Trasfondo

Más pobres y más endeudados: una cara austeridad

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Hacia mayo del año pasado, cuando la pandemia empezaba a golpear fuertemente a la economía, el Centro de Investigación Económica y Presupuestaria (CIEP) hizo una interesante prospectiva sobre la deuda pública en México: con la negativa del paquete fiscal de emergencia, que se sostiene hasta ahora bajo las banderas de la “austeridad republicana” y la “economía moral”, el saldo, de cualquier modo, podría incrementarse un 15% real anual, alcanzando niveles históricos como porcentaje del PIB. En cambio, con un plan contracíclico de alrededor del 2.6% del PIB, más o menos al nivel de lo que se estaba haciendo en buena parte del mundo, el incremento de la deuda sería de 21%. Tomando prestada la contundente frase de La economía presidencial de Gabriel Zaid, “así fue y así nos fue”.

Básicamente, lo que planteaba el análisis del CIEP era que esa concepción de la austeridad iba a ser un ejemplo típico de ahorro que termina costando caro. Que acabaríamos con más deuda, sin que, como contraprestación, ésta contribuyera, como en otros países, a mitigar y recuperarnos de la crisis sanitaria y económica. El resultado: una profundización de los problemas estructurales del país que pudo haberse atenuado y aun evitado.

No se equivocaron. Salimos del año del Covid-19 como una nación más pobre y también más endeudada, entre otras razones por la obsesión presidencial de no endeudar. Y comenzamos el año que debe ser de reactivación y transición a una “nueva normalidad” con poca capacidad para recuperar terreno y para adaptarnos a los cambios mundiales acelerados con la pandemia. Según la mayoría de los ejercicios proyectivos, nos tomará, al menos, tres años regresar a los niveles de ingreso per cápita del 2018 (en 2019 fuimos uno de los pocos países cuya economía se contrajo).

Ése es el saldo de la singular estrategia económica (o no estrategia) que se adoptó en México para enfrentar la mayor recesión de la historia contemporánea:

austeridad
Imagen: iStock.

1. Una extraña mezcla del laissez faire, laissez passer, el estandarte del liberalismo económico clásico, con una inclinación a concentrar recursos y decisiones que, en la práctica, más que centralizar, ha devenido en un caos en las funciones y las capacidades sustantivas del Estado.

2. Caos que se explica, en gran medida, porque, más que una operación articulada para realizar esa centralización, el resorte ha sido un florecimiento, con exuberancia tropical, de ocurrencias de corte caudillista (ya olvidada a estas alturas hasta la ideología).

3. Finalmente, el ingrediente base de la masa para espesar el “austero” champurrado, paradójicamente anunciado como remedio contra las dañinas calorías neoliberales: la confusión entre gobernar y hacer proselitismo, con el correlato de un voluntarismo performativo; esa apuesta a que la demagogia interminable puede, por sí sola, ganar a las vencidas a la realidad: que un surtido y mañanero repertorio de autoelogios y porras al “pueblo sabio”, simplificaciones y prejuicios, descalificaciones y trucos de distracción, además de no pocas mentiras a secas, es capaz de suplir no sólo la falta de políticas públicas mínimamente coherentes, sino a la misma ciencia o a la lógica más elemental.

Pejenomics en acción

Como con la igualmente sui géneris “estrategia” sanitaria contra el virus, “única en el mundo” según se ha presumido, difícilmente podría haberse evitado el desastre. Fuera de la retórica para propósitos políticos o como recurso de evasión, de nada sirve la reiteración de los males del pasado –presuntos o reales– como contrargumento automático a los males del presente.

En el mundo real, aquí y ahora, los recursos fiscales destinados a estímulos y apoyos de emergencia ni siquiera sumaron el 1% del PIB, frente a 3% promedio en economías emergentes del G20. A pesar del régimen de austeridad del recetario de la nueva doctrina de “economía moral” (con todo y su best seller presidencial), el endeudamiento público como relación del PIB subió casi 10 puntos porcentuales, para superar el 53%, según ha informado la propia Secretaría de Hacienda. A cambio, tuvimos una caída económica de 9%, la peor en 90 años, cuando el promedio de los países emergentes fue una contracción de 2.6%, según las últimas estimaciones del Banco Mundial.

recorte y austeridad
Imagen: El CEO.

Y el balance habría sido mucho peor si no se hubieran hecho más “ahorros republicanos” a costa de instituciones desmanteladas o fideicomisos liquidados. El Fondo de Estabilización de los Ingresos Presupuestarios, con ahorros verdaderos acumulados desde el 2014 para afrontar crisis, está a punto de agotarse, aunque el gobierno ya se había gastado más de la mitad en 2019, antes de que la pandemia nos viniera “como anillo al dedo”: arriba de 121 mil millones de pesos (más de 121 veces el presupuesto del instituto garante de la transparencia y la protección de datos personales que se busca desaparecer para seguir “ahorrando”).

Así, cuando logremos dejar atrás la epidemia, lo que puede tardar porque depende de qué tan eficaz sea el proceso de vacunación (y con lo visto en la fase previa hay suficientes motivos para preocuparse), comenzaremos a remontar esa brutal recesión con una economía muy maltrecha. Miles de empresas quebradas, millones de desempleados y muchos millones más con los ingresos mermados y condenados a la precariedad laboral. Todo eso pudo haberse mitigado: tal vez el gobierno se endeudó menos, pero para millones, el desenlace será más pobreza y necesidad de endeudarse.

¿Quién ahorra con esa “austeridad”?, ¿un gobierno en turno o el Estado y la nación?

Tomando como referencia la misma fuente del Banco Mundial, a diferencia del promedio de los países emergentes, que crecerán 5 y 4.2% este año y en 2022, respectivamente, México, tras su -9%, tendría un muy pobre rebote de 3.7% este año y la vuelta a la inercia de las últimas tres décadas, con 2.6% en 2022 (ya olvidada a estas alturas la promesa del 4% para dejar atrás el “crecimiento mediocre” del “periodo neoliberal”, en espera del invento de un “índice alternativo” que pondere la felicidad y la espiritualidad).

Vecinos distantes

Entre tanto, en Estados Unidos, el Comité de Mercado Abierto Federal pronostica una caída en 2020 de sólo 2.4% y un rebote espectacular de 4.2% en 2021 y 3.2% en 2022. Nada mal para el promotor tradicional del neoliberalismo, quien, pese a esa reputación, con patente convicción keynesiana ha gastado cerca de 3.5 billones de dólares para salvar a su economía, ha cubierto casi el total de lo que ha perdido la masa salarial con ayudas fiscales y, a fines de este año, estaría de regreso en los niveles económicos previos a la pandemia.

recortes
Imagen: Jeannie Phan.

En síntesis, el plan contracíclico ha funcionado, y con el aliciente de la política de expansión monetaria de la Fed, que ha puesto las tasas de referencia por debajo de 0.25%, Estados Unidos se prepara para un boom de inversiones, como el que de hecho vivió el año pasado desde marzo, junto con un auge de emprendimiento. Más allá de las tensiones sociopolíticas y el turbulento final de la administración Trump, hace una década que no se registraba un número tan alto de aplicaciones para abrir nuevos negocios.

Mientras, en México, además de la ausencia de apoyos fiscales, se acosa a las empresas con auditorías y amenazas de pena de cárcel hasta por recurrir al outsourcing laboral, lo que recrudece la migración en masa a la informalidad económica.

El pretexto de que a nosotros nos costaría mucho más endeudarnos es sólo eso, porque difícilmente puede pensarse en un momento más idóneo, por necesidad y costo-beneficio, para financiarse. Para unos a mayor tasa, desde luego, pero en todos los casos, por debajo de los promedios de los mercados. Y en última instancia, depende de para qué pidas: no es lo mismo para fondear futuros elefantes blancos como la refinería de Dos Bocas, que a fin de ayudar a sobrevivir a Pymes que eran rentables y pueden volver a serlo.

El problema es otro. Y cómo no recordar, para concluir, el diagnóstico de Gabriel Zaid sobre el desastre de los años 70: los excesos del presidencialismo que todavía estamos pagando, con el banderazo de salida de Luis Echeverría declarando que las finanzas se manejan desde Los Pinos (léase ahora Palacio Nacional). “Así fue, y así nos fue”.


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Lecciones para el mundo sobre el Covid-19 (sin cubrebocas)

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¿Qué nos dice de nuestros tiempos el hecho de que el presidente de uno de los países con peor desempeño frente a al Covid-19 (el peor de entre 53 evaluados en el ranking que acaba de publicar Bloomberg) aproveche su participación en la cumbre de los líderes de las mayores economías del mundo para aleccionar sobre cómo se controla una pandemia?

Justo cuando su país padece un fuerte rebrote del virus, aunque sería más preciso decir repunte, pues su tasa de contagios nunca ha registrado un descenso sensible. Y en días de récord de defunciones, sobre un contexto de ya más de 100 mil muertos en la cifra oficial, aunque es probable que sean 200 mil o incluso 300 mil según investigadores.

Ese país está entre los 10 con más mortalidad por el virus y es el de mayor letalidad, es decir, donde más se mueren quienes se contagian: 9.8 por cada 100 casos confirmados, seguido de Irán (5.4), Italia (3.8) y Estados Unidos (2.2). De acuerdo con Amnistía Internacional, también es donde más trabajadores de la salud han muerto. Sin embargo, nada de eso retuvo a su mandatario, que varias veces ha afirmado que su gobierno ya domó a la epidemia, para dar consejos sobre lo que funciona en estas crisis.

Paradójicamente, ninguna mención de algo tan elemental y asequible como el cubre bocas, aún para un país subdesarrollado o “emergente” como el suyo. Tal vez porque considera que en las grandes cumbres no está bien detenerse en los detalles, sino concentrarse en lo trascendente. Dirá, hay prioridades. Como cuando a principios de este año, en días pre-covid, pero en medio de problemas de escasez de medicamentos que en su país han sufrido niños con cáncer o afectados por el VIH, aseguró que esos dos grupos y todos sus conciudadanos pronto contarían con servicios de salud y medicamentos gratuitos, y como si vivieran en Dinamarca. No a largo plazo, sino antes de que concluya este mismo año.

muertes en Mexico covid
Imagen: Alto Nivel.

Para un país en el que antes de la pandemia 49% de la población estaba en la pobreza y 60% sin cobertura de salud garantizada, ¿cuál es la medicina que necesitas aquí y ahora frente a la promesa de seguridad social danesa en un año?

De la misma forma, para qué hablar con otros presidentes de lecciones como la necesidad de hacer pruebas de contagio y otras medidas viables y de probada efectividad, cuando puedes declarar solemnemente: Señoras y señores, 1) debe hacerse realidad el compromiso de quitar montos de deuda a las naciones pobres; y 2) que los países de ingresos medios tengan acceso a créditos con tasas de interés equivalentes a las de los desarrollados.

No lo dijo, pero se entendería, por su adhesión al principio de autodeterminación de los pueblos, que lo anterior es independiente a para qué se necesite la quita o las tasas de interés cero o negativas, como los bonos que acaba de colocar China en Europa, si bien con razones económicas sólidas como solvencia financiera, lo cual vale en los mercados más que los discursos. Como si fuera lo mismo pedir para comprar equipo médico urgente que para no verse en la necesidad de parar momentáneamente obras como una refinería, aunque ésta no se necesite, y menos en este momento. Por eso llamó a la fraternidad universal, aunque acreedores e inversionistas seguramente serán cautelosos de que la “ayuda mutua” no sea como la MAD atómica (Mutual Assured Destruction) del Dr. Strangelove de Kubrick, en este caso la fisión de su dinero y el de los contribuyentes de naciones como la de ese preclaro y fraterno presidente. 

Lecciones y preceptos

Especialistas en salud pública han reiterado que, a estas alturas, la pertinencia y efectividad de las mascarillas están más que demostradas científica y empíricamente. Incluso, algunos estiman que si en el país de este presidente se siguiera esa lección –uso obligatorio y generalizado– podrían salvarse unas 10 mil vidas de aquí a marzo del año próximo. Sin embargo, él considera que hay otras lecciones a seguir más importantes.

cubrebocas AMLO
Imagen: Notigram.

Por ejemplo, declaró que es mejor prevenir que curar, por lo cual hay que promover una alimentación saludable, evitar productos con exceso de sal, azúcares, grasas y químicos. Asimismo, hacer ejercicio físico y practicar algún deporte.

Otro de sus preceptos es que hay que confiar en la responsabilidad de la gente y abandonar la tentación de imponer medidas autoritarias, para lo cual recurrió a su apotegma de nada por la fuerza, todo por el convencimiento y la razón.

Ésa puede ser una explicación de por qué él mismo nunca usa cubrebocas. Psicólogos podrían pensar que en esa actitud quizá hay una mezcla de narcisismo, megalomanía y soberbia, con una pizca de pensamiento mágico, otra de indisposición a aceptar que uno a veces se equivoca y debe corregir, más una cucharadita de reto a sus detractores, con un toque final de fe en el valor de la firmeza a toda prueba, aun en el error y con rumbo al precipicio.

Se entendería que todo eso se justifica en su filosofía de la responsabilidad y la razón, que seguramente subyace a otra de sus iluminaciones: la de que el pueblo es sabio, aunque a veces cometa linchamientos o fiestas multitudinarias en medio de una pandemia, así que para qué imponer nada o predicar con el ejemplo, aunque muchos se contagien y mueran.

Más aún si el asesor científico estrella de este presidente partidario del convencimiento, encargado de la estrategia nacional, dice cosas como ésta sobre el detalle del cubre bocas: “No digo que no sirva, sirve para lo que sirve, y no sirve para lo que desafortunadamente no sirve”.

AMLO en la Cumbre Líderes internacionales
Imagen: Reporte Índigo.

Respuesta deseable

Hubiera sido sensacional que alguien como la Canciller de Alemania, pilar de sensatez en este mundo patas arriba (sin ironía), dijera algo como esto:

“Señor Presidente, con todo respeto, como usted dice, pero quisiera complementar las lecciones que nos ofrece. Además del uso de la mascarilla y las pruebas, que quizá omitió por ser algo tan obvio, hay algo esencial: esta pandemia nos ha mostrado, con crudeza, que para enfrentar los grandes retos de nuestro tiempo, lo mismo pandemias que el cambio climático, la politización de la respuesta nacional e internacional es una receta para la catástrofe.

“Estimados colegas: estos asuntos exigen abordaje con base en evidencia y soporte científico, técnico y especializado. Los políticos debemos asegurar que así sea. En nuestro caso, tenemos experiencia sobre escalar y competir por el poder; y en el mejor de los casos, nos ocupamos de ejercerlo por el bien común. Pero no somos expertos en virus y salud pública, ni en un sinfín de temas que demandan competencia especializada. Olvidar eso y confundir la representación democrática con un salvoconducto para gobernar por ocurrencias y sentires personales y de grupo, o peor aún, en función de la confrontación por el poder, no sólo es irresponsable, sino éticamente inaceptable.

“Quizá, incluso, debería tener implicaciones de negligencia punible administrativa o penalmente, porque produce más muerte y desgracia. Estoy seguro, Señor Presidente, que usted, que ha insistido en que su gobierno implica una regeneración moral e incluso ha promovido una constitución de ese género y una consulta sobre decisiones de ex presidentes que han afectado a su país, estará de acuerdo.

“En esta época de posverdad, que no es otra cosa que arrumbar los hechos objetivos, aquello que se ignora o no gusta, para creer que lo real o lo legítimo son las emociones, lo que funciona popularmente y las creencias personales o aun identitarias, los líderes globales tenemos que ser defensores de la verdad a secas. Entender que sin este principio, difícilmente habrá soluciones efectivas a los grandes desafíos que enfrentamos.

“Remarcaría, con todo respeto para cada uno de ustedes, que como líderes en nuestras naciones, debemos fomentar la unión en lo esencial en nuestros pueblos, más allá de diferencias políticas o de otra índole, y más aún ante crisis como ésta.

“Lo mismo aplica a nivel internacional, porque igual que con el clima y su calentamiento, un virus no reconoce fronteras, así que debemos trabajar en coordinación para salir adelante, aparte de replicar las mejores prácticas.

G20 virtual
Imagen: El Tiempo de Monclova.

Habría sido de gran ayuda para México; incluso para el mundo. Pero lo sería más, en esta era de amor al espectáculo, si alguno de los interlocutores fuera más concreto y usara alguna metáfora con gran capacidad de reproducción en las redes. Por ejemplo: ante una tragedia como ésta, con todo respeto, no es aceptable presentarse aquí como un niño que cacharon copiando en el examen de matemáticas, sacó cero de calificación, y aun así, con las orejas de burro que le puso la maestra, desde la esquina declara “2+2=5” porque “primero los reprobados”.

Eso no es “Ciencia y Tecnología de la Cuarta Transformación” versus “ciencia neoliberal”, sino una patraña y una reverenda… Como la fábula del rey que anda desnudo pero orgulloso de su traje invisible de tan fino. Pero no lo duden: no trae ropa, aunque su pueblo sabio no lo detecte aún.


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Prohibición del outsourcing: las razones del populismo

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La iniciativa presidencial de reforma para prohibir la subcontratación laboral no podría ser más inoportuna y contraindicada. Es como darle más veneno a quien llega intoxicado. Como dice la canción: ¿pero qué necesidad? Ocurre que la lógica es otra, que tiene poco que ver con el mercado laboral o alguna racionalidad económica.

Justo cuando se han perdido cientos de miles de puestos de trabajo, la inversión se contrae, la mayoría de las empresas enfrentan problemas de liquidez y muchas, escenarios de insolvencia, y cuando el gobierno tiene que acabar con fideicomisos y demás “guardaditos” para que salgan las cuentas, llega una receta que pondrá en aprietos a más de 4 millones de empleos que operan bajo el modelo del outsourcing legal. Un revulsivo que, de pasar en el Congreso, restringirá la contratación laboral formal y elevará significativamente los costos para invertir, emprender y hacer negocios en México.

El presidente del Centro de Estudios para el Empleo Formal, Armando Leñero, ha estimado que sólo una cuarta parte de esos empleos se sostendría en los centros de trabajo; el resto se perdería o iría a la informalidad.

No se trata de corregir abusos, como los de las factureras. Mucho menos de resolver las inconsistencias que están en la raíz del fenómeno de la informalidad, la cual, a su vez, está detrás de limitantes estructurales que reproducen el estancamiento de la productividad y los salarios, además de la precariedad de las finanzas públicas. Lejos de eso, la salida es la proscripción a rajatabla: tanto el outsourcing fraudulento como el legal y en muchos casos positivo porque da cauce a empleos que de otra forma serían inviables o informales, brinda flexibilidad a las empresas y paga impuestos y cuotas de seguridad social.

outsourcing
Imagen: A. Álvarez.

El propósito sería la defensa de los derechos de los trabajadores. El problema es que una cosa es desear algo y otra muy distinta lograrlo con una reforma de ese tipo, como un mago que convierte un conejo en paloma. Habrá excepciones, pero desempleados y empleados vía subcontratación seguramente prefieren esos empleos, con todos sus “asegunes”, que quedarse sin nada gracias a sus redentores. Lo cual no quiere decir que no haya que reformar, pero depende de qué, cómo y cuándo.

¿Quiénes ganan?

Leía en una nota en El Economista que el eterno líder de la CROC apoya la iniciativa presidencial no sólo porque el outsourcing limita la sindicalización, sino porque “es momento de regresar a las contrataciones en donde las empresas tenían un compromiso con los trabajadores, otorgaban prestaciones, pago de utilidades. Es momento de reducir la alta rotación de personal buscando que las empresas se asuman como patrones”.

Suena bien, pero el tema es que las empresas acepten “voluntariamente a la fuerza” ese modelo aspiracional de la gran empresa de los años 60, con empleos para toda la vida, con incentivos como negar la deducción fiscal de la contratación de servicios y la amenaza de multas e incluso de cárcel. Ocurre que siempre queda la opción de mejor no contratar, o de pasar a la informalidad, cerrar operaciones o hasta el “el changarro”, postergar la inversión u optar por crear los empleos en otro país.

En otra nota, en Reforma, se reporta cómo el grupo parlamentario del Partido del Trabajo quiere predicar con el ejemplo sobre las bondades de la prohibición de la subcontratación: el caso de unos 400 trabajadores de limpieza que fueron rescatados de las garras del outsourcing, recontratados por de la Cámara de Diputados con un sueldo mensual 50% mejor. Estoy seguro de que pocas empresas tendrían inconveniente en imitar a los diputados si el costo se cubriera con dinero público. Por ahora, a diferencia de los legisladores, necesitarían producir y vender más para fondear esa generosidad.

Por eso también, con igual liberalidad, el presidente de la República puede responder al cuestionamiento de la subcontratación en el gobierno, que existe en niveles muy importantes en sectores como el de salud, pues fácil, “donde haya, se elimina”. ¿Cuál es el problema? El contribuyente paga o recurrimos a más “austeridad republicana”.

irregularidades en outsourcing
Imagen: El Diario.

Dado que el único outsourcing que se permitiría es el de servicios especializados, pero sujeto a categorización y autorización de la Secretaría del Trabajo, presumiblemente habría amplia cancha para la discrecionalidad y los laberintos burocráticos. Asimismo, “área de oportunidad” para ciertos sindicatos y líderes vernáculos, coyotes, burócratas con olfato de negocio, políticos y traficantes de influencias, nuevos emprendedores con contactos y creatividad para comercializar nuevos formatos de defraudación, simulación y aun supervivencia para algunas empresas, y para un gobierno o régimen que aspira a ampliar y perpetuar su poder. Incluso para sindicatos de otros países que recibirán con beneplácito los empleos que aquí son rechazados.

Esos serían los ganadores. No los trabajadores, ni los desempleados ni el propio Estado mexicano, cuya recaudación se verá mermada.

La lógica alternativa

Sin embargo, hay más de fondo. En concreto, un movimiento político y una dinámica social marcados por el populismo y la polarización. Las razones de la política de facción, las emociones y la posverdad, no la racionalidad laboral y económica.

Un presidente que se asume prócer del liberalismo, a pesar de su patente inclinación al nada liberal recurso de la prisión oficiosa o, para ser más precisos, encarcelamiento directo y sin derecho de fianza previo a una sentencia judicial. Ahora para quien ose utilizar el malévolo instrumento del outsourcing o algo que se le parezca según alguna autoridad, pues éste quedaría proscrito, tipificado como delito grave, como el narcotráfico o el secuestro.

Con la bandera de los derechos de los trabajadores, se pone en riesgo el empleo de cientos de miles o millones de ellos, la mayoría de los cuales seguramente preferiría conservarlos, con todo lo neoliberales que sean, que quedarse en la calle.

empleo y outsourcing
Imagen: NoticiasPV.

Pareciera que hay un sentir de que en México existe una riqueza inagotable producto del abuso y la explotación. Que basta con prohibir ambas cosas con una buena dosis de populismo penal para realizar el milagro de la distribución de los panes: con empresas menos productivas y competitivas, y más restricciones y amenazas para la generación de puestos de trabajo formal, habría empleos mejor pagados y más ISR, IVA y demás para que un gobierno liberal y progresista apoye indefinidamente a los pobres de antes y a los nuevos con sus “programas sociales”, en vez de oportunidades para trabajar y salir adelante.

En el mundo real y fuera de los intereses y móviles políticos, la subcontratación legal tiene una razón de ser práctica, basada en necesidades concretas de las empresas y los ciclos de las actividades económicas. En cuestiones tan simples como la de concentrarse en la esencia de su negocio y contratar servicios a quienes se especializan en éstos, y han invertido para hacerlos más eficientemente y a menor costo con economías de escala.

Abusos hay. También distorsiones legales y económicas estructurales que producen las distorsiones en el mercado laboral que explican en buena parte la proliferación de esos abusos y simulaciones. Pero nada de eso se resuelve con populismo fiscal y penal. Pero, claro, esas causas de fondo no es lo que motiva a las inoportunas decisiones que hoy se están tomando en éste como en tantos otros frentes de la conducción del país.


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Censura al Presidente y democracia

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El triunfo de Joe Biden es una nota de esperanza para el mundo en muchos sentidos, lo mismo para superar la pandemia del Covid-19 que ante el desafío del cambio climático. La derrota de Donald Trump lo es, sobre todo, porque muestra la posibilidad de trascender, o al menos poner bajo control democrático, una ola populista que lejos de resolver los problemas económicos, sociales o culturales que le dieron impulso, los está exacerbando, al tiempo que distorsiona y pone en riesgo a la propia democracia. 

Evidentemente, eso no sólo es aplicable a Estados Unidos, sino al mundo y en particular a México.

Somos un país muy diferente, pero son patentes los parecidos entre nuestros mandatarios y su accionar político, así como los fenómenos sociopolíticos que los llevaron al poder. Casi como señas de familia.

Es ilustrativo que, a pesar de que nuestro Presidente se asume como abanderado de la facción liberal en México, sucesor de Benito Juárez, su foto acaba de aparecer, al lado de la del inquilino saliente de la Casa Blanca, en un artículo de The Guardian con el título “El fin de la era Trump asesta un duro golpe a los líderes populistas de derecha en todo el mundo”. El gran “adversario” de los conservadores en un collage en el que también figuran el Primer Ministro húngaro Viktor Orbán, héroe del movimiento de la “democracia iliberal”, y Marine Le Pen, lideresa del partido francés de extrema derecha Agrupación Nacional.

derrota de trump
Imagen: Chicago Tribune.

Paralelismos

El Washington Post, con su iniciativa Fact Checker, ha llevado la cuenta de afirmaciones falsas o engañosas de Trump: en la recta final, su promedio fue de 50 por día. Según el diario, esta inclinación a la mentira o, en el mejor de los casos, la inexactitud, ha empeorado a tal grado que ya no puede seguirle el paso.

Al Sur del Río Bravo, el presidente Andrés Manuel López Obrador, de acuerdo con SPIN, consultoría de comunicación política que ha seguido con lupa sus “conferencias mañaneras”, acumuló más de 29 mil 700 declaraciones no verdaderas o, en el mejor de los casos, inverificables: una media de 73 por episodio de este ejercicio más cercano al género del monólogo o el stand up que al de las ruedas de prensa para informar.

Uno a través de tuits, el otro hablando diariamente un mínimo de dos horas de lunes a viernes, muy temprano, han cultivado un estilo personal de lidiar con la crítica, la rendición de cuentas y la realidad misma que recuerdan a la famosa frase de Groucho Marx: “¿A quién va usted a creer, a mí o a sus propios ojos?”.

Trump popularizó el concepto fake news, como recurso para descalificar a los medios de comunicación que le resultan incómodos, por supuesto no a sus propias mentiras o imprecisiones. También declaró a un grupo de estos –New York Times, NBC, ABC, CBS, CNN– “enemigos del pueblo”. Su gobierno inventó el concepto de las “verdades alternas”, tan paradójico como válido para millones en la era de la posmodernidad, la polarización y la posverdad.

Nuestro mandatario ha sido aun más creativo: “hampa del periodismo”, “prensa fifí”, “pasquín inmundo”, “muerden la mano de quien les quitó el bozal”. En paralelo, ha hecho de la frase “tengo otros datos”, una de sus salidas más socorridas ante los datos de la terca realidad.

censura de medios
Imagen: Poynter.

Por eso no son de extrañar rasgos de identidad como el rechazo a usar cubrebocas ante la pandemia, así como el desprecio a lo que diga la ciencia y los especialistas al respecto, lo mismo que sobre todo tipo de asuntos, desde la medición del PIB hasta el cambio climático. Todo con la idea de que la verdad puede ser sinónimo de popularidad o que depende de la fe, la repetición o la lealtad política.

Así, con el favor del “pueblo sabio”, más allá de lo que opinen técnicos, o las matemáticas, “gobernar no tiene mucha ciencia”, como ha dicho AMLO. Y también así Trump puede justificar su autoelogio de “genio muy estable”.

En ambos casos, como en el del presidente brasileño Jair Bolsonaro y su patético llamado a “dejar de ser un país de maricas”, la pandemia sacó a relucir los riesgos que implica ese talante de desprecio a la realidad y al conocimiento, irresponsabilidad declarativa y distorsión cognitiva sobre lo que significa e implica el ejercicio de gobierno, convertido en una suerte de campaña electoral permanente o mala película de buenos contra malos. El aprendizaje ha sido muy costoso, pero es fundamental.

De hecho, Trump hubiera sido un candidato mucho más competitivo si no hubiese manejado la contingencia con tal dosis de negación, desprecio de las indicaciones de especialistas y una politización o faccionalismo que se extendió incluso a algo tan básico, pero tan crítico como el uso de mascarillas.

Si no nos hace reaccionar el que a una tragedia como la que estamos viviendo en ambos países por el Covid-19 se le responda así, con tan marcada confusión entre gobierno y demagogia, y entre narrativa y realidad, ¿qué puede hacerlo? Porque lo que es claro es que los problemas no se resuelven a base de retórica, desplantes y distractores mediáticos; al contrario: se complican.

censura trump
Imagen: Jamiel Law.

Autocorrección democrática: de Clístenes a Trump

En este contexto, tampoco debería sorprender que cadenas de televisión de Estados Unidos decidieran sacar del aire a Trump cuando denunciaba, sin evidencias y ni siquiera argumentos con alguna lógica mínima, un fraude. El asunto es polémico, y se da cuando el Presidente cae aceleradamente al estatus de lame duck, como designa el argot político de ese país a un mandatario que queda sólo con poder formal. Podría acusarse a esos medios de hacer leña del árbol caído con cómoda valentía. Sin embargo, a la postre puede acabar siendo una decisión que ayudó a reparar un vacío o una distorsión real del Estado democrático de derecho.

¿Hasta dónde llega la libertad de expresión de un gobernante? ¿Incluye usar “la investidura”, el podio y la caja de resonancia pública que le confieren los ciudadanos para desinformar, engañar, esparcir odio, alentar la división, hacer acusaciones sin pruebas, calumniar o difamar, propiciar la inestabilidad social, o incluso situaciones que pueden derivar en muerte y desolación, como en el caso de la pandemia?

AMLO ha dicho que su “pecho no es bodega”, y lo mismo podrían decir Trump o Bolsonaro, todos con una incansable energía pleitista, inmersos en riñas permanentes que no sólo distraen de los asuntos que importan al interés colectivo, sino que cancelan las oportunidades de solucionarlos porque dinamitan los puentes de diálogo y acuerdos. Quizá la censura que los gobernantes no deben imponer a los ciudadanos de a pie, sí deban ejercerla éstos contra mandatarios que se extralimitan en el poder y la representación que dimanan de la propia ciudadanía.

Hoy cualquiera puede expresarse con liberalidad en las redes sociales para insultar, decir tonterías o hacer eco de mentiras, prejuicios y las teorías conspiratorias más delirantes. Incluso tener a miles o hasta millones de fans que siguen a algunos precisamente por todo eso. ¿Puede ser igual para el hombre más poderoso del mundo o el de una nación de más de 126 millones de habitantes? 

Desde la época del esplendor de la democracia de Atenas, hace 2 mil 500 años, se sabe que ésta puede degenerar en oclocracia o llevar al poder a demagogos que acaben con la democracia. Sin embargo, también se ha constatado, una y otra vez desde las reformas de Clístenes, la capacidad de ajuste y corrección de este sistema que Winston Churchill calificó como el peor, a excepción de todos los demás que se han inventado. Así es como crearon el sistema de división de poderes y las garantías constitucionales, y así también hay que abordar los dilemas que plantean el populismo y la demagogia en la era de las redes sociales y la conectividad 5G.

Sobre esas bases hay que abordar la victoria de Biden y la derrota de Trump: oportunidad para poner en sintonía a la democracia con los retos y las oportunidades del mundo y del México del siglo XXI.


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¿Desterrar la corrupción y purificar la vida pública?

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A casi dos años de gobierno, es claro que el combate a la corrupción es más un comodín en la baraja retórica y de operación política presidencial que algo siquiera cercano a una lucha. Y no hablamos de operar alguna estrategia al respecto, pues no aparece nada de eso ni visos de que lo habrá, más allá de dichos: ya no hay corrupción porque se prohibió y no se tolera; se barre como las escaleras, desde arriba, donde ya no es lo mismo porque hay autoridad moral.

Lo que sí hay son suficientes contradicciones como para pensar que en esta trama no se cumplirá aquella sentencia, atribuida a Lincoln, de que “no puedes engañar a todos todo el tiempo”.

Sí hay corrupción cuando, por ejemplo, se decide tomar el dinero de fideicomisos y, de pasada, centralizar más el poder público, o siempre que se quiera imponer alguna decisión arbitrariamente, contra las resistencias que se interponen “porque no quieren perder sus privilegios”. Eso son resabios “de las administraciones pasadas”. No la hay cuando se acusa a celebridades o gente cercana del movimiento y gobierno de regeneración o quedan evidenciadas. Eso, nos dicen, es politiquería, y de quién más sino de los corruptos.

En la caverna platónica de La Mañanera o ante la Asamblea General de la ONU se habla una transformación para “purificar la “vida pública”. Claro, nada como la “renovación moral” del que sería el primer gobierno del “periodo neoliberal” de acuerdo con la historiografía de la nueva edición de la moralidad en el poder, mucho menos como la cacería de “peces gordos” del cuarto.

corrupcion
Imagen: Nieto.

Mientras tanto, México empeoró en el indicador “Ausencia de corrupción” que mide el World Justice Project. En la edición 2020 de su Índice de Estado de Derecho, se ubicó en el lugar 121 de 128, versus el 102 de 113 en la edición anterior. Hace dos años, 90% de los países evaluados eran menos corruptos que el nuestro y ahora son el 94%. La calificación cayó de 0.31 a 0.27 (1 es fuerte adhesión al Estado de Derecho).

Entre las paradojas narrativas, en el segundo informe de gobierno se nos dijo que “ya se acabó la robadera de arriba”, aunque hay que seguir trabajando para desterrarla por completo. Como si ésta fuera un personaje que algún rey envió condenado al desierto. De cualquier modo, se presumió que gracias a que no se le permite, y por la “austeridad republicana”, ya se han ahorrado 560 mil millones de pesos.

No se han dado detalles de cómo se llega a esa cifra ni sabemos dónde está o en qué se gastó. Menos aún por qué el dinero sigue sin alcanzar y se tiene que despojar a fideicomisos para científicos o la protección a víctimas, a quienes se pide serenidad con otras paradojas de antología: es para la emergencia de salud, aunque se les entregará lo mismo; no había transparencia, pero no podemos decir cómo vamos a gastarlo ahora exactamente.

Los estudiosos de la ciencia política y de la administración pública hacen hincapié en que el combate a la corrupción es un tema de sistemas e instituciones efectivos de prevención y profesionalización burocrática, transparencia y rendición de cuentas, fiscalización, investigación y procuración de justicia contra la impunidad, y aquí cabe la participación ciudadana que empuja en esa dirección. Más que de moralización y voluntarismo: eso lo ha sabido, desde tiempos inmemoriales, quien quiera que haya reflexionado sobre la naturaleza humana.

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Imagen: Pinterest.

Cuando como nación tengamos voluntad y realismo para ir en ese sentido contra la corrupción, más de esfuerzos consistentes y de instituciones sólidas que de movimientos supuestamente regeneradores, entonces habrá un cambio. No redención, pero sí un México mejor.

Por lo pronto, aunque la corrupción es omnipresente en el discurso y la narrativa, no se aprecia ningún esfuerzo relevante de carácter institucional, más allá de reformas legales que aumentan penas a los delitos: populismo penal en el mejor de los casos; en el peor, de ejercicio antidemocrático del poder.

No hay programas de profesionalización y fortalecimiento institucional de prevención, control y procuración de justicia. El desarrollo del Sistema Nacional Anticorrupción está detenido y olvidado. Más que a combatir a la corrupción, parece que ha habido más prisa en atacar o controlar a organismos autónomos.

Han aumentado las compras directas o por invitación restringida, propicias a la discrecionalidad y la opacidad. Cerca de 80% de los contratos ha sido entregado por adjudicaciones directas, según Mexicanos contra la Corrupción.

Como en sexenios anteriores, la procuración de justicia ha estado marcada por la sombra del uso mediático y político. Inclusive de manera más burda que antes, como en el caso de la consulta pública para enjuiciar a expresidentes, en vez de promover denuncias puntuales si se sabe de algún delito específico, y ésta devenida en “esclarecimiento de las decisiones políticas tomadas en los años pasados” por el filtro editorial de la Suprema Corte.

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Imagen: Víctor Solís.

Lo mismo puede decirse del uso del fantasma de la corrupción para cancelar las obras del aeropuerto de Texcoco, sin que a la fecha se sepa de alguna denuncia o siquiera investigación.

Por si fuera poco, no han faltado escándalos de presuntos actos de corrupción de miembros prominentes del gobierno o gente muy cercana, inclusive acusaciones contra el pintoresco y paradójicamente denominado Instituto para Devolverle al Pueblo lo Robado.

¿Cómo se puede pretender “purificar la vida pública” corrompiendo el lenguaje y los conceptos así? Los países que han reducido la corrupción lo hicieron vía el fortalecimiento de la legalidad y las capacidades institucionales del Estado; no con cruzadas verbales por misiones etéreas. No existen datos objetivos para evaluar la efectividad de la demagogia contra la maldad; sí es evidente que la realidad sigue ahí, como el dinosaurio de Augusto Monterroso.

No se trata de cambiar la condición humana, sino de afianzar el Estado democrático de derecho.


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Uno de los peores desempeños económicos entre 195 países

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Lo más relevante en relación con la estimación para la economía mexicana del Informe de Perspectivas de la Economía Mundial del Fondo Monetario Internacional, publicado el 13 de octubre, no es que mejore el pronóstico respecto a la actualización de junio, de -10.5 a -9% este año y de 3.3 a 3.5% el próximo. Mucho más valioso es, como recurso para ubicarnos, la comparación con 194 países. Lamentablemente, ahí quedamos muy mal.

En realidad, nadie sabe cuándo saldremos de la crisis de salud para tener alguna certeza sobre la salida de la crisis económica. En esas condiciones, el margen de error predictivo pasa de las décimas de los años normales a los puntos porcentuales de un año como éste, que el propio FMI califica como el de la peor crisis desde la Gran Depresión y de “un ascenso largo, desigual e incierto”. Es más útil revisar la posición relativa vs. los demás países. Sobre esa base, no únicamente ponderar la caída de este año y el repunte del próximo, sino en qué estado nos sorprendió la pandemia y cómo pinta el mediano y el largo plazos.

Si hacemos ese ejercicio, no sólo presentamos uno de los peores perfiles del ciclo recesión-recuperación entre economías grandes y emergentes, incluyendo a otras más atrasadas o de menor tamaño, pero significativas por población u otros factores de peso. Quitando a naciones que no están en el FMI o de las que no hay datos, como Cuba o Siria, así como a las que enfrentan calamidades como guerras o caos y penuria económica previos, podemos concluir que, contrario a lo que se nos dice desde las conferencias presidenciales mañaneras de que somos casi un ejemplo, estamos entre los tres países con peores datos, junto con Argentina y Ecuador.

De 195 economías, 38 presentan un pronóstico de caída de -9% o más, el 19%. De estos, 12 son países insulares, la mayoría dependientes casi completamente del turismo. Como Fiyi, que caería -21% este año, o Aruba. Unas seis naciones grandes enfrentan situaciones bélicas o de Estado fallido, como Libia, en guerra civil y que se desplomará 66% este año; Zimbabue, que ha tenido el menor Índice de Desarrollo Humano del planeta; o Venezuela y su tragedia: contracción de -35% en 2019 y -25% este año.

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Imagen: Pexels.

Si al grupo restante le sustraemos otros siete países pequeños que por circunstancias diversas han visto acentuada su recesión, desde el rico Macao hasta nuestro vecino Belice, quedarían 13 economías de más peso, ya sea por su tamaño o relevancia internacional, y a eso añadimos naciones hermanas. Las cito por orden de su PIB: India, Reino Unido, Francia, Italia, España, México, Argentina, Portugal, Perú, Grecia, Ecuador, Panamá y El Salvador.

De esos países, 11 tendrían contracciones superiores a la nuestra (la excepción es El Salvador, con -9%). Nuestro hándicap está en las otras dos variables: de dónde venimos y a dónde vamos. Resalta el caso de India: cae -10.3%, pero se recupera en cerca del 9% en 2021 y crecería casi al 8% en promedio anual en los próximos cinco años. 

Hacia atrás, los únicos de ese grupo que llegaron al año del Covid-19 con números rojos somos nosotros y los argentinos: 0.3 y -2.1% en 2019, respectivamente. Ese año, sólo 17 de los 195 países experimentaron una contracción.

Hacia delante, los países de la selección que presentan los rebotes menos vigorosos en 2021, contraponiendo caída y repunte, somos, en orden ascendente, Argentina, Perú, Ecuador, España, México, Italia y Grecia. De ese año al 2025, con un promedio anual de 2.4%, nosotros tendríamos el rendimiento más bajo, sólo por encima de Italia y Ecuador.

Así, aunque Perú se precipita casi -14%, retomaría su dinámica de los últimos años con un crecimiento sólido de cerca del 5% hasta 2025. España, con el que tanto nos compara nuestro presidente, aparte de solicitarle una disculpa por la conquista de Tenochtitlan, se desplomaría casi -13%, pero después avanzaría casi al 4% anual. Estos países sí lograrían esa tasa que se nos prometió para superar el “crecimiento mediocre” del “periodo neoliberal”.

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Imagen: El País.

Claro, eso era antes de que oportunamente se adujera que los datos que importan no son los del PIB, sino los de la felicidad del alma. Como sea, con los del FMI, comparables para todo el mundo, quedaríamos entre los cinco países de cierto tamaño con un panorama económico menos favorable o más sombrío, según se quiera ver al vaso medio lleno o medio vacío.

Quizá por encima de Argentina y Ecuador, ambos con contracciones de -11%, aunque el primero tendría un crecimiento ligeramente mayor a mediano plazo y el segundo apenas se salvó de una recesión en 2019. Los otros dos serían Italia y Grecia. El primero cae casi -11% y presenta un panorama similar al nuestro hacia delante, pero es un miembro del G7; en cuanto a Grecia, quedaría cerca del -10% este año, pero luego crecería al 3.3% en promedio anual.

De cierta forma, para ubicarnos y, sobre todo, movilizarnos, bastaría con los datos de todos los países emergentes y en desarrollo: 3.7% en 2019, -3.3% en el año de la pandemia, 6% en el de la recuperación y 5.1% en los próximos cinco años. El doble que México en todo.

Si no hacemos más, el sexenio de la Cuarta Transformación acabaría con un saldo de franco estancamiento en términos de crecimiento: 0.13%. Muy por debajo del 2% de los últimos 20 años y tres sexenios. Claro, en ninguno enfrentamos una crisis global como ésta, aunque sí recesiones en 2001 y 2008.

Esa sería otro debate. Por ahora, desde la perspectiva económica convencional, si bien quizá no desde algún paquete de “otros datos” de “economía moral”, en este sexenio el PIB por habitante descendería más de 5%, para acabar como estábamos hace unos ocho años. En suma, con una economía más chica y más pobre. Hay alternativas: el propio FMI acaba de recomendarnos algunas, paradójicamente más alejadas del canon neoliberal que varias de las seguidas por nuestro gobierno. Hablemos más de realidades y soluciones: definitivamente es más productivo que la polémica sobre el penacho de Moctezuma o una consulta constitucional con una pregunta sin sentido.

desempeno economico

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La decisión de la Corte: Simulaciones y concesiones

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El dictamen más certero que he encontrado sobre la decisión de la Suprema Corte de Justicia de admitir como constitucional una consulta que claramente no podía serlo, a través del truco de cambiar la pregunta hasta dejarla desprovista de cualquier sentido e incluso de lógica en su sintaxis, es el que hizo en Twitter el escritor Jorge Volpi. Lo que califica como “el peor de los mundos posibles”: a los críticos, les confirma la sumisión del Poder Judicial al Ejecutivo, mientras que a los promotores se les ofrece el sucedáneo de una redacción abstracta y anodina.

Para la nación, lo que queda son sombras ominosas sobre el Estado democrático de derecho y la vigencia de la división de poderes. Todo eso, más lo penoso y frustrante de ver que, en medio de una de las coyunturas más difíciles de nuestra historia contemporánea, cuando miles mueren por el Covid-19 y enfrentamos la peor recesión económica en décadas, la agenda pública se concentra en un expediente que no puede ser visto sino como distractor, maniobra de manipulación o ritual de simulación.

Algo que no va a servir para combatir la impunidad (tal vez incluso sería lo contrario), pero sí para polarizar más a nuestra sociedad. Y no para discutir sobre las prioridades más urgentes.

No se puede esperar mucho más de una pregunta que nos pide decidir si estamos o no de acuerdo en que se lleven a cabo “acciones pertinentes” –sin especificarlas– para esclarecer “decisiones políticas” –sin que sepamos cuáles– “tomadas en años pasados por actores políticos”. Ni siquiera hay un periodo ni personajes o grupos concretos a evaluar. Conforme a esa redacción, podrían ser las decisiones de los últimos presidentes o las de Antonio López de Santa Anna cuando México perdió la mitad de su territorio.

Constitución política mexicana, consulta popular
Imagen: Panorama Cultural.

Con esa redacción, la pregunta no puede ser tratada sino como una simulación: una forma de tratar de darle la vuelta a los problemas y quedar bien con unos y con otros, con la ilusión de salvar cara. Con ese precedente, la consulta apunta justo a lo mismo: a ser un simulacro más que un auténtico ejercicio de participación ciudadana.

Cómo nos hace falta en México deshacernos de esos usos y costumbres de no decirle al pan, pan, y al vino, vino, y dejar de sustituir la responsabilidad por juegos de palabras. Como afirmó uno de los ministros que rechazaron la constitucionalidad de la consulta: la justicia no se consulta.

Si se conoce de algún delito, lo que procedería, por parte de las autoridades como de cualquier ciudadano de a pie, es denunciarlos, sin necesidad de preguntar al pueblo si está de acuerdo o no. Y si ya no se trata de un juicio, sino de una comisión de la verdad, como ahora nos dice el presidente de la Corte, primero tendríamos que tener claro de qué verdad se habla.

Como ciudadano, uno entendería que, ante un plebiscito o un referéndum, los ciudadanos votan para decidir entre A o B, o bien para que se haga algo o no se haga. ¿Cuál sería el resultado vinculante en este caso? ¿A qué obligaría el sí y a quién?

Ministros de la Suprema Corte de Justicia
Imagen: fundacionjusticia.org.

Ya no es una consulta sobre justicia, lo que habría sido una aberración según la mayoría de los constitucionalistas. Perfecto, pero si lo que se plantea es un ejercicio de “memoria histórica” y “reconstrucción del pasado”, como se defiende ahora, ¿por qué no ponerlo tal cual? Por ejemplo: ¿Está de acuerdo o no en que se cree una comisión de la verdad, conformada por ciudadanos con X características y designados por Y método, para esclarecer los asuntos A, B y C, cuyos resultados determinan las acciones D, E y F?

Para hacer algo así no se necesitaría ir a una consulta que costará 8 mil millones de pesos en tiempos de “austeridad republicana”, pero al menos habría un propósito y un probable beneficio para el país. Más allá de lo inoportuno, en medio de una crisis nacional, podría ser que ese proceso sí sirviera cuando menos para entender y dar paso a alguna reconciliación, como fue siempre la intención de Nelson Mandela con el desmantelamiento del apartheid. Sin embargo, lo que tendremos no es ni una cosa ni la otra, sino todo lo contrario, como diría el clásico. Malabarismo para conciliar lo inconciliable. Instrumento de uso político que distrae de lo relevante en el aquí y ahora.

Sin necesidad de ser abogado, uno entendería que el trabajo fundamental de una Corte Suprema es revisar la constitucionalidad de actos, decisiones, derechos o leyes; no especular sobre el sentir de la gente o interpretar el momento de la historia que podamos estar viviendo. Mucho menos complacer a otro poder o apoyarlo en su proyecto.

El derecho a la democracia participativa no tendría por qué demeritar el principio fundamental de las democracias modernas de la separación de poderes: cada cual sus facultades y obligaciones específicas. Las de una Corte independiente y digna son muy distintas a la creatividad narrativa para esquivar un conflicto con acertijos.

Urna y votos, SCJN
Imagen: 4 Vientos.

A la pregunta original con elementos atentatorios contra derechos humanos básicos, como la presunción de inocencia y el debido proceso, así como contra principios jurídicos elementales, como el que las causas judiciales no pueden resolverse por preferencias populares, se saca del sombrero otra pregunta que no dice nada y, por tanto, es absurda.

¿Ése es el papel de la máxima instancia del Poder Judicial de un país de 130 millones de habitantes, con una de las 15 economías más grandes del mundo y una larga historia de aspiraciones democráticas y por las libertades fundamentales?

La democracia no es algo que se resuelva para siempre. Es una forma de vida, de todos los días. Que se reproduce con actos concretos y decisiones puntuales. Esta democracia de la Corte definitivamente no va en ese sentido.