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No dividirnos, no dividir

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Por más que los intereses políticos, ya en competencia para el año entrante, a pesar de la pandemia, busquen dividirnos, como sociedad debemos evitarlo a toda costa. No se trata de preferencias, ni de ideologías, sino de la necesidad que tendrá el país de una sociedad unida para enfrentar las consecuencias que traerá el coronavirus en México y en el mundo.

Primero, es importante entender que no estamos aislados del resto del planeta y que la única prosperidad posible es la que genera riqueza, inversión y empleos dignos. Esas condiciones no aparecen por generación espontánea y menos en un entorno de división social como la que parecen impulsar intereses en contra y a favor de un gobierno elegido, no lo olvidemos, por una amplia mayoría en 2018.

Sin embargo, esta politiquería que ocupa, cada vez con mayor frecuencia, grandes espacios del debate público, no puede distraernos de los retos que ya están frente a nosotros. De inicio, la recuperación económica reside en la convicción civil de ayudar, apoyar y hasta invertir en las medianas y pequeñas empresas que aportan la mayoría de los puestos de trabajo que serán vitales para que mucha gente pueda sobrellevar el impacto de la pandemia.

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Ilustración: Headtopics.

En un segundo plano, los ciudadanos tendremos que construir una cultura de la prevención de manera acelerada, porque la violencia –presente durante todo el periodo de confinamiento–, se sumará al virus y es posible que registre aumentos relevantes ante la movilidad restringida, la falta de oportunidades y la urgencia de dinero rápido y fácil que siempre son elementos de enganche de la delincuencia para incorporar jóvenes y adultos a sus filas.

Entretanto, seguiremos a la espera de una vacuna o de un tratamiento efectivo contra el COVID-19, lo que representará nuevos desafíos de organización, de uso de los recursos naturales –en particular del agua, indispensable para frenar los contagios– y de colaboración con muchas partes del país en donde puede haber carencias, en comparación con los centros urbanos que concentran la actividad comercial y la población.

Si los políticos nacionales creen que estaremos demasiado pendientes de sus posturas, deben revisar de nuevo. Uno de los puntos que más han alejado a los ciudadanos de partidos y otros actores, es precisamente su falta de empatía y conexión con la gente y hoy estamos concentrados en cómo superar en lo inmediato esta emergencia sanitaria y no en sus intenciones para el año entrante.

Eso no quiere decir que debemos ignorar lo que hacen nuestros representantes populares o nuestros gobiernos, al contrario, éste es el tiempo justo en el que debemos exigir una rendición de cuentas constante para conocer las acciones y las medidas que funcionarán en un lapso tan complejo como éste.

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Ilustración: Harvard Sociology.

Y en cuanto podamos regresar a una cierta facilidad de movimiento, ya con la esperada vacuna y los medicamentos efectivos contra el coronavirus, no podemos regresar a los mismos rezagos de antes u olvidar lo que hemos, debimos, haber aprendido durante más de cien días en aislamiento social.

Porque, de esta crisis, debemos salir mucho mejor preparados como ciudadanos y con un sentido de cooperación y de exigencia de resultados mucho mayor, a como entramos a ella, sino de nada habrá servido tanto esfuerzo, malestar, pérdida de vidas valiosas ante la enfermedad, de trabajo y del sustento familiar.

Y una de las condiciones fundamentales para que este tiempo cuente para relanzar a México como el país que merecemos es no perder el foco sobre lo que es importante. Lo mismo que los espacios públicos, la esfera política y electoral pertenece a la gente, no sólo a los políticos, y ahí es donde debemos ocupar el papel que nos corresponde para no dejarnos intimidar, engañar o llenar de noticias falsas, otro virus que no hemos podido domar todavía.


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Un poco de reflexión nunca cae mal

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Estimados lectores, hoy me gustaría compartir con ustedes mi experiencia durante el confinamiento. Se que sonará muy trillado, demasiado explotado, pero este periodo en el que cambió por completo mi ritmo de vida y la de todos, de la convivencia, de no poder hacer lo que mi trabajo me pide llevar a cabo, la continuidad diaria con clientes, compañeros de trabajo, visitas, de estar en la calle, peleando con el tráfico, etc., lo que más me ha impactado sobre todo, son las noticias a nivel mundial de todos los decesos ocurridos por este nuevo virus.

Me remontaron a los varios seminarios, libros y  películas que he tenido la oportunidad de ver y leer para darme cuenta de que quienes pese a la edad, se nos sigue dando la oportunidad de continuar en este mundo para tomar conciencia de que la vida es prestada, que nos la pasamos anhelando, deseando, cosas materiales, algunas costosas, otras no, pero hacemos a un lado lo más importante que es disfrutar plenamente cada momento, cada instante, ya que no sabemos si serán los últimos.

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Ilustración: Ilona Rybak.

Me confieso un apasionado del vino, principalmente del tinto –algunos dirán, ¿existe otro?, yo respeto a todos–, sé bien que les debe de haber pasado a los que comparten este gusto, que guardan y guardan una botella para un festejo especial, ¿qué pasa?, que probablemente “nunca” consideramos ese día especial y la guardamos y guardamos, y cuando la descubrimos y la abrimos, nos damos cuenta de que por desgracia, ya pasó su mejor momento para ser bebido y termina formando parte de las botellas que tenemos en la cocina para utilizarlas en la elaboración de algún platillo; qué pena, ni para ti, ni para nadie. Moraleja: no hay mejor momento para beber un buen vino que el hoy, el ahora, cuando estás vivo, que lo puedes disfrutar ya sea con tu pareja, amigos, parientes, etcétera.

Otra de las sugerencias que te hicieron hacer más llevadera esta época, fue escuchar música –y que es otro tema–. Al volver a escuchar a los artistas que te gustaban en tus años noveles, recuerdas las letras de las canciones, muchas muy “bobas” para esta generación, pero que te transportaron a otra circunstancia de tu vida, algunos recuerdos gratos, otros no tanto. Definitivamente en algunos siempre se presentó el recuerdo de alguna novia, amiga, alguien a quien quisiste mucho y por qué no, te hirió. Vuelves a sentir ese ligero pinchazo y te preguntas… ¿qué será de fulana, sutana, etc.?, pero también de tus amigos de ese tiempo, de cuando salías a jugar a la calle sin temor, te divertías con cosas simples, canicas, trompo, balero, pelotas hechas de trapo, o que alguno de los amigos con mejor posición, sacara la pelota o balón para echar la típica “cascarita”. Y ¿qué me dicen del hula-hula?, todo un atractivo para nosotros ver a las amigas dominarlo, ¿cierto?

Últimamente este tema está muy de moda en las redes sociales, ya que te dicen que si naciste en tal fecha, te puedes considerar afortunado de la época que viviste, nada que ver con la actual, no existían los celulares, las computadoras, el internet, los videojuegos, las tabletas, etc., te asombraría que los discos eran de acetato, esperando ansiosamente que tu artista o grupo predilecto sacara el nuevo disco y te la pasabas ahorrando para comprarlo de inmediato y, por qué no, presumirlo ante los amigos, “ya lo tengo”, “vengan a casa a escucharlo”. Toda comunicación con los amigos, parientes, fuera de tu país, sólo se podía hacer vía carta o telegrama, pero este último caro y sólo se utilizaba para emergencias.

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Ilustración: iStock.

Una época en donde el respeto a los adultos mayores era total, la caballerosidad era plena, si te subías a un camión y estabas sentado, pero llegaba una señora o señor de edad, inmediatamente le cedías el asiento y, obviamente, no se diga si te tocaba la fortuna de alguna muchacha, no lo pensabas dos veces, te parabas y le dabas el lugar.

Era obligatorio si tenías auto, el abrirle la puerta a una dama, cederle el paso, el lado interno de la acera, ayudarla a cruzar la calle, en fin, detalles que hoy ya no importan y que cuando los haces, hasta molestan a la mujer. Me ha pasado que me digan que ellas pueden, que tienen manos, que los tiempos han cambiado.

En fin, pero cada día somos menos, muchos están partiendo y con ellos esas costumbres, y es cierto, esos detalles es muy raro que los veas, pero sobre todo que te los acepten, es una pena. La verdad fueron tiempos muy lindos, pero retomando el tema de las canciones, permítanme preguntarles, tengan la edad que tengan, ¿cuándo escuchan una canción que les gusta no se remontan a otro momento de su vida?, agradable o no, pero invariablemente sucede, ¿no es cierto?

En mi otra entrega mencioné que no se sabe el despertar del mundo después del COVID-19, es cierto, se especula mucho, que si esto, que si lo otro, pero sabemos que será diferente y nos tendremos que adaptar al cambio, sea cual sea, pero lo que me deja de positivo es que tenemos que vivir el hoy, disfrutar hoy, beber el mejor vino hoy, comer lo mejor hoy, disfrutar la vida hoy, es lo que tenemos, hay que gozarla. Hacer todo lo posible por ser feliz con lo que tengas, que puedas compartir y departir con tus allegados, dicen que las cosas buenas se disfrutan más si las compartes, en mi caso comparto completamente esa opinión y así trato de hacerlo.

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Ilustración: @ourownright.

Como se han dado cuenta por lo que han leído hasta este momento, soy un romántico total, sí, un antiguo empedernido, y no estoy totalmente de acuerdo con los que aseveran que todo tiempo pasado fue mejor, definitivamente no siento que sea de esa forma. Es cierto que teníamos mayor seguridad, los robos eran del típico carterista, claro que existían los más osados que robaban casas, pero lo hacían cuando no había nadie en las mismas.

Hoy en cambio, no puedes disfrutar del fruto de tu trabajo, llamar la atención con un auto, reloj, accesorio lujoso, ya que te expones a un secuestro, o simplemente, que te maten por quitarte esto. Realmente es una pena; pero también ha habido otros cambios positivos, ahora podemos disfrutar de muchas comodidades modernas, casas inteligentes, el promedio de vida ha crecido de forma importante, los avances tecnológicos en todas las áreas son admirables, hoy es común que tengas algún hijo fuera de tu país y puede ser que tengas mayor comunicación ahora que cuando vivía en casa contigo. Las videoconferencias, los chats, las videollamadas, etc., han hecho la diferencia en la manera de comunicarnos, por eso digo que sí, efectivamente es muy diferente a lo que viviste, pero también tiene sus ventajas y debes de disfrutarlas, sacarles el mayor de los provechos y tratar de “vivir”, sólo eso, vivir lo mejor posible hasta que llegue tu momento.

Pero como siempre, la última palabra la tienen ustedes.

Si gustan, nos seguimos leyendo.


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Elogio a la discusión y la disidencia

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Dudo que exista –ahora que todo se quiere ver con genes– un gen de la discusión y la rebeldía, pero desde pequeño me gustó llevar la contra. Alguna vez mi tío el arqueólogo se rindió ante mi persistencia de preguntar por qué el norte era hacia allá y no hacia otro lado. Incapaz de probar con argumentos, terminó diciendo “porque así es y te chingas; o te lo aprendes o terminarás perdido en el monte”.

Con hechos y escritos, desde pequeño, le argumenté a mi madre que la “b” se podría escribir como la “d”. Ante lo cual leyó libros de dislexia, hasta que un terapeuta le dijo, “no señora, su hijo no tiene ningún problema de aprendizaje, simplemente es tan terco que quiere demostrar que es posible hacer su mundo propio”. Ante la desesperación de mi madre,  algunas veces acudió a vecinas caritativas que al ver su frustración para comprarme un par de zapatos le decían: No, así no, mira, te voy a enseñar cómo. No le tienes paciencia. Sólo hay que entenderlo. Simplemente yo no entendía por qué los zapatos azules que me gustaban no los podían hacer en mi color favorito; tampoco entendía porque los de tallas grandes no los hacían para niños pequeños. Con montañas de zapatos como opciones, elegía el primero que me había probado. Los tenía a todos rendidos: por turnos, salían de la sala expulsando la paciencia con palabras altisonantes. Hoy cuando convivo con Elías, mi hijo pequeño, me reflejo tanto en su carácter que pienso que tal vez sí existe ese gen de la rebeldía y la discusión: debe estar grabado en nuestro ADN germano con un exasperante y adorable “yXq” que vino con la misión de hacernos ver nuestra suerte.

Recuerdo durante mi adolescencia y formación, cómo fui conociendo la profundidad del diálogo, y mi personalidad terca ha tenido que aprender a ceder y a escuchar. Me cuesta. Aunque esa personalidad tiene virtudes: somos perseverantes y aferrados. Pero también, si no se nos conduce por una ruta para aprender a discutir, podemos pasarnos al lado oscuro. Recuerdo alguna vez que mi tía Annis, con sus seis idiomas a cuestas y su amplio mundo, me mostró la cerrazón de una opinión y me dijo con transparencia: en la ENAH –(Escuela Nacional de Antropología e Historia– deberían de tener cursos de discusión y argumentación, como los hay en Harvard y en buenas universidades. No se convence ignorando al otro ni repudiando sus argumentos, sino comprendiendo lo que el otro dice y demostrando los errores en su pensamiento. Las críticas personales no valen.

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Ilustración: NSW.

Esa misma sabiduría llegaría desde la voz del único pastor de cabras, capaz de convertirse en custodio de miles de piedras grabadas, en Boca de Potrerillos Nuevo León y después en presidente municipal de Mina Nuevo León, Mariano Suárez Galván, quien con su acento y transparencia norteña me dijo, Oye wey, yo no entiendo a los arqueólogos, vienen con tanto mundo y lectura y se la pasan diciendo en qué se equivocan los otros. Como que cada quien quiere implantar su verdad, ¿no?

Tengo la fortuna de siempre encontrar gente más inteligente que yo y que me enseña a discutir: me convence de las muchas ideas estúpidas que puedo cometer y me amplía la corta visión que puedo tener. Pero, la mayoría de las veces cuando llego a un lugar nuevo en el que no están acostumbrados a mi carácter y a ese deseo de llevar la contra, las personas suelen hacerse a un lado. No es de extrañar. Las palabras discutir y criticar en castellano las hemos alimentado de una connotación negativa. En otros idiomas, como en alemán, no huelen a pleito o a enemistad. Son una especie de esgrima social que fortalece el músculo del argumento y el diálogo. Nuestro lenguaje y cultura califican a las discusiones y las críticas en los cajones de lo que queremos evitar y olvidar. Sin embargo, creo que ésos son errores de nuestro idioma y nuestra tradición.

En Wikipedia las palabras discusión (discutir) y diskussion (diskutieren) son una ventana a la diferencia cultural, porque a pesar de venir de la misma raíz latina existe un cisma cultural, obra de todos y de nadie. El hallazgo es tan ilustrativo como la profundidad semántica y la diferencia política entre México y Alemania. En la página en español se describe con una frase: Una discusión es cuando dos o más personas hablan sobre un tema en específico con sus puntos de vista, termina en acuerdo, desacuerdo o en conclusión. La página en alemán explica mucho más: una discusión es una conversación (también un diálogo) entre dos o más personas (comentaristas), en la que se examina (discute) un determinado tema, cada lado presenta sus argumentos. Como tal, es parte de la comunicación interpersonal.  Y de ahí elaboran temas que no están presentes en su homóloga en castellano: temas y tipos de discusión, estilos de discusión, la visualización como ayuda en las discusiones, el resultado de una discusión, iniciando una discusión.

No es de extrañar, el Weltanschauung de la discusión en alemán es más amplio y profundo que la visión del mundo del español –de este mundo que en la política y el diálogo pertenece al subdesarrollo–. La discusión y la crítica son dos hermanas que cimientan las democracias. Corrupción y transparencia son polos opuestos. En la corrupción se vive para ocultar; en la transparencia se vive para revelar. Nuestra tradición nos ha enseñado a evadir, a suplantar las críticas con eufemismos: no tenemos errores ni debilidades sino oportunidades. La corrupción del lenguaje conlleva la corrupción del carácter; éste que es como el óxido que sale de un metal que ha sido templado sin la calidez de la crítica y la frialdad del argumento.

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Ilustración: iStock.

La corrupción entra por la lengua y se mama como la savia de un árbol que no cede a la adaptación ni al cambio: sus inflexibilidades son émulos de la sinrazón, que bajo la ignorancia, se alzan como fortalezas. El resultado es que nuestros líderes son persistentes, no necios; nuestra cerrazón al diálogo es vista como entereza, dicen: “es un hombre que sigue sus ideales y valores”. Las verdades son atemporales, la tierra plana en pleno siglo XXI se defiende con la creencia y sin evidencia. En México con el mito y la sinrazón, como nuestro presidente con el COVID, decimos “detente” a la evidencia y a la ciencia. Una desgracia.

Parafraseando al gran filósofo Bertrand Russell quien preocupado por la guerra fría decía: “Quizá sería mejor –ante esta perspectiva oscurantista– que la guerra sobre la tierra ponga fin a nuestra especie antes que la estupidez se vuelva cósmica” (las cursivas son añadido mío). No hay Guerra Fría hoy, si acaso vivimos en México una guerra política y social tan caliente como un comal incandescente que arrastra los errores del tiempo y las incapacidades conjuntas. Carentes de propuestas y de visión a futuro, nuestros diálogos e ideólogos políticos emulan al pasado y aclaman lo nunca sucedido. Vivimos en el verbo que sirve para expresar la ilusión y la esperanza, y hasta cierto sentido estamos atados a una condición nunca ocurrida. Se advierte, con nuestra lengua, que estamos atrapados en la jaula de uno de nuestros modos verbales: el antepospretérito del verbo haber, ya sea el subjuntivo o el indicativo; ambos apuntan a la pendejez de imaginar lo que “hubiera” o “habría” sucedido “si”… Pero ese “si” condicional simplemente nunca ocurrió.

Cuando ese verbo se orienta al futuro se explora la posibilidad y el deseo. Pero la desgracia mexicana –para convertir el haber en habrá o podrá en realidad– no sólo está en la corrupción y la violencia, sino en un carácter que penetra nuestro liderazgo y nuestra cultura. No hay nada más frustrante que vivir una cultura donde la sumisión al poder y la alabanza al púlpito y el cetro sean tan comunes. Como al sofocante sol de verano en Mexicali, al autoritarismo mexicano hay que huírle –parece que no hay de otra– al buscar una sombra en el yermo infinito de la sumisión. El argumento de autoridad y la autoridad misma nos vienen heredadas como un síndrome a la pleitesía y alabanza: la reverencia azteca se mezcló con la alabanza hispana y católica y nos jodió por completo.

El resultado es el pensamiento del cacique y la oda al rey desnudo. Con ello, el oxígeno de la vida y la virtud humanas, el deseo de conocer y la curiosidad,  se sofocan con la fuerza del fuego que se propaga al extinguir todo ser vivo a su paso; las voces se subyugan con la autoridad del grito del padre que duerme al deseo y la curiosidad del niño cuando éste reta, pregunta y discute. Esa característica por desgracia es una plaga que ha podrido el tejido social mexicano: desde la política, la academia, los hogares y las empresas –hasta en la delincuencia–, el cacicazgo mexicano está presente. Necesitamos un fulminante astringente que reconfigure nuestra cultura y acabe con el instinto del cacique. ¿Cómo es posible lograrlo?

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Ilustración: Francesco Bongiorni.

Sin duda la salida está en configurar una gramática distinta al diálogo y generar con las acciones un significado distinto de algunas palabras. El aprender a afrontar la crítica es un ejercicio que parece ir contra nuestra supervivencia e instinto. La respuesta física a la crítica parece imponerse: nuestros hombros se tensan, una sensación de vacío surge en el estómago, las pulsaciones cardiacas suben. Como dice Adam Grant en su fabuloso podcast How to Love Criticism, “nuestro cerebro cuando es criticado controla el flujo de información como un dictador controla los medios”. El ego es un escudo gigante para la censura. Abrazar la crítica requiere humildad y un profundo deseo de auto-superación, también de entrenamiento a la resiliencia. Algunos dicen que la civilización llega cuando se doma al instinto. En este caso tienen razón.

En la escuela de mis hijos asistí a un acto que a primera vista parecería de humana desolación: la asamblea. Niños de primero a sexto se conjuntan en una tribuna. Debajo, en una mesa, están los representantes electos. Pasan una caja. Dentro de ella se guardan críticas escritas por todos durante los días previos. Críticas como Juan Robles de sexto año me empujó en el patio. Eduardo Gutiérrez, de segundo. Otras como, quiero felicitar a María de tercero por su conferencia. Óscar de segundo. La madurez de acusar y ser acusado, de reconocer y ser reconocido, se da con la transparencia y la responsabilidad de escuchar la crítica y la alabanza. Te puedes defender o puedes agradecer, otros pueden unirse a la felicitación o a la crítica: escuchar frente a doscientos niños, lo malo o lo bueno que hiciste comienza a curtir el carácter y abre la puerta al diálogo. Una característica de esa asamblea es que todos pueden ser criticados, sin importar su jerarquía un niño puede criticar a una maestra o a la directora y al revés. Esos ejercicios deberían hacerse comunes en todos los ámbitos.

En el mundo de los negocios existen dos muy buenos ejemplos de personas que han abogado y construido una gestión basada en la transparencia y en el impulso de la crítica. En su libro Radical Candor, Kim Scott narra y aconseja cómo conducir a los equipos a partir de la verdad. Cuando ésta se oculta o se omite, los negocios se enturbian y los ambientes se sofocan –y con ellos, las personas se corrompen–. La clave de la crítica está en que cuando la hagas busques el bien del otro. Si la crítica está envuelta en compasión y de un deseo de hacer mejor al otro, entonces es una vitamina y un abono para hacernos crecer a todos. Pero si la crítica está dirigida a al daño, a avergonzar al otro o a algo que no se puede cambiar, como un mal físico, se convierte en crueldad.

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Ilustración: M. Mizzou.

El otro ejemplo, es uno que parece más radical que el candor de Kim. Un hombre que aprendió de los muchos errores. En el mundo de las inversiones se tiene que ir contra el consenso, ya que para hacer una gran inversión es necesario probar que estás en lo correcto y comprar lo que hoy vale poco y mañana valdrá más. En sus inicios, Ray Dalio sólo escuchaba las alabanzas, porque el sí es siempre aceptado. Ante el fracaso deseamos que los que nos aman nos eviten sentir miserables, pero la respuesta correcta es la contraria. La compasión tiene que mostrar el error. Dices lo malo cuando alguien te importa. Como bien ha señalado Alfie Kohn en la educación. Cuando tu hijo pequeño trae su dibujo y tú lo celebras como un gran Picasso, ese acto superlativo comienza a cobrar factura: no muestra a tu pequeño cómo reflexionar lo que ha hecho, se vuelve adicto a la alabanza y a tu reconocimiento, no sabe cómo mejorar. Cuando no recibe el festejo llega la frustración y el vacío.

El correcto equilibrio de aplaudir y orientar el esfuerzo, son una fórmula educativa poco aprendida. Ray Dalio entendió esa diferencia y ha creado una empresa dirigida y centrada en la crítica constante y la transparencia; también creó un libro, Principles, en donde reúne lo que llama verdades fundamentales para encontrar la verdad. Habiendo recolectado sus enseñanzas en la bolsa, los errores los convirtió en principios y éstos en algoritmos. Se preguntó cómo tomar mejores decisiones sin la nube de la emociones y transcribió ese código a un programa meritocrático en donde el argumento colectivo muestra lo que más se acerca a la verdad. Carente de jerarquías, el argumento es el que siempre triunfa, no importa si esa idea viene de un nivel menor en la jerarquía de la empresa. La voz colectiva reitera la frase popular: dos cabezas piensan mejor que una; Dalio la convirtió en mil cabezas. Hoy es reconocido como el Steve Jobs de las inversiones y es su empresa Bridgewater associates, una de las más exitosas.  

La antesala del retrógrada son el temor a la transparencia, al reto y a la discusión. Pleito y discusión no son sinónimos salvo para los tiranos que ven el mundo en dos bandos: o estás conmigo o contra mí. Como expuso la cuestión de modo caprichoso hace años Gilbert Chesterton, la principal objeción que puede tener una pelea es que interrumpe la discusión. No dejemos que la discusión acabe cuando su fin es construir un mejor argumento. Y cabe aclarar, un argumento es obra de varios, nunca es la visión de uno solo.


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El mundo y la nueva normalidad

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Primero fue Wuhan, la ciudad china donde “convencionalmente” surgió el nuevo coronavirus SARS-CoV que levantó el confinamiento de once semanas el pasado ocho de abril. Recientemente, bajo diversas fases de desconfinamiento se han unido al desbloqueo de las restricciones ciudadanas potencias occidentales como Italia, España, mientras que en Alemania se ha “celebrado” el reciente fin de semana pasado con el reinicio de la Bundesliga “teutona” –aunque a puertas cerradas y con un rígido protocolo de bioseguridad que forma parte en estos meses de los botiquines médicos indispensables para “legitiminar” la reapertura–.

En un principio, me parece importante que estas medidas de retorno a la “nueva normalidad” vayan acompañadas de sostenidas campañas educativas y cívicas en donde prevalezca el comportamiento responsable de cada ciudadano en el orbe. En este sentido, las diversas instituciones sociales, llámese escuelas, iglesias, empresas comerciales y medios de comunicación debemos jugar un papel “replicador” de las buenas acciones a fin de contener la “invasión” del virus en los entornos comunitarios.

Si bien es cierto que este virus ha “fomentado” indirectamente la “discriminación social” al activarse medidas obligatorias de distanciamiento social en las diversas sociedades del planeta –producto de los protocolos de recomendación de instancias como la Organización Mundial de la Salud (OMS)–. Evidentemente estas disposiciones tienen su génesis en el relativo “desconocimiento” de este patógeno por parte de la comunidad científica, y a falta de diagnósticos completos sobre éste –pues eventualmente se vienen desvelando diversas aristas en torno al fenómeno sanitario–.

la nueva normalidad
Ilustración: El Colombiano.

Indiscutiblemente que las cuarentenas implantadas –con mayores o menores restricciones de acuerdo a cada país y cultura– han venido contribuyendo al desaceleramiento económico y a la pauperización de amplios sectores sociales, producto del desempleo y la pérdida de ingresos por la desmovilización ciudadana para aquellos sectores económicos informales.   

Se antoja llamativo el hecho de que el director general de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus, haya reconocido públicamente estos días, en el contexto de la 73 Asamblea Mundial de la Salud que, a pesar del poderío económico, militar y tecnológico de las naciones, “hemos sido humillados por este pequeño microbio”.

Sin duda, la humildad debe caracterizar entonces todas nuestras acciones humanas, pues a mi parecer, la misma nos brinda las pautas precisas y confiable para convivir en humanidad, sabiendo que somos seres sociales interdependientes y que todas las actividades desarrolladas por nuestra humanidad está de una u otra forma interconectada con otras personas a quienes no necesariamente conocemos. Aquí doy un ejemplo concreto, la producción de mascarillas que son fabricadas en ciertos entornos textiles, pero que se convierten actualmente en utensilios básicos para cuidar la salud.

distanciamiento social
Ilustración: Pinterest.

Por otra parte, me parece que en el trasfondo de estas expresiones del galeno etíope, hay intrínsecamente una necesidad de anteponerse a eventos de esta naturaleza, lo cual, bajo mi punto de vista, tiene que ver con la búsqueda de interdisciplinariedad en el establecimiento de una “especie” de “inventario biológico” centralizado, que permita conocer a priori todos aquellos reportes locales de las distintas variaciones de microorganismos como éste –es la falta de transparencia china que alegan las potencias occidentales–.

En definitiva, la “nueva normalidad” debe servirnos para reflexionar en el hecho de que la imprevisibilidad es una constante en los diversos asuntos del mundo; así, por ejemplo, tenemos el caso del coronavirus, pero también fenómenos como terremotos, sequías, e incluso directamente actividades por sectores radicales ultra ideologizados, como los perpetrados por terroristas en diversas partes de la tierra.

Posdata: El gobierno mexicano ha informado en esta semana precedente que “la nueva normalidad” será implementada a partir de tres etapas –a partir de este 18 de mayo, dando énfasis a la reapertura en aquellos municipios donde no haya o sean mínimos los riesgos para el contagio–. En Honduras, mientras tanto, se han iniciado pequeñas pruebas denominadas “piloto” en diversos sectores socioeconómicos y religiosos –buscando a partir del primero de junio una desescalada “ampliamente consensuada”, a través de la mesa interinstitucional para la reapertura inteligente con decisiones vinculantes–.


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Confianza en las Fuerzas Armadas

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En el debate sobre la presencia de las Fuerzas Armadas en tareas de seguridad pública, es importante no olvidar que este cambio de estrategia en el gobierno federal reside también en un elemento indispensable para disminuir la violencia: la confianza que la sociedad tenga en los cuerpos de seguridad.

Entramos en el segundo año de esta administración, uno marcado por la pandemia más severa en fechas recientes, y el tiempo se agota para abatir el principal problema que teníamos los mexicanos hasta antes del coronavirus, la inseguridad, la cual no se detuvo de la misma forma en que el resto de las actividades normales en el país lo hicieron.

Bajo esa realidad, el gobierno de la república continúa en la misma ruta con dos objetivos que parecen primordiales: utilizar la respetabilidad de las Fuerzas Armadas para obtener el respaldo social muy necesario para aumentar las denuncias, la información de inteligencia y el rechazo ciudadano a la criminalidad, y la eficacia de su operación a partir de la figura del mando militar y su estricta disciplina.

Si, como se nos ha informado, el Ejército y la Marina pueden remodelar y equipar un hospital en una semana, entonces pueden con múltiples tareas, incluida la seguridad de los mexicanos, una labor que habían desempeñado de todos modos desde hace al menos dos sexenios sin un sustento legal claro o una fecha final que ya se estableció en principio para el final del actual gobierno.

apoyo a las fuerzas armadas
Fotografía: El recorte.

Sin embargo, al igual que cualquier otra institución, las Fuerzas Armadas pueden sufrir un desgaste acelerado si los resultados en seguridad pública no son los esperados y ese es un riesgo enorme, además de que relegan a los debilitados cuerpos policiacos locales y federales, muchos infiltrados por el crimen, evitando que puedan consolidarse como un cuerpo necesario, responsable de la paz y la tranquilidad.

En ese contexto, la Guardia Nacional puede surgir como el término medio de una estrategia que funcione y, por un lado, reflejar los valores de las Fuerzas Armadas, al mismo tiempo que genera una identidad propia para preparar a las y los nuevos policías que México requiere.

Pero hablamos de una situación de emergencia, que por su naturaleza va contra reloj y exige logros inmediatos, una presión que es fácil convertir en argumento político y no necesariamente en sistemas, buenas prácticas y casos de éxito técnico.

Un elemento podría inclinar la balanza y ayudar a que esta dirección que han tomado las autoridades obtenga dividendos, sin embargo, es uno que muchas administraciones han obviado o no le dieron importancia frente a lo monumental del reto: la confianza de la ciudadanía en sus fuerzas de seguridad.

confianza en las fuerzas armadas
Fotografía: Seguridad y defensa.

Si los ciudadanos acompañamos a la Guardia Nacional, la hacemos nuestra, a la par que a nuestras Fuerzas Armadas, entonces la base social del crimen se debilitará rápidamente, lo que dificultará mucho su operación, basada en la impunidad y en las complicidades. De lo contrario, seguiremos fomentando los enfrentamientos entre éstas y los delincuentes por el control de las calles y de los territorios en los que cometen sus crímenes.

Generar esta confianza significa corresponsabilidad, es decir, que cada actor social haga lo que le toca. La Guardia Nacional y los cuerpos de seguridad que sí cuentan con cierta confiabilidad tendrán que convencer a la sociedad mexicana de que merecen ese respaldo, mientras que nosotros los ciudadanos cumplimos con nuestras obligaciones de denunciar, rechazar la criminalidad y desarmarnos en todo el territorio nacional.

No obstante, es fundamental que los mexicanos contemos con vías seguras y confidenciales para denunciar cualquier evento que perjudique nuestro buen y bien vivir, sin ellas, el miedo y el desinterés de cooperar con unas autoridades de seguridad poco confiables hoy, hará muy lento el combate a la delincuencia organizada, que es toda.

El problema no será el decreto, que ya conocíamos y fue aprobado por mayoría legislativa desde el año pasado, ni la duración de este encargo para la Fuerzas Armadas, que por otro lado da certidumbre a un limbo en el que habían desempeñado tareas de seguridad pública, sin la ausencia de confianza para colaborar y coordinarnos con quienes deben garantizarnos tranquilidad. La apuesta es por la confianza, sustentada en el prestigio de nuestras Fuerzas Armadas para detener la violencia y eso sólo se logra con el acompañamiento de la sociedad en su conjunto.


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Seguridad Pública Postpandemia en México

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De acuerdo con los resultados más recientes del INEGI (Instituto Nacional de Estadística y Geografía), durante el mes de marzo de 2020, 73.4% de la población mayor de edad percibió que vivir en su ciudad es inseguro. Este porcentaje muestra un cierto deterioro respecto de diciembre de 2019, en donde se registró un 72.9%.

Así, los datos oficiales sostienen que los municipios y alcaldías percibidos como más inseguros fueron: Ecatepec de Morelos (con 94.4%), Uruapan (94.1%), Coatzacoalcos (92.1%), Fresnillo (91.4%), Iztapalapa (91.3%) y Villahermosa (91.1%).

Lo que nos lleva a plantearnos, ¿qué va a pasar con todas las personas que están perdiendo sus empleos?, ya que la propia Secretaría del Trabajo y Previsión Social ha informado que entre el 13 de marzo y el 6 de abril se perdieron más de 346,000 empleos formales.

desempleo
Ilustración: Iván Vargas.

Y por su parte, el Fondo Monetario Internacional pronostica para México una caída del PIB – 6.6% en 2020. Si consideramos que con cada punto del PIB se pierden entre 200 y 250 mil empleos, estamos hablando de que, “conservadoramente”, más de 1.5 millones de personas perderán sus empleos en 2020. A los que hay que agregar la demanda de empleos de los jóvenes que se suman a la fuerza laboral año con año, equivalente a un millón de empleos más, sin considerar el rezago acumulado.

El gobierno recomienda a los trabajadores que demanden el cumplimiento cabal de sus derechos laborales. Sin embargo, les ha negado reiteradamente a los empresarios el apoyo necesario para sortear la mayor crisis de los últimos 50 años. Lo que los ha llevado a una franca confrontación política entre el gobierno de la República y las principales organizaciones empresariales del país.

Los abogados aseguran a los trabajadores que más les vale llegar a un acuerdo con sus patrones, pues de lo contrario tendrán que presentar una demanda ante las Juntas de Conciliación y Arbitraje –cerrada mientras dura la pandemia–; y cuyo proceso durará al menos cuatro años para llegar a un resultado. Esto debido a que los tribunales laborales acumulan al menos 1 millón de casos pendientes, mientras el presupuesto de los tribunales se reduce consistentemente año tras año, aseveran los abogados.

economia
Ilustración: Elena Ospina.

EN PERSPECTIVA, México se sitúa como uno de los países más golpeados entre las grandes economías emergentes, ya que a la pandemia se ha sumado el derrumbe de los precios del petróleo, la recesión en Estados Unidos, y la cada vez más limitada capacidad del Estado mexicano de cumplir con la misión fundamental del contrato social: impartir justicia y garantizar la seguridad ciudadana.

Porque créame, estimado lector, esos millones de desempleados van a llevar comida a la mesa de sus familias a cualquier costo, sin importar lo que se tenga que hacer.

¿O tú cómo la ves?


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Libertad de prensa para gestionar el bienestar común

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Este 3 de mayo se ha conmemorado a nivel internacional –aunque de manera inédita debido la COVID-19–, el “Día Mundial de la Libertad de Prensa”, bajo el lema “por un periodismo valiente e imparcial”. Esta actividad ha buscado, desde sus inicios a través del impulso de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), convertirse en una plataforma de canalización y visibilizacion de los esfuerzos de los trabajadores de la información en la rutinaria tarea de proporcionar a las audiencias todos aquellos datos que les sirva en la toma de decisiones.  

Para empezar, me parece que la libertad de prensa sólo se alcanza a través de la búsqueda de una concienciación global en torno a los beneficios que aporta a la sociedad su goce absoluto; es decir, al trabajar en entornos libres de violencia, intimidación y coacciones de cualquier naturaleza, los periodistas tendemos a desarrollar trabajos con un valor agregado, lo cual nos posibilita convertirnos en mediadores efectivos entre la realidad de la cual informamos –con sus actores y eventos informativos– y la formación de audiencias a la altura de los desafíos socio-históricos del momento.

A mi parecer, los desafíos de una prensa libre son mayores en democracias menos desarrolladas y consolidadas en tanto el imperio de la ley es trastocado por diversos grupos de interés que buscan, a través de la ejecución de acciones negativas en contubernio con una fragilidad institucional, coartar los principios básicos de la búsqueda y comunicación de información de interés público.

fake news
Ilustración: Klawe Rzeczy.

Por otra parte, los “vicios” de ciertas instituciones público-privadas de “trabajar” solamente con sectores de la prensa afines ideológicamente es uno de los obstáculos más acentuados, por ejemplo, en las democracias latinoamericanas, y se puede observar cuando colegas se han visto amenazados de cualquier manera y la respuesta es mayor o menormente rápida conforme la filiación ideológica-profesional de los comunicadores.

En ese sentido, creo que los actores estatales encargados de garantizar la protección de este derecho mediático-ciudadano, deben ser entes autónomos, con una lógica interdisciplinaria en sus miembros, lo cual a la postre fortalece las acciones que se tomen en la materia, producto de una continua especialización. Esto tiene que ver evidentemente con la desburocratización y agilidad de los procesos tendientes a hacer efectiva la libertad de prensa.

Ya lo señalaba el político mexicano Benito Juárez en el siglo XIX: “la emisión de las ideas por la prensa debe ser tan libre como es libre en el hombre la facultad de pensar”. Esto se debe incuestionablemente a que la labor de ésta es ejercida por personas de diversa estratificación social –en sus diferentes niveles de composición administrativa, empresarial y periodística–, y consecuentemente pluraliza la forma mediante la cual se hace una lectura de la realidad.

Sin embargo, el logro de ésta debería pasar por la reinvención de alianzas, mismas que van desde el sector educativo, los estratos políticos y los liderazgos sociales-empresariales bajo la égida de organizaciones como la UNESCO. Se me hace importante recalcar que la libertad de prensa pasa por el desprendimiento de los propios temores personales, hasta la gestión y conquista de espacios vedados por grupos fácticos de poder.

censura en prensa
Ilustración: Poynter.

En definitiva, el ejercicio de la libertad de prensa debe estar precedida y motivada por valores como la tolerancia, solidaridad, amor por la verdad y su búsqueda libre de atropellos para el avance de la civilización. Esto pasa por la corresponsabilidad de todos, tanto desde el ciudadano que consume contenidos al elegir uno u otro soporte de prensa, como desde las autoridades de Estado en el compromiso firme con el trabajo periodístico.

Posdata: El Día Mundial de la Libertad de Prensa fue establecido desde 1993 por la Asamblea General de las Naciones Unidas, observando el precedente de la Declaración de Windhoek sobre el pluralismo y la independencia de los medios de comunicación, trabajada en 1991 por los periodistas africanos. 

De acuerdo con la clasificación en materia de Libertad de Prensa elaborada por la organización Reporteros Sin Fronteras (RSF), en 2020 México ocupa la posición 143, mientras que Honduras el lugar 148 entre los países en donde hace falta mucho más para avanzar en este tema. Noruega es el país mejor calificado.


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Avanzan gobiernos; retroceden ciudadanos

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La emergencia sanitaria ha desnudado las formas sutiles en que los gobiernos se posicionan y se hacen de control y poder. El contrato social, ecuación básica para comprender la relación entre ciudadanos y Estado, que establece los límites y contrapesos entre unos y otros, sufre graves desbalances ante amenazas de esta naturaleza y magnitud.

En este acuerdo básico que subyace a las sociedades modernas, cada individuo cede parte de su libertad personal a cambio de que un ente colectivo otorgue seguridad, leyes, orden, administración de justicia y eventualmente acceso a educación y servicios de salud. Pero cuando “la fuerza mayor” aparece, el desbalance no sólo afecta las relaciones jurídicas primarias en los acuerdos cotidianos entre individuos, sino que escala al cuerpo social en su conjunto. Ya no se trata de si el inquilino paga o no la renta al propietario, o si el alumno deja de pagar la colegiatura por fuerza mayor, sino también en la forma en que la frontera entre el poder concedido al Estado y los ciudadanos se transforma.

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Ilustración: Kaliz Lee.

El asunto no es tema menor, al contrario, en la lucha por conservar y ampliar libertades civiles y reconocimiento y respeto a derechos humanos, muchas sociedades e individuos han empeñado fuerzas, recursos y vidas en construir esos límites. En esta lógica, el embate de la diversidad de “entes oficiales” bajo el prurito de la fuerza mayor tiene forma de acoso. Nuevas leyes, decretos, políticos justicieros, toques de queda y pronunciamientos construyen la nueva realidad que tiene por ingredientes de cohesión el miedo y la ansiedad.

Tuve la curiosidad de verificar los decretos que los diversos Estados de la República habrían dictado para establecer “medidas de protección sanitaria” de la población en sus localidades, y me asustó el número encontrado. La larga lista no se queda en los Estados, sino que baja hasta el nivel de los municipios. Increíblemente, lo que en un municipio es permitido, en el de al lado se encuentra prohibido y es sancionado.

No es mi preocupación, por ahora, el control tecnológico que conculca la privacidad y otorga a las autoridades datos permanentes sobre nuestra identidad, nuestra ubicación y nuestras ideas, que desde luego es un riesgo creciente y real. Mi preocupación inmediata es ver la disputa abierta por detentar el control entre los diferentes niveles de gobierno, entre los Estados y la Federación, entre los particulares y el Estado, y entre los poderes entre sí. No es un juego a las vencidas, es la guerra total por posicionarse en detrimento de los otros. Es posible que, sin saberlo, se esté decidiendo ahora quién y cómo nos gobernará en los próximos años.

caida economica
Ilustración: Tim Bower.

Esta lucha desbocada por ser y parecer ante los electores, catapulta las ambiciones políticas más desbocadas. Claro, si la diferencia sólo fuese si las pulquerías pueden operar o no en Salina Cruz o en Jamiltepec, la cosa quedaría en lo anecdótico, pero el tema no para ahí. La pandemia autoriza a que los gobiernos se hagan de facultades extraordinarias para definir presupuestos, o para bautizar actividades esenciales, o para congelar o descongelar rubros completos de actividades económicas. El Estado pasa así, de ser una fuerza subsidiaria que corrige anomalías menores de la estructura social, a ser el conductor de todas las decisiones y de todas las acciones.

La pandemia, erigida en enemigo mortal e invencible a partir de su presencia mediática totalitaria, justifica cualquier intervención de quienes se han autonombrado como los garantes de nuestra salud y de nuestra seguridad. Si salimos de ésta, se las deberemos.

En sociedades más apropiadas de sus derechos civiles, la amenaza es controlable, y los territorios tomados deberán recular al ceder la curva de contagios. Pero en otras sociedades menos alertas el riesgo está latente. La pregunta es si ese metro cuadrado que cada día retrocedemos, para dejar al Estado hacer la tarea, podremos recuperarlo.


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