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La nueva normalidad digital que llegó para quedarse

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Hace algunos días la revista The Economist, en su publicación “Hacia una nueva normalidad 2021–2030”, destacó 20 puntos que imperarán este año y que seguirán desarrollándose en todo el mundo, que tienen que ver con los cambios en las dinámicas personales, políticas, económicas, sociales, culturales y tecnológicas como resultado de la pandemia.

Entre estos aspectos, destacan que varios campos como el trabajo, la educación o la salud continuarán a distancia, que será estratégico invertir en nuevas tecnologías, que aumentará el comercio en línea, que habrá nuevas formas de brindar noticias, y que el manejo de los datos personales será más delicado.

El uso de tecnologías de la información y de la comunicación (TIC) para interactuar, participar y llevar a cabo actividades cotidianas no es algo nuevo para los llamados “nativos digitales”, generaciones que han nacido o crecido en una sociedad de la información en donde estas herramientas facilitan su vida.

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Imagen: Yorokobu.

En particular llama la atención como las TIC han impactado en las personas más jóvenes. En el Informe sobre el Estado Mundial de la Infancia 2017, la UNICEF señalaba que uno de cada tres cibernautas era menor de 18 años, siendo el grupo que rondaba entre los 15 y los 24 años el más conectado.

En México, la Encuesta Nacional sobre Disponibilidad y Uso de Tecnologías de la Información en los Hogares (ENDUTIH) 2019 del INEGI, reportaba que el 70.1% de la población de seis años o más usaba Internet, el 75.1% teléfono celular y el 43.0% computadora.

La BBC News publicó una lista de los 10 youtubers con más ingresos en 2019. Quedé sorprendida al ver que estaba encabezada por un niño de tan soóo 8 años, que facturó 26 millones de dólares haciendo reseñas de juguetes en su canal “Ryan’s World”.

De acuerdo con el estudio Personalidades Influyentes 2016, realizado en México por la agencia Provokers para Google y la revista Expansión, los internautas más jóvenes confían más en los creadores de contenido en YouTube que en anuncios tradicionales. Las marcas de ropa que usan, la música que escuchan, las películas que ven, las páginas de Internet que visitan, o los lugares a los que viajan son algunos de los temas en los que influyen en los consumidores.

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Imagen: Luis Maram.

Lo digital llegó para quedarse en esta nueva normalidad. Si bien, nos ofrece grandes ventajas al acercarnos en tiempo y espacio, también nos invita a ser conscientes sobre los contenidos que compartimos y que consultamos.

Nos corresponde a todos los actores sociales, a las instituciones, a las empresas; y con especial mención, a los órganos de transparencia y de protección de datos personales, a los de telecomunicaciones y de competencia económica —como el INAI, el INFOCDMX, el IFT o la COFECE—, asegurar que las tecnologías potencien y, por ningún motivo, limiten derechos de las personas. La autonomía de estas autoridades es clave para cumplir esta misión.

Nos toca garantizar que los entornos virtuales sean seguros, para proteger la confidencialidad, integridad y disponibilidad de los datos que se tratan y de la información que en ellos circula.

Este 9 de febrero, en el Día Internacional por una Internet Segura, sensibilicemos la importancia de aprovechar las TIC con responsabilidad y respeto a los demás; para utilizarlas de manera creativa en favor del desarrollo, la igualdad e inclusión; con un enfoque que fomente los puntos de encuentro, la empatía y tolerancia en la diversidad; para que podamos construir resiliencia y paz que tanto necesitamos.


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Pensar en lo digital, pensar digital

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La inmersión en lo digital, luego de un año de pandemia, parece ser algo natural. A las primeras dificultades y extrañamientos frente a la pantalla les ha sucedido una especie de “cotidianidad de internauta”. En las primeras semanas del trabajo en casa, de las clases a distancia y de las reuniones familiares a través de la computadora o del celular una extrañeza incómoda se había apoderado de nosotros: ante el no saber cómo abrir una cuenta en las plataformas o las dificultades para activar el micrófono o la cámara de nuestro equipo, tuvimos que experimentar un aprendizaje a contracorriente, azuzado por el cronograma y la necesidad de remontar la emergencia.

Luego de muchos meses de lidiar con la tecnología hemos encontrado un espacio, si no óptimo, sí que se acerca un tanto a lo confortable, pues ya tenemos mayor soltura en las reuniones de trabajo, sentimos más confianza a la hora de expresar nuestras emociones ante la pantalla, incluso nos parece que los lazos se han fortalecido de alguna manera. Todo parece indicar que nos hemos digitalizado. Que hemos aprendido a estar con la tecnología. Y sí. Es cierto. Los desarrollos tecnológicos que aterrizan en los hogares, las oficinas, las escuelas están diseñados para que funcionen así, para que la adaptación a la herramienta sea cada vez más fácil y breve para cualquier persona. Se dice que los gadgets tienen un funcionamiento intuitivo o que tal o cual página web tiene una navegación intuitiva, lo que no significa más que su diseño está en línea con cómo funciona el cerebro humano y cómo aprendemos las personas. Hasta ahí, todo claro y fácil.

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Imagen: Shutterstock.

Hay, sin embargo, un nivel de conocimiento, de aprendizaje y de experiencia un tanto más profundo con el que tenemos contacto en nuestra relación con los objetos digitales y que tiene impacto decidido en nuestra concepción del mundo. Le llamo a ello Pensamiento digital. Este Pensamiento digital tiene qué ver con la manera en cómo estructuramos el tiempo y el espacio y cómo establecemos relaciones entre sujetos, objetos, símbolos, hechos.

La experiencia de lo digital deviene Pensamiento digital merced a algunos elementos fundamentales. En un rápido examen anotaría los siguientes:

El crecimiento exponencial. La viralización de un contenido en la Red nos pone frente a la multiplicación del efecto dominó. No se trata de un aumento uno a uno, los fenómenos tienen una tasa de crecimiento a la que no podemos seguir en su simultaneidad. La inconmensurable disponibilidad de datos en tiempo real dibuja realidades nuevas.
Es no binario. Las oposiciones absolutas han desaparecido para dar lugar a una diversidad que va más allá de la tolerancia políticamente correcta. Desde la identidad genérica hasta la pureza disciplinar, se abre paso la transversalidad, la migración, la desterritorialización.

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Imagen: Medium.

La red suple a la línea. En el trabajo, en la acción comunitaria, en el conocimiento, en la integración de información, en el trabajo colaborativo, en lo que antes fueron relaciones jerárquicas, se entretejen redes.
La hiperconectividad modela la vida cotidiana, configura perfiles on line y off line. Transitamos por la supercarretera de la información todo el tiempo.
No acumula datos, establece conexiones. Tener información ya no es el problema. El asunto tiene que ver con su calidad, pertinencia y fuente, con el impulso que genera para construir mapas de significado

Comparto apenas un bosquejo de estos aspectos del Pensar digital, vale la pena detenerse en cada uno de ellos. En próximas entregas continuaré con el ejercicio. Por lo pronto, la reflexión es deseable. Lo digital no reside en las funcionalidades de un objeto, sino en las experiencias humanas que redimensionan el mundo y su significado.


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Adaptarse: condición y capacidad

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Fui. Sin dudarlo. Por ir con quien iba, claro. Porque la invitación vino de ella. Y era a ella a quien yo en realidad quería escuchar, y ver, y con quien estar.

El pretexto fue la presentación de un disco.

Mi recuerdo señala vagamente algunas cosas, como el clima, pero marca con precisión inusitada el perfume que se desprendía de ella.

Al poderoso influjo de las misteriosas leyes de la memoria debo, pues, de nuevo, la certeza plena de que toda aquella tarde fue deslumbrante; también el disco.

En la combinación de ambas cosas, que el disco es muy bueno y mi propio recuerdo teñido de alegría, fragmentos de las letras de las canciones me han acompañado durante décadas.

Tuvo que pasar mucho tiempo, sin embargo, para que pudiera yo reparar que en realidad aquella tarde había escuchado poemas convertidos en canciones. Al nombre de Carmen Leñero, la intérprete, se sumó entonces el de Fabio Morábito, el autor de los poemas convertidos en canciones por ambos.

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Carmen Leñero, poeta, ensayista, narradora y cantante (Foto: El Universal).

Casas en el aire, se llama ese disco que, a manera de aventura colectiva, resultó del talento de Carmen, Fabio, Luis, el hermano de Carmen, y tantos otros.  

Una aventura, una nave de viaje incierto, pero ahora sabemos perdurable, al que nos sumamos, entre destellos, yo mismo y quien embellecida me hizo parte de ella.

Cantar poemas de otros es habitarlos, ha dicho alguna vez la propia Carmen Leñero, en cuya voz sigue habitando, a su vez, el recuerdo vivo de la vivencia que antes he narrado.

Una sucesión de lugares, que no son lugares, en el sentido espacial, sino formas de la experiencia, de un modo que se contrae y expande en una dimensión diferente a lo mensurable.

¿Habitamos del mismo modo el mundo? ¿Habita él, el mundo, de esa manera también en nosotros? ¿Como tiempo, en la memoria; como espacio, en la experiencia?

Habitar, pues, sobre tiempos y espacios, palabras y sensorialidades que se expanden, se contraen, distorsionan y rehabilitan.

El habitar, la experiencia de habitar al mundo y sus seres, y de ser habitado por este mundo y esos seres, sostenido, a final de cuentas, por el puente delgado y recio de una palabra: adaptación.

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Imagen: The Conversation.

Habitar es adaptarse.

No sólo porque, en muchos sentidos, habitar es habilitar, tanto como es habilitarse uno mismo respecto a eso que va a habitar o por lo que, lo sepa o no en ese momento, será habitado.

Sino porque en esa habilidad, doble, nos va la posibilidad real de alcanzar, en grado alguno, en el trayecto vital, el único éxito sustancial: habitar el mundo a través de los otros; ser habitado por el mundo a través de los otros.

Como si se tratara de la legítima y urgente preocupación por el deterioro de la vida del planeta, hemos puesto tal vez más energía en mitigar que en adaptar(nos).

No se trata desde luego de conceptos encontrados ni mucho menos irreconciliables. Pero sí de dos formas de proceder y de habitar (y habilitar) el horizonte vital.

Las crisis, las de grandes proporciones, como la que el planeta padece ahora mismo, ponen de relieve ambas condiciones.

Son el resultado de un largo proceso cuyas consecuencias emergen con inusitada claridad; pero no menos, es un llamado sin posibilidad de renuncia a actuar en el plazo tan corto que no admite posposición alguna.

La expansión acelerada e inclemente de la pandemia tomó a la humanidad en medio de varias crisis previas cuyo grado de acumulación era ya evidente y más que preocupante.

La desigualdad en el ingreso, la violencia de género, la inequidad en el acceso a las oportunidades de la era tecnológica, la concentración de la gobernanza son algunos de los elementos que tanto a nivel nacional como global formaban parte del paisaje de serias problemáticas que urgían atención aun antes de la pandemia.

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Imagen: Notirasa.

Ello sin contar con que 2021 se ha convertido en el año con mayor aumento de la temperatura en la historia del planeta, y evidencia del deterioro creciente de las posibilidades del medio ambiente para seguir soportando la imprudencia humana.

La pandemia radicaliza las crisis preexistentes y nos coloca en un punto de inflexión en el que los riesgos del futuro se convirtieron de súbito en la urgencia del presente: sobrevivir.

En el antes y después que la pandemia ha instalado, pues, debe leerse, debe ubicarse, la necesidad de equilibrar nuestra preocupación por mitigar y nuestra ocupación por adaptar(nos).

Habilitar para habitar; ésa es la habilidad urgente. Rehabilitar, si es preciso, para rehabitar.

No se trata de comprender la revaloración de nuestras capacidades de adaptación como una derrota, como la resignada respuesta frente a lo que no se puede cambiar.

Por el contrario, adaptarse es una fortaleza de futuro. Porque la adaptación no es una condición dada, sino una capacidad construida, con tanta rapidez como efectividad.

Habilitar, adaptar casas en el aire, no castillos, para ser habitados por la gente que en la vida de todos los días, que en la memoria del pasado y en la del anhelo de futuro, recuerda y se entusiasma de poder seguirlo haciendo.

Hacia delante.


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Philips: cuando la nostalgia se llena de futuro, se llama reinvención

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En buena medida, lo que una empresa dedicada a la tecnología vende, antes que objetos, son ideas.

Lo que es más, podría decirse que aquellas que intentan vender objetos por encima de las ideas, acaban sucumbiendo al momento en que esos objetos quedan en desuso.

El ejemplo más paradigmático es Kodak, aunque no el único, desde luego.

Así, por más extraño que suene, antes que al orden material de las cosas, la posibilidad de permanencia de un artefacto está anclado al orden de lo inmaterial; es decir, el de las ideas.

Qué representan las cosas se torna de este modo tan o más importante de para lo que sirven o de lo que están hechas.

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Imagen: iStock.

O, para decirlo de mejor, forma, aun ese “para lo que sirven” y por su puesto ese “de qué están hechas”, se vinculan al universo de lo que las personas y las sociedades piensan.

Y si el ejemplo de un emporio venido abajo en poco menos que un santiamén, el contraejemplo de la capacidad para comprender el tiempo, esto es, para navegar sobre las aguas de las ideas, es la neerlandesa Philips.

Hacia finales del siglo XIX, en un poblado más bien modesto llamado Eindhoven, tres miembros de la familia Philips comienzan con la fabricación de lámparas incandescentes, que luego conoceremos como focos, hechos a base de filamento de carbón.

El puente que media entre ese inicio, su paso por la fabricación de radios y otros enseres electrodomésticos tendrá hacia 1965 un momento estelar: la introducción de los circuitos integrados que abrirían paso a los aparatos electrónicos de transistores.

Una parte central del éxito de la empresa, y su crecimiento, se debió durante el convulsionado siglo XX europeo al trabajo desarrollado desde lo que en neerlandés se denominó el Natuurkundig Laboratorium (Laboratorio de Ciencias Naturales o simplemente Laboratorio de la Naturaleza) de la marca.

Detrás de la prolífica y eficaz labor del Natlab, nombrado de ese modo en su versión simplificada, se hallan desarrollos sin los cuales la historia cultural, en el sentido más amplio, del siglo XX es impensable.

evolucion de philips
Imagen: NIPO.

Al Natlab de Philips debemos el casete, el DVD, el blu-ray, otros productos. Es decir, en el resultado de la investigación que dio paso a la creación de estos soportes se pudo resguardar una parte importante de la historia del siglo anterior.

Llama la atención, asimismo, el propio nombre de este espacio dominado por el espíritu emprendedor, sí, pero sobre todo, centrado en la innovación como un espíritu general.

Llamar “laboratorio de naturaleza” antes que a un juego de palabras, responde a una mirada en la que lo “natural”, lo “social” y lo “artificial” (lo no natural), hallan sitio común en la idea de que la gente viva mejor.  

Llegado el siglo XXI, justo en 2001, Philips decidió cerrar su histórico Natlab y reemplazarlo por lo que entonces denominó su High Tech Campus.

Desde hace unos pocos años, de la mano de una muy reconocida y sólida política de Estado enfocada a promover la innovación, Philips participa de modo destacadísimo del modelo neerlandés de las tres hélices: gobierno-universidades-empresas.

Ícono de un país capaz de inventar tanto el telescopio como el microscopio, de una nación que idea soluciones continuamente para mantener al mar a raya y que ha hecho de la dificultad una forma de probarse a sí misma, Philips corresponde a este relato al tiempo que lo estimula y ensancha.

Líder hoy, entre otras cosas, en sistemas de monitoreo médico a distancia, su perfil dista mucho de un fabricante de “cosas”. Es, en todo el sentido de la palabra, siempre lo ha sido, una empresa cuyo insumo básico y producto principal, a la vez, es la innovación.

innovacion philips
Imagen: Prerequisit Market Intelligence.

Lo que llamamos tecnología, pues, si bien se consuma en la elaboración de un artefacto, un objeto, una cosa del orden material, su capacidad de permanencia está cifrada en la reinvención.

Se trata de una reinvención que, por paradójico que parezca, no se propone como principal fin permanecer, sino justamente cambiar, es el viento del cambio, de un llamado propio a cambiar lo que la impulsa.

Como en pocos casos, en el de Philips se puede mirar con tal claridad, el modo en que operan, entrelazadas, la vida de los objetos físicos, el espacio de las prácticas sociales y el horizonte de las representaciones sociales.

Es en conjunto a esta interrelación a lo que debemos llamar en ultima instancia tecnología y a lo que está asociada la experiencia de la innovación, como cotidianidad, y de reinvención, como traza de futuro.

A partir de 2016, la corporación está dividida en dos divisiones: Philips Personal Health y Philips Health Systems, esta segunda dedicada a la telemedicina y a las soluciones de convergencia tecnológica dedicadas a la salud.

La misma empresa, y que no comenzó fabricando focos como muchos aún la identifican, hoy desarrolla antifaces que usan quienes sufren apnea del sueño para contar con un escaneo de su cerebro en las horas que mal duermen.

El futuro, como los sueños, es una forma de reparar, resarcir, recuperar un sistema para que pueda seguir adelante. La idea de que eso es posible. De que vale la pena.

Reinventándose.


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Cerebros que piensan, siempre harán pensar…incluso a las máquinas

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La máquina, esa gran metáfora. Al lado del árbol, la máquina es esa otra gran metáfora con la que la Edad moderna ha intentado definirse a sí misma.

Como con el árbol, las partes que componen una máquina se han desplazado a través de un vasto mundo de significaciones.

De larga data e intenso trayecto es el recorrido que la historia del occidente moderno ha hecho a través de su fascinación (y contra fascinación) por las máquinas.

No hay campo de la vida productiva en el que la carrera hacia la construcción de máquinas cada vez más eficientes, silenciosas, útiles, no haya sido un acicate de la continua transformación que la propia condición de lo moderno implica.

Al lado, su correlato. De Frankenstein a Tiempos modernos de Chaplin, pasando por esa palabra de origen checo, Robot, que justamente significa servidumbre.

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Imagen: Pinterest.

Las distopias son el engrane dentro del engrane mayor. Fascinación y terror. Sensación de dominio y delirio de acechanza.

En su versión de expoliadoras de la voluntad, de seres que alguna vez cobrarán vida por sí para revertirse a sus creadores, se remece la advertencia de que la Inteligencia cibernética se dirige a arrebatarle a lo humano justamente su condición de seres pensantes.

Sobre el sendero opuesto, se constituyen los esfuerzos de científicos y desarrolladores para consolidar los avances en materia de computadoras controladas directamente desde el cerebro humano.

Una persona sin movimiento atada a una silla de ruedas de manera permanente, y con movilidad reducida en las manos, podría encender el televisor, hacer una llamada o controlar su silla de ruedas, sin requerir de la voz como interface.

No sólo eso. Aunque se vea hoy un tanto lejana, está ahí la posibilidad de que estos desarrollos impacten sobre las capacidades cognitivas del cerebro de una persona que ha sufrido un accidente cerebrovascular o con capacidades motoras severamente restringidas.

Recupero en este contexto, partes de un largo trabajo que ha preparado la Consejería para la Innovación, de la Comisión Europea.

Tres elementos se constituyen como ejes centrales de este proceso de mejora continua de las interfaces entre cerebro y computadoras: entrenamiento de usuarios, procesamiento de datos y la relación entre cráneo-cerebro-computadoras.

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Imagen: Guo Mong.

“Hay dos tipos principales de BCI: no invasivos e invasivos”, explica el Dr. Fabien Lotte, director de investigación de Inria Bordeaux-Sud-Ouest en Francia.

Durante no poco tiempo nos hemos acostumbrado a ver esa suerte sombreros de nodos y cables, las versiones no invasivas más comunes, diseñadas para medir la actividad cerebral y llevar esos datos al cerebro.

Las BCI invasivas, en cambio, son desarrollos más delicados y, en cierta medida, más fascinante, pues se trata de sensores colocados dentro del cráneo; ámbito que está explorando, entre otras, Neuralink, iniciativa a cargo del conglomerado del que forma parte Tesla.

En cualquier caso, advierte Lotte, “no sólo necesitamos buena tecnología, también necesitamos usuarios bien capacitados”, expresa el también líder del proyecto de investigación llamado BrainConquest, que diseña una mejor capacitación para usuarios de BCI no invasivos.

La idea de Lotte, su originalidad, encuentra en otro planteamiento novedoso, el del Dr. Aaron Schurger, un complemento por demás interesante.

Profesor en la Universidad Chapman en Estados Unidos, a Schurger le gusta subrayar las enormes cantidades de datos que usa la meteorología, con la necesidad de modificar la manera en que se trabaja en las interfaces cerebro-computadora.

Lo que Schurger propone es pasar de una recopilación de datos centrada en el momento justo antes de que el usuario haga un movimiento, a una recopilación mucho más amplia que incluiría cuando el cerebro está “en reposo”.

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Doctor Aaron Schurger, académico miembro del The Brain Institute (Imagen: Chapman).

Aun así, el investigador considera que la ciencia ha pasado demasiado tiempo estancada y que es momento de dar un salto cualitativo de grandes proporciones, entrar al cerebro.

Las consideraciones que implica la perforación del cráneo y la instalación de dispositivos dentro de las personas son claramente aún muy amplias, y la tecnología poco desarrollada aún.

No obstante, lo que queda claro es que tarde o temprano llegaremos a una etapa avanzada de las interfaces llamadas invasivas; es decir, a contar dentro del cráneo con dispositivos como los que ahora se tienen en el corazón, por ejemplo.

Hoy es posible ya que pacientes que han sufrido accidentes cerebrovasculares con solo pensar un acción vean mejoras en las zonas dañadas de su cerebro.  

Mucho más pronto de lo que podemos imaginar, se anuncia, profesiones con altas cargas de tensión, como cirujanos o pilotos, podrán tener información sobre el grado de cansancio de su cerebro y regularlo.

El desarrollo de interfaces cada vez más precisas entre cerebro y máquinas, nos coloca, de paso, frente a la posibilidad de reivindicar un viejo y sabio axioma filosófico: pensar es un hacer.

Pensar no es la antinomia de hacer; sino una forma del hacer específica, un hacer que, además, como todo hacer, transforma la realidad física del mundo.

Lejos de estar en riesgo, el pensamiento, esa cualidad radicalmente humana, tiene, frente a las interfaces entre cerebro y computadoras, un horizonte brillante.

Eso sí, hay que estar dispuesto a pensar.

Y no todos; no siempre.


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Pensamiento creativo y ciencia de los datos en la Era digital

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Leonardo da Vinci. No hay, quizá, mayor personaje que encarne la idea que durante siglos se tuvo del hombre dotado de un pensamiento creativo sin límites, que la del genio renacentista.

Recreado en la imaginería durante más de cinco siglos, Leonardo representa la figura del pensamiento genial.

O, para decirlo de una manera más precisa, de una genialidad que además de serlo, lo es de manera solitaria.

Un cerebro portentoso, una sensibilidad única, son concebidos como aquellos que, en lo individual, representan los puntos más altos de lo que entendemos por pensamiento creativo.

A costa de las tradiciones colectivistas, acusadas a tabula rasa como “primitivas”, el proceso de institucionalización de la ciencia y la cultura, a finales del siglo XIX, consolidado en el XX, implantan la noción de los individuos sobresalientes, únicos y geniales.

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Imagen: Bratislav Milenkovic.

El arribo de las computadoras, sin embargo, y la manera cómo en pocas décadas se ha expandido su rol en todos los ámbitos, ha supuesto una amplia modificación de esta concepción.

Con gran rapidez las computadoras complejizaron sus funciones, trastocando así aquello que se entendió durante siglos como ejemplo de una forma de pensar original, asertiva, innovadora ligada esencialmente a la tarea individual.

En esta dirección, años antes de que el enigma rodeara su desaparición a bordo de un velero, en las aguas del Pacífico, cerca de las islas Farallón, Jim Gray, ya había propuesto la idea del cuarto paradigma en la historia de la ciencia.

Gray imaginó un periplo histórico de la ciencia signado por tres estadios: lo empírico, lo teórico y lo computacional.  

A estas tres fases, también concebidas como paradigmas, Gray aportó la idea de un cuarto paradigma: la ciencia de datos.

El impacto de la tecnología, pensaba Gray, modificará todo el entorno científico, de manera sustancial. Ello y, claro, eso que no dudaba en nombrar como “el diluvio de los datos”.

Si en el siglo XX y en al menos sus tres antecesores la cuestión sobre quién tenía acceso a la información constituía la palanca primordial de muchas realizaciones, el siglo actual tiene que lidiar con su contraparte: una abundancia que raya en el ahogo.

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Imagen: Matt Chinworth.

El problema no estriba más en hacerse de tal o cual información, sino de un desafío que en buena medida resulta más complejo: cómo seleccionar (curar, gústese de decir ahora) es información, cómo ordenarla, cómo relacionarla y cómo interpretarla.

Sistemas y procesos se han visto alterados de manera esencial el modo de construir problemas, tanto, por supuesto, como la forma de resolverlos.

El lugar que hoy ocupan, en ese sentido, los modelos o la capacidad para evaluar resultados, es tan distintiva de este nuevo paradigma centrado en los datos, como el carácter interdisciplinario que conlleva.

El efecto de este modo de proceder es, digámoslo así, de ida y vuelta. El carácter metodológicamente interdisciplinario y dinámico, se torna en un acicate para lo propios procesos de innovación que se suceden en el objeto de estudio de la ciencia de datos: la sociedad.

Para ponerlo en otras palabras, la expansión y transversalización de esta disciplina propia de la Era digital, acarrea consigo procesos de polinización del pensamiento creativo.

Hace unas semanas, la Universidad de Ámsterdam (UvA) anunció la puesta en marcha de su nuevo Centro de Ciencia de Datos, dirigido a promover la innovación, desde luego.

Pero no menos importante, según lo que se ha declarado al respecto, será la difusión y propagación hacia todas las facultades del enfoque que implica la Ciencia de Datos.

De tal suerte que, la Universidad de Ámsterdam, además de los fines esperados que tiene todo centro similar, ha decidido dotar a su Centro de Ciencia de Datos, de una presencia que se extenderá a todas las carreras.

Nada extraño debiera resultar, en este marco, que como ubicación del nuevo Centro se haya elegido la Biblioteca de la Universidad, pensada ya no como almacén de conocimiento inerte, sino como pivote de nuevas formas del pensar colectivo.

ciencia de los datos
Imagen: Motion Story.

El Centro estará dirigido por Paul Groth, profesor de Ciencia de Datos Algorítmicos en el Instituto de Informática de la UvA, quien señala: “la universidad está en una posición única para realizar investigaciones pioneras que aprovechen la riqueza de datos que se están creando”.

Groth abunda: “Como una universidad de investigación integral arraigada en un ecosistema de ciencia de datos de vanguardia… este centro proporcionará una plataforma potente para ayudar a mis colegas a acelerar su investigación basada en datos”.

 La misma universidad está persuadida de que “la investigación está siendo impulsada cada vez más por la tecnología digital”.

Los usos son múltiples, cada vez más amplios, cada vez entreverando a mayores campos del saber y el hacer humanos.

El análisis de texto para entender los debates parlamentarios, el seguimiento GPS para medir la biodiversidad o las simulaciones para predecir la eficacia de las intervenciones de salud”, dice la UvA, son algunas de las formas en que la ciencia de datos está cambiando la forma en que se está investigando.

Investigando, viendo el mundo, actuando en él; transformándolo, también. Pensamiento y acción, transdisciplinario, horizontal, colectivo.

También.


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Adopción de Relojes Inteligentes en México

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En la actualidad, los teléfonos inteligentes y la conectividad móvil han logrado permear a una gran proporción de individuos en el país, cambiando la forma en la que la gente se comunica y realiza muchas de sus actividades diarias. El siguiente eslabón que ha emprendido esta ruta de adopción creciente de la tecnología es la interconexión digital de todos los objetos o “Internet de las Cosas” (IoT por sus siglas en inglés).

Uno de los desarrollos, pionero en encabezar esta tendencia hacia su masificación, ha sido el reloj inteligente o smartwatch en inglés. Desde su entrada al mercado en 2012, los principales fabricantes de equipos y de la industria relojera, han desarrollado estos dispositivos, llamando la atención de los consumidores, al convertir estos accesorios en mucho más que instrumentos para conocer la hora.

La oferta de estos dispositivos comprende relojes que cuentan con diversas funciones para hacer facilitar la rutina diaria, convirtiéndose en aliados para el trabajo, la salud, el deporte, y en general, para facilitar el quehacer cotidiano. 

Dimensionamiento del Mercado de Smartwatches

En México, de acuerdo con el estudio “Análisis y Dimensionamiento del Mercado de Smartwatches en México 2T-2020” elaborado por The Competitive Intelligence Unit (The CIU), se contabilizaron un total de 9.4 millones de usuarios de smartwatches al segundo trimestre de 2020 (2T-2020), cifra que representa un nivel de adopción de 9.1% sobre el total de los mexicanos mayores de 12 años.

La adquisición de estos equipos implica un gasto adicional al de un smartphone, lo que genera una barrera para que el mercado mexicano los adopte de forma masiva atribuible al bajo poder adquisitivo promedio de la población. No obstante, el desarrollo tecnológico y la diversificación de ofertas han propiciado una aceleración en la tenencia de estos dispositivos.

Apple es el líder dentro de este mercado, al contabilizar una participación de mercado de 34.3% de los dispositivos en uso al 2T-2020. Esto se explica porque los equipos iPhone, que representan 12.3% de los teléfonos inteligentes en el país, son compatibles de manera óptima con esta marca de relojes, además de que estos usuarios eligen en promedio, otros dispositivos propios del fabricante para integrar un ecosistema de equipos conectados.

mercados de relojes inteligentes

En segundo lugar, con una proporción muy cercana se ubica Samsung, con 32.4% del total de relojes inteligentes en manos de los mexicanos. Esta empresa registra el mayor reconocimiento de marca, pues 84.5% de las personas en México la conocen como desarrollador de equipos móviles. Adicionalmente es el principal vendedor de teléfonos inteligentes, con aproximadamente 1 de cada 3 equipos en uso.

En tercer lugar, se encuentra Huawei con 1 de cada 10 relojes conectados en el país, marca que ha logrado incrementar su huella dentro del mercado mexicano en los últimos años.

Posteriormente, se posiciona Fitbit con 9.3% del total, marca pionera y especializada en el desarrollo de sensores y monitoreo personal de salud y actividad física.

El restante 13.9% se encuentra atomizado entre diferentes fabricantes, algunos de ellos enfocados en usuarios de gama alta y otros intentando adentrarse al mercado masivo, todos en búsqueda de implementar estrategias de negocio con base en el conocimiento de los hábitos de uso, preferencias y características de los usuarios en México que les permita hacerse de una porción del mercado.

Gasto al Alza en Dispositivos de Conectividad

Actualmente, los usuarios gastan en promedio $4,384 pesos por la obtención de un reloj inteligente, lo que representa una cifra mayor a los $4,058 pesos que desembolsan por adquirir un smartphone.

Durante este último trimestre, en medio de una doble crisis económica en el país, una inducida por las decisiones de política pública del gobierno federal y otra ocasionada por la crisis pandémica global, que provocaron la mayor caída registrada en la economía mexicana (-18.7%), los usuarios en México continúan registrando esta tendencia ascendente en el gasto promedio por la adquisición de un teléfono inteligente.

En este periodo, este indicador creció 9.9% en términos anuales, al pasar de $3,694 pesos en promedio en 2T-2019 a ubicarse en los $4,058 pesos. Además, es la primera vez que el gasto supera la barrera de los $4,000 pesos.

Este marcado esfuerzo de los mexicanos por contar con más y mejores dispositivos dispositivos de conectividad, les permite continuar con sus actividades laborales y escolares en estos momentos de confinamiento.

En lo principal, los poseedores de un smartwatch reportan que los utilizan para recibir notificaciones, escuchar música, monitorear su salud, realizar rutinas de ejercicio y establecer alarmas.

Sin duda, en un mercado que se aproxima aceleradamente a la adopción universal de smartphones y conectividad móvil, los relojes inteligentes son uno de los dispositivos pivotales en la transición a la apropiación creciente de objetos conectados.

A partir de ello, es previsible que otros desarrollos como las bandas inteligentes, asistentes de voz, televisores, entre muchos otros, continúen su avance a convertirse en un puente de conectividad habitual del consumidor mexicano.


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Un decálogo para los derechos fundamentales en la Era Digital

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La vigilancia biométrica, la alteración o supresión de rostros o voces, el uso de asistentes de voz al servicio de intereses poco claros, son tres elementos presentes y actuantes ya en la sociedad contemporánea.

Ingenuo es pensar, frente a ello, que el diseño político y social del nuevo tiempo podrá darse en relación con los parámetros del pasado.

Hoy, están en juego valores públicos, como la privacidad, la autonomía, la veracidad y la salud, advierte el más reciente informe del Instituto Rathenau.

La posibilidad de mirar, por ejemplo, los alérgenos que pudiera tener una manzana en el supermercado, mediante Realidad Aumentada; o la captura e intercambio de trazos faciales, por medio de Rayos infrarrojos.

La Realidad háptica en la que, por suponer un uso, en una llamada se podrá tocar al interlocutor, y la Realidad disminuida, en la que se “se corta” un objeto real para dejar solo la parte que quiere mirarse.

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Imagen: Inverse.

O bien, la consabida tecnología de los Hologramas que se suman a la Realidad virtual y a la Realidad inmersiva, la primera ligada a los videojuegos, la segunda, a la recreación de espacios reales con los que se puede interactuar.

Todas ellas, parte de un conjunto en tecnologías de carácter inmersivo, en franca expansión y capacidad de influencia.

De cara a esta circunstancia, el Instituto Rathenau, una de las instituciones más serias en la evaluación social del mundo digital, ha propuesto un decálogo esencial para esta nueva cartografía.

Con un llamado al debate amplio sobre el diseño político y social que en materia digital regirá las próximas décadas, y aun el presente, el Rathenau formula diez demandas básicas en relación con los derechos fundamentales de los individuos y de la democracia misma.

Plantadas a manera de Manifiesto, la entidad europea expresa su decálogo para los derechos fundamentales en un amplio QUEREMOS:

1. Estar a cargo de nuestros cuerpos digitales. Los Estados deben proteger mejor los datos de voz, cara, huellas dactilares, “para que los ciudadanos tengan más control sobre su cuerpo y sus datos de comportamiento”.
2. Poder permanecer en el anonimato. Hay un creciente uso de identificación remota de ciudadanos a través de aplicaciones de reconocimiento de voz o rostro. “Esta es una invasión inaceptable de la privacidad de las personas y su seguridad. Por lo tanto, deben prohibirse las aplicaciones en las que los ciudadanos puedan ser identificados de forma remota en espacios públicos”.

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Imagen: Michal Bednarski.

3. Controlar nuestra identidad virtual. El uso de aplicaciones que intervienen en imágenes simulando que despoja de la ropa a personas para hacerles ver como si estuvieran desnudas, plantea una situación que claramente lesiona los derechos individuales a la intimidad.
4. Tener claridad sobre las nuevas cuestiones de propiedad digital. “La tecnología inmersiva también plantea nuevas preguntas sobre nuestro derecho de propiedad, con respecto a nuestra propiedad tanto en el mundo virtual como en el físico. ¿De quién son los datos de las redes sociales exactamente? ¿Y quiénes son los perfiles que puedes basar en ellos? ¿De quién es la grabación de voz, una imagen o información sobre nuestra mirada en realidad virtual?”
5. Vivir en un mundo digital inclusivo. No sólo se trata del acceso a la conectividad, gobiernos, empresas, desarrolladores y la sociedad en su conjunto deben poner la inclusión en el centro del desarrollo y el uso de sus aplicaciones.
6. Saber que algo es falso. El tema rebasa la cuestión de las fake news y se inserta en el uso de aplicaciones en las que los sentidos son engañados, se requieren, pues, legislaciones que obliguen a advertir sobre esa “falsificación”.
7. Protección contra la manipulación y la influencia (abusiva). “Con la tecnología inmersiva, la propaganda adquiere nuevas formas. Puedes hacer que otras personas crean conscientemente en otra realidad. Es por eso que se necesita un compromiso social, con contribuciones del periodismo independiente, inversión en las habilidades de los medios de comunicación de los ciudadanos y acuerdos claros sobre cómo influir”.

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Imagen: Kat Bielobrova.

8. Garantías de que nuestra salud no se dañará. “Aplicaciones de realidad virtual y realidad aumentada son conocidos por conducir a la adicción en casos extremos. Y las aplicaciones AR en particular también parecen conllevar riesgos en términos de seguridad física”, es vital discutir y legislar al respecto.
9. Un mercado digital con un justo equilibrio de poderes. ¿Debemos resignarnos a que un grupo cada vez más pequeño de empresas manejen de acuerdo a sus intereses particulares el mercado digital?
10. Que los espacios públicos sigan siendo públicos. “Las expresiones digitales en los espacios públicos deben estar sujetas a reglas claras para preservar la similitud. Esto requiere desarrollar una nueva etiqueta social: ¿cómo nos enfrentamos adecuadamente en este nuevo mundo?”

Los riesgos están ahí. ¿Debemos, sin embargo, por ello renunciar al inminente futuro digital, expresado ya en tantas formas en el presente? Desde luego que no, concluye el Instituto Rathenau.

El llamado es claro: “No deberíamos renunciar a nuestro destino digital. Como ciudadanos democráticos, debemos ser capaces decidir por nosotros mismos nuestro futuro digital”.

Esto es sólo el principio. Así es, sólo el principio.


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