en una mayor actividad económica, sino también en el abatimiento de la inflación de niveles superiores a 150% en 1987 a 7% a finales de 1994.

No obstante, la devaluación del peso frente al dólar en diciembre de 1994 ocasionó una fuerte caída del PIB al cierre de 1995 (-6.3%). Este derrumbe fue de tal magnitud que significó un retroceso en el valor del producto de siete años.

En 2008 el mundo enfrentó nuevamente un escenario económico muy complicado, luego de la quiebra de Lehman Brothers en septiembre, lo que desató una crisis económica mundial que se incubó en el sector hipotecario estadounidense y se propagó por el mundo debido al default de bonos que fueron adquiridos en buena parte por bancos europeos. El incremento en la aversión al riesgo a nivel global y la fuerte contracción de la demanda global ocasionaron que el PIB en nuestro país cayera 5.3% en 2009.

Es importante destacar que existe una diferencia muy importante entre la crisis de 1995 y la de 2009. La primera tuvo un origen interno, toda vez que los diferentes acontecimientos políticos que se presentaron en ese año –surgimiento del EZLN, el asesinato de Colosio, etc.– mermaron la confianza de los agentes económicos, mientras que la de 2009 nos vino de afuera.

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Imagen: Vértigo.

Hoy tenemos quizá una crisis “nueva” que podría ser de proporciones mayúsculas, ya que cuenta precisamente con los dos catalizadores, el interno y el externo, lo que significa que estamos entrando en terreno desconocido.

En 2019, la economía mexicana registró una contracción de 0.1% derivada de una serie de medidas que el sector empresarial percibió atentaban contra el estado de derecho, lo que mermó la confianza, paralizó la inversión y condujo incluso a que la empresa S&P recortara la calificación de la deuda soberana de México.

A la desaceleración manifiesta de la actividad económica en México, se sumó en este 2020 la pandemia del coronavirus y la disrupción que causó de las cadenas de suministro a nivel mundial, lo que paralizó la actividad productiva ante la falta de insumos, y la contracción del consumo debido a las medidas de aislamiento que se han tenido que adoptar en todo el mundo.

México enfrenta dos circunstancias que hacen aún más sombrío el escenario económico en este 2020. La caída en los precios del crudo debido a la guerra petrolera entre Arabia Saudita y Rusia, y el recorte a la calificación de la deuda soberana de México y Pemex por parte de las principales agencias calificadoras. Si se llegara a materializar la pérdida del grado de inversión, las consecuencias sobre el peso, la inflación y, en general sobre la economía, serían terribles.

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Imagen: RT.

Ante la atroz coincidencia de malas noticias, la pregunta que todos se hacen es de qué tamaño será la recesión en este 2020. Me temo que la respuesta será muy desagradable toda vez que el escenario descrito se ve aderezado por la falta de un plan económico gubernamental que permita hacer frente a una crisis que se percibe aterradora.

El 26 de marzo la correduría JPMorgan fue la primera institución en prever un severo desplome de la economía mexicana en este 2020 (-7%). De acuerdo con JP, el distanciamiento social, paros en sectores económicos claves y un golpe a los sistemas de salud, sugieren que los riesgos a la baja permanecen.

En días recientes, Santander dio a conocer su estimado para este año, previendo una caída de 6.4%, mientras que Bank of America proyecta que la economía se hunda 8.0%. Es previsible que el resto de los analistas ajusten a la baja sus proyecciones hacia una caída superior a 6% en la medida que se den a conocer los datos de actividad económica del segundo trimestre.

El efecto conjunto sobre la economía mexicana de la falta de inversión, el colapso del consumo y las cadenas de producción, el desplome de los precios del petróleo y la mayor aversión al riesgo por el recorte a la calificación de la deuda soberana, sugieren que la contracción del PIB de México en este 2020 será de 6.7%, la más funesta desde la Gran Depresión.


Manuel Guzmán M. es Vicepresidente de Negocios Estratégicos de Samurái Capital. manuel@samurai.science. Agradezco la valiosa colaboración de Lucero Jiménez de la Universidad de la Américas Puebla. La opinión aquí expresada es responsabilidad del autor.


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¿Cómo les va de confinamiento? (2ª Parte)

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Como mencionaba en la entrega anterior, los grandes asesinos de la humanidad, los que ocupan el primer y segundo lugar, han sido –y parece que están en la posibilidad de seguirlo siendo– los virus y las bacterias. El tercer lugar, somos nosotros, los propios seres humanos que atacamos a la especie y su supervivencia de muchas maneras. Las creencias, los dogmas y la separación de los grupos hacen que todos busquemos etiquetas que nos identifican con unos y nos separan de los otros de manera que se justifica no buscar el bien común. Funcionamos como un cuerpo en el que el estómago ataca al cerebro porque no cree lo mismo que él, o en el que el hígado desconoce al páncreas porque no se somete a sus exigencias. Cuando eso pasa en el organismo de una persona, el desequilibrio representa enfermedad. Lo correcto y lo deseable sería que se mantuviera un equilibrio que permitiera a cada uno de los órganos, tejidos y células desarrollar su función sin contratiempos en un perfecto mecanismo anatómico y fisiológico.

Si pensamos en Gaia (Planeta Tierra) como un organismo vivo, podemos analizar cómo es que llegamos hoy a esta crisis que nos mantiene en aislamiento físico. Además podemos valorar el hecho de que este confinamiento puede volverse un área de oportunidad. Tú te preguntarás, ¿de qué manera? ¿De plano este hombre ha perdido la chaveta? Pues no, es justo en estos momentos que nos ponen en situaciones límite que lo mejor y/o lo peor de nosotros como individuos y como seres sociales, sale a la luz, es decir, en estos tragos amargos es cuando la gente saca el cobre a relucir.

enfermo de peste
Ilustración: Michael Kvium.

Vamos a ver, lo primero que parece necesario es que no se debe perder de vista que la actitud y presencia de ánimo con la que enfrentemos la circunstancia del COVID-19 es una elección. ¿Te sorprende? De verdad espero que no, sin embargo, revisemos el punto. Nosotros podemos amargarnos, azotarnos contra las paredes, llenarnos de ansiedad y angustia o arrojarnos al fondo de un barril en franca depresión y abandono, o también podemos no hacerlo. Al no hacerlo estamos tomando una decisión de poner mi mejor cara ante los hechos y disfrutar el aquí y el ahora, valorando las bendiciones que tenemos y aprovechándolas. Instalarse en la nostalgia o futurear son patrones de pensamiento que tenemos establecidos desde una omnipotencia antropocéntrica que nos hace sentirnos, como diría José Alfredo Jiménez, “el rey de todo el mundo.” Pues ya está visto que no es así.

Un virus, es decir, un elemento de la naturaleza que ni siquiera se considera un ser vivo porque está formado solamente de proteína, lípido y RNA, puede poner todo nuestro autoconcedido poder contra la pared. Entonces, la situación actual nos permite, con inteligencia y sensibilidad, evaluar la realidad de lo que ser un humano representa. Nosotros, los seres humanos somos sólo una parte más de un ecosistema superior al que hemos atacado y que pareciera que, con un mecanismo de autorregulación que no alcanzamos a comprender, hace limpia de la plaga más destructiva de la homeóstasis del planeta. Sobrevivir hoy debe ser un compromiso de la humanidad con todos los reinos establecidos en la biología (animal, mineral y vegetal), el cielo y la tierra como parte de una misma máquina que, si no cuidamos y aceitamos correctamente, tenderá a su propia destrucción.

Una de las maravillas de la lógica y capacidad de raciocinio de nuestra especie son el pensamiento y la memoria. En el uso de estos dos elementos tenemos la capacidad de generar aprendizaje para la supervivencia de la especie. Vamos a hacer un poco de historia:

peste
“Peste”, Meio Norte.

Seguramente alguna vez un médico hechicero cro-magnon tuvo que enfrentar alguna epidemia que afectaba al clan. Las aguas del río del que tomaban el agua para la subsistencia de la tribu estaba infestada de alguna bacteria por la descomposición de algún ser vivo en la parte alta del afluente. Los enfermos se contagiaban y caían postrados, algunos más graves que otros, a veces no contraían la enfermedad, mientras que otros podían tener un desenlace fatal. El reto era comprender cómo es que todos enfermaban y qué hacer para sanarlos. Danzas, pócimas, cantos y tiempo eran la única posible solución. El conocimiento empírico de la herbolaria que probablemente pudiera contribuir a mitigar los cuadros graves. Una vacuna, impensable, el sistema inmune de cada uno de los miembros del grupo debía responder y conseguir la respuesta del organismo o perecer.

Así, la historia debe haberse repetido en incontables ocasiones y en ese sinnúmero de casos se fue generando conocimiento que permitía, con base en la experiencia previa y al saber compartido de generación en generación, preservar la vida.

A partir de ahí, diferentes pestes (bubónica, negra, la propia peste como tal, cólera) causaron pandemias sucesivas de las que existen registros desde el siglo III d.C., que en mayor o menor medida ilustran las distintas situaciones que estas expresiones implicaron para la especie humana. La descripción que se hace en el libro de Samuel sobre la patología que se manifestó entonces, corresponde por sus características a una peste y, por referencias aisladas, se puede inferir que tuvo un gran alcance en su propagación. En el siglo VII d.C. se realiza la anotación de la información que permite tener conocimiento de la primera pandemia de nuestra historia. Nuevamente una peste que, al combinarse con viruela, resultó terriblemente letal. Posteriormente, entre los años 1347 al 1353, la muerte negra asoló a Europa. Proveniente de China se propagó por Groenlandia, Arabia y Egipto, es decir, territorios muy importante en el mundo “hasta entonces conocido”.  

amor y peste
“Love Sick”, Caithlyn Dorian.

Contado así, como una historia remota, resulta un tema interesante que podría dar material para muchas películas de época, sin embargo, hoy, la humanidad se enfrenta al equivalente de aquellas epidemias. El mejor aprendizaje de entonces es que aquí seguimos, no nos extinguimos sino que hemos desarrollado un conocimiento sistematizado para el cuidado de la salud y la preservación de la especie. Así será también en esta ocasión en la que el principal reto es cuidar a los más débiles para que seamos muchos más los que logremos atravesar este trance con vida. No hay precaución excesiva, no hay prudencia innecesaria, controlar la velocidad de transmisión es fundamental. Estamos todavía en fase 2 y la inevitable fase 3 se encuentra sólo a unas semanas. Mantener el ánimo arriba, la esperanza y la fe debe se parte de las rutinas de cuidado personal para no contagiarnos ni del coronavirus ni de la depresión o el mal agüero de los apocalípticos, los políticos, los ideólogos, que aprovechan la lamentable, terrible circunstancia para llevar agua a su molino.

Éste no es el momento, lo de hoy, lo trendy, lo más vanguardista es comprender que la fuerza de la humanidad está puesta en la unión de sus integrantes para la conservación de la especie. Entonces, en lugar de restar, de estar de “malvibrosos”, abracemos en el corazón a todos los que queremos y también a los que no. La sobrevivencia de unos depende de la de los otros. Solos, individualmente, no logramos tanto como todos unidos en la manada.


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Espiritualidad en tiempos de pandemia

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En estos momentos la vida nos reta con un acontecimiento extraordinario, seguramente el más fuerte que nos ha tocado vivir a esta generación y, para muchos, el más difícil de su existencia. Ninguna certeza de raza, cultura, posición económica, afiliación política, educación, género, religión, edad, ni alguna otra que se nos pueda ocurrir nos asegura quedar exentos de las consecuencias en salud y/o económicas que la pandemia trae consigo. Como tampoco, las explicaciones, los escenarios, ni las estadísticas más apocalípticas son oráculos dramáticos de nuestro destino personal ni comunitario.

En efecto, estamos sometidos a una experiencia que ha roto nuestro orden, nuestra rutina, nuestra manera de resolver las tareas cotidianas; sin embargo, esta situación también es la oportunidad para descubrir que no son las únicas y que podemos encontrar nuevas formas para solventar la existencia mientras pasa la emergencia.

La pandemia es una realidad que no elegimos, pero sí podemos decidir cómo enfrentarla para hacer de este acontecimiento un camino para fortalecernos y humanizarnos. Para ello necesitamos coordinar la fuerza espiritual presente en nuestra persona, aunada a los pensamientos correctos para reconocer los recursos internos con los cuales ya contamos, examinar las posibilidades que nos ofrece el entorno y establecer las estrategias pertinentes para lograr nuestro objetivo. Aquí están algunas recomendaciones.

cuarentena espirirtual
Ilustración: Jonathan Bartlett
Aceptar la realidad

Independientemente de lo dramática o adversa que pueda ser una situación, es la que es, reconocerla y aceptarla permite lidiar con ella sin disminuir ni exagerar el suceso. Para considerar los auténticos límites es necesario acudir a fuentes fidedignas y adaptar la conducta de acuerdo a la exigencia del momento.

Verbalizar

Expresar las emociones y sentimientos presentes especialmente con personas que ayuden a contener las sensaciones. En este sentido, si no se conoce alguien en particular que pueda proporcionar este apoyo, hay una serie de líneas telefónicas de ayuda disponibles, algunas con horarios limitados y otras 24/7. Es conveniente averiguar los números telefónicos y tenerlos a la mano para acceder fácilmente a ellos en caso necesario.

Evitar la sobre exposición

Si bien es necesario estar enterado, la exposición constante principalmente a situaciones extremas fuera de la región, puede incrementar la preocupación, el miedo y la angustia, sobre todo en personas vulnerables. En este momento sólo es indispensable saber qué corresponde hacer dependiendo de la actividad y las condiciones personales; el resto de la información se puede evitar con el fin de conservar la calma y un estado de ánimo favorable.

salud espiritual
Ilustración: Léna Fradier.
Administrar

Administrar el tiempo, los espacios y las actividades durante la cuarentena es vital para establecer una rutina que nos dé orden, armonía y tranquilidad. Si se vive solo es importante establecer comunicación remota con familiares y amigos. Si se vive en familia o con otras personas también es primordial acordar tiempo privado para cada uno de los miembros y que éste sea respetado por todos.

Confiar

Confiar en dos cosas principales: primero, que esta situación va a pasar, tarde o temprano, acabará; segundo, que dentro de todas las personas ya están las habilidades necesarias para enfrentar cualquier situación que se presente, las cuales sólo esperan la oportunidad para salir y mostrarse.

Paciencia

Una de las cualidades más importantes a desarrollar durante este tiempo es la paciencia. Aún no sabemos a ciencia cierta cuánto tiempo va a llevar la emergencia, así que es importante aprender a conservar las energías y el ánimo para aguantar el tiempo que sea necesario.

espiritualidad
Ilustración: Artigan Creation.
Cuidar

Cuidar tanto nuestra salud física, mental y espiritual como la de los demás. Conviene reconocer que podemos ser portadores del virus aun cuando no presentemos síntomas. Por tal motivo, si necesitamos salir de nuestras casas, mantengamos las medidas pertinentes para evitar contagiar a otros. También evitemos reenviar información que puede inquietar a otros independientemente que a uno le guste.

Apoyarnos de la propia creencia religiosa o espiritual

Independientemente de la religión o filosofía que se tenga, todas ellas proporcionan a sus seguidores prácticas específicas para aplicar en momentos de crisis. Acudamos a ellas con una visión reflexiva e incluyente, que vea por nosotros mismos y también por los demás.

Comprensión comunitaria

Ésta es una emergencia que nos afecta a todos y que requiere de todos salir de ella de la mejor forma posible. Nos faltan aún muchas semanas por delante, prepararnos para la peor parte y unirnos para salir de la eventualidad. Hagamos un solo frente, independientemente de nuestras diferencias, y agradezcamos a quienes arriesgan su vida por mantener nuestra salud y bienestar.

Para terminar, aceptemos que esta emergencia pone en crisis dos características de este tiempo: la inmediatez y la individualidad. Seguramente, con el tiempo reconoceremos que la espera genera esperanza, que sin los demás no somos nada porque todos necesitamos de todos, y que la paz es una condición interna que se construye en, por y a pesar de la adversidad.


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¿Qué sigue?

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Cada día es nuevo, aquí recluidos, unos más que otros, pero todos de alguna forma nos hemos aislado y cuidado de la mejor manera que esté dentro de nuestra capacidad física, emocional o económica.

Cada día tenemos sentimientos nuevos, diferentes y encontrados, algunos días con ganas de emprender algo nuevo, otros sin ganas de levantarnos; todos estamos leyendo muchas cosas, no todas ciertas, no todas positivas, tenemos un mar de recomendaciones, de cómo combatir esta pandemia, de cómo debemos cuidarnos, o aislarnos, de qué usar o qué no hacer, pero desafortunadamente muy poca información de cómo debemos cuidarnos emocionalmente, de cómo lidiar con la ansiedad, el miedo, la soledad y el aislamiento.

sin libertad
Ilustración: Chavo Roldán.

Cada vez nos cuesta más trabajo conciliar el sueño, a veces acudimos a la meditación, los que saben y pueden, otras a remedios caseros y si no a medicinas. El nivel de incertidumbre es altísimo, algunos por temas de trabajo, otros por miedo a contagiarnos de esta enfermedad o que alguno de nuestros seres queridos se infecte, todos al apagar la luz al acostarnos, en la obscuridad, tenemos que lidiar con esto de la mejor forma posible para poder dormir y después amanecer con la esperanza de un día nuevo, de tiempos mejores.

Todos quisiéramos despertarnos y que esto ya hubiera pasado, que pudiéramos recuperar nuestra libertad, nuestro ritmo de trabajo, el poder de nuevo abrazar a nuestra pareja, a nuestros hijos, nuestros nietos, a hermanos y amigos, somos un pueblo que estamos acostumbrados y nos gusta abrazarnos, disfrutamos tener contacto con nuestros seres queridos, sentarnos en una mesa y mirándonos a los ojos, hablarnos, tocarnos, ayudarnos y saber de nuestras vidas.

Esta pandemia deberá servirnos a todos, realmente me refiero a todos, sin importar raza, origen, color, nacionalidad, preferencia política o religiosa, sexo o educación, para valorar lo importante que es la vida y lo vulnerable que somos, lo poco coordinados que estamos y, sobre todo, de la alta dependencia que tenemos en nuestras autoridades para que las cosas salgan bien, de la poca intervención de nosotros como sociedad organizada para ayudarnos y apoyarnos.

libertad y cuarentena
Ilustración: Edo.

¿Qué sigue…? recuperar todo esto, sin duda valoraremos mucho más lo que significa la salud, la libertad, el trabajo, el amor y la amistad; tomaremos conciencia de lo mucho que tenemos que hacer para protegernos, para buscar el bien de todos. Exigirnos como individuos y a nuestros gobernantes el establecimiento de medidas, protocolos y procedimientos para tener la capacidad de salir adelante, no tan sólo de cómo prever un evento futuro, o de cómo actuar más rápido y de manera más eficiente, sino qué necesitamos para restablecer nuestras vidas de una manera digna y satisfactoria.

Tenemos que asegurarnos qué les dejaremos a los que nos siguen un mejor modelo, un mejor sistema de vivir, de compartir, de trabajar y, principalmente, la conciencia de lo frágiles que somos y lo mucho que tenemos que hacer nosotros mismos.

Lograr el bien común debe ser nuestra prioridad no sólo desde un punto de vista moral, ético o religioso, sino también debe quedarnos claro que es fundamental para sobrevivir.


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Covid-19: Una verdadera Cuaresma

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#Covid19 #Cuaresma

Recuerdo, cuando era niño, que al llegar la Cuaresma mi abuelita me decía que eran tiempos de guardar. También recuerdo que mi mamá ponía varios papelitos en un recipiente, papelitos que los cuatro hijos sacábamos y que cada uno de ellos tenía actividades específicas que normalmente no haríamos, pero que por ser Cuaresma la realizábamos ofreciéndole a Dios nuestro “trabajo”.

En la religión católica la Cuaresma son aquellos 46 días que recuerdan a los 40 días que ayunó Jesucristo en el desierto. Esos días inician el miércoles de ceniza y terminan en la víspera del domingo de resurrección. Durante ese período algunos hacen ayunos, otros penitencias, otros no comen carne los viernes, pero en general, el católico practicante debiera hacer algunos sacrificios y guardarse. No necesariamente la frase se refiere a que se esté literalmente guardado en algún lugar, sino que son tiempos de austeridad, de gastar menos, de ser más humildes y de recordar los últimos días del Cristo que moriría en la cruz y salvaría a los hombres, abriendo las puertas del cielo. El pasado 26 de febrero fue el miércoles de ceniza, marcando el inicio de la Cuaresma de este año. Casi el mismo día empezamos con el coronavirus en el país, cuando se dio a conocer el primer caso de un hombre contagiado que venía de Italia.

Debo decir que, aunque fui criado como un católico, tengo ya muchos años de no ser practicante. No soy, por así decirlo, un fan de las iglesias (de ninguna); sin embargo, hay muchas cosas que me gustan de las religiones y, particularmente que en la Cuaresma católica se invite a que participemos de una época de recato, sacrificio y veamos por los demás, siempre se me ha hecho algo muy plausible. Lo que me llama la atención es cómo ha coincidido el período de la Cuaresma con la crisis de COVID-19, que nos ha hecho –más por fuerza que por ganas– comportarnos como lo dictaría la Cuaresma católica. Nos hemos guardado, estamos haciendo sacrificios importantes todos los días y hemos visto actos de solidaridad y de pensar en los demás en una sociedad que, incluso adelantándose a su gobierno, ha tenido a bien, hasta el día de hoy, contenerse y cuidarse.

Sin duda los caminos de Dios son perfectos y esto que está pasando debe darnos muchas lecciones de vida. En México, un país eminentemente católico, ni los más ortodoxos pensaban en la Semana Santa como una época de guardar; por el contrario, la gente salía a disfrutar de las playas, los balnearios y los más acaudalados viajaban al extranjero para descansar con la familia y con los amigos. Qué bueno que se tengan esos momentos de vacaciones y yo espero que esa posibilidad de salir se normalice en los próximos meses; sin embargo, no podemos ni debemos olvidar lo que ahora nos ha pasado y valorarlo. Esta Cuaresma obligada nos invita a ser más generosos, más compasivos, más solidarios y reflexivos. Ya lo dije en mi artículo anterior, pero debo insistir en que este sacrificio debe darnos nuevos bríos para ver las cosas importantes de la vida y no perdernos en lo superfluo y mundano.

Entender que lo que se disfrutaba hace algunas semanas y que hoy no tenemos de forma absoluta, es la libertad. Esa libertad absoluta que ahora se ve limitada no la teníamos identificada, la dábamos por un hecho y ni siquiera le dábamos importancia. Ahora, en nuestras casas, la extrañamos.

La Cuaresma nos recuerda que hay que ponernos límites, que hay que hacer sacrificios y, sobre todo, que hay que pensar en los demás. No le hemos prestado la debida atención, aunque cada año se celebre. Tuvo que venir una pandemia para que viviéramos la Cuaresma. Ojalá nunca se nos olvide y seamos seres humanos más sensibles y humildes.

Realmente, si entendemos el fondo de lo que significa la frase “tiempos de guardar” sin fanatismos, pero sí con conciencia, saldremos de esta pandemia mucho más fortalecidos como sociedad y cada uno en lo individual. La crisis económica que seguramente se derivará después de la crisis médica, irremediablemente nos hará ser más austeros y conscientes en nuestros gastos. Si estamos preparados en términos espirituales de que se puede vivir más simple, estaremos bien; si nos quedamos pensando en lo que perdimos, en que ya no podemos gastar en A o B y nos lamentamos, no habremos aprendido nada de esta Cuaresma obligada y nos sentiremos mal.

Que el COVID-19 nos deje muchas enseñanzas y que la Cuaresma nos las recuerde cada año.


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Qué insignificantes somos, ricos, pobres, da lo mismo

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Estos días que he tenido la necesidad de permanecer en casa por la contingencia del coronavirus, me he puesto a tratar de entender la sabiduría de nuestro planeta. Me explico, durante muchos años hemos destrozado bosques, contaminado ríos, mares, nuestro propio aire que nos permite seguir vivos. Ha crecido el hoyo en la capa de ozono y vemos cómo los glaciares se derriten año con año, causando daños irreparables. Vimos en documentales y redes sociales cuando se comentó la contaminación tan impresionante que tenía China por emisiones de fábricas, malas gasolinas, etc., y luego qué pasó, ¿dónde es que brota este virus?, precisamente en ese país. Lógicamente con el comercio que existe del mundo con China, era prácticamente imposible que no hubiera propagación del mismo a todo el orbe.

Hoy vemos con infinita tristeza la cantidad de decesos que hay, los infectados y los portadores que realmente no sabemos cuántos habrá. Los HÉROES que exponen sus vidas, me refiero a esos guerreros incansables, los médicos, enfermeras, afanadores, personal de asistencia, camilleros, paramédicos, y todos los involucrados que están, como se dice coloquialmente, “al pie del cañón”. Mis respetos y admiraciones para todos ellos, habrá tiempo para que la sociedad entera les brinde su merecido reconocimiento, habrá que hacerlo.

heroes, doctores en pandemia
Imagen: La Vanguardia.

Lo preocupante, creo yo, es que no se ve o se tiene certeza de cuánto tiempo tendrá que pasar para que se normalice la situación y cómo nos pegará en el aspecto económico a todos los países, algunos de ellos parados sin producción, más que lo básico. Me temo que no podrán hacerle frente a la crisis económica que enfrentaremos, tendrá que venir una ayuda de las organizaciones, llámese el Banco Mundial, la Organización de las Naciones Unidas, etc. Algo se tendrá que hacer y llevar a cabo, con tal de que la contingencia sanitaria no pegue de forma drástica en una crisis económica.

Por desgracia veo que la falta de profesionalismo, experiencia y capacidad de nuestros dirigentes nos hará más dura la vida. No sabemos cuántos negocios cerrarán sus puertas, cuánta gente quedará desempleada y, por desgracia, desde mi humilde óptica, tendrán excusas para justificar el hecho, ya que como ha pasado en todo el mundo, nadie podrá reclamarle a nadie si estuvo bien o a destiempo las acciones que se tomaron, pues no podía sostenerse el famoso “abrácense, no pasa nada”, “con estampitas y escapularios somos inmunes”. “En México sólo pueden contagiarse los fifís, los pobres no”; “es un virus fifí”, ¿de verdad?, qué poca materia gris de quienes lo comunicaron y expusieron en los medios de comunicación, haciendo el peor de los ridículos y demostrando lo que son, unos analfabetas completos.

Qué pena por nuestro México, ¿hasta dónde caeremos?, nadie lo sabe, pero el golpe será muy duro y la recuperación mayor y dolorosa, ya que es bien conocido por muchísima gente el tipo de incongruencias y disparates que constantemente expresa nuestro presidente; en la mayoría de los medios se comenta esto. Ya lo decía una cronista española, México pudiendo ser la cabeza de Hispanoamérica, dejará pasar la oportunidad probablemente a un Brasil, pues Argentina, por desgracia, está peor que nosotros y no hay nadie más quien pudiera ocupar ese papel líder.

pandemia insignificante
Ilustración: Paul Blow.

Dicen con sobrada razón que las catástrofes traerán mejoras y oportunidades, de hecho, ya lo estamos viviendo, ¿de qué nos sirve tener un coche lujoso, llamativo, si está guardado o parado en el garaje?; o, ¿de qué sirve tener la ropa de marca más cara, si en casa estamos con lo más cómodo posible? Y probablemente no sea de marca, ¿valen las joyas, relojes, accesorios, etc., si no podemos usarlos?

La vida es sabia y nos tiene que pegar de esta forma para crear conciencia, darnos cuenta de que al final del tiempo, lo más importante es la “familia”, nuestra casa, nuestros seres queridos, y que ciertamente en esta cuarentena ha sido difícil el acoplamiento –claro, no es lo mismo verse por la mañana, a la hora de la comida y después de la cena, a estar todo el día juntos–. Te das cuenta de las cosas que han cambiado desde que decidiste formar una familia y que con la vida diaria el trabajo, la actividad, dejamos pasar lo más hermoso, ¡vivir!, pero vivir plenamente, disfrutar cada día como si fuera el primero, o el último, según nos parezca.

Si bien es cierto que lo más difícil está por venir con la pandemia, sólo nos queda cuidarnos, crear conciencia, salir lo indispensable y seguir las recomendaciones, no saludar de mano, beso, abrazo, pero lo más importante, es lavarse las manos de forma constante y adecuadamente. Con estas simples acciones podremos voltear la cara en el futuro y darnos cuenta de lo pequeños que somos, que nuestro planeta (nuestra casa) está prestado y que lo debemos de cuidar, ya que es lo único que tenemos y que le heredaremos a nuestros, hijos, nietos, etc. Creo firmemente que todos deseamos un mundo mejor para ellos y estamos aún a tiempo para hacerlo, de enmendar errores, reconocer que por tratar de sobresalir, de ser más poderosos que otros, hemos caído en una carrera contra reloj, pero que perjudicará a la humanidad entera.

covid
Imagen: El Economista.

¿De qué sirve ser el país más poderoso del mundo, si un simple virus puede matar a todos sus pobladores?, ¿es acaso eso importante al final del tiempo?, desde luego que no, de nada sirve y está demostrado que lo peor que le pudo pasar a este planeta, es el ser humano que sólo busca el poder, la riqueza, a costa de lo que sea, con tal de ser temido. Pero ¿qué diferente es ser esto último, a ser admirado? Lo más importante es que para el virus no hay barreras, ni de razas, idiomas, riquezas, inclinaciones, nada, pega igual; aunque tengamos todo el dinero del mundo, si no contamos con salud, ésa no se puede comprar por desgracia.

Vemos culturas que han padecido guerras casi hasta el exterminio y, sin embargo, ahora son de las primeras potencias económicas, ¡qué gran ejemplo! Y aunque en otros tiempos ya han existido plagas y pestes, NUNCA se había visto como este virus, y lo peor, que se desconoce lo que en el futuro pudiera dejarnos. Es decir, ¿qué herencias, malestares, secuelas, podrán afectar a las futuras generaciones? No todo es económico, pero ciertamente el daño que ocasionará es de proporciones extraordinarias, dado que realmente no se sabe cuándo terminará la cuarentena y, lo más peligroso, que si en Wuhan, donde nació el virus, volviera a tener otro brote, ¿qué mutaciones presentaría?, ¿estamos preparados, de nueva cuenta, para enfrentarlo?

Espero que todo quede en una simple suposición. Por lo pronto, lo único que podemos hacer es cuidarnos, seguir las indicaciones de los expertos y esperar que vengan tiempos mejores; ojalá tomemos conciencia de lo pequeño y frágiles que somos; seamos ricos, de clase media, condición humilde, no importa, para el virus –cualquiera que éste sea– no existen las clases sociales, le pese a quien le pese, ¿o no?

Nos seguimos leyendo si gustan.


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