Si consideramos turista a la persona que se traslada de su país a otro con la finalidad de aumentar sus conocimientos y aprender sobre otras culturas sin necesariamente un motivo comercial, entonces el aventurero italiano Giovanni Francesco Gemelli Careri fue el primero en la historia en “turistear” nuestro país.
Esto sucedió a finales del siglo XVII, cuando proviniendo de Manila, Gemelli desembarcó del galeón San José en Acapulco. No se trata del aquel famoso galeón San José, el del polémico pleito entre España y Colombia en el 2015, cuando unos cazatesoros por fin lo encontraron en el fondo del mar. “El grial de los naufragios” lo llamaron, pues su tesoro fue valuado en más de US$1.500 millones. Ese San José había zarpado repleto de lingotes de oro, en 1705, de Cartagena de Indias, Colombia, pero fue cañoneado y hundido por los ingleses.
Nuestro San José era un galeón al servicio español que unía Asía, América y Europa, comúnmente llamado la “Nao de China”, una ruta operada de 1565 a 1815. Ese sí que era un viaje bravísimo, osado y peligroso, pero sobre todo cansado, pues de Manila salía a final de junio y llegaba a Acapulques la última semana de diciembre.
En fin, signiore Gemelli Careri nació en la región de Calabria, Italia, en 1651. Joven inteligente y disciplinado, Gemelli Careri terminó la carrera de leyes en la prestigiada universidad jesuita de Nápoles. A los veinte años ejercía como abogado y juez, pero también como soldato di ventura, una expresión usada para denominar a los mercenarios que por entonces eran muy solicitados, ya que los esfuerzos para parar el avance de los turcos en Europa estaban en su mero apogeo.
De joven Gemelli tenía dos de los factores más importantes que ayudan mucho a ser aventurero: ser una persona de espíritu inquieto y tener una buena herencia. Así, Gemelli pudo intercambiar sus estudios con los viajes, primero por Europa, después por las costas de África y Oriente próximo. Una de las cualidades de este viajero italiano, y que hizo ganarle la posteridad, fue su determinación en reseñar de manera puntual los montones de aventuras y anécdotas que le sucedieron a lo largo de sus viajes, sobre todo cuando se convirtió en uno de los primeros europeos en darle la vuelta al mundo sin usar medios de trasporte propios, como lo haría un viajero común y corriente. No en balde el famoso escritor Julio Verne se basó en él para su magnífica obra La vuelta al mundo en ochenta días (1872).
Su travesía por el mundo duró más de cinco años. Comenzó con una visita a Egipto, en 1693, para después deslizarse por Persia y Armenia, hasta llegar a la India, un camino arriesgado y poco frecuentado por los europeos, sobre todo para un simple turista que no tenía nada que ver con el mundo del comercio. Ya en China, Careri fue confundido por espía (que en alguna ocasión lo fue para el Vaticano), lo que en vez de perjudicarlo le abrió ciertas puertas, como la de poder entrevistarse con el emperador en Pekín y turistear por partes prohibidas de la Gran Muralla, jamás vistas por un occidental.
Desde la isla de Macao, Careri pasó a las Filipinas y de ahí tardó seis meses en el mar para llegar a Acapulco, en 1697: “una pesadilla de viaje plagada de alimentos en mal estado, brotes epidémicos y ocasionales tormentas”, como apunta en su diario.
Cuando leemos o vemos este tipo de aventuras siempre salta una pregunta curiosa: y bueno, ¿cómo diantres se patrocinaban estos cuates sus trotes de años y años sin trabajar? En el caso de Gemelli Careri, como se dijo, tenía una buena herencia, pero también era muy hábil para el “bisne”. Por ejemplo, en Manila se hizo de un valioso cargamento de mercurio, que vendió en Acapulco, sacando una ganancia del 300% de su valor original. Y ya en el puerto, Gemelli pasaba entre la gente en calidad de mercader de artesanías, prendas de vestir, e inclusive compraventa de esclavos.
Recién desembarcado escribió: “¡Acapulco! Habitaciones calientes e incómodas. Alimentos demasiados caros, pues hay que traer de otros lugares los víveres”. Pues nada, que signiore Gemelli termina quejándose de todo y de todos. Del puerto dijo que el nombre de ciudad y la categoría de primer emporio del mar del sur y escala de la China era engañoso, pues aquel sitio no dejaba de ser una humilde aldea de pescadores con casas ruines, levantadas con madera, barro y paja.
Pero qué tal cuando llegaba la Nao de China, o los navíos de Perú, ¡puuura vida!, como decía el buen Clavillazo, pues las ferias que se daban traían negociazos y ganancias para todos: “El fisco, que recibía 80 mil pesos por derechos tan sólo de la nao; los comerciantes, con inversiones que superaban los dos millones de pesos; los estibadores, con entradas de hasta tres pesos al día, e incluso el párroco encargado, que si bien tenía un sueldo de 180 pesos al año, en cualquier momento se echaba a la bolsa mil extras por la sepultura de un mercader acaudalado, sobre todo si éste provenía del extranjero”, comenta el investigador Jesús Guzmán Urióstegui para la revista Rutas de Campo (enero-marzo de 2014).
Después de vender su cargamento, Gemelli decidió moverse a la capital en un recorrido que resultó un verdadero viacrucis, pues al sol recalcitrante y la subida y bajada de cerros, el cruzar ríos a nado o caerse de barrancas y precipicios, hubo que agregarle la infesta de moscos y sabandijas que hicieron del cuerpo de nuestro visitante un lote de inmundicias. Y no era para menos, simplemente el viaje de Acapulco a Chilpancingo duraba seis días a lomo de animal. Sería precisamente cruzando el estado de Guerrero cuando estando acampado en el Cañón del Zopilote lo sorprendió un sismo que según sus propias palabras “duró lo que dos padrenuestros” y que lo obligó a cambiarse de guardapedos (pantalones antiguos).
Su última parada antes de llegar a la capital fue en el señorial San Ángel, y entonces todo se iluminó para Gemelli, pues además del bendito clima el turista encontró el paraíso terrenal entre arroyos, montes boscosos y cientos de huertos que producían delicias como peras, manzanas, chabacanos, todo bajo el mando de tardes de cielo azul raso que le recordaban los paisajes salidos de algún lienzo renacentista.
Una de las cosas que más llamó la atención al viajero italiano fue la extraordinaria huerta del Convento del Carmen, en San Ángel, que entonces tenía una extensión que llegaba de lo que hoy es Avenida Revolución, hasta el Desierto de los Leones, cuyo monasterio también era carmelita. Gemelli anotó en su diario:
“El padre fray Juan me llevó a la tan nombrada huerta, que, aunque su circunferencia no excede de tres cuartos de legua española, sin embargo, un gran río que pasa por en medio de ella la hace tan fértil que sus árboles europeos producen de renta al convento más de trece mil pesos cada año. Se encuentran allí peras de cuarenta especies, que se venden a seis pesos la carga; variedad de manzanas, albérchigos y membrillos; las nueces, castalias y otras frutas semejantes son pocas. Pretendiendo el arzobispo recibir diezmo de esta fruta y negándoselos padres a darlo por ser plantados los cuarenta árboles para el uso del convento, fué a contarlos un oidor por orden del rey, y encontró basta trece mil, según me refirieron personas fidedignas. Está situada la huerta en un lugar ameno, a las faldas de altísimos montes. Tienen también los padres en el mismo colegio un buen jardín de flores, en el que hay árboles de clavo que dan flores del mismo olor que los de las Molucas; pero no llegan a madurar como aquellas. Hay allí viveros con diversidad de peces, y fuentes bastante bien dispuestas para distracción de los religiosos. Después de comer, volví a México”.
Como era de esperarse, Gemelli quedó impresionado del esplendor de la capital novohispana. Era el mero apogeo del virreinato novohispano, región que abarcaba más de la mitad del continente y que literalmente mantenía a una corona española bastante vapuleada por las incansables guerras. Claro, no todo era “la buena onda”: internamente aquí había entonces serios problemas, sobre todo en ese preciso periodo de abasto de comida. Esta carestía se debía a las sucesivas malas cosechas que azotaban el territorio desde 1690. Entre otras consecuencias, la inseguridad aumentó a niveles terribles. Gemelli llegó a contar cuatro mil vagabundos que se juntaban durante el día en la plaza mayor y que durante la noche hacían de las suyas. El virrey en turno llegó a tomar medidas drásticas, incluidos el ahorcamiento, el destierro, el moche de orejas y el sellar la espalda con fierro ardiente. Pero no era suficiente.
El turista italiano no dejó de apuntar en su diario éste y otros problemas que atacaban al virreino. Sin embargo, siendo él una persona educada, viajada y un charlista consumado, no tardó en convertirse en una especie de rock star entre la alta sociedad novohispana, que no dejaban de invitarlo a sus fiestecillas de menique parado para escuchar atentos una y otra vez sus aventuras alrededor del mundo. Además, para cuando Gemelli llegó aquí ya había publicado, en 1699, cinco volúmenes de su obra Giro del Mondo —que además contenía extraordinarias litografías, obras de él mismo, pues era un dotado dibujante—, por lo que era conocido entre los estudiosos.
Durante su estancia mexicana hizo buenas migas nada menos que con el criollo erudito y jesuita, Carlos de Sigüenza y Góngora, astrónomo, matemático, geógrafo historiador, filósofo, poeta, periodista y un largo etcétera. También hizo amistad con el no tan simpático, pero sí bien bizco, don José Sarmiento Valladares, a la sazón el 32º virrey de la Nueva España, quien estaba casado con María Jerónima de Moctezuma, la cuarta nieta del emperador azteca, de ahí que se recuerde a este personaje como conde de Moctezuma.
La verdad sea dicha, le tocó bastante dura la situación a don Bizcocho, conde de Moctezuma, pero entre sus pocos aciertos, estuvo el de ser el primero en patrocinar las expediciones jesuitas hacia la California, donde entre sus filas estaba el legendario padre Eusebio Kino. Lo cierto fue que, por sus buenos servicios, el rey Felipe V (primer rey Borbón de la dinastía) hizo duque de Atlixco a don José, regalándole una parcelita modesta que iba de Atlixco, Puebla, a las costas de Oaxaca… ¡Auch!, ¿quién le pego, ¡mija!?
De regreso a Europa, Gemelli se dedicó a escribir y publicar sus andanzas de mochilero. El sexto tomo de su ya célebre Giro al Mondo, lo dedicó exclusivamente a sus andanzas mexicanas. Además de sus aventuras, éste contiene información recogida de códices prehispánicos, a los que tuvo acceso exclusivo gracias a su amistad con don Carlos de Sigüenza y Góngora; también contiene varias ilustraciones de guerreros aztecas recogidas de estos códices. Tómese en cuenta que Gemelli tuvo oportunidad de estudiar las pirámides cuidadosamente (su afinidad con las pirámides egipcias lo llevó a creer que tanto los antiguos egipcios como los amerindios descendían de los habitantes de la Atlántida). Algo por reconocer es que Carlos de Sigüenza y Góngora, quien no tenía dinero, pudo publicar a través de Gemelli mucho sobre los antiguos mexicanos, y a su vez a través del trabajo de Gemelli, pudo difundir sus ideas e incluso dibujos de los antiguos manuscritos mexicanos.
El célebre mochilero napolitano murió en 1725.
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