CDMX

El vendedor de covides

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A los siete años, ya vendía capulines, guamúchiles, agüilotes… cualquier cosa que encontrara en el campo. Descalzo, con el pantalón atado con una soga y una camiseta agujerada, recorría desde temprano las calles del pueblo. A veces, vendía la canasta completa; otras, le hacían un encargo: “mañana me traes unos nopales”, o “búscame una penca de sábila, tú que andas en el cerro”. Y Néstor regresaba con el pedido. Este chiquillo no le tiene miedo al trabajo, decía la gente, y le daban un taco o un tarro de atole. Vivía en la pequeña bodega de debajo del quiosco, un cuartucho de dos por dos y, como no molestaba a nadie, lo dejaban en paz.

Cuando cumplió diez años, nadie se enteró, mucho menos él. A lo mejor, quién sabe dónde, su madre. Lo que sí sucedió ese día, fue el anuncio del encierro voluntario por la pandemia de un nuevo coronavirus. COVID-19. A Néstor le gustó el nombre: “Covid”. Sonaba bien, así le hubiera puesto el cura que lo bautizó ya grande. Ése sí era un nombre elegante, cómo le fueron a poner Néstor. El caso es que el día de su cumpleaños, las calles se vaciaron poco a poco. Para la tarde, sólo quedaba él en la plaza. Un silencio…

Al día siguiente, asomó la cabeza con la esperanza de que hubiera alguien. Nadie. Un pueblo fantasma. ¿A quién venderle los tomatillos y las guayabas? La bodega ya olía a podrido. Néstor se subió al quiosco a comerse la venta del día, se metió las últimas guayabas al bolsillo y fue a deambular por el pueblo. En la pared de la delegación había un letrero con el dibujo de una corona color naranja. Era bonito. Cuando el delegado salió para irse a resguardar, él también lo encontró atento frente al letrero.

vendedor de covides
“Boy with an apple”, Karl Witkowski.

            —Es el virus del coronavirus –le explicó–. Aquí te enseñan cómo cuidarte para que no te enfermes.

            —¿El que estaban anunciando ayer en el micrófono, el covid?

            —Ese mero.

            Néstor le tendió una guayaba.

            —De algo tienes que vivir tú, Néstor –opinó el delegado–. Si quieres seguir con tu venta, ve de casa en casa. En la tarde te llevo un tapabocas y un gel para que te laves bien las manos antes de entregar tu mercancía.

 Y así fue como Néstor empezó su propio negocio. Primero con lo de siempre, después sirviendo de intermediario entre los comerciantes y sus clientes. Pero lo que le abrió las puertas al mercado fue su idea. En el cerro, había visto los primeros tejocotes, del mismo color que los del covid en la puerta de la delegación. Una tarde, llenó su canasta, le pidió aguja e hijo a una mujer y formó coronitas comestibles. En el pueblo silencioso, sólo se oía su pregón:

            —Se venden covides… covides sabrosos, tiernitos y frescos…

El nuevo producto tuvo éxito entre los niños, así que, cuando se acabaron los tejocotes, empezó a fabricar coronas de fruta mixta. Ya tiene varios pedidos especiales. Han pasado apenas unos meses desde el encierro en el pueblo y Néstor ya tiene suficientes ahorros para poner un puesto en el tianguis. Si tiene un hijo, lo llamará “Covid” y lo educará para que sea santo y exista un San Covid, patrón de los niños abandonados.  


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La corrida del Mundial 1970

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Al mediodía del 21 de junio de 1970, ante un lleno rotundo se celebró en el Estadio Azteca la final de la novena edición de la Copa Mundial que inició el 31 de mayo, un total de 16 selecciones contendieron para llegar a esa cita. Al final, Brasil venció a Italia 4 a 1 con un público mexicano volcado a favor de los sudamericanos, encabezados por un genio del futbol, Pelé.

Hace 50 años del partido y como si fuera ayer, recordé que el mismo día por la tarde en La México se presentó una corrida de toros con un mano a mano entre dos grandes toreros, Manolo Martínez y Curro Rivera con toros de Torrecilla y Garfias.

Los nombres de los astados, entre otros, fueron (como se acostumbra en México) dedicados al suceso por los ganaderos; también estuvieron “Brasileño”, “Italiano”, “Campeón” y “Goleador”.

Manolo Martínez acabó por lidiar 4 astados porque el cuarto, de nombre “Italiano”, le pegó una cornada al torero capitalino y en el quinto, “Brasileño”, Manolo como reconocimiento a la faena, dio la vuelta al ruedo.

toro y fultbol
Izquierda: Manolo Martínez, matador de toros mexicanos. Derecha: Edson Arantes do Nascimento (Pelé), exfutbolista brasileño.

Comento que como se acostumbra en México porque aclaro que en España la nomenclatura es con relación a la madre del toro, esto es, si la madre se llama “Pardita”, su hijo se le llamaría “Pardito”.

En nuestro país es distinto, el ganadero define cuál será el nombre del astado y, por ejemplo, es muy sabido que Don Alberto Baillères construye una frase con los nombres, cuando se lidia una corrida de sus distintas ganaderías en México.

Ya en la Gloria, en La México, por muchos años fue Don Luis Corona quien fuera autoridad en diferentes posiciones a quienes le encargaban les asignará el nombre y su habilidad era grande para fijarse en detalles que permitirían denominarlos.

Regresando a la efeméride, es patente que hace cincuenta años los toros y el futbol iban de la mano, de ahí la costumbre de los partidos a mediodía que permitían el traslado de los aficionados del estadio a la plaza y, además, como en los Juegos Olímpicos de 1968, el toreo no dejó de hermanarse con un gran acontecimiento deportivo.

Desde luego, por la tarde en la plaza abundaron los gritos oportunos celebrando que Brasil, al ser campeón por tercera vez, se había convertido en propietario del trofeo Jules Rimet, como se había estipulado por la FIFA.

curro rivera mundial 1970
Francisco Rivera Agüero (Curro Rivera), exmatador de toros mexicano (Fotografía: De sol y sombra).

Tiempos idos que extrañamos con nostalgia al estar a punto de arrancar la Liga MX sin asistencia del público y tener la interrogante de cuando se pudiera, y bajo tales condiciones, pudieran celebrarse los festejos taurinos; algunas localidades como Tijuana ya se apuntan para alzar la mano, y cumpliendo con las reglas sanitarias, ponerlo en marcha.

Por lo que ha implicado, por ejemplo, la cancelación de La Feria de San Marcos que se estima representa alrededor de 8 millones de asistentes en sus tres y pico de semanas que se celebra, y con un impacto económico para el estado de alrededor de 500 millones de dólares, de los cuales 50 pudieran ser efecto de las corridas de toros.

Nos percatamos de la importancia que tienen no solamente desde el punto de vista cultural y lo que están padeciendo los profesionales sin poder ejercerlo, sino lo que significan para miles de personas que participando de diferentes maneras y que ahora no pueden hacerlo.

El recuerdo, pues, lo lleva a uno irremediablemente al presente, en el que deseamos pronto se encuentre el camino que permita –conviviendo con la pandemia– que se ejercite, y celebrarlo como parte del vivir como sucedía en 1970 y los años posteriores. Que así sea.


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Atrapados en la realidad

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Por más que tratemos de evadir la realidad, siempre al final debemos de enfrentarla a riesgo de que nos destruya, y eso es lo que nos está pasando en México, el deterioro económico es muy fuerte y los efectos negativos que está teniendo la población y los que vendrán, van a ser lamentablemente muy fuertes.

Por otro lado, en lo que concierne a la pandemia del COVID-19, si las cosas salen medianamente bien, por lo menos pasarán varios meses para que pueda ser controlada al nivel de otras enfermedades como lo es el H1N1, y tendremos que acostumbrarnos a convivir con ella.

Es difícil asimilarlo, pero nuestra realidad ya cambió. En un principio, la mayoría hicimos los ajustes pertinentes en nuestros negocios pensando, o intuyendo que esto sería temporal, e hicimos planes como los paros técnicos, o disminuciones en los salarios, y calculábamos que después de unos dos o tres meses podríamos regresar a trabajar razonablemente a una situación parecida a lo que estábamos acostumbrados.

nueva realidad en el trabajo
Ilustración: The Wall Street Journal.

Sin embargo, ya es momento de aceptar que la situación que estamos viviendo cuando menos durará varios meses más, y de todas formas ya no será igual. Por eso debemos pensar en que para sobrevivir, y más adelante ser un negocio viable, los cambios que hicimos de manera temporal hay que ajustarlos y entender que el entorno ya cambió.

Lamentablemente hay varios temas que se han convertido en una olla de presión, como por ejemplo, en el sistema de salud, tanto en el gubernamental como en el privado, la gente por temor a contagiarse ha pospuesto chequeos que periódicamente se realizaban, u operaciones importantes que se han pospuesto, y que por no hacerlas, cuando ya las hagan, el deterioro de salud que tendrán será mucho mayor, las consecuencias serán terribles tanto en el terreno médico como en el económico.

También, hay mucha gente que perdió el trabajo o le bajaron el sueldo y ha tenido que pedir prestado, ya sea a sus conocidos o a través de las tarjetas de crédito, por lo que es muy predecible que la morosidad suba sensiblemente. El consumo por lo tanto va a bajar fuerte, la recuperación será lenta y desafortunadamente ya hay daños irreversibles tales como gente que ha fallecido o negocios que ya quebraron y que no volverán a abrir sus puertas.

resecion economica
Ilustración: Gaceta.

Qué decir de la inseguridad, simplemente se ve horrendo a lo que vamos a estar expuestos, es importantísimo invertir en la seguridad de nosotros y de nuestras familias, bajar lo más que podamos la probabilidad de que algo nos pase.

Honestamente, es muy fácil dar consejos desde fuera, que hay que cambiar rápido, reconvertirse, digitalizarse, etc., la realidad es que muchos simplemente no lo lograrán, y como siempre los más débiles serán los que caerán.

El primer paso para resolver un problema es aceptar que lo tenemos y hacer el análisis correcto. Estamos atrapados en una realidad muy complicada, entre más tiempo tardemos en reconocer la dimensión de la problemática que tenemos y actuemos en consecuencia dando los pasos necesarios aunque no nos gusten, más difícil y costosa  será la recuperación.


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En el México Insurgente

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Para quienes somos hijos de un mundo en donde a los héroes se les mira con un dejo burlón y se quiere reprimir más que imitar a los diferentes, la biografía de John Silas Reed puede resultar tan abrumadora como un largometraje pasado a alta velocidad en donde las imágenes se persiguen unas a otras hasta marearnos.

Jack, como le llamaban sus amigos, murió hace cien años, 72 horas antes de cumplir 33, al otro lado del mundo, honrado por las banderas de una nación que no era la suya. Fue testigo de dos de las primeras revoluciones del siglo y su obra explicó a la humanidad los significados más profundos de esos eventos. La Revolución mexicana y la Revolución de Octubre en mucho se explicaron en el mundo gracias a las páginas de ese gringo desgarbado.

A una edad en la que la mayoría de los hombres apenas comienza a pulsar el posible rumbo de su vida, John ya era una leyenda. Y cuando su agitada existencia expiró en un hospital moscovita y la noticia recorrió el mundo, en su patria hubo tantas muestras de alivio como de dolor.

No sabemos en qué clase de hombre se hubiera convertido de haber vivido otros veinte o treinta años. Tal vez Jack, aclamado como el mejor periodista de su tiempo a los 26 años, y un consumado escritor y activista político a los 32 –se dice que Kipling admitió que los artículos de Reed lo hicieron “ver” a México– también consumó la hazaña de morir a tiempo.

John Silas Reed
Fotografía: Wikimedia.

La tarde del sábado 23 de octubre de 1920 en la gran Plaza Roja moscovita las banderas ondeaban en la bruma cuando la enorme procesión hizo su arribo procedente del Templo del Trabajo a los acordes de una marcha fúnebre. El retumbar de las botas sobre las lozas dio un toque de nostalgia a la ceremonia. Testigos mudos eran la muralla, las 19 torres y las catedrales de la Asunción, del Arcángel y de la Anunciación.

John Reed había muerto de tifoidea unos días antes, y la procesión llevaba sus restos al corazón de los pueblos soviéticos, con los honores debidos a un héroe del proletariado.

Cuando el féretro fue depositado en el muro del Kremlin bajo una manta roja en la que grandes caracteres dorados proclamaban “Los dirigentes mueren, pero las causas permanecen”, las banderas fueron colocadas a media asta y el aire retumbó con descargas de fusil que se diluyeron en un apesadumbrado silencio.

Jack nació el 22 de octubre de 1887 en el seno de una familia acomodada y conservadora de Portland, Oregón, y fue bautizado en la iglesia Episcopal. Vivió la vida protegida de un niño enfermizo en la casa de los abuelos maternos, una mansión señorial con un enorme parque en donde había una terraza rodeada en tres lados por higueras con luces de gas ocultas en la corteza. “En el verano se colocaba un toldo y la gente bailaba a la luz que parecía salir de entre los árboles”, recordaba Reed en su ensayo autobiográfico Casi treinta años.

Aunque la madre de Reed se veía a sí misma como una “rebelde” y fue de las primeras mujeres que fumaron en público, despreciaba a las clases trabajadoras, a los extranjeros y a los radicales. Años después, siendo una viuda pobre, llegó al extremo de rechazar dinero de Jack porque no quería ser mantenida por un hijo prosoviético.

Durante sus años de estudiante Jack comprendió que no estaba destinado a regresar a Portland y que el éxito económico no le atraía. Era de una naturaleza distinta y no seguiría los pasos de su padre, aunque ello le hiciera sentir culpable. Concluidos sus estudios viajo a Europa y de regreso, a los 23 años, encontró trabajo en la revista neoyorquina America y en otras publicaciones. John Reed, periodista y escritor, estaba a punto de dejar su huella en el mundo.

John Reed
Fotografía: Semanario Voz.

Cuando Jack cruzó la frontera de Texas a Chihuahua, una tarde a finales de 1913 y trepó al tejado de la oficina de correos de Presidio para dar su primer vistazo a México, ya llevaba la doble fama de periodista y luchador social.

Su trabajo en la revista radical The Masses, sus actividades en los círculos socialistas y bohemios, su personalidad explosiva e impredecible y sus reportajes sobre la gran huelga de Patterson, Nueva Jersey –donde pudo disfrutar de la hospitalidad de la prisión local– le habían dado una fuerte reputación a los 26 años.

Fue comisionado por la revista Metropolitan y el diario World para cubrir la Revolución mexicana, en particular las andanzas de Francisco Villa, cuyas operaciones en las cercanías de la frontera estadounidense lo habían convertido en noticia de primera plana.

Años después Reed diría que México fue el lugar en donde se encontró a sí mismo. Este gringo torpe, explosivo, lúcido, valeroso y cálido, no sólo escribió artículos sobre México que dieron a lectores y gobierno de su país elementos que matizaron la percepción sobre el conflicto en México. Sus narraciones sobre Francisco Villa, a quien trató y admiró profundamente, elevaron la figura del revolucionario de bandido a héroe ante la opinión pública al norte de la frontera. Reed logró transmitir al mundo los más profundos sentimientos de un pueblo en armas.

John se insertó en las vidas de los hombres y mujeres revolucionarios para ver el conflicto desde su punto de vista. Tomó partido por los hombres para poder experimentar por sí mismo la promesa del nuevo amanecer que la sangrienta guerra traería a México: una nación libre en donde no habría clases marginadas, ejército opresor, dictadores o iglesia al servicio de los poderosos.

pancho villa
Fotografía: Texas Public Radio.

En su ensayo El legendario John Reed, Walter Lippmann escribió:

El público se percató de que podía vivir lo que John Reed vio, tocó y sintió. La variedad de sus impresiones y el color y fuentes de sus escritos parecían interminables. Los artículos que mandó de la frontera mexicana eran tan apasionados como el desierto mexicano y la revolución villista… Comenzó a atrapar a sus lectores, sumergiéndolos en oleadas de un panorama maravilloso de tierra y cielo.
Reed quería a los mexicanos que conoció tal como ellos eran. Bebía con ellos, marchaba y arriesgaba la vida a su lado… No era demasiado presumido, o demasiado cauto o demasiado perezoso. Los mexicanos eran para él seres de carne y hueso… No los juzgaba. Se identificó con la lucha y lo que vio fue gradualmente mezclándose con sus esperanzas. Y siempre que sus simpatías coincidían con los hechos, Reed era estupendo.

En las páginas de México Insurgente el libro que recogió sus artículos mexicanos– el periodismo y la literatura se disputan el espacio, cada uno dando al otro un escenario admirable. Esta pugna profunda se complementa con el mensaje de Reed, en ocasiones directo y en otras entre líneas. He aquí a un hombre que llegó a los desiertos luminosos de un país llamado México para reafirmar sus propias convicciones revolucionarias entre hombres andrajosos, iletrados, pobremente armados, indisciplinados y libres, cuyo instinto más que una ideología les decía que las armas eran el único medio posible de transformar la situación en que unos pocos vivían explotando a los más.

No es una exageración decir que el John Reed que regresó a Estados Unidos en abril de 1914 no era ya el mismo que vio por primera vez a México desde el tejado de la oficina de correos de Presidio. En México Reed perfeccionó las herramientas para su gran obra, Los diez días que conmovieron al mundo, un relato que el propio Vladimir Ilych Ulyanov, “Lenin”, prologó al considerarlo uno de los mejores sobre la Revolución de Octubre, con la esperanza de que fuera leído por los trabajadores del mundo.

Juego de ojos.

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La mediación como derecho de las partes para resolver sus controversias

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El pasado miércoles 17 de junio tuve el honor de participar como ponente en un foro organizado por la prestigiada institución española FIDE (Fundación para la Investigación sobre el Derecho y la Empresa), junto con mis colegas mediadores Paulino Fajardo Martos y Martha Lázaro Palmero de España, y Fernando Navarro Sánchez de México, bajo la conducción de la presidenta de dicha institución Cristina Jiménez Savurido. El objetivo del foro fue discutir el papel de los abogados de parte en los procesos de mediación comercial en Iberoamérica.

Los temas que se analizaron incluyeron el rol de los abogados en cada fase del proceso de mediación, el valor que su intervención tiene en dicho proceso, las formas en que se pueden distribuir los costos legales de una mediación y los aspectos que deben quedar fuera de dicho proceso.

Cristina abrió el foro preguntando “¿qué esperan las partes de sus abogados en la gestión de un conflicto?”, pregunta que contestamos los panelistas con las palabras “eficacia” y “eficiencia” al escoger el mecanismo apropiado para resolver la controversia de que se trate, entre los cuales destacan la mediación, la conciliación, el peritaje, el arbitraje, los paneles de disputas y el derecho colaborativo, o bien el litigio ante los tribunales. Las ventajas que representan los mencionados mecanismos alternativos de solución de controversias frente al litigio ante tribunales se centran precisamente en su eficiencia en tiempo y su eficacia en costo.

La moderadora también preguntó “¿cómo puede proponer una parte a la otra un proceso de mediación?”. Se contestó que conforme a normas deontológicas a las que están sujetos los abogados en las jurisdicciones más desarrolladas del mundo, estos están obligados a ofrecer a sus clientes los medios alternativos de solución de controversias que evitan a las partes acudir a los tribunales nacionales, lo cual también puede derivar de una obligación legal establecida en la ley, o bien derivada de un acuerdo convencional entre las partes plasmado en un contrato. También esta labor puede encomendarse por una de las partes en conflicto a un mediador, o bien a una institución administradora de mediaciones.

Otra pregunta puesta sobre la mesa fue la de “¿cómo seleccionar al mediador?”, respecto de lo cual se comentó que lo más importante era la calidad de la formación del mediador en las técnicas de mediación, su experiencia y su carácter y determinación para lograr un arreglo entre las partes en conflicto. También se discutió la importancia de considerar el estilo del mediador, entre los cuales pueden variar de ser facilitativos, evaluativos o proactivos. En todo caso se consideró que, aunque es necesario que el mediador maneje al menos el lenguaje técnico motivo de la controversia, resulta más importante su experiencia en la mediación que su especialidad técnica en la materia sustantiva de la controversia. Se estimó que idealmente el mediador debe tener experiencia en ambos campos del conocimiento, pero que en caso de no ser así, podría acudirse a la co-mediación para contar con ambos talentos.

Examinamos específicamente “¿cuál es el papel de los abogados de parte durante el proceso de mediación?”, para lo cual los ponentes dividieron el proceso en las siguientes fases: primeramente, la labor del abogado de parte se centra en escoger el mecanismo apropiado de solución de controversias, haciendo un análisis previo del conflicto. En una segunda fase, escoger el tipo de procedimiento: institucional o ad-hoc. En una tercera fase, prepararse entendiendo la posición de su cliente y la de la contraparte para diseñar la estrategia de negociación adecuada, lo cual implica confrontar opciones legales, realizar un test de realidad y la generación de valor para una solución de la controversia satisfactoria para todas las partes.

MEDIACION
Ilustración: Sean Kane.

En la última fase, una vez construido el acuerdo, la labor del abogado se centra en analizar sus consecuencias y alcances legales para escoger la forma adecuada para su formalización, sea a través de convenios de transacción derivados del código civil, ante notario público o ante mediador privado certificado por el Centro de Justicia Alternativa del Tribunal Superior de Justicia de la Ciudad de México, obviamente en el caso de controversias suscitadas en México, o bien conforme a las figuras legales existentes a lo largo y ancho de Hispanoamérica, o en la forma establecida en la Convención de Singapur, en caso de que haya sido adoptada por los países de la nacionalidad de las partes en el conflicto de que se trate.

En cuanto a la última fase mencionada, los panelistas coincidieron en que idealmente la redacción del convenio de mediación que resuelva la controversia debe ser encomendada a los abogados de parte y que la responsabilidad del mediador se limite a dejar establecidos con claridad los acuerdos que ponen fin a la misma. Al respecto, los mediadores mexicanos tuvimos que explicar que los mediadores privados certificados en México tienen la responsabilidad de redactar los convenios de mediación que son inscritos ante los Centros de Justicia Alternativa de las diversas entidades de la República Mexicana, para asegurarse que los derechos y obligaciones establecidos en él tienen fuerza legal, ya que tienen usualmente el efecto de ser considerados cosa juzgada y de tener fuerza ejecutiva, como si se tratase de una sentencia judicial o de un laudo arbitral.

Finalmente, se abordó el tema de los honorarios del mediador y de los abogados de parte. Sobre los primeros se señaló que es práctica generalizada el que se paguen por partes iguales por las partes involucradas en un conflicto, aunque se señaló que no habría inconveniente en que los mismos sean sufragados por una sola de las partes, o bien que se acuerde que sean determinados en el acuerdo de mediación que eventualmente se alcance. Respecto de los honorarios de los abogados de parte se señaló que resulta fundamental alinear los intereses de los clientes a los de sus abogados, a efecto de que estos no tengan que sacrificarlos, en caso de lograr un arreglo en corto plazo. Al respecto se consideró adecuado ofrecer un pago especial en favor del abogado que tenga éxito en una gestión de mediación, ya que el interés del cliente es resolver su controversia, sea obteniendo una sentencia favorable, mediante la negociación directa de su abogado con el abogado de la contraparte, o a través de mediación. En general, los panelistas coincidieron en la conveniencia de que se mantenga la libertad contractual entre las partes para negociar sus acuerdos de honorarios con mediadores y abogados de parte y en contra del establecimiento de aranceles.


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Algunas lecciones aprendidas en esta pandemia

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Al hacer una reflexión bioética sobre lo que hemos vivido en lo que va de esta pandemia, pienso que hay tres temas que ayudan a clasificar el tipo de experiencias y retos que enfrentamos: fragilidad, libertad y responsabilidad. Desde esta clasificación propongo revisar qué hemos aprendido para aplicar en la supuesta nueva normalidad, reconociendo lo raro de este concepto y lo prematuro que todavía resulta plantearnos volver a nuestras actividades mientras la pandemia no esté controlada y nos sintamos seguros de salir.

La fragilidad de la vida

Nosotros que no queremos pensar en la muerte y esperamos que la medicina siempre pueda hacer algo para darnos más años de vida, de repente, como si nos pusieran un lente de aumento, nos enfrentamos con la realidad de la muerte. Siempre hemos sabido que ésta puede llegar de un día para otro, pero en realidad no lo creemos. Ahora es difícil ignorar la realidad de la muerte. Sabemos que el COVID-19 puede infectar a cualquiera y esto nos incluye, lo mismo que a nuestros seres queridos. Es menos probable en la medida en que uno se cuide, pero no hay garantía y, aunque en la mayoría de los casos la infección produce síntomas leves, un pequeño porcentaje de enfermos adquiere la forma grave de la enfermedad y una proporción reducida de pacientes mueren. Aunque el porcentaje sea bajo, si los enfermos infectados graves mueren al mismo tiempo llegan a sumar miles, como ha sido el caso en muchos países y lo está siendo en México.        

fragilidad
Ilustración: Leonardo Santamaria.

Desde el siglo pasado, en la medida en que la ciencia y la medicina tuvieron más éxito para prolongar la esperanza de vida, en los países occidentales las personas se fueron desentendiendo de la muerte queriéndola ver como un asunto que les toca atender, y evitar, a los médicos. De esa forma, las personas fueron perdiendo la costumbre de hablar de ella, de prepararse para enfrentarla, ¡de acompañarse! ante el dolor y la angustia que sin duda causa. Poco a poco se fue imponiendo una especie de negación ante la muerte: hacer como que no está cuando de hecho siempre está, pero de manera especial en algunas situaciones.

Aunque la muerte puede llegar de muchas maneras, no sólo debido a una enfermedad, actualmente la mayoría de las personas mueren en un contexto de atención médica. Pero manejar el final de la vida desde una perspectiva exclusivamente médica, nos lleva a ignorar las necesidades y las acciones que es importante hacer cuando alguien va a morir. La muerte es un asunto humano, personal, social; no puede verse solo como un asunto que los doctores atienden vigilando la evolución del cuerpo del enfermo mediante tratamientos, valoraciones, estudios, porque entonces se priva a la persona que está por morir de esa última parte de su vida sobre la que a ella, más que a nadie, le corresponde decir cómo quiere y cómo no quiere vivir.

Conviene entender el final de la vida como la etapa o momento en que una persona hace el cierre de lo que fue su obra, la que construyó a lo largo de su vida. Es deseable que elija y se responsabilice de cómo quiere hacerlo, para lo cual, tiene que saber que se encuentra en esa etapa, a menos, claro, que esto no sea posible porque la muerte le llegue de manera repentina. No sólo es importante que la persona que va a morir asuma que está en el final de la vida; también es esencial que lo hagan las personas cercanas, para que todas puedan despedirse, escucharse y hablarse o, quizá, simplemente acompañarse en lo que están viviendo. Lamentablemente la pandemia ha limitado las posibilidades para llevar a cabo estas despedidas en la pandemia como lo hemos comentado en una columna anterior.

Yuval Noah Harari en un artículo reciente preguntaba si El coronavirus cambiará nuestra actitud hacia la muerte. Este filósofo e historiador opina que será todo lo contrario, que en lugar de pensar en nuestra fragilidad para prepararnos para la muerte y darle sentido, pediremos a los científicos que redoblen los esfuerzos para vencerla.[1] Puede ser, pero yo pienso que es una necedad. No sé si sea posible una vida sin muerte ni qué clase de vida sería esa. Yo prefiero proponer que asumamos nuestra mortalidad, que aprendamos a darle un sentido a la muerte y valorar y aprovechar una vida que es finita, como lo es la de las personas que queremos.  

Yuval Noah Harari
Yuval Noah Harari es un historiador y escritor israelí (Fotografía: El Tiempo).

Libertad

Si entendemos que llega un momento en que la medicina no va a poder evitar la muerte, pero sí podría prolongar la agonía de los pacientes, le daremos importancia a las decisiones que buscan contribuir a que el final de vida sea lo mejor posible, lo que se ha llamado una muerte digna: aliviando el sufrimiento y tomando en cuenta los valores de los enfermos.

Actualmente, hay un consenso ético y legal en la mayoría de los países occidentales, incluido el nuestro, de que se pueden limitar los esfuerzos terapéuticos –esto es, interrumpir o no iniciar tratamientos– que a juicio del médico no representan un beneficio, aun si como consecuencia de ello el paciente fallece. Igualmente se reconoce el derecho de los pacientes a rechazar tratamientos –siempre que tenga la capacidad cognitiva para entender su situación y las consecuencias de su decisión–, aun si como consecuencia del rechazo de tratamiento fallece. Estas decisiones sirven para que el paciente use el rango de libertad que le queda en la situación en que le ha puesto la enfermedad, la cual lo ha privado de poder elegir muchas cosas que quisiera seguir teniendo o haciendo en su vida. Al menos puede elegir cómo vivir la última etapa de su vida y puede rechazar un tratamiento que, desde su perspectiva, no le beneficia.

A estas decisiones hay que sumar, por un lado, los cuidados paliativos que servirán para aliviar los síntomas físicos y atender las necesidades psicológicas, sociales y espirituales del paciente y su familia. Por otro lado, el documento de voluntad anticipada que permite reconocer la autonomía del paciente cuando ya no puede expresarla por sí mismo, pero lo hizo previamente cuando aún era competente.

lecciones aprendidas en pandemia
Ilustración: @bryanvectorsrtist.

Actualmente en muchas organizaciones que defienden el derecho a elegir al final de la vida en diferentes lugares del mundo se está discutiendo la importancia de que las personas piensen, hablen y establezcan cómo querrían ser tratadas en caso de enfermar gravemente de COVID-19. Si no lo hacen oportunamente, es fácil que suceda lo que a muchos familiares les está pasando. No saben qué hubiera querido su paciente y ya no hay forma de preguntarle. Para los familiares es doloroso pensar que el enfermo, después de pasar días en cuidados intensivos sin mejorar y sin poder decir si quiere que se le prolongue la vida, muera solo y sin poder despedirse. Las conversaciones que todos deberíamos tener deben guiarse por una pregunta central: ¿cómo nos parecería indigno vivir y morir?

En un artículo anterior comenté que en situaciones de escasez de recursos como sucede en una pandemia, puede ser necesario modificar los principios bioéticos que normalmente fundamentan las decisiones médicas sobre el final de la vida. Se debe poner por encima el principio de justicia social para decidir la manera más ética de asignar recursos que no son suficientes para todos los que los necesitan.

Por otra parte, hay que mencionar que en México, como en muchos otros países, nos falta ampliar nuestras opciones para elegir al final de la vida porque está prohibida la muerte médicamente asistida –que incluye la eutanasia y el suicidio médicamente asistido–. Esto significa que si llegamos a la conclusión de que preferimos morir porque es la única forma de terminar con un sufrimiento o una vida que a nosotros –no a los demás– nos parece indigna, no podemos contar con la ayuda de un médico que cause nuestra muerte sin dolor.

Responsabilidad

En esta situación de pandemia hemos recordado –aunque me temo que no lo suficiente– que tenemos que pensar nuestra responsabilidad más allá de los límites individuales en que estamos acostumbrados a pensarla y asumir que tenemos una responsabilidad hacia la comunidad a la que pertenecemos. Quizá es difícil establecer hasta dónde llega nuestra comunidad porque podríamos ir tan lejos como para asumir que el problema que estamos viviendo es global, y la comunidad la forma todo el planeta al que hemos descuidado y maltratado, por lo que ahora estamos viviendo las consecuencias de su deterioro. Pero, por ahora, me refiero a la comunidad pensando en nuestro país.

Por un lado, hay que asumir que las medidas que hemos seguido, como el confinamiento, sirven no sólo para cuidarnos a nosotros mismos, sino a los demás, a otras personas que no conocemos. Esto implica igualmente entender que en situaciones de escasez de recursos se tenga que priorizar, de acuerdo al principio de justicia social, salvar el mayor número de vidas posibles y no la nuestra en particular.

confinamiento
Ilustración: Katarzyna Jędrzejek.

Por otro lado, asumirnos como comunidad supone hacer nuestros los problemas que la pandemia ha puesto en evidencia, principalmente la tremenda desigualdad que existe entre los mexicanos. Darnos cuenta que muchos no pueden seguir las recomendaciones de aislarse y de lavarse las manos porque no pueden dejar de salir a la calle a ganar lo que necesitan para vivir, porque viven en hacinamiento y porque no tienen agua, todo lo cual es consecuencia de muchos años de enorme pobreza y malas políticas de vivienda.[2] Nos hemos dado cuenta también que las personas más afectados por el COVID-19 son las que tienen comorbilidades[3] porque no han tenido acceso a una atención de salud adecuada ni han podido seguir una alimentación más sana.

Asimismo, nos hemos confrontado con la enorme disparidad de un sistema de salud que cuenta con institutos de excelencia, pero también con hospitales que no tienen el equipo básico, ni material ni humano, para atender a sus pacientes, además de saber que hay poblaciones sin acceso cercano a un centro de salud. Tenemos infinidad de deudas con muchos mexicanos que, además, se verán más empobrecidos tras el confinamiento y si bien le toca al gobierno atender este problema, a todos nos corresponde exigirlo y revisar qué está en nuestras manos hacer.

La vida que sigue aún es muy incierta. Por lo pronto, sabemos que vivimos con el COVID-19 y que tendremos que vivir un buen rato con él, si no es que siempre. También sabemos que tarde o temprano regresaremos a la nueva normalidad que está por definirse y que debe ser mejor a la anterior que no estaba funcionando tan bien. Deseo para entonces que aprendamos a vivir con los cuidados necesarios, pero sin temer a cada otro por verlo como posible fuente de contagio. Que nos ocupemos de reflexionar sobre nuestra fragilidad, pero aprendamos a reconocer y trabajar nuestros miedos para no vivir atemorizados y poder sacar el mayor provecho y disfrute de nuestra vida. Que hayamos meditado sobre las cosas que tiene valor por encima de las que son superficiales. Que sepamos cuidar nuestro ambiente y aprovechemos el uso de la tecnología, pero sabiendo que nunca podrá sustituir el valor del contacto y los abrazos reales que forman parte esencial de lo que es ser humano.


Notas:
[1] Noah Harari, Yuval, “¿El coronavirus cambiará nuestra actitud hacia la muerte? Todo lo contrario”, El Confidencial,26 de abril de 2020.
[2] Ríos, V., “Los cambios que demanda el coronavirus en México”, El País, 18 de mayo de 2020.
[3] Cuando una misma persona padece más de una enfermedad o trastorno, y éstas interactúan.


*Este artículo presenta una versión resumida de la conferencia Reflexiones bioéticas para aprender de esta pandemia. Fragilidad, libertad y responsabilidad que formó parte del Ciclo de Conferencias COVID-19 organizado por la Facultad de Odontología de la UNAM y se impartió el 11 de junio de 2020.


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¿Pero qué necesidad?

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El Dr. Hugo López-Gatell Ramírez es un médico impecablemente formado, estudió Medicina en la Facultad de Medicina de la UNAM, varios de sus profesores en esta etapa lo recuerdan como dedicado, inquisitivo, inteligente y simpático; después hizo la residencia de Medicina Interna en el Instituto Nacional de Ciencias Médicas y de la Nutrición en donde obtuvo el grado de Especialista, durante un tiempo permaneció como médico del servicio y se le conocía por su interés y dedicación por los pacientes y los residentes. Hizo después, en el mismo instituto la Maestría en Ciencias Médicas, para después viajar a hacer el Doctorado en Salud Pública en la Escuela Johns Hopkins en Baltimore; que es una de las escuelas más prestigiadas en el campo, si no la que más. Yo tuve el gusto de conocer a su padre el Dr. Francisco López-Gatell Trujillo durante mi paso por el entonces Centro Hospitalario “20 de Noviembre” del ISSSTE; él fue un urólogo muy profesional, una persona sobria, seria, muy culto y respetuoso, con valores que seguramente logró transmitir.

Lopez-Gatell padre

A su regreso a México el Dr. Hugo López-Gatell se incorporó primero al Instituto Nacional de Salud Pública, una institución muy competitiva hacia el interior, donde al parecer se desempeñó con facilidad, después paso a las áreas epidemiológicas de la Secretaría de Salud, donde ha permanecido ya desde hace varios años, hasta llegar a ser, ahora, el Subsecretario del ramo. En el camino se ha dedicado también como profesor y ha hecho muchas publicaciones valiosas en prestigiadas revistas mexicanas e internacionales. Como ya decíamos, es un hombre ilustrado con una cultura amplia, lo que, junto con su experiencia como maestro y conductor de grupos, seguramente le han dado la facilidad para ejercer con agilidad y facilidad como vocero del gobierno federal ante la pandemia de la COVID-19 en la que transcurrimos.

Insisto en que no hay duda de que el Dr. López-Gatell tiene los conocimientos y la capacidad no sólo para hablar de la COVID-19, sino para dirigir los esfuerzos para combatir la epidemia por la infección de SARS-CoV-2. Desde luego, le han encomendado una tarea sumamente difícil y desgastante, hablar en público, realmente en público, porque sus conferencias son transmitidas por diversos medios, tradicionales y no tanto; hablar durante una hora cinco días a la semana dando noticias que tienen que ser casi siempre malas, es una tarea magna. Con altibajos lo ha conseguido.

Lopez-Gatell
Hugo López-Gatell Ramírez, titular de la Subsecretaría de Prevención y Promoción de la Salud (Fotografía: 88.9 Noticias).

Sin embargo, hay que resaltar unos resbalones, no pequeños, que no tienen que ver, en mi opinión, con sus capacidades, sino con la disciplina partidaria o hacia sus superiores. Resalto sólo algunos que creo que son así:

El rescate que tuvo que hacer del Sr. Presidente cuando éste mencionó las estampitas al principio de la pandemia, y el salió rápidamente a comentar que Andrés Manuel López Obrador no era un factor de contagio sino un ejemplo moral; rara respuesta para un hombre de ciencia.
Una más fue la que sucedió durante una plática con una legisladora de oposición que le discutía sobre el número de casos y de defunciones de la COVID-19, terminó de manera brusca, y quizá grosera, diciéndole que el proceso cognitivo empezaba con la atención y que como ella no la tenía no hablaba con ella; me parece que él siendo, además, un experto en educación, sabe que la arrogancia y la soberbia son algunos de los mayores de la andragogía (aprendizaje del adulto).
El titular del Poder Ejecutivo se ha negado a utilizar cubrebocas a lo largo de toda la pandemia, el López-Gatell no lo usa tampoco durante sus comparecencias. No sabemos si las discusiones acerca de la utilidad de cubrir la boca y la nariz las ha suscitado para justificar a su jefe o realmente así lo piensa, ahora ha venido quedando claro que es una medida útil y que es recomendable utilizarlo.
Después de haber pronosticado un curso de la pandemia en nuestro país y no haber acertado –olvidando que hacer predicciones es muy arriesgado especialmente sí es sobre el futuro–, se estableció una discusión sobre si la enfermedad estaba en control como decía el Sr. Presidente, y también afirmaba el Subsecretario, y si el número de casos nuevos y de fallecimientos seguía siendo tan elevado. En aquél momento dijo que ésa era una manera pobre de observarlo, que lo útil eran otros datos como la ocupación hospitalaria, el número de intubados, etcétera.
Una persona tan competente como él sabe que el número de casos y las cifras de fallecimientos marcan el curso de la enfermedad.
También de manera exabrupta respondió a la pregunta sobre los médicos cubanos, y lo hizo sin mayor sustento, sin justificar la acción, desde luego, porque no hay nada más a contraestilo de la carrera de López-Gatell que la medicina cubana.

El área de atención de los enfermos y por lo tanto los indicadores que se han diseñado para medirla, no son de la responsabilidad de la Subsecretaría de la que él es responsable, lo es de la Dra. Asa Christina Laurell, sin embargo, ella no ha salido a dar explicaciones, o lo ha hecho de manera muy poco notable. El Secretario de Salud Jorge Alcocer Varela poco ha dicho. Muchas cosas se han mencionado, pero desde luego considero que el Dr. Alcocer es una gente capaz, con posibilidades de hablar y explicar en público, no puede ser de otra manera, no hubiera hecho una carrera tan destacada y tan distinguida como profesional de otra forma.

La Dra. Laurell, decíamos, ha aparecido muy poco, y también creo que tiene la capacidad para estar al frente del problema. Estoy seguro de que la idea de traer médicos cubanos es de ella, bajo la función operativa de su alumna Oliva López Arellano, la Secretaria de Salud de la Ciudad de México; llevan años trabajando desde la Universidad Metropolitana en un modelo así para México. Me pregunto, ¿por qué no trajeron médicos con experiencias exitosas en el tratamiento de COVID-19? Chinos, coreanos, italianos, alemanes o españoles, países en los que la letalidad es mucho menor que la que estamos teniendo nosotros; en sus países además se establecieron medidas acertadas en muchos aspectos, desde diagnóstico precoz, medidas terapéuticas, manejo de aislamiento, evaluación de la población inmune, entre otras. ¿Por qué cubanos? Creo que es un golpe en la mesa para decir “así van a ser las cosas”.

Pero en lo que estábamos, ¿por qué sólo Hugo López-Gatell aparece?, ¿el resto del equipo no es capaz?, ¿no saben hacerlo?, ¿o lo están dejando morir solo?

Pero unas cuestiones más: ¿por qué un profesional tan sólido como López-Gatell no dice la verdad, sólo la verdad y toda la verdad? ¿Por disciplina? Y esta disciplina, ¿está plegada a la jerarquía o los pensamientos ideológicos? No me atrevo a responder a esto.

Aunque el término se diseñó en los años 90, en 2009 se empezó a utilizar el término “sindemia” para destacar la asociación que existía entre los padecimientos, especialmente crónicos, y sus consecuencias sociales. El ejemplo para esta asociación entre sinergia y epidemia es la asociación entre sobrepeso, obesidad, diabetes mellitus, hipertensión arterial, enfermedad renal crónica, etc., y sus consecuencias sociales y económicas, aunque aquí se hablaba sólo del costo que los servicios médicos tendrían que hacer para atender a los enfermos.

Quizá la COVID-19 no constituya sólo una epidemia, tampoco sólo una pandemia, si no que sea una sindemia, dado que además de las consecuencias propias de la enfermedad, tiene graves repercusiones sociales, económicas, y aunado al gasto para atender a los pacientes, también está la disminución en la producción, en la pérdida de puestos de trabajo que ocasiona, así como las consecuencias políticas de esto, hay gobiernos que salen mejor parados que otros al enfrentar al SARS-CoV-2.

Es la tormenta sindémica perfecta. Aunque COVID-19 es una pandemia, los países la enfrentan de manera diferente y, por tanto, sus resultados ante la sindemia no serán los mismos.


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Los dos lobos

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Lo que para alguien no puede tener ningún valor…
Para otros puede significar mucho.
Cita india-norteamericana.

¿A quién alimentamos más?

Los jefes indios que habitaban Norteamérica tenían la distinción de involucrarse en la educación de los niños y jóvenes de sus tribus. Ellos transmitían la historia de que cada persona nace acompañada por los espíritus de dos lobos que se sitúan siempre en nuestros hombros. En un lado, un lobo negro y en el otro, un lobo blanco. El lobo negro representa lo malo, y constantemente nos aconseja hacer cosas incorrectas. El lobo blanco, mientras tanto, nos aconseja hacer y actuar de manera correcta. Al término de la historia, el jefe de la tribu preguntaba a los jóvenes “¿cuál de estos lobos crees que tiene mayor poder (influencia) en ti?” […] “¡Aquel al que alimenten más!”.  

¿Qué decisiones de inversión tomamos con mayor frecuencia?

Ésta es una de mis historias favoritas y siempre he pensado que aplica a distintas disciplinas y contextos. Aunque su intención es instruir en valores, ayuda mucho a reflexionar como inversionistas. Recuérdela en su actividad diaria como inversionista, escuche al lobo blanco, aliméntelo con buenos hábitos y lo acompañará siempre en su proceso de construcción patrimonial, y más importante aún, de un buen balance de vida.

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