autoconciencia

¿Quién expresa el poema? El yo lírico y la voz poética

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En ocasiones los literatos y los críticos literarios se anticipan en postular y tratar temas filosóficos, lingüísticos o psicológicos. Así ha ocurrido con la llamada teoría del sujeto, uno de cuyos apartados es el yo poético que se expresa en la poesía y la literatura, un tópico relevante al yo y la autoconciencia, como veremos ahora.

Para abordar el tema forjaré sobre las ideas de dos críticos literarios: el chileno Cristián Gallegos Díaz y la turca Mutlu Konuk Blasing, quienes publicaron en 2006 y 2007 sendos artículos en relación con el sujeto poético. Como sucede con otros analistas de la literatura, ambos ubican la génesis de este problema para la era moderna en los escritores románticos de los albores del siglo XIX. En efecto, en el prefacio de sus Baladas líricas de 1800, el pionero del romanticismo, William Wordsworth, definió de manera célebre que la poesía tiene su origen en la emoción rememorada en la tranquilidad y Johann Wolfgang von Goethe, por la misma época, reafirmó que el poema surge de las experiencias vividas. El sujeto que enuncia el poema sería el propio poeta al expresar sus actos, imágenes y emociones de una manera lúcida, depurada y bella. En el mismo sentido, G. W. F. Hegel, el prominente filósofo del idealismo alemán, consideraba que la poesía lírica es el género literario más subjetivo, el más relacionado con el yo del autor. Sin embargo, hacia finales de ese siglo los simbolistas franceses, encabezados por Charles Baudelaire, cuestionaron la concepción romántica. De manera innovadora plantearon un sujeto lírico como distinto o separado del escritor, pues distinguieron a la poesía como una composición creativa no necesariamente anclada en la vida y la experiencia del autor.

pioneros del yo lirico
Grabado de William Wordsworth, pionero de la poesía romántica inglesa hacia 1830 (izquierda) y autorretrato del simbolista francés Charles Baudelaire hacia 1848.

Eventualmente surgió una noción mediadora entre estas dos opciones: el autor, concebido como el yo empírico, el yo real, siempre se esconde detrás del yo lírico, quien enuncia las palabras y versos del poema. Para expresarse, el poeta inventa o utiliza implícitamente un personaje en su composición. Quien habla en el poema es una máscara, es otro yo, el yo lírico. Es decir: aunque se base en la experiencia del poeta, el poema sería siempre una narración urdida por el yo lírico. La disyuntiva, sin embargo, no estaba realmente zanjada y dio para mucha discusión.

En la primera mitad del siglo XX los fenomenólogos discípulos de Edmund Husserl polemizaron sobre si el poema enuncia la vivencia o experiencia del poeta –denominada erlebnis en alemán–, o bien, si el texto es un artificio separado de la existencia vital del autor: una ficción creada, una poiesis. Desde entonces, persiste una disyuntiva problemática entre un sujeto autobiográfico necesariamente ligado al yo empírico –el autor, su vida y circunstancias –, o bien un yo poético autónomo y fabuloso a través del cual el poeta crea su expresión lírica. Plenamente consciente de esta dicotomía a mediados del siglo XX, la poeta puertorriqueña Julia de Burgos la expresó de manera ardiente en este cuarteto en formato alejandrino:

Mienten, Julia de Burgos. Mienten, Julia de Burgos.
La que se alza en mis versos no es tu voz: es mi voz,
porque tú eres ropaje y la esencia soy yo;
y el más profundo abismo se tiende entre las dos.

julia de burgos
Julia de Burgos vs. Julia de Burgos: el yo autoral vs. el yo poético. Imagen editada por el autor de la original, obtenida de https://bit.ly/38to7iK.

Con la postmodernidad y la deconstrucción que proclamaron la muerte del sujeto, en el último tercio del siglo XX fue predominando la idea de que la creación poética no es una expresión directa de la conciencia del autor, pues éste crea un objeto artificial dotado de contenidos y sentidos fabricados de acuerdo a normas expresivas y estilos imperantes. Esto puede resultar extraño para quienes se conmueven al leer o escuchar los sentimientos, reflexiones o metáforas expresados en un poema y que se perciben o interpretan como emanados de la experiencia, ingenio o necesidad de expresión de un creador. Pero esto no se niega por la teoría del sujeto literario desarrollada en los últimos tiempos. Reflexionemos el asunto en más detalle.

Dado que el o la poeta manipulan un lenguaje simbólico y figurado, su verso no es expresión inmediata de su interioridad, sino que ocurre a través de una elaborada y esmerada mediación verbal que se conoce como voz poética. Los poetas que se basan más en sus vivencias expresan creencias, sentimientos y sensaciones o glosan acontecimientos y lugares, pero lo hacen de forma indirecta y mediada. Muchos componen desde otra perspectiva –o desde la perspectiva de otro– y la voz poética es distante de su experiencia, pero no es menos comprometida. Como dice Gallegos: “el yo poético no es un individuo empírico, sino un sujeto virtual creado en, y, por el poema”.

yo lirico yo prosaico
Figura tomada del cartel Yo poético / yo prosaico (Ilustración: Tomasz Alen Kopera, 1976).

Aunque sobre esto hay menos controversia, los críticos aún se dividen al interpretar o analizar un poema. Unos buscan en la biografía y la psicología del poeta los supuestos resortes y razones de su expresión lírica, mientras que otros ven al poema como un objeto lingüístico analizable en sí mismo por sus formas y contenidos independientemente de quien los confeccionó y por qué. Con base en las ciencias cognitivas, Gallegos reconoce que el poeta procesa tanto la realidad del mundo que le rodea como su propia realidad interna mediante complejas operaciones mentales de orden afectivo, cognitivo y lingüístico necesariamente vinculadas a una época, a una realidad, a una cultura. El chileno se apoya en la escuela rusa de psicólogos y lingüistas, en particular en el destacado neuropsicólogo Alexander Luria, para subrayar el sustrato social del lenguaje y de la expresión poética. De esta forma traza una división en la mente humana: el mundo de las cosas concretas captadas por los sentidos y manipuladas por la acción motriz, y el de los procesos mentales compuestos por palabras. Para establecer una comunicación con una audiencia imaginada, el poeta manipula la lengua transformando o creando significados posibles, y como resultado de su labor el poema es polisémico y puede ser interpretado de maneras muy diversas.

Paul Ricoeur
El filósofo, fenomenólogo y antropólogo francés Paul Ricoeur hacia 1980.

De acuerdo al filósofo francés Paul Ricoeur, lo que surge de la composición es un yo poético, una ordenación figurada del sujeto empírico que es el propio autor: “el yo lírico es una interpretación representada o una representación figurada del sí mismo del poeta”. Hay entonces un vínculo de transferencias entre el yo empírico y el yo lírico ficcional. Este sujeto poético no es una creación a partir de cero, es la proyección de un creador de sentidos, ciertamente, pero circunscrito por tiempo, lugar e historia. Quedan implicadas tanto la expresión vivencial y autobiográfica del autor, aunque necesariamente indirecta, como la idea de que el poema es un objeto lingüístico y ficcional enunciado por un narrador, el yo poético, dirigido a un destinatario implícito, el lector posible, para ofrecerle una interpretación, una propuesta, una visión del mundo. Erlebnis –la experiencia personal como germen del poema– y Poiesis –la creación imaginativa como fuente del poema– se dan la mano.


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Diálogo interior: la persona conversa consigo y con otras

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En su ingreso a la Real Academia Española, el neuropsiquiatra gaditano Carlos Castilla del Pino mencionó que la palabra reflexión indica “nueva y detenida consideración sobre algún objeto”. Podemos agregar que el pensamiento reflexivo asume varias formas: (1) es autoconsciente cuando el sujeto controla su propia actividad cognoscitiva para llegar a conclusiones y conocimientos válidos; (2) es fundamentalmente verbal cuando acontece como un discurso privado en forma de palabras, frases, juicios y razonamientos, (3) suele tomar la forma de un diálogo interior que se desenvuelve sin que la persona pronuncie palabras en voz alta. En esta ocasión revisaremos el tema de la reflexión y el diálogo interior como un recurso literalmente dramático o teatral de la autoconciencia.

En su libro Cómo pensamos de 1913, el erudito y pedagogo pragmatista de Nueva Inglaterra, John Dewey, distinguió varios tipos de pensamiento con base en su eficacia. Otorgó la mayor eficiencia al pensamiento reflexivo como una sucesión de ideas donde cada una se deriva de la anterior y da origen a una siguiente para eventualmente llegar a conclusiones o valorar creencias. El pensamiento reflexivo es un proceso consciente que tiene una meta y esa meta impone una tarea congruente con la intención; es una actividad deliberada en la que interviene el yo como agente generador de los conceptos y creencias que se evalúan: el yo se hace cargo de sí mismo.

John Dewey
El filósofo y pedagogo pragmatista John Dewey hacia 1902 en la Universidad de Chicago y su libro “Cómo pensamos” (1913) donde examina el pensamiento reflexivo.

Hannah Arendt, la incisiva filósofa sobre imperialismo y el totalitarismo en el siglo pasado, señaló que el pensamiento útil y creativo suele acontecer en soledad mediante un diálogo interno donde uno se hace compañía a sí mismo y que caracteriza gráficamente como dos en uno. En la mente un yo dialoga con otro yo en una conversación que, si bien es privada, tiene un formato público. Este dos en uno remite a la definición que ofreció Platón del pensamiento como el diálogo del alma consigo misma, aunque a diferencia del griego y en afinidad con el ruso Lev Vygotsky, la pensadora alemana no postula una esencia inmortal, sino una función cognoscitiva por la cual se interioriza y ejerce la función social del diálogo.

dialogo Hannah Arendt
La filósofa germano judía Hannah Arendt y su libro “La condición humana”.

Ahora bien, en su libro The voices within (“Las voces internas”) de 2016, Charles Fernyhough, profesor de Psicología de la Universidad de Durham, observa que el discurso interno no está restringido a las reglas del diálogo social y tampoco ocurre como un monólogo literario. Para empezar, el discurso y el diálogo interno no están coartados por el aparato fonador de la laringe, la lengua y la boca, lo cual permite y establece otra temporalidad y otra estructuración. El autor refiere que el discurso interno se instala con un notable ímpetu de hasta 4 mil palabras por minuto, unas 10 veces más veloz que el lenguaje articulado. Además, no es necesario formular frases completas, porque el pensamiento se desenvuelve a partir de un significado intuido de tal manera que las personas saben lo que quieren decir y luego desmadejan este núcleo de sentido en una cadena de palabras. Por otra parte, el discurso interno suele ocurrir acoplado con la imaginación cuando la persona visualiza un escenario donde personajes, lugares y espacios mutan de acuerdo con las circunstancias y propensiones del agente. El yo imaginado en estas situaciones no tiene una manifestación singular, constante, ni sencilla. Por ejemplo, el yo puede estar representado como una copia de su imagen corporal, o bien puede observar la escena desde un punto de vista subjetivo. Fernyhough, considera que no existe un yo o un self unitario, pues durante el diálogo interno la persona crea momento a momento la ilusión de un yo o un mi. Más adelante revisaremos con algún detalle las teorías de la polaca Malgorzata Puchalska-Wasyl, psicóloga experta en el diálogo interno, quien también argumenta en favor de una variedad de yoes con base en estudios empíricos.

Charles Fernyhough
Charles Fernyhough y su libro “Las voces interiores” de 2016.

El diálogo interno se ha vuelto un tema frecuente de la literatura de autoayuda porque se supone que su ejercicio es útil para resolver problemas, tomar decisiones razonadas, establecer objetivos, fortalecer la memoria y para guiar la conducta. Aunque estos beneficios son verosímiles, es difícil obtener evidencia directa de su eficacia, pues no hay una forma fehaciente de registrar el diálogo interno ni de evaluar sus efectos. Esto remite a un asunto medular de las ciencias cognitivas y que hemos abordado antes: cuando se trata de funciones subjetivas e internas el método de estudio y análisis se vuelve crucial. La “técnica dialógica de silla temporal” (Dialogical Temporal Chair Technique) es un método usado para activar voces internas de manera secuencial. Se solicita al sujeto que construya un diálogo interno cambiando de una silla a otra y adoptando en cada una un punto de vista ajeno. La técnica permite al sujeto analizar formas diferentes de pensar, sopesar mejor sus propios discursos y al investigador visualizar formas de diálogo interno. Por otro lado, una pregunta formulada al interior de la persona en referencia a sus posibles conductas se asoció a una mejor ejecución, pero sólo cuando el individuo había reportado darse cuenta del impacto del diálogo interno sobre su proceso de pensamiento.

Un grupo de investigadores utilizaron la estrategia de examinar la activación cerebral durante momentos no especificados. Para ello enviaron un pitido a voluntarios sometidos a una resonancia magnética del cerebro y registraron la actividad cerebral en esos momentos. Para que los sujetos detectaran y describieran su experiencia utilizaron un Muestreo Descriptivo de la Experiencia (Descriptive Experience Sampling) y examinaron estos momentos pareando la imagen cerebral con la experiencia reportada. Concluyeron que la estrategia es viable y digna de ser explorada porque hay una correlación entre lo que los sujetos expresaban sobre su experiencia y la pauta de activación de su cerebro. Encontraron además que el pedir a los sujetos que expresaran su diálogo interno se acompaña de una activación cerebral diferente a los momentos en los que expresaron su experiencia de forma espontánea. Dos regiones cerebrales, la circunvolución de Heschl y la circunvolución frontal inferior izquierda, se activaron de manera opuesta en las dos condiciones. Se conocía ya que la circunvolución frontal izquierda del cerebro es un área crucial para la autoconciencia y la toma de decisiones, y que se recluta durante las tareas de diálogo interior.

Ciencia del dialogo interno
Ilustración de un artículo sobre “la nueva ciencia del diálogo interno,” donde se revisan las investigaciones de Fernyhough, Hurlburt y colaboradores mencionadas aquí.

Podemos concluir que, si bien la reflexión en forma de diálogo interno es una de las actividades más privadas y no tiene indicadores fisiológicos seguros, existen indicaciones de que resulta en una mejor ejecución en comparación con el discurso declarativo. Esta actividad mental cumple funciones propias del conocimiento, tales como fundamentar nociones, evaluar experiencias confusas, redefinir las vivencias pasadas, tomar decisiones o definir las acciones futuras. De esta manera, el diálogo interno participa en la formulación de la identidad personal y la actividad autorreferencial, en especial durante los periodos de reflexión. Aprender a pensar reflexiva y críticamente sería una meta fundamental de la autoconciencia, de la enseñanza y de la propia filosofía: “pensar y enseñar a pensar” recomendaba certeramente el añorado maestro Eduardo Nicol.

El Ego falso y el Self verdadero: una feraz disyuntiva

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El empleo generalizado del término “ego” tiene una génesis relativamente reciente, pues data de la teoría psicoanalítica de Sigmund Freud que se inició con el siglo XX. Como hemos revisado, el ego freudiano corresponde al yo: la actividad consciente sometida a la influencia tanto de contenidos inconscientes del id o ello, como a restricciones y condicionantes sociales, morales y culturales asumidos por el superego o superyó. La función del ego sería el articular, conciliar y procesar las normas morales y los impulsos o instintos inconscientes de orden fundamentalmente sexual. Freud y sus seguidores postularon un desarrollo del ego a lo largo de la infancia para eventualmente adquirir una adecuada y sana identificación sexual y social.

El término ego fue incorporándose al léxico y al ideario occidental con una acepción distinta que es importante reconocer y ponderar en el contexto de la autoconciencia. Es así que, a diferencia de la doctrina freudiana, el Diccionario Cambridge del inglés define “ego” como “la idea u opinión que tienes de ti mismo, en especial el sentimiento de tu propia importancia y habilidad.” En el lenguaje coloquial contemporáneo la palabra ego usualmente significa una forma distorsionada y exagerada de autoestima: la atención e interés excesivos hacia uno mismo y la apremiante necesidad de ser reconocido. Se dice que alguien tiene “mucho ego” cuando muestra una actitud arrogante, soberbia y desconsiderada por interesarse sólo en su bienestar, promoción y reputación. Diversos estudios han revelado que en efecto, la mayoría de las personas sobrestiman su relevancia y sus conocimientos.

disminuye tu ego
Letrero de “Disminuye tu ego”, obtenido de Wikimedia. El sentido del ego como un enemigo a vencer en la acepción común del término “ego” en la actualidad.

En esta acepción popular, el ego adquiere una connotación negativa al designar la parte o aspecto de la personalidad que se forja mediante condicionamientos adquiridos, como serían las identificaciones, prejuicios, apegos o dependencias que tienden a fortalecerse en detrimento de un self más propio y auténtico. Es posible denominar a esta noción más reciente y generalizada como un ego apócrifo, es decir, inauténtico y falso que tiene cierta relación con la idea del falso yo propuesta por Donald Winnicott hacia 1965 y que se mantuvo dentro del ámbito psicoanalítico como una creación defensiva del infante a su verdadero yo.

Una de las razones de la notoriedad del ego apócrifo fue que, a partir de la década de 1960, esta acepción vino a coincidir con ciertas interpretaciones de doctrinas espirituales incorporadas o adaptadas a la cultura occidental. Por ejemplo, las tradiciones hindúes y budistas toman al ego como una ilusión que es necesario desmontar para llegar a un verdadero autoconocimiento. Lo que las personas creen que son sería un espejismo emanado de la necesidad de definirse en términos aceptables de acuerdo a tendencias propias y a necesidades colectivas. Es así que el planteamiento de un ego ilusorio estructurado por necesidades biológicas básicas y condicionantes sociales, se concibe como una resistencia opositora cuando el individuo emprende el camino de depurar su conciencia y personalidad. De esta forma, el potencial desarrollo de la personalidad dependería de la creciente desarticulación del ego condicionado e ilusorio, una tarea necesaria no sólo en lo que respecta a encarar y desenraizar al ego falso, sino también porque el camino para lograrlo será el tomar conciencia crítica de las motivaciones, deseos, rasgos de carácter, virtudes y defectos de uno mismo.

escultura ego
El proyecto EGO por Laura Klimton, Mike Garlington y Jonny Hirschmugl fue ena escultura de pasta de 7 metros, realizada con trofeos deportivos, iconografía religiosa, armas, cráneos y otros objetos, pintados con espray de color dorado. La escultura fue quemada en 2012 como un símbolo de la destrucción del ego falso.

Me parece detectar que a mediados del siglo pasado surgieron algunos antecedentes de este ego falso y del posible desarrollo de un adecuado autoconocimiento, los cuales pudieron ser factores de su difusión. Por ejemplo, la idea fue expresamente formulada por el matemático y maestro espiritual ruso Peter Ouspensky en su libro “Psicología de la posible evolución del hombre” publicado póstumamente en 1947. Esta obra no tuvo mayor impacto en la psicología académica, pero se difundió entre seguidores e interesados en su doctrina, conocida eventualmente como Cuarto Camino. Una noción semejante se reconoce poco después en la psicología humanista de Abraham Maslow basada en el estudio de personas supuestamente “autorrealizadas.” Su pirámide de necesidades y motivaciones humanas que culmina con la autorrealización sigue siendo popular, aunque ha sido objeto de críticas metodológicas. Maslow propone que esta autorrealización suele alcanzarse o consolidarse mediante “experiencias cumbre” o estados de conciencia ampliada, que revelan a quien las experimenta su verdadera identidad en detrimento de aquella creada por las necesidades fisiológicas, de seguridad y sociales. Diversas aproximaciones subsecuentes, en especial la llamada psicología transpersonal, subrayaron los beneficios trascender la usual sensación de identidad personal para acceder a una realidad de orden superior más significativa, usualmente a través de estados ampliados de conciencia que supuestamente proporcionan un insight a la verdadera naturaleza del ser humano.

La psicologia transpersonal
La psicología transpersonal de los años 70 subrayó la necesidad de superar la estructura del ego, como lo indica este texto de 1980 que recopila contribuciones de sus principales inicadores y proponentes en varios intentos de amalgamar diversas tradiciones espirituales con la psicología clínica y académica.

En una tesis doctoral de la Universidad Complutense de Madrid presentada en 1995, el ego se conceptúa como un conglomerado psíquico compuesto de instintos de origen biológico y de condicionantes sociales que cristaliza en una estructura compleja de orden afectivo, cognitivo y volitivo, la cual en buena medida determina las formas en las que las personas razonan, deciden y actúan. Esta tesis plantea que tanto las tendencias instintivas como las adquiridas se contraponen a un verdadero autoconocimiento, a la libertad y desarrollo del ser humano, pues los instintos y demás tendencias biológicas serían pautas rígidas y estereotipadas para la especie y los condicionantes sociales aprendidos serían identificaciones, apegos, dependencias o ataduras a programas, dogmas y expectativas del entorno que se han incorporado al individuo sin haber sido adecuadamente ponderadas y suscritas.

En el capítulo previo hemos revisado la posibilidad de que una labor introspectiva sistemática pueda tener como resultado un conocimiento válido y verdadero de uno mismo. Vimos que si bien el instrumento y la evaluación de tal pretensión es difícil desde el punto de vista del método científico usual, el postulado tiene validez existencial y personal. Al ir descubriendo lo que no es, el sujeto va desentrañando su verdadero yo o su verdadero self. La incorporación al castellano del término Self como una esencia verdadera de la persona, ha sido paralela a la expansión del ego ilusorio como lo hemos definido. Estos dos arquetipos, el Ego y el Self, vendrían a constituir antagonistas enfrentados en una lucha interna entre dos tendencias personificadas.

Bernard Lonergan y el ego
El teólogo jesuita Bernard Lonergan abordó el insight como formas de comprensión repentina que ocurren especialmente en el transcurso de una indagación de autoconocimiento.

Develar información pertinente a uno mismo tiene ciertamente un aspecto cognitivo, el que se refiere al autoconocimiento, pero también requiere de motivaciones, emociones y de insight como actos de comprensión integradores que sobrevienen en el ámbito de la indagación humana. El teólogo jesuita Bernard Lonergan propuso que, además de una autobservación introspectiva sistemática, el autoconocimiento resulta de una articulación de experiencias procesadas por un proyecto personal de desarrollo que se plasma como formas de autorregulación. Más que encontrar su yo verdadero guardado en la profundidad de sí mismo, la persona embarcada en un proyecto de autoconocimiento, va realizando nociones apropiadas de sí misma; va forjando un self en evolución, una apropiación de su autoconciencia.


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La palabra “yo”: abstracción central y avispero semántico

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Cuando era muy pequeño escuchaba en casa hablar en gallego a mi padre con un primo mío, ambos inmigrantes en México. Recuerdo vivamente una ocasión cuando, al percibir con frecuencia la palabra eu, les pregunté qué quería decir. Me respondieron que eu en español era yo. Sin saberlo, había detectado un caso claro y llano de toda lengua natural: la palabra yo (Ich, Je, I, Io, Ja, 我, etc.) es eje, referente y factor constante e indispensable del discurso humano. El asunto que surge ahora es conocer el uso y atisbar el significado de esta voz distintiva de la autoconciencia.

El Corpus de Referencia del Español Actual (CREA) de la Real Academia Española, ha identificado las palabras más frecuentes en español en 140,000 documentos y textos producidos entre 1975 y 2004 en todos los países hispanoparlantes. Las más frecuentes son voces elementales y constantes del discurso como de, la, que, el, en, y. El infinitivo más frecuente es ser en el lugar 39, seguido por sus derivados: son en el 40, fue en el 43 y era en el 45. En el lugar 51 está mi y en el 56 yo. De esta forma, la expresión más habitual de la lengua podría ser yo soy, fundamento de un sinfín de locuciones de identidad personal, que bien se pueden sintetizar en la rotunda declaración inversa: soy yo.

Miguel de Unamuno
Miguel de Unamuno pintado por Joaquín Sorolla en 1912.

Es importante distinguir dos usos de la palabra “yo” en español: el pronombre que constituye la primera persona en singular, con sus variantes me, mi, conmigo, y el sustantivo que se refiere a una persona individual distinta de sus semejantes. En su libro Del sentimiento trágico de la vida, el filósofo español Miguel de Unamuno expone estos dos usos con característica contundencia: “Y yo, el yo que piensa, quiere y siente, es inmediatamente mi cuerpo vivo con los estados de conciencia que soporta. Es mi cuerpo vivo el que piensa, quiere y siente.” Advierto que el primero es un pronombre que corresponde a la subjetividad del hablante, en tanto que el segundo es un sustantivo (“el yo”), una entidad que el filósofo define en un apto plumazo: un cuerpo consciente. Pero no se trata de cualquier cuerpo humano, sino de uno particular, “mi cuerpo vivo”, el que posee la persona llamada Miguel de Unamuno, algo de su primordial y exclusiva propiedad. En unas cuantas frases este gran pensador de nuestra lengua pone sobre la mesa los platillos que debemos digerir en referencia al yo del discurso: yo pronombre y sujeto, yo sustantivo y objeto, yo posesivo y propietario, yo nombre propio, a los que se sumarán el yo onírico, el yo lírico y varios yoes más, personajes todos de un escenario que remite a Seis personajes en busca de autor de Luigi Pirandello publicado en 1925. Espero que estos yoes que indago no queden suspendidos como vagos personajes sin propiedades ni referentes.

yo pirandello
Portada de “Seis personajes en busca de autor”, una alegoría de los varios yoes de Pirandello o bien de posibles facetas de la personalidad humana.

El yo como objeto fue tratado extensamente por Jean Paul Sartre en su primer libro, La trascendencia del Ego de 1936. Para el existencialista francés el yo no es el centro de la conciencia ni tampoco se puede identificar con ella, más bien es un objeto que sólo puede ser analizado como una proyección de la conciencia, como sucede cuando Unamuno dice “el yo que piensa quiere y siente” aunque para Sartre la proyección es esencialmente mundana y social. El problema está en estipular la naturaleza de ese yo, objeto de estudio y análisis. En este asunto se han planteado un continuo de posibilidades que van desde un extremo metafísico o espiritual cuando se considera una esencia perdurable y nuclear de cada persona, como sería la noción religiosa y dualista de alma, un elemento incierto y polémico llamado sujeto, o bien, un ser individual tangible y empírico como lo manifiestan diversos pensadores a partir de Sartre y recientemente varios teóricos desde una cognición situada.

yo ego y sarte
Portada de “La trascendencia del Ego” (1936) de Jean-Paul Sartre, y fotografía de su autor por ese tiempo.

En relación a la diferencia entre el yo usado como pronombre y como sustantivo, Wozniak ha intentado hacer una distinción originalmente planteada por William James, entre dos formas de “yo” en inglés: I y me. La distinción de James se basó en que la primera se refiere al self en tanto sujeto de experiencia, en tanto que el me corresponde al self en tanto objeto. En español a veces usamos el pronombre “mi” sin acento (por mi parte), o el adjetivo posesivo “mí” siempre acentuado (esto es para mí). Wozniak argumenta que la distinción surge de otra más básica: la diferencia tácita entre un yo fenoménico cuando el sujeto relata contenidos de su conciencia, y un yo metafísico que se refiere a lo que es la subjetividad en general. Aquello que se investiga como el yo fenomenológico, el sujeto de la experiencia que siente y piensa, ha sido un pantano filosófico, psicológico y lingüístico que no se puede disipar, en tanto que si se aborda como objeto de la experiencia es más tratable, con lo cual coincide con Sartre.

Una manera empírica de aproximarse al yo es por el camino de la lingüística y la semántica, pues los diversos usos del pronombre en primera persona hasta cierto punto revelan la estructura cognitiva del self. Es así que el pronombre en muchos enunciados se refiere al cuerpo del hablante (ejemplo: yo choqué con la puerta); en otros, al propietario del cuerpo o de sus partes (yo tengo dos manos); al director del movimiento voluntario (yo me encaminé al pueblo). El yo también puede aparecer como el punto de vista (yo pude ver y escuchar el tren), el piloto de atención (yo me fijé en el sonido de la campana) o el protagonista de fantasías y sueños cuando la persona divaga o sueña consigo misma (yo soñé que estaba en la playa). A veces el uso de la palabra parece ser una facultad o nivel de la conciencia capaz de observar el proceso mental, una conciencia de sí mismo (yo me encuentro pensando en ti). En algunas ocasiones el yo del discurso no parece señalar a la persona como una entidad orgánica y viva y su conciencia inherente, sino a un elemento más esencial de esa persona, a pesar de todo lo vago que esto parezca (yo soy un alma).

libro del yo
Portada de Entendiendo “yo” lenguaje y pensamiento, y el autor, José Luis Bermúdez.

El diligente filósofo de la cognición y la autoconciencia, José Luis Bermúdez, considera que los enunciados que utilizan el yo requieren comprender que su significado va más allá de la obvia referencia al hablante del pronombre. Es decir, expresan un pensamiento subyacente y necesario sobre el objeto que es el hablante, y esto requiere que el sujeto tenga en mente de manera implícita, pero efectiva, que es una entidad concreta y ubicada en el espacio y el tiempo de forma singular, en el sentido de situarse a sí mismo y de ejecutar acciones particulares en el mundo, siguiendo un camino literalmente “egocéntrico”. Tal voluntad situada no es una noción subjetiva, que se reduciría hasta a un punto o una imagen abstracta, sino el entendimiento de ser una persona concreta, carnal y consciente que se ubica y se define en y por un intercambio estrecho con el mundo. Esta propuesta esclarece el factor situado, espacio-temporal y activo de toda persona que se define por su ubicación y actividad en el mundo. Sin embargo, no queda igualmente claro si los sentidos más intimistas del vocablo yo también se conforman a esta noción más externa, objetiva y situada de la persona. Sería el caso del “¿dónde estoy?” que expresa una víctima de amnesia general transitoria y que sabe de sí, pero no quién es o dónde está.

Los diversos usos del término se refieren a las funciones y facetas de la autoconciencia que se desglosan en esta serie de ensayos, pero también avalan la noción de un sistema central que las unifica o integra: la persona humana. En efecto, los diversos usos del pronombre “yo” indican que el referente es el individuo que lo pronuncia: una persona viva, consciente de sí e interactiva de quien es posible predicar –y a quien es posible atribuir– estados/procesos de orden biológico, mental, conductual y contextual.

La Tercera Guerra Mundial es contra el inconsciente

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¿Acaso creemos que la situación entre Irán y Estados Unidos es el detonador de una posible guerra mundial?

De principio, una guerra mundial requiere de la participación dividida en dos grandes ejes, de un amplio número de países considerados como potencias militares radicados en todos los continentes, o por lo menos, en la mayoría de estos. Sin minimizar el “conflicto” que actualmente se está presentando entre estos dos países y los involucrados a su alrededor, podemos decir que este suceso es uno más entre todo lo que en este momento impacta al planeta tierra y sus seres vivos.

Lo que es importante observar es que cada vez más situaciones con mayor impacto están creándose en diferentes regiones del mundo. No sólo están sucediendo por una decisión del ser humano, sino por el inconsciente del mismo. No nos hemos dado cuenta de que nuestro planeta, que es nuestra fuente de vida, está insinuándonos algo constantemente. Es claro que las catástrofes naturales están apareciendo más fuertes y más difíciles de enfrentar. Si no aprendemos a vivir de una forma distinta, acabaremos con las posibilidades de vida en él.

conciencia del mundo y la guerra

Australia, es un claro ejemplo en donde el ser humano enfrenta una fuerza natural y no puede acabar con ella. ¿Realmente tenemos dimensionado este suceso? Parece que la mayoría lo ve como otro incendio más en una región del mundo donde duele la pérdida de flora y fauna, sin embargo, esta catástrofe tiene otras dimensiones de impacto global.

¿Por qué parece que hay muchos esfuerzos por cuidar al planeta y siguen los problemas? En los últimos 100 años la temperatura ha cambiado en un grado centígrado más caliente, comparando esta medida con la que se tenía antes de la Revolución industrial. Los expertos predicen un problema real e irreversible si llegamos a los dos grados centígrados.

Hoy tenemos un Acuerdo de París por parte de la comunidad internacional para combatir el cambio climático y adaptarse a sus impactos. En este acuerdo, los gobiernos de todo el mundo deben trabajar juntos para eliminar la emisión de carbono, el cual atrapa el calor.

Empero, el cambio climático no es un problema que los gobiernos puedan resolver por sí solos; también necesitan la colaboración de empresas y comunidades de las diferentes regiones. Es claro que esto dependerá de una fuerza colectiva que debe iniciar desde lo individual en todo el planeta. Además de buscar detener este cambio, es importante ayudar a las personas y la vida silvestre a adaptarse a un planeta que se calienta rápidamente.

agua y reflejo del sol
Imagen: Pixabay.

El principal reto que tenemos para detener los problemas globales está en un cambio de consciencia. Todo este efecto que hoy vivimos tiene una causa de la cual no nos hemos dado cuenta. El ser humano ha evolucionado su mundo exterior para facilitarse la vida y nos hemos olvidado de la vida como tal. Hemos creado inconscientemente tecnologías y formas de adaptarnos con soluciones en nuestro exterior, dejando que esto se vuelva lo más importante y relevante para “vivir mejor”. ¿En dónde quedó el valor de la vida en nuestro planeta?

Seguimos viviendo inconscientemente en la era de la supervivencia y la escasez cuando debimos de haberla dejado siglos atrás. Los problemas del ser humano no han sido resueltos porque la competencia inconsciente entre nosotros no nos permite integrar a otros que nos necesitan en el camino, sino todo lo contrario. La vida del ser humano seguirá siendo un caos mientras no podamos vernos como iguales y decidamos empezarlo a vivirlo de forma consciente.

La guerra hay que declarársela a nuestro inconsciente; que no nos permite detenernos ante lo que nos separa; nuestras creencias, ideologías, filosofías y ambiciones. Es momento de poner atención en lo importante que es el ser humano y todos los seres vivos de este planeta. Este inconsciente, que se suma en colectivo, nos está llevando a un final anunciado de la vida en la tierra. Las guerras bélicas podrán acabar con porciones grandes de vida humana, sin embargo, lo que terminará acabando con la vida será nuestro inconsciente de no respetarla y esto incluye la causa de las mismas guerras.

¿Te sumarías a esta guerra contra el inconsciente o sólo te ocuparás de tus deseos para este año nuevo?

El requerimiento científico de la introspección

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La mayoría de las disciplinas científicas emplean procedimientos cuyo objeto de investigación puede ser observado públicamente por cualquier investigador. En la filosofía de la ciencia se dice que este tipo de escrutinios y mediciones constituyen “métodos en tercera persona” implicando que pueden ser corroboradas por otros. De acuerdo a la doctrina positivista, este es uno de los requisitos obligados del método científico. Ahora bien, desde los orígenes de la psicología y la psiquiatría, la introspección se ha utilizado en la clínica y en experimentos de varios tipos. Estos estudios se catalogan como “métodos en primera persona” porque el procedimiento y el objeto en estudio son privados y accesibles directamente sólo para quien realiza la introspección. Ejemplos de métodos en primera persona son las experiencias de sufrimiento o dolor que expresan los enfermos en protocolos de investigación médica o los estudios sobre la experiencia sensorial, como la diferencia en la intensidad de una sensación que se obtiene en experimentos de psicofísica.

Wilhelm Wundt
Wilhelm Wundt hacia 1898 (tomada de Wikimedia).

La introspección metódica fue utilizada en el primer laboratorio de psicología por Wilhelm Wundt y sus alumnos en la segunda mitad del siglo XIX. Los sujetos entrenados fueron considerados aptos para informar sobre sus procesos mentales en protocolos que usualmente incluían la resolución de un problema y se analizaban los procesos mentales empleados, tal y como eran reportados por los sujetos experimentales. Es interesante considerar porqué la técnica introspectiva prosperó durante una era científica muy influida por el positivismo que desdeñaba todo lo subjetivo. La respuesta estriba en la confianza que se otorgaba a la capacidad de los científicos entrenados para informar sobre sus procesos mentales en forma objetiva porque habrían dominado la esencia misma del método científico positivista y que consistía en poder realizar una observación imparcial libre de prejuicios y de sesgos en uno u otro sentido.

Sin embargo, las técnicas introspectivas de Wundt y sus colaboradores fueron criticadas y no se generalizaron. Esto sucedió a partir de una controversia entre dos grupos de investigadores en referencia a si la solución de problemas requiere o no el uso de imágenes mentales. Esta falta de coincidencia de los datos obtenidos con la misma técnica fueron las razones que John B. Watson, el padre del conductismo en la psicología, empleó desde 1913 para catalogar a la introspección como un procedimiento no científico. Este ataque se apoyó también en una posición teórica antimentalista muy propia del conductismo y que lo condujo a proclamar a la psicología como la ciencia de la conducta y no la ciencia de la mente.

Espiral
La espiral suele asociarse con la introspección al sugerir un procedimiento de concentración e inmersión (Imagen: https://bit.ly/2OWaqA3).

A pesar del éxito de esta crítica en la psicología experimental, la introspección se siguió utilizando de varias maneras. La psiquiatría clínica continuó explorando las mentes y las conciencias de otros mediante el “examen mental,” consistente en una entrevista sistemática, que no es solamente introspectiva sino un “método en segunda persona,” en el cual un psiquiatra o psicólogo entrenado interroga a un sujeto para detectar y evaluar sus procesos y estados mentales. La introspección es necesaria por parte del sujeto de exploración quien, en respuesta a las hábiles preguntas de su interlocutor, examina y declara procesos de su propia mente. Este procedimiento sigue constituyendo la base del diagnóstico en psiquiatría, en psicopatología y en varias instancias en la medicina clínica que dependen en alguna medida de la anamnesis, es decir de la introspección y la memoria por parte del paciente recabadas con fines diagnósticos por un especialista. El uso de la introspección ha sido abundante en la investigación de la mente no sólo para desarrollar teorías o hipótesis, sino para obtener datos y realizar interpretaciones de cómo funciona el aparato psíquico. Es cierto que estos procedimientos no se han ajustado a un método definido o riguroso y que los académicos lo practicaron de maneras muy variables según su destreza, entendimiento, perspectiva teórica y expectativa doctrinaria. En tiempos recientes han ocurrido intentos de lograr una aproximación más sistemática a la introspección que incluye un análisis de los problemas inherentes a su ejercicio.

Anamnesis
Portada de la revista filosófica Anamnesis del Colorado College de 2016. La figura sugiere la duplicidad de un observador sobre la propia mente (https://bit.ly/2DrNBiA)

Una objeción tradicional a la introspección es su carácter privado. Aunque esta característica es indiscutible, las investigaciones actuales intentan compensarla con la aplicación de protocolos estrictos y la comparación de los resultados entre muchos sujetos experimentales. El replicar y verificar los datos no resulta más difícil para estos estudios que para otros procedimientos de la psicología experimental. Otra crítica se refiere a que la introspección interfiere con el proceso básico y habitual de la mente, de tal manera que no se supone posible realizar una observación de los contenidos y procesos mentales sin modificarlos. En alguno de sus momentos de gran lucidez el poeta y pensador francés Paul Valéry escribió lo siguiente: “Estos pensamientos que escribo no son los pensamientos que tengo”. La brillante noción plantea que el pensamiento primario, el que tiene lugar espontánea y directamente en la mente, no es necesariamente de naturaleza verbal o bien que, aun si implica palabras en la mente, no se presta a ser correctamente detectado y expresado por el sujeto. Esta posibilidad no se puede rechazar empíricamente y es necesario conformarse con la expresión verbal de quien realiza la introspección, pero con salvedades y requisitos. Diversos autores han analizado reportes introspectivos y han concluido que la vida mental privada se presta a la expresión verbal sea en forma espontánea o en sujetos entrenados en la introspección a la manera de la fenomenología.

Paul Valery
Paul Valéry en actitud introspectiva. Óleo de 1923 por Jacques-Emile Blanche. Se evoca en este capítulo su siguiente reflexión: “Estos pensamientos que escribo no son los pensamientos que tengo” (tomado de Wikipedia).

Hace unos lustros en mi libro La conciencia viviente, abordé el tema de la introspección como herramienta para investigar los procesos mentales conscientes y llegué a la idea de que los informes introspectivos en primera persona no son científicos cuando se profieren en la vida diaria, como sucede cuando una persona le expresa a otra sus pensamientos, emociones, sueños o intenciones. Pero pueden llegar a ser de un valor científico variable dependiendo de los métodos que se utilicen para obtenerlos y analizarlos. De esta manera, los recuentos en primera persona sistemáticamente estructurados y obtenidos en condiciones controladas constituyen datos crudos que pueden someterse a codificación sistemática, análisis cuantitativo, acuerdo entre evaluadores, tratamiento estadístico, representación gráfica y divulgación por los medios habituales de la ciencia.

Este tipo de informes se utilizan para llevar a cabo experimentos en las ciencias cognitivas, la psicobiología o la neurociencia. Más aún: tales métodos constituyen fuentes de información y datos para elaborar modelos de la estructura no sólo de ciertos procesos conscientes, sino de la autoconciencia, pues los informes verbales de lo que acontece en la propia mente requieren que el sujeto realice una introspección deliberada, es decir de una reflexión de la mente sobre sí misma. En suma, si bien las metodologías en tercera y primera persona se han considerado incompatibles, desde hace unos lustros se tienen como complementarias, en especial cuando se combinan en protocolos y procedimientos en segunda persona. En la próxima entrega examinaremos con mayor detenimiento los requisitos y los problemas metodológicos que surgen al emplear los informes introspectivos en primera persona, en particular en términos de la autoconciencia necesaria para producirlos.

La introspección depurada, técnica de la fenomenología

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Abordaremos ahora a la introspección desde la perspectiva de una orientación filosófica muy particular que, con el nombre de fenomenología, se desarrolló en Alemania y Francia, a fines del siglo XIX y principios del XX. Esta escuela de pensamiento afirmó la posibilidad de explorar la conciencia mediante un riguroso método de análisis que su propio fundador, Edmund Husserl (1859-1938), intentó distinguir de la psicología académica y de la técnica de la introspección utilizada en esa época en el laboratorio de Wundt, quien fue su maestro en la etapa formativa.

En las ciencias cognitivas actuales ocurre una revaloración del enfoque planteado por la fenomenología para estudiar la conciencia y la autoconciencia que se basa precisamente en sus requerimientos introspectivos. En efecto, el estudio de la experiencia interna no puede evadir la introspección y Husserl concedió que era indispensable, pero razonó que la introspección sólo podría afirmar eventos individuales y privados, en tanto que él pretendía aproximarse a verdades universales sobre la vida mental. En un amplio análsis de este asunto, Christopher Gutland argumenta en 2018 que la fenomenología, lejos de oponerse a la introspección, intenta refinarla para hacerla sistemática o incluso científica. Por su evidente relevancia a la autoconciencia, a continuación resumiré y comentaré este tema.

Edmund Husserl.
Edmund Husserl, el promotor de la fenomenología, hacia 1910. (tomada de Wikimedia).

El término de introspección evoca de entrada y por etimología la inspección que un sujeto lleva a cabo de su mundo interno, literalmente un “mirar hacia dentro”. Esta metáfora conjetura a la mente como un espacio, una morada en la que se puede dirigir una linterna que corresponde a la luz de la atención. Husserl reafirmó que la experiencia siempre le ocurre a un sujeto de manera particular y privada, lo cual constituye su carácter subjetivo; aquello relativo a un sujeto. Mediante la introspección se conocen los procesos mentales no como postulados, inferencias, deducciones o hipótesis, sino de forma directa e intuitiva. De igual forma, la introspección genera conocimientos, juicios o creencias acerca de los procesos o eventos que ocurren en la propia mente.

Husserl asume tres principios para fundamentar su fenomenología: (1) la existencia de leyes implícitas que gobiernan los estados y procesos conscientes de todos los seres humanos, (2) esos estados y procesos le ocurren a un sujeto y (3) estas condiciones pueden ser detectadas y analizadas por una introspección sistemática. En referencia a esta última premisa, Husserl establece un requerimiento técnico necesario para que la introspección se convierta en un instrumento apto para revelar leyes universales. El método demanda que el observador se pueda distanciar de consideraciones sobre lo que es el objeto y poner sus creencias sobre el mundo “entre paréntesis,” un procedimiento que bautiza como epoché o epojé (del griego ἐποχή: suspensión del juicio). Se trata de adoptar un punto de vista extenso y profundo para considerar el objeto y el proceso de la auto-observación. No es que el sujeto se olvide de sus creencias sobre los objetos de su experiencia y sobre la conformación del mundo, sino de localizarlas para tenerlas presentes y así deslindarlas de las observaciones. De esta manera, la epojé consiste en tomar consciencia de los elementos que condicionan la observación, factores de los que el sujeto usualmente no se percata o no toma en cuenta, pero que determinan las formas y los contenidos de la conciencia. Con la práctica en la epojé, el fenomenólogo entrenado podrá no sólo aparcar o poner entre paréntesis sucesivamente al objeto, a la totalidad de sus procesos mentales o incluso a toda su concepción del mundo, lo cual desemboca en lo que llama fenomenología trascendental.

El Pensador.
Detalle de “El pensador” de Rodin. La actitud evoca un estado de introspección deliberada.

Aunque la fenomenología de Husserl asume que mediante la introspección no es posible observar y reportar todo lo que ocurre en la conciencia, afirma que la introspección metódica y sistemática permite detectar las condiciones en las que ocurren los fenómenos conscientes. El fenomenólogo desea y pretende experimentar sus procesos concientes de una manera más clara, precisa y detallada para lo cual no sólo debe percatarse de los objetos que ocurren en su mente, sino de las condiciones que hacen esto posible, por ejemplo del papel que juegan el tiempo, el espacio o la causalidad. Este requerimiento plantea dos condiciones a la auto-observación: la dirección deliberada de la atención y la reflexión consciente. Ambas condiciones requieren de autoconciencia, pues la introspección no es un estado habitual de la mente, sino una forma peculiar de detección. En este punto parece existir una coincidencia entre la epojé de la fenomenología y la contemplación del “objeto desnudo” de la tradición budista, es especial del zen. El concepto budista de sunyata significa literalmente el vacío o la vacuidad de una percepción que se alcanza sin los prejuicios, creencias o nociones que normalmente se ligan al objeto. En tales condiciones se percibe lo que está allí, tal y como está dado. No se trata de una representación mental, sino más precisamente de una presentación directa en la mente. La re-presentación, en todo caso, ocurre al recrear la imagen del objeto con los ojos cerrados o al evocarlo en la memoria, como lo indica el prefijo re-. En suma: la epojé es una puerta de entrada a las cosas, una deliberada contención de las creencias y conceptos para penetrar en significados nuevos y más auténticos.

Verdad y falsedad.
El artículo de Jorge Romero Gil sobre la epojé se ilustra con esta escultura que representa a la verdad y la falsedad, una alegoría de la actitud mental que al aparcar los juicios y opiniones desentraña la naturaleza de los objetos y de los procesos de la propia mente por una introspección sistemática (fotografía de Iza Bella: https://bit.ly/2s4zcpX).

Un elemento de la experiencia subjetiva desafía una comprensión cabal por parte de la neurociencia: el quale mental (plural: qualia); el cómo se siente ver un color, escuchar un timbre, intuir un significado, sentir un dolor o una emoción. Conocer y entender el fundamento físico y neurológico de las cualidades mentales conscientes sería, ni más ni menos, que resolver la dualidad entre “las cosas mismas” y sus “apariencias” que Kant bautizó respectivamente como noúmeno y fenómeno. Este último es precisamente el término que adoptó la fenomenología como el objetivo central de su investigación. Si la introspección es la detección de cómo se presentan los contenidos en la conciencia, según Kant esto sería todo lo que podemos saber del objeto, pues su naturtaleza real permanecerá siempre oculta a la mente y al conocimiento. Husserl, en cambio, propone que el mundo realmente se presenta en los fenómenos mentales, aunque estos varían mucho de acuerdo a cómo son experimentados. Como acabamos de ver, una introspección sistemática se supone capaz de detectar no sólo la apariencia de un objeto, sino las condiciones, circunstancias y marcos en los que ocurre. Esto último sólo sería posible mediante la aplicación de una atención dirigida y sostenida, de una reflexión deliberada y, en suma, de una epojé que puede llegar a ser trascendental. En este estado de introspección, será posible alcanzar a la cosa misma –o sea percibir su verdadera naturaleza– mediante una “reducción” de la descripción de un objeto a la experiencia exacta de ese objeto.

Labyrinth of the mind
“Labyrinth of the mind”, óleo de Erik Pevernagie (100 x 100 cm).

En suma, la fenomenología inicial de Husserl requiere una introspección entrenada y elaborada que pone a la conciencia y sus características como el objetivo de la investigación. Veremos a continuación cómo evolucionó la introspección en la fenomenología del siglo XX, en especial en el existencialismo, y cómo se valora actualmente por la neurofenomenología o el método narrativo para determinar si puede emplearse para el estudio científico de la autoconciencia, en especial de sus caracterísitcas cognitivas y sus fundamentos neurológicos.