Por Paulina Latapí.
Escribo estas líneas con el corazón en la mano, exhausta, tras pasar 14 horas en línea, conversando con jóvenes, a modo de cierre de la primera semana de total incorporación a la escuela en modo virtual autoconfinado. Y lo hago en un contexto en el cual –se dice–: es necesario disminuir la exigencia académica –pobres chicos–, realizar y aplicar las evaluaciones según ellos deseen, se está exacerbando la exclusión…
Hemos de reconocer que estamos confundidos. Este texto pretende sintetizar algunas ideas basadas en mi experiencia de vida docente y en literatura especializada. Ello con el afán de intervenir de manera reflexiva siguiendo una sola premisa: los estudiantes no deben ser depositarios de que, por la emergencia, ensayemos con ellos modalidades de enseñanza a base de prueba y error. Los docentes trabajamos con personas, no con productos industriales. Menos ahora que nunca se nos puede pedir que ejerzamos nuestro oficio bajo una presión desmesurada.
Partamos de lo que vivimos docentes y estudiantes. No sobregeneralizar. Es un hecho que cada persona experimenta la actual crisis de manera distinta según su psique, el lugar donde está, el ambiente que permea su confinamiento, el momento de su vida, entre otros muchos factores. Como toda acción educativa, también la actualmente virtual conjuga los factores del educando, los del educador y los de la situación. Y dicha triada genera estrés. Por ello debemos estar especialmente atentos a los sentimientos suscitados y por suscitar. Y mediar su expresión. Que le pongan palabras a la vivencia. Ayer, por ejemplo, me dijo una alumna: “Abro la computadora para hacer tarea, y lloro; siento que no puedo”. Y otra expresó unas diez veces: “Estoy más o menos”.
Hoy tenemos la posibilidad de escucharnos tanto de manera escrita como oral, y la empatía que manifestemos constituye la base para una buena mediación. Llevarlo a cabo implica no emitir juicios y tener la firme intención de comprender a nuestras(os) estudiantes. Es una ganancia que nos brinda el tiempo presente conforme a la máxima de que, como adultos, como guías, nos hacemos cargo de nuestros propios sentimientos y brindamos una base segura a nuestros alumnos y alumnas.
Ante estudiantes que se sienten muy confundidos, es momento de abrirles posibilidades para descifrar sus pensamientos. Que aprovechen la oportunidad: quizás inspirados por José Saramago encaren su vivencia como “El caos es un orden por descubrir”. Bajar el volumen al ruido, procurar espacios de autoobservación, efectuar pausas a lo largo del día, escuchar el lenguaje interno, resultan –sin lugar a dudas– de mucho beneficio para comprender las complejidades propias y aceptarse hoy y respecto de sus metas futuras, las cuales, por cierto, son sustantivas para trascender la incertidumbre del presentismo.
Los docentes no somos psicólogos. Si identificamos una situación crítica en alguno de nuestros estudiantes debemos remitirlo con el especialista indicado. Tengamos bien claro que nuestra función es la del acompañamiento académico. En diversos medios se ha hablado de la necesitad de bajar la exigencia académica ante los primeros efectos de la educación en línea. Me parece entendible, como una medida de ajuste en la emergencia, pero necesitamos, en medio de la tormenta, alzar la mirada y considerar a la enseñanza como lo que es: una experiencia vital y –de acuerdo con la mayoría de los planes y programas de estudio– un conjunto de saberes que se construyen y deben ser “útiles para la vida”. Justo en este punto brota la pregunta: ¿Bajar la exigencia académica es formativo? Considero que tal interrogante debe pensarse y decidirse con cuidado. Lo dijo Epicuro: “Los grandes navegantes deben su fama a las tormentas”. No se trata de bajarnos del barco. Imposible. Imposible también cambiar de barco. Se trata de adecuar los contenidos y medios a la situación actual.
Consideremos inicialmente a los contenidos. Algunos pueden ser abordados muy bien, de manera directa en el momento actual; otros no. Respecto de los primeros, cada profesor o profesora, en relación con sus alumnos y su asignatura, puede promover las relaciones. Yo sí creo en la suerte. El taller de cuento histórico, que imparto desde hace diez años, este semestre augura unos cuentos fabulosos. Sin embargo, cuando la relación de las asignaturas con lo que se vive no es directa, han de idearse maneras de hacerlas realmente significativas; de lo contrario, será muy complicado lograr la motivación y concentración necesarias para su estudio. En todo caso, alertamos a toda costa sobre el gran riesgo de disminuir los contenidos esenciales que enseñan a los estudiantes a remar, a hacerse al timón, a henchir las velas trabajando en equipo, a dar mantenimiento a la embarcación, a construir –por qué no– motores sustentables remotos; disminuirlos, a mi juicio, sería un fraude cometido por nosotros los educadores en perjuicio de nuestros educandos, la sociedad y el mundo.
Con relación a los medios, ponderemos lo virtual. En estas circunstancias hemos de elegir con cuidado las plataformas: que éstas se adecuen a los saberes y no al revés. Tener muy claros los objetivos: los qués y para qués en cada sesión, módulo, bloque o curso para elegir los cómos. En el mediano plazo hemos de trabajar en conjunto desarrolladores, expertos en educación, docentes y alumnado. Que las TIC se adapten a lo educativo, que sean seguras, propias y de ayuda para contextos diversos, y no al revés. La mediación con las tecnologías debe ser equilibrada y gozosa. Si tanto alumnos como muchos padres, madres y docentes lo sufrimos como lo estamos sufriendo en estos precisos momentos, la mejor plataforma resulta totalmente inútil para los verdaderos fines educativos. “Me parpadea el ojo”, “Me duele mucho la espalda”, “Estoy rebasada pues me piden mil cosas en cada materia”, son experiencias por anotar en nuestra libreta de aprendizajes, para no replicarlas más adelante. No revivamos ahora, pantallas de por medio, lo que Paulo Freire alertó hace más de medio siglo: que las clases no se conviertan en canciones de cuna.
El no relajar la exigencia académica ayuda a contribuir, de la mano con los estudiantes, a que se forjen la estructura fuerte y flexible que necesitan hoy y que les será indispensable para encarar el mañana. Requieren horarios que los obliguen –no tengamos miedo a esta palabra– a salirse de la comodidad y a no caer en el letargo de levantarse tarde por quedarse viendo series hasta entrada la madrugada. Recordemos constantemente que están en proceso de maduración. Y construirse en medio de tal proceso una estructura propia, resulta la herramienta esencial para ir tomando decisiones con conocimiento de causa. Lo expresó ayer un alumno: “Por lo menos así tenemos noción del tiempo”. Que lo hagan de manera integral, con espacios para todo: comida, ejercicio, quehaceres domésticos, estudio, relajamiento, cultivo de sus vínculos afectivos, esparcimiento… Si lo consiguen, la vivencia de la reclusión responsable quedará inscrita en sus vidas como un momento de un gran crecimiento personal. Se han realizado investigaciones sobre el narcicismo juvenil y las redes sociales: ¿Podría esta crisis promover salir del egocentrismo y educar la mirada para ver al otro, a quien la está pasando muy mal? ¿Tal vez llegar a la compasión solidaria en la enseñanza de las ciencias sociales, acerca de la cual está trabajando Keith Barton desde la Universidad de Indiana en Estados Unidos? Ello sólo se logra a través de acciones educativas intencionadas.
Como en todo, la situación actual ha visibilizado mucho en lo cual no habíamos reparado ni en lo individual ni en lo colectivo. Ya en otra parte he documentado que, en nuestro país, en la educación escolarizada –sobre todo en el nivel básico– y aun en otros espacios educativos, como son los museos, ha prevalecido un modelo de educación conductista en el cual la dinámica se centra en objetivos rígidos, homogeneizadores –aunque les llamen competencias– que privilegian los logros individuales mediante motivadores externos. La virtualidad bien puede seguir este modelo transmisivo, pero también –si nos detenemos a trabajarlo con la seriedad requerida– puede efectuar cambios que muchos y muchas docentes ya realizan basando su praxis en modelos educativos distintos, como lo son el de procesamiento de la información, el de interacción social y el centrado en la persona.
Del modelo de procesamiento de la información es posible retomar adecuadamente lo hoy sostenido por las neurociencias. El doctor Ignacio Morgado, director del Instituto de Neurociencias de la Universidad Autónoma de Barcelona, eminencia en el campo investigativo y gran docente –lo digo con conocimiento de causa pues me asesoró cuando cursaba el doctorado–, ha escrito que ante la virtualización de los cursos sus alumnos le pedían que subiera videos y actividades –seguir recibiendo información como si fueran depósitos que la devolvieran en una evaluación–, pero que a nivel neuronal ello resulta perjudicial. Al contrario, su propuesta es aprovechar la situación excepcional para cambiar formas de aprendizaje poco eficaces por otras más activas. La red neuronal y la memoria se beneficiarían mucho. Una manera concreta de alcanzarlo es el aprendizaje mediante preguntas con base en las cuales el alumno o alumna compare, contraste y pondere diversas fuentes de información para construir su propio conocimiento y –agrego yo– para formular en lo individual y en lo colectivo preguntas inteligentes.
Del modelo de interacción social habrá que retomar la parte sustantiva de que aprendemos en relación con otras y otros, a fin de no incurrir en el riesgo de promover mayormente el trabajo individual. En el momento actual el modelo centrado en la persona es fundamental. Ya sé, habrá quien diga que resulta imposible a consecuencia de lo numeroso de los grupos y de pesadas cargas de trabajo. Se habrá de promover la figura de tutores auxiliares y otras modalidades con el objetivo de un verdadero acompañamiento individual. Para identificar el modelo preponderante en toda acción educativa, vale bien lo que recomiendo en mis cursos de formación docente: dime cómo evalúas y te diré quién eres, qué modelo aplicas…
Gracias a ajustes como los anteriores, la libertad y la capacidad del propio docente frente a un grupo, puede diseñar e implantar estrategias educativas acordes a su propia experiencia, y así este coronavirus podrá coronar con una corona de oro, a las instituciones, a las profesoras, a los profesores y al alumnado que lograron salir avante de la tormenta y con una satisfacción que, aun sin corona, colma el ser docente y el ser alumno.
* Paulina Latapí es docente investigadora de la Universidad Autónoma de Querétaro (UAQ).
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