La ética o la moral deben de entenderse no sólo como la realización
de unas cuantas acciones buenas, sino como la formación de un alma sensible.
Victoria Camps.
Tomo la frase de esta autora, Victoria Camps, filósofa española, de pensamiento socialdemócrata. La frase me hizo sentido por su profundidad, aunque no coincido en algunas posturas ideológicas de fondo. Pero eso no es lo que importa ahora, sino la sustancia por la alusión a la sensibilidad humana.
Escribo en un estado que todavía no defino. No sé si estoy triste o molesto. Lo que sí me invade es una suerte de impotencia, porque no sé si los datos y eventos presentados –como eco del coronavirus– son promovidos por ignorancia, en conciencia, por error, por miedo, por ruindad humana, por insensibilidad, por majadería, por revanchismo, por venganza, por odio, por estupidez… ¿Qué interés hay?
Lamentable esto es por parte de ambos lados, gobierno y oposición que caminan sin puntualizar fines claros. Aunque también es cierto que muchos civiles siguen una actitud irresponsable como si el bicho fuera el personaje invisible de un cuento de terror que sólo les asusta un rato. Ahora bien, es claro que hay acciones ejecutivas y legislativas que no han dado los resultados que esperaban. Y las molestias se enfatizan.
Acentuando que ellos mismos, los gobernantes, tienen grandes contradicciones de interpretación de la línea de transformación verdadera, donde los criterios de bienestar no son los esperados.
Hay una lucha intestina que ni ellos mismos alcanzan a explicarse qué está pasando. Porque si la gente estaba contra tanta ignominia política y socio-económica de aquellos, al grado del triunfo, entonces, ¿por qué no han podido despegar como se pretendía?
Están perdidos, no saben qué o cómo hacer para lograr sus metas por más que digan que tienen una ruta de soluciones trazadas. ¡Falso! Lo que sí tienen claro es que hay que mantener el poder a como dé lugar. O sea… ¿Hay diferencias?
No obstante, decir que todo es un fracaso como que tampoco es cierto, porque sí hay funcionarios que actúan con valentía y ética con el fin de lograr un mejor estado de prosperidad social. Sí hay funcionarios que actúan en congruencia con el discurso de los valores éticos-morales.
Sin embargo, hay mucha confusión racional y emocional que les salpica de resentimiento a muchos. Unos porque aún siguen los patrones de corrupción y porque hay quienes no acaban de vivir de las arcas del Estado de forma ilícita, y otros más, resentidos viven las injusticias de las conquistas y colonias.
Por eso queda en el tintero una preocupación para quienes no queremos ni creemos en las divisiones sociales a partir de la incubación de odios. Lo que recuerda la frase de William Shakespeare: Si las masas pueden amar sin saber por qué, también pueden odiar sin mayor fundamento. Y esto es lo que genera preocupación. ¿Hacia dónde nos quieren llevar?
Desde de los primeros tiempos, la humanidad ha penado de una pandemia. Un padecimiento emocional que aniquila los buenos sentimientos apoderándose de las almas, luego unos aniquilan a otros, incluso se autoaniquilan; eso se llama odio. ¿Por qué hay tanto?
En la teología cristiana se habla de los pecados capitales, o como les digo, imperfecciones humanas: soberbia, ira, gula, envidia, pereza, avaricia, lujuria. Estas imperfecciones son las que llevaron a crear la leyenda bíblica de Caín y Abel como una forma de explicar la condición humana; por lo mismo que no somos perfectos, más bien imperfectos en la búsqueda de algo mejor, según la aspiración.
Caín quedó contaminado con la pandemia del odio, le molestaba que las cosas no le salieran como él deseaba. No es porque hubiera una relación preferencial a favor de Abel, nada más porque sí, sino por su actitud positiva frente a la vida. Caín actuaba de forma exacerbada, con envidia.
La humanidad padece de la pandemia del odio, por lo mismo hay tanta polarización social. Los pobres (en términos generales) están convencidos de que los ricos son unos privilegiados porque tienen lo que desean; los ricos (en términos generales) creen que los pobres no tienen lo que quieren porque no hacen el esfuerzo que deben.
Estas condiciones erráticas (también en términos generales) son el resultado de factores multifactoriales. Los gobiernos sí son responsables –la educación, las oportunidades, y por supuesto las políticas públicas–, pero no son culpables. Cada quien ha contribuido a generar su propio estado en el que se desarrolla, promueve, defiende, tiene que ver con la cultura y la misma condición humana.
El mundo, y de manera particular nuestro país, lo asalta el odio. Pocos creen en los otros. Cada día se polarizan más los pensamientos y se abren más las brechas de unos contra otros. Nos estamos dejando invadir por las fuerzas negativas del desamor.
Existe un discurso técnico que procura que nos vaya mejor mientras que con el mismo discurso técnico otros argumentan que los primeros están errados. Parece que reinara una espera cotidiana que el otro se equivoque para validar la postura contra aquél.
Crece el odio por más que haya quien quiera el bien; por contraste inmediato hay quienes alimentan el mal.
Los gobernantes se equivocan, los gobernados erramos. Unos y otros fluctuamos en lo agrio; pero, estoy convencido que puede haber críticas sin venganzas ni odios. ¿Les suena?
También te puede interesar: En política la ingenuidad es peligrosa, pero la democracia debe seguir.