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Calibrando la brújula

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Vivimos un momento estelar en la historia de la humanidad. Nada calza, nada se entiende bien, todo es confuso, todas las brújulas que utilizamos en el pasado para intentar predecir el futuro parecen no funcionar. Las bitácoras políticas y económicas hace tiempo operan con una lógica distinta a la que conocíamos, todo muta, todo está en permanente transformación, o al menos así lo percibimos. 

Desde luego esto comenzó mucho antes que apareciera el Covid-19 en nuestras vidas y se asentará mucho después que podamos controlarlo. ¿Cuándo se inició, entonces, el huracán que parece arrasar con toda nuestra idea de “normalidad”? ¿Es importante que podamos identificar ese punto de inflexión? Veamos, por una parte, circunscribir una cadena de hechos, definir procesos causales y efectos subsecuentes podría ayudar a tener una visión más nítida y, por lo tanto, más controlada de lo que nos ocurre. Pero, como se dijo, las fuerzas centrifugas y centrípetas con las que los procesos históricos de nuestro tiempo se están desarrollando, hacen muy complejo el poder describir, analizar e interpretar lo que nos sucede. Es más, es muy probable que, tengamos que acostumbrarnos a vivir de una forma muy distinta, en relación con lo que era nuestra idea de predictibilidad y control. 

caminos de la pandemia
Imagen: Sara Wong.

Por ahora, muchos han elegido actuar con una suerte de piloto automático, repetir recetas ya conocidas y continuar avanzando, ya que pareciera no quedar otra, con lógicas, enseñanzas y fórmulas del siglo XX, las que se han “agiornado”, además, con ideas filosóficas, económicas y políticas de la Ilustración y la Revolución industrial. Este re-hallazgo de intelectuales y pensadores que parecían haber quedado olvidados en bibliotecas y archivos, ha demostrado que el intelecto y evolución del ser humano es el resultado de un continuo, no necesariamente lineal, de aprendizaje y creatividad.

Dado que pocas veces han coincidido en un mismo momento, en un mismo plano de tiempo, tantas incertidumbres, demandas y prioridades, resulta fundamental que, además del piloto automático, seamos capaces de calibrar nuestras brújulas y entender que lo que hoy necesitamos es algo mucho más desafiante.

El siglo XXI requiere de sextantes y cartas de navegación que estén a la altura de los desafíos que debemos acometer. Pero también necesitamos algo más: entender y, en particular, asumir, que los puntos cardinales mutaron, que el eje de la realidad cambió, que nuestro mundo no sólo está cada vez más interconectado, sino que también es cada vez más multicéntrico. La lógica de los grandes bloques políticos y económicos, las nociones de izquierda y derecha, el concepto “normalidad”, el lugar de cada uno de nosotros en la estructura social, la función de las instituciones educacionales, la idea de pareja, incluso la forma de comprender justicia y equidad están en profunda crisis porque las transformaciones que vivimos en las últimas décadas dieron origen a una forma distinta de ver, estar y habitar nuestro tiempo. La aldea global está en ebullición. 

brujulas nueva normalidad
Imagen: Thomas Pullin.

Vivimos un momento estelar en la historia humana, nada volverá a ser lo mismo, nuestra vieja “normalidad” ha quedado atrás y se abre frente a nosotros una monumental “nueva realidad”. Muchos extrañan los buenos viejos tiempos, imperfectos, pero predecibles y, otros, están profundamente asustados y desorientados por lo que están viviendo y prevén como futuro. Pero también están los optimistas, aquellos que, aunque pasan por profundos momentos de inquietud, ansiedad y cansancio, entienden que el nuevo ciclo traerá posibilidades gigantescas para que el universo creativo humano siga deslumbrándonos y sorprendiéndonos. 

Si el futuro es una enorme interrogante, ¿qué mejor razón para calibrar sus instrumentos, inventar otros nuevos y salir a navegar?, ¿o prefiere quedarse en tierra y esperar pasivamente que los demás lo hagan por usted? Es un buen dilema.


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Niveles y equilibrios sociales

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No debería ser noticia que nuestro sistema económico efectivamente es una pirámide y que, quienes engrosan su base, no están ahí por gusto o por una tradición de sufrimiento, sino porque las oportunidades y el acceso a mejores condiciones de vida los han eludido durante al menos 50 años.

Este deterioro provocó uno de los índices de desigualdad más grandes que existen en el continente y creó una impresión de que, para que en México funcionaran las cosas, se necesitaba de la corrupción y de su fiel compañera, la impunidad.

Malcolm Gladwell, el célebre autor de varios libros acerca de la ciencia detrás del éxito y de la percepción humana, describe en una de sus obras más famosas que para lograr el surgimiento de esos “fuera de serie” que cambian economías y crean adelantos inimaginables se necesita un medio ambiente que favorezca el aprendizaje, la competencia y el acceso a educación suficiente.

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Imagen: Nexos.

Tristemente, México siguió una ruta distinta y se concentró en deshacerse de activos públicos para dejarlos en manos de mercados que rápidamente se orientaron al monopolio o a una reducción drástica de la competencia, único motor de la innovación. Pasa en las mejores naciones, pero nuestro ejemplo es un paradigma sobre cómo la concentración afecta las posibilidades de que esa famosa pirámide se achate.

Para quienes hemos tenido la oportunidad de ser empresarios (en mi caso, tercera generación) sabemos que el factor más importante de cualquier negocio es la gente y no el cliente. De hecho, Richard Branson, otro famoso emprendedor mundial, ha dicho que son los propios colaboradores los que trataran bien a la clientela, si se les trata bien a ellos primero.

Cuando uno se comporta de manera correcta con otras personas, las personas tienden a corresponder de la misma manera. Es una regla en los negocios y lo es en la vida. Pensar que las personas más desfavorecidas coquetean con la tragedia por humildad o modestia es no entender que la mayoría de nosotros sólo busca una oportunidad, y cuando ésta surge, la aprovechamos al máximo.

¿De qué otra forma podríamos entender el monumental esfuerzo de los millones de mexicanos que viven y trabajan en Estados Unidos para apoyar con su dinero a sus familias que se quedan en México? ¿O qué somos de los países que más horas trabajamos en el mundo y que en esta pandemia ahora también uno de los más productivos?

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Imagen: Víctor Solís.

Se hizo fácil machacarnos con la idea de que somos una sociedad floja y mal hecha, precisamente porque eso permitía que la reducción de la punta de la pirámide fuera más rápida y constante. Esa concentración de todo, en unos cuantos intereses, se fundamenta en la noción de que no importa qué hagamos, siempre lo haremos mal o buscaremos maneras de reducir el esfuerzo que se necesita para prosperar.

No digo que ya seamos una sociedad modelo en lo que se refiere a la cooperación social, pero tampoco nos pueden hacer creer que la pobreza es producto de la indolencia o de un destino manifiesto del que sólo pueden escapar unos cuantos.

Es lo contrario, este país es rico en todos los sentidos, en particular en lo que se refiere a su gente. La supuesta división que nos aparta es superficial si se mira con detenimiento a miles de empresas pequeñas y medianas (la mayoría de la iniciativa privada nacional) y a una fuerza laboral de las más capaces del planeta. 

Tal vez lo que nos falta es conciencia sobre quiénes son los demás, quiénes somos nosotros y qué representa exactamente ver desde la punta de la pirámide a quienes la sostienen en una base que todos los días sale a dar todo su esfuerzo no para escalarla en solitario, sino para achatarla y hacer que el piso esté más parejo. Este país podría ser eso y mucho más.


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En busca de nuevos horizontes

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Cuando la anormalidad se vuelve cotidiana no sólo se comienza a perder la capacidad de asombro, sino que, también, aparece una suerte de zona de confort en la que, a pesar de los malestares y dolores experimentados, surge un conformismo funcional al temor de que nuestras expectativas nuevamente se vean truncadas. Entonces la creatividad entra en receso, aparece el callamiento y el silencio se apodera de los sueños. La inercia de la autocomplacencia o la resignación se instala, convenientemente, en nuestras cabezas, manteniéndonos en cómoda pasividad, mientras la historia se sigue sucediendo, llevándose, como en un tsunami, todo lo que tiene por delante.

Se trata de una posición de comodidad psíquica, a través de la cual evitamos enfrentarnos al espejo de nuestra memoria. No es que no queramos saber de nuestro pasado, lo que no queremos es hacernos responsables de éste. Del mismo modo, intentamos no comprometernos mayormente con el futuro, ya que hacerlo implica, una vez más, asumir la responsabilidad de fallarnos.

La pérdida del sentido de comunidad asociado a las utopías que nos acompañaron durante buena parte del siglo XX nos ha ido dejado en una posición de orfandad, no tenemos un padre ni una madre ideológicos que nos den seguridad. Ya no tenemos al socialismo, ni al humanismo cristiano, ni al colectivismo. La socialdemocracia y el libre mercado hace tiempo que nos desilusionaron.

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Imagen: Yeoman.

A nivel mundial hay un recrudecimiento de la intolerancia, el fundamentalismo, el nacionalismo y el matonaje en nombre de la misma democracia que tanto se desdeña. El presentismo, la inmediatez tecnológica, hacen que muchos hayan comenzado a volver a creer que saltarse los procesos democráticos resulta más efectivo que someterse a la reflexión, a pensarnos individual y socialmente, a planificar. En la era de la inmediatez, la premura, es una moneda de cambio. 

El presentismo hace perder la capacidad de análisis. Se pone en el mismo plano una emoción, un hecho relatado por decenas, cientos y hasta miles de ecos en redes sociales, que una teoría construida con fundamentos. Se confunde correlación, con causalidad; se pretende transformar una opinión en una tesis.

Entonces, ¿qué nos queda por hacer cuando la anormalidad se hace cotidiana dejándonos suspendidos, atónitos y desorientados? Elegir.

Siempre podemos optar entre la queja, la anestesia y la resignación; la rabia, la envidia por la supuesta “normalidad” de la vida de los otros y la pulsión destructiva y refundacional. Pero así también, podemos buscar nuevos horizontes, desconocidos e inseguros, pero que pueden darle un nuevo impulso a nuestras vidas. Que pueden iluminar, con nuevas ideas y soluciones, la monumental transformación de lo que entendíamos por normalidad y que estamos experimentando.

La fuerza de voluntad y la valentía son el combustible que nos permitirá salir de la planicie psíquica y de la tristeza angustiosa que subyace en estos tiempos tan difíciles de entender.

Ya lo dijo Churchill: “Soy optimista. No parece muy útil ser otra cosa”.


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Alzando la Voz

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No siempre tenemos todos a la mano herramientas para provocar un cambio, para incidir en nuestro entorno o para mejorar nuestro país –en general se necesita dinero o poder, y bastante…–. Tampoco es fácil para alguien levantar la voz desde su posición, en donde la misma logre tener impacto –menos estando encuarentenados–. Tampoco estoy seguro del impacto que yo tengo como columnista mensual ni de mi alcance. Sin embargo, sí estoy seguro de que es mi responsabilidad alzar la voz y transmitir, de forma clara y sin rodeos, que nuestro gobierno no conduce a México hacia un camino de bienestar. Por el contrario, cada día erosiona nuestra capacidad como mexicanos de construir un Estado sólido, libre y próspero.

Desde hace un par de años –tal y como muchos lo advirtieron–, se ha subido a nuestro país a un tren de malas decisiones. Advertencias ha habido muchas…

alzando la voz
Imagen: Dutch Uncle.

Lo hicieron la Sociedad Interamericana de Prensa y Reporteros sin Fronteras, al advertir que la presidencia incitaba a la violencia con sus sistemáticos ataques a los medios de comunicación con un sesgo autoritario y despectivo –¿por qué es incapaz de reconocer que comete errores?–.

Lo hicieron consultores y ONG’s como Wood Mackenzie o GreenPeace, al señalar que México daba pasos hacia atrás con la nueva política energética en la que se plantea desterrar a las energías renovables para proteger el monopolio de la CFE –o la comodidad de su Director General–, haciéndonos fallar ante nuestros compromisos con el mundo y con nuestro propio planeta –ya no se diga elevar el riesgo percibido de México como destino de inversiones–.

Lo hizo la propia UNAM, al advertir que la desaparición de los Fideicomisos por temas presupuestales violaba el compromiso del Estado de garantizar el acceso al desarrollo científico tal y como lo  cita el Artículo 3º de nuestra Constitución: “El Estado apoyará la investigación e innovación científica, humanística y tecnológica, y garantizará el acceso abierto a la información que derive de ella” –pero sí hay recursos para trenes, refinerías, aeropuertos y otras decisiones “cuestionables” por decir lo mínimo–.

Ahora lo hacen la Comisión de Competencia Económica y México Evalúa, al mencionar los riesgos que concentrar a los órganos independientes tiene en el mercado, pues es justamente su independencia lo que permite regular al mercado de mejor forma.

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Imagen: Nexos.

Parece además que el tren de malas decisiones no parará, pues el gobierno se encuentra en un círculo vicioso –y con poca aptitud–. Las malas decisiones han llevado a terminar de afectar una economía ya de por sí vulnerada, y con ello, a reducir la recaudación de impuestos por parte del gobierno, lo que a su vez, los hace tomar decisiones justo como la de desaparecer Fideicomisos y concentrar órganos reguladores para ahorrarse lo que puedan, sin darse cuenta, de que al hacerlo terminan por hundir más a la economía y a los que pueden rescatarla. Esto sin duda agravará aún más la paupérrima recaudación –y si la salida del gobierno es el constante ataque a los empresarios, pareciera que no veremos la luz al final del túnel–.

Lo peor de todo es que aun, en medio de tanto predicamento, el presidente se empeña en seguir empeorando nuestra posición económica comenzando con el pie izquierdo la relación con su homólogo norteamericano.

Creo que ya es momento de alzar la voz…


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Lo que nos toca hacer para 2021

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Primero, debemos cuidar a todos como si ya tuviéramos el virus y cuidarnos como si todos ya lo tuvieran. Con una velocidad acelerada de contagios, debido a las fiestas que no se pudieron evitar (más que a la temporada de invierno) y a una movilidad mayor por la decisión social de que las vacaciones no se perdonan, lo responsable es aislarnos lo más que podamos, mantener las medidas de higiene y la sana distancia en caso de salir.

En caso de que experimentemos síntomas, así sean leves, confinarnos de inmediato, seguir las instrucciones de un médico y contactar a las autoridades de salud, a través de los diferentes medios que están a la mano. Una realidad de esta pandemia es que muchas y muchos pacientes no se atienden a tiempo y por ello agravan su situación; en esta crisis sanitaria cada instante cuenta porque no sabemos cómo atacará este virus. 

La ventilación de todas las áreas, ya sean éstas particulares o comunales, ha probado que es condición para que no exponerse a una saturación del virus, es decir, mientras mayor cantidad entre a nuestro cuerpo, peor nos pondremos; así que no es conveniente estar en lugares cerrados, con poca circulación de aire y en grupo (el escenario de cualquier fiesta de fin de año) es la diferencia entre tener un contagio leve y uno grave.

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Imagen: Nature.

Hay que organizarnos con la familia, los vecinos, los amigos, para estar al pendiente de cualquier necesidad y caso de salud que pueda presentarse. No habrá un mejor año próximo si no asumimos la parte que nos toca y actuamos para que, como una sola sociedad, esperemos nuestro turno para la vacuna y tomemos las decisiones correctas para evitar abusos en el momento en que esté disponible. 

El debate sobre quién la recibe en primer lugar y quienes esperamos en la fila es estéril y se politiza rápidamente, dividiéndonos todavía más. Creo que es un consenso general que los trabajadores de la salud tienen preferencia, nuestros adultos mayores también, los enfermos crónicos por obvias razones y de ahí por rangos de edad. Nuestra mejor defensa en lo que llega nuestro momento es cuidarnos y cuidar a los demás, tal y como ha ocurrido antes de que tuviéramos vacunas.

Eso significa que este inédito avance de la ciencia, único en la historia de la humanidad, no es un cheque en blanco, ni permite a quien la recibe aventar el cubrebocas al cielo y enterrar el gel antibacterial. Serán de seis meses a un año, todo el 2021 prácticamente, en que debemos continuar con estas precauciones si queremos evitar más tragedias, en la forma de dolorosos fallecimientos.

Entenderlo de esa manera, traerá dos beneficios: la reducción de los casos graves y de las muertes, al tiempo de que construiremos un nuevo sentido de la responsabilidad civil, que no ha sido precisamente nuestro fuerte durante este año aciago.

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Imagen: SCMP.

Podemos sacarle mucho provecho a lo que hemos vivido en estos últimos diez meses y establecer las bases de otro tipo de mexicanos y de un país diferente y mejor. Si nos ponemos ese propósito como meta y lo conseguimos manteniendo la salud y la solidaridad un año más, creo que este sufrimiento habrá servido.

Pero si regresamos a nuestros mismos malos hábitos, pronostico que nuestra recuperación –a todos los niveles– será lenta, compleja y nos cobrará facturas que no podemos dimensionar todavía. 

Acudir al olvido sólo para superar una emergencia como ésta nos retrasará años en la tarea de edificar una sociedad más justa, equitativa, honesta consigo misma y corresponsable en cada una de sus acciones. Será, sin duda alguna, un precio muy alto a pagar en contra de las siguientes generaciones.

Porque este calendario no oficial de la pandemia indica que tendremos buenas noticias hasta el verano y no en todos los estados de la República, lo que anticipa que la Ciudad de México y el Estado de México, entre otras entidades, seguirán con muchos problemas sanitarios, mientras otras entidades regresan a una nueva realidad, pensando que es la vieja normalidad a la que estaban acostumbrados.

Esa disparidad de circunstancias generará un desequilibrio en lo económico, en lo educativo y en lo social que podría perjudicar a regiones enteras, principalmente a las de mayor concentración de población, de servicios y de comercio al menudeo, contra otras entidades que dependen de esta infraestructura económica para vender sus productos y muchos bienes de consumo.

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Imagen: BN Americans

Además, retrasará la salida de la pandemia, porque quien vive en un estado en semáforo verde puede pensar que es buena idea cruzar a uno en color naranja o rojo (ella o él están sanos) y regresar a contagiar a su comunidad que ya estaba en otra etapa. Si hoy nos hemos hartado del confinamiento, imaginen que ahora sí experimentemos esas olas de enfermos cada tres meses y cambios súbitos de semáforo por el descontrol de la enfermedad. 

En resumen, para 2021 lo que debemos hacer es preservar la salud de otros, tanto como la propia. Actuar con responsabilidad en cada decisión que tomemos, se trate de ir al supermercado o de regresar a la oficina en algún momento, y colaborar con nuestras comunidades inmediatas.

Malgastar la oportunidad de aprovechar las lecciones de esta pandemia sólo nos acercarán a una siguiente que será varias veces peor. Tratemos de evitarlo.

Mientras tanto, a la distancia y de todo corazón, que el próximo año sea de absoluta salud, de unidad y de tiempo bien aprovechado. Felicidades.


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Una nueva Pantalla Colectiva para México

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Al inicio del 2020 México ya arrastraba un pasado con un peso extra del cual no éramos conscientes. Veníamos forjando como sociedad un futuro predecible al no contar con la capacidad de detenernos, observar minuciosamente y detectar que poco a poco nos alejábamos de las ganas de participar y vivir en comunidad. El deseo por ganarle al otro se había programado tan profundamente en nuestra mente que la separación en la sociedad tomaba su peor camino hacia un estado cada vez más fuerte en la polarización.

Nos encontrábamos escribiendo el guion de nuestra película y proyectándola en una gran pantalla colectiva. Nuestro miedos y emociones de baja energía (como la culpa, el orgullo y la apatía) nos mantenían escribiendo las escenas que proyectábamos en esa realidad. El momento de la sorpresa, en esta narrativa que construimos, llegó con la pandemia y todo lo que trajo con ella. Parecíamos sorprendidos de no haber hecho nada por prepararnos para contrarrestar con anticipación lo que se veía venir claramente. Al final nos llevó a recluirnos en nuestras casas y nos inundó con esa incertidumbre en la que vivimos hasta el día de hoy.

¿Recuerdas esos días en que nos asombrábamos porque los animales andaban en libertad por las ciudades? La separación física nos estaba mostrando lo que teníamos a nuestro alrededor. Ríos y mares empezaron a limpiarse en muchos lugares no industriales bajo la contaminación en las calles. El planeta estaba respirando y mostrándonos que todo lo que veíamos en nuestras pantallas individuales y colectivas se hallaba lejos de lo que podemos visualizar para construir un mejor futuro para todos.

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Imagen: @gebelia.

Nos mostró también lo lejos que nos encontrábamos de algunos familiares y amigos. Nos trajo un capítulo a nuestra película en el que pudimos observar que al no tenerlos cerca empezábamos a necesitarles. Llevábamos años deshumanizándonos, sin darnos cuenta de que todo era parte de la construcción de lo que hoy estamos viviendo y que tristemente poco a poco está regresando a la vieja normalidad. No hubo aprendizaje.

La gran oportunidad que tenemos para proyectar y crear un mejor futuro es alejarnos del pasado para romper con ese “futuro predecible” que siempre teníamos seguros y a la vista. Esto no sólo es un tema de buenos deseos ni positivismo, es un acto consciente de ponernos en acción hacia un nuevo destino. Hay que verlo y hacerlo. Es claro que hay que cambiar paradigmas ya establecidos en nuestra cultura e instalar los nuevos que requerimos para que nuestra pantalla cambie. Sabemos que esto no se construye de la noche a la mañana, pero no deberíamos esperar más para empezar conscientemente.

Veamos un México unido, sano y abundante para todos; construyámoslo desde cada uno. Acumulemos y sumemos emociones de energía alta como el amor, la paz y el agradecimiento en vez de priorizar la competencia y la razón que sólo alimentan al ego. Esto se debe hacer desde la consciencia y comprensión de que la responsabilidad es de todos. Debemos tener claro que, si lo seguimos haciendo como antes, nuestra pantalla estará llena de lo mismo y obtendremos igualmente los mismos resultados; esos que desafortunadamente no suman para construir un mejor país y un mejor planeta.

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Imagen: Brecht Vandenbroucke.

Esta pandemia nos ha mostrado tantas cosas que es momento para aprovecharlas. Escribamos las escenas que queremos vivir en el futuro y actuemos coherentes a ello. Dejemos de meternos en la vida de los demás de forma destructiva y construyamos estructuras positivas desde nuestra vida para los demás. Las posibilidades pueden cambiar muy rápido si vamos despertando del sueño en que nos hemos dormido esperando a que las circunstancias cambien mientras no se hace nada y responsabilizamos a los demás.

Aún existen muchas personas con el deseo de regresar a lo mismo de antes, por salir del momento que estamos pasando, y es entendible. Esto no permite que la pantalla colectiva cambie tan rápido, pero sí podemos estar seguros de que si seguimos sumando mexicanos conscientes a una nueva pantalla para México, poco a poco podremos proyectar un país más equilibrado y mejor para todos.

Al final son las pantallas individuales las que se suman para construir la colectiva. Hay que empezar desde nuestra propia vida preguntándonos ¿Qué estoy proyectando en mi pantalla? ¿Cómo estoy aprovechando el aprendizaje de todo esto que estamos viviendo? ¿Sigo criticando o culpando a los demás o ya escogí el camino de sumar en vez de separar? ¿Mis deseos traen resultados también para una mejor sociedad? ¿Estoy creando un futuro predecible o un nuevo futuro?

La actuación de cada uno en esta gran pantalla colectiva determinará el siguiente episodio de nuestra película llamada México. ¿Estás consciente de la siguiente escena que quieres producir en esta película o dejarás que otros la proyecten sin ti?


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Viviendo en los márgenes. El trabajo de las organizaciones sociales en México

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“Aquí muy poca es la gente que tiene información sobre la pandemia. Muy poco, ¿por qué? pues porque no todos tenemos la posibilidad de tener un teléfono, una tele. Y de verdad pues sí, en muchas familias están así como que: ‘si existe o no existe’. Cuando uno pregunta pues se le da la poca información que se adquiere en la red. Y a veces pues en las redes sociales son muy confusas las informaciones. (…) En cuanto al gobierno, pues el gobierno su labor debería de ser venir a vocear a las comunidades, informar a las comunidades de todo el proceso que lleva la pandemia. Pero, prácticamente sus informaciones sólo las tienen en el municipio, me imagino, pero en las comunidades, en las agencias más retiradas pues no se ve nada de ellos”.
(Entrevista, agosto, 2020).

Éste es el testimonio de una mujer que, como muchas tantas, vive en alguna de las serranías del país; en ese “México profundo” donde las fuentes de información tienen poca calidad o donde lo que reina es la desinformación. Ya sabemos que nuestro país se caracteriza por tener una geografía sociopolítica y económica donde hay vastas regiones, no sólo rurales, también urbanas, marginadas de servicios e infraestructura pública, lo cual entorpece la comunicación, la creación de capacidades y, ya no digamos, la formación de gobiernos y ciudadanías informadas y responsables, cuya acción e interacción pública esté orientada a garantizar el bien común.

Sociedades marginadas
Imagen: México Nueva Era.

En esta columna quisiera hacer una reflexión general sobre los retos que tenemos como sociedad, frente a situaciones de desinformación y falta de información, las cuales agravan problemas como el que actualmente estamos viviendo con la pandemia. ¿Qué se espera que hagan las poblaciones alejadas, marginadas, para cuidar su salud, si no cuentan con las mínimas condiciones de información? En una geografía con tales características los relatos que desinforman, que dan soluciones poco probadas, que generan alarma, o que minimizan (o niegan) el problema, no ayudan a enfrentar la crisis sanitaria que enfrentamos.

Eso tal vez explique que, en nuestro país, al igual que otros tantos con características sociales, políticas y económicas similares (con grandes índices de marginación y bajo desarrollo humano) y en contraste con otros países con economías más sólidas, las cifras de contagios y defunciones por Covid-19 no han variado mucho desde el inicio de la emergencia sanitaria. Nos mantenemos en cifras rojas, aunque eufemísticamente se nos dice que pasamos a semáforo naranja. La gente sigue contagiándose, la gente sigue muriendo, la gente continúa saliendo de sus casas por desinformación, por mala calidad de la información o porque necesita hacerlo -simplemente porque muchos no se pueden dar el “lujo” de no trabajar–.

Frente a ello es importante crear alternativas organizativas desde la ciudadanía. Porque las lógicas gubernamentales difícilmente van a cambiar si no hay un impulso externo que las pueda sacar de la inercia que las mueve desde hace muchas décadas. En México existen pocas Organizaciones de la Sociedad Civil (OSC), en 2018 apenas había 40 mil registradas en la base de datos de la extinta Secretaría de Desarrollo Social; y si bien son muy diversas –por lo que difícilmente podemos generalizar su labor–, existen múltiples casos exitosos desde donde se ha promovido el desarrollo de proyectos productivos, la lucha por los derechos humanos, la igualdad de género, la justicia social, la formación de ciudadanías activas, la democratización político-electoral, el fomento de gobiernos responsables o la transparencia en la información pública. Las acciones de estas OSC muchas veces se anclan en aquellas regiones marginadas donde, como lo muestra la cita inicial de esta columna, las condiciones de vida se dificultan en situaciones excepcionales como la que vivimos desde hace ya ocho meses y, la cual, parece que va a continuar varios meses más.

regiones marginadas
Imagen: Otras Voces.

Aquí quisiera mencionar, a manera de ejemplo, el quehacer de una OSC que trabaja en regiones marginadas con población indígena y, desde hace diez años, ha impulsado proyectos de desarrollo comunitario para mejorar las condiciones de vida de las familias, así como fomentar ciudadanías activas. En particular, entre 2017 y 2018, impulsaron una escuela municipal para formar líderes, hombres y mujeres, que ayudaran a potenciar el desarrollo desde las necesidades y condiciones de las propias comunidades. Uno de los resultados de ese ejercicio está impactando ahora positivamente entre la gente que habita en esa geografía marginada. En palabras de un hombre:

“Con la experiencia de la escuela, lo que vi y aprendí, ahorita puedo comunicar más con la gente, en algo que la gente me pregunte. Lo que está pasando en cuestión de la pandemia, por ejemplo, si no tuviéramos ese conocimiento y si no supiéramos también que nosotros tenemos que buscar información y ver lo que realmente está pasando porque hay muchos comentarios, muchos rumores por lo que está pasando y hay gente que sigue en no creer lo que está pasando. Además, pues a nuestros gobiernos no les interesa, no están difundiendo esta información de lo que está pasando; entonces nosotros, en mi experiencia, lo que yo he investigado y lo que yo he estado viendo de la pandemia pues es lo que yo comunico. Y he estado haciendo algunas acciones, por ejemplo, hacer los letreros para que la gente se quede en casa y ver la manera de buscar más información”.
(Entrevista, agosto, 2020).

Este caso nos muestra que el trabajo desde la sociedad civil organizada puede gestar cambios mediante la construcción de capacidades entre la población más desfavorecida a fin de que sean ellos mismos agentes del cambio en sus propias comunidades. Ésta es la esencia del trabajo de muchas organizaciones: sembrar la semilla del cambio en los grupos sociales. A veces esa semilla cae en terreno fértil y crece, a veces no. Pero, lo importante es que las organizaciones sigan haciendo este trabajo para contribuir a generar bien común en aquellas poblaciones que siguen viviendo al margen.


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Enmendar los errores

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Desde ahora, ya sabemos que este año concluirá con uno de los peores registros de fallecimientos en la historia reciente del país, debido a la pandemia y a la morbilidad de muchas enfermedades crónicas que arrebatan la vida de miles de mexicanos cada año y ante las cuales éramos indiferentes hasta que llegó este virus desconocido y nos cambió la vida por completo.

Habrá muchas interpretaciones sobre la estrategia que siguieron las autoridades federales y estatales para manejar esta emergencia sanitaria, pero el fondo de esta crisis es la falta de un sistema público de salud adecuado, fuerte, bien financiado, que se necesitaba precisamente para una contingencia así, vamos, ni siquiera el sistema privado ha podido enfrentarla.

Con ello no afirmo que se ha resuelto de mejor o peor forma, ni creo que tenga ningún sentido compararnos con algún otro país; para cuando la pandemia inició, México contaba con el mismo sistema obsoleto de antes y apenas le dio tiempo de reconvertirlo para tratar de enfrentar la ola de contagios. A pesar del esfuerzo, insuficiente por el número de vidas que se han perdido, la falta de equipos y la urgencia de contar con más unidades médicas en cada rincón de la República, llegará diciembre y estaremos en una situación similar a la que vivimos en la mitad del año.

Felizmente las temperaturas se han resistido a bajar, aunque entramos a noviembre y no debemos olvidar que el invierno terminará hasta marzo del próximo año, así que el riesgo de una tormenta perfecta entre enfermedades pulmonares, influenza estacional y Covid-19, causarían estragos si no hacemos nuestra parte como sociedad y nos mantenemos a sana distancia, seguimos las recomendaciones de higiene y procuramos no reunirnos.

pandemia y cubrebocas
Imagen: Vouge.

La tarea se ve difícil ante el cansancio social que experimenta la mayoría y la necesidad, desde la primera semana, de millones de mexicanos de llevar el sustento a sus hogares. Este agotamiento ha relajado paulatinamente las restricciones y ha hecho que nos juntemos de nuevo sin observar las reglas mínimas de salud.

Con argumentos como “somos pocos”, “en mi familia nadie se ha enfermado”, los encuentros con personas queridas se multiplican para tratar de vencer la incertidumbre, el tedio y el cansancio por la pandemia. Hasta quienes se manifestaban indignados por la resistencia de otros al uso de cubrebocas o a que salieran en grupos a las calles, parecen haberse dado por vencidos ante un agotamiento que también los alcanzó.

Precisamente uno de los ejercicios que presentan mayor grado de dificultad es mantener la guardia arriba, es decir, los brazos en una posición que proteja la cara y los ojos. Un movimiento tan simple y que pareciera obvio, conlleva mucho esfuerzo porque se necesita de una condición física óptima que sólo da el entrenamiento y el esfuerzo. Aun así, muchos atletas se rinden y es cuando caen vencidos.

Algo similar nos está ocurriendo, al grado de pensar que llegando el 2021 habrá un nuevo comienzo, lo que es mentira. Seguiremos en esta rutina durante meses, tal vez años, hasta que se descubra un tratamiento eficaz y la vacuna pruebe sus beneficios, no antes.

Sin embargo, el exceso también de desinformación, de uso político de la enfermedad en todos los frentes y una participación social que ha disminuido con el transcurso de las semanas, pintan un panorama sombrío para una temporada final del año en la que no habrá un nuevo aislamiento (la economía no lo resistirá) y tampoco se vislumbra una cohesión ciudadana suficiente para que, desde nosotros, se suspendan las celebraciones.

pandemia covid 19
Imagen: BBVA.

Regresaremos a ese estire y afloje con las autoridades para evitar dentro de lo posible las aglomeraciones, pero no habrá medidas restrictivas como las que ya se anunciaron en Francia o en Alemania. Algunos estados jugarán con una copia de estas suspensiones de vida nocturna, pero la salida nacional será tratar de convencer, no de imponer.

Creo que ésa es una estrategia correcta, y lo fue desde el principio, salvo por la acumulación de pacientes graves que tendríamos en unas cuantas semanas. Bajo ninguna circunstancia debemos aceptar toques de queda, pero sí tenemos que alcanzar un consenso nacional de que necesitamos estar lo menos posible en las calles.

Entiendo que industrias como los hoteles o los restaurantes recibirían la puntilla en un año perdido, aunque la mayoría han logrado ser espacios libres de contagio (no de SARS-CoV-2 porque eso es imposible), gracias a una enorme inversión de recursos y de diseño de protocolos que les permite dar seguridad a sus huéspedes y clientes. El problema hemos sido nosotros que no queremos obedecer las indicaciones y ponemos en aprietos a sus equipos de trabajo.

Si lográramos convencernos de que podemos estar cierto tiempo en el mismo espacio y respetamos los protocolos al pie de la letra, se alejaría la amenaza de un nuevo cierre y podríamos pasar una temporada navideña sin afectar a una economía nacional que está en graves problemas.

Pero son decisiones comunitarias que implican enmendar errores que se han cometido por todas partes y asumir una nueva etapa en la manera en que podemos contribuir a seguir adelante. El tiempo apremia y el consenso debe obtenerse ya.

Una de las obligaciones de los gobiernos es congregarnos y establecer los parámetros para que nos organicemos con ellos. Sin embargo, nos toca a nosotros fijar nuestras propias reglas de inmediato para que nuestras familias comprendan que estamos todavía en el centro de la pandemia, bajo una vulnerabilidad mayor a consecuencia de las fallas que se cometieron en el camino y que estamos a tiempo de corregir juntos.


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