Juego de Ojos

Asesinato en San Francisco

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Desesperado por conservar su modo de vida, David Sorensen ha decidido asesinar a su mujer, una rubia millonaria de piel tostada por el sol y costumbres insoportables. Fingir luego un secuestro y echarse a la bolsa un rescate de millones de dólares parecen cosa fácil para este arribista en quien el engaño se ha convertido, inconscientemente, en una forma de vida.

Pese a los muchos ejemplos de autores de novela policíaca que por sus altos méritos han logrado sacudirse el adjetivo de subgénero –o de plano género menor que tiene esa escuela, no ha sucedido así con el género mismo, que sigue considerándose inferior en términos amplios.

Hay un novelista que podría de una vez y por todas, si la fuerza del mercado no fuese tanta, eliminar cualquier sombra de duda acerca de las enormes posibilidades literarias y de calidad que tiene el género negro al igual que cualquier otra creación artística.

Se trata de Fernando del Paso y su novela Linda 67. Historia de un crimen. “He aquí el punto de partida de una novela que parece, a primera vista, una ‘desviación’ en la carrera literaria de Fernando del Paso”, dice Dolores Carbonell en la presentación de una entrevista que hizo al escritor. 

“Quién hubiera pensado”, pregunta, “que el autor de José Trigo, Palinuro de México y Noticias del Imperio volvería la mirada hacia un género que algunos consideran menor, quizá porque no saben lo tremendamente difícil que resulta tramar un asesinato sin dejar cabos sueltos ni perder la claridad. Por eso, la pregunta resulta inevitable: ¿por qué un thriller ahora?”

Fernando del Paso
Fernando del Paso, escritor mexicano (Fotografía: El Vigía).

Del Paso le respondió:

Desde hace muchos años, particularmente cuando descubrí la existencia de la serie El Séptimo Círculo –colección de novelas policiacas publicadas por Borges y Bioy Casares–, y conocí a Álvaro Mutis, quien me orientó con respecto a ciertas lecturas de autores como Simenon, he sido lector –no fanático, pero sí esporádico–del género. Se me ocurrió entonces emprender yo mismo el reto que significaba construir algo así, aunque lo fui posponiendo a medida que trabajaba en mis novelas. De hecho, fue hace años cuando se me ocurrió el meollo, la anécdota de lo que sería Linda 67. Historia de un crimen”.

 Quizá una de las pocas cosas reprochables a esta novela sea el título tan poco original que, para mi gusto, contrasta notablemente con la riqueza de la novela. Linda 67 es la nomenclatura de las placas del automóvil en el cual muere la esposa de Sorensen, su nombre y año de nacimiento, práctica muy frecuente entre las clases adineradas del estado de California, donde los propietarios de vehículos pueden personalizarlas. En este caso se trata de un Daimler Majestic de colección. El auto y la placa describen al personaje.

Fernando del Paso, quien dejó este mundo hace dos años, no fue un autor de novela policíaca. Es decir, no se dedicó a escribir novela policíaca. Tanto así, que confesó a la Carbonell que la novela fue “un proyecto secreto” durante años, “porque no sabía si [le] iba a salir”. Seguramente para el escritor hacer una novela del género negro representaba un desafío que no podía ignorar.

El resultado es una espléndida obra que se disfruta página a página. En cada palabra, en cada frase, en cada giro, se hace presente la mano de un creador sazonado que juega con el género, aunque no podemos afirmar que se trate de una novela experimental en la técnica narrativa, aunque sin duda se trata de una historia contada con originalidad.

Un narrador omnisciente se encarga de darnos a conocer la trama y desde el inicio nos informa que un crimen fue cometido, quién lo cometió y contra quién. Detalla la historia de David Sorensen, mexicano que vive en San Francisco, casado con Linda, una gringa de quien está a punto de divorciarse porque el padre de ella, un multimillonario, la amenaza con desheredarla si no se divorcia del yerno al que nunca quiso conocer.

A partir de una conversación con cierta persona, David comienza a acariciar la idea de matar a su mujer, a quien odia, para simular un secuestro, pedir quince millones de dólares de rescate y regresar a México a disfrutarlos con Olivia, su amante mexicana.

david sorense
Imagen: Simón Prades.

La puesta a prueba del lector, la resolución del verdadero enigma, aparece al final de la novela y es manejada con verdadero ingenio. Los 24 primeros capítulos están dedicados a describir en detalle lo que el lector sabe desde el inicio.

Varios elementos son lo que dan riqueza a la novela. Uno de ellos es la erudita abundancia de información, que no resulta chocante o afectada, sino que fluye de manera natural, que va bien con los personajes y la historia.

David Sorensen es un mexicano rubio, bien educado, hijo de un diplomático retirado y en la pobreza, pero que habituó a su hijo a vivir bien. En ese savoir vivre es que Del Paso da rienda suelta a una gran cantidad de datos y hace gala de conocer relojes, perfumes, pintura, literatura, vinos, autos, plantas, gastronomía, publicidad, cine, marcas de ropa de cama, diseñadores de moda, accesorios y varios etcéteras.

Se trata de la misma característica que lo colocó como un autor intelectualista, sobre todo a partir de Palinuro de México, su segunda novela, aunque, como bien afirma John Brushwood, “para llamarla novela habría que ampliar la definición del género. Palinuro de México es enciclopédica en cuanto a la variedad de información que contiene y es virtuosa en cuanto a la variedad estilística”.

La acción de Linda 67 se desarrolla en la ciudad de San Francisco, lugar donde viven David y Linda. Destaca en la novela el conocimiento de la ciudad de que hace gala Del Paso, lo cual, sumado al hecho de que el protagonista –mexicano– está casado con una gringa y la presencia de una amante mexicana, sirve de marco para confrontar a las dos culturas. Una, la estadounidense, próspera, fría, calculadora y elitista. Otra, la mexicana, alegre, sincera, misteriosa, pobre y enigmática.

david sorense
Imagen: Pinterest.

Esta confrontación la hace un personaje que se dice mexicano, pero que en realidad tiene un serio problema de identidad y que ve a los dos lugares un tanto ajenos y rechazantes, como sucede a prácticamente todos los migrantes, con independencia del status con el que permanecen en latitudes distintas a las de la tierra que los vio nacer.

Esta característica de la novela resulta por demás interesante pues aunque haya un despliegue de conocimientos e información acerca de la vida en Estados Unidos, y en particular en San Francisco, y no obstante estar salpicada de referencias a otras ciudades estadounidenses, no deja de ser una novela muy mexicana. La mexicanidad está presente en la confrontación constante de David con Linda, en un esfuerzo permanente del protagonista por rescatar su identidad, sus recuerdos, sus preferencias y sus ancestros.

Otro elemento que llena pertinentemente muchas páginas de la novela es la vida interior del protagonista, aunque presentada de manera tan acuciosa que se llega a confundir al narrador omnisciente con el personaje. Al adentrarme en la estructura psicológica de David, me resulta inevitable asociar su apellido, Sorensen, con el nombre de pila del filósofo danés Søren Kierkegaard, un teólogo al que acudió con frecuencia Del Paso –cuya obra literaria incluye unos delicados Nuevos Sonetos Marianos– debido a la prioridad que dio a la existencia sobre la esencia, al pensamiento existencial sobre el especulativo.

Linda 67 es una novela negra que cumple con los cánones del género, pero que supera a éste porque es una obra que está a la altura de cualquier otra, con independencia del género, lo cual demuestra que para escribir novelas policíacas no hay que ser aficionado a ellas, sino simple y llanamente hay que ser escritor, y cuanto mejor escritor mejores novelas.

En este sentido no puedo olvidar que Del Paso tuvo un importante antecedente como trabajador de medios de comunicación, concretamente en la BBC de Londres, lo cual, pienso, pudo haberle facilitado estilísticamente esta incursión en el género policíaco. En cualquier caso, Linda 67 puede, sin obstáculo alguno, competir en calidad con el resto de la obra del gran escritor fallecido en noviembre de 2018 y a quien tuve el privilegio de acompañar en la presentación de su ópera La emperatriz de la mentira.

Juego de ojos.

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El Gran Cronopio

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La República de las Letras se alista para los fastos del 58 aniversario de Historias de cronopios y de famas de Julio Cortázar. Casi sin sentir, el tiempo se nos fue entre lecturas y ahora resulta que este manojo de cuentos cortazarianos que nació cuando yo me acercaba a la adolescencia es casi sesentón.

Cortázar, Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, José Lezama Lima, José Donoso y otros dieron nueva vida y razón a la forma de historiar la vida de América Latina. Encontraron la faceta cosmopolita del lenguaje de su tierra y ése fue su regalo al mundo y a la literatura universal.

El secreto de esa generación de escritores, que mostró una cara diferente del latinoamericanismo, fue descubrir una fórmula nueva y única de narrar.

julio cortazar
Ilustración: TeleSUR.

Sobre este fenómeno de la literatura que apareció hacia fines de los años cuarenta e irrumpió con todo su esplendor en los cincuenta, Emir Rodríguez Monegal dice que fue “un proceso de apropiación progresiva por parte de la literatura de un acervo cultural ya existente: la creación colectiva realizada por aportaciones constantes, injertos en el tronco de la lengua patrimonial. La pretendida ‘degeneración de la lengua’ –viejo mito colonialista– se revela así semilla fecundante”.

Este encuentro con un lenguaje propio volvió obsoletas las interpretaciones de los escritores latinoamericanos por las “influencias”. Las referencias allí estuvieron siempre porque forman parte del mosaico cultural latinoamericano, pero se invalidó el hábito de darle carta de naturalización a una literatura en razón de su ascendiente.

Sobre cómo se invalidaron estas tesis de las “posibles influencias”, hace años el ensayista inglés George Robert Coulthard propuso: “busquen ustedes, en la literatura europea de los últimos años, un autor comparable a Julio Cortázar, una novela de la calidad de El siglo de las luces, un poeta joven de voz tan profunda y subversiva como la del peruano Carlos Germán Belli: no aparecen por ninguna parte”.

Julio Cortazar
Ilustración: Tonica.

Es cierto, difícilmente se encuentra la frescura, la sorpresa, el torrente lingüístico y el ingenio que Cortázar –perdón por el lugar común– hace brotar de las piedras.

En Historias… uno de los textos más hilarantes e imaginativos lo encuentro en “Instrucciones para llorar”. Para quien no recuerde, va este pasaje:

Dejando de lado los motivos, atengámonos a la manera correcta de llorar, entendiendo por esto un llanto que no ingrese en el escándalo, ni que insulte a la sonrisa con su paralela y torpe semejanza. El llanto medio u ordinario consiste en una contracción general del rostro y un sonido espasmódico acompañado de lágrimas y mocos, estos últimos al final, pues el llanto se acaba en el momento en que uno se suena enérgicamente.

historia de cronopios
Ilustración: El Marca Páginas.

El propio Cortázar abunda sobre el ejercicio estéril de asignar padrinazgos a la literatura. En el texto “Literatura en la revolución y revolución en la literatura”, sobre el sentido del quehacer literario latinoamericano incluye un apartado al que denomina: “¡Muchachos, maten a papá!”, donde dice:

Así como freudianamente es necesario que un adolescente “mate” a sus padres para alcanzarse plenamente a sí mismo, de igual manera los escritores y los lectores jóvenes tienen que matar a sus modelos iniciales, a sus ídolos y sus fetiches. Matarlos piadosamente, en la práctica del oficio, guardándoles gratitud y ternura como yo se las guardo a Icaza y a Gallegos, asimilando su maná con un canibalismo espiritual necesario e inevitable.

Entre los escritores del “boom”, Cortázar fue el primero. En 1945 publicó La otra orilla y seis años después apareció Bestiario. Historias de cronopios y de famas vio la luz en 1962 y sólo un año después aparecería la novela más rica, admirable y polisémica: Rayuela.

cortazar, cuentos
Ilustración: Flickr.

Cortázar, al igual que García Márquez y Carlos Fuentes, es reconocido como novelista y tiene en este género su obra monumental. Sin embargo, sus cuentos o relatos cortos son de una factura impecable. La discusión sobre si es mejor novelista que cuentista o que si es novelista porque escribió cuentos largos es irrelevante, ya que una vez establecidos y puestos fuera de debate los aspectos formales, el tiempo transcurrido coloca a los relatos cortos de Julio Cortázar en un sitio especial dentro de la literatura latinoamericana.

Otro de los relatos que gozan de mi más alta consideración –y lo cito con un párrafo largo, porque con casi seis décadas de vida unos no lo conocen y otros ya no lo recuerdan y no quiero rendirle homenaje sin estar seguro de que el lector sabrá de qué hablo– es el del preámbulo a las instrucciones para dar cuerda a un reloj:

instrucciones para un reloj, cortazar
Ilustración: El Espacio Posible.

Piensa en esto: cuando te regalan un reloj te regalan un pequeño infierno florido, una cadena de rosas, un calabozo de aire. No te dan solamente el reloj, que los cumplas muy felices y esperamos que te dure porque es de buena marca, suizo con áncora de rubíes; no te regalan solamente ese menudo picapedrero que te atarás a la muñeca y pasearás contigo. Te regalan —no lo saben, lo terrible es que no lo saben—, te regalan un nuevo pedazo frágil y precario de ti mismo, algo que es tuyo pero no es tu cuerpo, que hay que atar a tu cuerpo con su correa como un bracito desesperado colgándose de tu muñeca. Te regalan la necesidad de darle cuerda todos los días, la obligación de darle cuerda para que siga siendo un reloj; te regalan la obsesión de atender a la hora exacta en las vitrinas de las joyerías, en el anuncio por la radio, en el servicio telefónico. Te regalan el miedo de perderlo, de que te lo roben, de que se te caiga al suelo y se rompa. Te regalan su marca, y la seguridad de que es una marca mejor que las otras, te regalan la tendencia a comparar tu reloj con los demás relojes. No te regalan un reloj, tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del reloj.

Por otra parte, la caracterización de los cronopios, las famas y las esperanzas son un refrescante ejercicio lúdico e irónico para describir tipos sociales sin embarcarse en una disertación científica. Pero el carácter juguetón no quiere decir irrelevante, porque la forma misma de esta literatura fue, como señala Emir Rodríguez, experimentar la ruptura como proceso permanente para implantar una nueva tradición. Este cambio era eminentemente estético pero no exento de una considerable carga social y política de la mayor relevancia para aquel momento de América Latina.

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Los paradigmas

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Paradigma. Ésta es una de esas palabrejas que se pueden dejar caer con cierta impunidad. Quiere decir, para la conversación diaria, ejemplo, modelo. Y para la conferencia o el discurso apantallador, conjunto de formas que constituyen una conjugación o una declinación.

Es un interesante aderezo para las charlas de café: “Fulano de tal es el paradigma de la política”; o para sobresaltar al mundo con nuestra sapiencia literaria: “Este libro es el paradigma de la literatura” –dicho esto mientras se deja caer descuidadamente sobre la mesa el ejemplar conmemorativo de los 400 años del Quijote, ahora en oferta de 99 pesos–.

Otra acepción de paradigma es “la forma en que hacemos las cosas” o, en definición de mi Pequeño diccionario ilustrado de política improbable, “¡Si así lo hizo mi abuelo así lo haré yo y todos los que me sigan, llueve, truene o relampaguee!”

paradigma
Ilustración: Luba Lukova.

Es un paradigma llevar flores a nuestra madrecita el diez de mayo… aunque nos olvidemos visitarla durante seis meses. Es un paradigma gritarle al adolescente que reprobó matemáticas… aunque hayamos dejado nuestra propia carrera inconclusa. Es un paradigma azotar al niño que tomó un chocolate sin permiso… aunque estemos secretamente ordeñando las cuentas del patrón.

El paradigma es también una cómoda e irracional protección contra lo desconocido. ¿Para qué cambiar, por qué arriesgarnos a tener éxito, si así estamos tan bien? Taiwán tiene la mitad del territorio de Veracruz y menos del 1% de sus recursos y tres veces más población y un puerto diez veces más grande y el edificio más alto del mundo y aeropuertos internacionales y 15 veces más ingreso per cápita y…“Sí… pero son chinos”, diría el de al lado, mientras cierra la oficialía de partes para irse a comer.

El paradigma puede ser un sarcófago. “No voy a prepararme, ni voy a leer, ni voy a hacer nada que no esté claramente en mi contrato porque desde que me dieron la base mi único objetivo es la jubilación. Así ha sido siempre y punto.”

Y a todo esto, ¿cómo nacen los paradigmas? Un experto en conducta quiso averiguarlo y llevó a cabo el siguiente experimento:

juego de sillas
Ilustración: Nastya Zozulya.

En una jaula colocó a cinco monos, de esos peludos, grandotes y de mala catadura. Al centro se puso una escalera y, sobre ella, una plataforma con los más apetitosos manjares para el paladar simiesco.

Cuando el primer chango trepó alegremente para festinarse con las delicias, un chorro de agua helada fue lanzado sobre los que permanecían en el suelo.

Después de algún tiempo, cuando un mono iba a subir la escalera, los
otros le daban de palos.

Pronto ninguno subía la escalera, a pesar de la tentación de las frutas. Entonces se sustituyó a uno de los monos.

Lo primero que hizo el nuevo inquilino fue subir la escalera, pero rápidamente los otros lo bajaron y lo azotaron. Al cabo de algunas palizas, el nuevo integrante del grupo entendió y ya no subió más la escalera.

experimento de monos
Imagen: Vida Positiva.

Un segundo mono fue reemplazado y ocurrió lo mismo. El primer sustituto
participó con entusiasmo en la paliza al novato. Un tercero fue cambiado, y así hasta que el último de los veteranos se fue.

En la jaula quedaron entonces cinco monos que, aún cuando nunca recibieron un baño de agua fría, continuaban golpeando a aquel que intentaba alcanzar las frutas.

Si los monos hablaran y se les preguntara el porqué de las palizas al que intentaba subir la escalera, sin duda la respuesta hubiera sido:

 “No sé. Las cosas siempre se han hecho así aquí…”
¿Suena conocido?

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Enola Gay y Little Boy

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El pasado jueves 6 fue el 75 aniversario del infame episodio en el que unos generales, unos políticos y un hombrecillo llamado Harry Truman se cubrieron de gloria con el primer ataque nuclear de la historia.

Se estima que 80 mil niños, mujeres y hombres fueron vaporizados en Hiroshima en los primeros segundos después de la explosión. Tres días después una segunda bomba fue arrojada sobre Nagasaki y unos 70 mil seres humanos desaparecieron de la faz de la tierra.

A esos 150 mil muertos hay que sumar los miles y miles que murieron después en la agonía de las quemaduras radioactivas, a los lisiados y a los que enloquecieron por el horror.

La historia oficial gringa dice que sólo así se logró la rendición del Japón. Que habría sido incalculable el sacrificio militar yanqui para vencer a un país decidido en resistir hasta el último hombre. Que la bomba atómica en realidad salvó vidas.

 Es decir, la racionalidad fue acelerar la capitulación de un Japón ya devastado. ¿En verdad? Si las hubieran arrojado sobre el Monte Fuji ese efecto se hubiera logrado. El espanto de lo que le aguardaba al país habría llevado al sagrado Emperador a ordenar de inmediato el cese de los últimos hálitos de resistencia.

Enola Gay Little Boy
Fotografía: Wikimedia.

Pero un arma debe probarse empíricamente. ¿Cómo saber su potencia destructiva si no se aplica en un objetivo real? Y como en todo experimento científico serio, la repetición es obligada para confirmar el resultado.  

Esto en lo militar. En lo político, había que hacer ver a los soviéticos, hasta unos meses antes “aliados” en la lucha contra el fascismo, quiénes eran los verdaderos amos del planeta a partir de ese momento. Nada de medias tintas.

En esto debió estar pensando el general Curtis LeMay, jefe de la fuerza aérea y responsable de los vuelos que llevaron los artefactos, cuando le dijo a Robert McNamara, Secretario de la Defensa, que de haber perdido la guerra, serían ellos los criminales de guerra en el banquillo del tribunal de Núremberg.

El piloto del avión que llevó la bomba a Hiroshima, Paul Tibbets, murió en el 2007, en cama, a los 92 años. ¿Habrá vivido con remordimientos? No lo creo. Al bombardero “Superfortaleza B29” que piloteó le puso el nombre de su mamacita, “Enola Gay”. Así supimos que tuvo progenitora. De los otros, no estoy seguro.

¿Y la bomba? Algún mentecato tuvo la gracejada de bautizarla como “Little Boy”: muchachito, escuincle.

El 9 de agosto, otro aparato, bautizado Bockscar,dejó caer sobre Nagasaki la bomba a la que seguro entre risas pusieron “Fat Man”: gordo, gordinflón. Al mando de la nave iba Charles W. Sweeney, quien también murió pacíficamente en su cama, a los 84 años, en el 2004.

Enola Gay Little Boy
Fotografía: Milenio

Con esta heroica hazaña quedaron muy satisfechos los profesores, los militares y los políticos que diseñaron, construyeron y dieron la orden de utilizar ese terrible artefacto contra un país que ya estaba aniquilado. Fue la locura de la sangre. Las patadas al cadáver del enemigo. La aniquilación de quienes nos enfrentaron y la construcción de un mensaje patibulario: esto es lo que les espera a nuestros enemigos.

Han transcurrido 75 años de aquel día. Enola Gay se exhibe reconstruido en un museo a las orillas de Potomac –sin que en ninguna parte se pueda leer un “¡Nunca más!”–.

Pero Little Boy  y Fat Man hoy son obsoletas chinampinas comparadas con las capacidades destructivas del moderno arsenal nuclear con el que algún día algún político hará pedazos este montón de tierra que gira en torno a una estrella a la que llamamos Sol. Ya lo dijo el autor: la mayor hazaña del Diablo fue hacernos creer que no existe.

Quince lustros después recordamos a las víctimas inocentes de aquellas jornadas. Los diarios de la época publicaron espeluznantes reportajes. The Lima News en su edición del 8 de agosto citó una transmisión de Radio Tokio en la que se describía el impacto de la bomba, “tan terrible que prácticamente todos los seres vivientes murieron rostizados por la ola de calor y la presión del estallido. Los cadáveres carbonizados quedaron irreconocibles”.

Niños pequeños, adolescentes, mujeres y hombres, casi todos víctimas de la penuria de un país derrotado y hambriento, fueron el blanco. Se dice que también perecieron algunos militares y políticos.

bombardeo en Hiroshima.
Fotografía: Slide.

John Hersey nos dejó un testimonio descarnado de aquella jornada en Hiroshima, la crónica que alertó al mundo sobre la abominación que asomó en el horizonte. La pieza comienza con la descripción del último instante de varias personas comunes y corrientes y sigue, en una precisa y sobrecogedora narración, la secuela de la detonación.

El relámpago silencioso. Exactamente a las ocho y quince de la mañana, el 6 de agosto de 1945, hora japonesa, en el momento en que la bomba atómica fue arrojada sobre Hiroshima, la señorita Toshiko Sasaki, empleada del departamento de personal de la Compañía Hojalatera del Asia Oriental, acababa de sentarse ante su escritorio de la oficina y estaba volviendo la cabeza para hablar con la muchacha del escritorio vecino…

Varios padres de la tecnología que hizo posible la fisión nuclear, encabezados por Albert Einstein, se opusieron a su utilización como arma de guerra. Fueron acusados de comunistas y antiyanquis. Y los políticos apretaron el gatillo: Harry S. Truman, el hombrecito que ocupó la presidencia a la muerto de Roosevelt, mercero de profesión y juvenil militante del Ku Klux Klan, firmó la orden de lanzamiento.

¿Habrá logrado conciliar el sueño el resto de su vida?


[Hiroshima de John Hersey, en una edición trilingüe liberada en ocasión de un aniversario del ataque, puede leerse en: www.sanchezdearmas.mx]

Juego de ojos.

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El príncipe de la palabra

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Quiero imaginar que el último paisaje en iluminar la mirada de Jesús Urueta fue una visión de la pampa, esa copiosa y fértil extensión que le habría recordado la enormidad de su amado Chihuahua. Eso nunca lo sabremos, pero un artista siempre agradecerá el recuerdo de los suyos, y jamás desmentirá a quien lo invente porque al inventarlo, le da vida.

Esa recreación es lo que encuentro en el discurso fúnebre que Martín Luis Guzmán pronunció en el cementerio de Dolores de la Ciudad de México el 29 de marzo de 1921 ante el féretro de Urueta, vuelto a su patria en un viaje por mares tan turbulentos como su vida.

Hay en esa oración –recuperada en 1987 en una coedición de las universidades de Colima y la UNAM– un vigor que casi cien años después no ha disminuido su fuerza para estremecer el espíritu: 

La sentencia del legislador de Atenas “no juzguemos de una vida hasta después de la muerte” pocas veces tuvo, señores, ocasión mejor que ésta, en que el acatamiento y la congoja nos congregan para ofrecer un último homenaje a los despojos mortales de quien fue, si gran pecador, ciudadano insigne e incomparable tribuno. Porque no habiendo sido los días de Jesús Urueta ni los de un santo, ni los de un maestro, ni los de un héroe, sino que mientras ellos corrían quedaba atrás un rumor de voces no siempre laudatorias y a menudo discordantes, sus deudos por el corazón y por el espíritu hemos debido esperar esta hora de supremo desinterés para apreciar la magnitud de nuestra pérdida, igual que los contendedores de Troya sólo apreciaron la estatura de Héctor cuando éste yacía en el polvo […].

jesu urueta principe de la palabra
Jesús Urueta haciendo uso de la palabra al parecer durante un juicio en un juzgado (Fotografía: Archivo Casasola | INAH).

Entre las personalidades que pueblan la Patria Literaria mexicana, la figura de Jesús Urueta (1868-1920) se yergue velada y misteriosa a la memoria de las nuevas generaciones. ¿Habrá entre los lectores de este espacio quien por interés, que no por edad, haya tenido noticias de este orador, pintor y periodista que también fue diputado revolucionario y compartió faenas legislativas con Luis Cabrera, Juan Sánchez Azcona, Juan Sarabia, Serapio Rendón, Salvador Díaz Mirón, Isidro Fabela y Félix Palavicini?

Fue llamado “El príncipe de la palabra” por sus dotes oratorias, y su discurso enfrentó al dictador Huerta –en contraste, “señor de la bellaquería”– quien lo arrojó a un calabozo del cual salió con vida milagrosamente.

Como casi todo hombre visionario y comprometido, Urueta fue también un ser lleno de esperanza en el futuro, confiado en un porvenir alimentado por la sangre y las ideas de otros idealistas como él. Escribía Urueta:

Es preciso, es urgente que todos los mexicanos comprendan que la Constitución, sólo la Constitución, puede salvar a la patria… Mientras las instituciones no funcionen normalmente no se puede hablar de paz, ni de progreso, ni de libertad. A mejores ciudadanos corresponden mejores gobiernos. Dentro de un buen gobierno, respetuoso de la ley… los ciudadanos elevan su nivel intelectual y moral, el pueblo crece en fortaleza y en virtudes cívicas.

Hermosa lección encontramos en sus palabras. Hace más de un siglo que Urueta escribió esta sentencia que en los días del verano político mexicano conserva un timbre de urgencia y esperanza. Así pensó, así habló, así predicó Jesús Urueta, ciudadano de México.

jesus urueta en juzgado
Jesús Urueta durante un juicio en un juzgado (Fotografía: Archivo Casasola | INAH).

El Diccionario Biográfico de Humberto Musacchio consigna que Urueta colaboró “en la Revista Moderna y El Siglo XIX. Fue bibliotecario y maestro en la Escuela Nacional de Jurisprudencia, dos veces diputado federal y profesor de la Escuela Nacional Preparatoria. Crítico del dictador Victoriano Huerta, éste lo mandó encarcelar. Secretario de Relaciones Exteriores (del 12 de diciembre de 1914 al 18 de junio de 1915) de Venustiano Carranza. Fue fundador del Partido Democrático y en 1919 se le designó ministro plenipotenciario en Argentina y encargado de negocios ante el gobierno uruguayo. Fue autor de Fresca (1893), Alma poesía. Conferencias sobre literatura griega (1904), Pasquinadas y desenfados políticos (1911), Conferencias y discursos literarios (1919) y Obras completas (1930)”.

Los recuerdos y testimonios de la vida de Urueta nos hablan de un hombre apasionado y quizá arrebatado, de temperamento levantisco, incendiario. Es un carácter fuerte el que trasluce en la fotografía que acompaña su ficha en el Diccionario de Musacchio: ojos algo saltones y separados, mirada penetrante, frente ancha, nariz larga y labios delgados ligeramente curvados hacia abajo. En suma, alguien cuya paciencia pudo haber sido corta, y por lo mismo grande su creatividad:

Vivió intensamente y para el arte. Aceptó los impulsos de su pasión y supo entretejer con ellos, manteniéndola impoluta, incorruptible, una tendencia nobilísima a contemplar las cosas bellas y a evocarlas. […] Pasión y amor de lo bello, émulos, la una y el otro, que mutuamente se acrecentaban, integraron su alma, presidieron cada uno de sus actos y lo llevaron a formular –son palabras suyas– este concepto de la vida humana: “La alegría, el dolor, el amor, el pensamiento, el alma entera, todo viene siempre a la carne, a la cruel y deliciosa carne, ennoblecida y divinizada como una flora milagrosa por supremos artistas […]”.

Murió muy joven, a los 32 años, pero con un desempeño que, quizá por la misma razón de su juventud, causó la admiración de Martín Luis Guzmán. Sus hijos, Cordelia, Jesús (Chano) y Margarita tuvieron luz propia en la pintura, el cine y la dramaturgia. De nuevo Martín Luis:

Aún lo vemos: en pie; fino y esbelto; la cabeza ligeramente inclinada hacia delante; juntas las manos, mientras los dedos estrujan nerviosos un pequeño papel y todo su cuerpo se halla sometido, como si lo dominara alguna fuerza extraña, a un vaivén blandísimo, apenas perceptible. Y de súbito, cuando, al parecer, el genio hasta allí en reposo se agitaba, rompía él a hablar para goce de sus oyentes; porque era dulce su voz, claras sus vocales, puras sus consonantes, rítmicas sus palabras, armónicos su gesto y su ademán, trasunto de belleza sus citas y sus evocaciones, y profundamente generosa, sedante para el alma, acariciadora para los oídos del cuerpo y del espíritu la euritmia de sus discursos. Hay oradores –como Justo Sierra– cuya memoria ha de perpetuarse con la lectura de sus obras. No así Urueta. Guardemos quienes le oímos –rescoldo sagrado– la imagen imborrable, aunque ya confusa, de su arte sin par, y transmitamos a quienes no le oyeron su palabra […] elocuente y musical como campana de oro.

Como ya dije, Urueta falleció muy joven, de causas que ignoro, siendo representante de México en Argentina. Fue la suya una vida excepcional, como otras que aquí he reseñado, que son un ejemplo a edades en las que otros apenas se preguntan cuál habrá de ser el camino que tomen sus existencias. Martín Luis:

Urueta lloró ante nosotros la muerte de Justo Sierra, y la lloró con tal congoja, con tal duelo convirtió en lágrimas nuestro pesar –lágrimas copiosas, lágrimas sin literatura- que casi nos consoló de la pérdida del Maestro.Y ahora, henos aquí, incapaces de llorarlo a él como él merece, incapaces –pese a la presencia de sus despojos y a nuestra comunidad espiritual– de atraer sobre nuestras cabezas, y convertir en halo de la emoción que nos envuelve, siquiera un fugaz aleteo de aquel noble espíritu, siquiera una chispa del fuego que él encendería en nosotros si estuviera aquí tocándonos con su palabra el corazón.

No descanse en paz Jesús Urueta. Quede entre nosotros, viva, su memoria. Y siga agitando a la República el eco de su oratoria con el reclamo: “¡Sólo la Constitución puede salvar a la Patria!”

Amén.

Juego de ojos.

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Sueños de la pandemia

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Que turbas incontroladas profanaran las efigies de Edward Colston en Bristol y de Su Graciosa Majestad Leopoldo II en Bruselas, no significa que los desenfrenos imperiales de la pérfida Albión o el genocidio de la casa real belga en el Congo vayan a ser colocados en el patíbulo del juicio histórico.

No señor. Tampoco creo que la ola de contrición que barre a la Europa pandémica por sus pecados coloniales amenace a la Civilización Occidental.

De ninguna manera estoy en las filas radicales. Mi estado de ánimo refleja el humor que nos asesta el maldito coronavirus y el apando al que nos confinó. Mi talante, como escribí en este mismo espacio poco ha, como el del león de Lugones:

Grave en la decadencia de su prez soberana, / sobrelleva la aleve clausura / de las rejas, / Y en el ocio reumático de sus garras ya viejas / la ignominia de un sordo lumbago lo amilana.

No me importa la súbita y culposa conciencia de que los hospitales, iglesias, escuelas y residencias para mendigos y ancianos que Edward Colston edificó en su ciudad natal hayan sido financiados con la sangre de los 80 mil esclavos que vendió al Nuevo Mundo.

esclavitud
Ilustración: Romy Blümel.

No siento simpatía alguna por quienes hoy se retuercen las manos por las almas de las 15 millones de personas que fueron víctimas de la avaricia y la estupidez de Leopoldo II, cuyas hazañas fueron financiadas con el dinero mexicano de su hermana Carlota, nuestra “emperatriz”.

Ya hace 300 años el gran poeta de la Ilustración Juan de Iriarte se encargó de desvelar a los filisteos que medran con la falsa filantropía:

El señor don Juan de Robres, / con caridad sin igual, / hizo este santo hospital… / y también hizo los pobres.

Por fortuna hay temas de mayor relevancia en la vida de un columnista. No aludo a la casta sagrada de los analistas políticos, fauna integrada, con las excepciones de rigor, por individuos a quienes se puede aplicar la sentencia que alguna vez el Poeta asestó al Cronista, con mayúsculas en ambos casos puesto que hablo de ya-saben-quién: escribidores de ocurrencias, no de ideas.

Me refiero a la curiosidad intelectual, la capacidad de asombro, de gozo por las minucias del lenguaje y disfrute del conocimiento por el conocimiento mismo, lejos de lo solemne y lo pomposo.

Por ejemplo, soy de los que piensan que La familia Burrón es un espejo de los mexicanos y que Gabriel Vargas fue tanto o más sociólogo que Samuel Ramos.

Propuse semejante iconoclasia hace algunos años en El Nivel, aquel templo en donde Pancho Liguori repartió dones y epigramas y capitaneó a Los Nivelungos. Provoqué una conflagración y presto se me echó del ateneo.

A ciencia cierta no me explico qué sucedió. Un mentecato de cuyo nombre no me quiero acordar se inflamó cuando lo reté a que diera el nombre de la mamá de Foforito Cantarranas, hijo natural de don Susano y adoptivo de los Burrón… y respondió que la Divina Chuy. ¡Hágame usted el favor!

suenos pandemia
Ilustración: Gabriel Vargas.

Grotesco. Foforito no tiene madre, nunca la tuvo. A Gabriel Vargas, el genial autor de la historieta, se le olvidó. Así como lo escucha. “Cuando me di cuenta ya habían pasado varios números y de plano no moví las cosas”, me dijo en una entrevista en el 2001.

¿A usted le parece un dato inútil? Cierto que no contribuye a la paz mundial ni alivia los niveles de ozono en la atmósfera, ni combate al coronavirus y menos atempera los arrestos del güero color mostaza que habita a orillas del Potomac.

Pero caray, no puede uno andar por la vida creyendo que el joven ayudante de “El Rizo de Oro” es hijo de aquella bailarina de dudosa fama y peor conducta. Es como disertar sobre los Burrón sin saber el nombre del perro de la familia o el apodo del hijo mayor. O sostener que Avelino Pilongano alguna vez trabajó.

Yo no creo que sea una necedad saber que el nombre completo del Pato Donald es “Donald Fauntleroy Duck”, que las jirafas se limpian las orejas con la lengua, que los delfines duermen con un ojo abierto, que el ojo de una avestruz es mayor que su cerebro, que los diestros en promedio viven nueve años más que los zurdos, que el músculo más poderoso del cuerpo humano es la lengua, que es imposible estornudar con los ojos abiertos, o que el “cuac” de un pato no produce eco.

De tarde en tarde este diletantismo intelectual arroja luz para entender hechos “serios”. Por ejemplo, si la industria aérea gringa ahorró miles de dólares con sólo eliminar una aceituna en cada ensalada servida a los pasajeros, ¿queda clara la importancia de ahorrar medio dólar en cada barril de petróleo aunque ello signifique invadir un país y la muerte de miles de soldados y civiles?

Es incalculable el dinero, el tiempo, la energía y el talento que se destinaron a la producción de las bombas atómicas que calcinaron a cientos de miles de seres humanos en Nagasaki e Hiroshima.

¿Por qué no haber domesticado esa energía en beneficio de la especie? Un kilogramo de masa así transformado equivaldría a 25 mil millones de horas kilovatio de electricidad. La energía contenida en una pasa es suficiente para abastecer durante un día a la ciudad de Nueva York.

sueno pandemia
Ilustración: Sam Falconer.

Sí, la curiosidad intelectual es un virus que inocula conocimientos inútiles. ¿Ejemplos?

Millones de árboles son plantados accidentalmente por ardillas que entierran sus nueces y luego no recuerdan dónde quedaron. Así como la mala memoria de estos animalitos es una contribución directa a la oxigenación, la glotonería de los ratones voladores que conocemos como murciélagos permite la abundancia de frutas: hay semillas que primero tienen que pasar por el intestino de uno de estos quirópteros para germinar. Piénselo la próxima vez que le meta diente a un mango.

 Comer una manzana es más eficaz que tomar un café para mantenerse despierto.

Nadie es capaz de tocarse el codo con la lengua.

La miel es el único alimento que no se descompone: las ofrendas de miel de las tumbas de los faraones podrían endulzar los jotquéis del desayuno de los arqueólogos.

De todo el helado que se vende en el mundo, un tercio es sabor vainilla.

La “j” es la única letra que no aparece en la tabla periódica de los elementos.

Una sola gota de aceite de motor puede contaminar 25 litros de agua potable.

Además del hombre, los únicos animales capaces de reconocerse en un espejo son los chimpancés y los delfines… y ciertos políticos.

Reír durante el día permite descansar mejor en la noche.

Espero haber demostrado uno de tantos peligros del encierro de la pandemia. Es todo.

Juego de ojos.

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El paladín de la lengua

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Dice Christopher Hitchens que si Lenin no hubiera acuñado la máxima “el corazón en llamas y el cerebro en hielo”, ésta habría sido el lema heráldico de George Orwell, “cuya pasión y generosidad sólo fueron superadas por su desprendimiento y reserva”.

Setenta años después de la muerte de este periodista, escritor y luchador social indio-inglés, su obra pervive como testimonio de una generación, no perdida como supondría Gertrude Stein, sino dolorosamente consciente de su tiempo.

A la pluma de Orwell debemos textos que contribuyeron a descubrir el verdadero rostro del “socialismo” estalinista y que se alzaron contra la barbarie que azotó como vendaval de invierno al mundo en la primera mitad del siglo pasado.

“Mientras escribo, hombres altamente civilizados vuelan sobre mí empeñados en reducirme a cenizas”, escribió en uno de los ensayos más lúcidos sobre el frenesí exterminador nazi durante los bombardeos en Londres.

Caricatura de George Orwell
Caricatura de George Orwell, escritor y periodista británico.

Y en otro texto memorable, hizo que uno de sus personajes, un cerdo dotado de cualidades humanas, lanzara la consigna que sigue animando a corrientes políticas por doquier, incluyendo las que medran en el entorno mexicano: Todos somos iguales… ¡pero unos son más iguales que otros!

La fuerza de Orwell, nacido Eric Arthur Blair en Motihari, India, en junio de 1903, es la lengua. Vivió con la convicción de que el mundo se puede cambiar y que si herramienta poderosa es la letra escrita —bruñida y dura como la obsidiana— en ocasiones el autor debe empuñar un fusil. Como nuestro Martín Luis Guzmán, Blair-Orwell estuvo en las trincheras y más de una vez tuvo de frente a la muerte, pues se veía a sí mismo como combatiente tanto en el fragor de la batalla como con las armas de la tinta y el papel en las manos.

En 1946 publicó un ensayo sobre la relación de la política y la lengua que es un clásico del pensamiento político y la literatura del siglo XX, lamentablemente desconocido en nuestros tiempos. Se titula «La política y el idioma inglés», pero su mensaje se aplica a cualquier lengua y a cualquier pueblo. Lejos de alumbrar el camino a una sociedad más igualitaria y democrática, el «lenguaje de la política» pareciera levantar muros y colocar obstáculos.

Esto lo vemos por doquier, en el mundo “industrializado”, en el segundo, en el tercero, en el cuarto, en las democracias y en las dictaduras.

Es desolador recordar y comparar. Si desde Demóstenes a Pericles hasta Churchill y King una pléyade de pensadores ilustres –entre ellos nuestro Servando Teresa de Mier– movieron al mundo hacia horizontes mejores, hoy, ni con la lámpara de Diógenes encontramos herederos. Nuestra política vive inmersa en una brutal mediocridad.

lenguaje y politica
Ilustración: D. Thompson.

Comparto algunos fragmentos del ensayo de Orwell tomados de la traducción de Alberto Supelano publicada en la gran revista colombiana El Malpensante. El lector puede sustituir la palabra «inglés» por español, chino, armenio, burundi, griego o latín. El resultado será igual de impresionante.


La mayoría de las personas que de algún modo se preocupan por el tema admitiría que el lenguaje va por mal camino, pero por lo general suponen que no podemos hacer nada para remediarlo mediante la acción consciente. Nuestra civilización está en decadencia y nuestro lenguaje –así se argumenta– debe compartir inevitablemente el derrumbe general. Se sigue que toda lucha contra el abuso del lenguaje es un arcaísmo sentimental, así como cuando se prefieren las velas a la luz eléctrica o los cabriolés a los aeroplanos. Esto lleva implícita la creencia semiconsciente de que el lenguaje es un desarrollo natural y no un instrumento al que damos forma para nuestros propios propósitos.

Ahora bien, es claro que la decadencia de un lenguaje debe tener, en últimas, causas políticas y económicas: no se debe simplemente a la mala influencia de este o aquel escritor. Pero un efecto se puede convertir en causa, reforzar la causa original y producir el mismo efecto de manera más intensa, y así sucesivamente.

[…] El inglés moderno, en especial el inglés escrito, está plagado de malos hábitos que se difunden por imitación y que podemos evitar si estamos dispuestos a tomarnos la molestia. Si nos liberamos de estos hábitos podemos pensar con más claridad, y pensar con claridad es un primer paso hacia la regeneración política: de modo que la lucha contra el mal inglés no es una preocupación frívola y exclusiva de los escritores profesionales.

[…] El escritor tiene un significado y no puede expresarlo, o dice inadvertidamente otra cosa, o le es casi indiferente que sus palabras tengan o no significado. Esta mezcla de vaguedad y clara incompetencia es la característica más notoria de la prosa inglesa moderna, y en particular de toda clase de escritos políticos. Tan pronto se tocan ciertos temas, lo concreto se disuelve en lo abstracto y nadie parece capaz de emplear giros del lenguaje que no sean trillados: la prosa emplea menos y menos palabras elegidas a causa de su significado, y más y más expresiones unidas como las secciones de un gallinero prefabricado.

A continuación enumero, con notas y ejemplos, algunos de los trucos mediante los que se acostumbra evadir la tarea de componer la prosa:

lenguaje
Ilustración: Dionne Kitching.

Metáforas moribundas. Una metáfora que se acaba de inventar ayuda al pensamiento evocando una imagen visual, mientras que una metáfora técnicamente ‘muerta’ (por ejemplo, ‘una férrea determinación’) se ha convertido en un giro ordinario y por lo general se puede usar sin pérdida de vivacidad. Pero entre estas dos clases hay un enorme basurero de metáforas gastadas que han perdido todo poder evocador y que se usan tan sólo porque evitan a las personas el problema de inventar sus propias frases.

[…] Palabras sin sentido. En ciertos escritos, en particular los de crítica de arte y de crítica literaria, es normal encontrar largos pasajes que carecen casi totalmente de significado. Palabras como romántico, plástico, valores, humano, muerto, sentimental, natural, vitalidad, tal como se usan en crítica de arte, son estrictamente un sinsentido, por cuanto no sólo no señalan un objeto que se pueda descubrir, sino que ni siquiera se espera que el lector lo descubra.

 Como he intentado mostrar, lo peor de la escritura moderna no consiste en elegir las palabras a causa de su significado e inventar imágenes para hacer más claro el significado. Consiste en pegar largas tiras de palabras cuyo orden ya fijó algún otro, y hacer presentables los resultados mediante una trampa.

El atractivo de esta forma de escritura es que es fácil. Es más fácil –y aun más rápido, una vez que se tiene el hábito– […] Si usted usa frases hechas, no sólo no tiene que buscar las palabras; tampoco se debe preocupar por el ritmo de las oraciones, puesto que por lo general ya tienen un orden más o menos eufónico.

Muletillas como ‘una consideración que debemos tener en mente’ o ‘una conclusión con la que todos estaríamos de acuerdo’ ahorran a muchos una expresión cuya construcción les produciría un síncope. El empleo de metáforas, símiles y modismos trillados ahorra mucho esfuerzo mental, a costa de que el significado sea vago, no sólo para el lector sino también para el que escribe.

lenguaje
Ilustración: Bowdoin.

[…] En nuestra época es una verdad general que los escritos políticos son malos escritos. Cuando no es así, el escritor es algún rebelde que expresa sus opiniones privadas y no la ‘línea del partido’.

La ortodoxia, cualquiera que sea su color, parece exigir un estilo imitativo y sin vida. Los dialectos políticos que aparecen en panfletos, artículos editoriales, manifiestos, libros blancos y discursos […] varían, por supuesto, entre un partido y otro, pero todos se asemejan en que casi nunca emplean giros de lenguaje nuevos, vívidos, hechos en casa.

Cuando un escritorzuelo repite mecánicamente frases trilladas en la tribuna […] se tiene el extraño sentimiento de no estar viendo a un ser humano vivo sino a una especie de maniquí: un sentimiento que se torna más intenso en los momentos en que la luz ilumina los anteojos del orador y se ven como discos vacíos detrás de los cuales no parece haber ojos.

Y esto no es del todo imaginario. Un orador que emplea esa fraseología ha tomado distancia de sí mismo y se ha convertido en una máquina. De su laringe salen los ruidos apropiados, pero su cerebro no está comprometido como lo estaría si eligiese sus palabras por sí mismo. Si el discurso que está haciendo es un discurso que acostumbra hacer una y otra vez, puede ser casi inconsciente de lo que está diciendo, como quien entona letanías en la iglesia. Y este reducido estado de conciencia, aunque no es indispensable, es de todos modos favorable para la conformidad política.

Juego de ojos.

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“Un hombre ha muerto de muerte natural”

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Una de las más recias e imponentes personalidades literarias del siglo pasado fue sin duda Ernest Hemingway, Papa, el poderoso escritor estadounidense cuya obra y vida siguen deslumbrando a lectores en todo el mundo.

Reportero, chófer de ambulancia en la Primera Guerra Mundial, taurófilo irredento, pescador, soldado, mujeriego… pareciera que la vida de este brillante y atormentado autor fue una novela en permanente construcción. Como muy pocos, Papa, así, sin acento, vivió su propia obra, y creo que ello contribuyó a que muchos de sus libros estén considerados como clásicos de la literatura en lengua inglesa.

Hace unos días conmemoramos el 59 aniversario luctuoso de este integrante de la generación perdida que nació el 21 de julio de 1899 en Oak Park, Illinois y se quitó la vida el 2 de julio de 1961 en Ketchum, Idaho. Dicen que el brutal tratamiento de electrochoques a que fue sometido en la Clínica Mayo para curarle su neurosis lo llevó a meterse el cañón de una escopeta en la boca y jalar el gatillo. Yo creo que Papa sencillamente decidió darse un final de novela… de novela de Hemingway. Tenía 62 años y dejó sin publicar tres mil páginas de manuscritos.

En homenaje a la memoria del autor de Por quién doblan las campanas, es un honor compartir con mis lectores la espléndida crónica sobre “las muertes” del escritor publicada tiempo ha por mi colega Michel Porcheron en Granma Internacional:

muerte de Hemingway
Ilustración: Chad Hagen.

Con algo de retraso en menos de 24 horas, las redacciones del mundo entero recibían el mismo télex: había muerto el escritor estadounidense Ernest Hemingway. Se desencadenaba la ola de artículos necrológicos. El Coloso de Illinois, obsesionado por la muerte, había encontrado finalmente la suya.

 “En el mundo entero, Hemingway fue enterrado con bombo y platillo”, escribía entonces el diario francés Le Monde. En “Hemingway vs. Fitzgerald”, Scott Donaldson escribe que Hemingway “alcanzaba la cumbre de la gloria cuando se anunció su muerte por todos los periódicos del mundo”.

 La conmoción fue considerable e intensa para todos, de Pamplona a La Habana, pasando por Oak Park y París. No fue así, sin embargo, para el propio interesado… quien, en aquellos días finales de enero de 1954, se enteró de su propia muerte al leer, con cierto divertido placer, la prensa nacional y extranjera en Entebbe y Nairobi. “Aquello le provocó el extraño placer de leer sus propias notas necrológicas. En buena parte de las mismas se subraya que, durante toda su vida, él había ido deliberadamente al encuentro de la muerte”, escribió en mayo de 1982 el periodista y escritor cubano Lisandro Otero. “Sus heridas fueron lo suficientemente graves como para echarle a perder el placer de leer su propia necrología”, dice por su parte Scoot Donaldson. Durante el segundo accidente, en efecto, “estuvo a punto de sucumbir de numerosas lesiones”. “Se dio el lujo de salir vivo de dos accidentes aéreos seguidos”, comentó con humor Gabriel García Márquez, premio Nobel de Literatura y autor de “Hemingway, el nuestro”, convertido en texto de referencia como prefacio del libro-reportaje “Hemingway en Cuba” del cubano Norberto Fuentes, especialista de Hemingway en los años 80, antes de dejar a Cuba para radicarse en Miami.

 Durante más de tres días, “Hem” o “Papa”, como lo llamaban sus amigos, fue dado por muerto en algún lugar de la región donde nace el gigantesco río Nilo, en la zona de los Grandes Lagos de África Oriental. Lo acompañaba su esposa, la periodista Mary Welsh. No era la primera vez que la noticia de su muerte daba la vuelta al mundo. En mayo de 1944, mientras estaba en Londres, Hem había perecido, según la prensa, en un accidente automovilístico.

muerte de hemingway
Ernest Miller Hemingway, escritor y periodista estadounidense (Fotografía: Reddit).

 En ese fin de enero de 1954, hacía ya varios meses que Hemingway se encontraba en África, proveniente de Marsella. El 21 de enero, después de un safari, Hemingway alquila un monoplano Cessna de cuatro plazas pilotado por Roy Marsh, un estadounidense establecido en África, para realizar un paseo de exploración sobre el lago Tanganica, Kenya y Uganda, con el Kilimanjaro como telón de fondo, según el relato del francés Pierre Dupuy en “Hemingway et l’Espagne”. Pasa la noche con sus acompañantes en Bukavu, antiguo Congo belga. Al día siguiente, sobrevuelan el Sur del lago Victoria y, más tarde, los lagos Eduardo y Alberto. El día 23 siguen el Nilo Blanco hasta su nacimiento en el lago Alberto y sobrevuelan después las cataratas Murchison, entre los lagos Kyoga y Alberto, pero, a causa de una mala maniobra de Marsh, el avión choca con unos viejos cables telegráficos al sobrevolar la garganta y el piloto se ve obligado a hacer un aterrizaje forzoso a 5 kilómetros de las cataratas. Los pasajeros logran salir de los restos del aparato. Como el radio está averiado, precisa P. Dupuy, pasan la noche en el lugar del accidente. A la mañana siguiente, logran atraer la atención de una lancha de recreo que navega por el lago Victoria (se trata, al parecer, de la lancha que se utilizó en 1951 en el legendario film “The African Queen”, de John Huston). Llegan a Butabia donde Hemingway alquila otro avión, un De Havilland Rapide de doce plazas, pilotado por un tal Regie Cartwright. Pero el avión ni siquiera llega a despegar sino que se estrella y se incendia al final de la pista… Y de nuevo todo el mundo sale ileso… aparentemente. Un equipo de ayuda, después de llegar al lugar, los lleva en auto a Masindi, entre Butavia y Entebbe. Al día siguiente llegan a la capital ugandesa y, más tarde, a Nairobi. Es allí donde Hemingway lee en la prensa la noticia de su muerte y, ulteriormente, la de su… resurrección. Aunque se salvó dos veces, Hemingway quedó seriamente afectado y, durante el resto de su vida, sufrió algunas secuelas de las lesiones sufridas.

 Según uno de los biógrafos de Hem Carlos Bake–, además de una fuerte conmoción cerebral, el escritor sufrió serias lesiones “del hígado, del bazo, en un riñón, pérdida temporal de la visión del ojo izquierdo, pérdida de la audición del oído izquierdo, aplastamiento de una vértebra, esguince del codo derecho, del hombro izquierdo y de la pierna izquierda, incontinencia esfinteriana y, para terminar, quemaduras de primer grado en el rostro, los brazos y la cabeza”.

hemingway
Ilustración: Nicolas Aznarez.

 El 26 de enero de 1954, Le Monde señalaba que, después del primer accidente, “la búsqueda comenzó inmediatamente, un avión de la línea Argonaut describió y sobrevoló el avión accidentado y comprobó que estaba vacío. El piloto anunció su descubrimiento, sin más comentario, y prosiguió su ruta hacia El Cairo. Su mensaje desencadenó la tempestad… La jungla, el gran río y las cataratas vecinas, las incontables fieras que merodeaban… ¡Qué marco para la muerte de un gran novelista de la aventura! Pero, qué reportaje también, o qué noticia, para el escritor que se encontraba a salvo”. El autor del artículo, que no estaba firmado, tenía toda la razón. La revista Look publica el 20 de abril y el 4 de mayo “El regalo de Noel”, artículo que relata los dos accidentes, firmado por… Ernest Hemingway. Una pequeña obra maestra, al estilo de su ilustre autor, entre falsa ingenuidad y verdadera burla.

 “En su habitual pose de hombre invulnerable, le dijo a los periodistas que nunca antes se había sentido tan bien. En realidad, nunca había estado tan mal”, escribe Carlos Baker.

 No por ello dejó a África. El 22 de marzo está en Venecia. Y es el 28 de octubre de 1954 que Hemingway se entera de que le ha sido otorgado el Premio Nobel de Literatura. Para entonces, se encuentra ya en Cuba, en su Finca Vigía y decide no asistir a la ceremonia de entrega del premio, en Estocolmo.

 Gabriel García Márquez escribió que, aquel día de enero de 1954, “la muerte no podía ser cierta. El equipo de socorro lo encontró alegre y medio borracho, en un calvero, cerca del cual merodeaban varios elefantes. La obra misma de Hemingway, cuyos héroes no tienen derecho a morir sin haber sufrido durante cierto tiempo la amargura de la victoria, había desacreditado por adelantado ese tipo de muerte, más propia del cine que de la vida”. Después del suicidio de Hem, el domingo 2 de julio de 1961, en Ketchum, Idaho, Gabo, el periodista, escribió: “Esta vez parece de verdad: Ernest Hemingway ha muerto (…) Ha muerto de verdad (…) Esta vez, las cosas sucedieron como tenían que suceder: el escritor ha muerto como el más común de sus personajes, empezando por los suyos”. El artículo de García Márquez, publicado el 9 de julio de 1961, se intitulaba: “Un hombre ha muerto de muerte natural”.

Juego de ojos.

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