Vivimos un momento estelar en la historia de la humanidad. Nada calza, nada se entiende bien, todo es confuso, todas las brújulas que utilizamos en el pasado para intentar predecir el futuro parecen no funcionar. Las bitácoras políticas y económicas hace tiempo operan con una lógica distinta a la que conocíamos, todo muta, todo está en permanente transformación, o al menos así lo percibimos.
Desde luego esto comenzó mucho antes que apareciera el Covid-19 en nuestras vidas y se asentará mucho después que podamos controlarlo. ¿Cuándo se inició, entonces, el huracán que parece arrasar con toda nuestra idea de “normalidad”? ¿Es importante que podamos identificar ese punto de inflexión? Veamos, por una parte, circunscribir una cadena de hechos, definir procesos causales y efectos subsecuentes podría ayudar a tener una visión más nítida y, por lo tanto, más controlada de lo que nos ocurre. Pero, como se dijo, las fuerzas centrifugas y centrípetas con las que los procesos históricos de nuestro tiempo se están desarrollando, hacen muy complejo el poder describir, analizar e interpretar lo que nos sucede. Es más, es muy probable que, tengamos que acostumbrarnos a vivir de una forma muy distinta, en relación con lo que era nuestra idea de predictibilidad y control.
Por ahora, muchos han elegido actuar con una suerte de piloto automático, repetir recetas ya conocidas y continuar avanzando, ya que pareciera no quedar otra, con lógicas, enseñanzas y fórmulas del siglo XX, las que se han “agiornado”, además, con ideas filosóficas, económicas y políticas de la Ilustración y la Revolución industrial. Este re-hallazgo de intelectuales y pensadores que parecían haber quedado olvidados en bibliotecas y archivos, ha demostrado que el intelecto y evolución del ser humano es el resultado de un continuo, no necesariamente lineal, de aprendizaje y creatividad.
Dado que pocas veces han coincidido en un mismo momento, en un mismo plano de tiempo, tantas incertidumbres, demandas y prioridades, resulta fundamental que, además del piloto automático, seamos capaces de calibrar nuestras brújulas y entender que lo que hoy necesitamos es algo mucho más desafiante.
El siglo XXI requiere de sextantes y cartas de navegación que estén a la altura de los desafíos que debemos acometer. Pero también necesitamos algo más: entender y, en particular, asumir, que los puntos cardinales mutaron, que el eje de la realidad cambió, que nuestro mundo no sólo está cada vez más interconectado, sino que también es cada vez más multicéntrico. La lógica de los grandes bloques políticos y económicos, las nociones de izquierda y derecha, el concepto “normalidad”, el lugar de cada uno de nosotros en la estructura social, la función de las instituciones educacionales, la idea de pareja, incluso la forma de comprender justicia y equidad están en profunda crisis porque las transformaciones que vivimos en las últimas décadas dieron origen a una forma distinta de ver, estar y habitar nuestro tiempo. La aldea global está en ebullición.
Vivimos un momento estelar en la historia humana, nada volverá a ser lo mismo, nuestra vieja “normalidad” ha quedado atrás y se abre frente a nosotros una monumental “nueva realidad”. Muchos extrañan los buenos viejos tiempos, imperfectos, pero predecibles y, otros, están profundamente asustados y desorientados por lo que están viviendo y prevén como futuro. Pero también están los optimistas, aquellos que, aunque pasan por profundos momentos de inquietud, ansiedad y cansancio, entienden que el nuevo ciclo traerá posibilidades gigantescas para que el universo creativo humano siga deslumbrándonos y sorprendiéndonos.
Si el futuro es una enorme interrogante, ¿qué mejor razón para calibrar sus instrumentos, inventar otros nuevos y salir a navegar?, ¿o prefiere quedarse en tierra y esperar pasivamente que los demás lo hagan por usted? Es un buen dilema.
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