No fui a la marcha. Me dio miedo comprometer todo un año de confinamiento, pero también me dio mucho pesar no participar con el cuerpo. A las 6:50 del lunes, previo acuerdo en redes sociales, me uní a la iniciativa de escribir en el chat de la mañanera el de #NoSoyBotNiSoyPartido, #8M. Me sorprendió la cantidad de mensajes. Recordé lo que sucedió hace un año, las jacarandas como metáforas del color del movimiento, el calor, el sentido de unidad. Salí a caminar y me encontré con gusto y no poca sorpresa ciertas acciones, tímidos actos comunicativos, que no vi el año pasado: carteles morados en las puertas de varios edificios, calles cuyos nombres fueron modificados temporalmente por cartelitos escritos a mano, mujeres de todas edades caminando solas, como yo, pero con playeras que ostentaban los principales hashtags.
Antier, no obstante, se asistió a otra jornada histórica: la continuidad a la marcha del 8M de 2020, cuando salimos a las calles hasta las más renuentes a las participaciones de ese tipo, cuando sentimos unidad e identificación, a pesar de nuestras incontables diferencias, porque salimos a reclamar por nuestra seguridad y por la justicia que, simplemente, no llega para las víctimas de violadores y feminicidas. Dadas las condiciones del confinamiento voluntario y el peligro de contagios, me llamó la atención no recibir información desde la semana previa sobre qué haríamos para apoyar quienes decidiéramos no salir. La información tardó en llegar, pero finalmente se hizo presente, y a raudales, máxime a raíz de la colocación de las vallas en torno al perímetro del Palacio Nacional desde el fin de semana. La valla fue indignante, pero la respuesta de las mujeres fue inmejorable: la escritura de los nombres de las desaparecidas, la colocación de las flores, la creación de un memorial efímero (paradójico, pero cierto) que dio un impulso a la simbólica del movimiento y que generó, desde luego, todo tipo de reacciones adversas, pues ese aparato de “defensa y protección del patrimonio”, como se dijo que era, aparecía, en realidad, como una fortaleza de la estulticia, la necedad y la represión ciega.
Quizá los eufemismos resultaron más ofensivos y provocadores que nunca: “el muro de la paz” es una designación indignante, para propios y extraños. Lo más contrastante, después de ver la represión, fueron las declaraciones que AMLO hizo en la mañanera del 9 de marzo. Acusó a las mujeres de cometer actos de “evidente provocación”, mismas que las fuerzas del orden aguantaron “estoicamente”. Al ser cuestionado por una periodista sobre su apoyo irrestricto a la candidatura de Salgado Macedonio a la gubernatura del estado de Guerrero, AMLO manifestó que “no podemos permitir los linchamientos políticos”, ya con visible fastidio, pues las imprecaciones no han sido pocas. Si no podemos permitirlos, ¿entonces por qué sí podemos permitir la impunidad y la represión?
Cerca de 22,000 personas ocuparon el espacio público este 8 de marzo. Salieron, a pesar de la pandemia, a reclamar una agenda de derechos que, en años, no se ha visto cumplida. Salieron también en otras ciudades y sin importar su edad. Cientos se acercaron a la plancha del Zócalo, a pesar de las intimidaciones de la policía y de la presencia misteriosa e inquietante de los apostados detrás de los merlones, en el techo del Palacio. Los miembros del comando “antidrones” evocaron esa imagen terrible de los francotiradores en las fotografías del 2 de octubre de 1968. Lo sé, no es equiparable y a pesar de que ayer hubo lesionadas, no se puede (no-se-puede) ya abrir fuego contra la población civil por manifestarse. Al menos algo hemos aprendido en tantos años, quiero pensar. Pero el tejido de los imaginarios crece, se intrinca y se proyecta cada vez más rápido. Sin duda, las redes sociales y las actuales estrategias de comunicación contribuyen a ello. Desde la colocación del muro, los memes no se hicieron esperar. El meme es un articulador icónico y se dispersa en segundos. Se enriquece, se resignifica, se constituye como bandera momentánea. Me dediqué a buscar y a escuchar testimonios de participantes en la marcha, de la prensa… ¿Para qué las vallas? ¿Realmente se iban a hacer tremendas afectaciones al edificio del Palacio Nacional? ¿Más que las que sufrió en el motín de 1692? ¿Para qué protegemos el patrimonio si, justamente porque es significante, se pretende vulnerar?
Se usó gas para dispersar a las manifestantes de la primera línea, por más que el gobierno local y federal lo niegue. Se filtraron, gracias a las redes y a los medios, fotografías y testimonios numerosos que dan cuenta de que la agresión provenía del otro lado del muro. Se observaron y viralizaron actos valientes y asertivos, actos hermosos que construyen una incipiente esperanza en la continuidad de los reclamos, hasta lograr que este país sea seguro para nosotras.
Al igual que en ocasiones anteriores, vi comentarios en redes sociales que me parecieron de lo más retrógrados. No, yo tampoco soy de la idea de agarrar un bote de aerosol y un mazo, pero me avergüenza no tener los arrestos para hacerlo, máxime ahora, cuando no se ve el más mínimo camino para el diálogo, el entendimiento y la comprensión de las demandas; cuando es más importante proteger la candidatura de Salgado Macedonio, convertir en una fortaleza la casa de Andrés Roemer y blindar “el patrimonio”. Me sentí igualmente avergonzada al ver la foto de una señora mayor, con su cubrebocas, haciendo una pinta en los escudos de las policías. Esto no es de edad, ni de partidismos, es solidaridad de género. Experimenté vergüenza y tristeza al saber que muchas de mis alumnas sí tuvieron el valor de ir a la marcha, pese al COVID, y que yo fui educada para no ser violenta. Claro, dicen algunos, que la violencia engendra más violencia y que “hablando se entiende la gente”, pero este gobierno ya ha dado varias, muchas muestras de no querer hablar y de permanecer montado en su macho, literalmente. Ningún cambio sustancial en la historia se ha hecho por la buena, ya se ha dicho y las revoluciones no se hicieron en una mesa de negociación. Quizá esta situación nos obligue a pensar en cómo fuimos educadas muchas de nosotras, y en cuándo vale la pena hacer una intervención más visible en el espacio público. Espero también que todas recordemos esto el próximo 6 de junio.
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