confinamiento

No aprendimos nada del encierro, ¿verdad?

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Con mucha pena veo que nuestra gente no entiende qué es o de qué se trata la sana distancia, si bien es cierto que la presión económica forzó a nuestro gobierno a abrir la cuarentena antes de lo debido por la falta de apoyos a la economía –negocios pequeños, medianos, industria, etc., tal como lo ha expresado la OMS–, es un hecho que no aprendimos nada del encierro. Es cierto que “todos” sufrimos por el confinamiento, algunos más que otros –aquí si aplica lo de “según el sapo, es la pedrada”–. El término “conciencia” no está dentro de nuestro diccionario, ya que a penas se permitió abrir ciertos espacios y la gente, la mayoría, se volcó como tsunami sin ninguna protección, al centro histórico, siendo testigos de que no existió la sana distancia.

El poco personal de la policía que se encontraba en el lugar, atendió de acuerdo a sus posibilidades con gel antibacterial y repartiendo cubrebocas, pero la cantidad fue mayor y nada se pudo hacer al respecto.

Tal como si hubieran las ofertas del buen fin o alguna barata de ésas que llaman a todo mundo y lo invitan a comprar o cuando menos a mirar, así sucedió, las fotografías que aparecieron en los medios de comunicación y las redes sociales eran de no dar crédito. ¿Cuántos infectados se tuvieron en esos actos?, se publicó un repunte, pero ¿las cifras serán las correctas?, por desgracia, ya dejamos atrás a Italia en lamentables defunciones (más de 65,000); qué pena que en eso llevemos alguna delantera versus otros países.

despues del encierro
Imagen: El Periódico.

El tema es complejo, la inactividad, el encierro, la poca distracción hace daño y provoca este tipo de actos, pero lo que no es entendible es que si bien los mayores (adultos) no quieren o no les interesa protegerse usando el cubrebocas –mal por ellos–, sí es criticable que a sus propios hijos los lleven de la misma forma, sin protección alguna. Eso de que a los niños no les da el COVID-19 es mito, y ha quedado demostrado con los niños que vemos que afortunadamente han logrado recuperarse y salir de los hospitales;, está documentado en reportajes de la televisión abierta y otras plataformas, por eso no es comprensible la actitud irresponsable de esos padres. Es cierto que aún hay muchos que “no” creen en este virus, dado que ven como las propias autoridades no utilizan ni promueven el  uso del cubrebocas –lamentable ¿verdad?–, pero no hay nada que se pueda hacer al respecto, sólo en nuestro círculo, promover, apoyar, inducir, etc., al uso de la mascarilla, será por el bien de todos. Recordemos, “me ayudas, te ayudo”, y con la esperanza de poder frenar esta pandemia porque no tenemos fecha aproximada de cuándo se terminará (si es que se termina), y se habla de nuevos brotes en diferentes partes del planeta, pero de una cepa diferente, mucho más agresiva. Esperamos sean fake news, ya que ningún medio prestigioso lo ha declarado o corroborado.

Las noticias que llegan son súper encontradas, en algunas dicen que la vacuna rusa no es efectiva, en otros casos sostienen que sí lo es. El tema es que en nuestro país, si bien nos va, será la vacuna que se está desarrollando por la fundación Carlos Slim y el laboratorio AstraZeneca, pero no tenemos fecha aún de su posible disposición en nuestro territorio, esperemos sea pronto y que se logre parar las lamentables defunciones.

Dentro de esa falta de conciencia que se debió aprender durante el confinamiento, está el hecho de que los “cafres” siguen siendo iguales, las pocas veces que he tenido que salir por alimento o medicinas, he notado como si fuera terapia para el confinamiento, el ir peleando con todo mundo, acelerando, no respetando altos, topes, pasos peatonales –se les olvida que no nacieron en auto y que al bajarse del mismo, pasan a ser peatones–, en cuanto se pone la luz verde del semáforo, empiezan los pitidos de los cláxones, sin importar si hay gente cruzando y, mucho menos, si es de la tercera edad o tiene alguna discapacidad. Es increíble, el encierro ha afectado más en esas dimensiones, en la conducta de la gente –afectó como pasa cuando se ha mantenido a algún animal en una jaula y de repente se le deja libre, no sabe qué hacer y corre desesperado hacia todos lados, sin importar lo que se cruce en su camino–.

post confinamiento
Imagen: Ciudad CCS.

Algo que me inquieta de verdad es el anuncio que pese a “todo” lo que estamos viviendo, se vaya a dar el clásico “grito de Independencia”, no me imagino a nuestra gente guardando la sana distancia de un metro entre sí, usando su cubrebocas como mínimo, ya que muy pocos serán los que hagan caso y lleven sus caretas, será imposible su control y el tema vendrá después si hay un repunte de contagios. Por un lado, recomiendan “quédate en casa” y, por otro lado, se anuncia como cualquier año, que habrá grito por todo lo alto. No es nada coherente, estaremos provocando que este tema del COVID-19 se extienda mucho más tiempo y considero que con la salud del pueblo no se juega. Veremos el resultado, sólo espero que no sea dar pasos atrás de lo poco logrado.

Por si fuera poco, el tema no queda ahí, habrá grito y también desfile militar, no tentaremos a la suerte una, sino dos veces, la cuestión es ¿por qué?, ¿no basta la cifra impresionante sobrepasada del escenario catastrófico de 60 mil defunciones?, ¿no importan los deudos?, ¿su pena?, ¿es más importante enseñar nuestro armamento?, ¿nuestras fuerzas armadas?, ¿de verdad?

Lo he comentado en varias ocasiones, el tema toral de nuestro país es educativo, de principios. No los hay. Quizás en el pasado los hubo, pero hoy no existen; hasta que no exista un cambio real en la educación tanto en casa como en las aulas –ya que es un trabajo en conjunto y ninguno de nosotros debemos dejar de hacerlo–, seguiremos comportándonos así, sin respeto, sin civilidad y, como consecuencia, la agresión seguirá en todos los niveles y estratos sociales.

Ustedes tienen la última palabra. Nos seguimos leyendo, si les parece.


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Como es afuera es adentro

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Desde la azotea de la casa se ve la plaza del pueblo, un jardín en donde los viejos observan a la gente entre dos juegos de ajedrez. En donde los niños se roban las naranjas de los árboles cuando el jardinero está distraído y los novios se encuentran a la salida del trabajo. Los sábados, un tianguis la asfixia.

Desde la azotea, también se ve el campanario que ahora se usa cada vez más para replicar los dobles, ese lamento de campanadas largas, tristes, que anuncian la muerte de alguien. Se ve el atrio de la iglesia, con la cruz de cantera para persignarse antes de entrar. A las mujeres que llegan tarde, pero guapas; a los hombres de botas relucientes. A las jóvenes furtivas que voltean de un lado a otro antes de entrar a pedir un milagro. Al cura que barre él mismo la calle; al sacristán y a los monaguillos.

Es un pueblo lleno de vida que, un día, se quedó vacío. Las puertas de la iglesia se cerraron y la plaza se acordonó. Las hojas de los árboles se acumularon en las esquinas.

pueblo solitario
Ilustración: Leonid Afremov.

La casa de la azotea con vista al pueblo también se vació. Sólo quedó un matrimonio que la cuidaba desde hacía años. Acostumbrados al movimiento en los pasillos, al escándalo a la hora de las comidas y a las risas de los niños, los días les parecían eternos. Él leía libros de herbolaria, ella bordaba. Tenían prohibido salir más allá de la única tienda abierta en el pueblo. Compraban lo necesario para la semana y regresaban al encierro. El virus que azotaba al planeta se había adueñado de sus vidas. Aprendieron a llenar horas muertas y a buscar consuelo en pequeñas ilusiones. Por las tardes, subían dos sillas a la azotea y esperaban a que pasara el cura por el atrio para platicar un momento con él a gritos.

Pasaron los meses y, al igual que el anciano matrimonio, la gente del pueblo empezó a acostumbrarse a las nuevas rutinas. Los trabajadores del campo eran los únicos que salían con libertad. En las calles vacías, notaron cosas que nunca habían visto: una huerta detrás de un muro de piedra o macetas llenas de flores en una fachada. En las casas, los niños inventaban mundos para escapar del aburrimiento.

Hace unos días, el delegado anunció que ya se puede dejar el encierro. Pero algo cambió en el interior de la gente. Ya nadie quiere salir. Se ha hecho costumbre oír la misa por altavoz y los trabajadores del campo le han tomado gusto a las reuniones en familia. El matrimonio con vista a la plaza ha puesto una sombrilla en la azotea. Desde ahí observa, como un teatro, los encuentros de los novios, los únicos humanos en las calles repletas de pájaros que le han perdido el miedo a los hombres.

Encerrado en la mente por el COVID-19

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El 23 de marzo del 2020 inicia en México la Jornada Nacional de Sana Distancia, el resguardo para algunas personas comienza unas semanas antes o después, pero en general, una gran parte de las personas de este país ha permanecido muchas semanas o meses confinada dentro de sus casas. Este llamado significa un cambio en la rutina y hábitos de las personas, por la restricción de permanecer dentro del hogar o por la incertidumbre ante el posible contagio al salir a la calle.

Diversos estudios señalan que el aislamiento tiene efectos negativos: depresión, ansiedad, estrés, bajo estado de ánimo o la ira. Debido a que somos seres sociales requerimos la interacción para desarrollarnos, la comunicación y el trabajo conjunto son fundamentales en nuestra especie para evolucionar y mantener nuestra estructura social. Hoy vemos cómo lo anterior se manifiesta en rasgos de intolerancia y violencia en los miembros de la familia, entre otras cosas.

Las dinámicas por permanecer en casa o por salir a trabajar en escenarios diferentes implican un violento y profundo proceso de adaptación como especie y sociedad. La falta de certidumbre por la estabilidad del hogar, el trabajo y entorno, nos muestran de frente un rostro que no estamos acostumbrados a ver: la fragilidad y vulnerabilidad de la vida.

encierro en la mente
Ilustración: Tim Mack.

La fragilidad y vulnerabilidad la enfrentamos todas las especies cada día, es el rasgo más primitivo de todo organismo. “La Subsistencia de la Especie” lo hacemos adaptándonos a nuestro entorno. El virus COVID-19 pone a prueba la capacidad de nuestro sistema inmune y es parte de esa capacidad de adaptación; es el resultado de millones de años de evolución y no es algo que podamos controlar, se va construyendo en cada generación. Sin embargo, las condiciones actuales de interacción están poniendo a prueba otro de los elementos de adaptación que nos ha permitido subsistir: nuestra mente.

El verdadero encierro no sucede dentro de los muros de nuestra casa, el verdadero encierro lo estamos viviendo en nuestra mente. La forma en que decidimos y reaccionamos se construye por la acumulación de conocimiento y experiencias vividas, actuamos en función de lo aprendido, tomamos decisiones con referencia sobre aquello que nos ha funcionado y nos ha sido positivo. Hoy no tenemos experiencia o referencias positivas por estar confinados en un espacio único con el mismo núcleo social, por tanto, reaccionamos negativamente a aquello que no conocemos y es amenaza para la subsistencia. Hablamos de la parte basal de nuestras emociones, no hay expresiones de inteligencia o raciocinio, sólo emociones primitivas.

Existen varias clasificaciones para las emociones básicas, pero un buen compendio contempla las siguientes: miedo, rabia, alegría y tristeza; al ser basales se originan en las partes más primitivas del cerebro y son difíciles de controlar por las funciones superiores del pensamiento. Las emociones básicas afloran principalmente cuando el individuo sufre alguna condición de vida que afecta la estabilidad de su proceso de vida diario, lo que podemos definir como nuestra normalidad. Cuando ésta cambia nos vemos expuestos a estos impulsos que se generan en los primeros rasgos evolutivos del ser humano.

encerrado en la mente
Ilustración: Anton Finch.

Los cambios y alteración de la normalidad como la conocíamos provocan que las emociones básicas afloren sin control, al ser exacerbadas nos llevan a rangos de conductas patológicas entre las personas que conviven por periodos prolongados. El estar encerrados con nuestra mente es por mucho, más expuesto y peligroso que algunas condiciones de riesgo físicas, nuestra mente es capaz de ajustar la realidad a una ficticia y provocar que las percepciones de lo que sucede a nuestro alrededor se vea en ópticas amenazantes o surrealistas que no son ciertas. El cómo procesamos los acontecimientos puede hacernos pensar –desde una consciencia primitiva– que la subsistencia de nuestra forma de vida se ve amenazada y por eso reaccionamos instintivamente. Esto es más común de lo que pensamos, la súbita irritabilidad, depresión o euforia sin motivo forman parte de estos rasgos, son las reacciones que estamos viendo en la sociedad cada día.

Mucha información y artículos relevantes nos dan consejos sobre cómo sobrevivir el encierro, el astronauta retirado de la NASA, Scott Kelly, enumera siete importantes: seguir un horario, tomar pausas, salir del espacio de las paredes, tener un hobby, estar en contacto con otras personas, escribir un diario y escuchar a los expertos. Estos pasos o similares son importantes para llevar en forma sana el proceso de resguardo que se puede prolongar.

Sin embargo, el factor más importante que debemos considerar para poder salir avante de este gran reto social y personal que implica el encierro, es estar consciente de:

Aceptar la nueva realidad, no volveremos en el corto plazo a la normalidad como la conocíamos y tal vez nunca suceda.
Entender, racionalizar y aceptar aquellas condiciones que nos preocupan más y tratar de buscar opciones.
Adaptarse, ante un entorno cambiante las especies que subsisten son las que mejor se adaptan.
Buscar apoyo, ser escuchado y escuchar otras perspectivas nos ayudará a encontrar soluciones.
Actuar, la inacción no va a resolver nada.


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Sueños de la pandemia

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Que turbas incontroladas profanaran las efigies de Edward Colston en Bristol y de Su Graciosa Majestad Leopoldo II en Bruselas, no significa que los desenfrenos imperiales de la pérfida Albión o el genocidio de la casa real belga en el Congo vayan a ser colocados en el patíbulo del juicio histórico.

No señor. Tampoco creo que la ola de contrición que barre a la Europa pandémica por sus pecados coloniales amenace a la Civilización Occidental.

De ninguna manera estoy en las filas radicales. Mi estado de ánimo refleja el humor que nos asesta el maldito coronavirus y el apando al que nos confinó. Mi talante, como escribí en este mismo espacio poco ha, como el del león de Lugones:

Grave en la decadencia de su prez soberana, / sobrelleva la aleve clausura / de las rejas, / Y en el ocio reumático de sus garras ya viejas / la ignominia de un sordo lumbago lo amilana.

No me importa la súbita y culposa conciencia de que los hospitales, iglesias, escuelas y residencias para mendigos y ancianos que Edward Colston edificó en su ciudad natal hayan sido financiados con la sangre de los 80 mil esclavos que vendió al Nuevo Mundo.

esclavitud
Ilustración: Romy Blümel.

No siento simpatía alguna por quienes hoy se retuercen las manos por las almas de las 15 millones de personas que fueron víctimas de la avaricia y la estupidez de Leopoldo II, cuyas hazañas fueron financiadas con el dinero mexicano de su hermana Carlota, nuestra “emperatriz”.

Ya hace 300 años el gran poeta de la Ilustración Juan de Iriarte se encargó de desvelar a los filisteos que medran con la falsa filantropía:

El señor don Juan de Robres, / con caridad sin igual, / hizo este santo hospital… / y también hizo los pobres.

Por fortuna hay temas de mayor relevancia en la vida de un columnista. No aludo a la casta sagrada de los analistas políticos, fauna integrada, con las excepciones de rigor, por individuos a quienes se puede aplicar la sentencia que alguna vez el Poeta asestó al Cronista, con mayúsculas en ambos casos puesto que hablo de ya-saben-quién: escribidores de ocurrencias, no de ideas.

Me refiero a la curiosidad intelectual, la capacidad de asombro, de gozo por las minucias del lenguaje y disfrute del conocimiento por el conocimiento mismo, lejos de lo solemne y lo pomposo.

Por ejemplo, soy de los que piensan que La familia Burrón es un espejo de los mexicanos y que Gabriel Vargas fue tanto o más sociólogo que Samuel Ramos.

Propuse semejante iconoclasia hace algunos años en El Nivel, aquel templo en donde Pancho Liguori repartió dones y epigramas y capitaneó a Los Nivelungos. Provoqué una conflagración y presto se me echó del ateneo.

A ciencia cierta no me explico qué sucedió. Un mentecato de cuyo nombre no me quiero acordar se inflamó cuando lo reté a que diera el nombre de la mamá de Foforito Cantarranas, hijo natural de don Susano y adoptivo de los Burrón… y respondió que la Divina Chuy. ¡Hágame usted el favor!

suenos pandemia
Ilustración: Gabriel Vargas.

Grotesco. Foforito no tiene madre, nunca la tuvo. A Gabriel Vargas, el genial autor de la historieta, se le olvidó. Así como lo escucha. “Cuando me di cuenta ya habían pasado varios números y de plano no moví las cosas”, me dijo en una entrevista en el 2001.

¿A usted le parece un dato inútil? Cierto que no contribuye a la paz mundial ni alivia los niveles de ozono en la atmósfera, ni combate al coronavirus y menos atempera los arrestos del güero color mostaza que habita a orillas del Potomac.

Pero caray, no puede uno andar por la vida creyendo que el joven ayudante de “El Rizo de Oro” es hijo de aquella bailarina de dudosa fama y peor conducta. Es como disertar sobre los Burrón sin saber el nombre del perro de la familia o el apodo del hijo mayor. O sostener que Avelino Pilongano alguna vez trabajó.

Yo no creo que sea una necedad saber que el nombre completo del Pato Donald es “Donald Fauntleroy Duck”, que las jirafas se limpian las orejas con la lengua, que los delfines duermen con un ojo abierto, que el ojo de una avestruz es mayor que su cerebro, que los diestros en promedio viven nueve años más que los zurdos, que el músculo más poderoso del cuerpo humano es la lengua, que es imposible estornudar con los ojos abiertos, o que el “cuac” de un pato no produce eco.

De tarde en tarde este diletantismo intelectual arroja luz para entender hechos “serios”. Por ejemplo, si la industria aérea gringa ahorró miles de dólares con sólo eliminar una aceituna en cada ensalada servida a los pasajeros, ¿queda clara la importancia de ahorrar medio dólar en cada barril de petróleo aunque ello signifique invadir un país y la muerte de miles de soldados y civiles?

Es incalculable el dinero, el tiempo, la energía y el talento que se destinaron a la producción de las bombas atómicas que calcinaron a cientos de miles de seres humanos en Nagasaki e Hiroshima.

¿Por qué no haber domesticado esa energía en beneficio de la especie? Un kilogramo de masa así transformado equivaldría a 25 mil millones de horas kilovatio de electricidad. La energía contenida en una pasa es suficiente para abastecer durante un día a la ciudad de Nueva York.

sueno pandemia
Ilustración: Sam Falconer.

Sí, la curiosidad intelectual es un virus que inocula conocimientos inútiles. ¿Ejemplos?

Millones de árboles son plantados accidentalmente por ardillas que entierran sus nueces y luego no recuerdan dónde quedaron. Así como la mala memoria de estos animalitos es una contribución directa a la oxigenación, la glotonería de los ratones voladores que conocemos como murciélagos permite la abundancia de frutas: hay semillas que primero tienen que pasar por el intestino de uno de estos quirópteros para germinar. Piénselo la próxima vez que le meta diente a un mango.

 Comer una manzana es más eficaz que tomar un café para mantenerse despierto.

Nadie es capaz de tocarse el codo con la lengua.

La miel es el único alimento que no se descompone: las ofrendas de miel de las tumbas de los faraones podrían endulzar los jotquéis del desayuno de los arqueólogos.

De todo el helado que se vende en el mundo, un tercio es sabor vainilla.

La “j” es la única letra que no aparece en la tabla periódica de los elementos.

Una sola gota de aceite de motor puede contaminar 25 litros de agua potable.

Además del hombre, los únicos animales capaces de reconocerse en un espejo son los chimpancés y los delfines… y ciertos políticos.

Reír durante el día permite descansar mejor en la noche.

Espero haber demostrado uno de tantos peligros del encierro de la pandemia. Es todo.

Juego de ojos.

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COVID-19, fin de julio, 2020

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Los políticos

Más de cuatro meses confinado. Ni siquiera mis padres me habían aplicado castigos tan pesados de soportar. Aquí en Colombia los políticos tomaron decisiones basados en sus expertos, sin que sepamos quiénes son sus expertos y me consta que un experto, el Doctor Patarroyo, dejó de serlo, porque aparentemente remaba contra la corriente. No dudo que oscuros intereses empujan a los políticos a la toma de decisiones incorrectas o incompatibles con el bien del pueblo.

El 19 de mayo escribí al alcalde, con relación al proyecto de prolongar el aislamiento hasta el 7 de junio: No alarguen el aislamiento. De continuarlo sería una absoluta muestra de falta de consideración y respeto por parte de quienes gobiernan el país. La medida no nos protege, nos mata.

A continuación, también escribí: Lo primero que se hace es trabajar sobre la educación de las personas, a mantener distancia, a usar tapabocas y por supuesto, aplicar vigilancia al cumplimiento. No saliendo de mi casa desde el 16 de marzo, estoy inhabilitado para opinar si se cumple esa básica medida.

covid 19 julio
Fotografía: Joy Malone -Reuters.

No se educó a nadie, hoy mismo, mientras espero el ascensor, sale una vecina sin el tapabocas y al emitir una protesta se ríe y cuando la interpela el vigilante del edificio, igualmente. En esa fecha la situación local aún era buena, aunque se notaba un incremento de los enfermos en los barrios vulnerables, como se denomina hoy a los barrios pobres, carentes de todo. No recibí respuesta, volví a escribir el 28 de mayo porque se hablaba de prolongar el confinamiento hasta el 31 de agosto y comenté: Sin duda la prolongación del confinamiento hasta el 31 de agosto no me favorece y por supuesto incrementa otros peligros y, entre todos, el más importante, la pérdida absoluta de confianza en los dirigentes, tal como dice la nota: Según el profesor, “el verdadero virus fue el virus del pánico” –del que fueron presa líderes mundiales por razones que no le “quedaron claras”–, a lo que se unió “una gran falta de debate”.

En una interesante nota del New York Times agregué al final datos de mi zona de residencia, que califican o más bien descalifican a las autoridades: la población de Atlántico es aproximadamente 2.6 millones, un 5% o un poco más de la población del país. 33.7 de un total de 150 casos confirmados, significa más del 22.5%, y en cuanto a muertos, 1,868 sobre 5,307, representa más del 35%. Sin duda Barranquilla es la zona roja. En lo personal, considero que la responsabilidad es de las autoridades que no prestaron atención al desarrollo de la enfermedad y a la falta de disciplina de la población, que en parte surge de la pobreza.

Para finalizar con este punto, una nota de la televisión alemana del día de hoy plantea “¿A quién creer? A los políticos o a los médicos”. Lo mejor, sigo sosteniendo, es aplicar normas razonables de higiene, utilizar tapabocas y mantener distancia. No creería que sea un pecado que me siente a conversar con un amigo, a un metro de distancia, llevando un cubrebocas.

covid 19 julio
Fotografía: Francis Mascarenhas – Reuters.

Mi COVID-19

Mi propia experiencia es aleccionadora porque todo lo que había escuchado durante estos meses sobre el gran negocio de la pandemia que llegó incluso a las funerarias, lo he vivido en carne propia y eso descalifica a los servicios de salud. Que sea claro, yo no pagué nada por el siguiente relato, pero sin duda la EPS (Entidad Promotora de Salud, empresas dentro del Sistema de Salud en Colombia) ha pagado por los servicios que me han brindado y por lo tanto me temo que detrás de todo eso hay una negociación.  Pongo fechas para poner las cosas en proporción, incluso posiblemente, mi propia histeria.

El domingo 28 de junio tuve un dolor de garganta que estimé provenía de haber tomado una bebida sumamente fría, al aire libre, después de la lluvia. De dos a tres días estuve con remedios caseros que no ayudaron, fuimos a la EPS el 2 de julio y nos atendió un médico vestido como un astronauta al que no le vi la cara. Diagnosticó faringitis aguda y me recetó antibiótico y otro medicamento. No hubo mejora y al tener serias dificultades para tragar, volvimos el día 4 donde otro médico diagnosticó amigdalitis aguda y cambió la medicina. Ambos médicos manifestaron que no tengo COVID-19. El 5 de julio en la tarde tuve fiebre, estimo ahora que estuve deshidratado por la falta de bebida y por recomendación fuimos a urgencias de la EPS. Desde el comienzo, aun antes de los análisis, me trataron como si tuviera COVID-19, estuve un día en observación y como ahí no hay internación, me derivaron al hospital que construyeron para atender COVID-19. Al llegar allí solicité retirarme bajo mi responsabilidad hasta que entregaran el resultado del análisis. El resultado tardó 10 días, fue negativo, luego me hice otra prueba para verificar que no me contagié estando en tratamiento con enfermos del virus. Negativo también.

Obviamente el relato debería ser más detallado, pero mi intención es denunciar la calidad de los protocolos y la existencia de intereses ajenos al bienestar público.

En la urgencia me pusieron antibiótico vía intravenosa y eso estimo me quitó el dolor y me curó.

Los vínculos

Me acompaña la sensación que hay un alejamiento de todos los vínculos, la intensidad de los contactos se fue diluyendo con el tiempo. La falta de novedades limita los temas a conversar y si tomamos en cuenta que la mayoría de las personas no suelen compartir detalles de su intimidad, nos queda solamente comentar el color del tapaboca utilizado ese día. En estos 4 meses nadie me comentó su situación personal, su trabajo, su economía. ¿Puedo sentirme mal por eso? En realidad, yo tampoco he contado nada de mí.

covid 19 julio
Fotografía: Ricardo Maldonado Rozo – EFE.

Puedo manifestar que con mi esposa llevamos una rutina saludable y nos manejamos con buenas ondas. Económicamente al no tener que trabajar, precisamente gastamos menos, ya que no visitamos restaurantes, no invertimos en combustible del carro y también comemos mucho menos para evitar engordar. Personalmente bajé varios kilos, por lo menos 6-7, y no puedo decir más porque, sinceramente, negaba mi peso real.

Los datos

No se puede escribir una nota sobre el virus sin mencionar datos actualizados. Prefiero relacionarme a la cantidad de muertos por cada millón de habitantes. Sin duda alguna las noticias suelen atemorizar más que la novedad y nuevamente encuentro en eso oscuros intereses. Como he manifestado en el pasado, desde un comienzo el COVID-19 se perfiló como un virus que no es el más agresivo, no es el más mortal y que la mayoría de las personas pueden enfermarse como de una gripe, pero no morirse.

Desde un comienzo también era claro que la población más expuesta es la población que sufre de enfermedades crónicas, y emergente de eso queda preguntar por qué recientemente, cuatro meses después del confinamiento universal y obligatorio, limitan en Bogotá el movimiento de las personas que sufren diabetes, presión arterial y obesidad. Nuevamente un error de los políticos. Yo me cuido desde antes del decreto presidencial porque en el pasado he fumado y no sé cuánto dañé mis pulmones. La comparación con la fiebre española que liquidó entre 50-60 millones de personas tiene un solo objetivo, influir miedo, y como la gente no les cree a los políticos vemos que muchos no respetan las órdenes de confinamiento.

Al día de hoy fallecieron 657,520 personas en el mundo y hay 66,553 internados en situación crítica. Brasil con 413 muertos por cada millón y México con 341 están lejos detrás de Bélgica con 847 y UK con 674 por cada millón. Los países en los que suelo concentrar mis lecturas, Argentina, Colombia e Israel, tienen por cada millón de habitantes 68, 172 y 52 muertos, respectivamente. Por supuesto, todo depende de los datos oficiales y yo no soy responsable de ellos.

covid 19 julio
Fotografía: SWI Info.

Economía

¿Qué pasará con la economía? Realmente no sé y desconozco si alguien sabe realmente. Los intereses mencionados por mí como confusos, son demasiados, y en esta cruel lucha es difícil saber quién va a ganar. De los titulares de hoy: una empresa productora de desodorantes informó que las ventas bajaron muchísimo en este período. Realmente tampoco nosotros lo estamos usando. Moderna, un laboratorio que desarrolla la vacuna contra el COVID-19, recibió 472 millones de dólares adicionales para la investigación. ¿Y las demás empresas? Será que es necesario un sistema de relaciones públicas. En la red podemos encontrar decenas de notas que hablan del enriquecimiento de los ricos desde el 18 de marzo. No sólo en Estados Unidos, también en nuestra América Latina (BBC): En Colombia, el procurador general investiga informes que más de 100 donantes de campañas políticas recibieron contratos lucrativos para proporcionar suministros de emergencia durante la pandemia.

Sin entrar a juzgar a los distintos países, las políticas y protocolos que adoptaron para superar la crisis, ayudar a las clases vulnerables, mejorar la capacidad de la salud pública, me pregunto de dónde se obtienen los ingentes fondos necesarios para financiar esta situación. No he visto mucha información al respecto. Para muchas personas la normalidad futura será otra cosa a la que estábamos acostumbrados.

Solidaridad

Los mensajes pagados por los gobiernos nos hablan de solidaridad, que juntos podemos superar la crisis. Yo no creo. La única prueba de solidaridad será la aplicación de impuestos “solidarios” a los más ricos y, por supuesto, finalizar con la impunidad de la corrupción. La nota de la BBC es interesante porque plantea las diversas posibilidades.


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Tener contingencia y no crisis en 2020

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La diferencia entre una contingencia y una crisis es que estabas preparado para la primera y no lo estabas para la segunda. Cuando contamos con buena información y con previsiones para diversos escenarios de riesgo, entonces una situación inesperada, por grave que sea, se puede mantener como una contingencia, es decir, un periodo específico de emergencia en el que se siguen varios pasos para tener bajo control el evento no programado que nos afecta.

Una crisis, por el contrario, nos toma por sorpresa, sabemos cuándo inicia, pero no cuándo termina, porque no tuvimos forma de prepararnos para enfrentar su aparición y tampoco contábamos con una secuencia de acciones que permitieran mitigar sus consecuencias.

Nadie es culpable de la causa de una crisis natural, aunque hay muchas que nosotros los humanos provocamos sin ninguna ayuda. En el caso que nos mantiene a sana distancia, en casa si es posible, y a la espera de un cambio en los semáforos epidemiológicos (además de una vacuna en tiempo récord), fue una cepa desconocida de un virus que provoca una enfermedad para la cual no hay tratamiento efectivo todavía.

crisis 2020
Ilustración: Tokokoo.

A ese desconocimiento sobre el comportamiento de este tipo de coronavirus debemos sumarle que México es un país con una población especialmente susceptible a los daños que provoca la enfermedad COVID-19 por los altos índices de obesidad y diabetes que padecemos. Por si esto fuera poco, el sistema de salud pública, y también el privado, tampoco estaba listo para una pandemia inédita que detuvo por meses al planeta entero.

Las naciones que han logrado salir con menos daños de estas condiciones han sido las que sí contaban con protocolos y medidas ya ensayadas para transformar rápidamente una crisis en una contingencia que durara el menor tiempo posible.

Otros países, como el nuestro, tuvieron que reconvertir la mayoría de sus áreas médicas en unidades de atención, adquirir con velocidad los insumos necesarios y adaptar las carencias para que hubiera suficiente espacio para atender a las personas contagiadas. No había nada que pudiera preparar al sistema sanitario mexicano para un virus de este tipo y menos con tan poco tiempo.

Coincido en que se aprovecharon algunos meses previos al decreto de pandemia para resistir el impacto del coronavirus en la República. Fue un lapso valioso, sin duda, pero que ha cobrado muchas vidas en el proceso de descenso, el cual no se ve que sea pronto y podría extenderse hasta octubre, lo que significa que 2020 será un año de confinamiento, caída económica y riesgo de salud para todos; en resumen, una crisis.

crisis 2020
Ilustración: Ileana Soon.

Hemos perdido tiempo valioso politizando la crisis, en lugar de discutir las formas en que debemos mejorar el sistema de salud pública, al tiempo que adaptamos el sistema privado para poder contar con planes y pasos eficaces que la conviertan en una contingencia, porque hemos llegado a acuerdos para establecer procedimientos, ensayos, programas y estrategias que se traduzcan en una cultura de prevención que funcione.

Pasan las semanas, y la pandemia se extiende, con señales lentas de que ceda, y deberíamos estar organizándonos desde nuestras casas para dar los pasos necesarios que nos permitan estar listos para lo que venga en el futuro inmediato.

Para ilustrar lo que escribo tomo como ejemplo el simple hecho de ponerse bien un cubrebocas, una medida que nos cuesta mucho trabajo adoptar, aunque queda clara su función, su utilidad y sus beneficios.

Pero no es la única. No salir más que a lo indispensable, mantener la sana distancia, no hacer reuniones, y usar gel antibacterial, también son decisiones que generan resistencia, lo que agrave la crisis, porque no hay voluntad social suficiente para convertirla en una contingencia.

En este momento creo que hemos pasado la etapa en la que los gobiernos nos tienen que decir cómo cuidarnos, ante la avalancha de información que hemos recibido acerca del virus y de la enfermedad, y estamos ante la posibilidad de que, juntos, podamos transformar esta crisis generalizada en la primera contingencia civil de nuestra historia.


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Neoliberalismo epidemiológico

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El dilema en México –y en Jalisco– es sumamente complejo. Por un lado, la pandemia crece sin control, el país cierra junio como el sexto lugar mundial en número de defunciones, y el undécimo en cuanto al número de casos confirmados. Sin embargo, la economía también está en riesgo y agoniza, en poco tiempo se verán resultados aún más graves.

La crisis ya está dando sus primeros golpes. De acuerdo con la Canacintra, más de 250 mil negocios han cerrado y 500 mil PyMEs se encuentran en insolvencia en el país. La presión social –y empresarial– parece insostenible. Está claro que una cuarentena obligatoria ya no es viable, pero eso no debe significar que el Estado abandone su papel preponderante en tiempos aciagos.

El tan crítico panorama que vive México no es visto necesariamente en otras naciones. Aquellos gobiernos que han enfrentado de manera decisiva a la pandemia, sin eludir el papel fundamental del Estado en la vida pública, arrojan mucho mejores resultados. Hay varios casos: Nueva Zelanda ha podido literalmente domar la pandemia gracias al liderazgo de su gobierno; la Alemania de Angela Merkel ha enfrentado una situación más compleja, pero tiene al país con uno de los índices más bajos de mortandad por el COVID-19: 1.6% en comparación con un 12.3% que tiene México. Por su parte, el exitoso modelo de Vietnam, cuyo gobierno ha sido elogiado por la OMS, ha logrado cero muertes en un país que todavía está en desarrollo, con 95 millones de habitantes.

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Ilustración: Resilience.org

Sin embargo, la nueva filosofía del gobierno federal de “dejar hacer, dejar pasar”, es una opción sumamente peligrosa. A diferencia de lo que ocurre en contextos como Estados Unidos, esta postura no se ha interpretado como el respeto a las libertades individuales, sino como un reconocimiento de facto de la debilidad y fracaso institucionales. Parece estar tirándose la toalla, abdicando de la función de gobernar y resolver problemas de coordinación.

La pandemia no ha sido domada, sino que está en su punto más alto (López-Gatell dixit), y lo seguirá estando. Entonces, ¿por qué avanzamos hacia la “nueva normalidad”? La razón: se agotó el margen de maniobra (que nunca intentaron ampliar). No existen capacidades ni financieras ni institucionales para mantener confinamientos selectivos y ordenados.

De pronto nos volvimos neoliberales (ahora sí): replegando al Estado y dejando al ciudadano con la responsabilidad no sólo económica, sino sanitaria; a su suerte. Además, con diferencias clave respecto a otros países: en México no hay pruebas masivas, ni seguimiento de contactos, ni protocolos estrictos ante nuevos brotes. No hay comunicación clara, el gobierno perdió la narrativa. La gente está a la deriva, confundida; y lo peor, ya no muestra cautela ante el COVID-19.

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Imagen: Ethic.

En el caso del Estado de Jalisco, el gobernador ha impulsado el concepto de “responsabilidad individual” ante el COVID-19. El llamado es correcto, pero debe estar acompañado por políticas claras y, sobre todo, límites estrictos para los irresponsables. El odiado neoliberalismo sólo funciona cuando la libertad individual está acotada por un sólido Estado que fija reglas claras y las hace cumplir.

Una reapertura funciona cuando existen mecanismos para volver a cerrar si las condiciones epidemiológicas lo ameritan. En días pasados, China volvió a implementar medidas de confinamiento con 137 nuevos casos de infección. En varios estados de la Unión Americana, entre estos Texas y Florida, han dado marcha atrás a la reactivación económica ante el alarmante crecimiento que se ha dado justamente por dicha reapertura, apresurada y desordenada. Un nuevo confinamiento será difícil en México, la gente simplemente ya no confía en el gobierno.

La función del gobierno no es hacer decálogos, sino políticas públicas. En ausencia de éstas, la expectativa (¿esperanza?) es que la gente, al ver cada vez más de cerca los estragos de la pandemia, vuelva a ser cauta, responsable y se confine voluntariamente. Es de lo más neoliberal que hemos visto en México en décadas.


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La nueva normalidad, sofisma o simple ilusión

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La mejor herramienta que tiene el ser humano para no sucumbir ante la adversidad es la esperanza, compañera inseparable de la resignación y la fe, que en su compleja dinámica le otorgan un mecanismo de defensa para sobreponerse a los más trágicos episodios de la vida.

Dejar al tiempo, a la ventura y a la voluntad de Dios el porvenir parece ser una actitud inherente a nuestra naturaleza cuando la naturaleza misma rebasa el entendimiento o el control de las cosas sobre las que nos consideramos dictadores y dueños, cuando en realidad no somos otra cosa que simples ovejas del destino incierto y angustiante.

Esperamos con ansia el banderazo de salida, el dictado supremo, el anuncio de que el vendaval ha pasado y la vida retoma su curso, dejando atrás, lastimosamente, su caudal de víctimas y daños colaterales que nadie podría haber pronosticado ante el embate brutal e inesperado de la madre naturaleza que, por necia y arrogante, se opone a reducir su fiereza aún con los dictados de la autoridad.

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Ilustración: Damián Lluvero (Forbes).

El niño espera abandonar el cubrebocas, salir al parque y jugar íntimamente con sus amigos, enlodarse y regresar a la merienda familiar. La señora extraña el masaje y el corte de pelo, las tiendas y el paseo dominical en cualquiera de las plazas convertidas en recreo familiar. El señor de la casa añora los viernes de amigos, la carne asada, el billar, el dominó y la pachanga trasnochada, la cerveza en el jardín y los compadres queridos para ver el futbol, el domingo en Cuernavaca o las vacaciones en Acapulco.

La gente imagina, espera que todo esto retornará cuando la peste termine, la normalidad estará presente cuando la curva se aplane y seamos nuevamente libres para regresar a la vida cotidiana como la conocíamos, como la vivíamos, pero todo parece indicar que, por desgracia, el pronóstico es otro, para el mundo y para México.

La nueva normalidad significará en realidad un cambio de paradigma, del cual habrán de usufructuar los que están a la vanguardia y han sabido aprovechar la crisis, pero millones de personas no tendrán tanta suerte y se verán seriamente afectados.

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Imagen: Vice.

Mientras los disciplinados, precavidos o temerosos seguirán refugiados en sus casas, reduciendo drásticamente su movilidad, trabajando desde casa y consumiendo en línea, los proveedores de servicios incrementarán su productividad y sus ganancias.

La experiencia adquirida por las empresas durante esta nefasta temporada, a la que no se le ve fin, generará incentivos en aquellas que no requieren la presencia física de sus empleados para modificar sus procesos y prescindir de la asistencia, sustituyéndola por sistemas informáticos que pueden dejar sin empleo a un gran número de personas.

Los sitios públicos como bares, restaurantes, centros de diversión y esparcimiento, aún con las medidas pertinentes, difícilmente lograrán la afluencia necesaria para sostenerse y se verán obligados a la reducción de su planta laboral.

Las reuniones familiares masivas serán cada vez más virtuales, los abrazos y los besos escasearán ante el temor permanente del contagio, en tanto no se cuente con una cura razonablemente segura.

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Imagen: Getty Images.

La nueva normalidad no podrá entenderse como un retorno a nuestras costumbres y dinámicas sociales. En realidad, es un eufemismo esperanzador, pero la verdad que enfrentamos producirá transformaciones sensibles que se irán acentuando paulatinamente ante la evidente progresión de los decesos que siguen creciendo.

La herencia inmediata es el temor y la angustia que nos obliga a la modificación de los hábitos, al alejamiento físico y al empleo masivo de los recursos tecnológicos durante el confinamiento.

Habrá sin duda efectos favorables para sectores determinados, la ciencia y la tecnología, ya se prevé, lograrán significativos avances, siempre existe una manera de aprovechar la adversidad, pero los impactos negativos, serán indudablemente de gran intensidad en el ambiente social y económico obligando a transformaciones estructurales profundas en la manera de relacionarnos.

La nueva normalidad, no será tan normal, ni como la conocíamos.


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