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¿Combate al sexismo la reforma del castellano?

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Estimados y estimadas, miembros y miembras del cuerpo leedor… Se habrán ido acostumbrando ya a estas formulitas, llamadas ‘dobletes,’ francos monstruos lingüísticos carentes de cualquier poesía o economía, pero cargados, nos dicen, de virtud feminista, pues corrigen una presunta ‘desigualdad de género’ inherente en el castellano, lengua que, se alega, excluye a las mujeres en la construcción de sus plurales.

La Real Academia Española y una gran manada mayoritaria de lingüistas, si bien reconocen que el sexismo se expresa en ocasiones a través del lenguaje, niegan categóricamente que los plurales tradicionales castellanos excluyan a las mujeres. Y han expresado su inconformidad con las guías institucionales que, bajo presión social, han proliferado en los últimos años para exhortarnos al uso de dobletes y otros adefesios ‒elaborados, dicho sea de paso, sin la participación de un solo lingüista‒.

Como señala Ignacio Bosque, un profesional de la Real Academia Española, los redactores de estas guías consideran que “no corresponde a los lingüistas determinar si los usos verbales de los hispanohablantes son o no sexistas”; por el contrario, para estos motivadísimos legos “el criterio… será la conciencia social de las mujeres o, simplemente, de los ciudadanos contrarios a la discriminación.”

Pero los “ciudadanos contrarios a la discriminación” no somos una masa homogénea; sería más correcto atribuir las nuevas puntualidades a un minoritario pero ruidoso feminismo radical que se yergue arrogante sobre el lenguaje y ve abajados a políticos, burócratas, y periodistas ‒de intenciones, estos últimos, menos buenas que buenistas‒. Pues muy urgidos se ven, nuestros mentados ‘líderes,’ de apaciguar el outrage culture que celoso patrulla los perímetros de la nueva corrección. Y saludan todos a su nuevo jefe quien ‒¡Oh paradoja!‒ se ve siempre más poderoso cuan más campanudamente se ostente ‘la víctima.’

Victimización del lenguaje.
Ilustración: elgatoylacaja.com.

Aclaro ‒o me acusarán después de haberlo negado‒ que sexismo y discriminación desde luego existen en nuestras sociedades hispanoparlantes. Y es loable, démoslo por descontado, querer combatirles. Pero no es menos loable combatir las enfermedades y, sin embargo, no pedimos a la madre de un niño enfermo ‒aunque en todo el universo no haya persona más interesada en su salud‒ que haga ella misma el diagnóstico y aplique un tratamiento; eso toca al especialista.

Suponiendo entonces sin conceder que los más preocupados por el sexismo fuesen los feministas radicales (nótese el plural inclusivo, pues hay hombres feministas), no habría de corresponderles a ellos, de todas formas, identificar las manifestaciones del sexismo en el castellano, pues carecen de conocimientos técnicos. Dicha tarea compete a los especialistas de nuestra dulce y musical lengua cervantina. Pero estos últimos, si bien esgrimen argumentos impecables, no siempre atinan a comunicar con el lego. Me permito, entonces, desde la hermana disciplina de la antropología, extenderles una mano.

El asunto por comunicar es éste: el género gramatical y el género sexual no son la misma cosa. Por eso el buruchasquio, idioma de Pakistán, puede tener cuatro géneros distintos sin importar que entre los buruchasquioparlantes, como entre nosotros, no haya más que dos sexos. Y aviso que los dos géneros gramaticales que, en exceso sobre el castellano, presume el buruchasquio, no se refieren a géneros de personas con actividad y/o preferencia y/o identificación sexual ‘no binaria.’ En absoluto: nada que ver con eso. Dichos géneros adicionales marcan, el primero, animales y sustantivos numerables, y el segundo, todo lo siguiente: objetos inanimados, sustantivos no numerables, sustantivos abstractos, y sustantivos fluidos.

Hay idiomas con más géneros gramaticales todavía. El checheno (Cáucaso) tiene seis. El canarés (India), nueve. El shona (Sudáfrica), veinte. Y el tuyuca (Amazonia), de cincuenta a ciento cuarenta. Sobra decir que los habitantes de Amazonia no se dividen en ciento cuarenta géneros sexuales. También existen idiomas, como el inglés, y familias enteras de ellos, como la austronesia, la túrquica, y la urálica, que no poseen género gramatical; pero puedo asegurarles, sin haber aplicado el examen médico, que estos hablantes no carecen de sexo.

Lenguaje inclusivo.
Imagen: proZesa.

¿Qué cosa es el género gramatical? Ciertas comunidades de hablantes han sentido la necesidad de agrupar a los sustantivos en categorías que se marcan gramaticalmente. Pero dichas necesidades serán distintas aquí y allá, y por eso no vemos ni el mismo número, ni el mismo tipo de géneros gramaticales en todos los idiomas. En el castellano, por razones que para mi son misteriosas, los sustantivos se dividen en dos grandes categorías que llamamos ‘masculino’ y ‘femenino’ (anteriormente teníamos también un género llamado ‘neutro,’ ahora perdido). Pero nada tiene esto que ver con el sexo, y por eso ningún hispanoparlante le busca el pene a ‘un banco,’ o la vagina a ‘una silla,’ aunque digamos por costumbre que el primero tiene género gramatical ‘masculino’ y el segundo ‘femenino.’

Dicha costumbre es una simple muletilla nominal, consecuencia de extender, por un lado, el nombre ‘masculino’ a los sustantivos no sexuales (ej., ‘banco’) que en su referencia utilizan el mismo género gramatical que usamos para los hombres con penes; y de extender, por el otro lado, el nombre ‘femenino’ a los sustantivos no sexuales (ej., ‘silla’) que en su referencia utilizan el mismo género gramatical que usamos para las mujeres con vaginas. Si bien dichas extensiones resultan nominalmente prácticas para el lingüista (de menos en sociedades sin feministas radicales), no pueden afectar la estructura del universo porque las palabras no tienen poderes mágicos ‒el nombre de una cosa no afecta su naturaleza‒. Luego entonces, dotar a un género gramatical con el nombre ‘masculino’ y a otro con el nombre ‘femenino’ no les impone una realidad sexual.

Podrá apreciarse mejor este punto haciendo un experimento mental. Imaginemos una población hispanoparlante donde, por idiosincrasia cultural, la fascinación por artefactos de reposo supera el interés recreativo y reproductivo que suscitan penes y vaginas. En dicha cultura, los géneros gramaticales castellanos ‒hoy llamados ‘masculino’ y ‘femenino’‒ bien pudieron haber sido bautizados como ‘género banquino’ y ‘género sillino,’ Al denotar hombres, por ende, se emplearía el género banquino, y al denotar mujeres, el sillino ‒sin afectar, claro está, que hombres y mujeres continuaríamos siendo, irremediable y respectivamente, masculinos y femeninos, porque el género sexual es otra cosa‒.

Genero y lenguaje.
Imagen: Shutterstock.

Así pues, en resumen, la confusión de feministas radicales y de la población mal informada o doblegada por ellos radica en dos costumbres.

La primera costumbre nos ha heredado la misma ortografía ‒‘género’‒ para denotar, por un lado, al universo de categorías de personas distinguidas por la posesión de penes, vaginas, e identidades y preferencias sexuales particulares; y, por el otro lado, al universo de categorías de sustantivos distinguidos por la posesión de marcas gramaticales particulares. Usar ‘género’ para ambos universos sugiere a la mente que hay una relación fundamental entre ellos, pero se trata de una mera ilusión lingüística. Sería como suponer que un ‘banco’ de peces, el ‘banco’ donde guardo mi dinero, y el ‘banco’ en que me siento comparten una naturaleza fundamental; en absoluto: son cosas totalmente distintas que por azares de la historia se denotan con la misma ortografía.

La segunda costumbre, que colma la confusión generada por la primera, ha bautizado los géneros gramaticales castellanos con las etiquetas ‒‘masculino’ y ‘femenino’‒ que nombran a los géneros sexuales tradicionalmente reconocidos en el discurso normativo; es decir, los reconocidos, normativamente, antes de la proliferación del LGBTTQQIAAP, acrónimo que engloba lesbian, gay, bisexual, transgender, transexual, queer, questioning, intersex, asexual, ally, pansexual (y estamos atentos para añadir nuevos géneros sexuales y así aprovechar todas las letras del alfabeto).

Una vez asentado este punto en el entendimiento ‒que género gramatical y género sexual son cosas totalmente distintas‒ vemos que nada impide, en principio, que el género gramatical llamado ‘masculino’ denote a una mujer (ej., “esa señora es abogado”), ni tampoco, en principio, que el género gramatical llamado ‘femenino’ denote a un hombre (ej., “este hombre es una escoria”). Por eso una tradición histórica como el castellano puede estabilizar una asimetría denotativa en sus plurales, de tal suerte que ‘las profesoras’ sí excluye a los hombres mientras que ‘los profesores’ (salvo en contextos especiales) no excluye a las mujeres.

De hacer falta otra demostración, nos bastará aplicar con rigor la teoría radical feminista del castellano para verla reducida a su absurdo.

Uso de la e
Imagen: leedor.com.

Hemos visto muchas quejas contra el uso de ‘el hombre’ en referencia a la especie humana, y en esta frase ‒debo confesar‒ han hallado al mejor candidato para acusar al castellano de sexismo. Para darle salida se propone ‒sin hacer concesiones a las exigencias poéticas en contextos particulares‒ que usemos ‘el ser humano’ o ‘los humanos.’ ¿Soluciona el presunto problema? No. ‘El ser humano’ y ‘los humanos’ ambos llevan género gramatical ‘masculino.’ Entonces, si las mujeres están excluidas de ‘los profesores,’ la teoría feminista deberá afirmar, también, que están excluidas de ‘los humanos.’ Precisamos entonces de nuevas monstruosidades como ‘los humanos y las humanas,’ o ‘el y la ser humano,’ o ‘los y las humanos.’ ¿Les gusta? ¿O quizá prefieran ‘el y la ser humane’ y ‘los y las humanes’? ¿‘Les humanes’?

No se rían. Hace no mucho recibí una misiva institucional de una colaboradora y amiga que buscaba corregir la presunta ‘desigualdad de género’ castellana sustituyendo el tradicional ‘Estimados’ con este nuevo espantajo: ‘Estimades.’ Y más recientemente recibí, de un amigo, un mensaje dirigido a hombres y mujeres que comenzaba: “Estimadas todas.” Aquí tocamos fondo, pues mi amigo ha querido ‘solucionar’ un presunto sexismo que no aqueja al castellano imponiendo una fórmula que es sexista, pues “Estimadas todas” sí excluye a los hombres.

De hecho, para colmo de absurdo, si aplicamos la teoría radical feminista con rigor habremos de concluir que el castellano ha sido ‒y desde hace siglos‒ sexista ¡contra los hombres! ¿Por qué? Es un poco obvio: decimos ‘la persona’ y ‘las personas.’ La teoría radical feminista se ve obligada aquí a afirmar que, por tener género gramatical ‘femenino,’ estas frases excluyen a los hombres.

¿Y quién resulta más excluido de la especie? Si ponemos ‘humano’ en Google el resultado arroja 323 millones de páginas, mientras que con ‘persona’ son 1,520 millones. Es decir que la frecuencia de ‘humano’ es apenas un 20% de la frecuencia de ‘persona.’ Y se pone peor, porque por lo menos puede uno decir ‘humana’ en castellano, pero no podemos decir ‘persono.’ ¿Entonces, qué? ¿Reformamos el castellano? Las personas y los personos somos igualmente miembros y miembras de la especie.

Lenguaje sexualizado.
Imagen: ABC.es.

Si quieren echarse este clavado, porque pueden pronunciar frases como la anterior sin soltar una carcajada ni tampoco volver el estómago, prepárense entonces a reconocer que, además de ‘ingenieras,’ ‘arquitectas,’ y ‘abogadas’ (terminaciones que ya nos han ido recetando), habrán de ingresar en nuestra lengua los ‘periodistos’ ‘policíos,’ y ‘atletos.’ Porque los hombres ‒que nadie se atreva a negarlo‒ tenemos derechos, y no vamos a tolerar que el castellano nos excluya de ciertas profesiones. Qué diantre: somos personos.

Estos absurdos ponen de relieve que la lucha por reformar el castellano es una controversia importada del inglés. En el inglés sí puede defenderse que había un problema, algo que resolver, pues los sustantivos que tradicionalmente denotan profesiones incluían como sufijo la palabra ‘hombre’: man. Es el caso de fireman, mailman, journeyman, spokesman, etc. Y es cierto también que, hablando en tercera persona abstracta, en inglés se usaba siempre por defecto he, his y him, por no contar en el inglés con una forma neutra.

Pero estos no son problemas del castellano, donde jamás decimos ‘hombre fuego’ u ‘hombre correo’ para denotar a bomberos y carteros. Y además contamos con las formas neutras ‘quien,’ ‘su,’ ‘se,’ y ‘le.’ Por ejemplo, la oración inglesa He who defends an argument congratulates himself on those ideas which he finds convincing and meet with his approval, al traducirse al español se vuelve neutra y por lo tanto inclusiva: ‘Quien defiende un argumento se place en las ideas que le convencen y que son de su aprobación.’ Y los plurales castellanos, como ya asentamos arriba, tampoco excluyen a las mujeres. Entonces, en vez de estar siempre copiando las modas de los anglosajones, nos vendría bien cierta independencia cultural y dejarnos ya de tonterías.

Lenguaje inclusivo.
Imagen: Info Blanco sobre Negro.

Por desgracia no sobra decirlo, pero en lo anterior no hay argumento alguno para abandonar la lucha contra el sexismo. Todo lo contrario: hago una exhortación al feminismo efectivo.

Un defensor efectivo de las mujeres es, por ejemplo, mi amiga Rosi Orozco, al frente de la organización Comisión Unidos vs. Trata AC. Ella a diario pone el pellejo en riesgo dando batalla contra mafias que esclavizan a mujeres y niñas y las convierten en objetos de tráfico sexual. Le pregunté qué opina sobre los esfuerzos ‘feministas’ de reformar el lenguaje. Me dijo: “Los dobletes no darán como resultado una cultura en contra de la violencia que viven mujeres y niñas. Nuestra energía debe enfocarse en aquellas cosas que dan resultados y producen una transformación de la mentalidad y las acciones.”

Es decir que Rosi no anda por ahí con gestos buenistas gratuitos ‒que no socorren materialmente a mujer alguna‒ para lucir una estrella y ponerse a salvo de las crucifixiones públicas del outrage culture radical feminista. Prefiere hacer cosas que importan.

Peterson vs. Hitchens: ¿Puedes ser Ético sin Dios?

Lectura: 10 minutos

¿Por qué tanta basura en los medios de masa? Porque eso quiere la gente. O por lo menos eso nos han dicho siempre. Pero habría que revisar esa teoría. Pues ahora YouTube –que en contenidos de conversación no tiene barreras de entrada– ha demostrado que un pensador de calibre puede convertirse en súper estrella.

Estoy pensando en luminarias como Jordan Peterson, Ayaan Hirsi Ali, Sam Harris, Christopher Hitchens, Fareed Zakaria, Richard Dawkins, Joe Rogan, Ben Shapiro… No hace falta asentir en todo lo que dicen (yo tengo mis diferencias con cada uno) para reconocer que se comunican bien y que motivan debates sobre preguntas profundas y difíciles. Sus videos tienen a veces varios millones de visitas y conquistan dichas cifras rápido. Mucha gente quiere pensar. ¿Sería entonces que los grandes medios nos querían embrutecer?

En esta columna le haré un poco al árbitro, comentando las controversias que despiertan las nuevas súper estrellas filosóficas de YouTube. El objetivo es provocar a mi lector, llevar el debate al siguiente nivel. En fin, pensar.

Comienzo con un lance entre Jordan Peterson y Christopher Hitchens. Ellos nunca debatieron en vivo, pues Hitchens falleció en 2011, antes de que Peterson alcanzara su actual estatus de “rock star”. Pero alguien se dio a la tarea de citar, en esta esquina, fragmentos de Peterson, defensor de la importancia de la tradición judeocristiana, y en la otra esquina, fragmentos de Hitchens, “ateo radical” enemigo de cualquier creencia religiosa. El debate implícito lleva por título: “¿Puede un Ateo ser Ético sin Dios?”

Fiódor Dostoievski
Fiódor Dostoievski por Ilyá Glazunov, 1962.

Dicha pregunta es la que exploró Fiódor Dostoievski en Crimen y Castigo a través de su personaje Raskolnikoff, quien, suponiendo que Dios no existe, decide cometer un crimen –homicidio– para avanzar su “glorioso” futuro. Crimen y Castigo es el ancla de Peterson. “Dostoievski lo dijo muy claro,” afirma, “Si no hay Dios, o sea, si no hay un Valor Superior, digámoslo así, si no hay un Valor Trascendente, entonces puedes hacer lo que te venga en gana.” Sin Dios, no hay brújula ética, porque la razón –por sí sola– no la entrega.

“Por eso me frustro tanto con… los ateos radicales,” añade Peterson, “porque ellos parecen creer que toda vez que los humanos abandonen su anclaje en lo trascendente, el camino obvio hacia adelante es un racionalismo puro que automáticamente atribuye a otros un valor igual. Simplemente no lo entiendo. ¿Ellos creen que ése es el camino racional? ¿Qué demonios hay de irracional en querer obtener de cada uno de ustedes exactamente lo que yo quiera cuando yo quiera, cada segundo? ¿Eso por qué es irracional?”

Corte a una conversación de Hitchens con un cristiano. Éste le pregunta:

“Si Christopher Hitchens no cree en Dios… ¿de dónde adquiere sus nociones del Bien y del Mal? Usted ha contestado… que esta pregunta es en sí ofensiva, y ha rechazado ‘la insinuación agravante, espantosa, de que no puedo distinguir el Bien del Mal a menos que sea guiado por algo sobrenatural.’ ¿Por qué le parece ofensivo?”

“Porque me parece deshonroso para el espíritu humano, para nosotros, para Usted y para mí… decir… que sin una Dictadura Celestial que tuviera alguna influencia sobrenatural –cosa que, por cierto, aún no se ha establecido como algo que realmente exista, pero, vamos, que sin el supuesto de ella– no distinguiríamos el Bien del Mal”.

Como dijera alguna vez un campeón de polémica, “Si [en debate] alguien me dice que le ofendí, yo le digo: ‘Estoy esperando todavía que me des tu argumento.’ ” La cita es de Christopher Hitchens (min. 2:20). Le doy la razón: su dignidad exagerada –su honor ultrajado– no viene al caso. Lo que importa es la pregunta filosófica. Entonces, su interlocutor insiste: “Pero si no hay Dios –si no hay un terreno objetivo del Bien y del Mal– ¿de dónde deriva Usted su moralidad?”

Hitchens contesta: “…Nuestro conocimiento del Bien y del Mal es innato. La religión toma su moralidad de los humanos. (…) No creo que la evolución sepa siquiera que estoy aquí y no creo que el Big Bang se haya originado conmigo en mente. Me temo que no soy tan solipsista, egocéntrico, y arrogante como quisieran pintarme los religiosos. No creo que estos procesos me hayan tenido a mí en mente, o estén conscientes de mi presencia. Eso no me hace sentir que puedo hacer lo que me venga en gana. ¿Por qué no? No sé por qué no.”

¿La moralidad es innata? Dicho argumento sorprenderá a cualquier antropólogo, pues nuestra disciplina se fundó para contestar la pregunta: ¿Qué explica que en distintas culturas se inventen reglas tan variadas, y a veces perfectamente opuestas, de lo que está bien y lo que está mal? Por citar un ejemplo dramático, Hitchens no se comería a otro ser humano, pero sociedades caníbales las había. Si realmente hay una brújula innata para estas cosas, ésta es débil, pues no logra sobreponerse a las modas históricas que enraízan en cada lugar.

Christopher Hitchens
Christopher Hitchens publicado en la página web de The John Adams Institute.

Pero por esto mismo recomienda Hitchens, presuntamente, emanciparse de la religión: para liberar la intuición innata y poder ser buenos. Pues en el mejor de los casos, la religión será redundante: “La religión toma su moralidad de los humanos,” es decir, de su intuición innata; y en el peor de los casos, la religión nos habrá distraído con una mentira, abrumando nuestras intuiciones innatas bondadosas con una ideología malvada.

Asoma una pregunta, empero, que exige respuesta: ¿Por qué habrían nuestras intuiciones innatas de atinar al Bien? Hacer el Bien, como dice Peterson, requiere otorgar al otro un valor consubstancial al tuyo. ¿Puedes? No está fácil. Porque cualquier cosa que el otro recibe de ti es algo que tú ya no consumes. El éxito evolutivo, según la teoría darwiniana que tanto Hitchens como yo aceptamos, depende de resolver dichos conflictos de interés a favor de uno mismo. Entonces, ¿por qué no habrían de inclinarnos nuestras intuiciones innatas hacia el Mal? Hitchens responde: “No sé por qué no.” Qué fácil. A este nivel de discurso sus rivales podrán afirmar, con igual facilidad, que Hitchens se equivoca. ¿Por qué? No sé. Porque sí.

Jordan Peterson afirma que las intuiciones éticas de un ateo occidental no se heredan genética sino culturalmente de la tradición religiosa judeocristiana. Entonces, afirma, ése no es un verdadero ateo. “Éste es el argumento que he tenido con gente como Sam Harris, los que se dicen ‘ateos.’ [Les digo:] ‘¿Ustedes creen que son ateos? Ustedes son cristianos –o vamos, judeocristianos– hasta los huesos. Pero no lo entienden, no se dan cuenta.’ ”

Le preguntan: “¿Está Usted diciendo que nadie es realmente un ateo, en sus adentros?”

“No dije que nadie lo fuera. Dije que la mayoría de quienes afirman ser ateos no lo son. Mire, por eso me gusta tanto Crimen y Castigo de Dostoievski. Porque Raskolnikoff trata de actuar como un ateo. …Raskolnikoff, el homicida en Crimen y Castigo, se sale con la suya –con el homicidio– técnica pero no psicológicamente. …El mensaje de Dostoievski era… que había una ley moral que Raskolnikoff estaba violando, aunque racionalizara sus actos… Y [Raskolnikoff] se salió con la suya, pero eso destruyó su alma. Y Dostoievski tiene razón sobre esto.”

Dostoyevsky
Fuente: Dostoyevsky Reimagined Blog.

¿Pero esto qué resuelve? Peterson dirá que Raskolnikoff, aunque niegue a Dios, viste todavía su cultura occidental, empapada toda ella de la herencia judeocristiana, y por eso siente culpa. Y Hitchens replicará que siente culpa porque, al despojarse de su religión, ha jubilado aquel estorbo antes impuesto sobre su moralidad innata, que ahora, libre de cargas, aflora.

¿Cómo resolver la controversia? Quizás apelando a la historia.

Luego de compartir que tiene ascendencia judía materna, Hitchens lanza este reto: “¿De veras voy a creer que los ancestros de mi madre hicieron todo el viaje [desde Egipto] hasta el Monte Sinaí –¡vaya traslado!– bajo la impresión, hasta que no hubieron llegado, de que la violación, el homicidio, el perjurio, y el hurto estaban ok, sólo para que les dijeran, al llegar a las faldas del Monte Sinaí que, malas noticias, ninguna de estas cosas es realmente kosher?” Lo ha dicho sonriendo, anticipando la carcajada de su público, que estalla obediente.

¿De qué se ríen? ¿De veras vamos a creer que un libro se convierte en el centro de la consciencia e historia occidental por la ‘virtud’ única de repasar cosas obvias que todo mundo, por herencia innata, ya entendía? Si realmente piensan eso, han justificado, ahora sí, una carcajada.

Los israelitas que llegaron a Monte Sinaí, dice el Éxodo, habían sido esclavos en Egipto. O sea que la clase gobernante egipcia pensaba que la esclavitud –tratar a una persona como cosa, como animal– “estaba ok.

No importa que el Éxodo sea un cuento; el contexto histórico es verdadero: las clases gobernantes de las antiguas sociedades mediterráneas todas tenían esclavos y todas organizaban su economía alrededor del homicidio, la violación, y el hurto. Todo eso “estaba ok.” Y todos lo sabemos.

Monte Sinaí
Monte Sinaí (tomado de Wikipedia).

Pero según Hitchens, lo que sabemos es totalmente distinto: “Sabemos,” dice, “que no podemos relacionarnos si permitimos perjurio, hurto, homicidio, violación. Todas las sociedades de todos los tiempos, mucho antes de que llegara el monoteísmo, sin duda, lo han prohibido.”

Falso. Lejos de estar prohibidos, el hurto, el homicidio, y la violación eran normativos en las antiguas sociedades clásicas de Grecia y Roma, que basaban toda su economía política en la guerra, el saqueo, y la esclavitud. Estamos hablando de océanos de esclavos. En Esparta, la peor de las ciudades clásicas, se estima que la razón de esclavos a ciudadanos era 7 a 1 –o sea, los esclavos eran el 88% de la población–. ¿Qué hay de Atenas –la “democracia radical”–? Ahí estiman que los esclavos eran quizás el 80%.

En las minas de Laurion, cerca de Atenas, los trabajaban a muerte. Y en Esparta, la Kripteia, la policía secreta de un Estado totalitario, entrenaba a sus jóvenes reclutas con operaciones comando en las que asesinaban esclavos al azar para mantener al resto en un terror constante. No trataban mucho mejor a sus ciudadanos: los niños espartanos eran arrebatados de sus madres a los 7 años para que fueran a entrenarse como soldados en un proceso terrible, llamado el agoge, que no todos sobrevivían. Y no olvidemos que, al nacer, si a un bebé espartano le faltaba “madera de soldado”, según el examen oficial, era asesinado. Todo esto “estaba ok.”

Los romanos exterminaban a todos los varones adultos de una ciudad conquistada. Esto, después de haber conseguido la victoria –es decir, exterminaban prisioneros–. Mujeres y niños eran llevados a trabajar en los latifundios romanos, laborando en cadenas durante el día y pasando la noche en prisiones subterráneas. Los reproducían como ganado. Los más fuertes eran forzados a entrar a la tierra, una y otra vez, sacando piedra hasta que cayeran muertos. Otros trabajaban de sirvientes en las casas de los romanos. Eso era menos peor. Pero era legal para cualquier amo asesinar a un esclavo, sin dar explicaciones, por el pretexto que fuera; era legal violar a un esclavo; y era legal torturarlo para obtener evidencia en un juicio. ¿Había alguna prohibición legal? Sí, la de asistir, por comisión u omisión, la escapatoria de un esclavo.

Llegaron a tal extremo los romanos que inclusive convirtieron el homicidio doloso y sádico de una víctima indefensa y doblegada en diversión. El “cine” de los romanos era acudir al Circo a ver, en frente de sus narices, cómo un desdichado esclavo era desgarrado y consumido vivo por una bestia africana. También los forzaban a combatir a muerte.

Como diría Peterson, los romanos no veían nada irracional en obtener de los subyugados exactamente lo que querían cuando querían. Eso “estaba ok.” Y ésta era la moralidad políticamente dominante en occidente “antes de que llegara el monoteísmo.”

animales exóticos coliseo romano
Fuente: Craig McCausland- iStock.

Dicha moralidad empezó a mejorar como consecuencia de la influencia judía y cristiana. Faltaron siglos, todavía, para eliminar por completo cualquier vestigio de esclavitud legal en Occidente, y tardó más, todavía, en prohibirse la esclavitud de los extranjeros africanos, asiáticos, y amerindios. Pero al final se hizo. El argumento de los abolicionistas: Dios nos ama a todos por igual. Y se apoyaron en la Biblia; en el principio abstracto que los rabinos de la antigüedad identificaban como el resumen de toda su enseñanza y orientación ética: “…amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Levítico 19:18), que exige otorgar al otro un valor consubstancial al tuyo; y en los mandamientos prácticos, por ejemplo, éste: “Aquel que secuestre a un hombre, lo haya vendido o se lo haya quedado, será ejecutado” (Éxodo 21.16).

Entonces, se equivoca Hitchens sobre el punto histórico que él mismo invoca. Está clarísimo en el registro histórico que, antes del monoteísmo judeocristiano, Occidente era la patria del crimen, y que, sin la Biblia, la violación, el hurto, el homicidio, la tortura, etc., “estaban ok.”

Pero seamos justos con Hitchens y hagamos la pregunta que falta: ¿Qué hubiera pasado si, en lugar de volverse judeocristianos, griegos y romanos se hubiesen convertido en ateos?

En Battling the Gods: Atheism in the Ancient World, el historiador Tim Whitmarsh reconstruye la historia de los ateos en la Grecia antigua, pues sí los había, y de hecho fueron generalmente tolerados. Whitmarsh documenta sobre todo las ideas de los ateos en la pequeña clase gobernante. Éstos, si bien se peleaban con la idea de que los dioses existían, no dejaron evidencia de una moralidad profundamente distinta, y abusaban de los esclavos con la misma tranquilidad que los griegos religiosos. Es cierto que Epicuro, fundador de un movimiento que muchos consideran “ateo”, era relativamente liberal y permitía que mujeres y también esclavos ingresaran a su círculo íntimo, dato que aboga a favor de Hitchens. Empero, el epicureísmo no produjo abolicionismo. La democracia radical viene del pensamiento religioso hebreo.

¿Y qué hay de los ateos modernos? Los grandes movimientos ateos del siglo veinte, fascismo y comunismo, reinventaron la esclavitud a gran escala. Aquí la salida de Hitchens será la de muchos ateos: alegar que en realidad nazismo y comunismo son “religión”. Pero esto parece el espejo de Peterson, quien alega que los ateos éticos no son realmente ateos.

Jordan Peterson
Jordan Peterson.

No podemos resolver una controversia seria con frivolidades tendenciosas. Seamos justos: un ateo es una persona que cree que Dios no existe. Si heredó su moralidad de la tradición judeocristiana, eso no cambia que estemos hablando de un ateo. Y un comunista no es “religioso” nada más porque escoge una moralidad que ofende a los ateos éticos –también es ateo–. Pero el argumento serio de Peterson sobrevive: el ateo ético se sostiene sobre una intuición que hereda de una tradición religiosa. En Occidente, esa tradición es judeocristiana.

Aquí mi conclusión: escoger la ética es un salto de fe. Si militas en alguna tradición judeocristiana, entonces crees que Dios existe, y que ese Dios te ordena ser ético. Si eres un ateo occidental, y te sientes obligado a echarte el mismo clavado, eso no te hace religioso, aunque así lo afirme Peterson. Pero la intuición que te obliga –la razón de tu clavado– es una herencia judeocristiana. Negarlo, como demuestra Hitchens (a pesar de sí), es ponerse un tanto necio.

Colaborador a ser anunciado…

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