El principio es sencillo. Se trata de hacer una equivalencia. En la forma de razonar. En la manera de resolver el problema. En la concepción del procedimiento.
Parece sencillo hacer llegar un objeto de un punto a otro. Alguien envía. Alguien Transporta. Alguien recibe.
Controlar las rutas. Calcular el tiempo. Controlar cómo pasa de unas manos a otras, requiere, sin embargo, más que buena intención, e incluso, más que lápiz, papel y la versión más reciente del Excel.
En lo que se ha dado en llamar la “Internet física” se lleva a cabo un proyecto de investigación que pretende hacer converger eficiencia y sustentabilidad en la manera cómo las cosas son llevadas de un lugar a otro.
La pandemia ha venido a acelerar lo que era ya una tendencia acelerada de movimiento de paquetes, mercancías y toda clase de objetos de un punto a otro del planeta.
Las cantidades de cajas, sobres, envíos, que a diario se desplazan en el mundo globalizado son simplemente estratosféricas.
A lo largo de 2019, por ejemplo, sólo por lo que toca a Amazon, la empresa de Jeff Bezos reportó haber entregado tres mil quinientos millones de paquetes.
Ocho años antes, en 2011, la misma Amazon, había reportado, en todo el año, un total de 680 millones de paquetes entregados; el crecimiento en el periodo fue notable.
Y si ya el panorama pintaba para seguir creciendo, la pandemia simplemente volvió exponencial los servicios de Courier, como también se les denomina.
En julio de 2020, Amazon informó haber hecho llegar, solo en ese mes, 480 millones de paquetes. Es decir, en 30 días movió el 42% de todo cuanto reportó en 2011.
Aun antes de que el coronavirus recluyera a las personas en sus casas e impulsara el comercio digital como nunca antes, las predicciones eran ya astronómicas.
En 2019, el cálculo era que para 2022 Amazon entregaría, a través de su propia empresa, además, la friolera de 6 mil millones de paquetes, seguida de los 5 mil que estaría moviendo UPS y los 3,400 de FedEx.
Los 6 mil millones que se esperaban para 2022 fueron alcanzados por UPS en 2020, dos años antes. Cuando el gigante logístico entregó un promedio de 21 millones de paquetes al día.
Se llama logística y es para nuestro tiempo, al modo que Pascal gustaba en proclamar, la palanca que mueve al mundo.
El desarrollo de la logística implica, por tanto, más que la simple cadena que traslada mercancías o de un punto a otro.
Las conexiones que una adecuada logística tiene con el medio ambiente, las formas de organización del trabajo, la evolución de los combustibles, entre otras cosas, constituyen un vasto y complejo entramado.
Sorprendería, por ejemplo, saber que en un número muy alto, los camiones que parten con mercancía no van llenos o retornan vacíos.
El responsable del proyecto Internet física, el Dr. Kostas Zavitsas, del Imperial College Business of London, señala categórico: “Una tasa de llenado más alta tendría un impacto en los costos y las emisiones y crearía un sistema mucho más sostenible”.
El principio de la investigación, cuenta Zavitsas, fue relativamente simple. “Comenzó con la idea de que podemos mover la carga de la misma manera que los datos se mueven en Internet”.
En ese sentido, el paso decisivo será, en este como en muchos otros casos, la capacidad que el mundo tenga para digitalizar la información disponible.
El análisis de datos, de nueva cuenta, como en tantos otros ámbitos del presente digital, se impone sobre decisiones que aun a estas alturas se toman de manera intuitiva, inercial o personal.
Al explicar el proyecto, Zavitsas dice: “La idea es que cada elemento de la red cuente con un gemelo digital que se pueda actualizar con detalles relevantes, como cuánto espacio hay disponible en un almacén o los horarios de los diferentes modos de transporte”.
Instalar sensores, estandarizar formas de identificar productos, homogenizar las dimensiones de empaque, entre otros pasos, conforman la cadena de cuestiones a tomar en consideración hacia la Internet física.
La información que las compañías sean capaces de generar, procesar y compartir, serían la base, enumera el académico, para tomar esos datos y que “un algoritmo centralizado enrute un contenedor de manera óptima”.
Dos elementos, prototípicos del mundo contemporáneo sobresalen: el peso de la descentralización y el valor de una cultura colaborativa.
Actualmente, por ejemplo, un producto sale de un punto de distribución primario hacia el punto de venta. La Internet física posibilitaría descentralizar el almacenaje y, con ello, acercar los productos al consumidor.
“Al final, es una actividad colaborativa y también una situación de ingresos colaborativos que es nueva para muchos operadores comerciales”, subraya Marcel Huschebeck, que forma parte del PTV Group, de Alemania, participante de la investigación.
En la capacidad para pensar de modo complejo problemas que son a su vez complejos, estriba una parte cada vez mayor del éxito de cada operación. Incluso cuando, como en Caperucita roja, lo que hay que hacer llegar de un punto a otro parece cualquier cosa.
Incluso.
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