En ocasiones los literatos y los críticos literarios se anticipan en postular y tratar temas filosóficos, lingüísticos o psicológicos. Así ha ocurrido con la llamada teoría del sujeto, uno de cuyos apartados es el yo poético que se expresa en la poesía y la literatura, un tópico relevante al yo y la autoconciencia, como veremos ahora.
Para abordar el tema forjaré sobre las ideas de dos críticos literarios: el chileno Cristián Gallegos Díaz y la turca Mutlu Konuk Blasing, quienes publicaron en 2006 y 2007 sendos artículos en relación con el sujeto poético. Como sucede con otros analistas de la literatura, ambos ubican la génesis de este problema para la era moderna en los escritores románticos de los albores del siglo XIX. En efecto, en el prefacio de sus Baladas líricas de 1800, el pionero del romanticismo, William Wordsworth, definió de manera célebre que la poesía tiene su origen en la emoción rememorada en la tranquilidad y Johann Wolfgang von Goethe, por la misma época, reafirmó que el poema surge de las experiencias vividas. El sujeto que enuncia el poema sería el propio poeta al expresar sus actos, imágenes y emociones de una manera lúcida, depurada y bella. En el mismo sentido, G. W. F. Hegel, el prominente filósofo del idealismo alemán, consideraba que la poesía lírica es el género literario más subjetivo, el más relacionado con el yo del autor. Sin embargo, hacia finales de ese siglo los simbolistas franceses, encabezados por Charles Baudelaire, cuestionaron la concepción romántica. De manera innovadora plantearon un sujeto lírico como distinto o separado del escritor, pues distinguieron a la poesía como una composición creativa no necesariamente anclada en la vida y la experiencia del autor.
Eventualmente surgió una noción mediadora entre estas dos opciones: el autor, concebido como el yo empírico, el yo real, siempre se esconde detrás del yo lírico, quien enuncia las palabras y versos del poema. Para expresarse, el poeta inventa o utiliza implícitamente un personaje en su composición. Quien habla en el poema es una máscara, es otro yo, el yo lírico. Es decir: aunque se base en la experiencia del poeta, el poema sería siempre una narración urdida por el yo lírico. La disyuntiva, sin embargo, no estaba realmente zanjada y dio para mucha discusión.
En la primera mitad del siglo XX los fenomenólogos discípulos de Edmund Husserl polemizaron sobre si el poema enuncia la vivencia o experiencia del poeta –denominada erlebnis en alemán–, o bien, si el texto es un artificio separado de la existencia vital del autor: una ficción creada, una poiesis. Desde entonces, persiste una disyuntiva problemática entre un sujeto autobiográfico necesariamente ligado al yo empírico –el autor, su vida y circunstancias –, o bien un yo poético autónomo y fabuloso a través del cual el poeta crea su expresión lírica. Plenamente consciente de esta dicotomía a mediados del siglo XX, la poeta puertorriqueña Julia de Burgos la expresó de manera ardiente en este cuarteto en formato alejandrino:
Mienten, Julia de Burgos. Mienten, Julia de Burgos.
La que se alza en mis versos no es tu voz: es mi voz,
porque tú eres ropaje y la esencia soy yo;
y el más profundo abismo se tiende entre las dos.
Con la postmodernidad y la deconstrucción que proclamaron la muerte del sujeto, en el último tercio del siglo XX fue predominando la idea de que la creación poética no es una expresión directa de la conciencia del autor, pues éste crea un objeto artificial dotado de contenidos y sentidos fabricados de acuerdo a normas expresivas y estilos imperantes. Esto puede resultar extraño para quienes se conmueven al leer o escuchar los sentimientos, reflexiones o metáforas expresados en un poema y que se perciben o interpretan como emanados de la experiencia, ingenio o necesidad de expresión de un creador. Pero esto no se niega por la teoría del sujeto literario desarrollada en los últimos tiempos. Reflexionemos el asunto en más detalle.
Dado que el o la poeta manipulan un lenguaje simbólico y figurado, su verso no es expresión inmediata de su interioridad, sino que ocurre a través de una elaborada y esmerada mediación verbal que se conoce como voz poética. Los poetas que se basan más en sus vivencias expresan creencias, sentimientos y sensaciones o glosan acontecimientos y lugares, pero lo hacen de forma indirecta y mediada. Muchos componen desde otra perspectiva –o desde la perspectiva de otro– y la voz poética es distante de su experiencia, pero no es menos comprometida. Como dice Gallegos: “el yo poético no es un individuo empírico, sino un sujeto virtual creado en, y, por el poema”.
Aunque sobre esto hay menos controversia, los críticos aún se dividen al interpretar o analizar un poema. Unos buscan en la biografía y la psicología del poeta los supuestos resortes y razones de su expresión lírica, mientras que otros ven al poema como un objeto lingüístico analizable en sí mismo por sus formas y contenidos independientemente de quien los confeccionó y por qué. Con base en las ciencias cognitivas, Gallegos reconoce que el poeta procesa tanto la realidad del mundo que le rodea como su propia realidad interna mediante complejas operaciones mentales de orden afectivo, cognitivo y lingüístico necesariamente vinculadas a una época, a una realidad, a una cultura. El chileno se apoya en la escuela rusa de psicólogos y lingüistas, en particular en el destacado neuropsicólogo Alexander Luria, para subrayar el sustrato social del lenguaje y de la expresión poética. De esta forma traza una división en la mente humana: el mundo de las cosas concretas captadas por los sentidos y manipuladas por la acción motriz, y el de los procesos mentales compuestos por palabras. Para establecer una comunicación con una audiencia imaginada, el poeta manipula la lengua transformando o creando significados posibles, y como resultado de su labor el poema es polisémico y puede ser interpretado de maneras muy diversas.
De acuerdo al filósofo francés Paul Ricoeur, lo que surge de la composición es un yo poético, una ordenación figurada del sujeto empírico que es el propio autor: “el yo lírico es una interpretación representada o una representación figurada del sí mismo del poeta”. Hay entonces un vínculo de transferencias entre el yo empírico y el yo lírico ficcional. Este sujeto poético no es una creación a partir de cero, es la proyección de un creador de sentidos, ciertamente, pero circunscrito por tiempo, lugar e historia. Quedan implicadas tanto la expresión vivencial y autobiográfica del autor, aunque necesariamente indirecta, como la idea de que el poema es un objeto lingüístico y ficcional enunciado por un narrador, el yo poético, dirigido a un destinatario implícito, el lector posible, para ofrecerle una interpretación, una propuesta, una visión del mundo. Erlebnis –la experiencia personal como germen del poema– y Poiesis –la creación imaginativa como fuente del poema– se dan la mano.
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