psicología

Fenomenología de la vida: subjetividad en carne viva

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El filósofo y fenomenólogo francés Michel Henry nació en 1922 en Vietnam, pero su familia volvió a París en 1929 donde él completó una maestría en 1943 con una tesis sobre Spinoza, al tiempo que se unía a los maquis de la Resistencia antifascista con el seudónimo de “Kant”. Al acabar la guerra consiguió una plaza como filósofo en el CNRS para publicar en los años 60 una disertación doctoral de 1000 páginas bajo el título de “Filosofía y fenomenología del cuerpo. Ensayo de una ontología biraniana” en referencia al pionero de la filosofía del yo, Maine de Biran. Consiguió una plaza en la Universidad de Montpellier, donde permaneció hasta su muerte en 1982. Además de filosofía, publicó varias novelas.

Michel Henry
Michel Henry hacia 1965.

A lo largo de su extenso trabajo ajustó las doctrinas de Husserl, el padre de la fenomenología, y de Heidegger, uno de sus exponentes más célebres y debatidos. Esta fenomenología clásica ponía énfasis en la intencionalidad, la característica de los actos mentales de ser acerca de algo: aquello que la persona percibe, siente, piensa, imagina, recuerda, sueña, desea o realiza. La fenomenología de la vida cultivada por Henry considera la intencionalidad como una propiedad de la conciencia enraizada en algo más fundamental que indistintamente denomina afectividad, pathos o vida. Ese fundamento previo es una afectividad inmanente y propia de la vida; un tema afín al que en la actualidad se analiza bajo el rubro de autoconciencia mínima y que repasamos en las últimas entregas de esta columna.

Henry consideró que buena parte de la filosofía tradicional se funda en las apariencias o fenómenos conscientes, es decir, en la manera como los objetos ocurren o aparecen en la mente humana. Sostuvo que el fenomenólogo “clásico” se aboca a estudiar cómo es que acontece esta apariencia y se aboca a estudiar algo “exterior” a la conciencia misma: su orientación hacia un objeto, su intencionalidad. La cuestión esencial que intriga y motiva al pensador francés es qué hace posible a la intencionalidad, lo cual concierne a la estructura misma de la conciencia. ¿Cuál es la naturaleza de ese núcleo de conciencia? Su respuesta es directa e inequívoca: la vida misma. La subjetividad humana está enraizada en la vida que es común a todos los seres vivos y los trasciende como su condición inmanente. Lejos de apoyar un idealismo que la considera como evidencia de un espíritu inmaterial, la subjetividad tiene su base concreta en la vitalidad del cuerpo porque la vida es condición de posibilidad de cualquier experiencia.

vida François-Pierre-Gontier de Biran
François-Pierre-Gontier de Biran (Maine de Biran), 1766-1824.

Como Maine de Biran, Henry considera decisiva la apercepción directa e inmediata que constituye la experiencia básica y elemental de un cuerpo viviente. El cuerpo no es un instrumento del yo o de la subjetividad, ni la acción o la conducta sólo un medio por el cual el yo accede al mundo, sino que la subjetividad se identifica con ese sentir fundamental del ser viviente, una forma primaria de sufrimiento y gozo que concibe como pathos. El término pathos se refiere una experiencia que no puede dejar de sentirse, porque la vida no escapa de sí misma. A partir de esta base de subjetividad viviente se origina todo fenómeno consciente e intencional. Así, a diferencia de los fenomenólogos iniciales, Henry basa la intencionalidad de la conciencia en este proceso vital e inmanente de afectividad esencial, lo cual plantea una duplicidad entre un núcleo de la conciencia y las apariciones en forma de contenidos mentales. La afectividad inmanente sería la vida misma como una forma de ipseidad o autoafección que se manifiesta en el poder de la subjetividad y de la agencia. En una entrevista, Henry lo expresó de esta forma:

… aquello que soy en el fondo de mí mismo, mi vida, es algo en sí ajeno a este horizonte de visibilidad del mundo. Mi vida, tal como la experimento originalmente en mí mismo, jamás es un objeto, jamás es susceptible de ser vista en el “mundo”. Su esencia consiste precisamente en el hecho de experimentarse inmediatamente a sí misma, sin distancia, en una “auto-afección” en sentido original.

La conciencia es entonces fruto del despliegue y la evolución de la vida misma, una propiedad que Henry denomina auto-accroissement (auto-incremento), análoga a la autopoiesis que he propuesto en una sección anterior como fundamento o requisito biológico de la autoconciencia. La vida se constituye por su movimiento inherente y su actividad de crecimiento. Vivir es experimentarse a sí mismo y la naturaleza de la subjetividad es la inmanencia trascendental de la vida. Esto atañe de manera central a la corporalidad, al hecho de que la autoconciencia está encarnada en un cuerpo vivo porque éste se experimenta a sí mismo de manera inmediata. Es justo decir “yo soy mi cuerpo” si con esto se implica la vida del cuerpo, esa vida que constituye la identidad diacrónica, el trayecto vital de cada persona en el tiempo.

Fenomenologia de la vida
Portadas de las traducciones al español de “Fenomenología de la vida” y “Encarnación” de Michel Henry.

Henry se adelanta por décadas a la reciente tesis de la simulación situada de Vittorio Gallese cuando afirma que el objetivo fundamental de la danza no es escenificar una historia, sino expresar movimientos para que el espectador los sienta en carne propia de la misma manera que una pintura hace sentir en el espectador fuerzas motrices y afectivas que están larvadas en su interior. Coincide con el pintor Kandinsky: todo arte tiene el efecto de intensificar la vida porque expresa y afecta a la interioridad viviente.

El ser humano no se da la existencia a sí mismo ni la mantiene por sí mismo, es la vida que se mantiene a sí misma a través de cada ser humano. De esta manera, Henry explica la necesidad humana de actuar, de ejercer el poder de la subjetividad. Considera que la idea fundamental de Marx es profundamente cierta: la relación del ser humano con el mundo es una relación práctica; sólo la vida manifestada a través de los individuos posee el poder, la fuerza y la eficiencia para transformar al mundo y adecuarlo a sus necesidades mediante el trabajo. Esto determina la estructura de producción y de consumo de toda sociedad.

Henry caracteriza la “búsqueda de uno mismo” como algo típico de la modernidad y argumenta que esta tendencia sin rumbo o éxito posibles sólo puede ser rebasada mediante el “abandonarse a sí mismo en la vida”, olvidarse del ego que se cuida y se acrecienta a sí mismo en el mundo para descubrir algo esencial y relegado: la vida misma y el amor que despliega al mantenerse y expresarse. Este reconocimiento escapa a toda intencionalidad, es decir, a toda representación mental, y sólo puede conseguirse a través de una mudanza de la acción y la praxis hacia la misericordia y la compasión. La búsqueda de uno mismo, característica de la modernidad, paradójicamente sólo puede lograrse mediante la renuncia de uno mismo.

libros filosofia
Portadas de las traducciones al español de “Ver lo invisible. Acerca de Kandinsky” y “La fenomenlogía radical, la cuestión de Dios y el problema de mal” de Michel Henry.

Coincidió con Kierkegaard en considerar que el yo aparente de la subjetividad humana no es su propio fundamento, sino la vida que no escapa de sí misma y que implica una liga entre cada ser vivo y la vida absoluta. La religión (re-ligare) es el ámbito donde se actúa la autotransformación de la vida, la expresión subjetiva de esa propiedad y su reciprocidad entre los vivientes, algo que no se conoce racionalmente o por el pensamiento, sino por sentir directamente la vida misma. En sus últimas obras, Henry encontró en la enseñanza de Cristo una correspondencia con sus conceptos de afectividad inmanente y de entrega a la vida. En su visión, el cristianismo llama Dios a la vida, llama Padre a su feraz proceso de autogeneración y llama Hijo al ser viviente surgido por la autogeneración de la vida, donde se cumple su ipseidad o mismidad fenomenológica. La fenomenología de Michel Henry implica valorar y comprender a la vida como el verdadero ser de la persona, más que su relación con los objetos del mundo.

La conciencia basal y la carencia de yo

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Hemos venido revisando que varios filósofos y científicos actuales definen un estado mínimo o básico de conciencia, un sentir que no es conceptual, ni representacional, ni dual, porque no es acerca de algo. Es decir: al no tener un contenido determinado, esta forma de conciencia no sería dual porque no aparece alguien o algo que posea o experimente un objeto en la mente, como se tiene y se representa un dolor en el momento en que la persona se percata de sentirlo, lo valora o lo refiere.

En un artículo de 2020 los psicólogos neoyorkinos Zoran Josipovic y Vladimir Miskovic plantean y revisan que las formas de conciencia o experiencia fenoménica mínima han sido descritas en antiguas tradiciones de Asia y estos antecedentes les sirven para analizar sus características. Por ejemplo, en la tradición oriental la palabra samadhi identifica un estado de absorción completa en el cual el objeto que se presenta en la mente queda desprovisto de todo concepto y se capta directamente, es decir, sin estar acompañado de palabras que lo designan o califican, ni tampoco de imágenes o recuerdos asociados o derivados: el objeto ocupa la experiencia sin aditamentos y la mente se encuentra en silencio conceptual y embebida en su objeto. Ahora bien, en la misma tradición se distingue esta experiencia de otra denominada conciencia pura, en la cual se afirma que el sujeto está consciente pero su mente no tiene contenidos. En esta situación la conciencia está activa, pero no contiene representaciones, es un estado de autoconciencia inmediata, de autopresencia inmanente. Josipovic y Miskovic afirman que este tipo de experiencia ocurre normalmente en las transiciones del sueño a la vigilia cuando por momentos el sujeto no tiene nada en mente ni se percata de su identidad, del espacio o tiempo. Refieren también relatos de ensoñaciones sin contenido en las que el sujeto relata un sueño en blanco. Además, argumentan que suelen suceder experiencias de este tipo al salir de la anestesia, en la deprivación sensorial, la experiencia psicodélica o durante la meditación y prácticas afines.

ausencia de un yo
Imagen alusiva a la ausencia de un yo en estados de autoconciencia basal en los que se esfuma la dualidad entre un sujeto que experimenta un estado mental y los contenidos de ese estado (imagen tomada de Psiquentelequia).

Si bien los estados de conciencia mínima se describen como ausencia de contenido, la conciencia no desaparece como en las fases del sueño profundo que cursan sin ensoñaciones. Uno de los problemas para definir con mayor precisión este estado se refiere al nivel de activación fisiológica, denominado arousal en inglés y que usualmente se especifica con una metáfora de profundidad. Así como la luz disminuye con su penetración en el mar, habría niveles de alertamiento y activación funcional que van desde la oscuridad del coma o en el sueño profundo, pasan por estratos fluctuantes en la vigilia, abarcan niveles más avanzados y diferenciados en la autoconciencia o conciencia de sí y llegan a estados de hiperalerta o conciencia ampliada en el éxtasis. Pues bien, sucede que en este continuo o eje vertical de creciente brillo no es posible ubicar los estados aludidos, porque la noción misma implica que una conciencia mínima sería poco más que un estado de coma y esto dista de ser el sentido que se pretende significar con esta expresión, a diferencia del uso de la misma en la neurología y que se refiere a un nivel mínimo de conciencia, cercano al coma. Como el estado de autoconciencia mínima al que me refiero ahora no corresponde a un determinado nivel de alerta o de arousal, se impone una distinción: el nivel de vigilancia y de responsividad del organismo es una cosa y la conciencia misma es otra. A veces se usa la metáfora del espejo para expresar que la conciencia refleja sin elaborar o conceptuar, decidir o valorar independientemente del nivel de vigilancia o alerta. De esta manera, el eje de activación no es una variable útil para comprender los estados de conciencia o autoconciencia mínima y en este punto pueden dar información relevante los relatos y los análisis de estados meditativos.

Curva de activacion
Curva de activación en forma de U invertida en referencia a la ejecución de tareas. Un bajo o alto nivel de activación (grado de arousal) no se relacionan con la mejor ejecución, hay un nivel óptimo. Esta curva se relaciona con la atención, pero la capacidad de conciencia, en particular la conciencia basal o mínima, no se puede ubicar con estas variables (imagen tomada de Perros de búsqueda).

Diferentes técnicas de meditación hacen posible la producción y la experiencia consciente de estados de conciencia absorta y sin contenidos que podemos denominar conciencia basal para distinguirlos del estado semicomatoso que tiene en la neurología. En efecto, en tradiciones tanto orientales como occidentales se describen con términos paradójicos ciertos estados que resultan de las prácticas contemplativas de atención plena y sostenida. El sujeto inicia su práctica con la instrucción de permanecer consciente de sus contenidos mentales, por ejemplo, de las sensaciones de su respiración o de una frase o mantra que repite mentalmente. En esto hay un dualismo implícito entre un observador y una observación porque un yo agente y activo se mantiene atento a lo que ocurre en la mente. Con la práctica se fortalece la capacidad de observación y la autoconciencia va tomando mayor dimensión. Eventualmente y en ciertos momentos la autoconciencia queda desprovista de contenidos, un estado en el que desaparece un yo observador o poseedor de sus objetos mentales. En las tradiciones orientales de meditación se denomina sunyata (vacío, ausencia del yo, selflessness) a este estado refinado de conciencia que no se limita a un silencio interno de voces, pensamientos o imágenes, sino a una transformación del aparato mental que pasa de operar como una dualidad sujeto-objeto a una conciencia basal y no dual.

enso vacio conciencia
En la caligrafía del budismo Zen se representa el concepto de sunyata o gran vacío con el símbolo circular llamado enso. El concepto implica que las cosas del mundo y los objetos que las representan en la mente carecen de una identidad permanente porque todo está interconectado y en flujo constante. Esto incluye al yo o self (imagen tomada de New World Dencyclopedia).

En el lapso en el que el sujeto vive un estado de autoconciencia sin contenidos, se percata de que el self o el ser está vacío; es decir: advierte directamente que no existe el yo como una entidad sustancial y concreta. La característica fundamental de este estado es de una cognición reflexiva inherente, un autoconocimiento directo, un estado de conciencia básico o basal, sin nada más que la conciencia misma. Se afirma tanto en las tradiciones contemplativas como en los análisis actuales de la conciencia mínima que se ventilan desde las ciencias y filosofías cognitivas que no hay nada abstracto o mágico en esta experiencia: este darse cuenta de lo que constituye la autoconciencia en sí misma y esta no dualidad básica se revela en la propia experiencia empírica.

tallo cerebral
Las estructuras de la línea media del cerebro abarcan regiones muy primitivas del tallo cerebral (en azul) y zonas de la corteza cerebral medial (en verde) que intervienen en la conciencia basal de sí mismo en el ser humano. En la imagen aparece la cara medial del hemisferio derecho, las mismas zonas se encuentran en la cara medial del izquierdo (imagen tomada de Alcaro, Carta y Panksepp, 2017).

Una propuesta fundamental en referencia a la conciencia mínima o basal es la necesidad de un sustrato consciente para que se estructure la experiencia. A este sustrato se han referido varias teorías neurofisiológicas que desde mediados del siglo pasado subrayan el papel indispensable que juegan las estructuras del tallo cerebral y de la línea media del encéfalo para que tengan lugar los estados y contenidos de conciencia. Estas estructuras, entre las que destaca la llamada formación reticular activadora ascendente, son muy antiguas en la escala filogenética y se suponen necesarias para el estado de conciencia que probablemente compartimos con los animales sentientes del planeta (Bronfman, Ginsburg, Jablonka, 2016). Gracias al desarrollo de la neocorteza y las estructuras de reciente adquisición filogenética los seres humanos recrean objetos en su conciencia (aquellos contenidos o ítems que perciben, sienten, piensan, imaginan, recuerdan, creen, sueñan, quieren, etc.) y experimentan estos contenidos de su mente como posesiones y usufructos de un yo, de un self. Pero sucede que con ciertas prácticas y métodos atencionales el sujeto se percata que este yo o este self es un pensamiento más, una forma de conceptualizar algo que no es definido ni definible. El sujeto se da cuenta por experiencia de la insustancialidad del yo mediante la vivencia de una conciencia basal desprovista de contenidos y de referentes.

A pesar de las dificultades en el tratamiento académico de la autoconciencia mínima, el tema vuelve a elementos de la conciencia y del yo que intrigaron en el siglo XVIII a Fichte y a Maine de Biran, los filósofos pioneros del yo. En este sentido, hay que agradecer que se haya retomado este peliagudo problema de la conciencia de sí al identificar el estado basal que implica y las dificultades de su análisis.


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El yo convertido: cerebro lavado, dogma infligido

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La frase “lavado de cerebro” se ha vuelto de uso común porque parece no sólo posible sino habitual que las personas incautas sean persuadidas o incluso obligadas a aceptar una falsa realidad. Así, cuando alguien mantiene una opinión distinta de la propia, se aventuran explicaciones condescendientes del tipo: “ya te lavaron el cerebro en la universidad”. Ahora bien, la expresión tiene una referencia más precisa y grave porque implica una persuasión coercitiva entre un agente manipulador y una víctima de su voluntad. Se trata de una relación perversa de poder protagonizada por quien intenta controlar el pensamiento, la voluntad y la conducta de otro mediante una manipulación de sus creencias y la eventual convicción de este último de una realidad o una creencia que no tenía, lo cual implica cambios en su identidad (Martínez García, 2013).

Las técnicas utilizadas en la persuasión coercitiva incluyen imposiciones sobre la privacidad personal que repercuten en los procesos cognitivo-afectivos y eventualmente sobre la identidad de una víctima que se halla en una situación de impotencia y dependencia. El control de la comunicación, de la conducta y de las rutinas cotidianas va determinando una percepción cada vez más acotada y deformada de la realidad. La severa desigualdad del poder, la restricción de la libertad y la imposición de la voluntad ajena determinan una progresiva adherencia a los mandatos y a la ideología de la parte dominante. El éxito del intento se plasma cuando la víctima realiza una confesión que manifiesta su convencimiento.

El candidato de Manchuria
Escena de la película “El candidato de Manchuria” (John Frankenheimer, 1962) donde un grupo de prisioneros de guerra sufren de “lavado de cerebro.” Aquí aparecen en actitudes de apatía ante el discurso de su captor.

Esta relación asimétrica y sus consecuencias cognitivas puede darse en diversas formas que fluctúan desde la sugestión de la propaganda, la persuasión impositiva en parejas o familias autoritarias, hasta llegar a las más graves en el cautiverio y formas de tortura en regímenes totalitarios y situaciones de guerra. La expresión “lavado de cerebro” se popularizó en la Guerra de Corea en referencia al tratamiento que se imponía a los prisioneros norteamericanos para impedir su organización y que en ocasiones resultó en la convicción comunista de las víctimas. Se documentó que varios prisioneros, una vez liberados y de regreso a su país, siguieron persuadidos de la ideología de quienes habían sido sus enemigos y captores. Éste es tema de la película El candidato de Manchuria (John Frankenheimer, 1962) realizada durante la paranoia anticomunista de la Guerra Fría. Otros relatos más creíbles e independientes documentan que el fenómeno de la imposición coercitiva es real y poderoso. La película La Confesión (Costa Gavras, 1970) sobre el juicio de Praga a supuestos disidentes en la década de los años 50, retrata las técnicas para persuadir a los prisioneros de que eran traidores a la ideología socialista, y merecedores de un justo castigo, que podía llegar a la pena de muerte.

confesion lavado de cerebro
Cartel de la película “La confesión” de Costa Gavras que trata sobre los juicios de Praga a supuestos disidentes sometidos a “lavado de cerebro” (fotografía tomada de Amazon).

El síndrome de Estocolmo y la adhesión a una secta son dos fenómenos vinculados al lavado de cerebro que revisten modalidades diferentes porque no necesariamente ocurre una manipulación mediante técnicas coercitivas, sino una convicción creciente cuando los sujetos se encuentran en condiciones de indefensión o desaliento. El síndrome de Estocolmo es un concepto utilizado desde 1973 para señalar una vinculación afectiva paradójica de parte de ciertos rehenes hacia sus captores. A pesar de que los rehenes suelen estar convencidos de que no tienen posibilidades de escapar y que su vida corre peligro, al convivir con sus captores llegan a conocer sus motivaciones, a entender la lógica que los llevó al secuestro y a justificar su propia condición de cautiverio. Aunque se ha vuelto muy difundido, el fenómeno es infrecuente, pues pocas víctimas de asedio, secuestro o abducción lo desarrollan. Al examinar las condiciones que conducen a esta respuesta paradójica hay que considerar los factores individuales de historia, carácter y personalidad, pero también ciertas operaciones de estímulo-respuesta y un posible rol de conductas sociales de raíces ancestrales. En referencia al comportamiento animal, hay dos fenómenos que parecen relevantes: las respuestas afiliativas de los receptores de conductas agresivas hacia sus agresores observadas en primates y la conducta denominada de “impotencia aprendida” descrita en animales de laboratorio cuando no tienen posibilidades de escapar de un castigo.

Patricia Hearst
Patricia Hearst, nieta de William Randolph Hearst, el magnate de la prensa en el que se inspiró Orson Wells para realizar “Ciudadano Kane”, fue secuestrada por el grupo terrorista Ejército Simbiótico de Liberación; se unió a ellos y es uno de los casos más conocidos de “síndrome de Estocolmo” (fotografía tomada de Confilegal).

Otro de los fenómenos que muestra la capacidad de manipulación y persuasión de los seres humanos es el de las sectas religiosas o grupos terroristas que atraen a ciertas personas y las convierten en adeptos a credos dogmáticos que instalan en ellos una convicción intensa de validez y redención. La conversión es a veces tan radical que los sujetos enganchados abandonan su vida previa, sus posesiones y sus objetivos y adoptan una vida totalmente diferente a la que tenían o buscaban previamente. En estos casos, es patente una proclividad individual y circunstancial que encuentra cauce y objetivo en el entorno grupal o tribal de una figura carismática, como un gurú espiritual o un guía político. El fenómeno de adhesión fanática a sectas indujo en la década de los 80 la práctica de diversos métodos de “desprogramación” con la idea de establecer una intervención eficiente sobre la persona fanatizada, para liberarla de su alianza con la ideología, el líder carismático y la forma de vida sectaria. Curiosamente, muchas de las técnicas empleadas se basaron en una persuasión coercitiva, incluyendo el secuestro, el control de la conducta y formas diversas de violencia. La película Holy Smoke de Jane Campion (1999) trata este tema en una extraña mezcla entre drama y sátira.

lavado cerebro secta religiosa
Cartel de la película “Holy Smoke” (Campion, 1997) sobre la desprogramación de una víctima de adhesión fanática a una secta religiosa.

En todos estos fenómenos intervienen dogmas en su forma de ideologías acabadas e irrefutables que auspician el dogmatismo: la convicción intransigente, maniquea e intolerante que cumple un papel fundamental para quien la adopta. Es posible que la necesidad de pertenencia del individuo al grupo social se manifieste en la necesidad de compartir una cosmovisión particular y asumir las conductas grupales que se derivan de ella porque proporciona una certeza en una realidad sólida y segura, una sensación de privilegio por ser parte de un grupo de elegidos y una sensación de logro personal en reconocer una realidad accesible a unos cuantos. Establecer ligas e identificaciones con grupos sociales es un hecho característico de la especie humana y se ha explicado por su ventaja adaptativa. El fenómeno sesga las actitudes de empatía y cuidado altruista hacia ciertos individuos y grupos humanos, lo cual suele redundar en conductas de reciprocidad dando al individuo una fuerte identidad y seguridad en términos políticos, raciales, étnicos o nacionales.

En “El mono desnudo”, un trabajo pionero de etología humana, el inglés Desmond Morris (1967) describió la afiliación apasionada y “fanática” con un equipo de futbol como una forma de amor tribal de hondas raíces evolutivas porque consta de dos elementos cognitivo-afectivos: un sentimiento de pertenencia simbólica ¾ (porque el “fan” no juega en el equipo) y un sentimiento de rivalidad con los otros equipos. En estudios de imágenes cerebrales se ha encontrado que, en presencia de escenas de triunfo de su equipo comparadas con escenas de triunfo de equipos rivales, se recluta una intensa actividad de la red de recompensa del cerebro, en especial de la amígdala y zonas de producción de dopamina (Duarte et al., 2017).

Es posible que esta tendencia tribal sea uno de los factores neuropsicológicos que intervienen en el fenómeno de conversión impuesta en el lavado de cerebro, en el síndrome de Estocolmo o en la adherencia a sectas y cultos porque, en situaciones de deprivación o desafiliación, las personas requieren una identificación grupal como salvoconducto para sobrevivir. Dado que hay una renuncia o una reorientación tan profunda y radical, se requiere postular un mecanismo ancestral y elemental para explicar el cambio de identidad y comportamiento que se pone en operación por técnicas coercitivas de corte conductista. Existen diferencias de susceptibilidad en la adopción de estas conversiones y mutaciones. Tradicionalmente se valora el carácter y la convicción de quienes resisten la manipulación o la tortura y demuestran fortaleza de convicción e identidad.


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El final se acerca…

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La duración de la convivencia de una pareja no es necesariamente equivalente a la duración de su amor. Muchas veces el amor ha muerto y la pareja sigue arrastrando su cadáver. También observamos como espectadores el amanecer y el ocaso de las parejas de nuestros amigos, parientes, padres.

Es así como el sentimiento de fracaso en los proyectos amorosos salpica a los dos componentes de la pareja que se deshace; todos pierden en cierta medida, todos soñaron algún día con un amor que crecería o, al menos, se mantendría. Tienen que admitir que al final no pudieron con la empresa, y ¿qué hacen?, se inventan su propia historia para hacerla más digerible, elaborando teorías que dan sentido a sus conflictos, pero la realidad es que la conclusión final presenta más preguntas que respuestas, ya que muchas veces ninguno comprende bien qué es lo que se hizo mal. Pero lo que sí sabemos es que:

El tiempo deteriora la relación, luego se pierde la intimidad y, finalmente, el compromiso.

Si pudiéramos saber con mayor exactitud cuándo empieza el declive en una relación, si tuviéramos un “amorímetro” de alta tecnología que nos advirtiera cuándo una pareja comienza a deteriorarse, ¿tal vez nos iría mejor?

Existen muchas posibilidades de que no llegaríamos siquiera a reconocerlo.

Los continuos fracasos en las relaciones de pareja nos muestra que los procedimientos ensayo-error son los más utilizados y  a esto añadimos que los compromisos son cada vez más endebles a causa del temor a la ruptura, y si no se llega a entender bien una ruptura, es posible incurrir en los mismos errores en futuras relaciones.

abismo en una relación
Imagen: Lifeberrys.

¿Cómo es la crónica de la pendiente final?

*En algún momento de la relación, uno de los dos se va sintiendo incómodo.

*Seguido a esto, va creando su mundo privado para reflexionar sobre lo que le pasa, pero no comparte su preocupación, por lo que la intimidad y la preocupación en el otro se interrumpen.

*El iniciador que sabe que quiere terminar la relación, manifiesta públicamente su insatisfacción, mientras el otro piensa que el problema está en el iniciador y no en la relación.

*Comienzan enfrentamientos directos.

*Para el iniciador, éste ya es un punto de no retorno, mientras la pareja intenta cambiar de actitud y mejorar las cosas, el insatisfecho ya elabora su plan de escape.

*Al final, el equilibrio de poder en la relación se ha roto y el iniciador tiene un poder mucho mayor que el de su pareja, ya que la continuidad o ruptura de la pareja, depende exclusivamente de él.

*Aunque el sufrimiento de ambos puede ser equivalente, para el iniciador éste se ha dilatado en el tiempo, mientras que para el rechazado todo es muy reciente y puede estar desesperado.

*Por fin, el miembro rechazado tiene que redefinir la relación, descubrir las causas de las grietas que llevaron a la separación.

Por último, para que ocurra una reconciliación, la pareja no puede retornar a la situación anterior, sino que debería situarse en una transición hacia algo diferente.

pareja se acaba
Imagen: Medium.

Resumiendo:

Existen cuatro etapas finales que señalan la muerte de una relación:

1.Considerar que los problemas matrimoniales son muy graves.

2. Hablar parece inútil. Cada uno intenta solucionar los problemas a solas.

3. Empiezan a llevar vidas separadas.

4. Se sienten solos.

A veces en la última etapa se busca una aventura como síntoma de un matrimonio moribundo. Ésta no es la causa sino la consecuencia.

Contrario a lo que se piensa, las parejas generalmente no se divorcian  por “cosas o temas grandes” como por ejemplo: dinero, infidelidad, etc., sino porque estos cuatro ingredientes corrosivos van desgastando día a día la relación. Las parejas separadas sostienen que su matrimonio naufragó porque no se sentían amados y apreciados, y así se fueron distanciando poco a poco. Nuestro riesgo más grande en las relaciones no se encuentra tanto en lo que sabemos o vemos que estamos haciendo mal, sino en lo que no vemos, en nuestros puntos ciegos.

Tómate un instante para saber en dónde estás…


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La identidad temporal y el ser duradero

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El prefijo auto– en español se emplea en múltiples conceptos duales que se escriben con un guion intermedio, como auto-referencia, auto-imagen o auto-estima, equivalentes de aquellos que en inglés ostentan el prefijo self-, como self-reference, self-image, self-esteem. En todas estas nociones el problema es a qué se refiere el auto- o el self-, pues el guion necesariamente implica una relación sujeto-predicado. A través de los tiempos se han propuesto varios candidatos para concretar a ese sujeto o ese self: en estos escritos hemos referido, entre otros, a un self narrativo y autobiográfico, a un self cognitivo y afectivo, a un self sináptico y cerebral, a un self social y cultural. En buena medida la validez de estos conceptos depende de si sus proponentes o sus receptores habitan el ámbito literario, el psicológico, el neurobiológico o los de las ciencias sociales y humanas. Una plataforma transdisciplinaria posiblemente permita una concepción más acabada y específica de un ser de naturaleza compleja, dinámica y cambiante.

El multifacético self usualmente se ha traducido al español como “sujeto” o como “sí mismo”, aunque cada vez se utiliza más la palabra inglesa porque no se encuentra su versión exacta en nuestra lengua. Me parece que en ocasiones la traducción adecuada al castellano de self es la palabra ser, en su forma de sustantivo, para indicar una entidad temporal que tiene existencia, vida y conciencia propias. Por ejemplo: ¿cómo se justifica la creencia de que una persona particular es la misma con el paso del tiempo, a pesar de que sus componentes cambian y sus propiedades se transforman? El criterio tradicional es la continuidad espaciotemporal de un individuo, la duración que define a su self o a su ser. En un extenso trabajo al respecto, Stanley Klein, psicólogo de la Universidad de California en Santa Bárbara, llama “diacronicidad personal” a esta continuidad y para ello aplica el término “diacrónico” en su significado preciso: la evolución de un objeto, fenómeno o circunstancia a través del tiempo. Esta diacronicidad personal sería lo que mejor define y constituye el self.

Portada del libo “Los dos yoes” y su autor Stanley Klein.

Un problema central del self concebido como una entidad es que, además de no ser algo objetivo, la persona no la localiza en sí misma, tal y como lo relató de manera célebre David Hume en una autoexploración de su mente relatada hacia 1739 y en la que detecta sensaciones, emociones o pensamientos, pero ningún self. Esto ha llevado a varios pensadores a afirmar que el self es una ilusión o a otros, desde Kant hasta quienes proponen una autoconciencia mínima en la actualidad, a sostener que se requiere una forma elemental de subjetividad para que la experiencia consciente tenga lugar. A partir de William James a finales del siglo XIX, se han planteado dos aspectos del self o del ser, una de ellas es el autoconocimiento en el sentido de la representación que tiene un individuo o una persona de sí misma (de ahí el “sí mismo”), y la otra es la subjetividad en sí, el qué se siente ser esa persona. Kline defiende que estos dos aspectos interactúan, y que su interacción constituye el prerrequisito de la experiencia de uno mismo, es decir, de la autoconciencia. El mismo autor dice que esta propuesta coincide con la idea original de Johann Fichte de que no puede haber objeto sin sujeto ni sujeto sin objeto y que revisamos al inicio de esta obra.

Una de las razones que se han esgrimido para defender la continuidad de la misma persona en el tiempo es decididamente objetiva y corporal. Como el resto de los objetos del mundo, el cuerpo viviente es un objeto espaciotemporal que permanece siendo el mismo por cierto tiempo, a pesar de cambios en su composición y en su forma. Sin embargo, el criterio naufraga si los cambios son demasiado rápidos o modifican la estructura de manera importante o definitiva. Si bien partes de mi cuerpo se pueden perder o ser reemplazadas sin que pierda mi identidad, una de ellas parece crucial para mantenerla y esa parte es, desde luego, mi cerebro. Si se me hace un trasplante de riñón o de corazón sigo siendo yo, pero ya no si se trasplanta mi cerebro, algo imposible de realizar o concebir como técnica quirúrgica. Dado el caso en la ficción o la fantasía, se ha dicho que se trasplanta un cuerpo a un cerebro, pero aún así, estoy seguro de que en otro cuerpo no sería yo porque el yo no es trasplantable y porque mi cuerpo es integrante fundamental de mi identidad.

Fotograma de la comedia “Young Frankenstein” (Mel Brooks, 1974) donde se realiza un transplante de cerebro para crear un ser humano vivo. En este caso el monstruo tiene gracia a pesar de que el cerebro estaba en una jarra que previene su uso por ser “anormal.”

En la neurociencia cognitiva se han realizado progresos sustanciales para definir zonas, redes y mecanismos cerebrales correlacionados con operaciones cognitivas de auto-reflexión y auto-referencia: se trata de aspectos objetivos del self estudiado y considerado en su nivel reflexivo y de auto-representación. ¿Constituyen estas partes funcionales mi self o mi ser? Si bien el cerebro parece ser una fracción fundamental de la identidad personal, se ha dicho que su actividad es más definitiva que su morfología y se ha destacado a la información manejada y procesada por este órgano como la función identitaria. Esta idea conduce a la identificación del self o del ser con sus funciones cognitivas, en particular con la memoria, llanamente expresada por Borges como “somos nuestra memoria”. Sin embargo, al ponderar esto, pronto caemos en un razonamiento circular: si la memoria episódica presupone que el objeto del recuerdo es la propia persona, entonces decir que la identidad es la memoria de la persona no lleva a ninguna lucidez. Sin embargo… no puedo negar que mis recuerdos constituyen piedras miliares que identifican mi trayecto vital y por ello a mi ser.

Portada del libro sobre la memoria autobiográfica y el self, de Soljana Cili y Lusia Stopa. El tema se trata desde la plataforma de la terapia cognitivo-conductual.

Aparte de mis recuerdos, hay otras características que me hacen sentir el mismo a través del tiempo. Los conocimientos que he aprendido y utilizo en mi vida también son parte de mi ser e indican que mi identidad no se restringe a la memoria episódica e incluye a la memoria semántica. Pero no sólo esto: siento que soy el mismo porque si bien mi carácter y personalidad han variado, los reconozco diacrónica o históricamente como propios: yo he cambiado y sigo cambiando. Por ejemplo: mi rostro ha variado bastante a lo largo de mi vida, pero me identifico precisamente con esa evolución que mantiene un patrón reconocible. En el trabajo mencionado arriba, Klein describe casos clínicos de pacientes que han perdido su memoria episódica y semántica, pero mantienen un sentido de ser las mismas personas en el tiempo.

Evolución de un rostro humano de los 35 a los 90 años. Los cambios son ostensibles pero no impiden el reconocimiento de la misma persona. (Figura tomada de: One Library).

Debe haber algo central y básico para mantener la identidad personal y parece inescapable concluir que la conciencia es ese fundamento temporal porque a pesar de que cambien el cuerpo, las creencias, los objetivos o las circunstancias objetivas se mantiene una identidad subjetiva. No necesito razonar o deducir que soy el mismo, simplemente lo siento así, es algo dado por mi experiencia en todo momento y que últimamente se ha denominado “autoconciencia mínima”. Hace poco más de 300 años, en el libro II, capítulo 29, sección 9 de su Ensayo sobre el entendimiento humano, John Locke lo formuló de esta manera: “consciousness alone (…) constitutes the inseparable self” y que traslado de esta manera: “la conciencia por sí misma constituye el ser inseparable”. Entonces, cuando digo que ahora y antes soy yo mismo, me baso en un sentir directo, intuitivo y pre-reflexivo: no tengo dudas de que me siento subjetivamente el mismo: mi self o mi ser se basa en ese sentir y no necesariamente en una representación o saber proposicional.

identidad y diferencia
Portada del libro “Identidad y diferencia. John Locke y la invención de la conciencia” de Étienne Balibar. La imagen de la portada es el rostro de Locke figurado en varias posiciones.

La identidad temporal de ser uno mismo es una sensación vital básica o primaria y por eso es sólida y segura; es algo fenoménicamente dado, una certeza inmediata y subjetiva sobre la que se construyen representaciones, ideas y creencias sobre uno mismo. Este sentimiento prereflexivo de existir es lo que determina la intuición de que el self o el ser tiene una duración temporal; un sentimiento que no requiere evidencias. El ser o el self no es un contenido de la experiencia, sino una experiencia elemental. Revisaremos ahora que las tradiciones budista en Oriente y fenomenológica en Occidente afirman que existen estados de conciencia sin objeto.


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La psicología del valor y la fuerza del carácter

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Los valores son principios normativos que tienen una pretensión atemporal y universal, es decir, que se consideran válidos en cualquier tiempo y lugar. Son entidades ideales porque se plantean como directrices de la conducta humana, cuya puesta en práctica constituye virtudes particulares. El triple lema de la Revolución francesa, “libertad, igualdad, fraternidad”, implica que existe una jerarquía de valores, entre los que se eligen tres esenciales para conformar tanto el ideal republicano y democrático, como la conducta social y la personal. La jerarquía de los valores es patente: cumplir con un valor de alto rango entraña un bien mayor que cumplir con uno de menor rango y violarlo o infringirlo implica un mal en la misma medida.

Tanto el cumplimiento de un valor como su infracción evocan emociones morales en la persona actuante y en quienes contemplan o saben de sus actos. El agente responsable siente orgullo y satisfacción al cumplimentar un valor, o culpa y contrición al infringirlo, en tanto quienes conocen de sus actos suelen sentir respectivamente admiración o condena. Cuando los otros se afectan por estas conductas reaccionan con agradecimiento si les favorecen o con resentimiento si les perjudican. Vemos así que existe una estrecha relación entre el valor en tanto principio universal, la virtud en referencia a su puesta en práctica y las emociones morales que evoca el hecho de cumplir o violar sus prescripciones. Veremos ahora que los valores asumidos y sus rasgos morales forman parte de lo que la gente considera el núcleo más esencial de su ser individual.

psicologia del valor
“Las virtudes Prudencia y Justicia” (1499), Pietro Perugino. Fresco. Collegio del Cambio. Perugia. 293 x 418 cm. Las virtudes se ubican sobre seis héroes de la Antigüedad.

Los valores de mayor rango son difíciles de lograr y aun cuando las personas se apliquen a cultivarlos, se resisten en ser realizados, porque conllevan frustración y sufrimiento. El ejercicio y realización de estas virtudes tiene analogías con la adquisición de otras habilidades, pericias y destrezas; no en vano se denominan virtuosos a quienes dominan instrumentos o técnicas artísticas. Sin embargo hay diferencias: atribuimos mérito a quienes cultivan y logran valores de alta jerarquía o habilidades de gran dificultad, pero sólo asignamos un carácter admirable a quienes ejercen valores morales o un carácter miserable a quienes los infringen.

Los valores tienen que ver con la manera cómo las personas reaccionan a lo que les acontece, en particular a los eventos funestos. El caso del dolor es un buen ejemplo, pues hay muchas formas de reaccionar a un dolor cuando el sujeto se percata de esta sensación y puede elegir qué hacer al respecto. Por ejemplo, puede tratar de eliminarlo tomando unas medidas en vez de otras, pero también puede aceptarlo o resistirlo hasta donde le sea posible. Estas formas de reaccionar dependen de condicionantes como la personalidad, las creencias, los personajes ejemplares, las metas, las actitudes o la autoimagen. La manera de reaccionar forma parte de lo que se denomina el carácter y es importante examinar lo que este atributo supone para la identidad personal y la autoconciencia.

psicologia del valor
El libro del filósofo argentino Risieri Frondizi sobre los valores y el autor.

El carácter es todo aquello que distingue a una cosa de las demás y aplicado a las personas, implica el conjunto de rasgos distintivos de cada una, en especial sus cualidades morales. En este sentido personal y moral, el carácter tiene dimensiones de vitalidad, fuerza, determinación o tolerancia al sufrimiento. Esta última, la capacidad para tolerar la aflicción y la desventura, es una variable decisiva del carácter. Dado que en muchas ocasiones la puesta en práctica de un valor entraña frustración de otras metas y un arduo esfuerzo, la paciencia y la entereza permiten el cultivo y el acceso a valores de mayor rango. No resulta sorprendente que, además de su acepción moral, el término valor se aplique a la valentía, esa cualidad del ánimo necesaria para emprender grandes tareas y para enfrentar los peligros que tales empresas entrañan. Este sentido de la obligación tiene una cualidad demandante y coerciva sobre el individuo y está ligado a una facultad que Michael Tomasello (2019) identifica como agente compartido, una noción de primera persona en plural, un nosotros que regula el esfuerzo. En efecto, las personas con un elevado carácter moral consideran los intereses y las necesidades de los otros, y cómo sus acciones afectan a los demás, es decir: regulan su conducta por un sentido ético del deber y la obligación.

Muchas personas cumplimos con ciertas conductas y expectativas, a pesar de que puedan parecernos incorrectas en mayor o menor grado. Una persona con fuerza de carácter se niega a acatar normas que considera incorrectas o, llegado el caso, resiste la coacción y aún la tortura. Desde los griegos se planteado que el carácter y la vida virtuosa no son productos de la herencia o de la fortuna, sino que se cultivan y se aprenden mediante el autocontrol. La persona resuelta y cabal decide los valores que considera apreciables y los pone en práctica, usualmente en detrimento de otras motivaciones y deseos. Todo esto implica que la manera cómo los individuos adquieren y ejercen el carácter tiene que ver con su sentido ético, su sentido de la justicia, con su autorespeto y amor propio.

psicologia del valor
Tres portadas de la “Ética a Nicómaco” de Aristóteles en castellano. Una de ellas destaca al cerebro como el órgano indispensable de la conducta moral y el carácter.

En su ética nicomáquea, Aristóteles distingue entre amor propio defectuoso y genuino. El primero busca el beneficio a expensas de los demás, lo cual lleva a conductas reprochables, viciosas, ofensivas o punibles. El genuino amor propio es fruto de la satisfacción y el placer por el cultivo y la consecución de las capacidades consideradas útiles y deseables. Hume también consideró que se desarrolla la autoestima al adquirir facultades de selección, deliberación y expresión: la persona disfruta lo que hace bien y valora lo que así alcanza. Pero esto es difícil de lograr porque el autoconcepto moral es esquivo y equívoco. Por ejemplo, las personas evitan en lo posible la culpa y la condena de sí mismas de tal manera que, si fallan en cumplir con sus estándares, se desligan de responsabilidad sea al redefinir la naturaleza o motivación de sus conductas, desviar sus obligaciones, culpar a otros, o de plano olvidar acciones cuestionables o infracciones morales de su pasado. Adoptan estas estrategias no sólo para proyectar o mantener una imagen pública, sino para preservar y justificar su autoimagen como seres morales.

La investigación reciente sobre las emociones y las conductas morales indica que la gente suele poner más esfuerzo en conservar su autoimagen moral que en detectar, prevenir y tratar de mejorar sus conductas cuestionables. Los juicios morales se derivan de evaluaciones automáticas e intuitivas a partir de adaptaciones evolutivas y normas culturales, más que de valoraciones racionales. En la psicología social se utiliza un modelo denominado “sistema cognitivo-afectivo de la personalidad” el cual, más que tomar en cuenta las conductas y acciones del sujeto como indicativas de su carácter moral, se enfoca sobre su comprensión y afectividad. El modelo postula unidades cognitivo-afectivas que son disposiciones para creer, desear, planear y sentir que dan lugar a emociones, pensamientos, creencias y decisiones. Estas unidades constituyen lo que se denominan rasgos de carácter.

psicologia juicio
Relación entre los sistemas morales de racionamiento, juicio, conducta, emoción y autoconcepto, según la revisión de Ellemers y col. (2019). Desde la izquierda: razonamiento de lo que es correcto (arriba), juicios morales sobre los otros (abajo); conducta moral, emociones morales y autoconcepto moral. Los elementos se interrelacionan para formar el sistema moral.

Vemos entonces que hay una estrecha relación y un amplio traslape entre cinco esferas morales: (1) el sistema de valores aceptado por una cultura, (2) la incorporación y jerarquización de esa escala por cada individuo, plasmadas en su sentido del deber y obligación; (3) el desarrollo de capacidades para poner en práctica las conductas consecuentes, denominadas virtudes; (4) el sistema de las emociones morales que se presentan en los actores, los receptores y los testigos de tales conductas y (5) el autoconcepto de cada individuo como ser moral y que forma parte de su identidad más central.


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Amor propio: Autoestima, autocrítica, autoevaluación

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Los humanos somos una especie social y en buena medida gregaria, pues hemos evolucionado en la necesidad de pertenecer a una comunidad de la que dependen la seguridad y la vida misma de cada uno de sus miembros. Es probable que esta pertenencia se haya consolidado desde los homínidos ancestrales, cuando el rechazo o la expulsión de un integrante resultarían en su relegación y muerte. Y si bien en la sociedad actual la exclusión no necesariamente es fatal, los individuos buscan la aceptación y la pertenencia como motivaciones fundamentales de sus actos porque el estatus asumido de inclusión o exclusión del grupo conforma buena parte de su autoestima.

La danza de Henri Matisse
“La danza” de Henri Matisse ilustra la noción de inclusión grupal.

Además de conservar poderosos motores evolutivos, la necesidad de aceptación e inclusión se ha visto amplificada por lo que algunos pensadores consideran una tendencia narcisista de la sociedad contemporánea. La propensión por afianzar y acrecentar la propia imagen constituye la característica más generalizada y usual del término ego y tiene como consecuencia que la valoración o autoestima personal dependa en gran medida de la aprobación de los demás y del reconocimiento por organizaciones o instituciones. Una de las manifestaciones de esta tendencia es la proliferación de palabras referidas a la propia persona y que empiezan con auto (autoconciencia, autocrítica, autoimagen, autoconcepto, autoestima, etc.). El significado de estos términos implica una dicotomía recursiva consistente en la evaluación que realiza un sujeto sobre sus propias características (autoconciencia, autoconcepto), muchas veces en comparación con un modelo o estándar de lo que asume como deseable (autoestima y autocrítica).

La manera usual y espontánea de valorarse es juzgar la apariencia, la conducta, las aptitudes o la personalidad propias en referencia a un modelo o patrón asumido. De esta manera las personas obtienen una imagen sea positiva o negativa de sí mismos, es decir, se sienten mejores o más dotadas que los demás o menos y se sienten peores. Estrechamente vinculada a esta comparación, la aprobación por parte de los otros adquiere una importancia capital, de tal manera que la persona se siente satisfecha si obtiene aceptación, halago y admiración y si no, se siente desgraciada. La manera como la persona se sitúa en este escenario afecta su funcionamiento y desempeño en ámbitos sociales diversos, en especial en sus relaciones amistosas, laborales, sexuales o familiares y por ello es clave para conseguir una vida satisfactoria y saludable.

A la par que afecta las interacciones sociales, la autoestima involucra a la esfera subjetiva, en especial a la cognición y la emoción, pues la creencia arraigada que se engendra en un individuo respecto a cómo lo perciben y lo valoran los demás deviene crucial en su autoestima. Ahora bien, aunque una faceta explícita de esta creencia se presenta de manera consciente, sus mecanismos de elaboración y consolidación no son plenamente racionales y manifiestos, pues la autoevaluación involucra una suposición tácita de divergencias entre la representación o imagen de uno mismo y la representación de un estándar o modelo que ha asumido como ideal o deseable. Las supuestas divergencias pueden ser positivas o negativas dependiendo si la persona considera que su autoimagen es respectivamente superior o inferior al estándar contra el que se compara. En el primer caso se habla de una alta autoestima y en el segundo de una autoestima baja.

autoestima
Portada del libro “La fuente de la autoestima” de Toni Morrison.

Las divergencias negativas entre el yo y el estándar ideal, propias de una baja autoestima, suelen engendrar ansiedad, autocrítica destructiva y con frecuencia una incapacidad de eliminarlas, pues el sujeto acepta implícitamente -muchas veces sin una base objetiva- una deficiencia en su apariencia, su porte, su educación o su conducta respecto al estándar asumido. Si la persona se siente y se asume inadecuada, fea, torpe, ridícula, defectuosa o ignorante, esto tiene consecuencias importantes o incluso decisivas en su desempeño cotidiano y, si persisten, en el éxito o fracaso de sus metas. Más aún: una autoestima baja se ha correlacionado con hipersensibilidad a señales sociales, a estrés o fobia social, mayores niveles de depresión, abuso de sustancias y estrés postraumático.

Un mecanismo cognitivo suele involucrarse en la autoestima baja y la autocrítica negativa: la atención autofocalizada, el estar pendiente y suspicaz para detectar las características que supuestamente difieren cualitativa o cuantitativamente del estándar. Cuando la persona siente que partes de su cuerpo son más grandes o pequeñas que el ideal asumido, que tiene mayor o menor información o inteligencia y tantos otros diferendos posibles, esto suele acompañarse de desproporciones de la supuesta discrepancia que no se corrigen con demostraciones objetivas. Son ilusiones cognitivas, distorsiones equivalentes a ilusiones de óptica, que pueden involucrar a la morfología del cuerpo, formas de conducta, capacidades y ejecuciones o características de la personalidad. Es verosímil suponer que una gran cantidad de cirugías “estéticas” se realicen en personas convencidas de necesitar corrección de supuestas discrepancias corporales.

Helena Bonham Carter
“¿Por qué pones tu autoestima en manos de extraños?”, Helena Bonham Carter #ThingsThatMakeYouGoHmm, Obras de arte de Lorenzo Conti.

Tanto la sobrevaloración como la infravaloración de uno mismo en referencia a un estándar asumido son desajustes que revelan desconocimiento del valor real del individuo. Decía Unamuno: “No te creas más, ni menos ni igual que otro cualquiera, que no somos los hombres cantidades. Cada cual es único e insustituible; en serlo a conciencia, pon tu principal empeño”. Por esta razón, es importante cultivar un autoconcepto objetivo emanado de una percepción más directa de la realidad. La autocrítica entendida constructivamente en el sentido de percibir, considerar y valorar las propias características es necesaria para lograr una autoaceptación más ecuánime y con ello mayor bienestar y agrado de la propia vida.

De esta manera, la autoestima puede evolucionar de interpersonal a intrapersonal. En la interpersonal el valor propio depende de cómo el sujeto siente que es percibido y aceptado por los demás, en tanto que la personal implica una consideración más directa y veraz de los valores, bondades y acciones de uno mismo. Una cosa es cómo se valora una persona a sí misma y otra cómo considera que los demás la valoran y en la evaluación de uno mismo y en la evaluación de lo que los demás hacen de uno se involucran diferentes redes neuronales. Es probable que esta dicotomía no sea tajante o excluyente y que muchas personas posean y disfruten de una autoestima que integra el auto-respeto con el respeto que reciben de quienes les rodean, en especial de aquellos a quienes respetan.

amor propio savater
Portada de “Ética como amor propio” de Fernando Savater y el autor.

Quien se estima y se respeta considera que hay maneras de actuar que son valiosas y las asume para establecer sus acciones, metas y proyectos porque las considera formas de vida necesarias para conseguir el bienestar propio y comunitario. En este sentido es posible concebir que la autoestima adecuada constituye el llamado amor propio porque implica la estimación de uno mismo en términos del valor del ser humano en general, lo cual permite una existencia digna y satisfactoria. Advierte Fernando Savater que no hay que confundir el amor propio con el engreimiento, la vanidad, el renombre y el afán de halagos. Amor propio es el impulso para preservar y el anhelo de acrecentar el propio ser y la propia dignidad: es parte esencial del arte de vivir y de la ética. La ética no requiere de la renuncia de uno mismo en favor de los otros, sino el amor a uno mismo y los demás:

El amor propio no es afán de simple supervivencia, sino también de una determinada imagen ideal del propio yo, en cuya consolidación el reconocimiento y apoyo de los demás es imprescindible (…) el fundamento buscado de la vida buena no está más allá de nosotros.


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La conciencia de la muerte

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Saber que han de morir, como perece todo ser vivo, es una característica distintiva de las criaturas humanas y es el conocimiento más grave y sombrío que posee cada uno de sus miembros. Este saber conforma la certeza de un final inapelable, pero, al mismo tiempo, fertiliza el valor de la vida, pues instiga a continuar bregando en un avance resuelto, aunque siempre incierto. La certeza cabal y asumida de morir empuja vivir vidas mejores, pues la inmortalidad significaría pérdida total de sentido y responsabilidad. La seguridad en la propia aniquilación es fuente de experiencias tan extremas en intensidad como polares en valor: el terror supremo, el más dulce consuelo, la negación más severa, la resignación más sosegada, la esperanza más desaforada. ¿De dónde viene y cómo se conforma este saber de la muerte que entraña o es componente central de la autoconciencia? Para empezar a abordar esta pregunta conviene revisar tres conjuntos de datos sobre la evolución de la especie humana y el desarrollo de sus vástagos: la conducta de duelo en ciertos animales, los antiguos ritos funerarios en los homínidos ancestrales y el progreso del saber de la muerte durante la infancia.

muerte de elefante
Conducta de atención y expectación de un grupo de elefantes ante el cadáver de un congénere (Imagen tomada de: Beyond the Dash).

Se ha observado que los elefantes muestran interés en los huesos de sus congéneres: los inspeccionan y acarician, los mueven y acarrean con la trompa; examinan detenidamente los cráneos o los colmillos y a los cadáveres de los recién muertos. Aunque sería aventurado inferir que los elefantes sienten pesar o angustia, parece permisible suponer que se trata de un rito funeral rudimentario. En este mismo sentido es relevante la observación realizada en los chimpancés estudiados en la región de Gombe en 1968. La caída y muerte accidental de Rix, un macho adulto, produjo una intensa agitación en la tropa: gritos, agresiones, cópulas. Al disminuir la conmoción, el grupo interrumpió su habitual desplazamiento y permaneció cerca del cuerpo el resto del día, mientras algunos individuos, en especial los familiares y cercanos a Rix, se acercaban al cadáver y lo observaban o lo tocaban suavemente. Este esbozo de rito funerario estipula una conciencia póngida de la muerte imposible de estipular en sus posibles contenidos y cualidades subjetivas.

Neanderthal
Reconstrucción del entierro de un Neanderthal en Chapelle-aux-Saints, Francia (Imagen tomada de Getty Images).

Hay evidencias de que los homínidos enterraban a sus muertos hace 120,000 años en la localidad de Atapuerca, España, y es posible que esta conducta se asociara al origen del lenguaje simbólico y a la autoconciencia. Hace 90,000 años los neandertales enterraban a sus parientes en posición fetal, los teñían con pigmento vegetal, los adornaban con flores y a veces instalaban huesos de animales y herramientas en sus tumbas. Este hallazgo sugiere que las formas de inhumación tenían que ver con creencias sobre la muerte, en especial de un ámbito y un destino ultraterrenos. Los primeros agricultores de todas las etnias estudiadas instalaban a sus muertos en cementerios y, como signos mayúsculos de creencias en un mundo trascendente se erigieron las pirámides funerarias de Egipto y Mesoamérica. Hasta tiempos recientes los pigmeos, los esquimales y los aborígenes de Australia evocaban, veneraban y conjuraban a sus difuntos, pues concebían un alma procedente de un mundo sobrenatural al que volverían después de la muerte.

Esta toma de conciencia acerca de la muerte en fases sucesivas se reproduce en el desarrollo del infante humano. Durante los dos primeros años de vida los críos no tienen concepto de la muerte y durante la adquisición del lenguaje entienden que algunas cosas, animales o personas, desaparecen y no regresan. Entre los tres y los cinco años conciben la vida y la muerte como estados alternados y compatibles. Los preescolares no creen que van a morir ni que la muerte sea irremediable o bien que es un evento accidental. A partir de los 5 años los infantes humanos van adquiriendo en etapas graduales un concepto más veraz de la muerte con sus cuatro rasgos terminantes: como un evento final, inevitable, universal y personal. La experiencia con animales o personas muertas, el perder seres amados y la cercanía de la propia muerte agregan a estos conceptos la aceptación lúcida y cabal de la realidad de la muerte.

muerte de atala
“El entierro de Atala” es una pintura neoclásica de Anne-Louis Girodet, realizada en 1808. Fue alumno de Jacques-Louis David y forma parte del romanticismo francés (Imagen tomada de @historiayarte).

La conciencia de la muerte adquiere una  faceta muy vívida y perentoria cuando se anuncia a una persona un final próximo e ineludible. La psiquiatra suizo-estadounidense Elisabeth Kübler-Ross describió cinco estadios por los que transcurre la conciencia una vez que se notifica al sujeto su fin próximo: negación, ira, regateo, depresión y aceptación. Otra vertiente de la conciencia ante la muerte es el dolor por la pérdida de una persona amada, el proceso desgarrador y restaurador conocido como duelo que entraña emociones demoledoras que requieren ser procesadas y rebasadas, aunque esto constituye uno de los retos más difíciles que enfrenta toda persona. En efecto: el duelo y el luto, cuando se viven con plenitud y prudencia, constituyen una transmutación de la conciencia que resulta en despedida, renovación del sentido y recuperación de la propia vida.

Me es inevitable reproducir aquí un doloroso soneto de Jaime Sabines ante su padre muerto:

Padre mío, señor mío, hermano mío,
amigo de mi alma, tierno y fuerte,
saca tu cuerpo viejo, viejo mío,
saca tu cuerpo de la muerte.

Saca tu corazón igual que un río,
tu frente limpia en que aprendí a quererte,
tu brazo como un árbol en el frío
saca todo tu cuerpo de la muerte.

Amo tus canas, tu mentón austero,
tu boca firme y tu mirada abierta,
tu pecho vasto y sólido y certero.

Estoy llamando, tirándote la puerta.
Parece que yo soy el que me muero:
¡padre mío, despierta!

Aunque vivimos de cara a la muerte, el tópico es angustioso e insufrible por lo cual acontece usualmente una represión y un olvido del terror de la muerte para poder funcionar en la vida. Más aún: para eludir el sentimiento de insignificancia y caducidad el ser humano imbuye de significado trascendental a instancias efímeras; ideologías, líderes, riqueza, premios, posesiones. En el primer párrafo de la introducción su libro sobre Los orígenes de la posesión, Philippe Rochat sorprende con el siguiente alegato:

“El tema (de la posesión) es la muerte. Saber que un día seremos desposeídos conforma nuestras vidas de maneras únicas (…) pues la desposesión es la contraparte necesaria de la posesión y sin la noción de pérdida no tendríamos la necesidad de controlar y apegarnos a las cosas como lo hacemos… Todo parece revolverse alrededor de saber nuestra inevitable desposesión.”

memento mori
Memento mori, “recuerda que has de morir” (Imagen tomada de Pijama Surf).

Si niegan, devalúan o soslayan a la muerte, los individuos y las sociedades se privan de una experiencia y una reflexión fundamentales sobre la vida y sus prodigiosas estelas. La conciencia ante la muerte es indispensable para una vida plena y reflexiva: memento mori (acuérdate que has de morir). En su polémico libro Némesis Médica, Iván Illich planteó reciamente que la muerte salga de su confinamiento médico, de su represión social y retome la dimensión pública y privada que le corresponde. Sin duda, restaurar y garantizar la dignidad de la persona al final de su existencia es una tarea imperiosa y requiere que ese trayecto sea reconocido como la culminación venerable de la vida y asegurar así la prerrogativa de la persona para lograr su tránsito más sereno posible: la agonía puede y debe convertirse en refugio y retiro.

El proceso múltiple que parte desde el instinto de conservación en los animales y los ritos funerarios de ciertas especies superiores, pasando por los milenios de evolución del entendimiento de la muerte en los humanos que se recapitulan en la infancia y se actualizan en la confrontación con la muerte, plantea que el entendimiento cada vez más profundo y cabal de la muerte constituye un acercamiento a los misterios de la autoconciencia, de la vida, de la naturaleza, del tiempo y del universo mismo. Si bien la vastedad de estos misterios desborda las precarias capacidades de comprensión del ser humano, el preocuparse profundamente por ellos enriquece su vida y su experiencia.


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