En México se halla el sitio arqueológico sumergido más grande del planeta. Un mundo que, debajo de la península de Yucatán, se encuentra aún hasta ahora parcialmente desconocido.
Una red fluvial que se extiende miles de kilómetros e incluye cavernas y ríos, la mayor parte de los cuales no han sido explorados y durante siglos atesoraron testimonios de antigüedad insospechada.
Según los mayas, el inframundo era un ámbito acuoso, ahí reinaba la oscuridad, para entrar en él había que hacerlo a través de los cenotes.
Introducirse en un cenote es como nadar en el pasado desde el ahora; así es aún, incluso para quien desconoce su importancia en el imaginario de la cultura maya del pasado y la que se mantiene viva.
Los cenotes son aberturas superficiales de los ríos subterráneos que atraviesan la península de Yucatán, sus aguas frescas y claras acogen al visitante como un regazo protector. Es una formación única, cuajada de misterio, plagada de leyendas.
Era el ingreso al lugar de los muertos, pero a la vez en ese misterioso inframundo se originaba también la vida.
Los mayas tenían muy claro el hecho de que la vida no es posible en ausencia de agua.
Las prístinas aguas de los cenotes y los ríos subterráneos, actualmente igual que en el pasado, garantizan la sobrevivencia de todos los habitantes de la península: plantas, animales y, por supuesto, el hombre.
El arqueólogo Guillermo de Anda es el especialista; hoy, él encabeza el proyecto llamado “Gran Acuífero Maya”.
Este tipo de exploración es difícil y sumamente peligrosa, para De Anda, aquello es un universo plagado de tesoros, restos humanos y también de animales que dejaron de existir hace millones de años.
La luz no llega a la mayor parte de los sinuosos canales, muchos de los cuales son en extremo angostos y sus paredes sumamente frágiles.
Lo anterior aumenta el riesgo del trabajo de los buzos quienes además deben llevar un equipo muy voluminoso.
La fragilidad del suelo de la península se comprobó en junio del año pasado cuando se produjo un socavón en la carretera que conecta Tulum con Playa del Carmen.
El hundimiento dejó al descubierto una cueva de 60 metros de largo, rica en fósiles de diversos tipos. Los fósiles datan del pleistoceno y principio del holoceno (hace aproximadamente dos millones de años).
El Gran Acuífero Maya comprende miles de kilómetros de cuevas inundadas con agua dulce en los estados de Quintana Roo, Yucatán, Tabasco y Chiapas.
Ese universo acuático, según Guillermo de Anda, constituye el sitio arqueológico sumergido más grande del planeta.
Él y su equipo han encontrado huesos de animales extintos, restos de hombres tempranos y actuales y un sinfín de objetos.
La cueva inundada más grande del mundo, Sac Actún, mide 379 km de largo, ahí se hallan cerca de 200 sitios arqueológicos con vestigios de la cultura maya y también de la época colonial.
El proyecto “Gran Acuífero Maya” cuenta hoy con 14 investigadores de varias disciplinas a los que se suman un gran número de estudiantes y voluntarios.
Los integrantes del grupo tienen la certeza de que esta gran cueva se conecta con otros sistemas. De ahí que no cejan en la búsqueda, adentrándose cada vez más en aquellos laberintos subterráneos.
La exploración del Gran Acuífero Maya representa para el arqueólogo De Anda una gran oportunidad para conocer con más precisión la conformación geológica de la península de Yucatán.
Desde esta perspectiva habría una certeza incontestable sobre cómo se debe proceder para salvaguardar tanto las zonas arqueológicas como los sitios de importancia ecológica y sus habitantes.
La trascendencia del proyecto es incuestionable. Ello ha permitido que durante los últimos años al trabajo de investigadores pertenecientes a instituciones públicas del país, se hayan sumado especialistas de universidades fuera de México, y formas de financiamiento que combinan lo público con lo privado.
Destaca en este sentido, el aporte de la Fundación National Geographic, a decir de los propios participantes del proyecto.
Tal interés y esfuerzo, no es para menos. El acuífero de la península de Yucatán conecta a varios ecosistemas en riesgo. Contiene billones de litros de agua que, como ya señalamos, representan un recurso esencial para todos los habitantes de la zona. Por eso, es de extrema relevancia evitar su contaminación.
Al respecto, mencionaré algo sobre lo cual quizá no hemos reflexionado. Los herbicidas que se han de emplear para mantener las vías del Tren Maya transitables, indiscutiblemente se filtrarán hasta el subsuelo contaminando las aguas del acuífero.
El daño puede ser irreparable. Tanto para los ecosistemas que directamente dependen de esos mantos, como para las poblaciones humanas que se benefician de ellos.
Se ha hablado mucho sobre el desmontaje de grandes extensiones de selva, pero no se ha reflexionado lo suficiente en torno a los daños sobre aquello que no vemos a primera vista, pero se encuentra ahí y su importancia es incontrovertible.
Ése es exactamente el caso del riesgo en el que hoy se encuentra el sistema acuífero subterráneo que se halla en la península de Yucatán. Su preservación es vital, ya no digamos para el futuro, sino para el presente mismo.
¿Alguien puede continuar pensando que las vibraciones que producirá un tren en el suelo de la península de Yucatán no producirán derrumbes en el acuífero?
¿Seguiremos en la ingenuidad de creer que la ferrovía acarreará bonanza y no destrucción?
*La autora agradece profundamente la ayuda tanto del arqueólogo Guillermo de Anda como del grupo de investigadores que participan del proyecto Gran Acuífero Maya para la elaboración de este artículo, lo mismo que por proporcionar generosamente las fotografías que lo acompañan y complementan.
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