Hemos venido revisando que varios filósofos y científicos actuales definen un estado mínimo o básico de conciencia, un sentir que no es conceptual, ni representacional, ni dual, porque no es acerca de algo. Es decir: al no tener un contenido determinado, esta forma de conciencia no sería dual porque no aparece alguien o algo que posea o experimente un objeto en la mente, como se tiene y se representa un dolor en el momento en que la persona se percata de sentirlo, lo valora o lo refiere.
En un artículo de 2020 los psicólogos neoyorkinos Zoran Josipovic y Vladimir Miskovic plantean y revisan que las formas de conciencia o experiencia fenoménica mínima han sido descritas en antiguas tradiciones de Asia y estos antecedentes les sirven para analizar sus características. Por ejemplo, en la tradición oriental la palabra samadhi identifica un estado de absorción completa en el cual el objeto que se presenta en la mente queda desprovisto de todo concepto y se capta directamente, es decir, sin estar acompañado de palabras que lo designan o califican, ni tampoco de imágenes o recuerdos asociados o derivados: el objeto ocupa la experiencia sin aditamentos y la mente se encuentra en silencio conceptual y embebida en su objeto. Ahora bien, en la misma tradición se distingue esta experiencia de otra denominada conciencia pura, en la cual se afirma que el sujeto está consciente pero su mente no tiene contenidos. En esta situación la conciencia está activa, pero no contiene representaciones, es un estado de autoconciencia inmediata, de autopresencia inmanente. Josipovic y Miskovic afirman que este tipo de experiencia ocurre normalmente en las transiciones del sueño a la vigilia cuando por momentos el sujeto no tiene nada en mente ni se percata de su identidad, del espacio o tiempo. Refieren también relatos de ensoñaciones sin contenido en las que el sujeto relata un sueño en blanco. Además, argumentan que suelen suceder experiencias de este tipo al salir de la anestesia, en la deprivación sensorial, la experiencia psicodélica o durante la meditación y prácticas afines.
Si bien los estados de conciencia mínima se describen como ausencia de contenido, la conciencia no desaparece como en las fases del sueño profundo que cursan sin ensoñaciones. Uno de los problemas para definir con mayor precisión este estado se refiere al nivel de activación fisiológica, denominado arousal en inglés y que usualmente se especifica con una metáfora de profundidad. Así como la luz disminuye con su penetración en el mar, habría niveles de alertamiento y activación funcional que van desde la oscuridad del coma o en el sueño profundo, pasan por estratos fluctuantes en la vigilia, abarcan niveles más avanzados y diferenciados en la autoconciencia o conciencia de sí y llegan a estados de hiperalerta o conciencia ampliada en el éxtasis. Pues bien, sucede que en este continuo o eje vertical de creciente brillo no es posible ubicar los estados aludidos, porque la noción misma implica que una conciencia mínima sería poco más que un estado de coma y esto dista de ser el sentido que se pretende significar con esta expresión, a diferencia del uso de la misma en la neurología y que se refiere a un nivel mínimo de conciencia, cercano al coma. Como el estado de autoconciencia mínima al que me refiero ahora no corresponde a un determinado nivel de alerta o de arousal, se impone una distinción: el nivel de vigilancia y de responsividad del organismo es una cosa y la conciencia misma es otra. A veces se usa la metáfora del espejo para expresar que la conciencia refleja sin elaborar o conceptuar, decidir o valorar independientemente del nivel de vigilancia o alerta. De esta manera, el eje de activación no es una variable útil para comprender los estados de conciencia o autoconciencia mínima y en este punto pueden dar información relevante los relatos y los análisis de estados meditativos.
Diferentes técnicas de meditación hacen posible la producción y la experiencia consciente de estados de conciencia absorta y sin contenidos que podemos denominar conciencia basal para distinguirlos del estado semicomatoso que tiene en la neurología. En efecto, en tradiciones tanto orientales como occidentales se describen con términos paradójicos ciertos estados que resultan de las prácticas contemplativas de atención plena y sostenida. El sujeto inicia su práctica con la instrucción de permanecer consciente de sus contenidos mentales, por ejemplo, de las sensaciones de su respiración o de una frase o mantra que repite mentalmente. En esto hay un dualismo implícito entre un observador y una observación porque un yo agente y activo se mantiene atento a lo que ocurre en la mente. Con la práctica se fortalece la capacidad de observación y la autoconciencia va tomando mayor dimensión. Eventualmente y en ciertos momentos la autoconciencia queda desprovista de contenidos, un estado en el que desaparece un yo observador o poseedor de sus objetos mentales. En las tradiciones orientales de meditación se denomina sunyata (vacío, ausencia del yo, selflessness) a este estado refinado de conciencia que no se limita a un silencio interno de voces, pensamientos o imágenes, sino a una transformación del aparato mental que pasa de operar como una dualidad sujeto-objeto a una conciencia basal y no dual.
En el lapso en el que el sujeto vive un estado de autoconciencia sin contenidos, se percata de que el self o el ser está vacío; es decir: advierte directamente que no existe el yo como una entidad sustancial y concreta. La característica fundamental de este estado es de una cognición reflexiva inherente, un autoconocimiento directo, un estado de conciencia básico o basal, sin nada más que la conciencia misma. Se afirma tanto en las tradiciones contemplativas como en los análisis actuales de la conciencia mínima que se ventilan desde las ciencias y filosofías cognitivas que no hay nada abstracto o mágico en esta experiencia: este darse cuenta de lo que constituye la autoconciencia en sí misma y esta no dualidad básica se revela en la propia experiencia empírica.
Una propuesta fundamental en referencia a la conciencia mínima o basal es la necesidad de un sustrato consciente para que se estructure la experiencia. A este sustrato se han referido varias teorías neurofisiológicas que desde mediados del siglo pasado subrayan el papel indispensable que juegan las estructuras del tallo cerebral y de la línea media del encéfalo para que tengan lugar los estados y contenidos de conciencia. Estas estructuras, entre las que destaca la llamada formación reticular activadora ascendente, son muy antiguas en la escala filogenética y se suponen necesarias para el estado de conciencia que probablemente compartimos con los animales sentientes del planeta (Bronfman, Ginsburg, Jablonka, 2016). Gracias al desarrollo de la neocorteza y las estructuras de reciente adquisición filogenética los seres humanos recrean objetos en su conciencia (aquellos contenidos o ítems que perciben, sienten, piensan, imaginan, recuerdan, creen, sueñan, quieren, etc.) y experimentan estos contenidos de su mente como posesiones y usufructos de un yo, de un self. Pero sucede que con ciertas prácticas y métodos atencionales el sujeto se percata que este yo o este self es un pensamiento más, una forma de conceptualizar algo que no es definido ni definible. El sujeto se da cuenta por experiencia de la insustancialidad del yo mediante la vivencia de una conciencia basal desprovista de contenidos y de referentes.
A pesar de las dificultades en el tratamiento académico de la autoconciencia mínima, el tema vuelve a elementos de la conciencia y del yo que intrigaron en el siglo XVIII a Fichte y a Maine de Biran, los filósofos pioneros del yo. En este sentido, hay que agradecer que se haya retomado este peliagudo problema de la conciencia de sí al identificar el estado basal que implica y las dificultades de su análisis.
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