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La conciencia basal y la carencia de yo

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Hemos venido revisando que varios filósofos y científicos actuales definen un estado mínimo o básico de conciencia, un sentir que no es conceptual, ni representacional, ni dual, porque no es acerca de algo. Es decir: al no tener un contenido determinado, esta forma de conciencia no sería dual porque no aparece alguien o algo que posea o experimente un objeto en la mente, como se tiene y se representa un dolor en el momento en que la persona se percata de sentirlo, lo valora o lo refiere.

En un artículo de 2020 los psicólogos neoyorkinos Zoran Josipovic y Vladimir Miskovic plantean y revisan que las formas de conciencia o experiencia fenoménica mínima han sido descritas en antiguas tradiciones de Asia y estos antecedentes les sirven para analizar sus características. Por ejemplo, en la tradición oriental la palabra samadhi identifica un estado de absorción completa en el cual el objeto que se presenta en la mente queda desprovisto de todo concepto y se capta directamente, es decir, sin estar acompañado de palabras que lo designan o califican, ni tampoco de imágenes o recuerdos asociados o derivados: el objeto ocupa la experiencia sin aditamentos y la mente se encuentra en silencio conceptual y embebida en su objeto. Ahora bien, en la misma tradición se distingue esta experiencia de otra denominada conciencia pura, en la cual se afirma que el sujeto está consciente pero su mente no tiene contenidos. En esta situación la conciencia está activa, pero no contiene representaciones, es un estado de autoconciencia inmediata, de autopresencia inmanente. Josipovic y Miskovic afirman que este tipo de experiencia ocurre normalmente en las transiciones del sueño a la vigilia cuando por momentos el sujeto no tiene nada en mente ni se percata de su identidad, del espacio o tiempo. Refieren también relatos de ensoñaciones sin contenido en las que el sujeto relata un sueño en blanco. Además, argumentan que suelen suceder experiencias de este tipo al salir de la anestesia, en la deprivación sensorial, la experiencia psicodélica o durante la meditación y prácticas afines.

ausencia de un yo
Imagen alusiva a la ausencia de un yo en estados de autoconciencia basal en los que se esfuma la dualidad entre un sujeto que experimenta un estado mental y los contenidos de ese estado (imagen tomada de Psiquentelequia).

Si bien los estados de conciencia mínima se describen como ausencia de contenido, la conciencia no desaparece como en las fases del sueño profundo que cursan sin ensoñaciones. Uno de los problemas para definir con mayor precisión este estado se refiere al nivel de activación fisiológica, denominado arousal en inglés y que usualmente se especifica con una metáfora de profundidad. Así como la luz disminuye con su penetración en el mar, habría niveles de alertamiento y activación funcional que van desde la oscuridad del coma o en el sueño profundo, pasan por estratos fluctuantes en la vigilia, abarcan niveles más avanzados y diferenciados en la autoconciencia o conciencia de sí y llegan a estados de hiperalerta o conciencia ampliada en el éxtasis. Pues bien, sucede que en este continuo o eje vertical de creciente brillo no es posible ubicar los estados aludidos, porque la noción misma implica que una conciencia mínima sería poco más que un estado de coma y esto dista de ser el sentido que se pretende significar con esta expresión, a diferencia del uso de la misma en la neurología y que se refiere a un nivel mínimo de conciencia, cercano al coma. Como el estado de autoconciencia mínima al que me refiero ahora no corresponde a un determinado nivel de alerta o de arousal, se impone una distinción: el nivel de vigilancia y de responsividad del organismo es una cosa y la conciencia misma es otra. A veces se usa la metáfora del espejo para expresar que la conciencia refleja sin elaborar o conceptuar, decidir o valorar independientemente del nivel de vigilancia o alerta. De esta manera, el eje de activación no es una variable útil para comprender los estados de conciencia o autoconciencia mínima y en este punto pueden dar información relevante los relatos y los análisis de estados meditativos.

Curva de activacion
Curva de activación en forma de U invertida en referencia a la ejecución de tareas. Un bajo o alto nivel de activación (grado de arousal) no se relacionan con la mejor ejecución, hay un nivel óptimo. Esta curva se relaciona con la atención, pero la capacidad de conciencia, en particular la conciencia basal o mínima, no se puede ubicar con estas variables (imagen tomada de Perros de búsqueda).

Diferentes técnicas de meditación hacen posible la producción y la experiencia consciente de estados de conciencia absorta y sin contenidos que podemos denominar conciencia basal para distinguirlos del estado semicomatoso que tiene en la neurología. En efecto, en tradiciones tanto orientales como occidentales se describen con términos paradójicos ciertos estados que resultan de las prácticas contemplativas de atención plena y sostenida. El sujeto inicia su práctica con la instrucción de permanecer consciente de sus contenidos mentales, por ejemplo, de las sensaciones de su respiración o de una frase o mantra que repite mentalmente. En esto hay un dualismo implícito entre un observador y una observación porque un yo agente y activo se mantiene atento a lo que ocurre en la mente. Con la práctica se fortalece la capacidad de observación y la autoconciencia va tomando mayor dimensión. Eventualmente y en ciertos momentos la autoconciencia queda desprovista de contenidos, un estado en el que desaparece un yo observador o poseedor de sus objetos mentales. En las tradiciones orientales de meditación se denomina sunyata (vacío, ausencia del yo, selflessness) a este estado refinado de conciencia que no se limita a un silencio interno de voces, pensamientos o imágenes, sino a una transformación del aparato mental que pasa de operar como una dualidad sujeto-objeto a una conciencia basal y no dual.

enso vacio conciencia
En la caligrafía del budismo Zen se representa el concepto de sunyata o gran vacío con el símbolo circular llamado enso. El concepto implica que las cosas del mundo y los objetos que las representan en la mente carecen de una identidad permanente porque todo está interconectado y en flujo constante. Esto incluye al yo o self (imagen tomada de New World Dencyclopedia).

En el lapso en el que el sujeto vive un estado de autoconciencia sin contenidos, se percata de que el self o el ser está vacío; es decir: advierte directamente que no existe el yo como una entidad sustancial y concreta. La característica fundamental de este estado es de una cognición reflexiva inherente, un autoconocimiento directo, un estado de conciencia básico o basal, sin nada más que la conciencia misma. Se afirma tanto en las tradiciones contemplativas como en los análisis actuales de la conciencia mínima que se ventilan desde las ciencias y filosofías cognitivas que no hay nada abstracto o mágico en esta experiencia: este darse cuenta de lo que constituye la autoconciencia en sí misma y esta no dualidad básica se revela en la propia experiencia empírica.

tallo cerebral
Las estructuras de la línea media del cerebro abarcan regiones muy primitivas del tallo cerebral (en azul) y zonas de la corteza cerebral medial (en verde) que intervienen en la conciencia basal de sí mismo en el ser humano. En la imagen aparece la cara medial del hemisferio derecho, las mismas zonas se encuentran en la cara medial del izquierdo (imagen tomada de Alcaro, Carta y Panksepp, 2017).

Una propuesta fundamental en referencia a la conciencia mínima o basal es la necesidad de un sustrato consciente para que se estructure la experiencia. A este sustrato se han referido varias teorías neurofisiológicas que desde mediados del siglo pasado subrayan el papel indispensable que juegan las estructuras del tallo cerebral y de la línea media del encéfalo para que tengan lugar los estados y contenidos de conciencia. Estas estructuras, entre las que destaca la llamada formación reticular activadora ascendente, son muy antiguas en la escala filogenética y se suponen necesarias para el estado de conciencia que probablemente compartimos con los animales sentientes del planeta (Bronfman, Ginsburg, Jablonka, 2016). Gracias al desarrollo de la neocorteza y las estructuras de reciente adquisición filogenética los seres humanos recrean objetos en su conciencia (aquellos contenidos o ítems que perciben, sienten, piensan, imaginan, recuerdan, creen, sueñan, quieren, etc.) y experimentan estos contenidos de su mente como posesiones y usufructos de un yo, de un self. Pero sucede que con ciertas prácticas y métodos atencionales el sujeto se percata que este yo o este self es un pensamiento más, una forma de conceptualizar algo que no es definido ni definible. El sujeto se da cuenta por experiencia de la insustancialidad del yo mediante la vivencia de una conciencia basal desprovista de contenidos y de referentes.

A pesar de las dificultades en el tratamiento académico de la autoconciencia mínima, el tema vuelve a elementos de la conciencia y del yo que intrigaron en el siglo XVIII a Fichte y a Maine de Biran, los filósofos pioneros del yo. En este sentido, hay que agradecer que se haya retomado este peliagudo problema de la conciencia de sí al identificar el estado basal que implica y las dificultades de su análisis.


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La identidad temporal y el ser duradero

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El prefijo auto– en español se emplea en múltiples conceptos duales que se escriben con un guion intermedio, como auto-referencia, auto-imagen o auto-estima, equivalentes de aquellos que en inglés ostentan el prefijo self-, como self-reference, self-image, self-esteem. En todas estas nociones el problema es a qué se refiere el auto- o el self-, pues el guion necesariamente implica una relación sujeto-predicado. A través de los tiempos se han propuesto varios candidatos para concretar a ese sujeto o ese self: en estos escritos hemos referido, entre otros, a un self narrativo y autobiográfico, a un self cognitivo y afectivo, a un self sináptico y cerebral, a un self social y cultural. En buena medida la validez de estos conceptos depende de si sus proponentes o sus receptores habitan el ámbito literario, el psicológico, el neurobiológico o los de las ciencias sociales y humanas. Una plataforma transdisciplinaria posiblemente permita una concepción más acabada y específica de un ser de naturaleza compleja, dinámica y cambiante.

El multifacético self usualmente se ha traducido al español como “sujeto” o como “sí mismo”, aunque cada vez se utiliza más la palabra inglesa porque no se encuentra su versión exacta en nuestra lengua. Me parece que en ocasiones la traducción adecuada al castellano de self es la palabra ser, en su forma de sustantivo, para indicar una entidad temporal que tiene existencia, vida y conciencia propias. Por ejemplo: ¿cómo se justifica la creencia de que una persona particular es la misma con el paso del tiempo, a pesar de que sus componentes cambian y sus propiedades se transforman? El criterio tradicional es la continuidad espaciotemporal de un individuo, la duración que define a su self o a su ser. En un extenso trabajo al respecto, Stanley Klein, psicólogo de la Universidad de California en Santa Bárbara, llama “diacronicidad personal” a esta continuidad y para ello aplica el término “diacrónico” en su significado preciso: la evolución de un objeto, fenómeno o circunstancia a través del tiempo. Esta diacronicidad personal sería lo que mejor define y constituye el self.

Portada del libo “Los dos yoes” y su autor Stanley Klein.

Un problema central del self concebido como una entidad es que, además de no ser algo objetivo, la persona no la localiza en sí misma, tal y como lo relató de manera célebre David Hume en una autoexploración de su mente relatada hacia 1739 y en la que detecta sensaciones, emociones o pensamientos, pero ningún self. Esto ha llevado a varios pensadores a afirmar que el self es una ilusión o a otros, desde Kant hasta quienes proponen una autoconciencia mínima en la actualidad, a sostener que se requiere una forma elemental de subjetividad para que la experiencia consciente tenga lugar. A partir de William James a finales del siglo XIX, se han planteado dos aspectos del self o del ser, una de ellas es el autoconocimiento en el sentido de la representación que tiene un individuo o una persona de sí misma (de ahí el “sí mismo”), y la otra es la subjetividad en sí, el qué se siente ser esa persona. Kline defiende que estos dos aspectos interactúan, y que su interacción constituye el prerrequisito de la experiencia de uno mismo, es decir, de la autoconciencia. El mismo autor dice que esta propuesta coincide con la idea original de Johann Fichte de que no puede haber objeto sin sujeto ni sujeto sin objeto y que revisamos al inicio de esta obra.

Una de las razones que se han esgrimido para defender la continuidad de la misma persona en el tiempo es decididamente objetiva y corporal. Como el resto de los objetos del mundo, el cuerpo viviente es un objeto espaciotemporal que permanece siendo el mismo por cierto tiempo, a pesar de cambios en su composición y en su forma. Sin embargo, el criterio naufraga si los cambios son demasiado rápidos o modifican la estructura de manera importante o definitiva. Si bien partes de mi cuerpo se pueden perder o ser reemplazadas sin que pierda mi identidad, una de ellas parece crucial para mantenerla y esa parte es, desde luego, mi cerebro. Si se me hace un trasplante de riñón o de corazón sigo siendo yo, pero ya no si se trasplanta mi cerebro, algo imposible de realizar o concebir como técnica quirúrgica. Dado el caso en la ficción o la fantasía, se ha dicho que se trasplanta un cuerpo a un cerebro, pero aún así, estoy seguro de que en otro cuerpo no sería yo porque el yo no es trasplantable y porque mi cuerpo es integrante fundamental de mi identidad.

Fotograma de la comedia “Young Frankenstein” (Mel Brooks, 1974) donde se realiza un transplante de cerebro para crear un ser humano vivo. En este caso el monstruo tiene gracia a pesar de que el cerebro estaba en una jarra que previene su uso por ser “anormal.”

En la neurociencia cognitiva se han realizado progresos sustanciales para definir zonas, redes y mecanismos cerebrales correlacionados con operaciones cognitivas de auto-reflexión y auto-referencia: se trata de aspectos objetivos del self estudiado y considerado en su nivel reflexivo y de auto-representación. ¿Constituyen estas partes funcionales mi self o mi ser? Si bien el cerebro parece ser una fracción fundamental de la identidad personal, se ha dicho que su actividad es más definitiva que su morfología y se ha destacado a la información manejada y procesada por este órgano como la función identitaria. Esta idea conduce a la identificación del self o del ser con sus funciones cognitivas, en particular con la memoria, llanamente expresada por Borges como “somos nuestra memoria”. Sin embargo, al ponderar esto, pronto caemos en un razonamiento circular: si la memoria episódica presupone que el objeto del recuerdo es la propia persona, entonces decir que la identidad es la memoria de la persona no lleva a ninguna lucidez. Sin embargo… no puedo negar que mis recuerdos constituyen piedras miliares que identifican mi trayecto vital y por ello a mi ser.

Portada del libro sobre la memoria autobiográfica y el self, de Soljana Cili y Lusia Stopa. El tema se trata desde la plataforma de la terapia cognitivo-conductual.

Aparte de mis recuerdos, hay otras características que me hacen sentir el mismo a través del tiempo. Los conocimientos que he aprendido y utilizo en mi vida también son parte de mi ser e indican que mi identidad no se restringe a la memoria episódica e incluye a la memoria semántica. Pero no sólo esto: siento que soy el mismo porque si bien mi carácter y personalidad han variado, los reconozco diacrónica o históricamente como propios: yo he cambiado y sigo cambiando. Por ejemplo: mi rostro ha variado bastante a lo largo de mi vida, pero me identifico precisamente con esa evolución que mantiene un patrón reconocible. En el trabajo mencionado arriba, Klein describe casos clínicos de pacientes que han perdido su memoria episódica y semántica, pero mantienen un sentido de ser las mismas personas en el tiempo.

Evolución de un rostro humano de los 35 a los 90 años. Los cambios son ostensibles pero no impiden el reconocimiento de la misma persona. (Figura tomada de: One Library).

Debe haber algo central y básico para mantener la identidad personal y parece inescapable concluir que la conciencia es ese fundamento temporal porque a pesar de que cambien el cuerpo, las creencias, los objetivos o las circunstancias objetivas se mantiene una identidad subjetiva. No necesito razonar o deducir que soy el mismo, simplemente lo siento así, es algo dado por mi experiencia en todo momento y que últimamente se ha denominado “autoconciencia mínima”. Hace poco más de 300 años, en el libro II, capítulo 29, sección 9 de su Ensayo sobre el entendimiento humano, John Locke lo formuló de esta manera: “consciousness alone (…) constitutes the inseparable self” y que traslado de esta manera: “la conciencia por sí misma constituye el ser inseparable”. Entonces, cuando digo que ahora y antes soy yo mismo, me baso en un sentir directo, intuitivo y pre-reflexivo: no tengo dudas de que me siento subjetivamente el mismo: mi self o mi ser se basa en ese sentir y no necesariamente en una representación o saber proposicional.

identidad y diferencia
Portada del libro “Identidad y diferencia. John Locke y la invención de la conciencia” de Étienne Balibar. La imagen de la portada es el rostro de Locke figurado en varias posiciones.

La identidad temporal de ser uno mismo es una sensación vital básica o primaria y por eso es sólida y segura; es algo fenoménicamente dado, una certeza inmediata y subjetiva sobre la que se construyen representaciones, ideas y creencias sobre uno mismo. Este sentimiento prereflexivo de existir es lo que determina la intuición de que el self o el ser tiene una duración temporal; un sentimiento que no requiere evidencias. El ser o el self no es un contenido de la experiencia, sino una experiencia elemental. Revisaremos ahora que las tradiciones budista en Oriente y fenomenológica en Occidente afirman que existen estados de conciencia sin objeto.


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La autoconciencia mínima y la autogeneración

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Usualmente se ha considerado que el yo, la subjetividad y la conciencia de sí son privilegios de la especie humana y por ello estarían ligados a la neocorteza, la parte del cerebro de más reciente desarrollo evolutivo. La actividad de esta porción cerebral permitiría a la persona una percepción y una reflexión de sí misma que la capacite, por ejemplo, para responder a las cotidianas preguntas de ¿cómo estás? y ¿cómo te sientes? La tendencia a proporcionar una explicación neurológica del yo puede ejemplificarse con el libro Synaptic self (el yo o el ser sináptico) de Joseph LeDoux (2002), cuya tesis general es que las sinapsis del cerebro codifican lo que es una persona. Para este autor la pregunta no es cómo la conciencia emerge del cerebro, sino cómo el cerebro construye a la persona. Sin embargo, hay indicios de que estas propiedades tienen una raigambre más básica, remota y generalizada, como veremos ahora.

En lustros recientes ha resurgido un tema fascinante en la filosofía de la mente y en la neurociencia cognitiva denominado autoconciencia mínima o self nuclear. El asunto que se plantea en esta ráfaga de teorías y estudios es una forma tácita y pre-reflexiva de conciencia de uno mismo. El pionero de la psicología académica, William James, ya había planteado a finales del siglo XIX que la conciencia sólo puede desarrollarse sobre una forma primitiva e inconsciente de subjetividad. Por ejemplo, su teoría sobre la emoción indicaba que la captación y representación de los estados somáticos y viscerales del propio cuerpo constituye la base fisiológica para que ocurran las emociones. En el mismo sentido, las evidencias y los modelos actuales proponen que los eventos psicológicos poseen un tinte afectivo implícito: cada percepción, sensación, pensamiento o imagen conlleva una carga emocional de agrado o desagrado, de activación o relajación.

auto conciencia Jaak Panksepp
El libro sobre el origen evolutivo de las emociones y su autor Jaak Panksepp.

A finales del siglo pasado, varios neurocientíficos cognitivos como Jaak Panksepp en 1998 y Antonio Damasio en 1999 postularon un self nuclear como una forma elemental y ancestral de subjetividad, la cual dependería de la actividad de ciertas estructuras muy arcaicas del cerebro responsables de regular la homeostasis corporal, las emociones básicas, las conductas alimentarias, sexuales y agonistas necesarias para sobrevivir, así como las que integran la percepción y la acción. Estas propuestas tienen un necesario supuesto evolutivo porque plantean que la identidad de un organismo surge de procesos básicos que muchas especies animales disfrutan como parte de su fisiología. Estas teorías también implican un self estratificado, con un centro o núcleo a partir del cual se producen estados más complejos que desembocan en procesos plenamente autoconscientes. El mismo Panksepp planteó la existencia de procesos anoéticos, noéticos y autonoéticos como tres niveles sucesivos de organización cognitiva del self, aplicando en estas palabras el término griego de noesis, equivalente a una forma intuitiva de saber. Respectivamente se trataría de procesos que no implican conocimiento, los que entrañan conocimiento y los que implican conocimiento del propio organismo. En un trabajo de colaboración entre Panksepp y psicólogos de la escuela junguiana se afirma que este sistema neuroevolutivo constituye lo que para Carl Jung sería el Self con mayúscula y que consideraba el núcleo de la personalidad.

niveles auto self conciencia
Tres niveles del self o del ser individual: un núcleo mínimo corporal, un nivel explícito o consciente a través de la experiencia y la corporalidad, y un nivel social, narrativo y metacognitivo. Imagen: Semantic Scholar).

Un concepto central de esta doctrina de la autoconciencia mínima es que el organismo se siente a sí mismo de manera intuitiva y pre-reflexiva, es decir, sin necesidad de deliberaciones conceptuales. El neurofilósofo alemán Thomas Metzinger  en 2008 llama a esta sensación elemental minimal phenomenal selfhood, que traduzco como individualidad fenoménica mínima, una forma de sentir la propia identidad que surge como correlato subjetivo de los mecanismos básicos de autogeneración y automodelaje. Para ejemplificar esto podemos invocar que todo individuo vivo y dotado de cerebro siente de manera directa las consecuencias sensoriales de sus propios movimientos y de que para moverse con sentido requiere de una intención en acción que opera para mantener la marcha hacia algún sitio seleccionado. En este caso se integran en una unidad funcional el destino, la dirección y modulación de los pasos, las sensaciones visuales, auditivas, táctiles y cenestésicas producidas al caminar. Esta integración de múltiples señales con programas intencionales proporciona una poderosa sensación básica, directa e intuitiva de identidad al organismo, que Metzinger refiere como selfhood la individualidad y conciencia de sí.

libros filosofia
Portadas del libro del neurofilósofo Thomas Metzinger sobre la estructura del ego y el mito del sujeto, en su original en inglés y traducción al español.

Esta idea de una autoconciencia mínima anclada en la corporalidad funcional se puede reafirmar como una propiedad elemental de la materia orgánica, es decir, de la vida misma, porque los seres vivientes son sistemas autónomos en el sentido de que su existencia implica la producción y autogeneración de sí mismos. Un organismo vivo se distingue de entes no vivientes porque se auto-organiza de manera continua y automática, la propiedad de la vida que con muy buen tino Francisco Varela y Humberto Maturana denominaron autopoiesis hace casi 40 años. Un organismo vivo es autopoiético en el sentido de que es un sistema autocontenido y autogenerado que se autoperpetúa y se auto-repara. Y si bien un organismo vivo se constituye por componentes moleculares y celulares en estrecha relación con su nicho ambiental, su identidad no está dada por su composición o por su interacción con el medio, sino por sus procesos de conservación en continuo movimiento.

En otras palabras: el organismo vivo mantiene su identidad porque transforma la energía y la información de su ambiente mediante la producción, el ensamblaje y la conformación de sus propios componentes. En este sentido plenamente biológico se puede decir que la identidad de un organismo vivo no consiste en la perpetuidad de su composición, sino en su auto-regeneración vital. De esta forma, aunque el organismo cambia constantemente su composición atómica, molecular y celular, y aunque su forma y funciones se modifican durante el desarrollo, la madurez y la involución, mantiene una identidad móvil o histórica, porque es el mismo proceso estructural.

autopoiesis
Tanto la autopoiesis de Francisco Varela (izquierda) como la idea de que los organismos sienten su propia vida de Christof Koch, plantean una forma de subjetividad extendida a la materia viva.

Esta propiedad biológica de autopoiesis no sólo se manifiesta en la anatomía y la fisiología del organismo, sino en su conciencia, pues ésta se encuentra necesariamente ligada a sus bases orgánicas y funcionales. Las características subjetivas de la conciencia y en particular de la autoconciencia dependen de su morfodinámica recursiva, del hecho de que sus formas y funciones se regeneran y mantienen a sí mismas. La identidad de un ser biológico emerge de manera implícita como resultado de los procesos corporales de autoproducción y automodelación preconscientes.

En niveles subsiguientes de auto-organización, los procesos fisiológicos de la propiocepción, la interocepción, la integración multisensorial, la coordinación sensorio-motriz, el punto de vista, la experiencia de posesión, al actuar en conjunto y en referencia con el medio, hacen posibles las funciones autoconscientes de más alto nivel, como las representaciones pronominales y reflexiones auto-referidas, las identidades sociales, la empatía o la conciencia moral. De acuerdo con el modelo de funciones agregadas de auto-representación que he desarrollado a lo largo de estos ensayos, el ser o el self se plantea como un agregado relacional en constante cambio de sensaciones corporales, situaciones en referencia al entorno, funciones ejecutivas, pensamientos en primera persona, memorias episódicas, narraciones autobiográficas, rasgos de personalidad autoproclamados e identitarios. Este modelo del self consistente en niveles subjetivos íntimamente ligados a niveles de organización y de auto-organización del organismo o individuo vivo requiere de mayor examen, como intentaré a continuación.


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Amor propio: Autoestima, autocrítica, autoevaluación

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Los humanos somos una especie social y en buena medida gregaria, pues hemos evolucionado en la necesidad de pertenecer a una comunidad de la que dependen la seguridad y la vida misma de cada uno de sus miembros. Es probable que esta pertenencia se haya consolidado desde los homínidos ancestrales, cuando el rechazo o la expulsión de un integrante resultarían en su relegación y muerte. Y si bien en la sociedad actual la exclusión no necesariamente es fatal, los individuos buscan la aceptación y la pertenencia como motivaciones fundamentales de sus actos porque el estatus asumido de inclusión o exclusión del grupo conforma buena parte de su autoestima.

La danza de Henri Matisse
“La danza” de Henri Matisse ilustra la noción de inclusión grupal.

Además de conservar poderosos motores evolutivos, la necesidad de aceptación e inclusión se ha visto amplificada por lo que algunos pensadores consideran una tendencia narcisista de la sociedad contemporánea. La propensión por afianzar y acrecentar la propia imagen constituye la característica más generalizada y usual del término ego y tiene como consecuencia que la valoración o autoestima personal dependa en gran medida de la aprobación de los demás y del reconocimiento por organizaciones o instituciones. Una de las manifestaciones de esta tendencia es la proliferación de palabras referidas a la propia persona y que empiezan con auto (autoconciencia, autocrítica, autoimagen, autoconcepto, autoestima, etc.). El significado de estos términos implica una dicotomía recursiva consistente en la evaluación que realiza un sujeto sobre sus propias características (autoconciencia, autoconcepto), muchas veces en comparación con un modelo o estándar de lo que asume como deseable (autoestima y autocrítica).

La manera usual y espontánea de valorarse es juzgar la apariencia, la conducta, las aptitudes o la personalidad propias en referencia a un modelo o patrón asumido. De esta manera las personas obtienen una imagen sea positiva o negativa de sí mismos, es decir, se sienten mejores o más dotadas que los demás o menos y se sienten peores. Estrechamente vinculada a esta comparación, la aprobación por parte de los otros adquiere una importancia capital, de tal manera que la persona se siente satisfecha si obtiene aceptación, halago y admiración y si no, se siente desgraciada. La manera como la persona se sitúa en este escenario afecta su funcionamiento y desempeño en ámbitos sociales diversos, en especial en sus relaciones amistosas, laborales, sexuales o familiares y por ello es clave para conseguir una vida satisfactoria y saludable.

A la par que afecta las interacciones sociales, la autoestima involucra a la esfera subjetiva, en especial a la cognición y la emoción, pues la creencia arraigada que se engendra en un individuo respecto a cómo lo perciben y lo valoran los demás deviene crucial en su autoestima. Ahora bien, aunque una faceta explícita de esta creencia se presenta de manera consciente, sus mecanismos de elaboración y consolidación no son plenamente racionales y manifiestos, pues la autoevaluación involucra una suposición tácita de divergencias entre la representación o imagen de uno mismo y la representación de un estándar o modelo que ha asumido como ideal o deseable. Las supuestas divergencias pueden ser positivas o negativas dependiendo si la persona considera que su autoimagen es respectivamente superior o inferior al estándar contra el que se compara. En el primer caso se habla de una alta autoestima y en el segundo de una autoestima baja.

autoestima
Portada del libro “La fuente de la autoestima” de Toni Morrison.

Las divergencias negativas entre el yo y el estándar ideal, propias de una baja autoestima, suelen engendrar ansiedad, autocrítica destructiva y con frecuencia una incapacidad de eliminarlas, pues el sujeto acepta implícitamente -muchas veces sin una base objetiva- una deficiencia en su apariencia, su porte, su educación o su conducta respecto al estándar asumido. Si la persona se siente y se asume inadecuada, fea, torpe, ridícula, defectuosa o ignorante, esto tiene consecuencias importantes o incluso decisivas en su desempeño cotidiano y, si persisten, en el éxito o fracaso de sus metas. Más aún: una autoestima baja se ha correlacionado con hipersensibilidad a señales sociales, a estrés o fobia social, mayores niveles de depresión, abuso de sustancias y estrés postraumático.

Un mecanismo cognitivo suele involucrarse en la autoestima baja y la autocrítica negativa: la atención autofocalizada, el estar pendiente y suspicaz para detectar las características que supuestamente difieren cualitativa o cuantitativamente del estándar. Cuando la persona siente que partes de su cuerpo son más grandes o pequeñas que el ideal asumido, que tiene mayor o menor información o inteligencia y tantos otros diferendos posibles, esto suele acompañarse de desproporciones de la supuesta discrepancia que no se corrigen con demostraciones objetivas. Son ilusiones cognitivas, distorsiones equivalentes a ilusiones de óptica, que pueden involucrar a la morfología del cuerpo, formas de conducta, capacidades y ejecuciones o características de la personalidad. Es verosímil suponer que una gran cantidad de cirugías “estéticas” se realicen en personas convencidas de necesitar corrección de supuestas discrepancias corporales.

Helena Bonham Carter
“¿Por qué pones tu autoestima en manos de extraños?”, Helena Bonham Carter #ThingsThatMakeYouGoHmm, Obras de arte de Lorenzo Conti.

Tanto la sobrevaloración como la infravaloración de uno mismo en referencia a un estándar asumido son desajustes que revelan desconocimiento del valor real del individuo. Decía Unamuno: “No te creas más, ni menos ni igual que otro cualquiera, que no somos los hombres cantidades. Cada cual es único e insustituible; en serlo a conciencia, pon tu principal empeño”. Por esta razón, es importante cultivar un autoconcepto objetivo emanado de una percepción más directa de la realidad. La autocrítica entendida constructivamente en el sentido de percibir, considerar y valorar las propias características es necesaria para lograr una autoaceptación más ecuánime y con ello mayor bienestar y agrado de la propia vida.

De esta manera, la autoestima puede evolucionar de interpersonal a intrapersonal. En la interpersonal el valor propio depende de cómo el sujeto siente que es percibido y aceptado por los demás, en tanto que la personal implica una consideración más directa y veraz de los valores, bondades y acciones de uno mismo. Una cosa es cómo se valora una persona a sí misma y otra cómo considera que los demás la valoran y en la evaluación de uno mismo y en la evaluación de lo que los demás hacen de uno se involucran diferentes redes neuronales. Es probable que esta dicotomía no sea tajante o excluyente y que muchas personas posean y disfruten de una autoestima que integra el auto-respeto con el respeto que reciben de quienes les rodean, en especial de aquellos a quienes respetan.

amor propio savater
Portada de “Ética como amor propio” de Fernando Savater y el autor.

Quien se estima y se respeta considera que hay maneras de actuar que son valiosas y las asume para establecer sus acciones, metas y proyectos porque las considera formas de vida necesarias para conseguir el bienestar propio y comunitario. En este sentido es posible concebir que la autoestima adecuada constituye el llamado amor propio porque implica la estimación de uno mismo en términos del valor del ser humano en general, lo cual permite una existencia digna y satisfactoria. Advierte Fernando Savater que no hay que confundir el amor propio con el engreimiento, la vanidad, el renombre y el afán de halagos. Amor propio es el impulso para preservar y el anhelo de acrecentar el propio ser y la propia dignidad: es parte esencial del arte de vivir y de la ética. La ética no requiere de la renuncia de uno mismo en favor de los otros, sino el amor a uno mismo y los demás:

El amor propio no es afán de simple supervivencia, sino también de una determinada imagen ideal del propio yo, en cuya consolidación el reconocimiento y apoyo de los demás es imprescindible (…) el fundamento buscado de la vida buena no está más allá de nosotros.


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La conciencia de la muerte

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Saber que han de morir, como perece todo ser vivo, es una característica distintiva de las criaturas humanas y es el conocimiento más grave y sombrío que posee cada uno de sus miembros. Este saber conforma la certeza de un final inapelable, pero, al mismo tiempo, fertiliza el valor de la vida, pues instiga a continuar bregando en un avance resuelto, aunque siempre incierto. La certeza cabal y asumida de morir empuja vivir vidas mejores, pues la inmortalidad significaría pérdida total de sentido y responsabilidad. La seguridad en la propia aniquilación es fuente de experiencias tan extremas en intensidad como polares en valor: el terror supremo, el más dulce consuelo, la negación más severa, la resignación más sosegada, la esperanza más desaforada. ¿De dónde viene y cómo se conforma este saber de la muerte que entraña o es componente central de la autoconciencia? Para empezar a abordar esta pregunta conviene revisar tres conjuntos de datos sobre la evolución de la especie humana y el desarrollo de sus vástagos: la conducta de duelo en ciertos animales, los antiguos ritos funerarios en los homínidos ancestrales y el progreso del saber de la muerte durante la infancia.

muerte de elefante
Conducta de atención y expectación de un grupo de elefantes ante el cadáver de un congénere (Imagen tomada de: Beyond the Dash).

Se ha observado que los elefantes muestran interés en los huesos de sus congéneres: los inspeccionan y acarician, los mueven y acarrean con la trompa; examinan detenidamente los cráneos o los colmillos y a los cadáveres de los recién muertos. Aunque sería aventurado inferir que los elefantes sienten pesar o angustia, parece permisible suponer que se trata de un rito funeral rudimentario. En este mismo sentido es relevante la observación realizada en los chimpancés estudiados en la región de Gombe en 1968. La caída y muerte accidental de Rix, un macho adulto, produjo una intensa agitación en la tropa: gritos, agresiones, cópulas. Al disminuir la conmoción, el grupo interrumpió su habitual desplazamiento y permaneció cerca del cuerpo el resto del día, mientras algunos individuos, en especial los familiares y cercanos a Rix, se acercaban al cadáver y lo observaban o lo tocaban suavemente. Este esbozo de rito funerario estipula una conciencia póngida de la muerte imposible de estipular en sus posibles contenidos y cualidades subjetivas.

Neanderthal
Reconstrucción del entierro de un Neanderthal en Chapelle-aux-Saints, Francia (Imagen tomada de Getty Images).

Hay evidencias de que los homínidos enterraban a sus muertos hace 120,000 años en la localidad de Atapuerca, España, y es posible que esta conducta se asociara al origen del lenguaje simbólico y a la autoconciencia. Hace 90,000 años los neandertales enterraban a sus parientes en posición fetal, los teñían con pigmento vegetal, los adornaban con flores y a veces instalaban huesos de animales y herramientas en sus tumbas. Este hallazgo sugiere que las formas de inhumación tenían que ver con creencias sobre la muerte, en especial de un ámbito y un destino ultraterrenos. Los primeros agricultores de todas las etnias estudiadas instalaban a sus muertos en cementerios y, como signos mayúsculos de creencias en un mundo trascendente se erigieron las pirámides funerarias de Egipto y Mesoamérica. Hasta tiempos recientes los pigmeos, los esquimales y los aborígenes de Australia evocaban, veneraban y conjuraban a sus difuntos, pues concebían un alma procedente de un mundo sobrenatural al que volverían después de la muerte.

Esta toma de conciencia acerca de la muerte en fases sucesivas se reproduce en el desarrollo del infante humano. Durante los dos primeros años de vida los críos no tienen concepto de la muerte y durante la adquisición del lenguaje entienden que algunas cosas, animales o personas, desaparecen y no regresan. Entre los tres y los cinco años conciben la vida y la muerte como estados alternados y compatibles. Los preescolares no creen que van a morir ni que la muerte sea irremediable o bien que es un evento accidental. A partir de los 5 años los infantes humanos van adquiriendo en etapas graduales un concepto más veraz de la muerte con sus cuatro rasgos terminantes: como un evento final, inevitable, universal y personal. La experiencia con animales o personas muertas, el perder seres amados y la cercanía de la propia muerte agregan a estos conceptos la aceptación lúcida y cabal de la realidad de la muerte.

muerte de atala
“El entierro de Atala” es una pintura neoclásica de Anne-Louis Girodet, realizada en 1808. Fue alumno de Jacques-Louis David y forma parte del romanticismo francés (Imagen tomada de @historiayarte).

La conciencia de la muerte adquiere una  faceta muy vívida y perentoria cuando se anuncia a una persona un final próximo e ineludible. La psiquiatra suizo-estadounidense Elisabeth Kübler-Ross describió cinco estadios por los que transcurre la conciencia una vez que se notifica al sujeto su fin próximo: negación, ira, regateo, depresión y aceptación. Otra vertiente de la conciencia ante la muerte es el dolor por la pérdida de una persona amada, el proceso desgarrador y restaurador conocido como duelo que entraña emociones demoledoras que requieren ser procesadas y rebasadas, aunque esto constituye uno de los retos más difíciles que enfrenta toda persona. En efecto: el duelo y el luto, cuando se viven con plenitud y prudencia, constituyen una transmutación de la conciencia que resulta en despedida, renovación del sentido y recuperación de la propia vida.

Me es inevitable reproducir aquí un doloroso soneto de Jaime Sabines ante su padre muerto:

Padre mío, señor mío, hermano mío,
amigo de mi alma, tierno y fuerte,
saca tu cuerpo viejo, viejo mío,
saca tu cuerpo de la muerte.

Saca tu corazón igual que un río,
tu frente limpia en que aprendí a quererte,
tu brazo como un árbol en el frío
saca todo tu cuerpo de la muerte.

Amo tus canas, tu mentón austero,
tu boca firme y tu mirada abierta,
tu pecho vasto y sólido y certero.

Estoy llamando, tirándote la puerta.
Parece que yo soy el que me muero:
¡padre mío, despierta!

Aunque vivimos de cara a la muerte, el tópico es angustioso e insufrible por lo cual acontece usualmente una represión y un olvido del terror de la muerte para poder funcionar en la vida. Más aún: para eludir el sentimiento de insignificancia y caducidad el ser humano imbuye de significado trascendental a instancias efímeras; ideologías, líderes, riqueza, premios, posesiones. En el primer párrafo de la introducción su libro sobre Los orígenes de la posesión, Philippe Rochat sorprende con el siguiente alegato:

“El tema (de la posesión) es la muerte. Saber que un día seremos desposeídos conforma nuestras vidas de maneras únicas (…) pues la desposesión es la contraparte necesaria de la posesión y sin la noción de pérdida no tendríamos la necesidad de controlar y apegarnos a las cosas como lo hacemos… Todo parece revolverse alrededor de saber nuestra inevitable desposesión.”

memento mori
Memento mori, “recuerda que has de morir” (Imagen tomada de Pijama Surf).

Si niegan, devalúan o soslayan a la muerte, los individuos y las sociedades se privan de una experiencia y una reflexión fundamentales sobre la vida y sus prodigiosas estelas. La conciencia ante la muerte es indispensable para una vida plena y reflexiva: memento mori (acuérdate que has de morir). En su polémico libro Némesis Médica, Iván Illich planteó reciamente que la muerte salga de su confinamiento médico, de su represión social y retome la dimensión pública y privada que le corresponde. Sin duda, restaurar y garantizar la dignidad de la persona al final de su existencia es una tarea imperiosa y requiere que ese trayecto sea reconocido como la culminación venerable de la vida y asegurar así la prerrogativa de la persona para lograr su tránsito más sereno posible: la agonía puede y debe convertirse en refugio y retiro.

El proceso múltiple que parte desde el instinto de conservación en los animales y los ritos funerarios de ciertas especies superiores, pasando por los milenios de evolución del entendimiento de la muerte en los humanos que se recapitulan en la infancia y se actualizan en la confrontación con la muerte, plantea que el entendimiento cada vez más profundo y cabal de la muerte constituye un acercamiento a los misterios de la autoconciencia, de la vida, de la naturaleza, del tiempo y del universo mismo. Si bien la vastedad de estos misterios desborda las precarias capacidades de comprensión del ser humano, el preocuparse profundamente por ellos enriquece su vida y su experiencia.


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El yo alterno en la poesía: otredad y espejismo del ser

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La noción de un yo o de un ser personal desgajado, múltiple y cambiante o, en última instancia, ilusorio y falso, ha sido planteada por varios poetas de nuestra lengua para sustentar la idea en apariencia absurda —o al menos extraña— de que el yo es otro, o acaso es un espectro. Intentaré hilvanar sobre esta despersonalización de índole activa y lúcida, en contraste con la despersonalización pasiva y angustiosa que ocurre en las alteraciones mentales referidas en secciones previas sobre el yo multiplicado y el yo desligado.

Antonio Machado
Antonio Machado. Figura tomada de: Zenda Libros.

Una forma de vislumbrar esta despersonalización sagaz y penetrante es en términos de la alteridad, en el sentido de que el yo poético, y por extensión el del ser humano, no es una función aislada, independiente y autónoma, porque está invadida o compenetrada de otros prójimos en una red de intersubjetividades. En el ensayo titulado “Los Complementarios” de 1924, el célebre escritor español Antonio Machado afirmaba que el sentimiento poético no es una creación exclusiva de un sujeto individual, porque se asiste de otros sujetos. El sentimiento poético no sería entonces mío (propio del poeta), sino nuestro. Esta colaboración implícita entre el yo y el tú surge en la expresión poética de los sentimientos y las ideas en apariencia tan personales porque se realiza mediante el lenguaje, un recurso de comunicación que pertenece a una comunidad: es un don compartido. Es cierto que el poeta usa el lenguaje como una herramienta personal para expresar su sentir y lo hace con una maestría y una creatividad que le son propias, pero también es indudable que su expresión abreva de quienes le enseñaron, de quienes ha leído o con quienes ha compartido su quehacer, y está destinada a otros hablantes para que lo lean, lo reciten y lo comprendan; es decir: para que hagan suya tal expresión. Por ejemplo, el conocido verso machadiano “caminante no hay camino, se hace camino al andar” se constituye en un patrimonio comunal al abarcar una red intersubjetiva que Joan Manuel Serrat contribuyó a difundir.

Mijail Bajtin
Mijaíl Bajtín y portada de la traducción al español de “Las fronteras del discurso”.

La noción poética y filosófica de Machado de la otredad coincide en cierta medida con las propuestas académicas del lingüista ruso Mijaíl Bajtín, formuladas desde los años 30 y que enfocan el contexto social de la comunicación como el meollo del lenguaje. Los enunciados que empleamos para expresarnos son por antonomasia piezas de un diálogo que adquiere sentido y significado no sólo por las reglas gramaticales, las cuales son convenciones sociales emanadas de una matriz evolutiva, sino porque los tonos y los contenidos son pautas de comunicación compartida. Bajtín acuñó el término de heteroglosia (la lengua del otro) para implicar que, en el discurso humano, en cada enunciado proferido, participan varias voces. La soledad no es absoluta: cuando uno está sólo suele estar en diálogo consigo mismo, un consigo que se manifiesta como un contigo, o como un nosotros.

 Hemos visto ya que un elenco de voces interiores dialoga en los episodios de autorreflexión, pero mucho antes de su tratamiento académico por la filosofía de la mente y la psicología, Machado y otros poetas que revisamos ahora abordaron el tema con claridad y profundidad. Más aún: la crítica a la preponderancia del sujeto como centro del conocimiento, tan característica del siglo XX, fue precedida por los poetas franceses Rimbaud o Mallarmé y, en especial, por Fernando Pessoa y Antonio Machado. En efecto, Machado afirma que el yo del lenguaje es ilusorio y por lo tanto apócrifo en el sentido de que no es propio de la persona que lo pronuncia. Como ilustración de esto recordemos que el poeta español refiere a Abel Marín y a su discípulo Juan de Mairena, severos pero gentiles maestros de retórica con los que sostiene largas conversaciones sobre la identidad. Pero sucede que estos personajes son inventados, alter egos o “complementarios” de Machado, yoes accesorios que acompañan al poeta en una congregación ilusoria que se forja y desenvuelve en su autoconciencia y la complementa, o la completa.

En sus Proverbios y Cantares Machado aconseja “Mas busca en tu espejo al otro,/ al otro que va contigo”. La percepción cabal de uno mismo revela al Otro, o bien, dicho de otra forma: el ser consciente de sí mismo se visualiza como otro: “No es el yo fundamental/ eso que busca el poeta,/ sino el tú esencial”. Otro gran poeta español y premio Nobel de la literatura, Juan Ramón Jiménez, expresa en un poema: “Soy este/ que va a mi lado sin yo verlo;/ que, a veces, voy a ver/ y que, a veces, olvido”. Estamos en el ámbito del alter ego, de las identidades alternas o secretas, del personaje de ficción que representa al autor; del otro yo que revela la insubstancialidad del yo original: ese otro Borges del relato “Borges y yo”.

multiples yoes
Figura ilustrativa de los múltiples yoes que intervienen en la escritura. Tomada de una página sobre “¿Cómo escribió Borges El Aleph?”. A la derecha doble viñeta de Borges publicada en “Letras Libres”.

Jorge Luis Borges fue sin duda otro cruzado contra la hegemonía del yo. En su colección de Inquisiciones, incluye un ensayo expresamente titulado “La nadería de la personalidad” donde arremete contra la preeminencia que se adjudica al yo argumentando que la personalidad es una construcción ilusoria sin realidad concreta y sostenida por el engreimiento y el hábito. El párrafo extraído de su cuento “El inmortal” y que he utilizado como epígrafe del presente capítulo es explícito de esta militancia: “nadie es alguien”. Para Borges la irrealidad del yo no sólo es una alteridad u otredad finalmente afirmativa y complementaria, sino un laberinto de espejos, un espejismo de falsos reflejos que multiplican la imagen de un yo ilusorio.

En sus “Criptomemorias” —literalmente los recuerdos personales escondidos y enigmáticos— el poeta gallego José Ángel Valente hace un llamado a disolver la memoria personal de la siguiente manera: “Deberíamos tal vez/ reescribir despacio nuestras vidas, /hacer de ellas cambios de latitud y fechas, /borrar de nuestros rostros en el álbum materno/ toda noticia de nosotros mismos.// Deberíamos dejar falsos testigos, perfiles maquillados, huellas rotas, irredentas partidas bautismales./ O por toda memoria, una partida abierta, un bastidor vacío, un fondo/ irremediablemente blanco para el juego infinito/ del proyector de sombras./ Nada./ De ser posible, nada”. Influido por la tradición mística española y por el budismo, Valente afirma sobre la creación poética:

El creador tiene que ir acostumbrándose a la aniquilación del “yo” que es el proceso de purificación espiritual. Toda creación literaria auténtica, poética, tiene que ir acompañada de una experiencia espiritual, si no, no vale nada. Eso lleva a una aniquilación del “yo” y probablemente a una visión de la nada, aunque positiva. Quizás nuestro cometido sea la fusión con el cosmos en el seno de la nada, volver a la nada de donde hemos venido.

yo jose angel valente
Portadas de la “Antología Poética” de José Ángel Valente y del libro sobre su correspondencia con sus contemporáneos de la generación española del 50.

Una visión positiva de la nada… ¿Es una paradoja o un absurdo? Depende de la interpretación que se haga. Por ejemplo, a partir de El Ser y la Nada de Jean Paul Sartre, es posible plantear que la negación de una esencia personal estable y permanente mediante la toma de conciencia de sí no necesariamente desemboca en un vacío existencial, sino que abre la perspectiva de vivir plenamente en un mundo cambiante y en compañía de los otros. La persona humana depurada por esta realización se comprende como un ser dinámico, recíproco, comprometido con los demás y unido con el mundo.


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El yo desligado: experiencias fuera del cuerpo

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En vista de que la corporalidad parece ser literalmente sustancial para la autoconciencia, las experiencias de estar fuera del cuerpo, de ver el propio cuerpo desde fuera (autoscopia) o de verse a sí mismo en el mundo extrapersonal (heautoscopia) son relevantes para analizar la autoconciencia y la naturaleza del yo en referencia al cuerpo. Durante una experiencia fuera del cuerpo el sujeto siente que sale o se encuentra fuera de su cuerpo y puede verlo desde una ubicación externa. En las publicaciones neurológicas y psiquiátricas se describen episodios de este tipo durante los efectos de psicofármacos disociativos, en experimentos de deprivación sensorial, en las parálisis del sueño, en ciertas lesiones de la corteza cerebral, o en situaciones cercanas a la muerte. En muchas tradiciones y culturas se registra la creencia de que una parte sutil se desliga temporalmente del cuerpo en ciertos estados de conciencia, como los sueños, la embriaguez, el orgasmo o el trance chamánico.

experiencia fuera del cuerpo
Ilustración de Robert Blair al poema La Tumba del alma abandonando el cuerpo, una creencia religiosa generalizada y compatible con la idea de que algo similar y transitorio ocurre con las experiencias de fuera del cuerpo (Ilustración tomada de Wikimedia).

El concepto de “experiencia fuera del cuerpo” fue propuesto como out of body experience en 1943 en el libro Aparitions del matemático, ingeniero y parapsicólogo George Tyrrell. Desde entonces ha sido tema de fuerte controversia entre dos enfoques que sostienen premisas opuestas. Por un lado, la tradición ocultista y esotérica, apoyada a mediados del siglo XX por la parapsicología, supuso que un elemento sutil o espiritual concebido como “cuerpo astral” o “proyección anímica” puede separarse del “cuerpo físico”, observarlo desde afuera y moverse a distancia o en otras dimensiones. Por otro lado, la mayoría de los científicos, clínicos y filósofos actuales considera a estas experiencias estados especiales o alterados de conciencia de tipo alucinatorio relacionados al sueño pero que pueden suceder en la vigilia y tienen en común una disfunción cerebral.

proyeccion astral
Ilustración de una experiencia fuera del cuerpo en una página sobre el hinduismo.

Ésta es una querella entre dos posiciones filosóficas aparentemente incompatibles: el dualismo de los primeros que plantea una conciencia descarnada, un ámbito espiritual separable de otro material, y el monismo de los segundos que supone un materialismo incompatible con un alma o una entidad consciente separable del cuerpo, particularmente porque la actividad cerebral se perfila como necesaria para que ocurra la conciencia en general y la conciencia de sí en particular. Algunos académicos que en las últimas décadas del siglo pasado admitían una entidad consciente separable del cuerpo realizaron experimentos en los que durante una experiencia fuera del cuerpo, el sujeto describía objetos distantes. Sin embargo, estos experimentos no llegaron a ser probatorios porque no se utilizaron controles adecuados o porque no ha sido posible replicarlos.

En la neurociencia cognitiva se ha acumulado evidencia de que varios fenómenos autoscópicos, trastornos en la propiedad del cuerpo y experiencias fuera del cuerpo, parecen deberse a una falla para integrar la información sensorial proveniente de los sentidos y la que procede del propio cuerpo en forma de señales táctiles, propioceptivas, viscerales y vestibulares. Esta integración requiere de  la activación de la zona del cerebro conocida como unión temporo-parietal, situada entre los lóbulos parietal y temporal.

Olaf Blanke
El neurocientífico cognitivo suizo Olaf Blanke, en una página que lo califica como “cazafantasmas”.

Uno de los investigadores más conocedores y activos sobre el fundamento cerebral de las experiencias fuera del cuerpo es el neurocientífico suizo Olaf Blanke. En un reconocido experimento del año 2002 su grupo de trabajo demostró que es posible inducir experiencias fuera del cuerpo mediante la estimulación de la coyuntura temporo-parietal de la corteza cerebral. Poco después, el mismo grupo revisó en detalle los fenómenos autoscópicos descritos en 41 pacientes referidos en la literatura neurológica y psiquiátrica del siglo XX y concluyó que ocurre una alteración en el procesamiento de la conciencia de sí atribuible a la unión temporo-parietal de la corteza cerebral.

En otro detallado análisis que incluyó datos fenomenológicos, neuropsicológicos y de imágenes cerebrales de 6 casos de experiencias de fuera del cuerpo, el equipo de Blanke presentó evidencias de que tales experiencias se asocian a sensaciones anormales de posición, movimiento y autoimagen corporal. Las experiencias incluyeron fenómenos o sensaciones de tipo vestibular, como las de volar, flotar o rotar; sensaciones ilusorias del cuerpo, como acortamientos, transformaciones o movimientos extraños de las extremidades, y sensaciones de ver el propio cuerpo desde afuera. En los 6 casos volvieron a encontrar evidencias de daño o disfunción de la unión temporo-parietal y concluyeron que la desintegración en los mecanismos que unifican las sensaciones es un mecanismo decisivo para explicar las experiencias fuera del cuerpo.

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La zona de unión de los lóbulos temporal y parietal (en el círculo rojo) recibe e integra información de todos los sentidos, tanto del mundo externo como del propio cuerpo, para integrar una representación de uno mismo. Las alteraciones en su funcionamiento se relacionan a experiencias fuera del cuerpo (Ilustración tomada de Wikimedia).

El tema que nos ocupa quedaría trunco si no mencionamos la larga indagación de Susan Blackmore, escritora graduada como psicóloga en Oxford y con un doctorado en parapsicología. En su juventud tuvo una experiencia fuera del cuerpo muy intensa y dramática que la convenció de la existencia de un cuerpo sutil o astral separable del cuerpo físico. A partir de entonces se dedicó a investigar el fenómeno y se convirtió en una especialista muy acuciosa de los relatos, las investigaciones y las controversias teóricas y filosóficas. El hallazgo de Blanke de que es posible inducir este tipo de experiencias mediante estimulación cerebral, la convenció de que no se deben a un espíritu separado del cuerpo material, sino a que el modelo o imagen que el cerebro crea del cuerpo puede modificarse y producir toda una gama de ilusiones y alucinaciones autoscópicas. Es así que su posición ha variado desde un dualismo mente-cuerpo hasta una visión más acorde con la neurociencia actual, aunque actualmente sostiene que estas experiencias cuestionan una visión realista ortodoxa porque el yo habitual se revela como una ficción de ser alguien localizado y fijo que en estos episodios se remplaza por “una vista de pájaro.” Afirma Susan Blackmore:

…tenemos investigación que liga las experiencias fuera del cuerpo con procesos cerebrales medibles, con otras experiencias y con investigaciones sobre el misterio de la conciencia. (…) las experiencias fuera del cuerpo realmente suceden, cambian la vida de la gente y son temas fascinantes de estudio. Pero más que decirnos algo sobre espíritus, almas o cuerpos astrales, revelan algo mucho más interesante sobre la ilusión de ser yo.

Susan Blackmore
Susan Blackmore y portada de su libro sobre experiencias fuera del cuerpo.

Normalmente las personas tienen su imagen corporal integrada como una unidad estable y coherente, “el modelo de la realidad” que parece verdadero porque es funcional y coherente. Pero ese modelo puede debilitarse o ser remplazado por otros en diversas situaciones. Por ejemplo, la experiencia de percibir el propio cuerpo “desde afuera” ocurre con regularidad en los sueños. Ese yo onírico implica que el cerebro tiene la capacidad de representar el propio cuerpo. La representación que ocurre durante la fase neurofisiológica de movimientos oculares rápidos (MOR) es similar a la vigila, en tanto que la que sucede en otras fases suele ser autoscópica.


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El yo inflado: egolatría, narcisismo y… auto-escarnio

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“Narcisismo” fue un término utilizado por Freud para designar un rasgo temprano del desarrollo de la psique, cuando el mundo de un infante preverbal está delimitado y centrado a lo que percibe y siente. Lo tomó del médico y sexólogo inglés Havelock Ellis, quien refirió la atracción que el humano siente hacia su persona como “Narcissus-like.” En la psicología del yo de Heinz Kohut, se consideró un rasgo en buena medida necesario, aunque Otto Kernberg lo trató como una falla en la estructuración del self. Las teorías derivadas o afines al psicoanálisis plantearon que los infantes en un ambiente de abandono o negligencia desarrollan un mecanismo de defensa exagerado contra estas condiciones adversas que resulta en una personalidad narcisista.

En la actualidad, al revisar la literatura académica de la psicología clínica, los conceptos de egolatría y personalidad narcisista suelen usarse por separado, pero los rasgos de una y otra son bastante similares. Una persona ególatra y narcisista se tiene a sí misma como su prioridad y devoción más elevada, en detrimento del aprecio y cuidado a los demás. Esta persona mantiene un concepto muy crecido de sus cualidades y su valía personal y no tolera la crítica; siente que le esperan cosas excelsas y muestra gran apego a indicadores de grandeza y éxito, como el dinero, el poder y la fama. Su confianza personal suele ayudarle a alcanzar sus propósitos y ganar en estatus, sobre todo en un medio donde se valoran las actitudes seguras y asertivas, sin distinción entre las pródigas y las egoístas.

narcisismo
Obra de Claudio Zulián sobre narcisismo, publicada en: Avilabierta18.

Ahora bien, el Manual Diagnóstico y Estadístico de Padecimientos Mentales (DSM), caracteriza una patología psiquiátrica, el “trastorno narcisista de la personalidad,” en la cual la confianza personal del afectado llega a la soberbia y el desprecio a quienes percibe como inferiores y no ejercita la empatía por sufrimientos ajenos. El narcisista patológico muestra una perpetua necesidad de atención y admiración, depende de las opiniones aprobatorias de los demás y siente que no recibe el homenaje o los privilegios que merece. Reacciona con altanería, impertinencia, ira, o incluso con violencia a las restricciones a sus deseos y a opiniones adversas a su persona. De acuerdo con el Manual, el trastorno narcisista se diagnostica cuando el psiquiatra detecta cinco o más de las siguientes características: pensamientos e imágenes persistentes de grandeza personal; creencias de ser único y especial; fantasías persistentes de éxito rotundo e interminable, de poder, de belleza y de amor; necesidades y exigencias intensas de admiración; conductas arrogantes y soberbias; expectativas irracionales de recibir un trato especial; falta de empatía y reconocimiento a las necesidades ajenas. En años recientes, estos componentes del trastorno han sido difundidos en muchos medios para ser aplicados a Donald Trump.

El término “narcisismo” ha pasado de ser una palabra técnica del medio psicoterapéutico y psiquiátrico a un término coloquial de uso popular. La palabra ha perdido precisión al ser aplicada a sectores amplios y poco definidos de la población como los supremacistas blancos, los novios “tóxicos” o los adolescentes contemporáneos. Se dice que vivimos en una “era narcisista” no sólo porque muchos sectores utilizan y aplican esta voz, sino porque suceden dos fenómenos contradictorios: por una parte se valora el éxito personal, el satisfacer los propios deseos y el salirse con la suya, rasgos de la personalidad narcisista, pero por otro las personas no quieren calificarse a sí mismas como narcisistas, sino como gente empática y atenta a los demás.

hipertrofia
Hablar de la “hipertrofia” del yo en el narcisismo y la egolatría es una metáfora que remite a la gran hipertrofia muscular de algunos fisicoculturistas y que perciben como insuficiente ante el espejo cuando padecen dismorfia corporal (fotografía: Musculación).

José Antonio Marina, pensador español interesado en la inteligencia y la educación, publicó en 2003 un ensayo bajo el título de “La hipertrofia del yo”. Detecta allí un cariz negativo en la evolución de la sociedad occidental desde la reforma protestante que fortaleció la conciencia individual frente a una autoridad dogmática, la afirmación por Descartes del yo pensante como elemento central de la persona humana y el protagonismo del individuo o del artista creador en el romanticismo. Agrega que la tendencia se exacerbaría en el siglo XX como una reacción a las ideologías totalitarias y las dictaduras que marginaban o eliminaban la importancia del individuo en aras del partido, del estado, de la doctrina o del caudillo. El arte resonó también con la necesidad de liberarse de la realidad externa para reafirmar a un yo desligado, emancipado y poderoso. Propone Marina que, si bien esta afirmación del yo era necesaria en la defensa de la autonomía personal, habría al mismo tiempo engendrado una obsesión en el cuidado e imagen de uno mismo y una glorificación del yo: “comenzó entonces el gran festival de las palabras que comienzan por “auto”: autorrealización, autosuficiencia, autoconciencia, autoestima, autoayuda.” Marina cita el siguiente pasaje del libro La cultura del yo de Helena Béjar: “la preocupación por el Yo ha usurpado el papel de la religión como núcleo de la vida espiritual o moral del hombre moderno. A dicha religión autocentrada corresponde la psicoterapia como vía de salvación”.

Jean Twenge
La psicóloga de San Diego, Jean Twenge, y la portada de su libro sobre la epidemia narcisista.

La psicóloga Jean Twenge de la Universidad Estatal de San Diego afirma que lejos de producir individuos satisfechos y exitosos, esta “epidemia narcisista” fomenta la actitud de creerse merecedores de todo y de sentirse en desgracia por no obtener los satisfactores necesarios. El comportamiento narcisista se extiende como plaga fomentando el consumismo rampante, la búsqueda de fama a cualquier precio, el uso creciente de las cirugías estéticas y la autopromoción. En el medio a la vez ilimitado y enrarecido de las redes sociales, los sujetos se presentan con lo que consideran su mejor aspecto y publicitan sus fotos y selfies en todas las circunstancias: “yo comiendo”, “yo con X” (persona conocida)”, “yo en Y” (lugar de moda). La notoriedad, la aceptación o el impacto “viral” en las redes, pesan más que las capacidades y los valores en la conciencia de sí. Más que atribuir este narcisismo al abandono temprano, Twenge y otros psicólogos actuales consideran que se ha fomentado por una educación que alaba y sobrevalora a los hijos o a los alumnos sin pedirles deberes o ponerles límites. Los padres narcisistas ven y tratan a sus hijos como genios. Dombeck aplica el término de “narciesfera” a la colección creciente de blogs, seminarios, libros y artículos que cultivan una aversión a ser narcisista y pregunta si será posible reconocer su propio narcisismo para una persona con esa aversión.

antidotos del narcisismo
Dos antídotos posibles del narcisismo: el arte de “vanitas” y la risa de uno mismo (izquierda: Vanitas. Retórica visual de la Mirada; derecha: Joseph Ducreux, Autorretrato del artista bajo el aspecto de un burlón, 1793, Musée de la Révolution Française, Vizille, Francia).

Este excesivo afán de atención y admiración confiere un rictus actual a la bíblica admonición “vanidad de vanidades, todo es vanidad” tema que, con el nombre de vanitas, fuera el motivo de obras del arte gótico y del barroco que subrayaban lo efímero y fútil de la opulencia y la gloria ante la inevitabilidad de la muerte. Esto bien puede ser un revulsivo contra el narcisismo, pero también se puede recomendar el tónico más ligero de la autoironía y el autoescarnio porque el narcisista sólo ríe cuando se burla o desprecia a alguien más. Cito unas líneas de Genealogía de mi autoescarnio de Daniel Saldaña París en las que el yo inflado adquiere dimensiones despóticas:

El que practica el autoescarnio, concedo, no pone su humor al servicio de los oprimidos, como hace el noble satirista. Pero cebarse en uno mismo, hacer fuego con el árbol caído de la propia vanidad también es subversivo. Para burlarse de sí hay que derrocar a un tirano.


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