Criada, servante, ancella, es la traducción en distintos idiomas del handmaid que designa a las mujeres cuyo único papel es el de engendrar hijos que les serán arrebatados al nacer. La palabra forma parte del título en inglés de la serie de éxito mundial ganadora de ocho premios Emmy y dos Globos de Oro, The Handmaid´s Tale, creada por Bruce Miller y basada en la novela del mismo nombre, de la escritora canadiense Margaret Atwood. La historia tiene lugar en la joven “República de Galaad” (Gilead en inglés), bajo un régimen totalitario y extremista en el que la fertilidad de estas mujeres es el mayor recurso. Poco nos cuentan sobre una supuesta guerra que hubiera tenido lugar en época reciente, cuya consecuencia más nefasta es el bajo índice de nacimientos debido a factores como la contaminación, así como a las antiguas prácticas del aborto voluntario y el uso de métodos contraceptivos. De esta manera, todas las mujeres en esta nueva sociedad tienen un papel específico en torno al de aquellas aún fértiles, quienes se han convertido en animales de reproducción al servicio de las parejas de la clase dirigente. Como en muchas dictaduras, un puritanismo mezquino es el disfraz de la ideología político-sexual que justifica la tiranía y cuyas armas son la paranoia y la división.
Nominada más de una vez al Nobel y al Booker Internacional, Atwood ha ganado varios reconocimientos por su carrera, entre ellos el Premio Príncipe de Asturias de las Letras, además de los atribuidos a diferentes libros suyos entre los que se encuentra Handmaid´s Tale. Escrito en 1985, en 1986 fue nominado al premio inglés Booker de mejor novela original en lengua inglesa y ganó el Governor General´s Award, el Los Angeles Times Prize, el Arthur C. Clarke de ciencia ficción y el Commonwealth Literary Prize. En entrevista, Atwood habló del ambiente de un Berlín todavía en tiempos del muro, donde ella vivía y que la influenció a la hora de escribir la novela: la experiencia de sentirse espiada y bajo amenaza; la sensación de que la gente evitaba ciertos temas en público y de que se transmitían información subversiva de manera oblicua. Todo tan inquietante como la referencia a las construcciones dentro de la ciudad: Antes, este edificio pertenecía a la familia X, pero luego ellos desaparecieron. Es el mismo ambiente que priva en su libro y que la serie logra captar a la perfección: he ahí uno de sus grandes aciertos.
Atwood también menciona las reglas que se impuso: su novela no debía narrar ningún acontecimiento que no hubiera ocurrido en la historia, ninguna ley o atrocidad de su fantasía se usaría en aquella república cuyo nombre tampoco estaba inventando: Galaad aparece citado en el Viejo Testamento con varios significados, entre ellos los de “monte del pacto” y el de un bálsamo que era transportado por caravanas hasta Egipto y que, se decía, curaba todos los dolores. También bíblica es la justificación moral que ampara a los poderosos cada vez que violan a la criada en presencia de su esposa. Se basa en el episodio en el cual Raquel, que es estéril, pide a Jacob que tenga relaciones sexuales con su sierva, de manera que esta se embarace y les dé un hijo.
Otra de las reglas autoimpuestas por Atwood para su novela prohibía hacer referencia a tecnología que no existiera ya: todo dentro de la ficción tenía que ser conocido. Seguramente la escritora anticipaba el impacto que tendría en el lector el saberse dentro de un ámbito irreal rodeado, sin embargo, de referencias muy familiares. El efecto es la sensación angustiosa de que si uno se asoma por la ventana descubrirá la dicha irrealidad en el resquicio de la puerta de su casa. Detalles planeados con gran tino, y quizá porque los creadores contaron con la propia Atwood como productora consultora de la serie, escuchamos referencias a ISIS, Uber o smartphone, nombres que en el 1985 de la publicación del libro no existían, pero que resultan indispensables para recrear el tiempo-espacio del espectador de hoy. Otra adaptación de la serie a su entorno contemporáneo es la composición racial de la sociedad. Si en el libro no aparece gente de color pues, se dice, fueron transferidos a una reserva nacional, en la serie las criadas pueden ser blancas, negras o mestizas indistintamente. Es así como los mismos lineamientos bajo los que se escribió la novela se han usado para dar al programa de televisión la fuerza aterradora de una actualidad posible.
La estructura narrativa de la obra se sostiene en la voz de “Defred”, una de las criadas, quien a base de flashbacks nos describe su vida antes de Galaad. En la intimidad de la pequeña habitación que ocupa en casa del general Fred (el nombre de las criadas indica su pertenencia), la misma voz nos devela sus sentimientos en conflicto con la nueva realidad en la que vive. Existen además los pasajes/escenas de exteriores y lugares públicos que muestran el día a día de los habitantes según la clase a la que pertenecen, así como sus interacciones, sólo las permitidas por el régimen. En el caso visual, una atractiva combinación de interiores íntimos y recargados de texturas contrasta con la asepsia blanca de, por ejemplo, hospitales y supermercados minimalistas. Los primeros tres episodios (los más apegados al libro: no en balde los más premiados) son los que sientan las bases estéticas sobre las que se erige el universo ficticio de Gilead. La directora y también encargada de la fotografía, Reed Morano, habla de la dificultad de tener que crear un mundo imaginario, antagónico y, sin embargo, cercano al de hoy, es decir, el de los flashbacks. El pasado de una fantasía: los dos mundos requerían una cierta rareza que Morano logró con diferentes lentes vintage. Por otro lado, la composición semi-caótica de los flashbacks se diferencia de la disposición ordenada de cada elemento, sobre todo, en las escenas colectivas de Gilead: una especie de coreografía que recuerda la belleza imponente de algunos planos de películas abiertos sobre formaciones militares.
Otro poderoso elemento para la construcción plástica de la terrible fascinación que ejerce Galaad fueron sin duda los uniformes de los habitantes, cuyos colores sólidos diferencian el grupo al que pertenece cada individuo. Comandantes de negro y sus esposas de azul virginal, guardianes de verde; de café se visten las “tías” que se encargan de adiestrar y controlar a las criadas… en secuencias de escenas coloridas los distintos ejércitos de opresión impactan a primera vista. Ane Crabtree, la creadora material de lo descrito en el libro, dice haberse inspirado en la vestimenta del nazismo, lo mismo que, para la túnica de las criadas, en la de diferentes congregaciones religiosas: del color de la menstruación y con una gran toca blanca concebida para evitar en lo posible que las jóvenes se relacionen entre sí, al tiempo que limitan la visión que puedan tener del entorno y el riesgo de que sean vistas. En el caso de ellas, Crabtree pensó además en “quitar cualquier elemento, un lazo, por ejemplo, que les proporcionara una herramienta de suicidio”, indicador elocuente si es que nos preguntáramos qué tan desgraciada podía ser la vida de la handmaid.
La serie que en México puede verse a través de Paramount ha sido merecedora de muy buena crítica por todo el mundo, aunque hay quien considera que a partir del segundo ciclo se convirtió en espectáculo de entretenimiento misógino. El libro se había detenido en lo que corresponde a la primera temporada, sin develarnos el destino de quien cuenta la historia, pero abriendo una gran elipsis temporal antes del epílogo, misma que ha dado cabida a la secuela. Los aficionados querríamos que no se eternice, temiendo quizá que una de las grandes obras de Atwood pudiera dejarnos mal sabor de boca. En todo caso, la cuarta temporada está pronta a estrenarse y mantiene un público muy numeroso que ansía saber cómo se librará June, la narradora y protagonista principal, de las consecuencias de su acto heroico.
En el dicho epílogo del libro, durante un congreso llevado a cabo en 2191, un especialista en “estudios Gileadeanos” descalifica como documento fidedigno el testimonio de Defred, la criada, descubierto en el ático de la casa del general, y se lamenta por no contar aunque sea con algunas páginas del diario del propio Fred. El comentario casi pasa desapercibido como parte de un profundo análisis sobre los antecedentes y los porqués de Galaad. En todo caso, resulta profético a treinta y cinco años de publicada la novela, en una actualidad donde tantas mujeres que siguen sufriendo de violencia de género y desigualdad laboral comienzan a levantar la voz. Con suerte y el único error de Atwood fue un cálculo de fechas.