moralidad

La moral en tiempos de malas costumbres

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La moral es cosa de costumbres, según el diccionario de Nebrija, de 1495. Parecería que, cuando aludimos a la palabra “moral”, apelamos a una especie de tribunal inexistente pero superlativo, que se encarga de juzgar las acciones, inclusive las de los personajes públicos que, a través de actos oscuros, logran que la balanza de la opinión se incline a su favor. Secretamente, todos aspiramos, alguna vez, a la existencia de ese tribunal que puede, eventualmente, exonerarnos o darnos una especie de razón histórica, aún cuando todos, en nuestro entorno social, parecen reprobarnos. Y así, algunos esperamos que el ángel de la historia, (así es, esa impactante figura benjaminiana) se encargue de barrer a quienes cometen errores garrafales, que afectan a millones, aunque en su tiempo, sus contemporáneos parezcan no sólo no juzgarlos, sino incluso, aplaudirlos.

En ausencia de este tribunal de justicia superior, sucede que generamos instituciones, y que esas instituciones tienen como cometido gestionar los recursos, comportamientos, relaciones de los individuos que componen una sociedad. En su etimología, la palabra institución implica estar, colocarse, ser estable. Las instituciones se crean con una finalidad y para resolver o gestionar problemáticas concretas. Al regular comportamientos, las instituciones funcionan conforme a la experiencia colectiva, lo cual no sólo está en su génesis sino en su conceptualización histórica. “Durkheim concibe a las instituciones como hechos sociales, esto es, como aspectos de la experiencia colectiva que se materializan en una multiplicidad de formas e instancias: el Estado; la familia; el derecho a la propiedad; el contrato; las tradiciones culturales, políticas y religiosas, etc.” (Brismat, “Instituciones: una mirada general a su historia conceptual”.)

instituciones y control
Imagen: Foreing Policy.

Las instituciones deben trascender la voluntad individual, es decir, que su vocación reguladora e, incluso, coercitiva, por tanto, no permite pensar que estén al arbitrio de o para cumplir los deseos de una persona o un grupo con intereses específicos. En este sentido, es enorme la preocupación que despierta la retractación de la Auditoría Superior de la Federación, después de la reacción pueril de Andrés Manuel López Obrador al conocer las cifras –devastadoras para él, sin duda– que incriminan a su administración respecto del ejercicio de recursos en diversas áreas, no solamente respecto de los costos de la cancelación del proyecto del NAIM, sino que hay que revisar también las cifras que tímidamente han salido en diversas notas sobre las observaciones realizadas por la ASF al ejercicio de la Secretaría de Cultura Federal, por ejemplo.

No sólo preocupa que se ponga en entredicho el informe de la ASF; el asunto de fondo es que no hay quien ponga cortapisas a quien se dice paladín de la moral y de la democracia. Esto se hace todavía más complejo si se piensa a la luz de la coyuntura del análisis que el presidente hizo con su gabinete acerca de la supresión de los organismos autónomos.

La moral es cosa de costumbres, decíamos. Las instituciones participan, como es evidente, en el dinamismo de una sociedad. No son eternas, ciertamente, ni inmutables, pues son hechas por individuos y responden a necesidades históricas. Las instituciones brindan certezas y asideros, pautas y marcos para actuar, a la vez que ellas mismas desarrollan agencia. Pero, cuando una institución pierde credibilidad o es desacreditada, se asesta un golpe a ese edificio que marca los límites y se abre la puerta a la expresión del autoritarismo en pleno. Si las instituciones son amordazadas o vulneradas y dejan de funcionar como contrapeso, caminamos inexorablemente a la imposición de una sola voluntad.


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Decisiones y consecuencias

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Los seres humanos ordenamos nuestras ideas a través de un conjunto de reglas, todo lo que percibimos a través de nuestros sentidos o de la memoria por la interacción con el medio que nos rodea, le damos una estructura para poder comprender y tomar decisiones. En esta vía elegimos primordialmente guiados por nuestras emociones, por aquello que nos ha proporcionado mayores beneficios y menor dolor.

Al decidir, nuestra mente no le da importancia al largo plazo, prioriza el gozo de la inmediatez, son resabios de nuestro yo primitivo que tenía expectativas de vida cortas. Esto nos coloca frecuentemente en dilemas de valores y tendemos a ajustar la moral de nuestros actos.

Lo anterior sucede para todos los seres humanos, en toda la vida y en cada una de las elecciones que realizamos. Por tanto, somos hoy la consecuencia infinita de combinaciones de variables, del cúmulo de cada elección realizada y las posibilidades futuras dependerán de lo que hagamos en cada instante, ligado con el siguiente de nuestra existencia.

toma de desiciones
Imagen: 123rf.

Elegir entonces en un acto simple de ejecutar, pero muy profundo para llegar a la opción seleccionada, el cómo ordenamos los hechos que recibimos condiciona nuestras respuestas. Sin embargo, ajustaremos siempre la realidad en términos de aquello que nos es conocido y que podemos solucionar con las herramientas mentales que tenemos. Así, nuestra versión de la realidad no corresponde en la mayoría de los casos con la forma en que suceden los eventos. Sólo una mente abierta a nuevas experiencias es capaz de entender, aprender y comprender sin apegos nuevas realidades

La moral de las decisiones y sus consecuencias

Debemos entender que la moral de las personas está sujeta a dimensiones individuales, aquello que es para una persona “moralmente aceptable” no necesariamente lo es para el resto. Cuando tomamos una decisión que cuestiona nuestra moral, la justificamos y nos perdonamos. Argumentaremos que si no hubiéramos actuado así, las consecuencias hubieran sido más graves.

Conforme avanzamos en nuestras decisiones, flexibilizando las referencias de aquello que consideramos correcto, será menos complicado extender nuestras fronteras morales e iremos adquiriendo una inmunidad mental, caracterizada por la soberbia y el menosprecio a las personas que se sujetan a patrones de conducta diferentes a la nuestra, ahondado por sentimientos de culpa que se buscarán esconder. Pero se continuará en la justificación hasta llegar a un punto donde no podamos actuar conforma a patrones sociales de sana convivencia y viviremos en continuo conflicto.

toma de decisiones
Imagen: Silk.

Las decisiones de las personas tienen impacto en el círculo que los rodea y ese círculo se va extendiendo conforme nuestro nivel de influencia, autoridad o poder es más grande, eso conlleva una gran responsabilidad, ya que los actos afectan la vida de aquellos que se están al alcance y en muchas ocasiones más allá; construyendo o destruyendo con las decisiones que tomamos debemos elegir con estructuras morales y conciencia.

Debemos asumir la responsabilidad de nuestros actos y asumirlo, no hacerlo nos vuelve tiranos e insensibles. Las personas que tienen niveles de influencia relevante deben saber que sus actos afectan en maneras que no imaginan e independientemente de aquellas que visualizan. Las personas que no acatan las normas, normalizando esas conductas, es difícil que retomen cursos morales de convivencia cívica. Debemos cuidar, entonces, que tales personas no aborden nuestros círculos familiares, sociales o laborales, porque las consecuencias siempre son desafortunadas.

Las personas no se convierten en quebrantadores en forma espontánea, son procesos de diversa dimensión temporal, donde la constante es que no fueron contenidos o enfrentaron responsabilidad por los actos cometidos. No es un asunto de bien o mal, es el daño o beneficio que causo a las personas, que afecto con mi elegir; actuar en la moral y la normatividad es fundamental para el buen cauce social y el desarrollo de las sociedades.


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Las emociones morales y sus fundamentos cerebrales

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Una de las mayores desgracias y oprobios de nuestro país es tener una de las más altas y ascendentes tasas de feminicidios del planeta. Se trata de una forma brutal de violación y asesinato que atropella y destruye a una persona por ser mujer. Al conocer casos particulares de este crimen es posible sentir vivamente muchas formas de emoción moral: compasión por la víctima, empatía con sus familiares, indignación y cólera hacia el perpetrador, desprecio a la mentalidad que lo fomenta, clamor de justicia a las autoridades supuestamente abocadas a prevenirlo y solucionarlo, condena a quienes solapan o atenúan los hechos, admiración y respeto por quienes investigan y denuncian, vergüenza y culpa por no hacer algo para remediarlos. Las emociones morales conforman fundamentos del conflicto social y político que se deriva no sólo de estos actos abominables, sino también de todo quebrantamiento de normas, valores y leyes morales que se consideran válidos.

feminicidio
El feminicidio constituye un quebrantamiento de normas morales de tal magnitud que suele evocar la mayoría de las emociones morales en quienes toman conciencia de las víctimas y las circunstancias en las que ocurre.

La empatía es un sentimiento fundamental para el desarrollo de comportamientos morales y éticos. Deriva de la alteridad, la noción que los demás seres humanos son otros yo y tienen estados mentales como los propios. Al motivar el cuidado por los otros, inhibiendo la agresión y facilitando la cooperación y la ayuda, la empatía condiciona aspectos importantes de la vida social y se considera una fuente crucial y ancestral del comportamiento moral y de la justicia. Además de la empatía, la compasión implica el deseo de ayudar a quien sufre y, cuando se identifica al causante del daño se suceden la indignación, el desprecio y la aspiración de remedio y justicia. Pueden también ocurrir otros tipos de emociones morales como son los sentimientos de admiración, gratitud o devoción a quienes muestran cualidades y conductas, así como la culpa, el pudor o la vergüenza en referencia a uno mismo cuando se siente que ha quebrantado o evadido una norma. Ahora bien, las emociones morales por sí mismas no son suficientes para integrar la conciencia moral, pues ésta requiere la incorporación de principios y valores que pueden ser aplicados en las acciones de protección y cuidado.

La edad de la empatia
Portada de “La edad de la empatía” de Frans de Waal, un estudio sobre los orígenes evolutivos de la empatía y otras emociones morales.

Gracias a múltiples estudios de imágenes cerebrales se han logrado visualizar ciertas áreas y procesos que subyacen a las percepciones, emociones, juicios y comportamientos morales. De estos estudios experimentales se desprende que la moralidad requiere de la participación de zonas y redes cerebrales de orden perceptivo, cognitivo y afectivo pues, como ocurre con prácticamente todos los sistemas de autoconsciencia, no hay un soporte neuronal único de las capacidades éticas y morales. Las investigaciones recientes reafirman la existencia de una red cerebral que responde a los dilemas morales y que este sistema está vinculado con los de identificación del sujeto con sus congéneres. También se ha encontrado que las cortezas orbital y ventromedial situadas en las zonas prefrontales del cerebro están implicadas en decisiones mortales con un fuerte contenido emocional. En algunos estudios sobre razonamientos o decisiones morales se ha detectado la participación de la parte anterior del cíngulo o la ínsula que se involucran durante estados de empatía.

Los estudios de las funciones cerebrales que ocurren durante las emociones morales tienen relevancia para precisarlas, pues revelan cuáles redes cerebrales se enganchan o se activan para cada una de ellas. Además, estos estudios no sólo ponen en evidencia los sustratos cerebrales de la cohesión social humana sino también los de sus contrapartes, las actitudes y comportamiento antisociales. En efecto, se ha encontrado que las redes neuronales implicadas en la empatía y la valoración moral presentan deficiencias en individuos con personalidades psicopáticas, quienes se caracterizan por tener poca o nula conciencia moral. Tanto la investigación como la teoría en la neurociencia social y la neuroética apoyan que la autoconciencia, en reciprocidad complementaria con la conciencia de otros, es un requisito indispensable de la moralidad y la ética.

libros sobre moralidad
Portada (izquierda) del libro sobre el cerebro moral acerca de los fundamentos neurobiológicos de la moralidad (2014), y (derecha) de otro volumen sobre el mito del cerebro moral (2016) que afirma lo que la moralidad implica pero no se limita a las funciones cerebrales ni se explica totalmente de esa manera. Trata este último sobre las propuestas de fomentar la moralidad mediante estimulación cerebral.

En un escrito de 2016 sobre el cerebro y la moralidad, el filósofo Jesse Prinz analizó y comentó los estudios de neuroimagen que muestran estructuras cerebrales que se activan y utilizan cuando las personas hacen juicios morales. A pesar de que Prinz aboga por un “sentimentalismo moral” en el sentido de que ciertas emociones se constituyen como juicios morales, propone que ambas, razones y emociones, intervienen en las decisiones morales humanas. El psicólogo social Jonathan Haidt, que ya hemos citado, ha recopilado experimentos propios y de colegas afines para proponer que gran parte del pensamiento político es un tipo de instinto moral envuelto o adornado por racionalización ideológica. Según esta tesis, cuando alguien dice que “el estado del bienestar es justo” o que “el aborto atenta contra la persona humana” está usando un lenguaje prestado para expresar sus actitudes viscerales orientadas a una o varias de las seis esferas morales: mal, justicia, lealtad, autoridad, libertad o santidad.

Si hemos de dar crédito a estas tesis, la identidad política no empieza con opciones ideológicas razonadas, sino con mutaciones genéticas y alambrados cerebrales de tal forma que la contienda política puede no ser tanto una batalla de ideas como una contienda darwinista. Pero ya hemos repetido que los intentos de reducir las capacidades sociales o mentales de los seres humanos a factores neuronales y estos a elementos genéticos es una forma sumaria de excluir las propiedades que emergen en cada nivel de organización de los organismos y sistemas naturales. No se puede dudar de la influencia que tienen los elementos genéticos y evolutivos en todas las manifestaciones de la vida humana, incluyendo la conducta ética y la ideología política, pero sabemos que estos fundamentos y tendencias que operan de abajo hacia arriba (desde las bases moleculares y celulares hasta la mentalidad y la conducta) se complementan con influencias inversas de arriba hacia abajo como los múltiples cambios cerebrales que condiciona la experiencia, el aprendizaje y el comportamiento.

adagio etico
Cartel sobre el adagio ético de la medicina “primero no dañar” (primum non nocere) (tomado de: EMS Solutions International).

Termino esta vista a las emociones morales recordando el principio de la ética médica primum non nocere, (lo primero es no dañar) atribuido a Hipócrates, pero mejor documentado como recomendación del médico inglés del siglo XVII, Thomas Sydenham. Si se toma literalmente, el principio sería en muchas ocasiones incompatible con la práctica médica que suele entrañar daño o sufrimiento, por lo que se ha reformulado como la necesidad de la medicina de evitar o paliar los efectos y secuelas indeseables derivadas de la práctica médica. Esto hace de la prudencia la virtud ética más necesaria del médico.

No habría conciencia moral o conducta ética si la persona humana no fuera capaz de entender que sus prójimos sufren y gozan, desean y se frustran, son libres o están sometidos. No sería posible sentir cuidado o responsabilidad por los demás sin un sentido de conexión y preocupación por otros seres sintientes y por los recursos necesarios para su vida y bienestar. Tampoco habría conciencia ética ni sentimientos morales sin la capacidad de observar, evaluar y modificar los propios estados mentales, pues la ética implica una conexión empática de la conciencia de sí con la conciencia del otro.


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Culpable o no, ¿existe la culpa?

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Después de hacer algo, como robar, matar, destruir, mentir, molestar… o después de no hacer algo, como no hacer nuestro trabajo, no pagar algo que debemos, no ayudar a alguien que lo necesita… ¿nos sentimos mal?

La mayoría de las veces si nos sentimos mal lo relacionamos con la culpa. Pero, ¿qué es en realidad la culpa?

Es un sentimiento o una emoción negativa que tiene que ver con el desarrollo de la conciencia moral.

Esta conciencia inicia cuando somos pequeños y, por tanto, más susceptibles y vulnerables.

Entonces, desde la infancia nos enseñan en casa, en la escuela, en la televisión, en internet, cómo debemos de comportarnos, qué está bien y qué está mal, y en qué situaciones debemos de sentirnos mal.

A medida que vayamos creciendo, estaremos influenciados por aquellas enseñanzas y actuaremos en consecuencia.

Entonces, ¿la culpa existe naturalmente y forma parte de nosotros, o nos fue impuesta por quienes nos educaron?


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La conducta moral: evolución biológica y desarrollo humano

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El potencial ético humano tiene varios fundamentos: el filogenético de conductas ancestrales seleccionadas por su valor adaptativo pro-social; el ontogenético en desarrollo durante la infancia, la adolescencia y la maduración, y el psicosocial estipulado en mecanismos mentales de acatamiento o desobediencia a tradiciones, códigos, normas, mandamientos o leyes. Estos factores convergen en una función neuropsicológica compleja y cambiante que constituye la conciencia moral y marca en buena medida la expresión, las decisiones y la trayectoria de cada individuo.

En referencia a la teoría evolutiva, es importante referir que, a principios del siglo XX, el geógrafo y anarquista ruso Piotr Kropotkin argumentó que la ayuda y el apoyo mutuo durante la hominización fueron más efectivos como fuerzas evolutivas que la competencia y la prevalencia del más fuerte, y esgrimía esta base biológica y evolutiva como fundamento de una sociedad anarquista  en contraposición al darwinismo social, sostenido por apologistas como Herbert Spencer para justificar la industria y la explotación capitalistas. Por su parte, a finales del siglo XX el filósofo alemán Jürgen Habermas propuso que las intuiciones morales de los seres humanos probablemente tienen un componente evolutivo que se expresa en los principios que regulan la interacción social de agentes competentes en todas las sociedades. Y en el presente siglo, la filósofa mexicana Juliana González manifestó que la conciencia moral humana requiere de una capacidad para el juicio ético necesariamente enraizada en la evolución biológica de substratos neuronales.

conducta moral Piotr Kropotkin
Portada de una edición reciente de “Ayuda Mutua” de Piotr Kropotkin, con fotografía del autor a edad avanzada, hacia 1915.

Además de los argumentos evolutivos, diversos datos empíricos se han vuelto muy relevantes para comprender mejor los orígenes de la conciencia y el comportamiento moral de los seres humanos. Un conjunto de ellos es etológico y se refiere a las conductas cooperativas observadas en diversas especies animales; otro consiste en el desarrollo cognitivo del comportamiento y la conciencia moral durante la infancia y el tercero a las bases psicológicas y cerebrales de la ética y la moralidad. La presencia de comportamientos morales en otras especies ha sido ampliamente analizada desde principios de este siglo por diversos autores, entre quienes destacan el etólogo y primatólogo holandés Frans de Waal y el ecólogo conductual Marc Bekoff, autor de “La justicia salvaje, la vida moral de los animales” y otros libros sobre el tema. La forma más extendida y elemental de comportamiento animal que puede ser calificado de moral es el conjunto de conductas cohesivas y pro-sociales, como son muestras de reciprocidad en beneficio mutuo, de ayuda a otros ante el peligro, el consuelo en condiciones de estrés y la respuesta a faltas de equidad. Este tipo de conductas se observan especialmente entre los simios, pero también ocurren en otros primates, en manadas de lobos y en perros.

Marc Bekoff
Portada de “Justicia salvaje. Las vidas morales de los animales” y foto del autor Marc Bekoff con amigo canino.

En lo que se refiere a la investigación cognitiva del desarrollo moral en humanos, ésta fue iniciada por el propio Jean Piaget, en los años 30 y fue continuada y extendida por el psicólogo de Harvard, Lawrence Kohlberg, en los años 60, quien propuso los siguientes tres niveles de maduración moral. (1) La etapa preconvencional ocurre en los niños antes de los 9 años y se caracteriza porque los infantes no tienen un código moral personal y en general aceptan el de los adultos cercanos, usualmente los padres, aunque observan y se dan cuenta de que los criterios morales difieren. (2) La etapa convencional es típica de la adolescencia y continúa en la edad adulta implicando la internalización de valores de acuerdo con normas de grupo. (3) La etapa post-convencional ocurre cuando la persona realiza juicios morales según principios que elige y pueden ir en contra de las convenciones o de la ley. Kohlberg llegó a la conclusión que los principios que motivan el juicio y la conducta moral, como la noción de justicia, igualdad o cuidado, varían entre las etapas y que muy pocas personas llegan al nivel más elaborado de desarrollo moral.

conducta moral Lawrence Kohlberg
Portada de un número de la Revista Iberoamericana de Psicología sobre la psicología moral de Lawrence Kohlberg y este autor a la derecha.

McLeod ha resumido los problemas con el método y las conclusiones de Kohlberg pues sus investigaciones se basaron en dilemas narrados y no necesariamente operan las mismas decisiones en situaciones reales. Por otra parte, los estudios fueron realizados en varones y se encontró posteriormente que los hombres suelen basar sus juicios morales en nociones de ley y justicia y las mujeres en criterios de compasión y cuidado. Entrevistar a niños y adultos de diferentes edades no garantiza hablar de desarrollo, porque esto habría requerido analizar la variación de los mismos individuos a lo largo del tiempo. A pesar de estas dificultades, los estudios posteriores realizados con mayor control avalaron en lo general las etapas de Kohlberg, aunque varios encontraron que las personas modifican sus criterios de acuerdo con el caso y las circunstancias, más que en reglas adquiridas en etapas delimitadas. El punto más problemático tiene que ver con que el juicio no necesariamente se expresa en la conducta pues existe una brecha entre valores y virtudes en el sentido de que las personas pueden y suelen aceptar ciertas normas y valores como válidos y moralmente justos, pero encuentran dificultades en ponerlas en práctica en situaciones reales de la vida y actuar en consonancia con esas demandas.

En sus estudios con infantes pequeños, el psicólogo del desarrollo Philippe Rochat afirmó que una parte importante del sentido de lo moralmente bueno y malo surge muy temprano en referencia al sentido de posesión y los conflictos interpersonales que se derivan de ella. Este investigador encontró que el desarrollo de la postura ética en los infantes es inseparable de un sentido del propio ser como es percibido y valorado por los otros. Los infantes aprenden a explorar y evaluar la mirada de los otros, a controlar su atención a distancia y movilizarla hacia sus propias actividades. Estas capacidades en conjunto favorecen el desarrollo de la reputación, una facultad plenamente humana de darse cuenta de la mirada evaluativa de los demás hacia uno mismo y que se desarrolla más tarde como el concepto del honor, la cualidad moral de cada persona que constituye su dignidad y parte central de su autoconciencia.

Jonathan Haidt
Portada de “La mente de los justos” del psicólogo social Jonathan Haidt y el autor.

Finalmente, es importante referir a Jonathan Haidt, psicólogo social actualmente en la Universidad de Nueva York, pues a partir de sus investigaciones empíricas en humanos ha sostenido que las decisiones morales se basan en intuiciones automáticas de tipo emocional más que en razonamientos lógicos, lo cual otorga a las emociones un papel relevante en la evolución y expresión éticas además de proporcionar credibilidad a las propuestas de moralidad animal. Con base en sus investigaciones Haidt y sus colaboradores han desarrollado una teoría de fundamentos morales que postula la existencia de seis pares de emociones sociales innatas: cuidado-daño, justicia-engaño, libertad-opresión, lealtad-traición, autoridad-subversión y santidad-degradación. Esta última sugerencia es polémica pues es poco creíble que varias de estas complejas emociones sociales se adquieran sólo por herencia genética y es más probable que, en efecto, existan tendencias innatas pero que éstas requieran de una modulación socialmente aprendida, de una depuración por la práctica y de razonamiento verbal.

La noción del progreso moral es antigua. En “El arte de la prudencia” publicado en 1647, Baltasar Gracián apuntó:

No se nace hecho. Cada día uno se va perfeccionando en lo personal y lo laboral, hasta llegar al punto más alto, a la plenitud de cualidades, a la eminencia. Esto se conoce en lo elevado del gusto, en la pureza de la inteligencia, en lo maduro del juicio, en la limpieza de la voluntad.

Es posible que no veamos la perfección humana con tanto optimismo, pero también reconocemos que somos mejorables y este potencial ético requiere de introspección, autocrítica, decisión, estrategia, voluntad y constancia, aspectos de la autoconciencia que hemos venido revisando.


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La conciencia moral: imperativo categórico y Regla de Oro

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Además de motivo esencial de las religiones, la conciencia moral ha sido objeto de interés y análisis para la filosofía, la jurisprudencia, la sociología y otras disciplinas humanas y sociales. En esta ocasión haré una referencia somera a ciertas nociones fundamentales sobre la conciencia moral. Acabamos de ver que el sentido moral del término “conciencia” en español se registra desde el siglo XIII y se mantuvo a través del tiempo como referencia a una “luz” o una “voz” interior que proporciona al ser humano el conocimiento de si sus actos son buenos o malos. De esta forma, en el prolongado marco de la religión cristiana, la conciencia moral se ha considerado la facultad espiritual que permite a los seres humanos discernir sus faltas o pecados para arrepentirse y conseguir el perdón y la gracia.

El escolapio y filólogo español Julio Campos ha publicado en 1962 su extensa indagación en textos clásicos y medievales sobre los significados del vocablo conscientia en latín. Encuentra que existen dos sentidos en esta palabra; denomina al primero “convicción” y se refiere a la conciencia psicológica de sentir o darse cuenta de lo que ocurre, en tanto que el segundo sería la conciencia moral como “testigo que obliga o acusa”. Prevalece con mucho este último en los numerosos autores que revisa y que incluyen a clásicos romanos como Cicerón o Séneca, pasajes del Antiguo Testamento, en especial de los Libros Sapienciales, y secciones del Nuevo Testamento, en particular ciertas epístolas de San Pablo. El padre Campos sugiere que se mantenga el significado moral para el término conciencia por su derivación de la conscientia latina de orden moral, y que se utilice consciencia (con sc) para designar al sentir y advertir en general. De esta manera se distinguirían los dos significados, como ocurre en inglés (conscience, sentido moral y consciousness, sentido cognitivo) y en alemán (Gewissen, sentido moral y Bewusste sentido cognitivo).

La conciencia moral
La conciencia moral representada por un hombre desnudo que enfrenta a figuras alegóricas de diversos vicios y pecados. Grabado de P. Galle hacia 1563 (tomado de Wikimedia).

El sentido moral de la conciencia ha dado lugar a un amplísimo y controvertido análisis filosófico. Varios de los mayores pensadores europeos han considerado que los requerimientos morales son racionales, idea que llevó a Emmanuel Kant a plantear que actuar moralmente está dictado por un principio general, fundamental y racional propio de la mente humana que denominó el imperativo categórico. En su “Metafísica de las costumbres” de 1785 el propio Kant lo formuló sucintamente en una frase muy conocida y analizada en la ética: “actúa sólo de acuerdo con aquella máxima por la cual puedes desear que se convierta en una ley universal”. Este requerimiento puede entenderse como la llamada a conducirse de acuerdo con un propósito que podría aplicarse a todos los seres racionales, porque sería deseable que actuaran de esa manera en circunstancias similares y en cualquier mundo posible. El imperativo exige que nos tratemos a nosotros mismos y a los demás como fines y no como medios, de reconocer que hay en todos un principio de humanidad que tiene máxima jerarquía pues toda persona tiene un valor absoluto.

Metafisica de las costumbres
Portada original de la “Metafísica de las costumbres” (1785) de Kant donde presenta y argumenta el imperativo categórico.

El imperativo tiene consecuencias en referencia a la autonomía y a la libertad pues, aunque éstas se suelen considerar como atributos de la persona para actuar sin imposición ajena, consisten en actuar dentro de los límites que impone el imperativo categórico. Es decir, la persona moral concede a esta ley universal y natural una autoridad decisiva sobre sí misma, como un deber que no se deriva de mandamientos o leyes externas, sino de actuar como lo dicta y requiere la ley moral que el sujeto asume y acata. La libertad consistiría en conducirse de acuerdo con ese imperativo porque el sujeto puede no hacerlo, pero elige libremente actuar de esa manera, independientemente de sus inclinaciones y deseos. En suma: la libertad debe entenderse como autonomía responsable y no como un albedrío egocéntrico, arbitrario y exento del bienestar ajeno.

Kant produjo una revolución en el terreno moral: los imperativos y preceptos sustentados en la razón no tienen necesidad de apelar a ninguna legitimación más allá de su propia racionalidad intrínseca y la razón humana adquiere el rango de legisladora autónoma. A pesar de su indudable trascendencia, la noción enfrentó interpretaciones y críticas que significaron en buena medida el progreso de la ética moderna. Por ejemplo, hay otras explicaciones de la conciencia moral, como la del filósofo pragmatista John Dewey quien consideraba que los seres humanos aplican su inteligencia para mejorar sus juicios y acciones morales de acuerdo a las consecuencias que tienen sus acciones. El progreso moral depende de la adopción de hábitos que se juzgan satisfactorios no sólo para quien los adopta, sino para los demás. Lo que garantiza el valor de los actos no es un dictado a priori de valores éticos, como lo planteó Kant, sino las consecuencias de la conducta. Más tarde se sugirió que en la conciencia moral intervienen intuiciones, emociones, imágenes y otras facultades no racionales de la mente y que en la formación de la conciencia moral contribuyen tanto inclinaciones innatas como desarrollos derivados de la experiencia.

John Dewey
El filósofo pragmatista norteamericano John Dewey hacia 1902 y portada de su libro sobre ética.

En los últimos tiempos han entrado a la discusión sobre la conciencia moral y la conducta ética evidencias provenientes de las ciencias. Por un lado, la etología ha mostrado que diversas especies animales muestran comportamientos sociales indicativos de sentido de justicia, cooperación y moralidad, lo cual daría una explicación evolutiva para que se hayan seleccionado preceptos de comportamiento social en la especie humana. En este sentido se podría plantear al imperativo categórico como una facultad congénita y adaptativa de las especies sociales, en particular de la humana. Algunos modelos recientes de la ciencia cognitiva en referencia a la cooperación y la justicia sugieren que la moralidad basada en la proporcionalidad es altamente intuitiva para los seres humanos.

Por otro lado, la etnología ha mostrado que las intuiciones y criterios morales varían entre las culturas humanas, lo cual cuestiona la idea de que existen principios universales. La noción de que los principios morales varían en las diferentes culturas ha dado origen o reforzado el relativismo moral, el cual asienta que hay profundos desacuerdos entre comunidades o pensadores de tal manera que los juicios morales no son absolutos, sino dependen de estándares, prácticas o convicciones. Pero la historia y la etnología también han mostrado acuerdo en diferentes tiempos y lugares sobre ciertos actos universalmente aborrecibles, como el asesinato, la violación o el robo y se pueden interpretar como principios éticos innatos o inherentes al ser humano. El principio estipulado en la célebre Regla de Oro — “trata a los demás como querrías que ellos te trataran a ti”— se encuentra en prácticamente todas las religiones o tradiciones y depende de la reciprocidad y de la empatía, porque implica el ponerse en los zapatos del otro. Ahora bien, la Regla de Oro no es un mandato y tampoco es infalible porque no siempre lo que uno desea para sí coincide con lo que el otro desea y porque, aun cuando el agente puede esforzarse en predecir y comprender lo que el otro quiere para guiar su acción, puede y suele equivocarse en su atribución. 

justicia
“La justicia” por Bernard d´Agesci (finales del XVIII). En la mano derecha porta una balanza como símbolo de equidad y en la otra un libro con los textos: Dieu, la Loi, et le Roi (“Dios, la Ley y el Rey”) y Ne faites pas aux autres ce que vous ne voulez pas que vous soit faite (La Regla de Oro: “No hagas a los otros lo que no quieres que te sea hecho”) (imagen tomada de Wikimedia).

Aunque no siempre es posible encontrar opciones o respuestas correctas a los múltiples dilemas morales que enfrentamos en la vida diaria, la responsabilidad del individuo frente a sí mismo y a los demás constituye la formulación actual de la autonomía y la autenticidad, temas que requieren de una revisión adicional porque atañen a la autoconciencia moral.


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Espiritualidad y expansión de la consciencia

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La espiritualidad está íntimamente relacionada con el desarrollo de la consciencia. Tema muy de moda en esta época que necesita ser aclarado para delimitar a qué hace referencia y sobre todo qué prácticas contribuyen a su expansión.

El diccionario de la Real Academia Española proporciona cuatro acepciones para definir qué es la consciencia: 1) Capacidad del ser humano de reconocer la realidad circundante y de relacionarse con ella. 2) Conocimiento inmediato o espontáneo que el sujeto tiene de sí mismo, de sus actos y reflexiones. 3) Conocimiento reflexivo de las cosas. 4) Acto psíquico por el que un sujeto se percibe a sí mismo en el mundo.

En todos los casos implica una forma de reconocer e integrar las experiencias de la vida y se encuentra relacionada con el percatarse de que se está existiendo en un mundo que a su vez está acaeciendo.

Espiritualidad y consciencia
Ilustración: Fran Pulido.

Esta habilidad implica dos momentos y funciones diferentes. El primero, corresponde al conocimiento inmediato, es decir, al darse cuenta de aquello que está sucediendo en un momento dado. Para hacerlo requiere de atención plena en tiempo presente para registrar los diferentes datos provenientes de los sentidos y que, en condiciones ideales, incluye identificar las emociones y sentimientos que desata. El segundo, comprende la reflexión que permite afirmar, modificar o descartar las respuestas de la persona a la realidad. En la medida que cada sujeto desarrolla su consciencia, éste se hace dueño de su historia y dirige su destino hacia donde prefiere en vez de que la vida le viva.

En ninguna de las definiciones anteriores hay una connotación que implique un juicio de valor, pues éste en realidad pertenece al ámbito de la moral y/o la ética.[1] La palabra que describe esta función es conciencia –sin “s”– y corresponde, de acuerdo nuevamente al Diccionario de la Lengua Española, al “conocimiento del bien y del mal que permite a la persona enjuiciar moralmente la realidad y los actos, especialmente los propios”; o, en otro de sus significados, al “sentido moral o ético propios de una persona”.

Este conocimiento se origina a partir de dos fuentes: una proporcionada por el entorno, religioso o no, que determina la bondad o la maldad de los actos; la otra, propia de la facultad humana de reconocer esta diferencia. Ambas requieren ser cultivadas, ponderadas y asumidas durante la vida y son susceptibles a modificación en la medida que la persona cuenta con mayores elementos para analizar y comprender una situación.

consciencia
Ilustración: Victor Mosquera.

En efecto, tanto la consciencia, inmediata o reflexiva, como la conciencia, o conciencia moral, requieren ser formadas para expandirlas. Actividad que inicia con la existencia misma y que continúa a lo largo de toda la vida. Proceso que puede ser inhibido, detenido o desarrollado y cuyo único obstáculo o límite se encuentra en la decisión y la voluntad de la persona misma.

El ser humano no sólo percibe y analiza la realidad, también interactúa con ella, de forma irreflexiva o razonada, impulsiva o moderada, ética o inmoralmente. De aquí la relación entre la espiritualidad y la conciencia, es decir, una valoración más humanizada e integral de la realidad hace que las acciones personales sean más constructivas y unificadoras, y contribuye a una mejor condición de existencia para sí mismo, para los otros y para el entorno en general.


Notas:
[1] La palabra moral, por estar asociada al ámbito religioso, se considera más subjetiva, sin verdadero fundamento teórico y suele descalificarse. En cambio, a la palabra ética se le reconoce un mayor valor objetivo, por lo cual la mayoría de los autores la prefieren.


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#CorteAbortoNo

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Atravesamos uno de los momentos más duros del México moderno por el incremento de muertes en el país. A la pandemia que ha cobrado más de 40 mil vidas en cuatro meses, hay que sumar, sólo por citar algunos datos, la hasta ahora imparable cifra de muertos por violencia, casi 3 mil homicidios por mes.

Así las cosas, no entendemos cómo un ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, de apellido González Alcántara Carrancá, en un proyecto de resolución, plagado de errores jurídicos, pide abrir la puerta al aborto en el país, generando así más violencia, más muertes, más sangre.  

Una vez más se estaría legislando contra la naturaleza humana y contra la gente. En innumerables ocasiones vía encuesta o sondeos de opinión, hay mexicanos que han expresado –estado por estado y a nivel nacional– su rechazo al aborto.

Resulta contradictorio que en un régimen político como el actual, donde se pide una y otra vez escuchar al pueblo, un ministro retuerza la ley y con retruécanos jurídicos pretenda convencer a los demás ministros a dar rienda suelta al aborto en México.

Vamos a ser realistas. El aborto no resuelve los problemas reales que enfrenta la mujer en México ni los riesgos de salud, o el abandono a los que está expuesta; proponer el aborto es igual a claudicar o declararse fracaso, incapaz de aplicar políticas certeras y comprometidas con la mujer, con la vida y con el país mismo. 

ministro del aborto
Juan Luis González Alcántara Carrancá, Ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (Fotografía: CNN).

¿Qué sabe el señor ministro de derechos de la mujer cuando sin más le cercena el primero de ellos que es la vida, desde la frialdad de un escritorio?

¿Será acaso que en su confusión Alcántara Carrancá mira hacia Bucareli y no hacia la mujer y las leyes y tratados que protegen su vida?

Quizá el ministro turbado no llega a entender que el aborto responde más a un modelo colonizador promovido por fondos y fundaciones trasnacionales, de esos que la 4T aborrece, que a una necesidad real de la mujer mexicana. Sin duda @M_OlgaSCordero se lo podrá explicar mejor.

Nos quedamos con la postura de @lopezobrador que de entrada no da cabida a proyectos colonizadores y ha protegido durante todas sus gestiones, primero como jefe de gobierno de la CDMX y luego como presidente, la vida desde su inicio en el vientre materno.

La mujer con un embarazo no deseado debe ser acompañada y protegida no sólo por la sociedad civil sino por el Estado, que inexplicablemente sólo la sabe acompañar con el violento acto del aborto.

Finalmente, quiero afirmar que el mundo más moderno no cree en el aborto, lo ve como un acto del pasado, tan vergonzoso como fue hace tiempo la esclavitud.


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