Mente y Cuerpo

La conducta moral: evolución biológica y desarrollo humano

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El potencial ético humano tiene varios fundamentos: el filogenético de conductas ancestrales seleccionadas por su valor adaptativo pro-social; el ontogenético en desarrollo durante la infancia, la adolescencia y la maduración, y el psicosocial estipulado en mecanismos mentales de acatamiento o desobediencia a tradiciones, códigos, normas, mandamientos o leyes. Estos factores convergen en una función neuropsicológica compleja y cambiante que constituye la conciencia moral y marca en buena medida la expresión, las decisiones y la trayectoria de cada individuo.

En referencia a la teoría evolutiva, es importante referir que, a principios del siglo XX, el geógrafo y anarquista ruso Piotr Kropotkin argumentó que la ayuda y el apoyo mutuo durante la hominización fueron más efectivos como fuerzas evolutivas que la competencia y la prevalencia del más fuerte, y esgrimía esta base biológica y evolutiva como fundamento de una sociedad anarquista  en contraposición al darwinismo social, sostenido por apologistas como Herbert Spencer para justificar la industria y la explotación capitalistas. Por su parte, a finales del siglo XX el filósofo alemán Jürgen Habermas propuso que las intuiciones morales de los seres humanos probablemente tienen un componente evolutivo que se expresa en los principios que regulan la interacción social de agentes competentes en todas las sociedades. Y en el presente siglo, la filósofa mexicana Juliana González manifestó que la conciencia moral humana requiere de una capacidad para el juicio ético necesariamente enraizada en la evolución biológica de substratos neuronales.

conducta moral Piotr Kropotkin
Portada de una edición reciente de “Ayuda Mutua” de Piotr Kropotkin, con fotografía del autor a edad avanzada, hacia 1915.

Además de los argumentos evolutivos, diversos datos empíricos se han vuelto muy relevantes para comprender mejor los orígenes de la conciencia y el comportamiento moral de los seres humanos. Un conjunto de ellos es etológico y se refiere a las conductas cooperativas observadas en diversas especies animales; otro consiste en el desarrollo cognitivo del comportamiento y la conciencia moral durante la infancia y el tercero a las bases psicológicas y cerebrales de la ética y la moralidad. La presencia de comportamientos morales en otras especies ha sido ampliamente analizada desde principios de este siglo por diversos autores, entre quienes destacan el etólogo y primatólogo holandés Frans de Waal y el ecólogo conductual Marc Bekoff, autor de “La justicia salvaje, la vida moral de los animales” y otros libros sobre el tema. La forma más extendida y elemental de comportamiento animal que puede ser calificado de moral es el conjunto de conductas cohesivas y pro-sociales, como son muestras de reciprocidad en beneficio mutuo, de ayuda a otros ante el peligro, el consuelo en condiciones de estrés y la respuesta a faltas de equidad. Este tipo de conductas se observan especialmente entre los simios, pero también ocurren en otros primates, en manadas de lobos y en perros.

Marc Bekoff
Portada de “Justicia salvaje. Las vidas morales de los animales” y foto del autor Marc Bekoff con amigo canino.

En lo que se refiere a la investigación cognitiva del desarrollo moral en humanos, ésta fue iniciada por el propio Jean Piaget, en los años 30 y fue continuada y extendida por el psicólogo de Harvard, Lawrence Kohlberg, en los años 60, quien propuso los siguientes tres niveles de maduración moral. (1) La etapa preconvencional ocurre en los niños antes de los 9 años y se caracteriza porque los infantes no tienen un código moral personal y en general aceptan el de los adultos cercanos, usualmente los padres, aunque observan y se dan cuenta de que los criterios morales difieren. (2) La etapa convencional es típica de la adolescencia y continúa en la edad adulta implicando la internalización de valores de acuerdo con normas de grupo. (3) La etapa post-convencional ocurre cuando la persona realiza juicios morales según principios que elige y pueden ir en contra de las convenciones o de la ley. Kohlberg llegó a la conclusión que los principios que motivan el juicio y la conducta moral, como la noción de justicia, igualdad o cuidado, varían entre las etapas y que muy pocas personas llegan al nivel más elaborado de desarrollo moral.

conducta moral Lawrence Kohlberg
Portada de un número de la Revista Iberoamericana de Psicología sobre la psicología moral de Lawrence Kohlberg y este autor a la derecha.

McLeod ha resumido los problemas con el método y las conclusiones de Kohlberg pues sus investigaciones se basaron en dilemas narrados y no necesariamente operan las mismas decisiones en situaciones reales. Por otra parte, los estudios fueron realizados en varones y se encontró posteriormente que los hombres suelen basar sus juicios morales en nociones de ley y justicia y las mujeres en criterios de compasión y cuidado. Entrevistar a niños y adultos de diferentes edades no garantiza hablar de desarrollo, porque esto habría requerido analizar la variación de los mismos individuos a lo largo del tiempo. A pesar de estas dificultades, los estudios posteriores realizados con mayor control avalaron en lo general las etapas de Kohlberg, aunque varios encontraron que las personas modifican sus criterios de acuerdo con el caso y las circunstancias, más que en reglas adquiridas en etapas delimitadas. El punto más problemático tiene que ver con que el juicio no necesariamente se expresa en la conducta pues existe una brecha entre valores y virtudes en el sentido de que las personas pueden y suelen aceptar ciertas normas y valores como válidos y moralmente justos, pero encuentran dificultades en ponerlas en práctica en situaciones reales de la vida y actuar en consonancia con esas demandas.

En sus estudios con infantes pequeños, el psicólogo del desarrollo Philippe Rochat afirmó que una parte importante del sentido de lo moralmente bueno y malo surge muy temprano en referencia al sentido de posesión y los conflictos interpersonales que se derivan de ella. Este investigador encontró que el desarrollo de la postura ética en los infantes es inseparable de un sentido del propio ser como es percibido y valorado por los otros. Los infantes aprenden a explorar y evaluar la mirada de los otros, a controlar su atención a distancia y movilizarla hacia sus propias actividades. Estas capacidades en conjunto favorecen el desarrollo de la reputación, una facultad plenamente humana de darse cuenta de la mirada evaluativa de los demás hacia uno mismo y que se desarrolla más tarde como el concepto del honor, la cualidad moral de cada persona que constituye su dignidad y parte central de su autoconciencia.

Jonathan Haidt
Portada de “La mente de los justos” del psicólogo social Jonathan Haidt y el autor.

Finalmente, es importante referir a Jonathan Haidt, psicólogo social actualmente en la Universidad de Nueva York, pues a partir de sus investigaciones empíricas en humanos ha sostenido que las decisiones morales se basan en intuiciones automáticas de tipo emocional más que en razonamientos lógicos, lo cual otorga a las emociones un papel relevante en la evolución y expresión éticas además de proporcionar credibilidad a las propuestas de moralidad animal. Con base en sus investigaciones Haidt y sus colaboradores han desarrollado una teoría de fundamentos morales que postula la existencia de seis pares de emociones sociales innatas: cuidado-daño, justicia-engaño, libertad-opresión, lealtad-traición, autoridad-subversión y santidad-degradación. Esta última sugerencia es polémica pues es poco creíble que varias de estas complejas emociones sociales se adquieran sólo por herencia genética y es más probable que, en efecto, existan tendencias innatas pero que éstas requieran de una modulación socialmente aprendida, de una depuración por la práctica y de razonamiento verbal.

La noción del progreso moral es antigua. En “El arte de la prudencia” publicado en 1647, Baltasar Gracián apuntó:

No se nace hecho. Cada día uno se va perfeccionando en lo personal y lo laboral, hasta llegar al punto más alto, a la plenitud de cualidades, a la eminencia. Esto se conoce en lo elevado del gusto, en la pureza de la inteligencia, en lo maduro del juicio, en la limpieza de la voluntad.

Es posible que no veamos la perfección humana con tanto optimismo, pero también reconocemos que somos mejorables y este potencial ético requiere de introspección, autocrítica, decisión, estrategia, voluntad y constancia, aspectos de la autoconciencia que hemos venido revisando.


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A partir de la Ilustración y el triple lema de la Revolución francesa, la autonomía se ha convertido en uno de los valores humanos más preciados. Sin embargo, no es fácil discernir si una persona o uno mismo es efectivamente autónomo en el sentido de ser capaz de generar su propio código de valores y con esa base emprender las acciones para realizar un proyecto de vida propio, singular y auténtico.

Para suponer que una persona es verdaderamente autónoma sería necesario ratificar que posee y ejerce de manera coordinada y oportuna las siguientes capacidades neurocognitivas, propias de un agente dotado de voluntad y conciencia de sí en referencia a su entorno: (1) disposición: la capacidad proposicional de discernir y evaluar sus propias motivaciones, deseos, actitudes, normas o creencias; (2) proyección: la capacidad prospectiva de formular anhelos, propósitos e ideales sobre su vida actual o futura; (3) resolución: la capacidad táctica de reflexionar, deliberar y elegir la mejor estrategia para alcanzar sus objetivos entre alternativas posibles; (4) dirección: la capacidad rectora para realizar los actos deliberados provenientes de sus decisiones, y de ajustarlos o corregirlos sobre la marcha; (5) determinación: el grado de firmeza, resolución y empeño con el que la persona pone en práctica sus decisiones, intenciones o deseos; (6) revisión: la capacidad metacognitiva de evaluar sus acciones y sus resultados para enriquecer su experiencia y normar su conducta futura; (7) confirmación: la capacidad testimonial de reconocerse y saberse responsable y garante de sus acciones, tanto en su fuero interno como ante los demás; (8) emancipación: la capacidad diferenciadora de vincularse con otros humanos respetando su autonomía, cuidando su bienestar y eludiendo toda dependencia; (9) indivduación o auto-realización: la capacidad sapiencial y creativa de construir una vida particular, diferenciada, independiente y benéfica.

Si bien una persona puede ser considerada moral y jurídicamente responsable de sus actos en la medida que disfruta y ejerce estas capacidades en su conjunto, se puede apreciar que no se presentan ya formadas y articuladas con el uso de la razón. El desarrollo cognitivo y moral se va alcanzando por etapas mediante la práctica de la prudencia: el conducirse de acuerdo con normas aceptables en las circunstancias usualmente complejas, y a veces opuestas, del entorno. Este enfrentamiento del yo con el medio fue un tema medular para Fichte y Maine de Biran, los filósofos del yo que revisamos al inicio de este proyecto y que fueron significativamente contemporáneos de la Revolución francesa.

autonomía indivduación
La Revolución francesa de 1789. Cartel que enaltece la unidad entre el pueblo y el ejército. Dice: “Unidad, Indivisibilidad de la República, Libertad, Igualdad, Fraternidad o la muerte” (ID de la imagen: BG1RMY).

Hay varias formas de discernir la autonomía individual en referencia al choque Yo-mundo. Una de ellas preconiza que la capacidad de elaborar deseos o preferencias y llevarlas a cabo mediante conductas derivadas de decisiones personales debe ser respetada por los demás, por la sociedad y por el estado, pues la esfera privada debe prevalecer sobre el interés público. Sin embargo, se ha subrayado que una exaltación del individuo autónomo y soberano desconoce que el ser humano es social por naturaleza y que será en el ámbito colectivo donde encontrará el espacio y los medios necesarios para desarrollarse y convivir con los demás. Como acabamos de ver en el caso del imperativo categórico, Kant concibe a la autonomía como el ejercicio del autocontrol y el autogobierno para emprender conductas responsables de acuerdo a normas que la persona acepta como adecuadas y deseables para todos. La autonomía será entonces característica de la persona comprometida con un proyecto moral que se subordina en mayor o menor medida a los intereses comunitarios y sacrifica su iniciativa si perturba la convivencia y el bienestar ajeno. Pero también advertimos que si se concede a la comunidad una razón superior, esto ha dado lugar a prácticas represivas sobre el individuo cuando detentan poder quienes se abrogan la razón, sea ésta de orden religioso, ideológico o político, y tratan de imponerla sobre los demás.

autonomia unam
La autonomía es un ideal no sólo personal sino grupal, institucional, regional o nacional. En esta figura de la UNAM se simboliza por un árbol que florece en plenitud merced a sus sólidas raíces.

Parece ocurrir una ineludible colisión entre el derecho individual a la mayor libertad posible y la restricción de opciones por la sociedad. En nuestros tiempos las naciones se mueven hacia una globalización económica y cultural que, más que favorecer individuos diferenciados, autónomos, libres y responsables, parece imponer una especie de identidad masiva. La libertad personal resulta un valor lejano y aún peligroso, como lo adelantó durante la Segunda Guerra Mundial el psicoanalista Erich Fromm en su célebre libro “El miedo a la libertad” de 1941. Sin embargo, a pesar del pesimismo que se deriva de la situación mundial, el ideal de la autonomía sigue conservando fulgor y atractivo, a juzgar por las exigencias de respetar la iniciativa y la decisión del individuo, como sucede con el aborto o la eutanasia.

miedo a la libertad
“El miedo a la libertad” de Erich Fromm originalmente escrito en inglés durante la Segunda Guerra Mundial.

El pensamiento que madura con el existencialismo y se redefine en la “posmodernidad,” propone una versión más individualista de la autonomía y lo hace cuestionando o incluso vapuleando la noción misma de “sujeto.” Esto puede parecer contradictorio, porque ¿cómo se puede favorecer una autonomía individual sin afirmar la primacía o la existencia misma del sujeto? La respuesta a esta aparente paradoja, si interpreto correctamente el planteamiento, está en la negación de un yo abstracto en términos de representación mental de uno mismo y la reivindicación de la persona concreta, corporal e histórica. En este sentido, se puede conceder que la representación de uno mismo debe justipreciarse, pues se trata de un constructo mental, un yo virtual que figura a una entidad concreta: la persona de carne y hueso. Aunque esta crítica no desvanece la noción de sí mismos que tienen la mayoría de las personas, su interés está en despertar en el individuo la motivación para cuestionar su naturaleza y proporcionarle algunas herramientas conceptuales para emprender la tarea. Si bien la razón es necesaria para cuestionar y redefinir la autonomía y la individualidad, también se requiere una labor introspectiva y contemplativa, como lo hemos repetido. Una forma de discernir la paradoja Yo-mundo está en plantear el desarrollo de la conciencia moral como la búsqueda de un balance entre los valores aceptados y asentados en la comunidad y los principios de arraigo más personal. La autonomía es un fruto en crecimiento porque supone la búsqueda de integridad, autenticidad y lealtad a principios libremente asumidos y que forman parte de la identidad personal. La trayectoria ética de la persona consistirá en descifrar, obedecer o desobedecer por sí misma los elementos que garanticen su moralidad mediante el análisis crítico de los códigos imperantes, de los que asume como válidos y de los que expresa en su conducta.

autonomia indivduacion
Grabado de Gustave Doré ilustrando la ruptura de las Tablas de la Ley por Moisés. El episodio del Génesis bíblico manifiesta la conciencia moral en conflicto con la realidad social y el mandato religioso.

La persona logrará autonomía en la medida que vaya alcanzando un proyecto independiente con sus propias reglas, más que acatando las de otros o de la cultura. La autonomía en formación constante es una indivduación: la labor de construir una existencia peculiar, única, pulida, capaz de dejar huella. Unos meses antes de ser asesinado, cuando se le preguntó cuál era concretamente su mensaje, Gandhi respondió: “mi vida es mi mensaje”.


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Además de motivo esencial de las religiones, la conciencia moral ha sido objeto de interés y análisis para la filosofía, la jurisprudencia, la sociología y otras disciplinas humanas y sociales. En esta ocasión haré una referencia somera a ciertas nociones fundamentales sobre la conciencia moral. Acabamos de ver que el sentido moral del término “conciencia” en español se registra desde el siglo XIII y se mantuvo a través del tiempo como referencia a una “luz” o una “voz” interior que proporciona al ser humano el conocimiento de si sus actos son buenos o malos. De esta forma, en el prolongado marco de la religión cristiana, la conciencia moral se ha considerado la facultad espiritual que permite a los seres humanos discernir sus faltas o pecados para arrepentirse y conseguir el perdón y la gracia.

El escolapio y filólogo español Julio Campos ha publicado en 1962 su extensa indagación en textos clásicos y medievales sobre los significados del vocablo conscientia en latín. Encuentra que existen dos sentidos en esta palabra; denomina al primero “convicción” y se refiere a la conciencia psicológica de sentir o darse cuenta de lo que ocurre, en tanto que el segundo sería la conciencia moral como “testigo que obliga o acusa”. Prevalece con mucho este último en los numerosos autores que revisa y que incluyen a clásicos romanos como Cicerón o Séneca, pasajes del Antiguo Testamento, en especial de los Libros Sapienciales, y secciones del Nuevo Testamento, en particular ciertas epístolas de San Pablo. El padre Campos sugiere que se mantenga el significado moral para el término conciencia por su derivación de la conscientia latina de orden moral, y que se utilice consciencia (con sc) para designar al sentir y advertir en general. De esta manera se distinguirían los dos significados, como ocurre en inglés (conscience, sentido moral y consciousness, sentido cognitivo) y en alemán (Gewissen, sentido moral y Bewusste sentido cognitivo).

La conciencia moral
La conciencia moral representada por un hombre desnudo que enfrenta a figuras alegóricas de diversos vicios y pecados. Grabado de P. Galle hacia 1563 (tomado de Wikimedia).

El sentido moral de la conciencia ha dado lugar a un amplísimo y controvertido análisis filosófico. Varios de los mayores pensadores europeos han considerado que los requerimientos morales son racionales, idea que llevó a Emmanuel Kant a plantear que actuar moralmente está dictado por un principio general, fundamental y racional propio de la mente humana que denominó el imperativo categórico. En su “Metafísica de las costumbres” de 1785 el propio Kant lo formuló sucintamente en una frase muy conocida y analizada en la ética: “actúa sólo de acuerdo con aquella máxima por la cual puedes desear que se convierta en una ley universal”. Este requerimiento puede entenderse como la llamada a conducirse de acuerdo con un propósito que podría aplicarse a todos los seres racionales, porque sería deseable que actuaran de esa manera en circunstancias similares y en cualquier mundo posible. El imperativo exige que nos tratemos a nosotros mismos y a los demás como fines y no como medios, de reconocer que hay en todos un principio de humanidad que tiene máxima jerarquía pues toda persona tiene un valor absoluto.

Metafisica de las costumbres
Portada original de la “Metafísica de las costumbres” (1785) de Kant donde presenta y argumenta el imperativo categórico.

El imperativo tiene consecuencias en referencia a la autonomía y a la libertad pues, aunque éstas se suelen considerar como atributos de la persona para actuar sin imposición ajena, consisten en actuar dentro de los límites que impone el imperativo categórico. Es decir, la persona moral concede a esta ley universal y natural una autoridad decisiva sobre sí misma, como un deber que no se deriva de mandamientos o leyes externas, sino de actuar como lo dicta y requiere la ley moral que el sujeto asume y acata. La libertad consistiría en conducirse de acuerdo con ese imperativo porque el sujeto puede no hacerlo, pero elige libremente actuar de esa manera, independientemente de sus inclinaciones y deseos. En suma: la libertad debe entenderse como autonomía responsable y no como un albedrío egocéntrico, arbitrario y exento del bienestar ajeno.

Kant produjo una revolución en el terreno moral: los imperativos y preceptos sustentados en la razón no tienen necesidad de apelar a ninguna legitimación más allá de su propia racionalidad intrínseca y la razón humana adquiere el rango de legisladora autónoma. A pesar de su indudable trascendencia, la noción enfrentó interpretaciones y críticas que significaron en buena medida el progreso de la ética moderna. Por ejemplo, hay otras explicaciones de la conciencia moral, como la del filósofo pragmatista John Dewey quien consideraba que los seres humanos aplican su inteligencia para mejorar sus juicios y acciones morales de acuerdo a las consecuencias que tienen sus acciones. El progreso moral depende de la adopción de hábitos que se juzgan satisfactorios no sólo para quien los adopta, sino para los demás. Lo que garantiza el valor de los actos no es un dictado a priori de valores éticos, como lo planteó Kant, sino las consecuencias de la conducta. Más tarde se sugirió que en la conciencia moral intervienen intuiciones, emociones, imágenes y otras facultades no racionales de la mente y que en la formación de la conciencia moral contribuyen tanto inclinaciones innatas como desarrollos derivados de la experiencia.

John Dewey
El filósofo pragmatista norteamericano John Dewey hacia 1902 y portada de su libro sobre ética.

En los últimos tiempos han entrado a la discusión sobre la conciencia moral y la conducta ética evidencias provenientes de las ciencias. Por un lado, la etología ha mostrado que diversas especies animales muestran comportamientos sociales indicativos de sentido de justicia, cooperación y moralidad, lo cual daría una explicación evolutiva para que se hayan seleccionado preceptos de comportamiento social en la especie humana. En este sentido se podría plantear al imperativo categórico como una facultad congénita y adaptativa de las especies sociales, en particular de la humana. Algunos modelos recientes de la ciencia cognitiva en referencia a la cooperación y la justicia sugieren que la moralidad basada en la proporcionalidad es altamente intuitiva para los seres humanos.

Por otro lado, la etnología ha mostrado que las intuiciones y criterios morales varían entre las culturas humanas, lo cual cuestiona la idea de que existen principios universales. La noción de que los principios morales varían en las diferentes culturas ha dado origen o reforzado el relativismo moral, el cual asienta que hay profundos desacuerdos entre comunidades o pensadores de tal manera que los juicios morales no son absolutos, sino dependen de estándares, prácticas o convicciones. Pero la historia y la etnología también han mostrado acuerdo en diferentes tiempos y lugares sobre ciertos actos universalmente aborrecibles, como el asesinato, la violación o el robo y se pueden interpretar como principios éticos innatos o inherentes al ser humano. El principio estipulado en la célebre Regla de Oro — “trata a los demás como querrías que ellos te trataran a ti”— se encuentra en prácticamente todas las religiones o tradiciones y depende de la reciprocidad y de la empatía, porque implica el ponerse en los zapatos del otro. Ahora bien, la Regla de Oro no es un mandato y tampoco es infalible porque no siempre lo que uno desea para sí coincide con lo que el otro desea y porque, aun cuando el agente puede esforzarse en predecir y comprender lo que el otro quiere para guiar su acción, puede y suele equivocarse en su atribución. 

justicia
“La justicia” por Bernard d´Agesci (finales del XVIII). En la mano derecha porta una balanza como símbolo de equidad y en la otra un libro con los textos: Dieu, la Loi, et le Roi (“Dios, la Ley y el Rey”) y Ne faites pas aux autres ce que vous ne voulez pas que vous soit faite (La Regla de Oro: “No hagas a los otros lo que no quieres que te sea hecho”) (imagen tomada de Wikimedia).

Aunque no siempre es posible encontrar opciones o respuestas correctas a los múltiples dilemas morales que enfrentamos en la vida diaria, la responsabilidad del individuo frente a sí mismo y a los demás constituye la formulación actual de la autonomía y la autenticidad, temas que requieren de una revisión adicional porque atañen a la autoconciencia moral.


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La genealogía de la palabra conciencia en lengua castellana muestra una fascinante evolución de ocho centurias que arroja luces sobre la naturaleza de la conciencia moral y sobre los tiempos que la aluden. Según el Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico, de Joan Corominas, el término conciencia derivado del latín conscientia (‘conocimiento’ o ‘convicción’) se documenta desde el siglo XIII en Las Siete Partidas del Sabio Rey Don Alonso el Nono y en el Libro del cavallero Zifar de 1300. También se encuentra un antecedente de este vocablo a finales del siglo XIV en la obra Tratado de la Doctrina de Pedro de Veragüe, quien en la introducción, a la letra, confiesa: “Por lo qual soy acusado de mi conçençia que cruelmente me atormenta recordándome los yerros e maculas en que cay”. Este sentido se expresa hasta ahora y de manera dramática en la oración católica del Confiteor, el “yo confieso” o “yo pecador,” la cual constituye un acto de contrición en el cual el creyente repite mea culpa, mea culpa, mea maxima culpa, mientras percute su pecho con arrepentimiento y pesadumbre por sus pecados. El mismo significado se encuentra en numerosos pasajes precristianos para el término conscientia en latín. Es explícito al respecto el refrán latino conscientia mille testes: la conciencia es mejor que mil testigos.

san pedro
“El arrepentimiento de San Pedro”, óleo de Johannes Moreelse hacia 1632. Muestra el sentido moral propio de la tradición latina y cristiana: la capacidad de conocer los propios actos, juzgarlos y purgar los pecados. Esta acepción implica una conciencia de sí o un yo (tomado de Wikimedia).

Estas definiciones y plegarias manifiestan la creencia en una facultad anímica capaz de atestiguar y juzgar las propias acciones, así como purgarlas mediante la culpa y la penitencia. El motivo se remite a los Padres de la Iglesia y en particular a la chispa de la conciencia (scintilla conscientiae) de San Jerónimo, metáfora de un fulgor espiritual que permite al ser humano alumbrar la verdad y detectar el pecado para poder arrepentirse. Esta chispa fue posteriormente denominada sindéresis por Tomás de Aquino como la disposición de la razón para aprehender los principios morales de la acción humana y como el repositorio de esos principios.

Un sentido similar, aunque menos cargado de culpa, se halla en las obras lexicográficas. Es así que el término conciencia se documenta por primera vez en el Vocabulario de las dos lenguas toscana y castellana, de Cristóbal de las Casas (1570) y en el Tesoro de la lengua castellana o española, de Sebastián de Covarrubias (1611) se define de la siguiente manera: ‘es ciencia de sí mismo, o conciencia certísima y casi certinidad de aquello que está en nuestro ánimo bueno, o malo’. Este concepto de testimonio moral se encuentra en la primera edición del Diccionario de la lengua castellana (Autoridades), de la Real Academia Española (RAE) de 1729. La edición de 1780 de este mismo diccionario define conciencia como: ‘ciencia o conocimiento interior del bien que debemos hacer y del mal que debemos evitar, y regla segura para conocer el bien o el mal que hemos hecho’.

Diccionario de Covarrubias
Portada de El tesoro de la lengua castellana de Covarrubias de 1611.

La conciencia moral ha sobrevivido en la cultura popular de Occidente hasta el siglo XX. Como un ejemplo recuerdo a Pinocho, la caricatura fílmica de Walt Disney de 1940. Cuando este muñeco de madera le pregunta a Pepe Grillo qué es conciencia, éste le explica: “¿Te lo diré: la conciencia es esa débil voz interior que nadie escucha, por eso el mundo anda tan mal…” Pinocho le inquiere: “¿eres tú mi conciencia?” En respuesta, el Hada Azul inviste a Pepe Grillo, tocándolo con su chispeante varita mágica: “serás la conciencia de Pinocho, señor guardián del bien y del mal, consejero en los momentos de tentación”.

pinocho
En la caricatura Pinocho de Walt Disney (1940), Pepe Grillo es nombrado por el Hada Azul la conciencia moral de Pinocho, el muñeco de madera que tiene conciencia en el sentido de sentir pero no tiene conciencia moral (lámina tomada de Debate).

Además de la conciencia moral, la edición del diccionario de la RAE de 1984 registra una acepción de conciencia más acorde con su sentido de autoconciencia: ‘propiedad del espíritu humano de reconocerse en todos sus actos, pensamientos y deseos, como agente de todos ellos’. Finalmente, en la vigesimosegunda edición de 2001 se consignan los significados de consciencia (en este caso con sc) como ‘conocimiento inmediato o espontáneo que el sujeto tiene de sí mismo, de sus actos y reflexiones’ y ‘capacidad de los seres humanos de verse y reconocerse a sí mismos y de juzgar sobre esa visión y reconocimiento’. Se identifica el término como la capacidad de reflexión y reconocimiento de sí, propios de lo que denominamos autoconciencia. No es sino hasta esta edición de 2001 que se registran las acepciones relacionadas con el acto psíquico elemental de sentir y no necesariamente a la capacidad reflexiva del ser humano.

Estas acepciones se amplían en la vigesimotercera edición de 2014 del diccionario de la RAE, donde la voz conciencia remite a varios significados, que puedo resumir en tres principales: (1) el cognitivo: la capacidad del ser humano de conocer, reconocer, reflexionar, sentirse presente y relacionarse con la realidad; (2) el reflexivo: el conocimiento inmediato o espontáneo que el sujeto tiene de sí mismo, de sus actos y reflexiones, el actuar con plena consciencia de lo que se hace; la actividad mental por la que un sujeto se advierte como diferente del objeto que conoce; (3) el moral: el conocimiento del bien y del mal o sentido ético que permite a la persona enjuiciar los actos propios y ajenos. De manera afín a este último sentido, el Diccionario panhispánico de dudas (2005) de la RAE consigna que conciencia significa “reconocimiento en ámbitos de ética y moral, o sea: conciencia del bien y el mal”.

conciencia mejor que mil testigos
Grabado de Concientia mille testes (“La conciencia es mejor que mil testigos”). En La doctrine des moevrs de 1646 (tomada de Wikimedia). Traducción al castellano del pie de figura: “Con su conciencia sincero/ Se alegra, y pone de acero/ Contra los vicios vn muro,/ Que quiere morir seguro,/Y assi viue bien primero”.

El artículo sobre conciencia elaborado por el filósofo marxista Étienne Balibar para el Vocabulario de las filosofías occidentales tiene 17 páginas y empieza así: “Aún cuando se ha forjado por filósofos, el concepto de ‘conciencia’ se ha vuelto absolutamente popular denotando ‘la relación consigo mismo’ del individuo o del grupo.” Es curioso que este capítulo favorezca de entrada la acepción de autoconciencia sobre el sentido más básico de conciencia como sentir o advertir (awareness en inglés) que implica desde hace décadas para la academia y el uso culto. Destaca este artículo la capacidad de testimonio interior que detectamos desde el siglo XIII, una especie de desdoblamiento entre un observador y una observación que, además de suponer una introspección, emite un juicio sobre lo que presencia. Este potencial desdoblamiento, este acompañarse a sí mismo, esta capacidad reflexiva del ser humano, es lo que permite la conciencia moral: el juicio del bien o del mal.

Pasando por alto la extensa tradición cristiana, Balibar hace mención que esta escisión tiene antecedentes en los héroes griegos que mantienen conversaciones consigo mismos como manifestación de ese “diálogo del alma con ella misma” que Platón definió como el pensamiento. El autor rescata un dato de interés cognitivo: para los estoicos la conciencia de sí no viene dada, sino que se construye mediante la concentración, la memoria y la recapitulación, procesos cognoscitivos y afectivos de la autoconciencia. Agrega que esta última asociación cristaliza en la Reforma de Lutero donde se subraya la “libertad de conciencia” de cada quien para juzgar en su “fuero interno,” lo cual constituye una reivindicación de la autonomía individual, que fuera tan esencial en la Reforma. En la última frase de su artículo, Étienne Balibar apuesta que el significado de los términos asociados en otras lenguas occidentales sólo podrá abordarse de manera transdisciplinaria.

La cuestión de saber qué sitio ocuparán las palabras y las nociones de conscience, consciousness y awareness, Bewusstein, Gewissheit y Gewissen, en el punto de encuentro de la filosofía, de las ciencias y de la ética, incluso de la mística, tanto en el lenguaje común como en las lenguas cultas, parece extremadamente abierta.


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Dígame usted: ¿de qué vive, a qué se dedica?, ¿cuál es su forma de vida, su trabajo, ocupación, quehacer, cargo, profesión, oficio, negocio, chamba, empleo o carrera? Las abundantes respuestas a estas preguntas suelen adoptar la expresión en primera persona de “yo soy…” seguidas por una o pocas palabras que en alguna medida definen a un adulto independiente en términos de identidad laboral, uno de los puntales de la autoconciencia, del yo.

arado egipto
Imagen del antiguo Egipto de un arado tirado por bueyes (1,200 a.C.), una manifestación temprana de un trabajo humano (tomada de Wikimedia).

Para que un trabajo resulte eficiente, productivo y satisfactorio debe cumplir varios requisitos, entre los que destaco los siguientes: (1) su remuneración debe ser suficiente para satisfacer las necesidades de sí mismo y sus dependientes; (2) su práctica debe ser un reto y un aliciente al requerir conocimientos, habilidades, ingenio y disciplina; (3) su producto ostensible debe conferir al trabajador un rol en la sociedad por el cual sea reconocido de acuerdo a sus méritos y capacidades; (4) su ejercicio creativo, provechoso y honesto debe fortalecer su autoestima, orgullo, dignidad y valor. Desgraciadamente, la funesta historia humana de esclavitud y explotación pone de relieve la imposibilidad de la mayoría de los seres humanos para emprender o lograr una vida digna a pesar de su esfuerzo y sufrimiento. Aún en el momento actual, no es fácil alcanzar estas circunstancias laborales porque no sólo dependen de la inteligencia, la decisión y la voluntad, sino de factores sociales y económicos que exceden y limitan las intenciones, capacidades y posibilidades de los individuos. Entre estos factores restrictivos están los que hemos revisado de sexo, raza, cultura y clase social, de tal forma que paliar y eliminar las desigualdades debe constituir un objetivo político elemental y universal, porque el esfuerzo del trabajo debe evolucionar del sufrimiento al bienestar.

Aunque la vida humana no se reduce al trabajo, la labor que una persona desempeña es su manifestación y su ser público más ostensibles. Además de que su trabajo revela la persona a la sociedad, revela a sí misma a la persona. La dedicación a un trabajo suele requerir de todas las capacidades humanas, desde las sensitivas y motoras propias de su cuerpo y manos en actividad, pasando por las facultades cognitivas de atención, razonamiento, memoria o inteligencia, las habilidades sociales de trato, persuasión o equidad, hasta las de la voluntad, que son las más esenciales. En efecto, el trabajo implica un esfuerzo múltiple y sostenido de la voluntad. A este rubro pertenece la elección prudente y certera de las acciones para mejorar en pericia y eficiencia, para conseguir metas de acuerdo con las circunstancias, para persistir frente a los escollos o fracasos o para redefinir el rumbo.

lienzo vocacion de san luis
El lienzo Vocación de San Luis Gonzaga de Giovanni Francesco Barbieri, Il Guercino (1630) ilustra el significado religioso de vocación como llamada de Dios a profesar una vida religiosa.

Vayamos ahora a los factores que condicionan la identidad laboral, un tema polémico entre la vocación tomada como motivación endógena y el destino como condicionante circunstancial, histórico y sociocultural, para defender que ambos son necesarios para el desarrollo del carácter. El término vocación (del latín vocatio: llamada) se aplicó originalmente al llamado de Dios para profesar una vida religiosa y otras actividades de servicio como la medicina o la abogacía. Actualmente indica la inclinación a realizar una actividad particular, sea en los oficios, las profesiones, las artes o las ciencias e implica tanto aptitud como gusto. Vocación suele indicar una orientación innata que predispone a la persona para ejercer una labor particular y se expresa como el impulso para entrenarse en las labores que le son peculiares, así como en la facilidad y el placer de ejercerlas. Es muy conocida la propuesta de Howard Gardner (1995) de ocho tipos de inteligencia que predisponen a labores y dedicaciones particulares: verbal-lingüística, lógico-matemática, visual-espacial, corporal-cenestésica, musical-rítmica, intrapersonal-introspectiva, interpersonal-social y naturalista.

inteligencia multiple
Diagrama de las inteligencias múltiples de Howard Gardner.

Ahora bien, además de una motivación natural, ocurre un reforzamiento por la práctica de tal manera que el aprendiz no sólo hace bien lo que le atrae, sino que le atrae lo que hace bien: la labor idónea tiene componentes de placer y de pericia que se van reforzando mutuamente en el desarrollo de la persona. Hemos revisado que, según la teoría del habitus de Bourdieu, la apropiación de esquemas de percepción, pensamiento, juicio y acción que los sujetos adoptan en su vida marcan de cierta manera su forma de ser y su actividad. Podría pensarse que estos hábitos eliminan la idea de vocación al imponer sobre el sujeto creencias, actitudes y comportamientos ya establecidos y ejercidos en la cultura, pero sucede que el sujeto elige en mayor o menor medida tomar ciertos hábitos y, dentro de sus restricciones, darles diferente curso de acuerdo con su carácter e iniciativa. Vocación y destino son factores complementarios en el desarrollo de la actividad humana y la identidad laboral.

Al formular la metáfora o el mito de la bellota, el fruto del encino cuyo destino es convertirse en un espléndido ejemplar de la especie, el psicólogo junguiano James Hillman subrayó que la vocación provee a la vida humana de misión e imperativo. Argumenta Hillman que hay algo más que biología y medio ambiente en el que se ubica la persona para definir su destino: una impronta o arquetipo que determina la forma en que se desarrolla hasta producir un individuo único. Esta interpretación platónica de los arquetipos de Jung no me convence pues supone la existencia de fuerzas o entidades organizadas y organizadoras, pero me parece que llama la atención sobre un aspecto crucial de la autoconciencia y el yo que intento revalorar en estos escritos. La metáfora de la bellota puede interpretarse en su sentido más patente de la siguiente manera: el resultante de la interacción entre los factores genético-biológicos y los ambientales-culturales constituye un proceso emergente, un ser cambiante que constituye la autoconciencia que la persona identifica como “yo”.

James Hillman
El psicólogo junguiano James Hillman y su libro sobre la vocación, el carácter y los arquetipos como forjadores del trayecto laboral.

Ofrezco un argumento para fortalecer esta idea invocando la autorreflexión retrospectiva que se hace al evaluar la vida. Las personas inquisitivas suelen buscar referencias culturales, históricas o arquetípicas de la ocupación que tienen o han tenido y de esa manera encuentran sentido a su carrera, actividad o vocación, más allá de constituir un trabajo y un modo de vida. Muchas personas ancianas relatan metafóricamente su vida como un camino que, a pesar de los accidentes, desvíos, fracasos y obstáculos, a la postre define un sendero que confiere propósito a su existencia y de esta manera conforma esa intangible pero vigorosa entelequia que denominan su ser. La palabra propósito en esta última frase no evoca un papel predestinado, sino un camino elegido y recorrido por un agente con deliberación, persistencia y objetivo. Así, al reconsiderar su existencia, las personas sienten que han cumplido un destino y adquieren un sentido personal de provecho y dignidad. La palabra propósito cristaliza el sentido que la persona imprime a su existencia aprovechando sus talentos y las circunstancias en la que le ha tocado vivir para alcanzar objetivos que ha definido y ajustado a lo largo de su trayecto. De esta manera, el ser o el self viene a coincidir con ese trayecto en curso y la relevancia del proyecto de vida se manifiesta en aquellos sucesos que se graban en la memoria como momentos cruciales y marcas indelebles que van definiendo el camino. Decía Borges: “Al fin he descubierto/ la recóndita clave de mis años.”

simbolos de vida
Símbolos del trayecto de vida. El unalome oriental a la izquierda representa un camino sinuoso y ascendente, y a la derecha el laberinto como símbolo occidental de una trayectoria difícil.

Al asentar estos pensamientos sobre la identidad laboral, me ha inundado y guiado el recuerdo de mi padre, Luis Díaz González, emigrante gallego, carnicero en México durante 50 años y hombre de notable voluntad, quien enseñó a propios y extraños que, al final de una senda laboriosa, previsora y honrada, el trabajo desemboca en dignidad, serenidad y contento.


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Identidad política: clase, ideología, concientización

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Junto con los ingredientes que hemos revisado de sexo y género, raza y color, pueblo y cultura, la identidad de clase y la ideología política conforman el lugar, tanto objetivo como subjetivo, que un sujeto tiene y desempeña en su nicho social. La conciencia de clase ha sido tema de análisis y debate en las ciencias sociales y económicas a partir de la obra de Karl Marx, quien a mediados del siglo XIX propuso que, si bien la explotación era un hecho manifiesto de la sociedad capitalista, los trabajadores no siempre tienen conciencia de ser utilizados de esa manera y es necesario que se les exponga esa realidad y la adquieran por experiencia. Planteó que una creciente conciencia de clase sería condición necesaria no sólo para conquistar salarios y prestaciones justas y dignas como fruto de su labor, sino para revolucionar la sociedad y eventualmente eliminar las clases sociales.

Con frecuencia la discusión académica se ha centrado en temas teóricos, por ejemplo si la propiedad privada es algo natural o social, si la explotación ocurrió en los países comunistas, o si la situación económica ha cambiado de tal manera que ya no es vigente el concepto de clase social. Es verdad que desde mediados del siglo pasado el desarrollo de la empresa y el comercio en el planeta ha dado lugar a múltiples roles, como los gerenciales, los administrativos, los promotores o las diferentes calificaciones y capacidades de los trabajadores. El complejo sistema económico y laboral moderno rebasa las clases sociales identificadas en su momento como proletariado, burguesía o clase media. Ahora bien, las prerrogativas, las obligaciones y la conciencia laboral en las sociedades actuales mantienen una estratificación social, aunque más diversa y diferenciada. La jerarquización se hace muy patente en la deplorable desproporción económica entre pobres y ricos que se ha acentuado desde finales del siglo pasado a raíz de la hegemonía neoliberal y la globalización.

modelos identidad politica
Dos modelos piramidales de clases sociales. Izquierda: modelo de las clases sociales en la Colombia del Siglo XIX (tomado de Colopedia). Derecha: modelo de tres niveles (tomado de José Luis Trujillo).

Si bien en este último contexto se planteó que la noción de clase social estaba superada, las personas siguen aplicando la noción de clases jerárquicas y estratificadas para describir la sociedad en la que viven y para ubicarse en esa estructura. Esto se ha comprobado empíricamente en sociedades tan democráticas como la inglesa o tan igualitarias como la danesa. La remuneración y la situación económica siguen siendo los criterios para establecer la ordenación jerárquica de la sociedad, suplementados con cotejos del nivel educativo, nivel de vida y perfil ocupacional. De esta forma, además de entender la conciencia de clase como una situación colectiva de rangos y estratos, es necesario considerarla como un atributo subjetivo propio de la autoconciencia. Esto es así porque cada persona, al discernir su trabajo, forma de vida y situación económica en referencia a la organización de la sociedad se piensa y se establece como integrante de cierta clase y con ello adopta ciertas creencias, sentimientos y deseos. Esta noción personal y subjetiva difícilmente puede llegar a ser exacta en referencia al rol que la persona juega en la cadena laboral, los medios de producción, o la estructura social, pero está sujeta a una creciente concientización lo cual tiene un efecto importante en su liberación y su autorrealización, como lo analizó el pedagogo brasileño Paulo Freire. En la filosofía educativa de Freire, el potencial para ser libre en un entorno de dominación apunta a descubrir e implementar alternativas mediante la concientización: el proceso de toma de conciencia que el sujeto experimenta en su aprendizaje sobre el mundo y los obstáculos que enfrenta.

Freire
Portada del libro “Concientización” de Paulo Freire y retrato de este autor y pedagogo brasileño (tomado de Art Station).

Durante su aprendizaje, desarrollo y experiencia laboral y social, las personas se plantean objetivos o metas para mejorar su situación, optimizar sus habilidades y conseguir mayor seguridad y satisfacción. Desgraciadamente, entre las diversas naciones y clases sociales es muy desigual la posibilidad de elegir e implementar una forma de ganarse una vida digna y satisfactoria al ejercer una labor grata, apropiada y eficiente en términos de habilidad, creatividad y retribución. Además de mejorar la oportunidad de lograr este objetivo, se plantea como deseable que todo sujeto activo y pensante pueda percibir y categorizar la sociedad en la que vive y su papel en ella en términos de justicia y de ética.

El conjunto de creencias y las acciones que toma una persona en referencia a las clases sociales constituye un nodo crucial de su orientación política y su identidad personal. La identidad política más conocida y reiterada se definió desde la Revolución Francesa como la posición ideológica que un individuo considera tener en una línea continua que va de izquierda a derecha con un centro figurado. Durante más de un siglo la izquierda se definió como el sector liberal, progresista y socialista que defendía la revolución o la reforma para producir una sociedad más justa, y la derecha por el sector conservador, tradicional y capitalista de quienes favorecían una separación de clases como necesaria para la economía y el funcionamiento social. A raíz del colapso del socialismo real en 1989, los conceptos de izquierda y derecha han sufrido una revaloración que no ha llegado a decantarse en una redefinición clara.

identidad politica
Representación típica en una línea horizontal continua de la izquierda, la derecha y el centro del espectro político (tomada de Blog Salmón).

A pesar de los cambios y variaciones en el significado de los términos, creo que aún se puede mantener que la izquierda favorece el progreso y las reformas hacia una mayor igualdad social y económica en un estado que garantice el bienestar de la mayoría y en beneficio particular de los más desfavorecidos. Por su parte, la derecha apoya la autoridad, el orden y el reforzamiento de las tradiciones, instituciones y condiciones que garanticen la libre empresa, la ganancia y la generación irrestricta de capital. Es posible que la distinción más básica sea la tendencia para acercar, difuminar o desaparecer las jerarquías de clase como peculiar de la izquierda, a la cual se opone la tendencia para consolidar la existencia y las funciones de clases dominantes peculiar de la derecha. Esta bipartición no es del todo coherente, pues se encuentran posiciones autoritarias, libertarias o nacionalistas en los dos extremos del espectro. Más aún, lo que se entiende por conservador, liberal, radical, socialista, burgués, demócrata y otros términos ha variado en diferentes épocas y lugares. Además de la línea horizontal de izquierda a derecha se ha plantado otra variable que cursa del autoritarismo al libertarianismo y que se coloca a 90 grados sobre la anterior para conformar una cartografía dos dimensiones y cuatro cuadrantes para representar el territorio ideológico de manera más completa.

espectro politico
Gráfica del espectro político en dos dimensiones, con un eje socioeconómico horizontal de izquierda a derecha y un eje sociocultural vertical de autoritarismo a libertarianismo. Los cuatro cuadrantes restantes del cruce ortogonal (a 90º) de estos ejes se dibujan en colores supuestamente representativos de cada ideología política. Modelo basado en las propuestas del psicólogo británico Hans Eysenck (1956) (tomado de Wikipedia).

En la actualidad la investigación científica sobre la identidad política concibe que la afinidad ideológica surge por la confluencia de factores “ascendentes” (a partir de los subsistemas psicobiológicos) de tipo genético, fisiológico, motivacional o moral, con acomodos “descendentes” (a partir del suprasistema social) de enseñanza, indoctrinación, información histórica y política. Hay también influencias “horizontales” que provienen del diálogo y la aprobación o repudio de personas contemporáneas. Phillip Hammack de la Universidad de California ha propuesto un modelo tripartita de la identidad política que integra aspectos cognitivos, sociales y culturales en un marco múltiple poniendo el foco del análisis en los contenidos, la estructura y los procesos. Define la identidad como la ideología estructurada en el proceso discursivo y manifestada en una narrativa personal que se construye y reconstruye en el curso de la vida a través de las interacciones y las prácticas sociales.


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Identidad y pertenencia cultural: etnia, pueblo, nación

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Acabamos de observar que algunas identidades usuales, como la raza, no permiten una tipología biológica porque la genética de poblaciones ha demostrado que ningún grupo humano presenta un conjunto estable de caracteres hereditarios. Por esta razón, entre otras, la antropología prefiere hablar de etnias, pueblos, naciones o culturas. En la antropología clásica la palabra “etnia” vino a remplazar a “tribu”, un vocablo cargado de tintes peyorativos, y el estudio sistemático y comparativo de las etnias llegó a constituir la ciencia de la etnología, la cual, junto a la arqueología, la antropología física y la lingüística, constituye una de las cuatro grandes ramas de la antropología. En tanto categoría antropológica, una etnia se delimita por una lengua, una cultura, una tradición y una situación geográfica particulares. Las etnias se pueden diferenciar con facilidad aparente en los pueblos que han perdurado a través de centurias o milenios por medio de eficientes tradiciones orales. Muchas veces es posible documentar el desarrollo histórico de un pueblo o de una cultura como un factor definitivo de su condición colectiva.

identidad cultural voladores de papantla
La danza de los “voladores de Papantla” representa un ritual de la etnia totonaca cuya raíz se puede trazar desde las ruinas de El Tajín hasta los actuales habitantes de la región. Se trata de una identidad cultural bien identificada por la historia, la lengua, la tradición y la geografía (fotografía tomada de Wikipedia).

Si bien la palabra etnia tiene mayor coherencia que la de raza, su definición tampoco está exenta de problemas. Por ejemplo, no existe una “esencia étnica” en el sentido de un conjunto de características físicas, mentales o culturales diferenciales, fijas y específicas de un pueblo o de una cultura. Sin embargo se habla del “alma de un pueblo”, idea de indudable encanto, subrayado y reforzado por varias corrientes ideológicas y artísticas admirables, desde el romanticismo hasta la música nacionalista derivada de cantos o danzas populares y por el patrimonio cultural de obras propias del genio creador de una cultura.

Además del concepto de etnia, propio de la etnología y las disciplinas humanas, las ideas afines de “pueblo” o “nación” están arraigadas en el habla cotidiana y son conceptualmente claras porque las personas sienten que pertenecen a un pueblo o nación en términos de lengua, historia, costumbre, paisaje o localidad. Cuando un individuo se identifica a sí mismo con un gentilicio, por ejemplo “soy huasteco”, “soy andaluz” o “soy irlandés”, asume e incorpora como parte de sí mismo aquellos rasgos que caracterizan a su grupo étnico y cultural. En este sentido la identidad comunitaria parece invocar una condición particular que desemboca en el concepto de nación en dos acepciones sucesivas: el conjunto de personas de un mismo origen que hablan un mismo idioma y tienen una tradición común, y el conjunto de habitantes de un país.

Por estas razones, la identidad cultural constituye un rasgo de mucho peso para que una persona se ubique o se identifique como perteneciente a cierto pueblo o nación. Esta identidad abarca categorías cada vez más amplias pero menos definidas porque tiene un gradiente que va desde el centro simbólico del yo situado en el mundo y se diluye hacia fuera; por ejemplo, una misma persona puede afirmar sucesivamente:  soy tuxpeña – soy huasteca – soy veracruzana – soy mexicana – soy americana – soy terrícola. Aunque las últimas identidades son inusuales, son más incluyentes y vale la pena revisar la ficha enviada al espacio exterior por la NASA en 1972 como símbolo de identidad humana.

placa de sonda espacial pioneer
Imagen de la placa colocada en la sonda espacial Pioneer 10, creada por la NASA en 1972. Se puede interpretar como un símbolo de la naturaleza humana y su entorno planetario, aunque las figuras del hombre y la mujer tienen rasgos occidentales.

Los conceptos de etnia, pueblo o nación implican necesariamente a la cultura cuyo estudio sistemático y comparativo es precisamente el objetivo de la etnología. Ahora bien, es difícil establecer y diferenciar con exactitud las características que definen a una cultura, como son la lengua, las creencias y costumbres, el folklore, las faenas, construcciones, obras e instituciones, pues, como lo sugiere la etimología misma de cultura, sus elementos están sujetos a cultivo y cuidado para mantenerse y ser viables. En efecto: toda cultura es cambiante y más que delimitarla como el conjunto ostensible de sus constituyentes en un momento dado, es necesario ubicarla como un proceso emergente de evolución comunal en el tiempo y la geografía. En este sentido se deben tomar en cuenta las constantes aculturaciones, enculturaciones, exilios y transplantes de pueblos y naciones; es decir, la imposición por conquista o dominio, la reubicación y la adopción de rasgos de otras culturas. Esta última tendencia es un proceso generalizado hacia una globalización planetaria, lo cual entraña ciertas ventajas, como la posibilidad de adentrarse y aprender de otras culturas, pero conlleva pérdidas enormes e irreversibles, como la desaparición de lenguas y etnias ancestrales.

Por otra parte, en las sociedades modernas las etnias se disuelven a través del mestizaje y la aculturación. En algunos países, como sucede en México, la mayoría de los habitantes se identifican a sí mismos como “mestizos,” asumiendo una mezcla de indígena y español, una identidad histórica problemática que ha sido analizada con perspicacia en El laberinto de la soledad (1950) de Octavio Paz o en La jaula de la melancolía, identidad y metamorfosis del mexicano (1987) de Roger Bartra. Ha surgido así la entelequia de “el mexicano”, un ser de apariencia brava y festiva pero de fondo herido y nostálgico en espera de una incierta transformación.

identidad cultural con ocatvio paz
Portada de la primera edición de “El laberinto de soledad” y su autor, Octavio Paz, por esa misma época de 1950. Es un ensayo clásico sobre la identidad de “el mexicano” con base en la historia cultural del México mestizo.

En cuanto al lenguaje como posible epicentro de toda cultura, se debe decir que una cultura no equivale precisamente a una lengua materna, pues las hay que son habladas por culturas relativamente distintas, como el español, y porque una misma cultura, como la europea, puede albergar más de una lengua o a variantes claramente reconocibles de ella. Entre los hispanohablantes es fácil reconocer, entre muchas variedades culturales e identitarias, la pronunciación, la jerga o la música propias de comunidades andaluzas, caribeñas o rioplatenses. En efecto: los patrimonios del flamenco, la rumba o el tango expresan magníficamente su ser colectivo, cambiante y ahora interactivo.

Más que una esencia permanente, una etnia o un pueblo presenta un conjunto de características culturales, históricas, institucionales, económicas y lingüísticas que lo diferencian de otros. La suma combinada y emergente de esos rasgos y cualidades es lo suficientemente clara para permitir una identidad fuerte para la mayoría de las personas, la cual provee al individuo de autoestima y bienestar. La identidad y la diversidad se hacen muy patentes en la experiencia humana, pues experimentamos un shock cultural cuando nos sentimos ajenos y desubicados en el seno una sociedad extraña, la cual, a su vez, reconoce a los forasteros, los recela como inmigrantes o los acoge o rechaza como refugiados.

virgen de guadalupe
Detalle del lienzo de La Virgen de Guadalupe, poderoso símbolo de filiación e identidad cultural del pueblo mexicano.

Todo esto lleva a destacar el factor subjetivo propio de la autoconciencia: el hecho que la persona se sienta y se reconozca como miembro de una cultura y se identifique con su pueblo, su etnia o su nación. Este “sentimiento de pertenencia” implica al menos seis factores psicológicos en superposición y amalgama identitarias: (1) el comportamental: la adopción de tradiciones, normas y variante lingüística; (2) el perceptual: la familiaridad con rasgos y costumbres de la cultura propia y la extrañeza con la ajena; (3) el hogareño: el arraigo y refugio en la comunidad, el terruño, el barrio, el paisaje; (4) el afectivo: los sentimientos sociales como el orgullo y el arraigo; (5) el cognoscitivo: la adopción de creencias, saberes y valores; (6) el simbólico: la reverencia e identificación con íconos, insignias, héroes, sitios señalados o patrimonios.


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Identidad racial: el color de la piel y el sueño de King

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El factor de mayor peso en la identidad racial asumida y asignada es el color de la piel, un hecho biológico que repercute de múltiples maneras en la autoconciencia y las relaciones sociales. Es así que esa identidad con frecuencia se ve sometida a prejuicios racistas que suelen engendrar sufrimiento, discriminación, violencia o incluso genocidio. El tema es vasto y presenta múltiples aristas. En esta ocasión intentaré abordar algunas características de la identidad y la identificación racial como parte de la conciencia de uno mismo y de los demás.

Juan Comas
El antropólogo físico Juan Comas hacia 1970 y su libro sobre la unidad y variedad de la especie humana de 1967.

Es conveniente revisar el libro “Unidad y variedad de la especie humana” de 1967, obra del maestro Juan Comas, antropólogo físico del exilio español ubicado por muchos años en la UNAM. En esta obra ya se demostraba que la humanidad pertenece a una sola especie y tiene un mismo origen: el tronco común proveniente de África. Citando múltiples evidencias biológicas, Comas rebatió allí mismo la tesis de que hay tres o cuatro razas humanas, en especial las llamadas en una época caucasoide, negroide o mongoloide, que fueron utilizadas para afirmar una supremacía blanca. En los seres humanos ciertamente existen variaciones poblacionales dentro de la especie Homo sapiens sapiens que por esta razón se califica de politípica (que presenta muchos tipos) y polimórfica (muchas formas corporales). Estas variaciones incluyen apariencias o fenotipos diversos a las que se aplica el término de raza, sustantivo utilizado para denominar a subpoblaciones humanas que se pueden distinguir con facilidad. De esta forma no sólo se identifican personas “blancas” o “negras”, sino se distinguen “orientales” de “árabes” o  “escandinavos” de “mediterráneos”. A pesar de lo impreciso que puedan resultar estos y otros términos, el hecho es que se emplean para asignar o atribuir apariencias supuestamente comunes a grupos e individuos humanos.

La variación genética está estructurada geográficamente debido a las pautas de migración humana que establecen una ascendencia particular. Esta variación tiene cierta relación con la “raza” concebida en términos tradicionales, pero no separa grupos de individuos, sino detecta poblaciones que se distribuyen ampliamente y se sobrelapan de manera continua. Comas refiere, además, abundante evidencia en contra de que existan “razas superiores”, en términos de inteligencia, comportamiento o cerebro, creencia que, basada en los espurios conceptos de “raza aria” o “raza judía” durante el régimen nazi llegó al absurdo científico, al implacable antisemitismo y al holocausto de millones de seres humanos.

La diversidad humana
La diversidad humana en poblaciones de Asia. Tomado de Nordisk familiebok (1904) en Wikipedia. Se observa gran variación de tipos y coloraciones de piel, acentuadas por los diferentes atuendos y arreglos. Más que tratarse de razas, los tipos presentados revelan lo que actualmente se denomina etnias.

El amplio y preciso conocimiento derivado del Proyecto Genoma Humano ha confirmado desde 2003 una variación que no concuerda ni admite la clasificación en razas humanas, pues la diversidad genética de la especie es continua, compleja y cambiante. Esto quiere decir que, si bien la raza no es un factor biológico definible, la variación genética sí lo es y se usa para explicar hechos como una diferente susceptibilidad a las enfermedades. Se sigue aplicando el término raza no sólo en la población general, sino también para inferir el riesgo a diversas enfermedades entre grupos humanos clasificados de esta forma en publicaciones médicas. Ahora bien, aunque la categoría de raza aparece con alguna frecuencia, la manera de identificarla suele ser ambigua o vaga, lo cual es de esperarse porque no existe un indicador biológico o somático para clasificar razas humanas. En muchos artículos médicos no se especifica la manera en la que se determinó la raza y usualmente se basa en la atribución del entrevistador, o bien, en la autodefinición por parte del o la paciente en términos del color de su piel y su identidad racial asumida.

Como se puede colegir, la palabra “raza” aún es polémica pues, aunque ya no existe mucho debate en las ciencias biológicas sobre la inutilidad del concepto, es indudable que constituye un constructo social que influye de manera dramática en la vida diaria, en los procesos sociales y en la historia. En efecto: los significados del término “raza” son de gran relevancia cultural y socioeconómica porque moldean o intervienen en casi todos los niveles y aspectos de la vida social, desde las interacciones cara a cara, hasta los movimientos políticos. La discriminación histórica y geográfica hace muy patente el color de la piel en los individuos y éste juega un papel determinante en las relaciones sociales, sobre todo en países donde conviven personas de diferentes ascendencias y tonalidades de piel, como sucede en Estados Unidos o Brasil. Un racismo soslayado reptante contra los indígenas sigue operando en los países hispanoamericanos a pesar de su proclamado mestizaje.

identidad racial color de piel
Mosaico de retratos fotográficos de voluntarios humanos realizados con el método del proyecto Humanae para visualizar y clasificar su color de piel, usando el catálogo industrial PANTONE (tomada de YOROKOBU).

Muchas personas se identifican a sí mismas e identifican a los otros en términos de colores, usualmente cuatro: negro, blanco, amarillo y rojo que son inadecuados para nombrar los tintes de la piel pero que clasifican a la gente no sólo por un tono sino también por su supuesto origen continental: África, Europa, Asia y América precolombina, respectivamente. Esta diferenciación, que podría ser simplemente indicativa y aún enriquecedora por la variedad humana que implica, conlleva un siniestro bagaje de discriminación basado en la creencia injustificada de una superioridad o inferioridad inherentes a la etiqueta cromática, cuya base corporal es una simple variable bioquímica: la cantidad de melanina en la piel.

En este sentido, es muy relevante citar el proyecto Humanae de Angélica Dass, fotógrafa brasileña nacida en 1979 en el seno de una familia con orígenes geográficos diversos y actualmente residente en Madrid. Humanae pone de manifiesto el rango cromático de la piel humana en un mosaico de retratos fotográficos del rostro y parte superior del pecho, y los hombros de miles de seres humanos voluntarios mirando de frente y sin expresión emocional. El acervo incluye hasta el momento a más de 4 mil voluntarios de 17 países. La taxonomía del color de la piel se basó en clasificar una zona de 11 por 11 pixeles de la nariz en el formato del sistema PANTONE® Guide usado a nivel industrial, el cual emplea un algoritmo matemático para clasificar todos los colores.

Las fotografías se presentan de modo que el fondo corresponda con el color de la piel y debajo de cada imagen se imprime el número oficial de Pantone. El proyecto muestra de manera espléndida y contundente el amplio rango de coloración de los seres humanos y verifica que no hay razas en el sentido de encontrar subgrupos homogéneos y de coloraciones clasificables en conjuntos delimitados, sino un amplio inventario cromático. El catálogo visual presentado ya despliega un continuo de tintes que se antoja calificar con una rica paleta de sabores terrenales: castaños, cremas, caramelos, vainillas, cafés, mieles, mostazas, duraznos, avellanas, chocolates, naranjas, canelas, aceitunas… No es necesario mencionar que ninguna de las 4,000 personas retratadas es realmente roja, amarilla, negra o blanca.

identidad racial color de piel
Dos retratos del proyecto Humanae que manifiestan y clasifican objetivamente el color de la piel (tomado de YOROKOBU).

Por todo lo mencionado, conviene cuestionar códigos y casillas raciales, preguntarse cómo nos vemos a nosotros mismos o a otros en esa diversidad cromática y qué nos significa tener determinado color de piel. La tarea es grave porque, a pesar de que han pasado ya casi 60 años de proclamado el sueño de Martin Luther King, no se vislumbra la hora de “elevarnos del oscuro y desolado valle de la segregación hacia el luminoso camino de la justicia racial”.

Martin Luther King
Martin Luther King pronunciando el famoso discurso “I have a dream” (Tengo un sueño) en Washington D.C. el 28 de agosto de 1963.

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