Una de las razones que me llevan a pensar que la CDMX es ideal para vivir es la falta de insectos. La terrible contaminación ha exterminado, en principio, a moscas y mosquitos; a esos bichos los vemos más frecuentemente cuando vamos de vacaciones al mar y son parte del paisaje. De niña una de mis responsabilidades era matar las moscas antes de las comidas. Incluso, en un museo de arte moderno me compré un matamoscas metálico en recuerdo de esos tiempos y ahora lo tengo colgado en un pasillo de mi casa, porque además de ser un clásico es un reloj.
No obstante, para mi mala suerte, unas dos o tres veces al año, en general, cuando tengo asuntos importantes que atender al día siguiente, o al menos así lo siento, me despierto en la noche con comezón y me rasco. Ya que logro desatontarme, veo que tengo piquetes de mosquito y me invade una sensación horrorosa de desesperación. De inmediato, aplico la siguiente técnica: corro en búsqueda del mata-bichos, contengo el aliento, rocío el insecticida alrededor de mi cama, y después cierro la puerta.
Me queda claro que los mosquitos comen néctar; sin embargo, las hembras requieren de la proteína de la sangre para producir huevos. Por desgracia, los mosquitos hembra no discriminan a las personas mayores como yo. Una vez satisfechas de sangre humana, las mosquitos hembra se ponen a zumbar, pero no es de satisfacción, sino para atraer a las parejas, ya que cada mosquito trata de imitar el zumbido del otro y, como consecuencia, cuando entran en sintonía viene la dicha del apareo. Para el oído humano desvelado, preocupado por la inmediatez de lo que tenga que hacer al día siguiente, este zumbido que se va amplificando conforme los mosquitos logran su sintonía perfecta, no es una película porno, es una verdadera pesadilla.
En el pasado, equipada con un matamoscas de plástico, he tratado de aniquilarlos, pero en cuanto enciendo la luz se callan y de alguna manera logran esconderse. Por eso recurro a la técnica del abandono de mi recámara. Así que voy a la sala con el Andantol en mano, me tomo un Valium (bueno, en realidad, medio), programo el despertador, me acuesto en el sillón de la sala esperando conciliar el sueño, y como no lo consigo, siempre regreso a mi cama. En lugar de contar borregos cuento la lista interminable de inventos humanos que podrían ayudar a que concilie el sueño, y cuyos creadores no les han dado ni el premio Nobel ni la santidad: insecticidas, pomadas, relajantes, sábanas, antifaces… de esta manera, finalmente, me quedo dormida.
¿Qué pueden hacer el estado y los industriales para combatir la proliferación de mosquitos? Como es bien sabido, el agua estancada es un sitio ideal para criar insectos. Algunos lugares preferidos donde las hembras depositan sus cien huevecillos por sesión son dentro del agua acumulada en las llantas abandonadas. En algunas naciones muelen las llantas aunque sean muy duras. Posteriormente, mezclan los fragmentos con el asfalto, de tal manera que las calles y carreteras donde se aplica este producto tienen superficies más flexibles y resistentes. ¡Imagínense si los baches de la CDMX se reparan con material de mejor calidad adicionado con molienda de llantas! ¡Durarían más y habría menos zumbidos nocturnos!