psicología

En busca del engrama: huella y mecanismo del recuerdo

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Las huellas son vestigios de ciertos eventos y procesos que se imprimen sobre materiales y objetos muy diversos como marcas temporales. Los estratos geológicos, los círculos concéntricos en troncos de los árboles o las impresiones de pies en el suelo son indicios o señales del pasado. Varias ciencias físicas, como la cosmología y la geología, o ciencias humanas como la arqueología y la historia, dependen crucialmente de la detección e interpretación de pistas para detectar y formular la génesis de su objeto de estudio. De forma análoga, las experiencias vividas se incorporan en los organismos y moldean su morfología y su acción dentro de las configuraciones y capacidades que han recibido por evolución y herencia.

El cerebro y el comportamiento, dotados de una estructura morfológica y de una facultad funcional y expresiva por la evolución de la especie y la amalgama de los gametos paterno y materno en el cigoto, sufren durante el desarrollo del organismo una modulación por las experiencias, los aprendizajes, las prácticas y demás vivencias para ir conformando a un individuo particular. La evolución, la herencia y el aprendizaje confluyen de tal manera que el cerebro viene genéticamente programado para aprender y cada enseñanza modifica su expresión genética y moldea su identidad morfológica y funcional. Pues bien: ¿cuál es la huella que deja la experiencia pasada en un organismo y se manifiesta en las funciones de su memoria cruciales para definir su identidad?

huella material
La memoria requiere de una huella material y las huellas en la naturaleza reseñan la historia del espécimen por el tiempo que duren.

A finales del siglo XIX la posibilidad de cambios del cerebro en respuesta al medio fue prevista por Ramón y Cajal en términos morfológicos y por William James en términos funcionales. En ambos se plantea la noción pionera de este órgano como un sistema maleable que se organiza en función del tiempo. El término de “engrama” fue sugerido en 1904 por el naturalista alemán Richard Semon, quien tomó del griego la palabra gramma (letra) para denominar a la huella de una memoria que se inscribe en “la sustancia irritable del cerebro.” A partir de entonces las ciencias del cerebro se han abocado a identificar qué es y dónde está el engrama o huella cerebral de un ítem particular de información almacenada. El empeño tiene un incentivo transcendental, porque el recuerdo, un evento psicológico, tiene necesariamente una base o contraparte neurofisiológica, un evento físico. Se trata de un tema nodal del milenario problema mente-cuerpo que, aunque presenta grandes desafíos, es analizable por la psicofisiología y por la neurociencia cognitiva.

engrama
Karl Lashley hacia 1940 y a la derecha aparece una alegoría de la búsqueda del engrama en el cerebro en la revista Discover. Nótese que en la figura un observador (el yo del sujeto) se asoma a una ventana para recuperar una escena de su pasado, un recuerdo. Veremos que esta idea de sentido común no es correcta (tomado de: Discover Magazine).

En los años 30 y 40 dos investigadores de tradiciones muy distintas generaron informaciones aparentemente contradictorias sobre la localidad de las memorias. Después de realizar múltiples ablaciones quirúrgicas de partes del cerebro de ratas para analizar su papel en el aprendizaje de un laberinto, en su libro de 1939, “En busca del engrama,” el psicólogo Karl Lashley refirió que la memoria del laberinto podía tener una extensa representación porque obtenía una reducción del aprendizaje proporcional a la cantidad de tejido destruida. Otras teorías y evidencias posteriores favorecieron que la memoria está distribuida en el cerebro.

Por ejemplo, desde los años 70, Mark Rosenzweig y sus colaboradores mostraron que, si se comparan los cerebros de ratas que viven solitarias con los de otras que conviven en grupos, con acceso a ruedas de ejercicio y otros aditamentos en un “ambiente enriquecido,” estas últimas desarrollan cerebros más pesados, cortezas sensoriales y motoras más gruesas, mayor número de sinapsis y mayor concentración de algunos neurotransmisores en comparación con las solitarias. Por su parte, la hipótesis holográfica de Karl Pribram, un discípulo de Lashley, sugirió en 1986 que la memoria se representa en el cerebro como en los hologramas, donde cada parte puede codificar la información de la totalidad

Ahora bien, las primeras evidencias experimentales sobre la localización cerebral de los recuerdos fueron obtenidas por el neurocirujano canadiense Wilder Penfield, al estimular diversas partes del cerebro humano con electrodos puntuales en la década de los años 40. Ya hemos mencionado que estas investigaciones definieron los mapas u homúnculos sensorial y motor del cuerpo en los lóbulos parietal y frontal respectivamente, pero, además, la estimulación de puntos específicos del lóbulo temporal provocaba recuerdos muy vívidos de experiencias previas, como si se reactivara una huella localizada precisamente en el sector estimulado. Los estudios posteriores de neurociencia cognitiva y las evidencias de neuropsicología obtenidas en pacientes que sufren lesiones localizadas del cerebro, indican que la memoria episódica depende crucialmente de las estructuras mediales del lóbulo temporal del cerebro que incluyen al hipocampo. Pero también se sabe que el lóbulo frontal del cerebro interviene en la adquisición, la codificación y la recuperación voluntaria de experiencias pasadas y su ubicación en el tiempo.

hebb y huella
El principio de Hebb de que las neuronas utilizadas en el aprendizaje refuerzan sus conexiones para formar la red neuronal del engrama de la memoria se explica en esta figura como una analogía: la cara de la montaña sometida a lluvias profundiza sus surcos y cambia su estructura. La lluvia sería la experiencia y los surcos los engramas que imprime en el cerebro (tomado de: Neuroquotient).

Hoy día es posible mantener que la memoria requiere tanto sitios específicos como redes distribuidas para funcionar adecuadamente y para ello es ilustrativo referirse a la evidencia más convincente sobre su base neuronal. En la segunda mitad del siglo XX se fue acreditando la hipótesis de la facilitación sináptica propuesta inicialmente por Cajal y especificada por Donald Hebb a mediados del siglo. La hipótesis propone que al aprender algo se refuerzan los contactos o sinapsis entre las neuronas utilizadas en la tarea y la huella física de recuerdos específicos, la cual se comprende como una red de neuronas que se enlazan y acoplan mediante el fortalecimiento de las sinapsis que las conectan. El adagio científico de este fenómeno es el siguiente: “las neuronas que disparan juntas se conectan juntas.” Usando a un gran molusco marino, el psiquiatra y Premio Nobel, Eric Kandel, ha comprobado que, en efecto, el aprendizaje facilita conexiones nerviosas y promueve nuevas, además de estipular los mecanismos neuroquímicos involucrados. El aprendizaje establece nuevas redes en el cerebro porque las neuronas que se activan durante la tarea tienden a conectarse entre sí formando un sistema funcional.

kandel
El Premio Nobel Eric Kandel y su libro “En busca de la memoria”, una autobiografía cuyo tema central es su vida dedicada a la investigación del fundamento neuronal de la memoria.

A lo largo del siglo XX la investigación neurobiológica de la memoria ha ido descubriendo las zonas, módulos o redes del cerebro que se involucran para consolidar, almacenar, recuperar o perder información. Las extensas investigaciones realizadas han mostrado que el aprendizaje y la memoria afectan todos los niveles de operación del cerebro, desde sus fundamentos moleculares y celulares hasta las redes neuronales, diversos módulos, en especial el hipocampo, y gran parte del cerebro. Con la experiencia el cerebro se enriquece tanto morfológica como funcionalmente, es decir, se vuelve más eficiente y, a su vez, el cambio conductual resultante de esa adquisición favorece sus actividades cognitivas.

La memoria se concibe ahora como una modificación plástica del cerebro en todos los niveles y aspectos de la operación cerebral. El engrama estaría constituido por la actividad de una red de neuronas que se conforma con el aprendizaje mediante la facilitación de sus sinapsis. La evidencia aclara algo del cómo se imprime una huella, pero no especifica precisamente el dónde ni qué tan precisa es la red en cuestión. Esto no está plenamente resuelto, pero la investigación con ese objetivo ha tenido grandes avances, como veremos a continuación.


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¿Cómo entendemos la relación entre el yo que persiste como identidad personal a lo largo de la vida, el yo que evoca y recrea un recuerdo de esa vida, y el yo que ordena y narra su autobiografía? ¿Son varios yoes o uno sólo? ¿Acaso son espejismos? Cualquier respuesta que se aventure implica necesariamente al tiempo, tanto a la flecha del tiempo objetivo del cosmos físico y del reloj, como al tiempo subjetivo que la persona percibe como el fluir de su conciencia y la fugacidad de su existir. Y cualquier respuesta concierne también a la memoria, una función no sólo ligada al tiempo, sino propiamente temporal. El yo, el tiempo y la memoria son facetas de un proceso enigmático que no podemos evadir.

memoria y tiempo
En el conocido lienzo surrealista de Salvador Dalí, “La persistencia de la memoria” (1931), que liga la memoria con el tiempo del reloj, puede colegirse la deformación del tiempo y de ciertos contenidos en la memoria, como la criatura en el suelo y los relojes derretidos que marcan tiempos escurridizos, en tanto otros, como la roca o la mesa, se conservan.

La compenetración entre el yo, el tiempo y la memoria surge en todos los niveles de análisis. Por ejemplo, el modelo cognitivo actual de la memoria de trabajo, la que opera en el tiempo presente para actuar en el mundo y gestionar todo tipo de tareas, implica una “central ejecutiva” dependiente del lóbulo frontal del cerebro, una facultad de la autoconciencia y de la voluntad que coordina a varias regiones cerebrales para acceder a los archivos de la memoria. Este modelo psicobiológico ayuda a comprender cómo una instancia o función cerebral ejecutiva puede acceder a la información almacenada en los sistemas de la memoria para actualizar y emplear múltiples datos en la solución de problemas, o para reflexionar sobre posibles escenarios y tomar decisiones adecuadas en muchos momentos.

El proceso vital de cada ser humano le permite articular una identidad personal coherente a lo largo del tiempo y que deriva de la continuidad de su cuerpo y su conciencia, de sus recuerdos y la narración que realiza de su propia historia. Esta continuidad relatada corresponde a lo que Paul Ricoeur llama ipsiedad, la sensación de ser la misma persona a lo largo del tiempo, la cual se complementa y refuerza por la alteridad: la percepción de los otros como otros yo, a la vez distintos y semejantes de uno mismo. Este self o ser fenoménico constituiría un común denominador para todas las formas de conciencia en las que un sujeto se percibe o se siente a sí mismo como una entidad particular que constituye su propio ser. Ahora bien, a pesar de la continuidad aparente, no se puede concluir que este ser fenoménico sea una esencia estable o inmutable, similar al tradicional concepto religioso de alma, sino, más apropiadamente, a un proceso que se define por su continuidad temporal, como una pieza musical se define por su secuencia sonora y, como acontece con la persona que la interpreta, conlleva aspectos físicos, conductuales, mentales y ambientales. La experiencia subjetiva de ser el mismo a lo largo del tiempo constituye una unidad espaciotemporal en la forma de un proceso pautado. Esta unidad a lo largo del tiempo tiene un fundamento somático porque el cuerpo humano mantiene una continuidad morfológica y funcional a pesar de que sufre cambios moleculares y celulares.

paul ricoeur
Paul Ricoeur hacia 1990.

Mark Rowlands, filósofo galés de la mente y de la ética, actualmente en la Universidad de Miami, publicó en 2011 un libro sobre el self y la memoria desde una perspectiva fenomenológica. El yo involucrado en la memoria no es tratado como una entidad metafísica, sino como una experiencia mental: la forma como los humanos sienten su propio ser como algo más que la suma de sus creencias, valores, actitudes, deseos o recuerdos. En el caso de la memoria episódica y autobiográfica, más que la evocación de actos, lugares y personajes, le parece fundamental el hecho mismo de recordar, porque el pasado se presenta en un nuevo marco de referencia: la persona recupera algo que vivió, pero bajo las circunstancias del presente y lo reconstruye e interpreta de acuerdo con ellas. Por otra parte, Rowlands propone una hipótesis psicosomática sugerente: si bien los recuerdos juegan un papel importante en la identidad personal, sostiene que la merma de la memoria episódica, como acontece en la enfermedad de Alzheimer, no elimina por completo la identidad personal porque estas memorias, que llama “rilkeanas,” se han incorporado a la persona y tienen consecuencias afectivas y comportamentales, aunque ya no tengan el contenido cognoscitivo de un recuerdo y se haya quebrantado su recuperación a la conciencia.

mark rowlands
El filósofo de la mente y de la ética Mark Rowlands. Portada de su libro sobre la memoria y el yo (self), y a la derecha en compañía de un lobo, pues es un experto sobre la mente animal y la ética hacia otras especies.

Vale la pena analizar la liga temporal de la memoria y la identidad personal en referencia al concepto de duración de Henri Bergson. Según este filósofo y Premio Nobel francés, el tiempo subjetivo no es una noción de movimiento o de cambio en los objetos que se perciben ni de causa y de historia detectadas por la razón, sino que es la intuición directa de un flujo irreversible: la sucesión de cambios y la duración de los eventos tal y como es experimentada. En otras palabras: dado que un proceso consciente es siempre una sucesión de estados particulares caracterizado por transformaciones fisiológicas y fenomenológicas, este desarrollo provee de una intuición directa de tiempo y duración. La experiencia mental no sólo es de cambios en el mundo o en el propio cuerpo, sino que es una experiencia cambiante en sí misma: una experiencia del tiempo. El yo duradero es un proceso que se conforma como una unidad que se mantiene en el tiempo.

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El célebre episodio de “La magdalena de Proust” no sólo implica que el sabor de una magdalena remite al narrador a un recuerdo de su infancia, sino también al yo que vivió esa experiencia (obtenido de: Continuidad de los Libros).

El politólogo argentino Gastón Souroujon argumenta que la relación entre la memoria y la identidad personal está planteada en la monumental novela En busca del tiempo perdido de Marcel Proust pues, en afinidad con el pensamiento de su contemporáneo Bergson, la narración implica a una pluralidad de yoes que escapan a la voluntad y se van sucediendo a lo largo de la vida de una persona. Esta idea coincide con la de Martin Conway de que existen entidades como esquemas, scripts, yoes imaginarios, valores y demás instancias cognoscitivas referentes a uno mismo que cambian con el tiempo. Se reviven estos yoes del pasado cuando ciertas sensaciones o estímulos sensoriales despiertan el recuerdo, como sucede de manera célebre con el sabor de la magdalena que remite al narrador a su infancia para resucitar la vivencia de un yo pasado. En cada recuerdo se recobra en tiempo presente un yo particular y efímero con una marca temporal que es central para definir la identidad personal. Tal identidad no sería una sucesión de yoes inconexos porque, de acuerdo a Souroujon, el tiempo perdido entre los recuerdos es recobrado mediante una reconstrucción narrativa de la identidad que dota de sentido y unidad a las sensaciones redescubiertas por la memoria. Proust vendría a ser un pionero de la idea de que la identidad personal es de índole narrativa y vendría a ser la historia de su vida que organiza el propio sujeto que la ha vivido.

El más conocido de los pensadores modernos que preconiza la naturaleza narrativa de la identidad personal es Paul Ricoeur, quien, en algún momento señala que si a alguien se le pregunta quién es, responde con historias de su vida. Y además agrega una propuesta ontológica: El tiempo narrado es como un puente tendido sobre el abismo que la especulación abre continuamente entre el tiempo fenomenológico y el tiempo cosmológico. Esta identidad narrativa del sujeto individual es indudable, pero no aclara la naturaleza de quien narra. La respuesta más razonable que podemos dar a este enigma es: la persona.


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A primera vista la memoria episódica podría considerarse un almacén o un archivo de eventos en los que la persona estuvo presente o, mejor dicho, que la persona vivió. Las impresiones nítidas de cada evento comprenderían acciones propias y ajenas, información del sitio, la época y la duración: el archivo incluiría lo que pasó, dónde pasó, cuánto duró y cuándo pasó. De esta manera, el recuerdo sería como un viaje al pasado para experimentar de nuevo eventos específicos gracias a la autoconciencia porque la persona está segura de ser la misma que vivió eso que recuerda. Una memoria episódica óptima parecería operar como un flashback cinematográfico o una grabadora de experiencias que el sujeto puede rebobinar para recuperar cualquiera de ellas. Pero esta descripción ideal no es apropiada para caracterizar la estructura y el trabajo la memoria, ni tampoco permite concluir que el cúmulo de los recuerdos constituya por sí mismo la identidad personal, como se ha sostenido en el pasado. Podríamos acaso considerar a los recuerdos como fotografías de escenas de nuestra vida y a la memoria episódica como el álbum que las rotula, las ordena y las comenta. Pero la semejanza tampoco es adecuada porque las fotos pueden ser vistas sin una interpretación personal, mientras que el valor, la referencia y el modo de presentación del recuerdo están intrínsecamente ligados en la memoria episódica: una cara recordada no sólo es la de alguien, sino que se evoca por algo y algo significa.

casablanca
En el flashback cinematográfico el personaje recupera con precisión un evento de su pasado, como acontece en Casablanca (1943) con el recuerdo de Rick (Humphrey Bogart) de su romance parisino con Elsa (Ingrid Bergman). ¿Funciona así la memoria episódica? La respuesta es no.

A través del tiempo se ha reiterado que la identidad de una persona es la suma de sus recuerdos organizados en su autobografía: “somos nuestra memoria”. El tema remite a la última década del siglo XVII cuando el gran empirista inglés John Locke reafirmó que la identidad personal es la continuidad de la conciencia que el individuo tiene de su vida pasada:

(Una persona) es, me parece, un ser pensante inteligente dotado de razón y reflexión, y que puede considerarse a sí mismo como el mismo, como una misma cosa pensante en diferentes tiempo y lugares; lo que tan solo hace en virtud de tener conciencia…

Las ciencias cognitivas actuales ciertamente reconocen que el sentido de ser uno mismo a través de su vida (el self en inglés) y la memoria episódica o autobiográfica están fuertemente entrelazados en su desarrollo y en sus manifestaciones. Sin embargo, la relación entre estas instancias varía de acuerdo al enfoque utilizado. Por ejemplo, el neuropsicólogo portugués Antonio Damasio propone que el self puede desglosarse en tres niveles de operación. El más básico y simple es un protoself interoceptivo de índole fisiológica y depende de la homeostasis o equilibrio funcional de los organismos. El siguiente es un core self, un yo nuclear que ostentan los animales móviles y encefalizados y les permite de manera tácita y no verbal advertir y reaccionar a su entorno como entidades particulares. Finalmente, Damasio estipula un self extendido, propiamente humano, que requiere memoria autobiográfica e identidad personal y subsiste a pesar de que el cuerpo y la mente cambian constantemente de constitución.

memoria episodica
El neuropsicólogo Antonio Damasio y su libro sobre la construcción del yo (self) por el cerebro.

Por su parte, Martin Conway de la Universidad de Bristol distingue la memoria episódica de la autobiográfica. La primera retiene por minutos a horas conocimientos bastante detallados de orden sensorial y perceptual en la experiencia reciente, como lo acontecido el día anterior. En cambio, la memoria autobiográfica guarda conocimientos por semanas, meses, años o durante toda la vida y toma como referente clave al self de la experiencia, identificado por Conway como el “Yo” con mayúscula. También Levine considera la memoria autobiográfica como una forma avanzada de conciencia que identifica al propio yo como algo continuo a través de la vida. Esta recolección autobiográfica implicaría una red neuronal ampliamente distribuida en los lóbulos frontal temporal y parietal del cerebro, en tanto que la corteza frontal anteromedial posee las conexiones necesarias para integrar la información sensorial de la memoria episódica con la que identifica a la propia persona. El surgimiento de la memoria autobiográfica alrededor de los tres o cuatro años de edad coincide con cambios dramáticos en la conexión del lóbulo frontal y da una explicación neurobiológica a la amnesia infantil, el hecho de que los humanos no guardan recuerdos previos a esa edad.

El neuropsicólogo estonio-canadiense Endel Tulving, quien en los años 70 delineó a la memoria episódica como diferente de la memoria semántica, llamó conciencia autonoética al saber que uno o una es la misma persona que se recuerda en el pasado, se experimenta en el presente y se proyecta hacia el futuro. Posteriormente, Gardiner identificó a la memoria episódica con la conciencia autonoética, definida como el conocimiento explicable de uno mismo, como sucede cuando alguien narra eventos de su propia vida en primera persona y deriva conclusiones y creencias. En suma, se ha propuesto que los atributos fundamentales de la memoria episódica son el self, la conciencia autonoética y la sensación subjetiva del tiempo.

memoria episodica Endel Tulving
Portada de la prestigiosa revista Neuron de mayo de 1998 en la que aparece Endel Tulving con un corte en su cerebro para ilustrar que la memoria episódica no verbal y la semántica o verbal utilizan dos sistemas neuronales diferentes.

En todo recuerdo de su vida la persona se representa a sí misma asumiendo una perspectiva en primera persona, pues usa el pronombre “yo” seguido de un verbo en tiempo imperfecto: “yo estaba en…” La narración o testimonio en primera persona hace posible estudiar la subjetividad, el aspecto más íntimo y elusivo de la conciencia, porque los sucesos narrados de manera sistemática pueden ser valorados y analizados objetivamente como textos fenomenológicos. Este yo de los recuerdos se presenta de varias maneras; el sujeto puede evocar la escena desde su punto de vista en aquel momento, pero también puede recrear la escena desde otros ángulos, viéndose a sí mismo desde otros puntos o fluctuando entre ellos. Lin denomina a esta instancia como “la presencia fenoménica del Self” y le interesa analizar cómo se identifica el sujeto que recuerda una escena con el yo revivido en su recuerdo. Para puntualizar este acceso se basa en algo que Thomas Metzinger denomina unidad fenoménica de identificación, la experiencia consciente que considera primordial del self, pues da al sujeto la firme sensación de ser el mismo a través del tiempo. Este yo revivido como personaje principal de todos los recuerdos personales y, de la autobiografía que los ordena, podría considerarse un yo acreditado en el sentido que cuando recuerda, repasa o relata su pasado, la persona se identifica a sí misma, aunque esto no significa que el contenido del recuerdo sea del todo veraz.

Thomas Metzinger
En “El túnel del yo” Thomas Metzinger argumenta que el yo no es una cosa, una sustancia o una esencia, sino un proceso con un fundamento cerebral mutable.

Cuando se apega a los hechos tal y como el sujeto los recuerda, la narración constituye una declaración o un testimonio. Dado que la certidumbre cognitiva no garantiza la verdad objetiva, para esclarecer esta última, sea en la jurisprudencia o en el análisis de fuentes históricas, se aplican requisitos de validez como la credibilidad del testigo, la corroboración independiente y la refutación de hipótesis. Derivamos muchas creencias de lo que los demás nos cuentan de su experiencia y es crucial evaluar tanto de los testimonios ajenos como las creencias que nos ocasionan. Ésta es una de las múltiples espirales en las que confluyen la persona individual con la sociedad y sus valores en términos de memoria, veracidad y evidencia.


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Amable lectora: usted subsiste por algún tiempo y en su trayecto de vida no duda de ser la misma persona porque rememora su pasado, porque lo reconstruye como su protagonista, porque usted sabe quién es y los otros la reconocen por su genio y figura. Al configurar su propia biografía en el tiempo, usted registra sus rasgos, sus actos y sus andanzas como ingredientes de su individualidad, de su integridad, de su renombre. Además de los incidentes de su vida que integran su memoria episódica, resguarda muchos datos y conocimientos adquiridos usualmente por su propio empeño; un depósito conocido como memoria semántica porque se expresa en palabras. También esgrime su memoria operacional constituida por las habilidades, destrezas y pericias que maneja y expresa en acciones refinadas y distintivas. Será correcto entonces afirmar que usted utiliza sus recuerdos, sus conocimientos, sus destrezas y sus creencias como ingredientes necesarios para conformar su identidad, su dominio y su rol, es decir, para operar en el mundo como quien es, o como quien cree ser, o acaso como quien quiere llegar a ser. Dicho de otra forma: para aplicar los conocimientos logrados, enriquecer su singularidad y labrar su existencia requiere usted rememorar sucesos, recordar lo aprendido, reconocerse y ser reconocida. Pues bien: aunque estas aseveraciones pueden parecer verosímiles o deseables, revisaremos que la memoria como soporte de la conciencia de sí y de identidad personal es tan necesaria como complicada y con frecuencia problemática.

rosario castellanos memoria
Rosario Castellanos reflexionando y rememorando (Tomada de: LJA.mx)

El diccionario de María Moliner define a la memoria humana de forma clara y llana como la capacidad para recordar o por medio de la cual se recuerda algo pasado. Una definición más completa y apegada a las ciencias cognitivas la especificaría como el conjunto de funciones que permiten captar, retener, reconocer y evocar información. En el marco que toma a la información como materia cognitiva prima, la memoria puede desglosarse en los siguientes cinco procesos: origen, adquisición, depósito, recuperación y extinción. Hagamos un breve recorrido por tal sendero múltiple de la información memorable.

Procesos de la memoria
Procesos de la memoria (Tomado de: Filadd).

(1) Origen: la fuente de información memorable está constituida por ciertos estímulos del medio y por algunas experiencias vividas por una persona. La palabra “experiencia” (del latín experiri = comprobar) se refiere al haber vivido, sentido, conocido o presenciado algo. Es una actividad consciente asociada a la observación, a la enseñanza o a la práctica y constituye el origen de la información memorable, sea como vivencias que se retienen o como saberes que se adquieren mediante repetición, estudio o ejercicio.

(2) Adquisición: algunos de estos estímulos y experiencias se codifican mediante su consolidación y aprendizaje para ser utilizados. Desde la Antigüedad se han generado técnicas para mejorar la incorporación de la información, como sucede con el “arte de la memoria.” Múltiples procedimientos asocian ideas, esquemas o ejercicios a contenidos de información para facilitar su retención. Se sabe que la atención, la motivación, la emoción y el sueño tienen un papel importante o incluso decisivo en la consolidación de la información. En el caso de la enseñanza, concurren un instructor y un aprendiz para que se transmita adecuadamente la información que el primero posee, y el segundo carece mediante múltiples técnicas pedagógicas de enseñanza y aprendizaje.

arte de la memoria
El libro sobre el arte de la memoria de Frances Yates lleva este grabado renacentista que sugiere el poder maravilloso de la memoria.

El aprendizaje se manifiesta y se estudia porque establece una asociación entre un estímulo y una respuesta que usualmente consiste en una conducta novedosa. El tipo de condicionamiento analizado por Pavlov implica la asociación aprendida de un estímulo con una respuesta mediante un reflejo nervioso, como ocurre con el sonido de una campana y la salivación. Otro tipo de condicionamiento implica la acción de un organismo sobre el medio y fue ampliamente estudiado en animales de laboratorio por Skinner y los conductistas, con el nombre de condicionamiento operante porque el organismo aprende la consecuencia de su acción, como es presionar una palanca para obtener alimento o para evitar un choque eléctrico. Estas acciones pueden ser reforzadas mediante premios o inhibidas mediante castigos.

(3) Depósito: cuando la consolidación y el aprendizaje cumplen adecuadamente sus funciones resultan en el almacén de la información pertinente en el cerebro mediante una presunta huella que se denomina engrama de la memoria y cuya naturaleza constituye un tópico central de la neurociencia cognitiva. El almacén tiene varias características de interés: su temporalidad, su capacidad, su estructura y su mecanismo. En cuanto a la temporalidad y capacidad, hay dos modalidades, una de corto plazo, conocida como memoria de trabajo, que se emplea durante las acciones presentes con capacidad de unos cuantos elementos, y otra de larga duración cuya capacidad no tiene un límite establecido. Por ejemplo, la memorización de decimales de Pi (3.14159…) anda en las proximidades de los 100,000 dígitos, y el japonés Akira Haraguchi parece tener en su memoria esa cantidad de números. En referencia a la estructura del almacén, hay un ordenamiento por significados que evoca a una biblioteca organizada por temas. Parece existir un almacén de conceptos y otro de imágenes que se depositan con diversas intensidades dependiendo de la viveza, la persistencia y las asociaciones del recuerdo.

pi
En esta figura hay unos 2,000 decimales de Pi. La memoria humana puede almacenar 50 veces esa cantidad.

(4) Recuperación: la recaudación de la información almacenada tiene lugar constantemente en el reconocimiento tácito de formas, pautas y objetos percibidos, y de manera espontánea o volitiva en el recuerdo. El proceso crítico de la memoria es el recuerdo (del latín re: de nuevo y cordis: corazón; el supuesto órgano de la conciencia en la Antigüedad) y consiste en el repaso consciente de algo pasado, un dispositivo indispensable para el pensamiento, la reflexión, la toma de decisiones y, desde luego, para la integración del conocimiento y de la propia identidad. Ciertamente, sin la retención, evocación y aplicación de experiencias, enseñanzas o destrezas adquiridas no sería posible el conocimiento, y la memoria es la facultad mental más involucrada en el saber y en el saber de sí como parte de la autoconciencia. Veremos pronto que el recuerdo no es una recuperación exacta y fidedigna de la realidad o de la experiencia pasada, sino una recreación sujeta a múltiples contingencias y obstáculos.

 (5) Extinción: eventualmente suele ocurrir el desvanecimiento o la eliminación de la información con el olvido, una forma de selección necesaria para la mayor eficiencia del pasmoso sistema retentivo. En la memoria de trabajo mucha información se conserva sólo efímeramente para operar en el mundo, como sucede con un número de teléfono que se olvida después de marcarlo. Los recuerdos de la propia vida se desdibujan o desvanecen en la memoria episódica si no se reactivan con alguna frecuencia. El saber más perdurable es el de la memoria operativa y se ejemplifica con el dicho de que andar en bicicleta nunca se olvida.

memoria y borges
Borges, memoria, espejos rotos.

Remato esta visita inicial a la memoria y la identidad con el memorable e inquietante final del poema “Cambridge” de Jorge Luis Borges:

Somos nuestra memoria,
somos ese quimérico museo de formas inconstantes,
ese montón de espejos rotos.


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Nombre propio: la importancia de llamarse “Kirk Douglas”

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El 5 de febrero de 2020, murió a sus bien sazonados 103 años el vigoroso actor “Kirk Douglas,” pseudónimo artístico del judío neoyorkino de origen ruso “Issur Danielovich Demsky,” llamado cariñosamente con el hipocorístico o diminutivo “Izzy,” también conocido con el heterónimo “El Hijo del Trapero,” título de su autobiografía, y con el sobrenombre de “Espartaco” por su rol cinematográfico más conocido. En la escena climática de esta película sus compañeros gladiadores derrotados en la batalla decisiva se levantan para gritar “yo soy Espartaco”, cuando el general romano Craso pregunta quién es Espartaco para crucificarlo, tormento del que ninguno de estos rebeldes se libra por haberse identificado con ese peligroso y glorioso apelativo. Unos años antes de Espartaco, el homérico Ulises ya había lucido el rostro férreo, la poderosa figura y la audaz vitalidad de Kirk Douglas, quien lo encarnó en 1954 y electrizó mi infancia ávida de héroes y de hazañas. Como revés de aquel héroe de las mil caras pregonado por Joseph Campbell para identificar las múltiples expresiones míticas de un solo arquetipo indomable, en mi añejo y secreto retablo mítico, muchos héroes distintos ostentaron la cara de Kirk Douglas.

nombre kirk douglas
Vincent van Gogh, Ned Land, Espartaco, Ulises y el coronel Dax han tenido la cara de “Kirk Douglas”.

He utilizado los apelativos y personificaciones en pantalla y tras ella de este arrojado actor como un ardid para introducir el tema del nombre, factor central de la autoconciencia y la identidad personal. El nombre propio es una etiqueta verbal que identifica y distingue a un individuo entre los demás. Es así que los nombres de pila seguidos de los apellidos y con frecuencia acompañados de títulos profesionales y otros letreros distintivos se utilizan para identificar a un individuo singular. Desde muy temprano, el nombre completo inserta al infante en su árbol genealógico integrándolo en una red de parentesco y en el tejido social. En todas las culturas humanas los nombres y apellidos tienen una importancia decisiva para diferenciar grupos, familias, etnias y clases; juegan para bien o para mal, un papel significativo para marcar estatus, rango y relaciones inmediatas. Esta marca verbal probablemente constituya el ancla más significativa para establecer la identidad de una persona en el tiempo, por lo que es un factor contribuyente o aún sustantivo de la individualidad y la conciencia de sí. En efecto, además de su función primaria de identificación, hay en el nombre propio ingredientes privados y subjetivos, porque la persona siente su nombre como parte de sí, y también factores públicos: el “buen nombre” y el “renombre” son sinónimos de reputación, honra y respeto.

bautizo
Bautizo de Jesús según un Manuscrito bíblico etíope ubicado en el Museo de Historia Natural y Cultural de la Universidad de Oregon.

El “nombre de pila” es usualmente elegido por los padres en un ritual de ablución conocido en la tradición cristiana como bautismo (de baptizo, romanización de bapto: sumergir), aunque el significado actual de esta palabra se extiende al hecho mismo de dar un nombre en cualquier rito. Por su parte, los apellidos (del latín apelatio, llamar) pasan de una generación a otra usualmente de manera patronímica. Al difundirse entre hablantes a lo largo del tiempo, los nombres propios se mantienen fusionados a sus referentes, incluso cuando ya han fallecido sus portadores, mientras que en vida suelen sufrir tasaciones y erosiones al convertirse en los obligados, picantes y tóxicos manjares de toda comidilla y de toda calumnia. En consecuencia, el nombre tiene una función multidireccional: por una parte, la sociedad dota al sujeto de personalidad pública y, por otra, el nombre otorga al sujeto las posibilidades para proyectarse fuera de sí mismo, de juzgar y ser juzgado.

Un curioso desfile de anónimos remarca la trascendencia del nombre propio. Como el nombre Juan y el apellido Hernández son los más frecuentes en nuestro país, Juan Hernández sería el nombre actual que por tradición ha sido Juan Pérez: el de un desconocido o de cualquiera. Pero hay otros nombres anónimos, valga la aparente contradicción, porque viajan de incógnito en la jerga castellana. Con sus acompañantes femeninas y sus diminutivos, existen Fulano (del árabe fulän: persona cualquiera), Mengano (del árabe man kan: quien sea), Zutano (del latín citanus: sabido), y aún aparecen por ahí Perengano, Don Nadie, Perico de los Palotes y el engreído Fulano de Tal acompañado de la catrina Zutanita de Cual.

apodos y nombres
Imagen: IMER.

Para explicar la relación que existe entre un nombre propio y su referente, hay dos alternativas. La teoría histórico-causal afirma que el nombre propio carece de significado por sí mismo y sólo designa a un referente único por una cadena de causas que tienen su origen en un acto de bautismo. Por su parte, la teoría descriptiva afirma que el significado de un nombre propio es un retrato instantáneo del individuo a quien se refiere y, por lo tanto, su portador se encuentra definido por las descripciones que los otros asocian con su nombre: el referente de un nombre propio es quien satisface las descripciones asociadas a ese nombre. En efecto, el filósofo del lenguaje John Searle consideró que los nombres propios se comprenden porque especifican características de la persona que permiten distinguirla de las otras. Quien usa un nombre propio con la intención de referir a alguien, debe ser capaz de responder a quién se refiere, sea mediante la presentación de la persona en carne y hueso, la exhibición de su imagen o brindando una descripción específica. Además, de acuerdo con diversos estudios, el simbolismo del nombre y el sonido al enunciarlo son factores que se ligan no sólo a la personalidad, la historia y las obras del nombrado, sino a sus rasgos faciales. Esta liga parece mágica y, al respecto, Lorena Amaro de la Universidad Católica de Chile, dice:

Al fin y al cabo, la metonimia y la magia van de la mano: el nombre es la parte del yo que parece expresar una presencia en el mundo, aunque existan otros que se llamen como nosotros. Y esta atávica conexión se proyecta de algún modo en las costumbres actuales, por ejemplo, dar a los hijos dos o más nombres o castigar los delitos de calumnia e injuria, daños realizados contra el nombre de una persona.

Todo esto justifica que los procesos involucrados en el reconocimiento y recuerdo del nombre propio sea un tema de investigación relevante en la neurociencia. Los resultados subrayan el estatus especial que tienen los nombres propios cuando se comparan con nombres ajenos. Por ejemplo, la corteza frontal medial y la unión temporo-parietal del cerebro se activan específicamente cuando las personas escuchan su propio nombre en comparación con los de otras personas, y las mismas áreas se activan cuando los individuos hacen juicios sobre sí mismos. En particular, la corteza prefrontal medial está crucialmente involucrada en muchos de los procedimientos cognitivos, emocionales y de perspectiva que conforman una identidad y la personalidad.

nombres y delfines
Escuela de delfines, cetáceos de gran cerebro y complejas sociedades que se comunican con sus nombres propios (Imagen: Peakpx).

Hasta hace poco los nombres personales eran considerados rasgo exclusivo de los humanos, por lo que ha sido una sorpresa saber que los delfines emiten sonidos que distinguen a un individuo del resto del grupo, pues cada uno responde a su llamado específico. El que los delfines usen nombres propios es una proeza evolutiva que apunta a una forma por ahora indefinida de autoconciencia y conciencia de los otros en una especie social no humana.


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Autorreflexión y reajuste del yo en tiempos precarios

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En el acervo de labores que implican a la reflexión mental hay una que es propia de la autoconciencia, me refiero a la autorreflexión, la consideración que el sujeto hace sobre sí mismo, sobre sus características, sus acciones, sus dificultades o sus posibilidades. En una sección anterior me referí a la autorreflexión en referencia a las propiedades, perspectivas y obstáculos de la introspección; ahora la revisaré en su modalidad de discurso y diálogo interno para lidiar con situaciones novedosas, inciertas o complicadas y para resolver problemas. Esta forma de auto-reflexión suele acontecer en un formato de preguntas y respuestas, como cuál es el mejor curso de acción, cuáles pasos implica, cuáles alternativas admite o excluye y cuáles consecuencias puede tener. El sujeto reflexivo también se suele preguntar si el proyecto que valora es posible, cuál es su utilidad, que tan agradable o desagradable puede ser y, en especial, qué tan deseables, peligrosas, beneficiosas o dañinas pueden ser las rutas y las metas, tanto en términos personales como colectivos.

reflexion
Óleo titulado “Reflexión” de Alexander Rossi (1896).

En ocasiones ya no es necesario formular y responder estas dudas porque los objetos, hechos o situaciones que surgen son conocidos y el camino se toma de forma aparentemente automática o intuitiva, aunque está siempre fundamentado en la experiencia previa y un cálculo asumido de probabilidades. Pero en coyunturas novedosas o cruciales la persona conscientemente se cuestiona y reflexiona sobre posibilidades, cursos de acción y objetivos. Al tratar sobre estas características, Bernard Lonergan propone que la reflexión consiste en una actualización de la autoconciencia racional porque el sujeto es consciente de que está indagando, formulando, buscando y juzgando no sólo las circunstancias de la situación, sino sus propias motivaciones, inclinaciones y capacidades para poder decidir en consecuencia: “La autoconciencia racional exige conocer lo que nos proponemos hacer y las razones que tenemos para hacerlo.”

Carlos Castilla
El neuropsiquiatra español Carlos Castilla del Pino (1922-2009) reflexionando.

Por su parte, el neuropsiquiatra gaditano Carlos Castilla del Pino propuso que hay tres formas o tipos de reflexión: retrospectiva, prospectiva y actualizada. La reflexión retrospectiva reconsidera lo ya vivido, lo que se ha hecho, por qué se ha actuado así y las consecuencias que tuvo. Las actuaciones se evocan y se reflexiona sobre ellas con el objeto de aprender de la experiencia, sea para hacerlo mejor, para tomar otra ruta o para abstenerse de actuar. Es una operación deliberada que requiere de la memoria biográfica o episódica, pues en este caso el razonamiento opera sobre el recuerdo. Por otro lado, la reflexión anticipada o prospectiva permite al sujeto inferir lo que puede suceder y la situación en la que se puede encontrar. En este ejercicio no sólo opera el razonamiento verbal, sino formas activas de imaginación cuando la persona vislumbra un curso de acción, imagina otras viabilidades y compara sus trayectorias y posibles resultados como preludios a una decisión. Finalmente la reflexión actualizada ocurre al mismo tiempo que la acción, pues la persona advierte lo que está haciendo, percibe el efecto que tiene su actuación y controla o corrige su ejecución sobre la marcha.

autorreflexion de Anthony Giddens
Portada del libro de Anthony Giddens (nacido en 1938) sobre auto-identidad en la última etapa de la edad moderna. A la derecha el autor.

El sociólogo inglés y Premio Princesa de Asturias 2002, Anthony Giddens, afirma que el individuo de la sociedad moderna tiene mayores posibilidades de decidir qué persona quiere llegar a ser y de construir su propia historia de manera reflexiva. Esto es así porque las tradiciones se han debilitado y ya no tienen la tracción o el arrastre que hasta hace poco tenían. Esta modernidad reflexiva constituye una oportunidad precaria o de doble filo pues, por un lado, proporciona mayor libertad, pero, por el otro, mayor vulnerabilidad e incertidumbre: el yo se vuelve más frágil y la existencia más angustiosa. Son signos de una evolución posible pero nada segura. Giddens da este ejemplo a simple vista trivial:

(Cada decisión) …forma parte de un proceso dinámico de construcción del yo. La decisión de vestirse de tal o tal otra manera supone mirar a nuestro alrededor, informarnos sobre la moda, hacer elecciones… Todo eso forma parte de la naturaleza reflexiva del yo en las sociedades contemporáneas.

La investigación empírica sobre la autorreflexión se ha basado en pruebas que evalúan algunos de sus aspectos más accesibles y fundamentales. Por ejemplo, un instrumento se basa en presentar adjetivos o frases sobre características particulares a voluntarios y preguntarles si los conceptos los describen apropiadamente o no lo hacen. Para responder, el sujeto debe emprender una autorreflexión que implica el concepto de sí mismo. Este tipo de métodos ha permitido estudiar las zonas del cerebro involucradas en la tarea, y se ha encontrado que se activa un grupo de estructuras corticales de la línea media del encéfalo y que, cuando estas regiones sufren una lesión neurológica, los pacientes tienen problemas para evaluarse y sobreestiman sus capacidades y su ejecución. La corteza prefrontal medial, que hemos mencionado repetidamente en estas secciones sobre la autorreferencia, está involucrada en estas capacidades. En este caso, el concepto de sí mismo, que es una de las acepciones del término self, obra como un ancla que sesga la toma de decisiones y, como ocurre con todas las funciones que involucran a la autoconciencia, requiere de la intervención de la corteza prefrontal ventromedial. Existen también evidencias experimentales de la influencia que tiene el concepto de sí mismo sobre el profuso procesamiento de información que maniobra entre la percepción, la atención y la memoria.

Ubicacion de la corteza prefrontal
Ubicación de la corteza prefrontal medial, área clave para la autorreflexión. Se muestra la cara medial del hemisferio derecho del cerebro; hay otra región similar en el hemisferio izquierdo (Imagen: The Science of Psycotherapy).

Recientemente ha resurgido el importante dilema de si la reflexión conduce a tomar mejores decisiones. Algunos investigadores han planteado que no necesariamente encamina hacia decisiones adecuadas porque las personas expertas no se paran a reflexionar, sino que actúan por intuición, es decir, por una extensa experiencia previa ya incorporada en su sistema cognitivo y por un adiestramiento para hacer inferencias preconscientes. De hecho, la autoevaluación se suele enfrentar a sesgos y resistencias, pues los sujetos tienden a identificarse con el modelo asumido de sí mismos, que hemos denominado falso ego, y temen que sufra objeción o devaluación. No parece fácil decidir sobre esta alternativa en especial porque la reflexión varía en sus dimensiones, particularmente en la que se refiere a qué tan consciente es, lo cual es relevante en su eficiencia. No se trata de dos opciones incompatibles, ya que las personas en algunas circunstancias obran por intuición y, en otras, reflexionan y deliberan para decidir. Ambos procedimientos tienen márgenes de error y probabilidades de éxito de tal forma que será la prudencia la que defina el curso de acción.


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¿Quién expresa el poema? El yo lírico y la voz poética

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En ocasiones los literatos y los críticos literarios se anticipan en postular y tratar temas filosóficos, lingüísticos o psicológicos. Así ha ocurrido con la llamada teoría del sujeto, uno de cuyos apartados es el yo poético que se expresa en la poesía y la literatura, un tópico relevante al yo y la autoconciencia, como veremos ahora.

Para abordar el tema forjaré sobre las ideas de dos críticos literarios: el chileno Cristián Gallegos Díaz y la turca Mutlu Konuk Blasing, quienes publicaron en 2006 y 2007 sendos artículos en relación con el sujeto poético. Como sucede con otros analistas de la literatura, ambos ubican la génesis de este problema para la era moderna en los escritores románticos de los albores del siglo XIX. En efecto, en el prefacio de sus Baladas líricas de 1800, el pionero del romanticismo, William Wordsworth, definió de manera célebre que la poesía tiene su origen en la emoción rememorada en la tranquilidad y Johann Wolfgang von Goethe, por la misma época, reafirmó que el poema surge de las experiencias vividas. El sujeto que enuncia el poema sería el propio poeta al expresar sus actos, imágenes y emociones de una manera lúcida, depurada y bella. En el mismo sentido, G. W. F. Hegel, el prominente filósofo del idealismo alemán, consideraba que la poesía lírica es el género literario más subjetivo, el más relacionado con el yo del autor. Sin embargo, hacia finales de ese siglo los simbolistas franceses, encabezados por Charles Baudelaire, cuestionaron la concepción romántica. De manera innovadora plantearon un sujeto lírico como distinto o separado del escritor, pues distinguieron a la poesía como una composición creativa no necesariamente anclada en la vida y la experiencia del autor.

pioneros del yo lirico
Grabado de William Wordsworth, pionero de la poesía romántica inglesa hacia 1830 (izquierda) y autorretrato del simbolista francés Charles Baudelaire hacia 1848.

Eventualmente surgió una noción mediadora entre estas dos opciones: el autor, concebido como el yo empírico, el yo real, siempre se esconde detrás del yo lírico, quien enuncia las palabras y versos del poema. Para expresarse, el poeta inventa o utiliza implícitamente un personaje en su composición. Quien habla en el poema es una máscara, es otro yo, el yo lírico. Es decir: aunque se base en la experiencia del poeta, el poema sería siempre una narración urdida por el yo lírico. La disyuntiva, sin embargo, no estaba realmente zanjada y dio para mucha discusión.

En la primera mitad del siglo XX los fenomenólogos discípulos de Edmund Husserl polemizaron sobre si el poema enuncia la vivencia o experiencia del poeta –denominada erlebnis en alemán–, o bien, si el texto es un artificio separado de la existencia vital del autor: una ficción creada, una poiesis. Desde entonces, persiste una disyuntiva problemática entre un sujeto autobiográfico necesariamente ligado al yo empírico –el autor, su vida y circunstancias –, o bien un yo poético autónomo y fabuloso a través del cual el poeta crea su expresión lírica. Plenamente consciente de esta dicotomía a mediados del siglo XX, la poeta puertorriqueña Julia de Burgos la expresó de manera ardiente en este cuarteto en formato alejandrino:

Mienten, Julia de Burgos. Mienten, Julia de Burgos.
La que se alza en mis versos no es tu voz: es mi voz,
porque tú eres ropaje y la esencia soy yo;
y el más profundo abismo se tiende entre las dos.

julia de burgos
Julia de Burgos vs. Julia de Burgos: el yo autoral vs. el yo poético. Imagen editada por el autor de la original, obtenida de https://bit.ly/38to7iK.

Con la postmodernidad y la deconstrucción que proclamaron la muerte del sujeto, en el último tercio del siglo XX fue predominando la idea de que la creación poética no es una expresión directa de la conciencia del autor, pues éste crea un objeto artificial dotado de contenidos y sentidos fabricados de acuerdo a normas expresivas y estilos imperantes. Esto puede resultar extraño para quienes se conmueven al leer o escuchar los sentimientos, reflexiones o metáforas expresados en un poema y que se perciben o interpretan como emanados de la experiencia, ingenio o necesidad de expresión de un creador. Pero esto no se niega por la teoría del sujeto literario desarrollada en los últimos tiempos. Reflexionemos el asunto en más detalle.

Dado que el o la poeta manipulan un lenguaje simbólico y figurado, su verso no es expresión inmediata de su interioridad, sino que ocurre a través de una elaborada y esmerada mediación verbal que se conoce como voz poética. Los poetas que se basan más en sus vivencias expresan creencias, sentimientos y sensaciones o glosan acontecimientos y lugares, pero lo hacen de forma indirecta y mediada. Muchos componen desde otra perspectiva –o desde la perspectiva de otro– y la voz poética es distante de su experiencia, pero no es menos comprometida. Como dice Gallegos: “el yo poético no es un individuo empírico, sino un sujeto virtual creado en, y, por el poema”.

yo lirico yo prosaico
Figura tomada del cartel Yo poético / yo prosaico (Ilustración: Tomasz Alen Kopera, 1976).

Aunque sobre esto hay menos controversia, los críticos aún se dividen al interpretar o analizar un poema. Unos buscan en la biografía y la psicología del poeta los supuestos resortes y razones de su expresión lírica, mientras que otros ven al poema como un objeto lingüístico analizable en sí mismo por sus formas y contenidos independientemente de quien los confeccionó y por qué. Con base en las ciencias cognitivas, Gallegos reconoce que el poeta procesa tanto la realidad del mundo que le rodea como su propia realidad interna mediante complejas operaciones mentales de orden afectivo, cognitivo y lingüístico necesariamente vinculadas a una época, a una realidad, a una cultura. El chileno se apoya en la escuela rusa de psicólogos y lingüistas, en particular en el destacado neuropsicólogo Alexander Luria, para subrayar el sustrato social del lenguaje y de la expresión poética. De esta forma traza una división en la mente humana: el mundo de las cosas concretas captadas por los sentidos y manipuladas por la acción motriz, y el de los procesos mentales compuestos por palabras. Para establecer una comunicación con una audiencia imaginada, el poeta manipula la lengua transformando o creando significados posibles, y como resultado de su labor el poema es polisémico y puede ser interpretado de maneras muy diversas.

Paul Ricoeur
El filósofo, fenomenólogo y antropólogo francés Paul Ricoeur hacia 1980.

De acuerdo al filósofo francés Paul Ricoeur, lo que surge de la composición es un yo poético, una ordenación figurada del sujeto empírico que es el propio autor: “el yo lírico es una interpretación representada o una representación figurada del sí mismo del poeta”. Hay entonces un vínculo de transferencias entre el yo empírico y el yo lírico ficcional. Este sujeto poético no es una creación a partir de cero, es la proyección de un creador de sentidos, ciertamente, pero circunscrito por tiempo, lugar e historia. Quedan implicadas tanto la expresión vivencial y autobiográfica del autor, aunque necesariamente indirecta, como la idea de que el poema es un objeto lingüístico y ficcional enunciado por un narrador, el yo poético, dirigido a un destinatario implícito, el lector posible, para ofrecerle una interpretación, una propuesta, una visión del mundo. Erlebnis –la experiencia personal como germen del poema– y Poiesis –la creación imaginativa como fuente del poema– se dan la mano.


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Diálogo interior: la persona conversa consigo y con otras

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En su ingreso a la Real Academia Española, el neuropsiquiatra gaditano Carlos Castilla del Pino mencionó que la palabra reflexión indica “nueva y detenida consideración sobre algún objeto”. Podemos agregar que el pensamiento reflexivo asume varias formas: (1) es autoconsciente cuando el sujeto controla su propia actividad cognoscitiva para llegar a conclusiones y conocimientos válidos; (2) es fundamentalmente verbal cuando acontece como un discurso privado en forma de palabras, frases, juicios y razonamientos, (3) suele tomar la forma de un diálogo interior que se desenvuelve sin que la persona pronuncie palabras en voz alta. En esta ocasión revisaremos el tema de la reflexión y el diálogo interior como un recurso literalmente dramático o teatral de la autoconciencia.

En su libro Cómo pensamos de 1913, el erudito y pedagogo pragmatista de Nueva Inglaterra, John Dewey, distinguió varios tipos de pensamiento con base en su eficacia. Otorgó la mayor eficiencia al pensamiento reflexivo como una sucesión de ideas donde cada una se deriva de la anterior y da origen a una siguiente para eventualmente llegar a conclusiones o valorar creencias. El pensamiento reflexivo es un proceso consciente que tiene una meta y esa meta impone una tarea congruente con la intención; es una actividad deliberada en la que interviene el yo como agente generador de los conceptos y creencias que se evalúan: el yo se hace cargo de sí mismo.

John Dewey
El filósofo y pedagogo pragmatista John Dewey hacia 1902 en la Universidad de Chicago y su libro “Cómo pensamos” (1913) donde examina el pensamiento reflexivo.

Hannah Arendt, la incisiva filósofa sobre imperialismo y el totalitarismo en el siglo pasado, señaló que el pensamiento útil y creativo suele acontecer en soledad mediante un diálogo interno donde uno se hace compañía a sí mismo y que caracteriza gráficamente como dos en uno. En la mente un yo dialoga con otro yo en una conversación que, si bien es privada, tiene un formato público. Este dos en uno remite a la definición que ofreció Platón del pensamiento como el diálogo del alma consigo misma, aunque a diferencia del griego y en afinidad con el ruso Lev Vygotsky, la pensadora alemana no postula una esencia inmortal, sino una función cognoscitiva por la cual se interioriza y ejerce la función social del diálogo.

dialogo Hannah Arendt
La filósofa germano judía Hannah Arendt y su libro “La condición humana”.

Ahora bien, en su libro The voices within (“Las voces internas”) de 2016, Charles Fernyhough, profesor de Psicología de la Universidad de Durham, observa que el discurso interno no está restringido a las reglas del diálogo social y tampoco ocurre como un monólogo literario. Para empezar, el discurso y el diálogo interno no están coartados por el aparato fonador de la laringe, la lengua y la boca, lo cual permite y establece otra temporalidad y otra estructuración. El autor refiere que el discurso interno se instala con un notable ímpetu de hasta 4 mil palabras por minuto, unas 10 veces más veloz que el lenguaje articulado. Además, no es necesario formular frases completas, porque el pensamiento se desenvuelve a partir de un significado intuido de tal manera que las personas saben lo que quieren decir y luego desmadejan este núcleo de sentido en una cadena de palabras. Por otra parte, el discurso interno suele ocurrir acoplado con la imaginación cuando la persona visualiza un escenario donde personajes, lugares y espacios mutan de acuerdo con las circunstancias y propensiones del agente. El yo imaginado en estas situaciones no tiene una manifestación singular, constante, ni sencilla. Por ejemplo, el yo puede estar representado como una copia de su imagen corporal, o bien puede observar la escena desde un punto de vista subjetivo. Fernyhough, considera que no existe un yo o un self unitario, pues durante el diálogo interno la persona crea momento a momento la ilusión de un yo o un mi. Más adelante revisaremos con algún detalle las teorías de la polaca Malgorzata Puchalska-Wasyl, psicóloga experta en el diálogo interno, quien también argumenta en favor de una variedad de yoes con base en estudios empíricos.

Charles Fernyhough
Charles Fernyhough y su libro “Las voces interiores” de 2016.

El diálogo interno se ha vuelto un tema frecuente de la literatura de autoayuda porque se supone que su ejercicio es útil para resolver problemas, tomar decisiones razonadas, establecer objetivos, fortalecer la memoria y para guiar la conducta. Aunque estos beneficios son verosímiles, es difícil obtener evidencia directa de su eficacia, pues no hay una forma fehaciente de registrar el diálogo interno ni de evaluar sus efectos. Esto remite a un asunto medular de las ciencias cognitivas y que hemos abordado antes: cuando se trata de funciones subjetivas e internas el método de estudio y análisis se vuelve crucial. La “técnica dialógica de silla temporal” (Dialogical Temporal Chair Technique) es un método usado para activar voces internas de manera secuencial. Se solicita al sujeto que construya un diálogo interno cambiando de una silla a otra y adoptando en cada una un punto de vista ajeno. La técnica permite al sujeto analizar formas diferentes de pensar, sopesar mejor sus propios discursos y al investigador visualizar formas de diálogo interno. Por otro lado, una pregunta formulada al interior de la persona en referencia a sus posibles conductas se asoció a una mejor ejecución, pero sólo cuando el individuo había reportado darse cuenta del impacto del diálogo interno sobre su proceso de pensamiento.

Un grupo de investigadores utilizaron la estrategia de examinar la activación cerebral durante momentos no especificados. Para ello enviaron un pitido a voluntarios sometidos a una resonancia magnética del cerebro y registraron la actividad cerebral en esos momentos. Para que los sujetos detectaran y describieran su experiencia utilizaron un Muestreo Descriptivo de la Experiencia (Descriptive Experience Sampling) y examinaron estos momentos pareando la imagen cerebral con la experiencia reportada. Concluyeron que la estrategia es viable y digna de ser explorada porque hay una correlación entre lo que los sujetos expresaban sobre su experiencia y la pauta de activación de su cerebro. Encontraron además que el pedir a los sujetos que expresaran su diálogo interno se acompaña de una activación cerebral diferente a los momentos en los que expresaron su experiencia de forma espontánea. Dos regiones cerebrales, la circunvolución de Heschl y la circunvolución frontal inferior izquierda, se activaron de manera opuesta en las dos condiciones. Se conocía ya que la circunvolución frontal izquierda del cerebro es un área crucial para la autoconciencia y la toma de decisiones, y que se recluta durante las tareas de diálogo interior.

Ciencia del dialogo interno
Ilustración de un artículo sobre “la nueva ciencia del diálogo interno,” donde se revisan las investigaciones de Fernyhough, Hurlburt y colaboradores mencionadas aquí.

Podemos concluir que, si bien la reflexión en forma de diálogo interno es una de las actividades más privadas y no tiene indicadores fisiológicos seguros, existen indicaciones de que resulta en una mejor ejecución en comparación con el discurso declarativo. Esta actividad mental cumple funciones propias del conocimiento, tales como fundamentar nociones, evaluar experiencias confusas, redefinir las vivencias pasadas, tomar decisiones o definir las acciones futuras. De esta manera, el diálogo interno participa en la formulación de la identidad personal y la actividad autorreferencial, en especial durante los periodos de reflexión. Aprender a pensar reflexiva y críticamente sería una meta fundamental de la autoconciencia, de la enseñanza y de la propia filosofía: “pensar y enseñar a pensar” recomendaba certeramente el añorado maestro Eduardo Nicol.