¿Cuánto puede durar un año? ¿Y en ese tiempo, en ese lapso incierto, cuántas cosas pueden cambiar?
Tal parecía el tono con el que comenzó su discurso en el Foro Económico de Davos, celebrado hace unos días, la presidenta de la Comisión europea, Ursula von der Leyen.
Así, habló de cómo, hace apenas un año, Trump se robaba la atención y también sobre cómo una valiente adolescente, Greta Thunberg, hacía un llamado urgente a la acción climática.
Nos llegaban también en ese momento, evocó Von der Leyen, palabras más, palaras menos, algunas noticias desde China a las que, a decir verdad, nunca imaginamos la magnitud que tendrían.
Y de pronto, ese recuento parece situado en una línea del tiempo que supone más de 365 días, parece como si hablara de un lapso de tres, cinco, siete años.
Si la pandemia ha exhibido las vulnerabilidades de la era global, tal y como fue concebida, al desafío se suma la rapidez con que pueden aparecer riesgos que no estaban en el horizonte, sino hasta que son catastróficos.
Como ha sido costumbre en ediciones anteriores, el Foro presentó la 16 edición de su Informe de Riesgos Globales. Un muy bien documentado y editado estudio que se ha vuelto referencia obligada en los últimos años.
Una parte importante del informe presentado por Davos se vale de una encuesta que ubica lo que quienes participan del Foro creen que serán riesgos en el corto, mediano y largo plazo.
Aquí, el recuento de los riesgos, repercusiones y amenazas identificadas en el Informe Davos 2021.
Corto plazo (lo inmediato y hasta dos años), de mayor a menor: enfermedades contagiosas; crisis en calidad de vida; catástrofes medioambientales; fallas en la ciberseguridad; inequidad digital; estancamiento prolongado; terrorismo; desilusión juvenil; fragmentación social; deterioro de los entornos para la vida humana.
Mediano plazo (entre tres y cinco años), repercusiones de mayor a menor: crisis en precios de activos, colapso de la infraestructura TICs, inestabilidad de precios, crisis de materias primas, crisis de deuda, fractura en relaciones bilaterales entre Estados, Conflictos entre Estados, deficiencias en ciberseguridad, fracasos en sistemas de cibergobernanza, geopolitización de los recursos.
Largo plazo (entre cinco y diez años) amenazas de mayor a menor: armamento de destrucción masiva, colapso de los Estados, biodiversidad perdida, avances tecnológicos mal empleados, crisis de recursos naturales, colapso de la seguridad social, colapso del multilateralismo, colapso industrial, fracaso de la acción climática, ataque al conocimiento científico.
Como se ve, cada una de estos ámbitos, riesgos, repercusiones y amenazas entraña, en sí mismo, un amplio catálogo de asuntos que merecería cada uno la mayor prioridad por parte de gobiernos y sociedad.
En apenas un año, el lugar que en la percepción de riesgo ocupaban algunos de los ámbitos planteados arriba se reformularon, y otros que no habían aparecido, o al menos no con esa determinación, se colocaron en los primeros lugares de la lista.
Al hacer una revisión sobre cómo se ha movido la percepción de los riesgos, repercusiones y amenazas en los últimos nueve años, se observan tanto continuidades como irrupciones notables, la principal, la que tiene que ver con la salud.
Veamos cuál fue considerado el principal riesgo mundial por probabilidad. En 2012, 2013 y 2014, disparidad de ingresos; 2015, conflictos entre Estados; 2016, migración involuntaria; y de 2017 hasta este 2021, cambio climático.
Más que interesante resulta ver la mayor movilidad, o volatilidad, si se prefiere, que surge cuando se enlistan los principales riesgos de esos mismos años, pero ahora siguiendo el criterio de su impacto global.
2012 y 2013: financiamiento fallido; 2014: crisis fiscal; 2015: crisis de agua y acción climática fallida; 2017, 2018 y 2019: armas de destrucción masiva; 2020: acción climática fallida; 2021: enfermedades infecciosas.
La rapidez y a la vez la sensación de lentitud con que ha transcurrido el primer año de la pandemia, pone de manifiesto que si ya sabíamos que los riesgos cambiaban, más o menos, de un año a otro, esta vez, pueden cambiar de un mes a otro.
Cómo moverse entre riesgos que se mueven. Cómo prepararse para lo que no existe aún o para las disrupciones sistémicas como las de coronavirus.
La década que se avecina estará marcada por el esfuerzo que implicará la reactivación económica post-COVID, pero no menos por una ecuación resultado del compromiso climático y la transición digital.
Por una parte, la agenda de París, con el doble componente de mitigación y adaptación climática, con la mira puesta en 2030.
Por otra, la urgente necesidad de encarar la concentración del poder digital, la brecha de acceso y alfabetización digital y la no consolidación, aún, de un sistema global altamente confiable en materia de ciberseguridad.
En la convergencia de reconocer que el planeta ha llegado a su límite, o mejor dicho, lo hemos llevado a él, y el paso decisivo hacia la década digital, estará la capacidad para encarar vulnerabilidades.
Moverse entre riesgos que se mueven. Moverse con rapidez de manera forma integral, coordinada y simultánea a nivel nacional, regional, local y globalmente. Tal como las amenazas se mueven.
Así.
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