violencia

Entre verdades o no, ¿por qué tanto odio?

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La ética o la moral deben de entenderse no sólo como la realización
de unas cuantas acciones buenas, sino como la formación de un alma sensible.
Victoria Camps.

Tomo la frase de esta autora, Victoria Camps, filósofa española, de pensamiento socialdemócrata. La frase me hizo sentido por su profundidad, aunque no coincido en algunas posturas ideológicas de fondo. Pero eso no es lo que importa ahora, sino la sustancia por la alusión a la sensibilidad humana.

Escribo en un estado que todavía no defino. No sé si estoy triste o molesto. Lo que sí me invade es una suerte de impotencia, porque no sé si los datos y eventos presentados –como eco del coronavirus– son promovidos por ignorancia, en conciencia, por error, por miedo, por ruindad humana, por insensibilidad, por majadería, por revanchismo, por venganza, por odio, por estupidez… ¿Qué interés hay?

Lamentable esto es por parte de ambos lados, gobierno y oposición que caminan sin puntualizar fines claros. Aunque también es cierto que muchos civiles siguen una actitud irresponsable como si el bicho fuera el personaje invisible de un cuento de terror que sólo les asusta un rato. Ahora bien, es claro que hay acciones ejecutivas y legislativas que no han dado los resultados que esperaban. Y las molestias se enfatizan.

Acentuando que ellos mismos, los gobernantes, tienen grandes contradicciones de interpretación de la línea de transformación verdadera, donde los criterios de bienestar no son los esperados.

discurso de odio
Ilustración: Edel Rodriguez.

Hay una lucha intestina que ni ellos mismos alcanzan a explicarse qué está pasando. Porque si la gente estaba contra tanta ignominia política y socio-económica de aquellos, al grado del triunfo, entonces, ¿por qué no han podido despegar como se pretendía?

Están perdidos, no saben qué o cómo hacer para lograr sus metas por más que digan que tienen una ruta de soluciones trazadas. ¡Falso! Lo que sí tienen claro es que hay que mantener el poder a como dé lugar. O sea… ¿Hay diferencias?

No obstante, decir que todo es un fracaso como que tampoco es cierto, porque sí hay funcionarios que actúan con valentía y ética con el fin de lograr un mejor estado de prosperidad social. Sí hay funcionarios que actúan en congruencia con el discurso de los valores éticos-morales.

Sin embargo, hay mucha confusión racional y emocional que les salpica de resentimiento a muchos. Unos porque aún siguen los patrones de corrupción y porque hay quienes no acaban de vivir de las arcas del Estado de forma ilícita, y otros más, resentidos viven las injusticias de las conquistas y colonias.

Por eso queda en el tintero una preocupación para quienes no queremos ni creemos en las divisiones sociales a partir de la incubación de odios. Lo que recuerda la frase de William Shakespeare: Si las masas pueden amar sin saber por qué, también pueden odiar sin mayor fundamento. Y esto es lo que genera preocupación. ¿Hacia dónde nos quieren llevar?

odio y redes sociales
Ilustración: Chelsea Beck.

Desde de los primeros tiempos, la humanidad ha penado de una pandemia. Un padecimiento emocional que aniquila los buenos sentimientos apoderándose de las almas, luego unos aniquilan a otros, incluso se autoaniquilan; eso se llama odio. ¿Por qué hay tanto?

En la teología cristiana se habla de los pecados capitales, o como les digo, imperfecciones humanas: soberbia, ira, gula, envidia, pereza, avaricia, lujuria. Estas imperfecciones son las que llevaron a crear la leyenda bíblica de Caín y Abel como una forma de explicar la condición humana; por lo mismo que no somos perfectos, más bien imperfectos en la búsqueda de algo mejor, según la aspiración.

Caín quedó contaminado con la pandemia del odio, le molestaba que las cosas no le salieran como él deseaba. No es porque hubiera una relación preferencial a favor de Abel, nada más porque sí, sino por su actitud positiva frente a la vida. Caín actuaba de forma exacerbada, con envidia.

La humanidad padece de la pandemia del odio, por lo mismo hay tanta polarización social. Los pobres (en términos generales) están convencidos de que los ricos son unos privilegiados porque tienen lo que desean; los ricos (en términos generales) creen que los pobres no tienen lo que quieren porque no hacen el esfuerzo que deben.

Estas condiciones erráticas (también en términos generales) son el resultado de factores multifactoriales. Los gobiernos sí son responsables –la educación, las oportunidades, y por supuesto las políticas públicas–, pero no son culpables. Cada quien ha contribuido a generar su propio estado en el que se desarrolla, promueve, defiende, tiene que ver con la cultura y la misma condición humana.

odio y violencia
Ilustración: Tom Jellet.

El mundo, y de manera particular nuestro país, lo asalta el odio. Pocos creen en los otros. Cada día se polarizan más los pensamientos y se abren más las brechas de unos contra otros. Nos estamos dejando invadir por las fuerzas negativas del desamor.

 Existe un discurso técnico que procura que nos vaya mejor mientras que con el mismo discurso técnico otros argumentan que los primeros están errados. Parece que reinara una espera cotidiana que el otro se equivoque para validar la postura contra aquél.

Crece el odio por más que haya quien quiera el bien; por contraste inmediato hay quienes alimentan el mal.

Los gobernantes se equivocan, los gobernados erramos. Unos y otros fluctuamos en lo agrio; pero, estoy convencido que puede haber críticas sin venganzas ni odios. ¿Les suena?


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La violencia no entiende de cuarentenas

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En estos días, nuestra región ha sufrido varios episodios desafortunados y penosos hechos de violencia criminal de alto impacto contra los ciudadanos de distintas facciones sociales. En la Ciudad de México, por ejemplo, el atentado contra el titular de la Secretaría de Seguridad Ciudadana (SSC), Omar García Harfuch, el pasado 26 de junio. Por otra parte, el asesinato este 1º de julio de German Vallecillo Jr. y Jorge Posas, trabajadores de la comunicación periodística en la atlántica ciudad hondureña de la Ceiba, estremece los cimientos propios de la libertad de expresión y de prensa.

En un principio, es necesario mencionar la paradoja existente entre el confinamiento al que han sido sometidos amplios sectores de nuestros países –gente honesta y trabajadora– pero se observa a través de estos eventos que los delincuentes no descansan en sus cavilaciones, y se comprueba que al margen de la ley se han saltado las disposiciones legales para causar daño.

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Ilustración: iStock.

Aquí habría que preguntarse qué papel juegan los sistemas de inteligencia y de seguridad para anteponerse a hechos de esta naturaleza. ¿Es necesaria una mayor proactividad de los órganos de seguridad de nuestros países? Debido a la corrupción, ¿habrá fuga de información desde las centrales de inteligencia que permita a los delincuentes facilitar el camino para llevar a cabo estos abominables ataques? Sin lugar a dudas, estas interrogantes ameritan un debate amplio –que permita trabajar bajo una mirada interdisciplinaria– en torno al tema de seguridad ciudadana, la cual se ha visto seriamente afectada de manera mayúscula en este tercer milenio y ello ha minado la confianza que desde nuestros entramados sociales se tiene en los cuerpos del orden.

Es impresionante que no solamente nos enfrentamos a un virus inmaterial, sino también al “virus de la violencia”, que se inocula en personas de diversos estratos sociales, moviéndose en las líneas oscuras de la indecencia y al margen de la ley. Producto quizás de sentirse atacadas en cuanto al desarrollo de sus actividades ilícitas.

A casi cuatro meses de una cuarentena obligada, es preocupante observar cómo el cansancio del encierro se ha visto explosionado a través de estos fortuitos eventos violentos en el espacio público. A mi parecer, la violencia surge a raíz de la imposibilidad humana de alcanzar acuerdos y consensos, pues las visiones contrastadas de lo que es bueno y útil –visto siempre desde la legalidad– en muchas ocasiones trastocan intereses que benefician a pocos, pero que afectan la gobernabilidad y la paz de nuestras sociedades.

violencia cuarentena
Ilustración: Collaborative.

En definitiva, la moraleja en estos asuntos es que hace falta un incremento en la labor preventiva policial que permita garantizar que exista una mayor presencia de personas que transitan en los caminos de la licitud en nuestras calles –obviamente bajo los más estrictos protocolos de bioseguridad, producto de la actual pandemia sanitaria–, así como potenciar la capacidad indagatoria y anticipatoria de personas y grupos que alteran el orden y la legalidad. 

Posdata: De acuerdo al Índice de Paz México 2019, el año anterior la violencia en el país norteamericano generó un costo económico 5,16 billones de pesos –equivalente al 24% del Producto Interno Bruto (PIB) nacional–. Entretanto, de acuerdo a una reciente investigación del Fondo Monetario Internacional socializado en el presente año, afirma que el costo económico de la violencia en Honduras corresponde al 16% de su PIB (mismo porcentaje corresponde a El Salvador). Es en estos países del triángulo norte centroamericano (Guatemala sufre 7% del costo económico producto de la violencia) donde los embates de una violencia entronizada en el tejido social, perdura a través del tiempo con secuelas emocionales negativas para sus residentes. 


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Pandemia de violencia

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Sin quitarle al COVID-19 su enorme impacto en nuestras vidas y en nuestro futuro inmediato, hemos sufrido de una enfermedad igual, o peor, en la forma de la violencia y el crimen en todas sus manifestaciones.

Particularmente la semana pasada y el inicio de ésta han sido periodos aciagos en materia de inseguridad y los efectos que provoca en una sociedad, tristemente, acostumbrada ya a la impunidad y al delito.

Con las consecuencias de una serie de masacres ocurridas en Sonora y Oaxaca, además del asesinato cobarde de un juez y su esposa, llegamos al viernes pasado para atestiguar un atentado en contra del secretario de Seguridad Ciudadana de la capital del país, Omar García Harfuch, en un operativo criminal no visto antes en la Ciudad de México y menos en contra de un funcionario de tan alto perfil.

El despliegue de células organizadas con armamento de guerra, logística, vehículos y una planeación que no se puede explicar sin colaboración interna, trajo al corazón del país escenas que sólo habíamos visto en puntos de nuestra nación ya convulsionados por la violencia y que demostraban lo lejos que todavía estamos de alcanzar la paz y la tranquilidad que tanto demandamos.

pandemia violencia
Ilustración: Jeff Gomez.

La aparición pública de líderes de cárteles, así como las ineficiencias de autoridades y jueces para fincar responsabilidades a presuntos responsables de delitos, involucrados con los primeros, y hasta la detención de otros criminales a quienes se les atribuyen horrores como la desaparición de 43 jóvenes, nos obliga a reflexionar que, con o sin coronavirus, el problema de la falta de seguridad seguirá siendo un talón de Aquiles para el cambio verdadero de la República.

Coincide con el primer aniversario de la creación de la Guardia Nacional, un cuerpo de seguridad cuyo despliegue a lo largo del territorio nacional aún deja muchos más pendientes que resultados, aunque debemos reconocer avances en ciertas áreas de combate al crimen, como el tráfico de combustibles, el robo en carretera y una marginal contención de algunos crímenes que mantienen baja la cifra negra como el robo a vehículos, en tanto que los homicidios dolosos se estancan o aumentan irremediablemente.

Como si el semáforo de la pandemia no fuera suficiente, el semáforo de la inseguridad pareciera mantener no ya el color rojo intenso, sino violeta, sin importar la aparición de un contagioso virus que detuvo al mundo, pero no a quienes en estos momentos atacan, atracan, y viven de la ilegalidad; una industria que se hizo incontrolable después de décadas de complicidades, tolerancia, corrupción e impunidad.

Entramos en el segundo tercio del sexenio y los números de los delitos que se cometen todos los días se mantienen altos, a la par de que no hay señales claras de que las detenciones, los procesos judiciales y las sentencias crezcan gracias a la coordinación de autoridades y la eficiencia de los cuerpos policíacos estatales o municipales.

Regiones enteras del país están sometidas a los intereses de grupos criminales que no piensan dejar su negocio en poco tiempo, y si para ello es necesario subir el nivel de violencia en contra de quienes les cierran el paso, lo harán sin ningún miramiento; de ese tamaño es el poder económico que está en juego.

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Ilustración: Curt Melo.

Mientras tanto, los ciudadanos nos preparamos lo mejor posible para entrar en una nueva realidad, pero con los viejos problemas de siempre, lo que hará más difícil que salgamos de la crisis económica y de empleo que ha traído la crisis sanitaria.

Advierto, sin embargo, que no creo que haya un engrosamiento de las filas de las organizaciones criminales, no funciona así, pero muchos jóvenes sí podrían ser enganchados con dinero fácil para entrar a los primeros escalafones del delito, mucho más si las bandas les confirman que hay espacio para prosperar por los errores y la complicidad de quienes tienen la tarea de defendernos.

No obstante, el papel de la ciudadanía es más importante que nunca para lograr un descenso considerable del crimen organizado (que es todo) si le damos su lugar a los buenos policías, los buenos guardias nacionales, y denunciamos cualquier incidente que afecte nuestro bien vivir.

Recuperaremos poco a poco cierta movilidad y eso podría dar a los delincuentes la falsa impresión de que pueden volver a las andadas sin que opongamos resistencia. Es el peor mensaje que podemos enviar como una sociedad que debe actuar como una sola y aprovechar las nuevas condiciones de convivencia para prevenir, apoyar y colaborar con las buenas autoridades, que sí las hay.


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Violencia en Celaya

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El pasado fin de semana, Celaya, la tercera ciudad más grande de Guanajuato, vivió (otra vez) una jornada violenta. Bloqueos, autos y comercios incendiados construyeron el paisaje de miedo y caos en la ciudad. Crónicas periodísticas y reportes policiales apuntan a que la región se ha convertido en un campo de disputa entre grupos criminales, con Celaya como epicentro. El diagnóstico, aunque acertado, carece del análisis de elementos estructurales que implican ver mucho más atrás del pasado fin de semana pasado e, incluso, del último año. En la última década, Celaya quedó atrapado entre una política fallida de seguridad que provocó la aparición de grupos delictivos más pequeños pero violentos, la inserción en un cluster de desarrollo industrial que no se acompañó de desarrollo social, y la evolución de un “nuevo” mercado ilegal  basado en el robo y venta de combustibles.

De acuerdo con cálculos de Diego Valle-Jones, y basados en los registros del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, el municipio de Celaya suma 364 homicidios dolosos denunciados entre junio de 2019 y mayo de 2020. Esa cifra se traduce en una tasa de 65.8 asesinatos por cada cien mil habitantes, más del doble en comparación con la tasa nacional que, de por sí, ya es muy alta. El municipio de Celaya no es la excepción sino el epicentro de una serie de localidades guanajuatenses violentas. Para muestra, sobran los botones. Varios municipios alrededor de Celaya tienen tasas de homicidio por encima de los cien casos. Es el caso de Apaseo el Grande, Apaseo el Alto, Salamanca, Tarímoro y Santiago Maravatío –este último incluso alcanza una tasa de casi 207–. Todo esto sin considerar la cifra negra o casos no denunciados.

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Ilustración: El Universal.

Hace veinte años Celaya no era tan violenta, o al menos eso demuestran los datos de las defunciones por homicidio que registra el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (y que no lidia con tantos problemas de cifra negra pues no se basa en las denuncias). En 1998, hace veintidós años, Celaya registró 26 defunciones por homicidio durante todo el año. Del total, dos víctimas fueron mujeres. Casi la mitad (12) tenían entre 15 y 39 años (el rango de edad donde más hay ocurrencia de víctimas en la actualidad). Tomando como base la población del censo del 2000, la tasa de homicidios de Celaya en aquel año fue de 6.8 por cada cien mil habitantes.

Diez años después, en el 2008, el total de víctimas en ese año fue de 45. Es decir, en diez años, la cifra municipal anual aumentó pero ni siquiera se duplicó. En ese año, del total, las víctimas mujeres fueron siete, por lo que ahí sí hubo casi una triplicación comparando 1998 contra 2008. Lo que sí se mantuvo es la tendencia del juvenicidio: más de la mitad de las víctimas tenían entre 15 y 39 años. Tomando como base la población según el censo de 2010, la tasa de homicidios de Celaya en 2008 fue de 9.6 homicidios por cada cien mil habitantes, un incremento relativamente pequeño de 2.8 comparando 1998 vs 2008. Sin embargo, todo se agravó drásticamente en los siguientes años.

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Ilustración: Letras Libres.

En el 2018 (y el año más reciente publicado con esta información), la cifra de víctimas que registró Celaya fue de 245. Durante ese año, el número de víctimas mujeres aumentó más de cinco veces en comparación con 2008, y la tendencia de concentrar víctimas jóvenes se acentuó: del total, más del 81% tenían entre 15 y 39 años. Finalmente, el dato más revelador es el incremento en la tasa de homicidio: 53.6 casos por cada cien mil habitantes. Y como ya se citó, en este 2020, con base en casos denunciados, esa tasa sigue incrementando. ¿Cómo explicar que una ciudad prácticamente octuplique su tasa de homicidio anual en un lapso de veinte años?

El caso de Celaya recuerda que los espacios sociales y sus dinámicas cambian, y que las afectaciones a niveles nacional, regional y global impactan localmente. Pero este caso también refrenda que las decisiones y omisiones de política pública tienen consecuencias sobre la vida de las personas. En Celaya urge justicia, reparación de daños, y una política de seguridad integral de corto, mediano y largo plazo. De lo contrario, es cuestión de tiempo para que se sumen más municipios a la larga lista de municipios violentos en la que, desde hace años, Celaya ya se inscribió.


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¿Dónde está la autoridad?

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#DondeEstaLaAutoridad

El pasado lunes, 1º de junio, hablé con un queridísimo amigo poblano. Me comentó, muy molesto, que el sábado anterior que venía a la CDMX a ver a sus hijos, unos encapuchados, en la última caseta antes de llegar a la Ciudad, tenían tomada la caseta; y no por alguna causa social o manifestándose por alguna razón, sino simplemente, para cobrarla más cara. Yo me acuerdo, hace algunos años, haber pasado por casetas tomadas en la carretera México-Acapulco, pero los manifestantes lo hacían con causa y en contra del gobierno, por lo que no cobraban el cruce y sólo afectaban al concesionario del tramo tomado; lo cual tampoco estaba bien, pero cuando menos lo hacían con causa (o así lo disfrazaban). Estos delincuentes, de los que me estaba platicando mi amigo, eran jóvenes encapuchados que cobraban 100 pesos por coche, cuando esa caseta vale 42 pesos. Era un vil asalto, de viles ladrones, que al coche que pasaba le robaban 58 pesos y al concesionario, el resto. Lo que más le molestó a mi amigo es que había dos patrullas de la Secretaría de Seguridad Pública (que por cierto, ya ni existe) estacionadas con sus elementos dentro de las mismas quienes sólo observaban la situación. Yo me pregunto, ¿dónde está la autoridad?

El martes 2 de junio, es decir, un día después de que aquel amigo me platicara de la toma de la caseta en la Puebla-México, otro amigo con quien hablé por la noche me dijo que trató de salir de Valle de Bravo y todos los accesos estaban tomados. Incluso se le acercó a una pick-up con elementos de la Guardia Nacional para preguntarles qué estaba pasando y ellos contestaron que un grupo de transportistas tenía tomada la carretera y que ellos no podían hacer nada. Así la tuvieron toda la tarde y mi amigo tuvo que regresar a CDMX por la carretera antigua cuando pudo, en algún momento, salir del cuello de botella en el que se encontraba. Ya más tarde me enteré, por las noticias, que un grupo de taxistas había bloqueado la carreta porque habían detenido a su líder. Yo, otra vez, me pregunto, ¿dónde está la autoridad?

Con esos dos acontecimientos decidí que, la semana pasada, haría mi colaboración para El Semanario sobre este tema, pero por distintas razones ya no pude publicarla y, lo que sucedió el jueves y viernes en Guadalajara y en CDMX, aunado a lo que pasó este lunes (el día de ayer) en el centro histórico de la CDMX, no hizo más que abonar en acontecimientos y tristes historias para volver a preguntar ¿dónde está la autoridad?… pero ahora de una forma más desesperada.

Cuando se ven las imágenes de un grupo de auto-llamadas “feministas” saqueando, junto con otros grupos de manifestantes, una tienda deportiva y rompiendo los cristales de una tienda de conveniencia con absoluta impunidad, con libertad plena y comportándose de una forma grosera y prepotente con los medios de comunicación, uno se pregunta otra vez, ¿dónde está la autoridad? Esos maleantes disfrazados de manifestantes, justo frente a las cámaras, cometieron claramente –al menos– dos delitos: el de daño en propiedad ajena y el de robo, pero se les podrían sumar unos cuantos delitos más. Todos los vimos, nadie nos lo platicó; ¿y la autoridad? Brilló por su ausencia.

Ya la semana pasada habíamos visto cómo quemaban a un policía de Guadalajara, destrozaban inmuebles y amenazaban a la prensa; y la autoridad no apareció, por lo menos en la Ciudad de México, hasta que los rijosos llegaron al barrio de Polanco. Este lunes ni siquiera llegaron.

Quiero pensar si usted o yo, querido lector, nos atreviéramos a salir con un bat por la calle a romper un escaparate de una tienda, ¡a ver cómo nos iría! La policía, seguramente, nos aprehende rápidamente. Aquí en la capital, el lunes, extrañamente, no llegó nadie.

Las autoridades no están protegiendo a manifestantes quienes, sin duda, están en todo su derecho de salir a las calles y expresar las razones de su manifiesto; están protegiendo a agitadores profesionales que son violentos, que no luchan por ninguna causa y sólo se venden como mercenarios al mejor postor. No hay ideales ni principios en esas personas. Son barbajanes y rufianes que no le hacen ningún bien a la sociedad. Allá ellos, pero los mexicanos elegimos a nuestros gobernantes para que apliquen la ley, nos protejan de maleantes como esos y hagan su trabajo. Si no pueden con ese trabajo, que se vayan.

Yo, como ciudadano de a pie, ya estoy harto de preguntarme todos los días ¿dónde está la autoridad? Estoy harto porque no encuentro respuesta. Los acontecimientos se van multiplicando y la pregunta cada vez encuentra mayor eco en más y más ciudadanos: ¿Dónde está la autoridad?

¿Encontraré respuesta? No lo sé. Me temo que si paso mucho tiempo haciéndome la misma pregunta, y no encuentro respuesta, la siguiente pregunta será: ¿Dónde quedó México?


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¿Narco-Valhalla?

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En la mitología nórdica, el Valhalla es una suerte de paraíso. De acuerdo con las creencias vikingas, los guerreros caídos en combate iban, al morir, directo al Valhalla, un salón gobernado por el dios Odín. Aspirar a ese paraíso era una motivación sin igual para un guerrero vikingo en batalla. De acuerdo con el diario holandés De Telegraaf, Países Bajos se ha convertido en el Valhalla de los grupos dedicados al narcotráfico. La metáfora de este diario secunda las declaraciones de Andy Kraag, jefe de la División Nacional de Investigación Criminal de aquel país, quien dijo que los narcotraficantes holandeses colaboran con mexicanos para “adquirir experiencia y reemplazar éxtasis por metanfetamina en los laboratorios”.

El incremento de laboratorios móviles para la elaboración de estas drogas es la variable que refuerza la hipótesis de colaboración. Los narcotraficantes holandeses, dijo Kraag, “ya tienen la infraestructura, las materias primas y las redes de distribución necesarias. Sólo les faltaban las recetas de los mexicanos”. Max Daniel, jefe de Operaciones contra el Narcotráfico en este país europeo, afirmó que los cárteles mexicanos son “una plaga”. Se trata de grupos, dice, en busca de nuevos mercados en Europa y que encuentran en Holanda una plataforma para consolidar esta búsqueda a través de aprovechar la ubicación y la infraestructura del país como los puertos, aeropuertos, rutas, telecomunicaciones y, en general, las vías de comunicación.

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Andy Kraag, jefe de la División Nacional de Investigación Criminal en Holanda (Fotografía: New Straits Times).

¿Qué significa que Países Bajos sea el paraíso de los narcotraficantes? A juzgar por los dichos de Kraag y Daniel, el Valhalla se parece mucho a la globalización rampante. De hecho, si no se tratara de metanfetaminas, sino del comercio de bienes o servicios legales, estarían describiendo las condiciones del éxito de cualquier iniciativa empresarial. La expansión de mercados global impulsada por el neoliberalismo desde hace poco más de tres décadas es una moneda de dos caras. Por un lado, la de los mercados lícitos; por el otro, la de los ilícitos. Es iluso pretender aspirar sólo a una de las caras sin asumir los riesgos de la otra. Y, además, es reduccionista repartir culpas con etiquetas nacionales.

Hace casi una década, el conflicto entre mafias holandesas tenía un componente étnico y migratorio. Una “guerra” entre narcotraficantes marroquíes y antillanos –por un lado, migrantes o descendientes de marroquíes; por el otro, antillanos provenientes de territorios holandeses en esa zona del mundo– provocó una escalada de violencia particularmente en Ámsterdam. Unos años después, en 2016, la prensa holandesa dijo que el conflicto se estaba “mexicanizando” a raíz del incremento de violencia –concretamente a partir del caso de un cuerpo desmembrado en dicha ciudad–. Un par de años después, en 2018, un informe del sindicato de la policía holandesa dijo que el país estaba adquiriendo los “rasgos de un narco-Estado”. Entre otras cosas, la afirmación se basaba en la falta de detectives y la proclividad hacia la concurrencia de delitos violentos derivados del narcotráfico.

mafia en holanda
Fotografía: BBC.

Si el Valhalla del siglo XXI significa el aprovechamiento de sitios estratégicos y la expansión de mercados para maximizar ganancias, los holandeses padecen de su propio éxito. El mismo que les posiciona como una de las economías de mercado que mejor funciona a nivel mundial. Pero si el Valhalla, en cambio, significa impunidad, riesgos para la salud pública, e incremento de la violencia, entonces el concepto es por demás desafortunado. La discusión y el diagnóstico necesita orientarse hacia una preocupación política de la regulación de mercados ilegales, y particularmente de la violencia que implican. De otra forma, seguir por la ruta argumentativa de la expansión de mercados y de culpar a “foráneos”, puede fácilmente conducir a salidas falsas como el Brexit o a negar los beneficios de la apertura al estilo Trump. Es indispensable evitar esa clase de nacionalismos, particularmente en tiempos como los que se vislumbran en la era postcovid-19.


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Sí somos guerreras

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En un informe publicado por el Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA, por sus siglas en inglés), señala que las enfermedades afectan de manera diferente a hombres y mujeres, las pandemias hacen más grandes las desigualdades que existen para mujeres y niñas.

Durante una crisis, las mujeres y niñas pueden encontrarse en mayor riesgo de sufrir violencia de pareja y otros tipos de violencia doméstica debido a un aumento de la tensión en el hogar.

Las mujeres son las encargadas principales de las labores domésticas y de crianza y en confinamiento las exigencias en esos dos rubros aumentaron dramáticamente, además del trabajo formal o informal que sabemos que las mujeres también realizan y del cual ahora mismo se encuentran realizando en sus hogares.

En el sector salud son la mayoría, sabemos que hay más enfermeras que enfermeros y que son las que están cuidando en la primera línea, se calcula que el 67% de la fuerza del trabajo sanitario mundial corresponde a mujeres.

somos guerreras
Ilustración: The Atlantic.

Las mujeres queremos cambiar el mundo en el que vivimos, hace unos meses, el 8 de marzo, marchamos por un mundo más igualitario, gritando basta a la violencia de género, unidas, apoyándonos, sintiéndonos más fuertes y con esperanza de ser escuchadas.

El 9 de marzo hicimos paro nacional, “Un día sin nosotras” y queríamos seguir haciendo más cosas, ver los frutos de nuestro esfuerzo pero llegó la pandemia por el COVID-19  y la atención se fue a otro lado.

¿Y qué hicimos nosotras? Lo que sabemos mejor hacer, ser solidarias, cuidadoras, juntamos a nuestros hijos y familias, organizamos nuestras casas, acomodamos espacios, cocinamos, contamos cuentos, hicimos tarea, abrazamos a los que lloran, combatimos el miedo, hasta hicimos tapabocas.

Y no nos dimos cuenta, no lo vimos venir, que junto a la pandemia del coronavirus nacía otra pandemia, la de la violencia familiar que está dejando más víctimas que el COVID-19, las llamadas de ayuda y denuncias han aumentado un 40%.

La tensión generada por el encierro, la incertidumbre, el problema económico y el miedo a morir hace que las mujeres y niñas sean blanco fácil de violencia, los hombres se desquitan con ellas, las tienen a la mano, están vulnerables.

violencia en la cuarentena
Ilustración: Aiden Locke.

En México los feminicidios se mantienen a la alza, crecieron 1.6% en el primer trimestre del 2020. Se registraron 244 mujeres asesinadas.

Según la organización “Marea verde”, desde la entrada de la pandemia a mediados de marzo hasta el 24 de abril, se habían reportado 210 asesinatos a mujeres, así que el número es mayor.

Lo que más me llama la atención es la falta de conciencia, de solidaridad, la falta de respeto y lo fácil que es para algunos hombres lastimar a sus parejas, madres e hijas.

No se valora el trabajo de las mujeres, no se valora su persona, se considera propiedad de los hombres y creen que pueden hacer con ellas lo que ellos deseen. Sé que el problema es más profundo y que también tiene que ver con la forma en que las mujeres nos hemos parado frente a ellos, las ideas que nosotros hemos introyectado, las creencias y mandatos que creemos como reales y no nos frenamos a cuestionar.

Todos tenemos que cambiar, todos tenemos que madurar, frenarnos, pensar, construir un mundo y una forma de vivir para relacionarnos diferente.

confinamiento de mujeres
Ilustración: Andrea Gendusa.

Tenemos que entender como mujeres que nadie tiene derecho a lastimarnos, que tenemos que luchar por tener las mismas oportunidades y los mismos derechos, que sólo por el hecho de haber nacido ya merecemos respeto, que casarse con alguien no le da derecho a decidir sobre mis pensamientos y mi vida.

Los hombres tienen que saber que no son dueños de nadie, que no por ser hombres mandan y deciden, que las mujeres no están a su servicio ni para cumplir sus caprichos ni para su placer.

Venimos a este mundo a crecer, a convertirnos en la mejor versión que podamos de nosotros mismos, es un trabajo interior, profundo, individual, de conciencia, paciencia y constancia.

Te invito a reflexionar en este tema y a que cada vez seamos más los que buscamos, queremos y trabajamos por un mundo mejor.

Esto es para ti… que siempre estás del otro lado leyéndome.


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Hablemos de salud mental

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#HablemosDeSaludMental

Una de las crisis adicionales que se avecina será la de salud mental y no estamos preparados para ella, ni contamos con los especialistas suficientes o las instalaciones necesarias para enfrentarla.

Igual que ha sucedido con la pandemia que hoy nos mantiene en nuestras casas, durante muchos años gobiernos e instituciones privadas han obviado la salud mental de la misma forma en que lo han hecho con la física, y en momentos inéditos como los actuales, las carencias del sistema sanitario se han hecho evidentes.

No es novedad que el aislamiento social y el confinamiento, voluntario o forzado, afecta eventualmente el estado emocional y las conductas de cualquier individuo, lo que puede derivar en padecimientos psicológicos diversos y en depresión en diferentes grados, que son actualmente condiciones sanitarias que afectan a millones de mexicanas y mexicanos.

salud mental con pandemia
Ilustración: The Daily Best.

Como nadie pudo prepararnos para un escenario de contingencia, todavía no sabemos cuál será el impacto psicológico de estas semanas que nos hemos quedado en casa. El tiempo que tardamos en elaborar nuevas rutinas, adaptar nuestras actividades al encierro y hasta desarrollar nuevos hábitos comunitarios con nuestra propia familia, influirán en la forma en que podremos mantener una salud mental óptima, lista para volverse a ajustar una vez que podamos salir nuevamente, aunque bajo medidas de separación y de prevención que jamás hemos vivido en México.

Por eso, en esta semana, Twitter lanzó una iniciativa con el hashtag #HablemosDeSaludMental no sólo como una conmemoración del día en que recordamos la importancia de mantener un buen estado emocional, al mismo tiempo y con la misma relevancia de contar con un buen estado físico, sino también por la necesidad de prestarle atención a muchos factores de tensión y ansiedad que nos afectan en esta crisis y que pueden provocar consecuencias sociales que aún no podemos anticipar.

Tomemos un ejemplo: los homicidios dolosos que no parecen frenarse ni con el COVID-19. Durante casi una década, hasta 2017 donde empezó un cambio leve en la tendencia, 8 de cada 10 crímenes de este tipo eran entre ciudadanos por riñas, venganzas personales, y motivos pasionales. Hoy estos números se encuentran en una proporción de 6 a 7 de cada 10, lo que deja sólo tres homicidios a manos de la delincuencia.

encierro y violencia en pandemia
Ilustración: Florencia Capella (Agencia Presentes).

Existen varios elementos que detonan la violencia, pero en el caso de los homicidios son dos los que aparecen de manera casi absoluta: abuso en el consumo de alcohol y violencia social, con antecedentes de agresión a la pareja, a la familia o a cualquier persona alrededor. Otro factor presente en la mayoría de los homicidios entre particulares eran las disputas de fin de semana por los resultados de la liga de futbol, pero como no tenemos  torneo desde hace dos meses, es poco probable que ésa sea una afirmación que pueda sostenerse.

La mezcla de armas de fuego en casa, con el alcohol y la violencia cotidiana, representa a la fecha, la mayoría de los asesinatos que se cometen diariamente y que, en los últimos tres meses, han sido la causa de que sean considerados como los más violentos en periodos iguales.

¿Qué piensan de nosotros los delincuentes cuando entienden que somos tan violentos como ellos y por razones que no son las del simple negocio? Ésa es una reflexión que todavía no procesamos adecuadamente en la sociedad mexicana y seguimos tratando de convencernos que somos ciudadanos pacíficos y controlados, cuando en realidad podemos estallar de la misma forma que el peor de los asesinos si se nos dan las herramientas (armas) y las excusas (la violencia) para atacar a otro ciudadano.

lo que escuchamos en pandemia
Ilustración: Eduard Taberner Pérez (Vice).

Ahora, traslademos esa realidad que ya existía a un contexto nuevo, inesperado, que seguramente tendremos en cuanto podamos regresar a ciertas actividades públicas. ¿Cuántos problemas emocionales llevaremos a las calles, al trabajo y con cuántos regresaremos a casa, después de que terminemos horarios laborales cargados de ansiedad porque debemos estar con cubrebocas y alejados para evitar un contagio? Y si eso no ocurre, ¿porque, tristemente, perdemos nuestro empleo o negocio?

Así que #HablemosDeSaludMental y empecemos a prepararnos mentalmente para recuperar nuestra salud emocional, y si no podemos hacerlo por cualquier razón, marca 551185-7555 o manda un mensaje directo al 552323-0303 para entrar en contacto gratuito con un profesional de Confianza e Impulso Ciudadano (@ConfianzaMx) y recibir primeros auxilios psicológicos.

Lo que hagamos por nuestra salud mental ahora nos permitirá seguir adelante en los siguientes meses de esta pandemia y durante mucho tiempo más en que la incertidumbre será parte de nosotros y de nuestra vida cotidiana.


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