Política

La República de los Jueces

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El 21 de octubre de 2019, el presidente de la Suprema Corte presentó en el Senado de la República una iniciativa ante representantes de los tres poderes en un evento denominado “Una reforma con y para Poder Judicial de la Federación”. Ésta fue posteriormente retomada por el presidente de la República y presentada como iniciativa de reforma constitucional y legislativa el 20 de febrero de 2020.  

Se trata de una reforma que dimanó por completo de la presidencia de la Suprema Corte. Esta última no tomó en cuenta a otros ministros ni a jueces ni magistrados. Muchos juristas se han expresado sobre los méritos y vicios de los cambios propuestos. Miguel Carbonell tiene una posición halagüeña, César Astudillo, por su parte, tiene una más neutral; la visión más crítica proviene de Laurence Pantin, y es la que, en lo personal, suscribo. Sin embargo, para tener un debate de profundidad sobre la reforma, vale la pena observar el contexto que le subyace.

El Poder Judicial de la Federación tiene dos grandes actividades jurisdiccionales: una que nace de conflictos surgidos sobre la aplicación de la legislación federal y otra que nace del juicio de amparo. Para tal propósito, existe una red nacional de Juzgados de Distrito esparcidos por regiones denominadas circuitos judiciales. Éstos, a su vez, ven revisadas sus resoluciones por Tribunales Unitarios, Tribunales Colegiados y, excepcionalmente, por las Salas de la Suprema Corte. El grueso de los casos del Alto Tribunal se centra precisamente en la revisión de amparos trascendentes y se resuelven miles al año, adicionalmente de acciones de inconstitucionalidad y controversias constitucionales.

suprema corte de justicia
Imagen: Este País.

La actividad de los jueces se entiende tradicionalmente como la resolución imparcial de conflictos entre dos o más pugnantes; de este postulado parte la idea de la independencia judicial: los resolutores de conflictos no deben verse afectados por los intereses de las partes en pugna o de otros actores, sean políticos o no. O puesto de una forma simple, “Al juez, lo del juez”.

Dentro de la independencia judicial, existen tres aspectos: a) uno personal, éste implica que cualquier juez o magistrado debe realizar su labor sin injerencia de los otros dos poderes o de alguna otra fuerza; b) el segundo aspecto es uno colectivo e implica la protección del Poder Judicial de la Federación en su conjunto frente a los demás poderes del Estado; y, finalmente, se encuentra c) uno interno y éste permite que el juez ejerza sus funciones sin la injerencia de jueces superiores.

Aunque en el derecho mexicano, fuertemente influido por el formalismo jurídico, se entiende que la actividad jurisdiccional consiste en resolver conflictos y aplicar de forma estricta la ley, en la práctica se hacen políticas públicas con ciertas interpretaciones de ley y de la Constitución al colmar lagunas, invalidar leyes y suspender actos de autoridad.

Además, al resolver acciones de inconstitucionalidad y controversias constitucionales, la Suprema Corte funge como árbitro político en conflictos entre poderes y de federalismo; lo mismo hace el Tribunal Electoral con los diversos actores electorales. Es decir, aunque se quiera negar por académicos y teóricos, los jueces tienen capacidad de hacer política pública y esto constituye un coto de poder provoca la codicia de su captura institucional. Éste es el motivante del presidente para arropar una reforma judicial: sitiar la República (judicial).

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Imagen: Nexos.

En los tiempos del presidencialismo fuerte, previo a la reforma constitucional de 1994, el Poder Judicial se encontraba capturado por el Ejecutivo y, al tener mayorías legislativas, éste designaba a personas leales al régimen, quienes sentenciaban de acuerdo con sus intereses. Su carácter era meramente técnico y los conflictos político-constitucionales se resolvían con el Ejecutivo.

Por otra parte, la administración del Poder Judicial se llevaba a cabo por los ministros de la Corte y estos subordinaban a su voluntad a los jueces y magistrados por medio de estímulos y de transferencias como tácticas de castigo. Existía mucha discrecionalidad y no había rendición de cuentas; el Poder Judicial de la Federación estaba desprovisto de independencia interna.

Al final de 1994, el expresidente Zedillo buscó hacer frente a los grandes vicios del Poder Judicial. Se instituyó una carrera judicial, se eliminó la Sala Administrativa de la Suprema Corte, se redujeron los ministros de 26 a 11 y las salas de 4 a 2 y se acortó la duración del cargo a 15 años, siendo que antes era vitalicio.

También se dio un marco jurídico para las controversias constitucionales, las cuales rara vez eran usadas; esto le dio gran relevancia a la Suprema Corte porque comenzó a resolver los principales conflictos de división de poderes y federalismo, cuando antes se recurría al arbitraje político del presidente. Se creó también la acción de inconstitucionalidad, ésta dio salida a conflictos parlamentarios y protegía a las minorías de este ámbito, además de que permitía mayor regularidad y calidad en las leyes, tanto federales como locales.

Lo anterior logró, en su conjunto, corregir muchos de los problemas institucionales del Poder Judicial de la Federación, dejando de ser éste un poder subordinado, para convertirse en una institución trans-sexenal. Sin embargo, esta consolidación hizo también que se consolidaran grupos de interés propios de dicha institución y se dieran coaliciones gobernantes (como en toda organización).

jueces
Imagen: Observatorio.

Al mismo tiempo, la reforma resolvió un problema político del presidente de la República: rehacer la conformación de la Suprema Corte a una composición que le resultara afín; por esa razón, se dijo que la reforma constitucional era un “golpe de Estado”. El presidente de la República logró una captura institucional, aunque también delegó su facultad de arbitraje político a la Corte, que la ejerció por medio de acciones y controversias. Esto vino a generar estabilidad política a largo plazo y fue crucial para permitir la transición democrática.

Ahora bien, aunque el poder e influencia de los ministros de la Suprema Corte se vio acotado con la reforma de 1994, su presidente siguió siendo el canal de sus intereses colectivos, toda vez que también preside el Consejo de la Judicatura, es decir, el órgano de administración y vigilancia del Poder Judicial. Esto también implica un conflicto de interés en el corazón de la función jurisdiccional del Estado mexicano, pues el vigilante es a su vez el vigilado.

Como conjunto, los jueces y magistrados comenzaron a adquirir fuerza e hicieron valer sus intereses; adicionalmente, el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación ha cobrado importancia al interior y exterior del Poder Judicial. Esto nos lleva a ver que dicha institución no es homogénea y, por ello, existen distintas dinámicas de poder que acontecen en su interior.

Todo lo antes mencionado da suficiente material para muchos libros de sociología jurídica, sin embargo, por efectos de brevedad, mencionaremos las siguientes:

a) En la Suprema Corte se tienen ministros emanados de la carrera judicial vis a vis, ministros de otros orígenes;
b) También están los jueces y magistrados con la presidencia de la Corte y la Judicatura;
c) Tenemos por otro lado a la Suprema Corte vis a vis el Tribunal Electoral y, por último,
d) El Poder Judicial con respecto a otros poderes.

La reforma del presidente de la República busca resolver diversos problemas técnicos como la carga de trabajo de la Suprema Corte, la necesidad de mejorar los precedentes judiciales, mejorías en la carrera judicial y la Defensoría de Oficio. Sin embargo, también se consolida el poder del presidente de la Suprema Corte con respecto a jueces y magistrados federales. A la luz de lo que expongo, y en un contexto donde el titular del Ejecutivo arropa las iniciativas de su símil en el Judicial, sin que medie discusión interna, esto resulta preocupante.


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Estados Unidos y su capitalismo de “cuates”

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Ahora que Trump se vaya, van a salir a la luz muchas decisiones que tomó para beneficio propio y de sus amigos, y para perjuicio del sistema económico; la prestigiada economista Anne O. Krueger ofrece varios ejemplos de tales medidas que considera posibles sólo en un contexto político autócrata; como tal quiso gobernar Trump, tuvo avances y en cuatro años más se hubiera terminado como un autócrata.

Según Krueger, Trump convirtió a Estados Unidos en un capitalismo de “cuates” (¿le suena?, amable lector); la verdad es que la tendencia ya venía, por lo menos, desde los gobiernos republicanos de la dinastía Bush, la cual tuvo claros intereses en negocios que favorecieron desde el poder público.

La invasión de Irak en 2003 fue atribuida a intereses de negocios de Bush y su vicepresidente, Dick Cheney, a quien se consideraba el titiritero del presidente; ambos favorecieron con billonarios contratos a empresas como Halilburton, que en 2005 llevaron al Comité de Reforma del Congreso a considerar que habían seguido un patrón de fraude, abuso y despilfarro; sin embargo, no hubo consecuencias.

Trump hizo de las suyas, y Krueger refiere varios casos, como haber creado un programa para solicitar exenciones al 25% de aranceles a las importaciones de acero, que favoreció sólo a empresas selectas.

Donald Trump presidente
Imagen: El Mundo.

Seguramente van a salir más casos, pero lo que más interesa son las consecuencias que la economía de “cuates” tiene para el Estado de derecho, para la democracia y para la competitividad del resto de las empresas participantes.

En México las sufrimos desde hace muchos años. Los favores de la autoridad suelen ser en correspondencia al apoyo financiero a campañas electorales; ¿las podemos seguir considerando democráticas? y se traducen en dispensas fiscales y otras canonjías que resultan muy perjudiciales para las empresas competidoras que no son parte del entendimiento cómplice. Las inversiones pierden dinamismo, igual que la innovación y los esfuerzos en competitividad.

Es una economía en la que los participantes no reciben el mismo trato legal; cuando la prosperidad de los negocios depende de pagos o sanciones a autoridades, ni la ley ni las instituciones vuelven a ser confiables.

Joe Biden se ha distinguido por su pragmatismo, no por ser un promotor de cambios, lo que le permitió estar como senador detrás de proyectos tan disímbolos como la invasión a Irak de Bush con base en la falsedad sobre las armas de destrucción masiva; apoyó la imposición de la guerra a las drogas en nuestro territorio durante el gobierno de Calderón, y votó a favor del salvamento de los bancos después del desplome de las hipotecas subprime de 2008.

elecciones Estados Unidos
Imagen: DW.

Sólo por el escándalo que representa Trump, es posible esperar que Biden aplique algunos correctivos, pero no que se proponga separar efectivamente el gran poder económico corporativo y financiero del de su gobierno, para poder corregir a fondo los grandes desequilibrios del sistema.

No hay un consenso sobre cuáles son esos desequilibrios y cómo atacarlos; son muchos y están interrelacionados, van desde el cambio de fuentes de energía para mitigar el calentamiento global hasta la precariedad generalizada de los empleos y de salarios reales, el endeudamiento de empresas y clases medias en riesgo de ser impagables y la abismal desigualdad en el reparto de riqueza e ingresos.

A todos esos temas se ha referido Biden. Falta ver su integración coherente en un proyecto de gobierno que tendría que estar decididamente cercano a las necesidades sociales y a “sana” distancia de los intereses de los grandes negocios.


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Prohibición del outsourcing: las razones del populismo

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La iniciativa presidencial de reforma para prohibir la subcontratación laboral no podría ser más inoportuna y contraindicada. Es como darle más veneno a quien llega intoxicado. Como dice la canción: ¿pero qué necesidad? Ocurre que la lógica es otra, que tiene poco que ver con el mercado laboral o alguna racionalidad económica.

Justo cuando se han perdido cientos de miles de puestos de trabajo, la inversión se contrae, la mayoría de las empresas enfrentan problemas de liquidez y muchas, escenarios de insolvencia, y cuando el gobierno tiene que acabar con fideicomisos y demás “guardaditos” para que salgan las cuentas, llega una receta que pondrá en aprietos a más de 4 millones de empleos que operan bajo el modelo del outsourcing legal. Un revulsivo que, de pasar en el Congreso, restringirá la contratación laboral formal y elevará significativamente los costos para invertir, emprender y hacer negocios en México.

El presidente del Centro de Estudios para el Empleo Formal, Armando Leñero, ha estimado que sólo una cuarta parte de esos empleos se sostendría en los centros de trabajo; el resto se perdería o iría a la informalidad.

No se trata de corregir abusos, como los de las factureras. Mucho menos de resolver las inconsistencias que están en la raíz del fenómeno de la informalidad, la cual, a su vez, está detrás de limitantes estructurales que reproducen el estancamiento de la productividad y los salarios, además de la precariedad de las finanzas públicas. Lejos de eso, la salida es la proscripción a rajatabla: tanto el outsourcing fraudulento como el legal y en muchos casos positivo porque da cauce a empleos que de otra forma serían inviables o informales, brinda flexibilidad a las empresas y paga impuestos y cuotas de seguridad social.

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Imagen: A. Álvarez.

El propósito sería la defensa de los derechos de los trabajadores. El problema es que una cosa es desear algo y otra muy distinta lograrlo con una reforma de ese tipo, como un mago que convierte un conejo en paloma. Habrá excepciones, pero desempleados y empleados vía subcontratación seguramente prefieren esos empleos, con todos sus “asegunes”, que quedarse sin nada gracias a sus redentores. Lo cual no quiere decir que no haya que reformar, pero depende de qué, cómo y cuándo.

¿Quiénes ganan?

Leía en una nota en El Economista que el eterno líder de la CROC apoya la iniciativa presidencial no sólo porque el outsourcing limita la sindicalización, sino porque “es momento de regresar a las contrataciones en donde las empresas tenían un compromiso con los trabajadores, otorgaban prestaciones, pago de utilidades. Es momento de reducir la alta rotación de personal buscando que las empresas se asuman como patrones”.

Suena bien, pero el tema es que las empresas acepten “voluntariamente a la fuerza” ese modelo aspiracional de la gran empresa de los años 60, con empleos para toda la vida, con incentivos como negar la deducción fiscal de la contratación de servicios y la amenaza de multas e incluso de cárcel. Ocurre que siempre queda la opción de mejor no contratar, o de pasar a la informalidad, cerrar operaciones o hasta el “el changarro”, postergar la inversión u optar por crear los empleos en otro país.

En otra nota, en Reforma, se reporta cómo el grupo parlamentario del Partido del Trabajo quiere predicar con el ejemplo sobre las bondades de la prohibición de la subcontratación: el caso de unos 400 trabajadores de limpieza que fueron rescatados de las garras del outsourcing, recontratados por de la Cámara de Diputados con un sueldo mensual 50% mejor. Estoy seguro de que pocas empresas tendrían inconveniente en imitar a los diputados si el costo se cubriera con dinero público. Por ahora, a diferencia de los legisladores, necesitarían producir y vender más para fondear esa generosidad.

Por eso también, con igual liberalidad, el presidente de la República puede responder al cuestionamiento de la subcontratación en el gobierno, que existe en niveles muy importantes en sectores como el de salud, pues fácil, “donde haya, se elimina”. ¿Cuál es el problema? El contribuyente paga o recurrimos a más “austeridad republicana”.

irregularidades en outsourcing
Imagen: El Diario.

Dado que el único outsourcing que se permitiría es el de servicios especializados, pero sujeto a categorización y autorización de la Secretaría del Trabajo, presumiblemente habría amplia cancha para la discrecionalidad y los laberintos burocráticos. Asimismo, “área de oportunidad” para ciertos sindicatos y líderes vernáculos, coyotes, burócratas con olfato de negocio, políticos y traficantes de influencias, nuevos emprendedores con contactos y creatividad para comercializar nuevos formatos de defraudación, simulación y aun supervivencia para algunas empresas, y para un gobierno o régimen que aspira a ampliar y perpetuar su poder. Incluso para sindicatos de otros países que recibirán con beneplácito los empleos que aquí son rechazados.

Esos serían los ganadores. No los trabajadores, ni los desempleados ni el propio Estado mexicano, cuya recaudación se verá mermada.

La lógica alternativa

Sin embargo, hay más de fondo. En concreto, un movimiento político y una dinámica social marcados por el populismo y la polarización. Las razones de la política de facción, las emociones y la posverdad, no la racionalidad laboral y económica.

Un presidente que se asume prócer del liberalismo, a pesar de su patente inclinación al nada liberal recurso de la prisión oficiosa o, para ser más precisos, encarcelamiento directo y sin derecho de fianza previo a una sentencia judicial. Ahora para quien ose utilizar el malévolo instrumento del outsourcing o algo que se le parezca según alguna autoridad, pues éste quedaría proscrito, tipificado como delito grave, como el narcotráfico o el secuestro.

Con la bandera de los derechos de los trabajadores, se pone en riesgo el empleo de cientos de miles o millones de ellos, la mayoría de los cuales seguramente preferiría conservarlos, con todo lo neoliberales que sean, que quedarse en la calle.

empleo y outsourcing
Imagen: NoticiasPV.

Pareciera que hay un sentir de que en México existe una riqueza inagotable producto del abuso y la explotación. Que basta con prohibir ambas cosas con una buena dosis de populismo penal para realizar el milagro de la distribución de los panes: con empresas menos productivas y competitivas, y más restricciones y amenazas para la generación de puestos de trabajo formal, habría empleos mejor pagados y más ISR, IVA y demás para que un gobierno liberal y progresista apoye indefinidamente a los pobres de antes y a los nuevos con sus “programas sociales”, en vez de oportunidades para trabajar y salir adelante.

En el mundo real y fuera de los intereses y móviles políticos, la subcontratación legal tiene una razón de ser práctica, basada en necesidades concretas de las empresas y los ciclos de las actividades económicas. En cuestiones tan simples como la de concentrarse en la esencia de su negocio y contratar servicios a quienes se especializan en éstos, y han invertido para hacerlos más eficientemente y a menor costo con economías de escala.

Abusos hay. También distorsiones legales y económicas estructurales que producen las distorsiones en el mercado laboral que explican en buena parte la proliferación de esos abusos y simulaciones. Pero nada de eso se resuelve con populismo fiscal y penal. Pero, claro, esas causas de fondo no es lo que motiva a las inoportunas decisiones que hoy se están tomando en éste como en tantos otros frentes de la conducción del país.


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Las Paredes Gritan: En elecciones. No importa ganar. Importa no perder

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Estados Unidos y elecciones

Las elecciones en Estados Unidos (EEUU) no se han definido, y los estados de ese país tienen hasta el 8 de diciembre para resolver las disputas electorales. El Colegio Electoral de EEUU, se reunirá el próximo 14 de diciembre para oficializar el resultado.

Trump quiso poner muchas trabas. Habló de fraudes. Pero la jornada electoral se realizó sin ninguna dificultad. Oficialmente falta un mes para identificar al ganador. Muchos lo han apoyado. El Fiscal de EEUU, William Barr, autorizó abrir investigaciones sobre las “acusaciones sustanciales” en la votación.

El líder del Senado estadounidense respaldó la batalla legal de Trump. ¿Hubo irregularidades? No. ¿Hubo una conspiración contra Trump? No.

Joe Biden se hizo de una ventaja considerable en varios estados importantes de EEUU. Todo indica que Trump, finalmente, será destituido… O expulsado.

Una cuestión que no se debe olvidar es el elevado número de electores que votaron por Trump. Es un número muy grande y tiene peso. Existen muchos relatos que hablan mal de él. Lo han caricaturizado de todas las formas posibles.

Biden y Trump
Imagen: Axios.

René Delgado comentó en su columna: “El fascista de medio pelo, el calvo de ideas, el adicto a la exageración, al odio y la mentira, el hombre tocado con un estropajo en la cabeza que humilló a Estados Unidos, aliados, socios y amigos y se ensañó con el contrario seleccionándolo a capricho, se va de la Casa Blanca, pero… deja el fantasma del malestar como una sombra negra” (Reforma, 07/XI/2020).

Ese malestar no es sólo en EEUU. Es un mal internacional. Trump generó una polarización extrema entre los estadounidenses. Reconoció el malestar político y social de mucha gente. Habló mal de los “políticos profesionales” (si es que existen). Para Trump los partidos políticos dejaron de servir a la ciudadanía, ya que la usaban para enriquecerse y formar pequeñas cúpulas de poder.

Dice Delgado: “La concentración de la derrama de beneficios económicos del neoliberalismo en unos cuantos, dejaron fuera y a la intemperie a amplios sectores sociales, ansiosos por reinsertarse en serio o desquitarse al menos” (Ibid.).

Trump vivía en una nostalgia por el pasado, aunque su historia fuera mal contada. El chantaje se convirtió en un arma eficaz de Trump para la presión política. Aprendió a humillar a muchos y a ponerlos de rodillas frente a él. Nutrió el espíritu de venganza y dejó un país profundamente dividido. Trump se va, pero el trumpismo se queda.

El malestar, la xenofobia, el racismo, la ausencia de estrategias estarán con el nuevo régimen. ¿Qué ideas tendrá Biden para enfrentar los problemas internacionales de EEUU?

¿Cómo frenarán sus problemas regionales? ¿Cómo canalizará el malestar de los trumpistas?… NPI.

Biden y el mundo, futuro EUA
Imagen: Washington Times.

Según Fray Bartolomé, del grupo Reforma, el periódico británico The Guardian, enlistó la lista de “populistas de derecha” que no reconocen el triunfo de Joe Biden. Entre ellos aparecen Jair Bolsonaro (Brasil), Viktor Orban (Hungría) y AMLO.

¿Será que extrañan a Trump?

Lo cierto es que la carrilla contra AMLO está gruesa.

Corrupción y cultura

Irma Eréndira Sandoval, secretaria de la Función Pública (SFP), sancionó a la exsecretaria de Cultura y dos funcionarios más por “daño al erario” al otorgar recursos para el proyecto “Museo de Museos”.

Según la declaración el Órgano Interno de Control (OIC) de la Secretaría de Cultura (SC), los exservidores públicos sancionados incumplieron con sus responsabilidades al autorizar donativos por más de 59 millones de pesos a una asociación civil para la realización del proyecto “Museo de Museos”.

Hubo sin duda un mal manejo de las autorizaciones para desarrollar este proyecto tal como aparecen en la Ley Federal sobre Monumentos y Zonas Arqueológicos, Artísticos e Históricos, y la Ley General de Bienes Nacionales.

“La entrega de estos donativos, uno por 50 millones de pesos, en marzo de 2017, y otro por 9 millones 313 mil 461 pesos, en julio de 2018, sin considerar las normas aplicables, causó un daño al erario…” (Reforma, 09/XI/2020).

Irma Eréndira Sandoval
Irma Eréndira Sandoval (Imagen: El Financiero).

Se trata de un pleito de la nueva administración en contra de los anteriores funcionarios. Por ello, los nuevos miembros del OIC sancionaron por 10 años y una multa de 19 millones 771 mil 154 pesos a los tres servidores públicos: la exsecretaria, el exoficial mayor y la exdirectora General de Administración.

Es la segunda exsecretaria de Estado de Peña Nieto sancionada por la SFP. La otra es Rosario Robles.

Una más: el 15 de febrero de 2019, AMLO acusó al titular de la Comisión Reguladora de Energía (CRE), Guillermo García Alcocer de “haber incurrido en un conflicto de interés”. García Alcocer renunció a su cargo el 15 de junio de 2019. Ahora la SFP lo inhabilitó por 10 años para ocupar cargos públicos. Dio permisos a un familiar para comercializar combustibles.

Y la última de esta semana: Enrique Peña Nieto, según la FGR, es un Traidor y Jefe Criminal. “Jugó un papel central en la comisión de delitos de traición a la patria y cohecho en el caso Odebrecht”.

Peña Nieto dijo que “la corrupción es cultural”… ¡Neta!

Dice Irma Eréndira Sandoval: “Nos esforzamos por sancionar la corrupción en los niveles más altos y barrerla de arriba hacia abajo”.

¿Hasta dónde podrán frenarse los abusos en el servicio público? ¿Qué tan abajo llegaran?… NPI.

Feminicidio en Cancún

Con disparos al aire, la Policía Municipal de Cancún desalojó el pasado 8 de noviembre a cientos de jóvenes que marcharon el lunes en siete de los 11 municipios de Quintana Roo por el feminicidio de Alexis Lorenzana, de 20 años.

femenicidios
Fotografía: Head Topics.

“Cancún feminicida”, “El paraíso huele a sangre”, “Justicia por Alexis”, “Ni una más”, eran sus consignas.

El jefe de la policía tuvo que renunciar… No pasó más.

Los feminicidios siguen adelante.

La Cueva del Delfín

¿Quién está a favor de la sociedad? ¿Quién está en contra de ella? ¿A quién no le importa lo que suceda? La mezcla de gobierno y delincuencia es brutal. Falta muchísimo trabajo.

¡Vientos huracanados!, si no me mandan de policía a Cancún nos veremos por acá la próxima semana.


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El fracaso de la democracia yanqui

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Las recientes elecciones en Estados Unidos de América han abierto una herida profunda a la tradición democrática de más de dos siglos de esta nación, que mereció elogios de personajes de la talla de Alexander Von Humboldt, Alexis de Tocqueville y el Marqués de Lafayette, por sólo citar a los más notables de ellos. Toda comparación es odiosa dice el dicho popular, pero los imperios se asemejan a los seres vivos: nacen, se reproducen y mueren. Así sucedió, por traer sólo un ejemplo con el imperio romano –sin embargo, dicho sea de paso, los imperios de la antigüedad duraban más tiempo–, que vivió su origen, su esplendor y su caída. Dos hechos son particularmente evidentes en el caso del vecino del norte: la derrota del ejército norteamericano en Vietnam en 1973 y el ataque terrorista a las torres gemelas de Nueva York en 2001; que probaron la vulnerabilidad del imperio empoderado con sus triunfos en las dos guerras mundiales que enlutaron la humanidad el siglo XX, en el cual surgió el poderío económico, que conserva todavía, una república que tiene enfrente al gigante amarillo, presto a sustituirlo en los siglos venideros.  

Hoy, el modelo de la democracia estadounidense, sufre un revés ante un mundo vertiginosamente acelerado e interconectado por medios de comunicación y redes sociales, en la disputa entre un presidente polémico que responde al nombre de Donald Trump y un candidato aún no legalmente electo, como es Joe Biden, pero con una mayoría de 306 contra 232 votos a favor de Trump, de los Colegios Electorales de los estados que conforman la Unión Americana; difícil de disminuir por haber rebasado con más de cuatro millones de votantes al amenazador y vociferante inquilino de la Casa Blanca, quien invoca fraude electoral por el conteo de votos en estados claves como Georgia, Pensilvania y Arizona. Advierto que Biden, aún no es legalmente electo en virtud de que los recursos legales interpuestos por los abogados al servicio del presidente Trump, no han sido desahogados y el cómputo de votos en algunas entidades prosigue como el caso de Colorado.

democracia yanqui
Imagen: El Mundo

La mayoría de las analistas se desgañitan contra el presidente Trump por no salir a reconocer su derrota –y aprovechan el viaje para atacar en forma tosca al presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, por no enviar sus congratulaciones a Joe Biden y a su compañera de fórmula, la senadora Kamala Harris– y aceptar el triunfo de su oponente de filiación demócrata, cuyo partido ganó la mayoría en la Cámara de Representantes; equivalente a nuestra Cámara de Diputados, aunque en la de Senadores, a la fecha, todavía sigue el conteo en el caso de Georgia, en la que se decide si prevalecerá la mayoría republicana, pero con la opinión de algunos de ellos que ya se inclinan por la victoria del candidato demócrata. No obstante que la mayoría de los medios también proclaman el éxito de Joe Biden, lo hacen generalmente desde un plano político y sociológico olvidándose del proceso electoral jurídico que será definitivo.

Trump, hasta el momento de escribir estas líneas, no cede en este último pleito, a pesar de que varios jueces han negado, en diversas formas, el fraude electoral que anunció desde antes de la elección. Por ello, el equipo de transición y los fondos presupuestales para el cambio, se han paralizado y mantiene un suspenso a la Alfred Hitchcock, que viene a incrementar la incertidumbre, que sólo podrá ser despejada hasta que la autoridad judicial de la última instancia se pronuncie sobre la legalidad del enmarañado asunto, el cual ha llevado al modelo democrático yanqui a demostrar que su sistema electoral es obsoleto y requiere de una reforma profunda para no volver a hacer este papelón frente a la comunidad internacional.

Trump y Biden
Imagen: Cubano y Punto.

Lo cierto es que la otrora república ostentosa, tanto por su belicismo como por su poderosa economía mundial, prevalente en el mundo capitalista como ejemplo democrático hacia lo interno, está en crisis. No hay que olvidar que más de 72 millones de ciudadanos estadounidenses votaron por la permanencia del Trump en la presidencia frente a los 78 millones de Biden en la jornada electoral, en las cuales emitieron su voto el 67 por ciento, provocando la polarización de los simpatizantes que ya preparan marchas en favor de ambos personajes. En los últimos cien años, salvo las marchas en contra de la Guerra de Vietnam, nunca se había visto tal división del pueblo norteamericano, cuyos efectos están por verse en las próximas semanas.

¿Será la Suprema Corte de Justicia, el tercer poder, que desactive jurídicamente el conflicto entre la tozudez trumpiana y la prudencia bideana? ¿Reconocerá Trump, a regañadientes, finalmente el triunfo de su opositor? ¿Ambas determinaciones serán aceptadas por los partidarios de los contendientes? Súmele el lector todas las demás dudas a este inédito escenario en las contiendas civiles por el gran poder, que mantiene la demacrada faz de la república llamada “La esperanza del mundo” pero también el “Gran Satán”.


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Ya ganó Joe Biden ¿y ahora qué?

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Después de once días desde que se llevó a cabo la jornada electoral en Estados Unidos, se pudo anunciar un vencedor definitivo y prácticamente doce semanas después se definió el conteo final del Colegio electoral dando una holgada victoria a Joe Biden de 306 votos contra 232 de Donald Trump.

A medida que los días han transcurrido, la diferencia de votos con el 97% de estos contabilizados, da una abrumadora victoria en el voto popular al candidato demócrata con 78’778,306 votos, es decir, el 50.9% de los votos totales contra 73’161,232 votos para Trump, lo que equivale al 47.3%. Hay pues una diferencia de 5’616,683 votos entre ambos candidatos y la diferencia, que hoy es del 3.6%, al terminar de contar todos los votos, aún será mayor en favor de Biden.

Ambos candidatos deberían estar muy felices porque esta contienda ha roto muchos récords en la historia de las elecciones de Estados Unidos, Biden es, por mucho, el candidato que más votos ha obtenido y Trump es el candidato perdedor que también ha obtenido la mayor cantidad de votos. El número y el porcentaje de votantes totales es la mayor de la historia y así podríamos señalar otras marcas.

¿Qué hizo que Biden ganará? Seguramente habrá muchos análisis y conclusiones, pero es definitivo que el voto de las llamadas minorías influyó de manera determinante a nivel nacional y en algunos estados en concreto. El voto de las mujeres tuvo una fuerte influencia impulsado por Kamala Harris. Y como siempre pasa en cualquier proceso electoral, la gente vota por el candidato que, desde su punto de vista, es el menos malo, y hay una buena cantidad de votos de castigo en contra del candidato en el gobierno.

Trump pierde elecciones
Imagen: The Australian.

En términos del simple análisis, es determinante el hecho de que Biden y los demócratas hayan ganado cinco estados que en la elección pasada perdieron, inclusive uno de ellos que no ganaban desde la elección de Bill Clinton. Los estados de Arizona, Michigan, Pennsylvania, Georgia y Wisconsin.

Es interesante también señalar que Estados Unidos queda muy dividido después de esta elección, ya que se muestra un país totalmente polarizado y con dos visiones de lo que quieren como nación, aunque es claro identificar dónde realmente están las diferencias. Trump ganó en 25 estados y Biden hizo lo propio en otros 25.

Prácticamente todas las ciudades y grandes urbes fueron ganadas por Biden, el Estados Unidos profundo, poco educado, que se ve al ombligo, votó por Trump y esto se refleja en la proporción del peso del PIB: los cerca de 500 condados que votaron por Biden representan el 71% del PIB americano, los poco más 2400 condados, los que votaron por Trump, significan el 29%.

Un poco para ir cerrando cifras y, aunque sé que para algunos lectores esto puede resultar tedioso o no muy divertido, es importantísimo que visualicemos estos números porque con ellos va a tener que gobernar Biden y el panorama no está entonces nada fácil.

Es muy interesante ver cómo en algunos estados un candidato arrasa, Biden en DC con más del 87% de los votos a su favor, frente a Wyoming donde Trump gana con una ventaja del 43%, y así podríamos seguirnos con una docena de estados para cada candidato y ver cómo en nueve estados las diferencias son de menos del 3%.

historic election 2020 biden
Imagen: Foreign Policy.

Que no me lo tomen a mal los habitantes de Wyoming, pero me queda claro que es un estado al que no se me antoja ir para nada después de ver estos resultados, al igual que a Arkansas (28%), Alabama (26%), Idaho (31%), Kentucky (26%), Oklahoma (33%), North Dakota (33%), South Dakota (26%), West Virginia (39%), Utah (20%) y Tennessee (23%), que le dieron grandes victorias a Trump.

Por el contrario, California (30%), Connecticut (20%), Hawaii (29%), Massachusetts (33%), Rhode Island (21%), Vermont (35%), Maryland (32%), Washington (19%), Delaware (195), y D.C., le dieron un amplio margen a Biden.

Creo que en su desesperación y arrogancia, el presidente Trump perdió una oportunidad de oro para decir, “perdimos, pero… no por tanto como se había dicho, en otra elección nosotros hubiéramos ganado gracias al masivo número de votos que obtuvimos, el proyecto al que los convoqué sigue vivo y estaremos listos para enfrentar unas nuevas elecciones conmigo o con otro candidato que las comparta en las elecciones del 2024 y algunas cosas más”. Trump tenía mucha raja para presumir y prefirió, como siempre lo ha hecho, irse por las mentiras, por las desacreditaciones, por pelearse.

Trump y muchos de sus seguidores que desacreditaron el proceso electoral, se van a tener que comer sus palabras y ofrecer muchas disculpas. En campaña los ánimos se pueden caldear y uno puede decir ciertas cosas que “se permiten”, ya pasadas las elecciones, pero esto no es lo correcto, ni lo derecho, ni decente. De educación no hablo, porque este señor no la conoce.

Trump dijo en campaña que Biden era el peor candidato, que el partido demócrata pudo haber seleccionado a alguien más y fue ése, “el peor”, quien le ganó, ¿se imaginan quién hubiera sido el mejor?

¿Cuáles son los retos inmediatos del nuevo presidente? Lo será a partir del 21 de enero del 2021: controlar la pandemia del coronavirus y dejar en manos de expertos, como ya lo está haciendo, ¿las decisiones que los políticos tienen que acatar? Más de 11 millones de americanos se han contagiado y más de 250 mil han perdido la vida por el pésimo manejo de la administración de Trump a esta crisis sanitaria.

buiden elecciones USA
Imagen: CNN.

Biden tendrá que dar señales claras en materia de inmigración y hacer acciones contundentes para ver la diferencia entre las dos administraciones. La regularización de los niños y jóvenes bajo el paraguas DACA (Deferred Action for Childhood Arrivals) será una muy buena señal, por ejemplo.

Otro hecho de gran relevancia será el regreso inmediato al Acuerdo de París, del que Estados Unidos se acababa de salir. Como se sabe, Trump no cree en el cambio climático, y Biden está totalmente del otro lado de la balanza en el tema.

Seguramente Biden tendrá que hacer varios acercamientos, desde ya, con sus aliados históricos: Francia, Inglaterra, Japón, algunos de los países árabes (Arabia Saudita para empezar) para “arreglar” la relación. China y Rusia se deberán coser aparte.

Tendrá que hacer algo en relación con la OTAN y las fuerzas americanas desplegadas por el mundo, rápidamente.

Reconstruir la relación con las Naciones Unidas y algunos de sus organismos como la UNESCO.

Y trabajar mucho hacia adentro de sus propias fronteras con los diversos problemas que le dejó Trump, más los que se acumularon por la pandemia y definir el futuro de Trump. ¿Lo persigue?, tiene mucha cola que le pisen, pero también tienen 73 millones de votantes.

Biden y Latinoamerica
Imagen: The Intercept.

Unos días antes de que tome posesión Biden, sabrá si tiene el control de la Cámara de Senadores, hay elecciones de los dos senadores por Georgia el 5 de enero, y serán ambas contiendas muy cerradas. La Cámara de representantes tiene ya control demócrata, aunque con menos margen de lo que tenían antes de estas elecciones de noviembre.

México desafortunadamente, como sucedió en prácticamente toda la campaña, no será tema, y ante las groserías del gobierno de México y en especial del presidente López Obrador, mucho menos.

Biden no es un hombre de venganzas, es un político con mucho colmillo y mucho oficio, 40 años en este negocio. La distancia con la que se mantendrá será su mejor forma de comportarse. Tiene, además, muchos sartenes por el mango que podrá y seguro utilizará, en el nuevo TLC hay muchas oportunidades para hacerlo y él tiene muchos compromisos sindicales al igual que con la clase trabajadora.


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¿Nos ha vuelto racistas la izquierda?

Lectura: 20 minutos

(Para mi sobrina, M.H.H. Aquí empieza el diálogo entre las generaciones.)


Estamos frente a diversos escenarios que terminan
todos en alguna forma de guerra civil.

Bret Weinstein (min. 01:37).

Nuestro mañana es el hijo de nuestro hoy.
…Pensemos en ello… más vale hacer de él algo bueno.
De cualquier hijo.

Octavia Butler.

¿Cómo saber cuándo ha ido demasiado lejos la derecha? Es fácil, dice Jordan Peterson:

“Con los derechistas lo ves claro, hombre. … Afirman alguna superioridad étnica o racial, y ahí está el cuadro [dibuja un cuadro en el aire]: Nazi.

La derecha ha ido demasiado lejos al instante que defiende el racismo. Pero “el problema del mentado siglo XX,” dice Peterson, es éste:

“¿Cuándo ha ido demasiado lejos la izquierda? Y la respuesta es: nadie sabe. … Tenemos un problema estructural, aquí: no sabemos cómo encuadrar la patología del lado izquierdo.”

Pero… sí sabemos: campos de reeducación, gulags para disidentes, espionaje Big Brother, en fin, totalitarismo—ésa es la izquierda yendo demasiado lejos. La Unión Soviética, Corea del Norte.

Lo que ha querido decir Peterson es esto: con la izquierda, los síntomas tempranos de algo descarrilado son casi imperceptibles, porque los izquierdistas anuncian metas—‘diversidad,’ ‘inclusividad,’ ‘igualdad,’ ‘justicia social’—cuya resonancia positiva sacude y desdibuja la frontera que separa a la virtud del vicio; la pisamos, seguimos, y ni cuenta nos damos.

Una raya, al menos, pudiera antojarse nítida: la izquierda—como la derecha—irá demasiado lejos tan pronto se torne racista. Pero no. Tampoco esta raya se ve. Pues el antirracismo, para la izquierda, es fuente de identidad y táctica de movilización; en la izquierda, entonces, el racismo es autotraición, inversión orwelliana. Cuando aparece, por consiguiente, no asoma bien la cabeza. Finge, disimula, viste un máscara.

¿Está ocurriendo? Sí.

La política de identidades—discurso dominante de la izquierda anglosajona contemporánea—es anti blancos. El líder en esto, como en tantas cosas, es Estados Unidos. Nos servirá una reflexión sobre la experiencia estadounidense, pues la estamos importando.

Kindness Yoga: la anécdota arquetípica

El protagonista de mi historia inicial es Patrick Harrington. De ver cómo la vanguardia de agravio—que lidera la política de identidades—lo hizo pedazos, querrás imaginarte a un vampiro sádico devorando morenos tullidos transgénero. Adelanto, entonces, que Harrington, un yogui famoso de Denver, gozaba de una reputación impecable, pues era rigurosamente observante con la corrección política. Su negocio, Kindness Yoga (Dulzura Yoga), operaba con donativos voluntarios (para recibir a todos), tenía baños género-neutrales, y ofrecía talleres yoga LGBTQ e inclusive “noches de yoga para gente de color donde se pedía a los ‘amigos blancos y aliados’ que ‘respetaran y no asistieran.’”

Pero Harrington es blanco—y eso, al parecer, no se perdona—.

Kidness Yoga, Patrick Harrington
Patrick Harrington (Fotografía: YogaDownload).

Luego del encierro impuesto del COVID, Harrington se esforzaba por reabrir sus nueve estudios de yoga cuando “agravios denunciados en redes sociales” alegaron que “las voces de las minorías [étnicas] y de los maestros LGBTQ no eran escuchadas” en Kindness Yoga. Dos empleados, Davidia Turner y Jordan Smiley (respectivamente, una mujer negra y una persona transgénero), expresaron al Colorado Sun que el equipo administrativo (blanco) de Kindness “no quería echarle ganas a hacer cambios,” por lo que lideraron una campaña masiva para injuriar a la empresa en Instagram.

¿Cómo respondieron los directivos? Cuando escucharon de los inconformes que la página web de Kindness era “demasiado blanco-céntrica,” invitaron a “gente de color y otras minorías a una sesión de fotografía de varias horas.” ¿Qué? ¡Cortina de humo! Inaceptable: “varios instructores expresaron su indignación y furia.” ¿Pero qué hacemos entonces?, preguntó la directora ejecutiva (una mujer blanca). “No corresponde a los empleados [étnicamente] minoritarios corregir la cultura,” contestó Davidia Turner. Hecho lo cual, recuerda ella, su jefa echó a llorar.

Ocurrió entonces el asunto George Floyd. En Minneapolis (Minnesota, EEUU), un hombre negro, detenido por usar un billete falso (USD $20), murió en súplica por una bocanada de aire con la rodilla de un policía blanco en el cuello, todo grabado en video. Habrá que evaluar los detalles para establecer causalidad, intención, y responsabilidad en su precisión fina, legal, y establecer también si atracos como éste han sido típicos (ver aquí y aquí). Son preguntas de suma importancia. Pero mi tema es la respuesta popular. Ríos enormes, inéditos, de blancos enfurecidos, organizados en su mayor parte por Black Lives Matter (BLM), se vertieron sobre las calles para denunciar, en todos lados, el racismo sistémico antinegros. Se arriesgaron. Recibieron golpes. Y muchos blancos más—cifras inéditas—hicieron la porra.

En este contexto, Davidia Turner y Jordan Smiley renunciaron a sus plazas en protesta por la postura de Kindness Yoga hacia Black Lives Matter. ¡Pero si Kindness apoyó a BLM! Pues sí, explica Turner, pero eso fue “activismo performativo”—para quedar bien, según ella—: Kindness “no hizo lo suficiente.” ¿Y qué es suficiente? No dice.

Indignada, Turner movilizó a sus 4,520 seguidores en Instagram en contra de Kindness y otros estudios de yoga con propietarios blancos. Publicó el correo electrónico y el teléfono de Patrick Harrington “y pidió a la gente no solo que exigieran de Harrington ‘reparaciones’ para sus maestros minoritarios, sino que cancelaran sus membrecías.”

Llovieron cancelaciones; Kindness quebró.

¿Le satisfizo a Turner? No. Indignada y transportada de ira todavía, posteó un video “despotricando contra las lágrimas de la directora ejecutiva y la ‘tristeza’ expresada por Harrington ante su renuncia.” Pues “‘enfurece que hayan blandido tristeza y lágrimas como armas,’” explicó Turner en su video viral. Aquello, dijo, “‘es una de las astucias más arteras del supremacismo blanco y de la blancura.’”

Pero si bien Turner y Smiley deberán soportar el peso opresivo de la tristeza blanca, las lágrimas blancas, y la … blancura (¡?), han podido rescatar algo, cuando menos: ambos abrieron estudios de yoga para anteriores miembros de Kindness que coinciden con ellos.

Yoga, Patrick Harrington

Que no son todos—ojo—. Otros maestros de Kindness, “y estos incluyen gente de color y uno que se identifica como LGBTQ,” estaban “en shock y con el corazón roto de ver cerrar el negocio.” ¿Racismo? ¿Cuál racismo? “ ‘Siendo que soy una persona negra, me he venido preguntando esto los últimos días: ¿Cómo es que nunca lo sentí?,’ ” dice Sam Abraham. Él y otros lamentan ese “juicio por Instagram.” ¿No hubiera sido mejor dialogar con Harrington? Los agraviados eran tan solo “un puñado de maestros.”

Nunca falta. Un puñado ruidoso, ostentándose vocero de la mayoría, nos convence de que en realidad la representa. Entonces, intimidados, ya no nos oponemos. A esto le llaman ignorancia pluralística. Dicho fenómeno, bien documentado en la psicología, subyace el conocido efecto espectador de la mayoría silenciosa que allana el descenso de una sociedad a la locura. Sucedió en el Tercer Reich. Sucedió en la Unión Soviética. Está sucediendo ahora.

Sobra decir…—no, me corrijo: aquí no sobra ya nada—. Es obligado precisar que el racismo sistémico antinegros por supuesto existe y hemos todos juntos de combatirlo (regresaré a este punto al final). ¿Pero acaso Harrington era el enemigo? ¿Qué beneficio aportó demoler Kindness Yoga? Harrington mismo se lo pregunta—pero con cautela, pues asimila ya su indefensión aprendida: haga lo que haga, tendrá que pedir perdón—.

“‘Estoy aprendiendo a hablar de una forma más incluyente y apreciativa de la diversidad,’ ” dijo [Harrington] al Colorado Sun.(…) ‘¿Acaso ganó algo nuestra comunidad en Denver cuando Kindness Yoga cerró sus puertas? … Estoy luchando por entender cuál es el beneficio de este desenlace para la gente blanca, la gente de color, la gente LGBTQ. No veo el beneficio en tirarnos de esta forma.’ Luego de un silencio, añade: ‘Pudiera ser que mi privilegio [blanco] me ha cegado. Estoy tratando de aprender.’”

Ojo: esta anécdota es instructiva por arquetípica; es ejemplar, no especial. Se repiten escenas como ésta por todo Estados Unidos. Es de interés general, por ende, dar respuesta a la siguiente pregunta: ¿Cómo pudo una movilización social destruir a este hombre, aliado ideológico de quienes lo arruinaron, por el pecado único de ser blanco? ¿Qué demonios está sucediendo en Estados Unidos?

Es menester entender, en su expresión gramática, la política de identidades que ha venido impulsando la izquierda política occidental. Eso mismo explicaré. Me andaré con cuidado, que el terreno está minado. Lo primero: dejarte claro quién te escribe.

woke and racist
Imagen tomada de newswars.com.

Declaraciones y definiciones

Hago tres declaraciones sobre mi relación con la política de identidades en su versión anglosajona.

Primero, soy antropólogo evolutivo y sociocultural, interesado en las sociedades occidentales más avanzadas: educadas, industrializadas, ricas, y democráticas—WEIRD societies, como ahora las llaman, luego de que Joe Henrich, quien compartiera conmigo las aventuras del doctorado, acuñara dicho acrónimo (WEIRD: Western, Educated, Industrialized, Rich, and Democratic). Es inusual pues soy mexicano, escribiendo desde México: la periferia occidental estudiando al centro. Para dicha tarea, me asisten 17 años de experiencia etnográfica participante-observador en EEUU, en la ecología misma que parió y desarrolló a la política de identidades: la universidad.

Segundo, mi trabajo reciente tiene su raíz en el análisis de discurso, una de las vertientes académicas que dieron lugar a la política de identidades (tres ejemplos: 1, 2, y 3).

Tercero, desde las perspectivas evolutiva y cognitiva, he buscado desarrollar mejores herramientas científicas para investigar el racismo. Sobre el racismo antinegros, en específico, he estudiado: 1) los esfuerzos por revivirlo en los medios y el mundo académico; 2) las políticas eugenistas (proto nazis) en torno a los exámenes de IQ; y 3) el racismo de los Padres Fundadores, esclavistas, de EEUU. (Ver aquí y aquí.)

Por favor nadie me malentienda: en absoluto digo lo anterior para compartir mis credenciales de woke, como se dicen ahora los izquierdistas presuntamente ‘despiertos.’ Mi razón es antípoda. Busco asentar lo siguiente: cuestionar la ideología woke no me vuelve racista sino todo lo contrario. Los woke no tienen problema en perseguir a los blancos; yo deploro el racismo contra quien sea.

Ahora bien, en materia de definiciones, requerimos tres: para gramática, prejuicio, y racismo.

Una gramática obvia es la del castellano, que nos obliga a ordenar las palabras, ‘correctamente’, según sus reglas. Pero hay reglas gramaticales más allá del habla. Las seguimos al sentarnos a comer, al ir al baño, en saludos y despedidas, acudiendo a un concierto, comprando algo en el supermercado (y un largo etcétera). En cada comunidad local, ligado a la identidad que la marca, emerge, para cada categoría de comportamiento, un sistema de reglas—a menudo totalmente implícitas—que, funcionalmente articuladas, ordenan la expresión ‘correcta.’

Nuestra propia maestría con estas reglas nos las oculta. Nuestra conducta es fácil, intuitiva, como hace un pez en aguas que no logra ver, pues todo lo envuelven. Por eso, mucho antes de conocer—y por primera vez percibir—la gramática castellana en la escuela, ya la hablábamos. Igual de invisible, mientras no se estudie, es la gramática de un discurso ideológico, aquel que ordena asertos y juicios, y sus combinaciones.

racismo Estados Unidos
Imagen: Healthline.

La crianza es gramatical y eso tiene una consecuencia. Luego de ser alineados desde niños con reprimendas y castigos, en nuestra mirada intuitiva la conducta extranjera nos parece ‘incorrecta.’ El extranjero no tiene la culpa—no ha hecho sino internalizar la gramática de su sociedad—. Pero cuesta trabajo ver eso. A dicha dificultad, en el lenguaje técnico del antropólogo, la llamamos etnocentrismo. Quiere decir prejuicio.

La cosa es vieja. En la antigüedad clásica, Herodoto, primer antropólogo, lo dijo así:

“… si uno pidiera a los hombres escoger, de entre todas las costumbres del mundo, aquellas que consideran mejores, examinarían el conjunto entero y terminarían por preferir las suyas; pues muy convencidos están de que sus usos son superiores a todos los demás.” (Histories 3.38)

Lo propio, es propio.

Pero no es mera preferencia. Mucha investigación, incluyendo la mía (véase aquí y aquí), sugiere que nuestra psicología evolutiva nos sesga la percepción: las culturas nos parecen (incorrectamente) poblaciones biológicas con fronteras claras marcadas por rasgos físicos. La mente intuitiva quiere ‘ver’ razas.

Dichos sesgos nos vuelven presa fácil para emprendedores políticos que nos venden conflicto existencial entre los ‘buenos y/o superiores por naturaleza’ (nosotros) y los ‘malos y/o inferiores por naturaleza’ (otros). Uniendo así el orgullo al prejuicio, se cuece el racismo.

La naturaleza, empero, no es destino; emprendedores políticos de cepa distinta a veces sacan delantera. El indígena oaxaqueño Benito Juárez, el presidente más admirado de la historia mexicana, famosamente dijo: “El respeto al derecho ajeno es la paz.” Aplicando ese principio, Martin Luther King, descendido de esclavos afroamericanos, desacopló el orgullo del prejuicio, heredándonos consciencia—tolerancia—.

Pero … ¿se estará evaporando ya? Pienso que sí.

perspectiva racismo, blanco y negro
Imagen: CNN español.

En 2020, ¿cómo es Estados Unidos? ¿Tolerante o racista?

En este año inolvidable, hemos visto protestas gigantes, inéditas, contra el racismo sistémico antinegros. Pero si el racismo es un problema tan grave, como indicarían las protestas, ¿cómo es que vemos muchedumbres blancas, igualmente inéditas, entre protestantes y porristas? ¿Paradoja?

Puede explicarse. La política de identidades en EEUU opera sobre una gramática que resumo en tres amplias jugadas. Primero, rebajas a los blancos por su piel. Segundo, los fuerzas a emitir, para redimir dicha piel, señales de virtud woke. Tercero, hagan lo que hagan, les niegas la redención. (Véase el caso Harrington.)

Corriendo varias décadas de este juego, tenemos ya muchos blancos bien socializados, urgidos de redimirse. Necesitan—por gramática—que los vean protestando el racismo antinegros. Pero no se contabiliza su presencia en las calles; no cuenta para decir que el racismo antinegros haya sido superado, o que esté en vías, por lo menos, de trascenderse. Primero, porque las protestas son ostensiblemente contra el Estado. Y segundo, porque ni esto ni nada—según esta gramática—podrá jamás redimir la piel blanca.

Pero eso mismo—en sí—es racismo.

Como dice Coleman Hughes, si no hemos de repudiar todo lo enseñado por el Movimiento de Derechos Civiles y por Martin Luther King—a saber, que el color de tu piel no expresa tu valor—habremos entonces de confesar que quien exija al blanco redimir su piel, y luego (¡para colmo!) desaire su esfuerzo por redimirla, será un racista al cuadrado. Y un agricultor del racismo, pues cosecha con ello que algunos blancos se entreguen, derrotados, al auto odio, y que otros, igualmente derrotados, se dejen seducir por la extrema derecha, gravitando hacia el supremacismo blanco.

Peligro. Esto es una emergencia social. Hay mucho que hacer. Y lo primero es entender.

Existe ya buen trabajo (dos ejemplos: 1 y 2) trazando los problemas lógicos y morales de la política de identidades a sus raíces académicas (marxismo, posestructuralismo, deconstruccionismo, posmodernismo, feminismo cuarta ola, teoría crítica de justicia social, teoría crítica de raza, teoría de interseccionalidad, etc.). Pero ¿de qué nos sirve? La gramática de identidades ha escapado ya su jaula académica para empapar toda la cultura, poseyendo a la gente de a pie sin que lo entiendan, ordenando ideas y comportamientos. Entonces, lo que urge es un asidero antropológico: mejor teoría sobre cómo diversas fuerzas selectivas, operando en la cultura en escalas históricas, articulan y editan nuestras gramáticas funcionales, para luego aplicar ese conocimiento al proceso literalmente pedestre y contestar: ¿cómo se juega, con la gente de a pie, esta gramática de identidades?

A continuación, una primera aproximación.

Fotografìa: Buenos dìas Nebraska.

La gramática de identidades—erigida sobre la ‘culpa blanca’—

Érase una vez en EEUU que la Segunda Guerra Mundial se hacía borrosa, ya, en el espejo retrovisor, y la izquierda marxista pudo ver muy nítido, en cambio, el problema estructural que tenía por delante: el progreso económico de las clases trabajadoras, levantadas por la economía de mercado, eliminaba las condiciones objetivas para una sabrosa lucha de clases. Así lo plasmó Tom Wolfe:

“… El término ‘clase trabajadora’ se dejaba de usar en Estados Unidos, y ‘proletariado’ era tan obsoleto ya que solo unos cuantos marxistas amargados con pelo de alambre asomando de las orejas lo conocían. La vida de un electricista, mecánico de acondicionadores, o reparador de alarmas hubiese hecho pestañear al Rey Sol [Luis XIV]. Pasaba sus vacaciones en Puerto Vallarta, Barbados, o St. Kitts. Antes de la cena estaría en la terraza de un hotel con su tercera esposa, abriendo su guayabera para dejar centellear las cadenas de oro en su greña pectoral. Se habrían pedido un agua mineral de Quibel, del Estado de West Virginia, porque las europeas de Perrier y San Pellegrino, antes muy favorecidas, las sentían ahora un tanto corrientes… Consumaban así los sueños de… [los] utopistas socialistas del siglo XIX, del día en que el trabajador común tendría las libertades políticas y personales, el tiempo libre, y los medios para expresase como quisiera, haciendo florecer todo su potencial…”

¿Qué hacer entonces con el marxismo? ¿Enterrarlo? ¿Y de qué come entonces un marxista? No. Había que descubrir una nueva opresión; politizar—vestir de víctima—otras identidades sociales, clamar por justicia, y reanudar el conflicto. Entró en escena, entonces, a finales de los años 1960, la Nueva Izquierda.

En su presentación mediática, la nueva estrategia tomó al principio una forma engañosamente benigna: multiculturalismo. Esto vino a reemplazar el anterior ideal gringo—desconocido ahora, quizá, por las nuevas generaciones—que pedía estrechar lazos allende fronteras nacionales, étnicas, y raciales para confundirse en la fundidora (melting pot) y verter para todos una identidad nueva. No, no, no, eso no, dijeron ahora. ¡Semejante error! Dicha fusión, insistieron, no es esperanzadora sino opresiva, pues aplasta la diversidad, el principio más importante. Había que proliferar y nutrir todas las identidades, todas preciosas, orgullosas, en respeto y tolerancia.

Eso de respeto y tolerancia sonaba bien—buena mercadotecnia—. Pero lo que hacían en la universidad estos emprendedores de Nueva Izquierda era envolver las identidades tribales de sus alumnos en paños de agravio histórico, haciendo hervir resentimientos y denuncias: aquellos conatos de conflicto que precisaban los marxistas.

Cabe aquí la siguiente pregunta: Siendo que los rectores sirven a los trustees, representantes de los grandes intereses capitalistas en la universidad, ¿por qué tanto apoyo para estos emprendedores marxistas? Un misterio. Pero con el poder que adquirieron, dichos marxistas proliferaron ‘estudios de agravio’ (grievance studies) en las ciencias sociales y humanidades, y luego licenciaturas, maestrías, y doctorados, anclados todos en el ‘defensismo vengativo’ (vindictive protectiviness), como lo llaman Lukianoff & Haidt. O quizá quede mejor ‘victimismo agresivo,’ pues sus promotores querían una paradoja: convertir el grito de ‘¡Soy víctima!’ en un arma temible y poderosa.

Pero ¿eso funciona? Sí, porque la revolución de Martin Luther King había operado un cambio profundo en muchos estadounidenses; ansiosos ahora de comunicar su nueva tolerancia y redimirse con reparaciones simbólicas, estaban muy receptivos al reclamo de quien se ostenta víctima. Esta nueva ecología emocional exhibía, en sus superficies, los brotes y valles justos para la adhesión del virus ideológico de Nueva Izquierda. Y fue así—aprovechando las buenas intenciones—como invadió al cuerpo social la nueva gramática.

Opera de la siguiente manera.

Karl Marx
Fotografía: Peter Schalchli (Dialektika).

Primero, sustituimos lucha de clases con conflicto racial. El término ‘gente de color’ (people of color), que alguna vez quiso decir ‘negros,’ se redefine para excluir y aislar a los blancos, agrupando a todos menos a ellos, declarando así dos ‘clases’: oprimido (de color) y opresor (blanco).

No estamos hablando, ojo, del blanco que pone su dedo en el botón nuclear, sino de cualquier blanco de a pie, aunque no tenga un peso, aunque no haya vulnerado jamás a persona alguna, aunque quiera ser amigo y se declare antirracista y apoye las protestas. Aunque se llame Patrick Harrington y ponga baños género-neutrales y promueva dulzura. No importa. Será Señor del Patriarcado pues su piel es ‘privilegio’ y eso lo condena.

Dicha condena, bien asimilada por el blanco tolerante de a pie, es su ‘culpa blanca’ (white guilt), que busca redimir con intención sincera. Pero ¿quién habrá de poner manos sobre su cabeza y pronunciar el fallo? Dan paso adelante los voceros autodesignados: la vanguardia de agravio. Es aquí, en esta relación, donde el penitente blanco otorga al activista woke un poder social de absolución, que se articula el eslabón clave de la gramática funcional de identidades.

Y empieza el abuso.

Inicia un proceso ostensiblemente benigno: reformas al habla para evitar una posible ofensa (corrección política). Pero este nuevo marxismo que nos expropia el habla no descansa, mutando a diario las reglas para tropezar al blanco en pos de redención. Lo acostumbran a estar siempre mal, a siempre pedir perdón, a una perpetua expiación.

Pronto, buscará un refugio.

¿Con qué abrigarse? Con alguna nueva definición de víctima, si puede. Pues en este juego el poder emana, paradójicamente, de tu presunta subyugación y el decibel de tu denuncia. Floreciendo a diestra y siniestra nuevas categorías de víctima, las demandas de reparación simbólica se multiplican, acentúan, combinan, y enfrentan: interseccionalidad.

Otro recurso es el de varias celebridades: responden o se adelantan a la denuncia, acusándose a sí mismos cual histriónicos flagelantes, confesando en público pecados anteriores y actitudes ‘incorrectas’ todavía por expurgar.

Pero el mejor refugio será unirse a la vanguardia de agravio: ser guerrero de justicia social (social justice warrior), profesionalmente ofendido, denunciando racismo a diestra y siniestra. Ante tal ferocidad, ¿quién osará acusarlo?

Se ofende, primero, para brillar; y después, para sobrevivir, pues regresa la sospecha para quien se ofenda un tanto menos. Se produce, en efecto, una ‘carrera armamentista’ en cuya escalación perpetua los activistas, un ojo al gato y otro al garabato, pronto agotan las jugadas obvias y se ven forzados a buscar nuevas fronteras de resentimiento y agravio: micro agresiones. ¿Qué son? Lo que imperiosamente alegue un propenso a ofenderse que esté ofensivamente implícito, por remoto que parezca, en lo dicho.

ignoring racism
Imagen: NBC News.

Y llegamos al absurdo: pues a menudo ya no saben, bien a bien, ni por qué se ofenden. Pero entienden—eso sí—que es imperativo siempre ofenderse de algo.

No apareció de la nada, ni fue inmediato—esto lleva décadas armándose—. Los antropólogos veteranos, todavía científicos, lo vimos crecer y denunciamos asombrados, impotentes, cómo el marxismo expropiaba a la ciencia social para crear conflicto. Nuestros jóvenes no vieron nada. Son jóvenes: nacieron ayer, en un mundo empapado ya de esta gramática que absorbieron como hacen con el lenguaje y que hablan con igual maestría. Pero si bien expertos en su aplicación intuitiva, son ajenos al poder que tiene esta gramática para ordenar sus pensamientos y valores, pues su propia maestría, como dijimos, se los oculta. Así, con total naturalidad, se cultiva el etnocentrismo, que en esta versión es contra sus papás, extranjeros de un país atávico lleno de viejos tercos cuyos pensamientos y valores ‘incorrectos’ entorpecen el amanecer de un nuevo orden moral.

Hay que ponerle atención a esto: los chavos quieren hacer el bien. Quieren emanciparse de sus papás y avanzar el progreso moral. Como hicimos nosotros. Como hicieron nuestros papás. ¡Y nuestros abuelos! Y seguro sí tienen cosas que enseñarnos. Pero una gramática torcida pavimenta, con las buenas intenciones, el camino al infierno. Pues aquí, quien no se cuadre—y totalmente—será ‘enemigo,’ y además malvado (presunto racista). No cabe, en esta lógica, tregua, negociación, o diálogo. Sólo cabe la denuncia.

Y eso tiene su consecuencia. Pues quien supone racismo en todos lados, en todos lados se lo encuentra, y así, los activistas woke terminan por devorarse, inclusive, unos a otros. Ya nadie sabe—ni la vanguardia de agravio—qué es ‘correcto.’ Ya todos temen hablar, pues todo se denuncia.

(Cualquier parecido con el totalitarismo comunista o fascista es mera coincidencia.)

Los más movilizados imaginan que liderar la denuncia los hace fuertes. Pero esto es un timo. Pues deben primero—por gramática—definirse ‘víctimas,’ y eso los debilita. Todos lo sabemos: si el bebé da un simple sentón, déjalo y se levanta sin drama; pero corre histérico a consolarlo y enseguida llora. ¿Quieres cosechar berrinches? Haz siempre lo último.

Así—precisamente así—es como infantilizan los administradores universitarios a sus alumnos. Son ‘mamá helicóptero’ y corren al menor suspiro woke a publicar disculpas y estándares, creando ‘espacios seguros’ para mimar a las víctimas vocacionales, ‘oprimidas’ por la expresión de una simple idea. Y censuran y despiden profesores en la esperanza de emitir una señal virtuosa que baste para ahuyentar la furia de masas. Porque están duros los berrinches… No han faltado, inclusive, brotes de violencia física (ver aquí y aquí) para barrer del campus cualquier expresión que pudiera contrariar el dogma de agravio, siempre en evolución: cancel culture.

Esto es bullying.

Todo ser humano en franco desvío de una gramática establecida es fácilmente avergonzado y presionado. Pero especialmente ahora. Pues las redes sociales, en los últimos quince años, han azotado de un palmazo, hasta el cero, el costo de acosar e intimidar en masa a un semejante. Y así la política de identidades, en este periodo, cual universo que estalla de su punto singular, se ha tragado entero a nuestro vecino del norte.

Locura.

Y digo bien. Pues empujada hasta su límite, la política de identidades termina por explicitar—ya sin vergüenza—el significado meta de su gramática funcional:

“Estoy diciendo que … todos los blancos son racistas.”

¿Que qué? Así, tal cual. La cita es de Robin DiAngelo, de su bestseller White Fragility (Fragilidad Blanca). ¿Y en qué radica dicha “fragilidad blanca”? En la dificultad que tienen los blancos de aceptar que “la blancura” (así se expresa ella) es algo malo, intrínsicamente racista. Hemos visto arriba el efecto de esta teoría, pues Davidia Turner, quien destruyera a Patrick Harrington, ha podido ver, en la tristeza y lágrimas de un blanco, un arma racista de “la blancura” (así se expresa también).

Robin DiAngelo

Y es que DiAngelo es muy influyente. Instituciones varias la contratan para que entrene a sus empleados a ver el mundo así. Y le pagan sumas exorbitantes. Con 7 horas de trabajo supera “el ingreso medio anual de las familias negras” (y una llamada telefónica te la cobra en USD $320 la hora). Semejante lucro no es ajeno al color de su piel: blanca. Vaya privilegio. Entre sus clientes están Amazon, la Fundación Bill & Melinda Gates, el Hollywood Writer’s Guild, la YMCA, las escuelas públicas de Seattle, y la ciudad de Oakland, por nombrar algunos.

Pero no estamos perdidos—no todavía—.

Cierto, en la página de Amazon el 76% de las reseñas otorgan cinco estrellas al libro de DiAngelo. Pero miremos más de cerca. Amazon también permite a los usuarios calificar esas reseñas. La mejor calificada es un ataque contra el libro que lo batea con una estrella. Y los usuarios prefieren dicho ataque—4 contra 1—a cualquier reseña adulatoria de cinco estrellas. Las reseñas mejor calificadas son todas ataques de una sola estrella.

Amazon también permite que los usuarios se comuniquen poniendo comentarios debajo de las reseñas. Las reseñas de cinco estrellas desbordan de comentarios negativos de gente que lo dice bien clarito: este libro vende racismo antiblancos y es una traición al legado de Martin Luther King.

La política de identidades, parece ser, apalanca la ignorancia pluralística: la mayoría de los estadounidenses no están (todavía) de acuerdo con ella, pero no saben que son una mayoría silenciosa.

¡Párense! ¡Levanten la voz! ¡Que los cuenten!

Porque si esta gramática convence a los blancos de que no hay redención, habrá más auto odio, por un lado, y más debilidad por el supremacismo blanco, por el otro. Los dos extremos, izquierda y derecha, se alimentarán mutuamente y engullirán el espació intermedio. Será una elección entre dos totalitarismos, cada cual racista.

¿Viene una guerra civil?

Me tomo esta pregunta en serio porque lo está prediciendo Bret Weinstein, un teórico evolutivo brillante, autor del reserve-capacity hypothesis, que se ha convertido en profeta de nuestro cambio cultural. Sí es muy listo pero también es cierto que lo ve todo muy de cerca, pues él protagonizó el punto de inflexión de 2017. Las cosas venían rápido ya, pero ese año, alrededor de él, se aceleraron que da vértigo.

Bret Weinstein
Bret Weinstein (Fotografía: Epiphany a Week).

El profesor Weinstein, quien años atrás defendió heroicamente, en sus días de universitario, a las estudiantes negras abusadas por bullies blancos de las fraternidades de UPENN, y cuya piel resulta ser blanca, fue acusado por los activistas woke de Evergreen College, donde enseñaba, de ser un nazi (Weinstein es judío), amenazado con violencia, y luego corrido de la escuela (con la cooperación tácita del rector). Todo porque no estuvo de acuerdo con el Día de Ausencia.

El Día de Ausencia: una presunta celebración de la diversidad donde los “alumnos, empleados, y profesores blancos [fueron] invitados a irse del campus y no participar en las actividades del día.” Eso, señaló Weinstein, es racismo antiblancos. Pero no puedes decirle eso a los guerreros de justicia social, porque estamos en plena inversión orwelliana.

La guerra es la paz, la libertad es la esclavitud, los racistas son antirracistas…

Weinstein nos advirtió que su experiencia pronto sería normal, que se venía una ola de esto. Tuvo razón. Ahí está Patrick Harrington. Y muchos otros. Debimos haberle escuchado. Ahora está diciendo que se viene una guerra civil. O quizá no, dice, pero “Desconozco el nombre de la fuerza que la estorbaría.”

En el clima presente, con violencia callejera en varias ciudades estadounidenses y la policía en retirada, no es precisamente impensable que un día, en algún lugar, algún blanco claramente inocente será muerto, sin ambages, por ser blanco. Y entonces, ¿qué? ¿Cómo reaccionarán los verdaderos supremacistas blancos? ¿Y cómo reaccionarán las masas de Black Lives Matter? Me pongo a temblar.

“Nuestro mañana es el hijo de nuestro hoy,” escribió Octavia Butler, otro profeta. Hemos de trabajar hoy—urgentemente—para que los estadounidenses no se maten unos a otros. Ni tampoco nosotros, que importamos todas sus modas. Ésta es, ahora, nuestra más alta responsabilidad moral. Enseñemos Juárez: “El respeto al derecho ajeno es la paz.”

Hela ahí: la fuerza que estorbaría a una guerra civil.

Urge canalizar el antirracismo de izquierda en una dirección productiva

El racismo sistémico antinegros sí existe. Como bien dice Bret Weinstein (min. 13:40):

“Sabes, en las comunidades negras hay una percepción [del sistema]: ‘está sesgado específicamente en nuestra contra.’ ¿Y sabes qué? Sí lo está. Pero … no es porque el racismo sea ubicuo, ¿sabes?, dentro de cada cabeza blanca. … [Es] … una propiedad del sistema.”

racismo blancos y negros
Imagen: Cleon Peterson.

Se refiere Weinstein al sistema institucional. Tiene razón. Fue un representante del Estado—y no una turba de linchamiento—quien mató a George Floyd.

¿Y por qué dio lugar una ofensa trivial y no violenta—un billete falso con valor USD $20—a la muerte de este hombre? Porque en EEUU, las relaciones de la policía con los negros están siempre atascadas de tensiones. ¿Y por qué? Porque la guerra contra las drogas ha parido una cultura de violencia en los barrios de las minorías.

¿Y por qué hay guerra contra las drogas? Porque el Estado ha criminalizado la digestión y la respiración.

¿Qué tiene que andar haciendo el Estado diciéndome a mí qué puedo comer o respirar? Es aquí, en este ataque frontal contra la soberanía personal, contra el señorío de mi cuerpo, que el racismo sistémico asoma la cara como política de Estado. Pues dichas políticas afrentan sobre todo contra las minorías.

El régimen de prohibición (ya lo sabemos) en nada reduce la demanda de drogas. Emerge entonces un mercado negro donde los productores y distribuidores ilegales, que no pueden ampararse en el Estado para hacer valer sus contratos, imponen sus términos con violencia desregulada. ¿Dónde? Pues donde los chavos sin mejores opciones, a quienes pueden reclutar, y donde la gente sin recursos privados para autodefensa, a quienes pueden amedrentar, están de oferta: los barrios pobres, abundantemente negros.

Estos barrios, por ende, se infestan de violencia.

¿Cuál es la consecuencia? “La criminalización de la posesión de drogas es, por mucho, el principal motivador de arrestos en Estados Unidos.” Contando nada más los arrestos por posesión para uso, estamos hablando de 1.4 millones de arrestos al año. Y esto le pega sobre todo a los negros, dice la Drug Policy Foundation:

“Es tres veces más probable que un negro sea arrestado por posesión [de drogas] para consumo que un blanco … Y el efecto en cascada para las familias y las comunidades es devastador. … Puede llamarse una forma de opresión sistémica.”

Sí—sí puede—.

En algún momento de su vida, uno de cada tres varones negros irá a prisión (comparado con uno de cada diecisiete varones blancos). Gracias, en parte, a que los negros son excluidos de los jurados, el Estado encarcela adultos negros, per cápita, seis veces más seguido que a los blancos, y los hombres negros reciben condenas bastante más largas por los mismos crímenes. “En algunas ciudades,” escribe Michelle Alexander (p.11) en The New Jim Crow, “más de la mitad de todos los adultos jóvenes negros están bajo control correccional.” Más … de … la … mitad.

Es verdad: la guerra contra las drogas es el nuevo Jim Crow. También es la nueva esclavitud: hay más hombres negros en prisión hoy de los que había esclavizados en 1850.

¿Qué tal eso para indignación y furia? Si vamos a gritar en las calles, gritemos esto, en el Norte y en el Sur: SOMOS CIUDADANOS OCCIDENTALES. NO SOMOS ESCLAVOS. RECHAZAMOS EL RÉGIMEN DE PROHIBICIÓN.

¿Quién habrá de liderarnos?

La libertad de expresión está muriendo; nos urge libertarismo. Es fuerte en el intellectual dark web (‘la red oscura intelectual’), bautizada así por Eric Weinstein, hermano de Bret.

Estos intelectuales Gen X, criados cuando la política de identidades no lo había inundado todo, están abriendo canales de comunicación con los millenials y para abajo. Ahí están con podcasts, conferencias y artículos, y un público enorme: Joe Rogan, Karlyn Borysenko, Sam Harris, Zuby, Douglas Murray, Dave Rubin, Helen Pluckrose, Jordan Peterson, Coleman Hughes, Jonathan Haidt, los dos Weinsteins y muchos otros.

Y estamos tú y yo.

Pues “aquellos a quienes esperábamos,” como dicen los Hopi Elders, “somos nosotros mismos.”

¡Alza tu voz! No importa el color. Regrésate a King.


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De elecciones y huracanes

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Estas dos primeras semanas de noviembre nuestra región ha sido marcada por dos eventos inéditos: uno de naturaleza política, por las elecciones desarrolladas en Estados Unidos el martes 3 de noviembre en donde por primera vez en muchos años un presidente en funciones no repite segundo periodo; por otra parte, la irrupción en suelo centroamericano –pero también en países del caribe y estados como Florida– del huracán “Eta”, que de acuerdo a la mexicana Comisión Nacional del Agua (Conagua), se formó en el mar Caribe, cerca de Quintana Roo.

En el primer tema Donald Trump mantiene bloqueado un proceso “natural” de transición en la unión americana; en el segundo tópico, el fenómeno climatológico degradado a tormenta tropical ha dejado secuelas concretas de desesperanza que han venido a “remarcar” la vulnerabilidad social, ya de por sí debilitada in extremis debido a los efectos económico-sanitarios provocados por la COVID-19.

elecciones y huracanes
Imagen: Axios.

En uno u otro escenario parece inaudito lo que estamos observando. En cuanto a la actividad electoral extendida por varias semanas en Estados Unidos debido a la pandemia provocada por el coronavirus, el actual dignatario estadounidense ha “roto” los protocolos que rigen la vida democrática de esa nación norteamericana al no reconocer la evidente victoria de Joe Biden, quien ya el sábado 7 sobrepasaba los 270 votos electorales necesarios para “regresar” a la Casa Blanca, pero ya como presidente y con vicepresidenta femenina por vez primera, Kamala Harris. Donald Trump argumenta un “fraude electoral”, aunque no presenta hasta el momento pruebas irrefutables sobre el particular.

Al respecto, autoridades de la Agencia de Seguridad de Infraestructura y Ciberseguridad (CISA por sus siglas en inglés) y en un documento de reciente dominio público han desvirtuado cualquier posibilidad de “manipulación” de los comicios, y al contrario han dejado entrever que este torneo electoral ha sido “el más seguro” en la historia de la nación.  

Por otra parte, la reciente actividad metrológica, nos recuerda que –en casos particulares como el de Honduras, por ejemplo, después de la destrucción causada por “Mitch” en 1998– aún no se ha delimitado e “intervenido” integralmente aquellas zonas más susceptibles de sufrir los embates de la “madre naturaleza”, lo cual ha sido palpable a través del inagotable conjunto de imágenes sobre la devastación. Mientras tanto, este jueves 12 se cierne “amenazante” sobre el horizonte de países centroamericanos el huracán “Iota”, cuando todavía se resiente los efectos provocados por “Eta”.

Bajo mi punto de vista, en ambos acontecimientos prevalece una asimetría en cuanto a la gestión de los asuntos públicos, pues son generalmente los ciudadanos “de a pie” quienes sufren las consecuencias de los desacuerdos de líderes políticos. Ejemplo de ello, la marcada y profunda polarización en la sociedad estadounidense impulsada por el entorno trumpista, en cuyas mentes solo cabe el país que ellos conciben, razón por la cual han sistematizado la discrepancia y atacado toda oposición a sus ideales.

Imagen: País Digital.

Por otro lado, la falta de verdaderas políticas de infraestructura territorial apoyados en la ingeniería moderna y la sustentabilidad medioambiental ha propiciado que masas humanas se asienten en lugares inhabitables, producto de la fragilidad territorial en la que se establecen. Esto evidentemente ha venido reflejando una crisis habitacional en nuestros países y se ha agravado debido a la explosión demográfica y la precariedad del mercado laboral que se caracteriza por la sobrevivencia en muchos casos.

En definitiva, los eventos electorales requieren de una mayor consolidación de lo que podría llamarse una “ética política individual”, en donde cada figura política en verdad se vea supeditada a los intereses globales, y que surja una cooperación en la mejora de los procesos de resiliencia ante fenómenos como la prevención, contención y respuesta a situaciones climatológicas adversas que, por cierto –y no podemos obviar algo tan evidente–, se han agravado en las últimas décadas con la entrada en escena en la dialéctica público-privada del concepto “cambio climático”.

Posdata: A propósito, Joe Biden, presidente electo de Estados Unidos, ha dejado clara su postura –como una de las primeras acciones–, de reinstalar su país en el Acuerdo de París, para reoxigenar la lucha contra el cambio climático. 


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