reflexión

Dar gracias en medio de la tempestad

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Este jueves 26 de noviembre, en Estados Unidos como epicentro, se celebró el Thanksgiving Day “Día de Acción de Gracias” bajo una tormenta política, producto de la negativa abierta de Donald Trump en reconocer la derrota en las elecciones del pasado 3 de noviembre. Pero también un sufrimiento “prolongado” este año bajo la afectación sanitaria, consecuencia de la pandemia COVID-19, y más recientemente la emergencia climática producto del huracán “Eta”, mismo que provocó estragos en algunas partes del territorio norteamericano. 

En un principio, dar gracias forma parte de nuestra cotidianidad en tanto es un reconocimiento de agradecimiento a algo o alguien sobre un evento contingente determinado. Me parece que tiene que ver con el fortalecimiento de los lazos de fraternidad que debe haber en nuestra construcción de humanidad. Es un tiempo para el perdón, parecido al Yom Kipur o “Día de Expiación” judío, en donde Dios posibilita la expiación de las faltas de la comunidad hebrea.

Bajo mi punto de vista, las adversidades que enfrentamos como sociedades pueden ser gestionadas más eficientemente cuando reconocemos la interculturalidad como una “realidad” necesaria y consolidada en nuestro tiempo por las vibrantes interconexiones interétnicas.  

yom kipur
Judíos rezando en la sinagoga en Yom Kiypur (Imagen: Maurycy Golttlieb, 1878).

No cabe duda de que, así como hay una mayor y creciente empatía en el establecimiento de vínculos sociales, afloran paralelamente en nuestras comunidades sentimientos xenofóbicos debido a la “presión” sociolaboral ejercida en algunos países más que otros. Ahí tenemos como ejemplo emblemático, en el contexto europeo, los esfuerzos secesionistas de Cataluña para establecerse como nación independiente y moverse diplomáticamente como tal.

Ahora bien, este contexto y efemérides nos convoca, entonces, a autoevaluarnos y cuestionarnos en torno a cómo hemos sido en el año que pasa, lo cual evidentemente debe dejarnos como aprendizaje que, no hay una auténtica acción de gracias ahí donde se patentiza la hipocresía, la injusticia y la falta de solidaridad.

Ciertamente la conmemoración de festividades como éstas debe impulsarnos a ser mejores en relación a nuestros comportamientos fraternos con “el otro”. Y, es que, pensándolo bien, nos debemos a “el otro” (desde nuestras diversas profesiones y oficios), siempre hay alguien que consume nuestros productos, por lo tanto, es a alguien a quien debemos dar gracias.

dar gracias a la distancia
Imagen: Tara Jacoby.

Me parece que el hecho de dar gracias contribuye a generar un mundo menos caótico (porque tenemos un acercamiento emotivo con el prójimo con el cual nos relacionamos cotidianamente).

Ya lo ha señalado el pensador Félix Guattari, de que nuestra humanidad se mueve bajo el “paraguas” de las tres ecologías (mental, medioambiental y social). Interrelacionadas, producto de la evolución de las “necesidades” que tenemos uno u otro en el planeta.

En definitiva, dar gracias es producto de una “necesidad” de reconocer a alguien u algo que nos facilita las cosas (bajo lógica particulares que se manifiestan en los diversos entornos sociales).


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Una nueva Pantalla Colectiva para México

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Al inicio del 2020 México ya arrastraba un pasado con un peso extra del cual no éramos conscientes. Veníamos forjando como sociedad un futuro predecible al no contar con la capacidad de detenernos, observar minuciosamente y detectar que poco a poco nos alejábamos de las ganas de participar y vivir en comunidad. El deseo por ganarle al otro se había programado tan profundamente en nuestra mente que la separación en la sociedad tomaba su peor camino hacia un estado cada vez más fuerte en la polarización.

Nos encontrábamos escribiendo el guion de nuestra película y proyectándola en una gran pantalla colectiva. Nuestro miedos y emociones de baja energía (como la culpa, el orgullo y la apatía) nos mantenían escribiendo las escenas que proyectábamos en esa realidad. El momento de la sorpresa, en esta narrativa que construimos, llegó con la pandemia y todo lo que trajo con ella. Parecíamos sorprendidos de no haber hecho nada por prepararnos para contrarrestar con anticipación lo que se veía venir claramente. Al final nos llevó a recluirnos en nuestras casas y nos inundó con esa incertidumbre en la que vivimos hasta el día de hoy.

¿Recuerdas esos días en que nos asombrábamos porque los animales andaban en libertad por las ciudades? La separación física nos estaba mostrando lo que teníamos a nuestro alrededor. Ríos y mares empezaron a limpiarse en muchos lugares no industriales bajo la contaminación en las calles. El planeta estaba respirando y mostrándonos que todo lo que veíamos en nuestras pantallas individuales y colectivas se hallaba lejos de lo que podemos visualizar para construir un mejor futuro para todos.

pantalla
Imagen: @gebelia.

Nos mostró también lo lejos que nos encontrábamos de algunos familiares y amigos. Nos trajo un capítulo a nuestra película en el que pudimos observar que al no tenerlos cerca empezábamos a necesitarles. Llevábamos años deshumanizándonos, sin darnos cuenta de que todo era parte de la construcción de lo que hoy estamos viviendo y que tristemente poco a poco está regresando a la vieja normalidad. No hubo aprendizaje.

La gran oportunidad que tenemos para proyectar y crear un mejor futuro es alejarnos del pasado para romper con ese “futuro predecible” que siempre teníamos seguros y a la vista. Esto no sólo es un tema de buenos deseos ni positivismo, es un acto consciente de ponernos en acción hacia un nuevo destino. Hay que verlo y hacerlo. Es claro que hay que cambiar paradigmas ya establecidos en nuestra cultura e instalar los nuevos que requerimos para que nuestra pantalla cambie. Sabemos que esto no se construye de la noche a la mañana, pero no deberíamos esperar más para empezar conscientemente.

Veamos un México unido, sano y abundante para todos; construyámoslo desde cada uno. Acumulemos y sumemos emociones de energía alta como el amor, la paz y el agradecimiento en vez de priorizar la competencia y la razón que sólo alimentan al ego. Esto se debe hacer desde la consciencia y comprensión de que la responsabilidad es de todos. Debemos tener claro que, si lo seguimos haciendo como antes, nuestra pantalla estará llena de lo mismo y obtendremos igualmente los mismos resultados; esos que desafortunadamente no suman para construir un mejor país y un mejor planeta.

sociedad en pantalla
Imagen: Brecht Vandenbroucke.

Esta pandemia nos ha mostrado tantas cosas que es momento para aprovecharlas. Escribamos las escenas que queremos vivir en el futuro y actuemos coherentes a ello. Dejemos de meternos en la vida de los demás de forma destructiva y construyamos estructuras positivas desde nuestra vida para los demás. Las posibilidades pueden cambiar muy rápido si vamos despertando del sueño en que nos hemos dormido esperando a que las circunstancias cambien mientras no se hace nada y responsabilizamos a los demás.

Aún existen muchas personas con el deseo de regresar a lo mismo de antes, por salir del momento que estamos pasando, y es entendible. Esto no permite que la pantalla colectiva cambie tan rápido, pero sí podemos estar seguros de que si seguimos sumando mexicanos conscientes a una nueva pantalla para México, poco a poco podremos proyectar un país más equilibrado y mejor para todos.

Al final son las pantallas individuales las que se suman para construir la colectiva. Hay que empezar desde nuestra propia vida preguntándonos ¿Qué estoy proyectando en mi pantalla? ¿Cómo estoy aprovechando el aprendizaje de todo esto que estamos viviendo? ¿Sigo criticando o culpando a los demás o ya escogí el camino de sumar en vez de separar? ¿Mis deseos traen resultados también para una mejor sociedad? ¿Estoy creando un futuro predecible o un nuevo futuro?

La actuación de cada uno en esta gran pantalla colectiva determinará el siguiente episodio de nuestra película llamada México. ¿Estás consciente de la siguiente escena que quieres producir en esta película o dejarás que otros la proyecten sin ti?


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El relato de los días

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Llegó a la casa, dio unos pasos y sintió algo raro detrás suyo, se dio la vuelta para mirar y vio dos gotitas negras, dio dos pasos más y se volvió a dar vuelta y volvió a ver dos gotitas negras. Iba dejando un reguero de gotitas negras, se asustó. O estaba herido y no se había dado cuenta, e iba dejando gotitas de sangre negra, pensó. O peor, perdía aceite, como los coches, lo que era peor porque él no era un coche. ¿Qué parte de su mecanismo desconocía de sí mismo que llevara aceite, si era una persona?, a las personas no se les pone aceite. Volvió a caminar y a dejar atrás dos gotitas negras, y dos pasos más y dos gotitas negras más. Entonces se congeló en el lugar, se dio cuenta lo que podía pasar, lo que había pasado tantas veces en las películas. Lo estaba siguiendo cabeza abajo, a la altura de él, desde el techo, un monstruo que podía caminar al revés y despedía ese líquido negro, pero cuando miró no vio a nadie.

relato de los dias
Imagen: Joey Guidone.

No, no era eso. Caminó hasta la cocina ya con las gotitas negras haciendo un reguero atrás de él, y él acostumbrado. Fue hasta la heladera, cuando giró la cabeza para abrir la heladera, algo le hizo ruido en el cuello. Un crac-crac, pero como más mecánico. Se sorprendió de nuevo, tan contracturado estaba que le hacía un crac mecánico el cuello. Sí, estaba contracturado, pero no podía ser tanto. Fue hasta el baño, de nuevo giró mal la cabeza y de nuevo le hizo crac-crac el cuello, de modo metálico. ¿Qué sería? ¿Qué andaba mal? De inmediato se puso frente al espejo del baño, se agarró la oreja y se la empezó a girar toda para atrás. En un momento el pabellón auditivo se puso colorado, pareció que se iba a salir, que se iba a arrancar la oreja de un tirón, y fue en ese momento, desde la oreja, que le vino un crac y un mecanismo se destrabó.

Ahora sí, se dijo, y luego de un crac-crac-crac-crac empezó a girar la oreja que se movía con una rueda, y de la parte del medio de la cabeza se empezó a asomar una hoja. Más crac-crac-crac y la hoja de escribir que le salía de su cabeza escrita y legible empezó a subir, cuando estuvo hasta la mitad de sí misma, fue que miró, la escritura estaba manchada de tinta. Ahí se dio cuenta lo que pasaba, el relato que se estaba escribiendo en esa hoja, el relato que llevaba a la calle, el relato que formaba su realidad, el relato con el que se movía como si fuera la verdad, ese relato tenía problemas de tóner. Se tocó atrás, la espalda, donde generalmente nos agarra tensión, metió los dedos en la piel justo arriba de la cintura, al costado derecho, como si se fuese a arrancar la piel, y cuando tiró salió junto con ese pedazo de piel, una palanquita para atrás, la tiró para atrás hacia abajo, y desde la espalda baja, entre la espalda baja y los espinales, se abrió para afuera un compartimento largo que la cubría toda su espalda; quedó colgado, metió la mano hacia atrás, y sacó el tóner del tamaño de todo el ancho de la espalda.

en la cabeza de un escritor
Imagen: Joey Guidone.

Lo puso frente a sus ojos, lo miro, se había agotado, manchaba tinta. ¿Cuánto había hablado que se le acabó el tóner? Un tóner por día. ¿Tanto hablaba? Claro, hablar no era gratis, costaba un tóner. Dejó ese tóner en el mueblecito del baño, sacó uno nuevo, se lo colocó, trabó, tiró para adentro, y después se pasó la mano por la parte baja de la espalda, tersa, la piel perfecta, el tóner había calzado bien. Volvió a mirar de frente al espejo, volvió a mover la oreja, crac-crac-crac, y sacó la hoja por completo. La arrugó con las dos manos y la tiró a la basura. Eso hacía con su relato siempre al final del día, se lo sacaba de la cabeza, lo hacía un bollo y lo tiraba. Digamos que ese movimiento era como un movimiento de mucha autocrítica.

Después, del mismo mueblecito sacó una hoja totalmente en blanco, la calzó en la cabeza, y desde la oreja que giraba la empezó a calzar, crac-crac-crac-crac, hasta meterla completa y hacerla desparecer.

Ahí estaba, la hoja en blanco, el nuevo día, el relato que iba a construir para salir al otro día a contarle el relato de sí mismo al mundo. “Los días son hojas blancas”, eso  pensó, y luego se fue a dormir.


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Esplendor y espanto del narcisismo maligno

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Deshumaniza todo lo que está en torno a sí; aplasta a quien se encuentre en su camino, crea enemigos imaginarios, arrasa con ellos, sin importar las consecuencias. No se detiene, persiste en la ideación paranoide de que nadie lo entiende, que los demás son sólo aprendices en comparación con él. Valida su comportamiento grandilocuente, antisocial y hostil en base a hipótesis alucinatorias, rebuscadas, carentes de todo fundamento lógico. Construye círculos de confianza funcionales, manipula y empodera a admiradores serviles, los hace sentir importantes, les otorga un falso poder, los utiliza y exprime, para luego dejarlos caer. Se autoengrandece, se insufla halagos, se llena de adjetivos calificativos que reafirman, hasta el infinito, justamente todo lo que no es.

Vive en modo complot, todo lo que se opone a sus deseos es una conspiración, una amalgama de teorías que justifican su odio y su profundo desprecio por todo y por todos. Si no es capaz de comprender algo, lo degrada, lo ridiculiza; jamás admitirá que no sabe. Antes que asumir un fracaso o una derrota se victimiza, él no ha perdido, ha sido vencido por una conjura. Sus distorsiones cognitivas dan forma y sustento a un discurso carente de toda empatía. Las palabras son funcionales a sus propósitos. Todo acto, todo gesto, hasta el menor detalle en su comportamiento opera siempre en su propio beneficio. La generosidad y la compasión se exhiben en la medida que refuerzan la estrategia comunicacional de turno.

narciso maligno
Imagen: Pinterest.

Parejas, amigos, familiares y hasta los hijos, desfilan por su vida. El afecto por ellos oscila, como estados de ánimo; nada es permanente, los vínculos se construyen sobre su entusiasmo, el cual es siempre transitorio. Su único compromiso es con sí mismo. La incondicionalidad y la lealtad son, en su caso, caminos unidireccionales, es decir, apuntan a su propio interés. Crea dependencia, le fascina que le deban; genera culpa en todos sus cercanos y cobra con intereses usureros cualquier favor o ayuda que haya dado. No hay sentido de justicia, equidad, ni ecuanimidad en ninguna de sus acciones, o más bien la hay, siempre y cuando él sea el juez y determine cómo la disputa en cuestión puede favorecerlo de mejor manera. Frente a cualquier reproche, echa a mano a cualquier detalle para desviar el foco de atención, buscando justificar sus errores con argumentos infantiles. 

Tuerce la realidad, la distorsiona, la amolda, la manipula y la pervierte. Su discurso divide y genera miedo, azuza al rencor y la envidia; invita a la discriminación, al odio y a la aniquilación. Construye muros y segrega; no tolera la diferencia, persigue las ideas y seduce a sus seguidores con promesas de redención y validación social. 

mentiras
Imagen: Pinterest.

El narciso maligno hipnotiza a millones en el planeta. Boquiabiertos lo ven como un iluminado, un sabio, el conductor hacia un tiempo nuevo, un horizonte mejor en que los elegidos gobiernen y se vuelva al “orden natural”, al del racismo, el de las capuchas blancas y las antorchas encendidas, al de los hornos crematorios, machismo recalcitrante, misas en latín, partido único y campos de concentración. Él se deja querer y ojalá venerar, potenciando los dolores y miserias de sus seguidores. Les promete lo que ellos quieren escuchar, los amenaza si lo abandonan. La estrategia es primaria, pero efectiva: la culpa. Hagan lo que hagan, nada será nunca suficiente, lo “decepcionarán, desilusionarán y harán sufrir”; entonces, luego de humillarlos y hacerlos sentir miserables, les dará una nueva oportunidad, en la medida que hagan lo que él sabe que es mejor para ellos: servirle.

Una democracia fracasa cuando permite que una psicopatología se legitime.


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¡Vota! En defensa de la democracia

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Las democracias del mundo tienen una capacidad aterradora de autofagocitarse. Hoy, en cada continente, el mejor sistema de imperfección política, el que mayor bienestar ha traído a la humanidad; el que tantas veces descuidamos y ninguneamos cuando lo tenemos y tan profundamente anhelamos y lloramos cuando lo perdemos, está en serio peligro. De extrema derecha a extrema izquierda; el populismo, sea nacionalista, anarquista, regionalista, fascista, religioso, ecologista, comunista, étnico o reformista, amenaza con destruirlo todo.

A veces olvidamos lo sencillo que es perder la democracia y lo tremendamente difícil que es recuperarla. Los latinoamericanos, en particular, sabemos muy bien lo que esto significa. Buena parte del siglo XX nos la pasamos de horror en horror, de dictadura en dictadura; incluso hoy aún quedan entre nosotros regímenes totalitarios y claramente antidemocráticos. Sin memoria se cometen siempre los mismos errores y, sin embargo, pareciera que la tozudez puede más y estamos cada vez más cerca de desaprender todo lo que, con tanto dolor, entendimos en el pasado. Esto es, que las sociedades que progresan y se fortalecen son aquellas que discuten, negocian y llegan a grandes acuerdos; que no excluyen, que celebran la diferencias que coexisten en ellas y que son capaces de hacer de la política un instrumento, que aunque imperfecto, es capaz de darle brújula, orden y sentido a los anhelos de nuestros países.

marcha a vota
Imagen: Clara Selina.

El progreso y la justicia se escriben con diálogo, generosidad, esfuerzo y responsabilidad. El bienestar ciudadano se construye generando riqueza; la historia así nos lo ha enseñado, los países pobres no pueden garantizar seriamente ningún derecho social. Por ello, el rol fundamental del Estado, además de ordenar y administrar la vida en sociedad, debe garantizar que existan condiciones básicas para que el desarrollo económico, científico, tecnológico y cultural sea posible en nuestros países, en el marco de una alianza público-privada virtuosa, con reglas justas y claras y con mirada de largo plazo. Así también, los empresarios y grupos económicos deben entender su rol en el desarrollo colectivo de las naciones, que al no hacerlo sabotean su propio crecimiento y estabilidad en el tiempo.

Por otra parte, hoy más que nunca es necesario que la clase política sea capaz de ponerle límites a las expectativas de sus electores, explicando a la ciudadanía que las grandes transformaciones sociales se hacen con planificación, tiempo y recursos concretos. No se trata de acotar los sueños y anhelos de progreso de nuestros pueblos, al contrario, se trata de asumir la responsabilidad histórica de conducir con seriedad esas transformaciones; no hacerlo, inevitablemente continuará horadando los cimientos de la confianza y la fe pública en el sistema representativo y en la democracia.

Desde luego, científicos, artistas e intelectuales también están llamados a contribuir al buen cuidado del debate y al diálogo ciudadano. Su labor es fundamental: dotarnos de ideas e imaginación para afrontar los grandes desafíos que tenemos frente a nosotros; advertirnos y cuidarnos de los discursos fáciles del populismo; enseñarnos el valor del rigor intelectual y darle “oxígeno” al debate político-empresarial que tantas veces se toma la agenda impidiendo analizar con perspectiva las verdaderas prioridades para el desarrollo y el progreso humano, así como el cuidado de nuestro planeta.

vota por la democracia
Imagen: The Guardian.

Entonces, ¿qué hacer? ¿Cómo puedes tú, lector de esta columna, hacer también tu parte para mejorar y perfeccionar aquellos aspectos de tu sociedad que consideras deben cambiarse? La respuesta es simple: ¡vota!

Cada elección es la oportunidad de mejorar lo ya hecho.  Incluso si crees que te equivocaste la última vez, ¡vota! Si tu candidato te decepcionó, ¡vota! Si crees que todos los políticos son iguales, ¡vota! Si crees que la democracia es imperfecta, ¡vota! Si piensas que nada va a cambiar, ¡vota! Si tienes sueños, ¡vota! Si no crees en las utopías, ¡vota! Si crees en el Estado, ¡vota! Si crees en el Mercado, ¡vota!  En cada elección, local o nacional, en cada plebiscito: ¡vota!

Las naciones que no entienden la noción de reciprocidad social terminan actuando como adolescentes, es decir, con un enorme derroche de energía, grandes dosis de narcisismo y pulsiones cortoplacistas. El voto, el acto de votar es la posibilidad de que un país se haga adulto. No es casualidad que el derecho al mismo sea, en la mayoría de los casos, a contar de los 18 años. En la frontera de la adolescencia los seres humanos nos transformamos en ciudadanos. Entonces, cuida tu derecho a elegir, cuida tu derecho a equivocarte, cuida tu voto. Cada vez que puedas, ¡vota! No importa si no compartimos la misma visión de mundo, no importa si no estás de acuerdo conmigo, ¡vota! Hazte responsable de tu lugar en la historia. Cuida la democracia.


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Culpable o no, ¿existe la culpa?

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Después de hacer algo, como robar, matar, destruir, mentir, molestar… o después de no hacer algo, como no hacer nuestro trabajo, no pagar algo que debemos, no ayudar a alguien que lo necesita… ¿nos sentimos mal?

La mayoría de las veces si nos sentimos mal lo relacionamos con la culpa. Pero, ¿qué es en realidad la culpa?

Es un sentimiento o una emoción negativa que tiene que ver con el desarrollo de la conciencia moral.

Esta conciencia inicia cuando somos pequeños y, por tanto, más susceptibles y vulnerables.

Entonces, desde la infancia nos enseñan en casa, en la escuela, en la televisión, en internet, cómo debemos de comportarnos, qué está bien y qué está mal, y en qué situaciones debemos de sentirnos mal.

A medida que vayamos creciendo, estaremos influenciados por aquellas enseñanzas y actuaremos en consecuencia.

Entonces, ¿la culpa existe naturalmente y forma parte de nosotros, o nos fue impuesta por quienes nos educaron?


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El peso de las palabras

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Año 3,100 a.C., el escriba sumerio Gar Ama redacta un documento y, por primera vez en la historia del hombre, un autor firma un texto; en otras palabras, alguien se hace responsable de una idea. Con la aparición de la autoría, también surge la noción de responsabilidad; el contrato oral se plasma en un documento, el compromiso queda estampado, la voluntad adquiere una significación distinta. Una nueva era ha comenzado, un texto tiene una identidad detrás de sí. 

3,200 años después, el Evangelio de San Juan sostiene “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios”. La palabra ya no sólo tiene a un humano como autor; es mucho más que eso, es la creación misma. El lenguaje es un acto divino.

Siglo XX, han transcurrido 5000 años desde que Gar Ama le ha puesto identidad a un discurso. Freud primero y Lacan después, describen a la palabra vacía y la palabra plena como los polos de un continuum, en que la primera solamente circunscribe, casi al pasar, algo y la segunda significa, posee un peso específico. Describámoslo en forma sencilla, ante la pregunta —¿Tienes sueño?, la contestación —Sí, opera de un modo muy distinto que la respuesta que el acusado responde frente al juez, —¿Se declara usted inocente del delito del que se le acusa?, —Sí, contesta éste. Las palabras poseen sustancia.

poder de las paabras
Imagen: Klawe Rzeczy.

Desde la aparición de la firma, el lenguaje se hizo más poderoso que nunca. La rúbrica le otorga al autor fama, reconocimiento, distinción, pero también responsabilidad y, por lo tanto, la posibilidad de ser inculpado por ya, no sólo lo dicho en forma oral, sino lo declarado por escrito. 

En definitiva, toda la noción de legado va acompañada de reconocimiento identitario; porque existe el yo existe el y, por ende, existe el nosotros y también el ustedes.  Hacerse responsable de un texto, es hacerse consciente de un lugar en la historia. La firma vincula al conocimiento particular de un sujeto y a su creatividad, con la cadena de saber universal de la que forma parte. 

Nuestro mundo, como cíclicamente ocurre, se encuentra experimentando una sacudida –un terremoto, dirán algunos, un cataclismo, otros– enorme y, como es habitual, una vez que el tiempo haya transcurrido y hagamos el balance de lo vivido, sabremos cómo podríamos haber enfrentado de mejor forma nuestro plazo. 

poder de las palabras
Imagen: Edwin Murray.

En tanto la hora de los recuentos llega, bien podríamos hacernos cargo de nuestro lugar en la historia e intentar ponerle nuestra firma a nuestras acciones y decisiones. Es un acto que requiere de valentía, qué duda cabe. El ejercicio retrospectivo es siempre más sencillo y cómodo que el asumir el riesgo de vivir con mayor consciencia el presente, de utilizar más palabras plenas para actuar y, sobre todo, declarar a los cuatro vientos lo que se nos viene a la mente. No se trata de perder la espontaneidad, ni mucho menos la creatividad; por el contrario, nuestra era nos invita y desafía a entender que estamos frente a una nueva lógica y, por ello, requerimos también de códigos y lenguajes distintos para afrontarla. 

Es cierto, “somos un parpadeo de la historia”, pero dado que éste es nuestro instante en ella, bien vale la pena, encararla, hacernos responsables de nuestro momento, montarnos sobre nuestros miedos y zonas de confort, cabalgarlos, y hacer que nuestro tiempo haya valido la pena para cada uno de nosotros.


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Espiritualidad y expansión de la consciencia

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La espiritualidad está íntimamente relacionada con el desarrollo de la consciencia. Tema muy de moda en esta época que necesita ser aclarado para delimitar a qué hace referencia y sobre todo qué prácticas contribuyen a su expansión.

El diccionario de la Real Academia Española proporciona cuatro acepciones para definir qué es la consciencia: 1) Capacidad del ser humano de reconocer la realidad circundante y de relacionarse con ella. 2) Conocimiento inmediato o espontáneo que el sujeto tiene de sí mismo, de sus actos y reflexiones. 3) Conocimiento reflexivo de las cosas. 4) Acto psíquico por el que un sujeto se percibe a sí mismo en el mundo.

En todos los casos implica una forma de reconocer e integrar las experiencias de la vida y se encuentra relacionada con el percatarse de que se está existiendo en un mundo que a su vez está acaeciendo.

Espiritualidad y consciencia
Ilustración: Fran Pulido.

Esta habilidad implica dos momentos y funciones diferentes. El primero, corresponde al conocimiento inmediato, es decir, al darse cuenta de aquello que está sucediendo en un momento dado. Para hacerlo requiere de atención plena en tiempo presente para registrar los diferentes datos provenientes de los sentidos y que, en condiciones ideales, incluye identificar las emociones y sentimientos que desata. El segundo, comprende la reflexión que permite afirmar, modificar o descartar las respuestas de la persona a la realidad. En la medida que cada sujeto desarrolla su consciencia, éste se hace dueño de su historia y dirige su destino hacia donde prefiere en vez de que la vida le viva.

En ninguna de las definiciones anteriores hay una connotación que implique un juicio de valor, pues éste en realidad pertenece al ámbito de la moral y/o la ética.[1] La palabra que describe esta función es conciencia –sin “s”– y corresponde, de acuerdo nuevamente al Diccionario de la Lengua Española, al “conocimiento del bien y del mal que permite a la persona enjuiciar moralmente la realidad y los actos, especialmente los propios”; o, en otro de sus significados, al “sentido moral o ético propios de una persona”.

Este conocimiento se origina a partir de dos fuentes: una proporcionada por el entorno, religioso o no, que determina la bondad o la maldad de los actos; la otra, propia de la facultad humana de reconocer esta diferencia. Ambas requieren ser cultivadas, ponderadas y asumidas durante la vida y son susceptibles a modificación en la medida que la persona cuenta con mayores elementos para analizar y comprender una situación.

consciencia
Ilustración: Victor Mosquera.

En efecto, tanto la consciencia, inmediata o reflexiva, como la conciencia, o conciencia moral, requieren ser formadas para expandirlas. Actividad que inicia con la existencia misma y que continúa a lo largo de toda la vida. Proceso que puede ser inhibido, detenido o desarrollado y cuyo único obstáculo o límite se encuentra en la decisión y la voluntad de la persona misma.

El ser humano no sólo percibe y analiza la realidad, también interactúa con ella, de forma irreflexiva o razonada, impulsiva o moderada, ética o inmoralmente. De aquí la relación entre la espiritualidad y la conciencia, es decir, una valoración más humanizada e integral de la realidad hace que las acciones personales sean más constructivas y unificadoras, y contribuye a una mejor condición de existencia para sí mismo, para los otros y para el entorno en general.


Notas:
[1] La palabra moral, por estar asociada al ámbito religioso, se considera más subjetiva, sin verdadero fundamento teórico y suele descalificarse. En cambio, a la palabra ética se le reconoce un mayor valor objetivo, por lo cual la mayoría de los autores la prefieren.


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