El pasado 10 de diciembre se conmemoró el Día Internacional de los Derechos Humanos, definido desde sus orígenes como un espacio para la reflexión en un “tiempo concreto” en torno a repensar las posibilidades de avance-retroceso de nuestros estados-naciones contemporáneas en relación al cumplimiento de los propios “deberes” institucionales que garanticen el disfrute de las garantías inherentes a cada individuo; aun a pesar de las diversas discrepancias, producto de las disparidades ideológicas, que se materializan en la construcción dialéctica y exigencia de los mismos.
Nuestros países en el orbe han “padecido” a lo largo de la historia “tensiones” de diversa naturaleza que se concretizan en la permisión-represión de los comportamientos ciudadanos, que ha sido tolerado por las empatías y antipatías con los regímenes de turno. Aquí es cuando cabe soslayar la idea de que “no hay verdad absoluta”, pues siempre hay disparidades en la gestión de los diversos asuntos que acaecen cotidianamente en la sociedad.
Al respecto, en febrero de 2017, en un escrito de opinión periodística María Clara Ospina, retomaba pensamientos cartesianos y reinstalaba la idea de que “El criterio de la verdad es la evidencia y su contenido es la sabiduría como ciencia”. Esto indudablemente debe hacernos pensar –en mayor o menor medida– que la insatisfacción de los derechos de nuestro “prójimo” pasan en un principio por el “olvido” de “el otro”, el cual no es conocido a través de una interrelación concreta, sino por medio de lo difundido mediática o socialmente en nuestra era.
En ese sentido es que si desde nuestras propias capacidades personales y comunitarias inmediatas no somos capaces de gestionar ni de promover una readecuación de las propias condiciones de vida en estas ecologías comunitarias, entonces “el sufrimiento” tiende a hacerse mayúsculo en los diversos espacios socioecológicos de nuestro planeta. Y esto es porque nos movemos bajo sistemas de pensamiento limitados por la imposibilidad de recursos, visiones humano-tecnológicas de diversa naturaleza; pero, sobre todo, es porque siempre parece latente la idea de que quien sufre es por ser un “inadaptado” para “avanzar” en la “conquista” del bienestar propio y familiar.
A mi parecer, el concepto de derechos humanos debe estar precedido por la idea de igualdad en el acceso al servicio público, desligado de perversidades ideológicas que solamente aportan al bienestar de ciertos sectores socio-históricos, olvidándose de “el otro” en sufrimiento (un “doloroso” ejemplo es el caso de los migrantes de diversas nacionalidades varados en el norte de México en tiempos de la actual pandemia).
En definitiva, los derechos humanos de cada sujeto “viviente” se hacen posibles en tanto se posibilitan escenarios de respeto y “reconocimiento” de las virtudes de cada ciudadano (en tanto promotor y gestor de un intrabienestar, que trasciende después a los espacios familiares y se extrapolan en beneficio de nuestras sociedades); pero bajo una ética de impulso de los talentos de cada persona como un ideal de reivindicación de los propios espacios sociohistóricos.
Posdata: El Día de los Derechos Humanos tiene su génesis contemporáneo en 1948 cuando la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Dos años más tarde, mediante la resolución 423, la ONU ha invitado a estados y organizaciones “interesadas” a celebrar esta efeméride como “Día de los Derechos Humanos”.
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